ID de la obra: 1271

OBSESIÓN

Het
NC-17
Finalizada
1
Fandom:
Tamaño:
90 páginas, 38.597 palabras, 10 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
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10. Libertad

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Buenas tardes: Aquí está el capítulo final, por fin terminé la trilogía. Gracias a todos por leer y comentar. Kitty: Muchas gracias por tus sugerencias, con las cuales he escrito un par de fanfics. Espero que te haya gustado éste. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo sólo escribí la historia por gusto y diversión.

***

Capítulo 10: Libertad La primera noche después de perder a la hembra humana, fue la más estresante para el señor del Oeste. Aún faltaban dos días para que terminara el estro Inugami y su bestia interna estaba incontrolable, dominándolo por completo. Había pasado horas rondando el bosque, rugiendo y destrozando todo con furia. El alboroto fue tal, que provocó la huida de numerosas criaturas sobrenaturales y bastante fauna silvestre rumbo a otras tierras. Cuando cayó la noche, regresó a su morada, tomando nuevamente su apariencia humana. Se dirigió al gran salón y una vez ahí, devoró todas las viandas que le fueron servidas. De igual forma, bebió una y otra vez hasta hartarse. Su densa energía demoníaca asfixiaba el lugar, por lo que absolutamente nadie podía acercarse. Desde un pasillo, escondido a prudente distancia, Jaken se mantenía expectante. —Esto no es bueno, mi amo bonito todavía no supera los síntomas del celo— pensó temeroso. El sirviente sabía que su señor permanecería alterado por todo el tiempo restante del estro, a menos que buscase a una demonesa para saciarse. Pero, teniendo en cuenta todo el caos que provocó, seguramente ya no había más seres vivos en el Oeste que los que habitaban en la mansión. —Bueno, no queda más que esperar— finalizó, escabulléndose en silencio. … Más tarde. Sesshomaru dormitaba en su oscuro diván, respirando despacio y con los ojos cerrados. Todavía se notaba la irritación en su rostro. Pero lo que más le encolerizaba, era percibir la terrible ansiedad del deseo sexual que persistía dentro de él. Aquella sensación calcinante le recorría el cuerpo y provocaba que su virilidad doliera al no poder liberarse por completo. El auto placer no era suficiente para un demonio en la época estral. A pesar de permanecer en medio de un pesado sopor, la bestia blanca buscaba la manera de permitir que sus recuerdos le brindasen cierto alivio a su estrés. Imaginar a la humana, evocando imágenes, sonidos, aromas y sensaciones, indujeron la creación de una sensual fantasía.

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La perspectiva que tiene de la hembra es excitante. La recorre con avidez una y otra vez, deleitándose con el hipnótico movimiento de sus pechos al subir y bajar sobre él. Su embriagante aroma inunda sus sentidos, la fricción contra su piel provoca un delicioso erizamiento en su espalda, y su gemido es cada vez más desquiciante para su oído. Las caderas femeninas bailan al ritmo del placer, ciñendo su masculinidad y provocando el estremecimiento de todo su ser. Sus brazos se aferran a los hombros y sus uñas acarician con filo la blanca piel. Ella alza el rostro para mirarlo a los ojos. Sus pupilas destilan lujuria, su mueca es delirante, sus jadeos enervantes y la oscilación de todo su cuerpo se vuelve hechizante. Permanece semi apoyada sobre su pecho, siente su respiración acariciarle el cuello, y por breves instantes jadea debido a su húmedo beso. La aprisiona por la cintura, limitando su movilidad, al mismo tiempo que los colmillos se clavan en su piel, deleitándose con el rojo sabor y provocando mayor exaltación. Él embiste con fuerza, aumentando la profundidad de su unión y arrancando más quejidos de lasciva satisfacción. La contracción de los pliegues femeninos anuncia la proximidad de su culminación. El ronroneo gutural se incrementa al notar los espasmos creciendo en su vientre. El clímax se hace presente, iniciando su expansión sin control. Su virilidad pulsa en el mismo instante que su mente se pierde. Apresa a la hembra con fuerza, percibiendo la convulsión de su interior. Le araña costados y espalda, marcándola sin piedad. Muerde su carne una vez más, dejándose arrastrar al abismo final. El placer se derrama y su cuerpo se relaja. Sin embargo, el onírico éxtasis es una efímera liberación y nada más.

