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Capítulo 9: Reminiscencias La demonesa esperó un par de minutos, hasta que ya no detectó el aroma de la humana. El portal había hecho su función y ahora comenzaba el ciclo de cierre. Era el momento oportuno para sellar la cueva. Entonces, quitó la cinta roja del rollo y lo desplegó totalmente. El color opaco del papiro no evitó que los símbolos en su interior resplandecieran a la luz del sol. Irasue se acercó a la entrada con forma de luna menguante, al mismo tiempo que murmuraba extrañas palabras. Primero en voz baja, y luego subiendo el tono conforme el pergamino empezaba a brillar tenuemente. Se detuvo en el umbral y con un sólo movimiento, arrojó el sello hacia una de las paredes rocosas. Éste quedó fijado en posición vertical, mientras el resplandor que liberaba se incrementaba. Como parte final del proceso, la Inugami ejecutó algunos ademanes con ambas manos y diferentes posiciones de los dedos. Las palabras finales, en alguna lengua antigua, fueron pronunciadas con un poco más de fuerza, surtiendo el efecto deseado en ese instante. La energía invocada se desplegó, abarcando totalmente el contorno de la caverna, pulsando con una suave vibración en el aire. Segundos después, transmutó en algo sólido y su color fue cambiando hasta volverse igual al de la roca. —Vaya, al menos funcionó tal y como dijo InuTaisho— pensó, mientras retrocedía y observaba el aspecto final de aquel extraño sitio. Ahora la cueva de la Luna era una formación rocosa igual a las demás que existían en el bosque del Oeste. Ya no había una entrada o salida de su túnel, solamente una pared de piedra con bastante vegetación colgante. Ya no representaba peligro alguno para las criaturas que husmeaban en sus alrededores. Momentos después, la demonesa regresó a su morada con la ayuda del medallón. Sólo quedaba esperar la visita de su hijo.:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:
El pequeño sirviente soltó un suspiro de relajación cuando el portal se cerró, sintiéndose más tranquilo por lo que había hecho. No es que fuera un ser amable y caritativo, pero definitivamente, sabía que sus acciones fueron las correctas. Ahora sólo debía esconderse por un rato, esperar a que su amo volviera y fingir demencia. Más tarde, daba un recorrido por el patio con la intensión de perderse en los alrededores de la mansión, cuando de pronto, alguien lo saludó. —Hola Jaken, ¿Me puedes decir por qué todos se ven tan inquietos? — —¡Aki! — se sorprendió el sirviente, al girar el rostro y encontrarse con la curandera. —Se supone que regresarías hasta la próxima luna. — —Sí, lo sé, pero no fue necesario extender más mi visita, mi familia está bien, así que decidí volver antes— comentó la vieja Kitsune. —Tengo un par de cosas que contarte— Jaken habló en voz baja y con gesto cómplice, indicándole que lo acompañara. La anciana lo miró con extrañeza, pero decidió hacerle caso. … Rato después. —Que desafortunados sucesos para Diana— expresó Aki, preocupada. —Si no es porque me lo dices tú, realmente me resultaría difícil creer que el señor Sesshomaru cambiase tanto debido al estro Inugami. — —Pues no todo se debió al estro, la mayoría de sus acciones fueron voluntarias y premeditadas. Todo lo que te dije es verdad, por eso estamos inquietos, el amo se alteró mucho con la presencia de su madre— comentó nervioso. —Hiciste bien Jaken, y no te preocupes, de mi parte nadie lo sabrá. Sólo espero que lady Irasue ayude a Diana, y pueda hacer algo respecto al comportamiento del amo Sesshomaru— finalizó la Kitsune. El demonio verde soltó un suspiro de tranquilidad. Sabía que podía confiar en Aki, pues tenía bastante tiempo sirviendo a la casa del Oeste. Y era con quien mejor se llevaba para jugar Mahjong de vez en cuando. Súbitamente, la atmósfera se volvió densa y pesada. El Lord había regresado, atemorizando a todas las criaturas del lugar. Ambos sirvientes miraron al cielo y lo vieron pasar volando con rapidez. Se dirigieron de inmediato a la mansión. Debían permanecer a distancia, pero no tan lejos como para no escuchar el llamado de su señor. … El demonio plateado continuaba estresado todavía. El semblante que tenía en ese momento, le daba un aspecto sobrecogedor. Ya no era el mismo grado de furia que al principio, pero aún no se tranquilizaba. Regresó a su morada lo más rápido que su habilidad sobrenatural le permitió. No estaba seguro de lo que haría su madre, sin embargo, él quería reclamarle por su intromisión. Caminó