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El demonio plateado abrió los ojos de golpe. Su respiración era agitada y su mal humor no hacía más que empeorar. Su lado bestial sólo provocaba que se mantuviera punzante su ansiedad. Una lenta mirada hacia su vientre lo hizo bufar. A regañadientes se levantó para salir de la estancia, perdiéndose luego en algún pasillo. Momentos después, el sonido de agua corriendo era lo único que se podía escuchar.

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Presente. Ya había amanecido, pero Diana no tenía ganas de levantarse para nada. No logró recuperar el sueño totalmente, la noche se le hizo demasiado larga y sólo pudo dormir un poco en la madrugada. De cualquier forma, no tenía una justificación convincente para explicar su ausencia. Se tomaría un día más para pensar en algo y averiguar la fecha en la que estaba, dado que perdió la noción del tiempo. … Más tarde. —¡No puedo creerlo, esto es odioso! — dijo enojada, a la vez que revisaba su espalda y caderas con ayuda de un espejo. Había terminado de ducharse y ahora revisaba los zarpazos dejados por Sesshomaru, pues estaban sanando muy lento. El malestar físico disminuía paulatinamente, pero le preocupaban las cicatrices que le quedarían. Sin la sangre sobrenatural interviniendo en su metabolismo, la recuperación se ralentizaba y no podía hacer nada al respecto. Sin embargo, cualquier secuela era mejor que seguir vinculada con el señor del Oeste. Poco después, estaba frente a su computadora, poniéndose al tanto de todo. Por ratos, iba corriendo al baño para vomitar. No había podido comer absolutamente nada, debido a un insistente calambre en su estómago. El efecto de las frutas tóxicas seguía muy presente, así como la sensación de calentura en todo el cuerpo. Fue hasta el atardecer cuando por fin pudo consumir algo de alimento y bebida. Durante la noche, su sueño fue más tranquilo y sin sobresaltos. La incomodidad física ya era notablemente menor. … Al día siguiente. Diana mantenía la mirada entre la cara de su jefe y la gran ventana detrás de él. Por fin estaba de regreso en la oficina, y en éste momento, terminaba de explicar su extraña ausencia. Unas cuantas mentiras sobre la salud de un familiar y un inesperado resfriado, fueron suficientes para casi convencerlo. —Diana, eres buena empleada, pero esas ausencias no pueden perdonarse así nada más, aunque tengas una justificación— dijo el hombre. —Lo sé, señor— contestó, pensando que tal vez le harían un enorme descuento salarial o la despedirían definitivamente. —Bien, entonces te propongo un nuevo trato, porque el área de recursos humanos ya está buscando tú reemplazo. — La joven pasó saliva con nervios. Era de esperarse semejante noticia, debido a que sus ausencias ya habían ocurrido con anterioridad. Todo por culpa de su inverosímil aventura. —Puedes seguir laborando con nosotros, si estás dispuesta a cambiar de lugar de residencia— explicó el hombre, entregándole una carpeta con algunos documentos. —Fuera del país, en una de nuestras nuevas filiales. — Ella abrió los ojos en grande, desconcertada y al mismo tiempo aliviada. Aquella era una inesperada oportunidad que no debía desaprovechar. Extraña coincidencia quizás, pero antes de siquiera contestar, ya estaba haciendo un gesto de confirmación. … Una semana después. —Bien, eso fue lo último— dijo con un suspiro, terminando de cerrar y acomodar una caja de cartón. La mujer había pasado esos días preparando su mudanza. Definitivamente, no tenía intenciones de permanecer en la ciudad y tampoco deseaba quedarse más tiempo en las tierras del sol naciente. Los últimos cuatro años habían sido suficientes. Y después de aquella experiencia, lo mejor era irse a un sitio más lejano, quizás a un continente. Cualquiera hubiera pensado que era algo loco y precipitado, dado que no conocían sus motivos. No obstante, ella pensaba que después de alejarse, ya no tendría que volver a preocuparse. Es decir, la cueva de la Luna había sido sellada, y ningún ser vivo tiene la verdadera inmortalidad como para esperar el paso del tiempo. Existe la longevidad, que es una larga duración de la vida, pero eso no quería decir que las criaturas sobrenaturales, que caminaron hace siglos, aún sigan rondando en el presente. Al menos eso creía Diana, basándose en los pregonares del folclor local. Ya atardecía cuando se asomó al balcón para ver el ocaso. Sintió un ligero nerviosismo al contemplar la silueta de la luna menguante en el cielo. Era imposible olvidarse de ciertas memorias que mantenían presente el recuerdo de Sesshomaru. No podría relegar semejantes sucesos, y menos cuando su subconsciente la traicionaba con sueños húmedos de vez en cuando. La sangre de demonio ya había desaparecido por completo de su cuerpo. La marca violeta en su hombro derecho y las otras mordidas, ahora permanecían como rayas sobre su piel. En cuanto a las demás cicatrices, éstas disminuyeron hasta quedar como líneas tenues. Realmente ya no le importaba el efecto físico de lo vivido. Sin embargo, el aspecto emocional, era imposible dejarlo atrás. Quizás tendría que pasar bastante tiempo antes de volver a tener deseo por alguien de nuevo. . . . Tres meses después. Diana ya se había adaptado al cambio y ahora se sentía más tranquila en su nuevo trabajo. Únicamente tuvo un poco de dificultad al principio para adaptarse al horario y hacer nuevas amistades. Pero poco a poco lo fue sobrellevando, hasta quedar en la normalidad. Cierto sábado a medio día, paseaba por una plaza comercial, buscando un restaurante para comer. De repente, cuando caminaba junto a un aparador, mirándolo distraída, chocó contra alguien. —Perdón, fue mi culpa, no estaba viendo— intentó disculparse. —No hay problema, no ha pasado nada— contestó un hombre de llamativo porte. La mujer se quedó por un momento sin palabras. Aquel sujeto se le hizo extrañamente familiar, en algún lado lo había visto antes. Era pelirrojo, con ojos grises y de rasgos bastante atractivos. Su mente trató de buscar el recuerdo correcto, mientras el individuo se alejaba, no sin antes dedicarle una curiosa sonrisa. —¿Quién eres y por qué te me haces conocido? — pensó desconcertada. Decidió no darle importancia, sólo era otra persona en ese lugar, por donde transitaban cientos más. … Rato después, comía en un local que tenía vista panorámica hacia la entrada de la plaza. En ese momento, vio de nuevo al hombre de pelo rojizo, que caminaba hacia la salida. Él pareció sentir su mirada, porque volteó hacia ella directamente, haciendo una divertida sonrisa. Diana sintió nervios, porque en ese instante lo recordó. Era el Inugami que había entrado al territorio del Oeste y se había atravesado en su primer y único intento de escape. Pero no podía ser él, porque no tenía un aspecto sobrenatural, a pesar de su llamativa presencia. Probablemente, su imaginación le estaba jugando una broma muy pesada. Él la observó por un par de segundos más. Después se dio media vuelta y se alejó, perdiéndose en medio de la gente. —Diana, no empieces a especular cosas que no son— murmuró en voz baja. … Los Inugami siempre se quedan en sus tierras, y más si tienen poder y jerarquía. No tienen necesidad de alejarse de sus dominios y tampoco tienen privilegios para hacerlo, dada su responsabilidad de reinado sobre un territorio cardinal. En cuanto a los que pertenecen a castas menores, ellos sí tienen la libertad de ir y venir a donde quieran, buscando un mejor lugar para asentarse. No obstante, han pasado siglos desde que los youkai y otras criaturas sobrenaturales perdieron dominio y poder, sucumbiendo ante el crecimiento y presencia de la especie humana. Ahora ya no existen tantos como antes. Los que quedan, viven ocultos en tierras lejanas y aisladas. Otros más, caminan entre los hombres, con un elaborado camuflaje. Arriesgándose, adaptándose y divirtiéndose al mismo tiempo. Diana los ha visto a veces. Los reconoce no por su aspecto disfrazado, sino por el tenue pulsar de la marca en su hombro. No le tomó demasiado tiempo darse cuenta de que ésta reaccionaba con las criaturas sobrenaturales. Ella sabe que no son una amenaza para su seguridad, pues se alejan de inmediato al percibir la línea violácea, la cual no es visible, pero saben que está ahí. A pesar de que el veneno eliminó la sangre de Sesshomaru, no pudo borrar la cicatriz, ni su extraño efecto de señal identificativa para otros demonios. Pero, curiosamente, al Inugami pelirrojo parece no importarle, pues se lo ha encontrado en más de una ocasión. Siempre sonriendo pícaramente, como esperando una oportunidad para acercarse e iniciar una conversación. Pero eso, ya es otra historia.

=FIN=

***

Sólo espero que Diana no me guarde rencor por todo lo que le hice pasar. Gracias por leer mis locuras.
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