apresurado por los pasillos. Al llegar a sus aposentos, descubrió que no había señal alguna de la humana, ni de su progenitora. Se acercó al lecho, donde permanecía su blanca estola. Levantó un poco el brazo y la peluda pieza se deslizó hacia su hombro derecho. Olfateó con insistencia, tratando de ubicar algún vestigio que lo guiase a la ubicación de la mujer. Pero el aroma que aún quedaba, casi se había desvanecido abruptamente. —¡Usó un portal, no hay más rastro! — siseó con molestia. —¡Vamos a buscarla! — gruñó la bestia blanca, cuya rabiosa expresión se mantenía amenazante. En el momento en que iba saliendo hacia el patio principal, se encontró con Jaken y Aki. Los dos sirvientes se detuvieron de golpe, haciendo un nervioso saludo ante él. Sesshomaru únicamente los miró de reojo, pasando a su lado, al mismo tiempo que les gruñía en un gesto indicativo de que no estorbasen en su camino. Los dos permanecieron en silencio, mientras lo veían iniciar el vuelo. Se alejó velozmente, transformado en una esfera de luz y con un rumbo muy específico. Soltaron el aire contenido, para su buena suerte, el amo los había ignorado por completo.:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:
En algún punto inespecífico del Oeste. Antes de siquiera descender frente a la escalera que llevaba a la terraza principal, todos los guardias presentes en aquella zona, percibieron la alterada energía de Lord Sesshomaru. La furia que irradiaba provocaba que el entorno se volviera enrarecido. Los soldados temieron por sus vidas cuando caminó frente a ellos y lo único que atinaron a hacer, fue una servil reverencia a su paso. Olfateó de nuevo, el aroma de la humana había estado ahí y lo que quedaba, ya se había desvanecido prácticamente. Gruñó molesto, mientras subía por los peldaños. A pesar de haberse desquitado cruelmente masacrando a la manada de ogros, y a otras infortunadas criaturas que cometieron el error de cruzarse en su camino, la bestia blanca continuaba exasperada. Se removía de un lado a otro en el interior del Lord, permitiéndole todo el control, dado que ansiaba saber qué había hecho su progenitora con la mujer. Como siempre, Irasue permanecía sentada en su diván, con una expresión indiferente y serena. Ya sabía que su hijo llegaría en cualquier momento a reclamarle por entrometerse en su malsana diversión. Cuando se detuvo ante ella, lo miró con gesto paciente, como el de cualquier madre que está a punto de escuchar el berrinche de su vástago por un antojo no cumplido. Muy pocas veces había visto a Sesshomaru desplegar sus emociones de forma tan evidente como ahora. —¡Madre, ¿Por qué interviniste?!, ¡A ti no te importan los humanos! — reclamó enojado. —Pero querido hijo, ¿No eras tú quien menos los toleraba? — sonrió burlona por un breve instante. —Ahora me doy cuenta de que, al cuidar de esos cachorros humanos y convivir con tu medio hermano y sus amigos, algunas cosas cambiaron en ti, tanto así, que tomaste a esa mujer para el ciclo estral— dijo con reproche. El Lord gruñó por lo bajo, no le agradaba que nadie lo contradijera o que le mostraran sus verdades. Sin embargo, su madre casi siempre tenía la descarada, sarcástica y fría razón. Una vez más, le restregaba en la cara la realidad de las cosas. Era cierto, sus impulsos lo habían obligado a más que “tolerar” a esa humana, no podía negarlo. Por el contrario, lo aceptó y lo disfrutó con lascivia. Pero nadie, absolutamente nadie, lo escucharía admitirlo. —No tengo porqué darte explicaciones, madre. Ahora dime dónde está la mujer— respondió secamente. —En su lugar de origen, y es ahí donde se va a quedar— declaró seria y autoritaria. —No más caprichos Sesshomaru, y no más comportamientos vulgares, lo que hiciste no es digno de tu estirpe. Tienes una responsabilidad como gobernante del Oeste, así que compórtate. — De nueva cuenta se escuchó el sonido gutural, incluso más colérico. La mirada escarlata no dejaba de enfrentarse a la ambarina de su madre, pues de nuevo, ella tenía razón. Siendo demonios de alto rango, los códigos y normas de su especie debían ser respetados y obedecidos, en especial por su noble casta. —¡Lo que yo haga, o deje de hacer en mis dominios, no le incumbe a nadie! — alzó la voz. —Hijo, cálmate por favor, si lo que deseas es saciarte, puedes tomar a cualquiera de mis siervas, estarán encantadas de complacerte— Irasue sonrió con frialdad, a la vez que chasqueaba los dedos. Al instante, dos hembras demonio subieron por las escaleras, llegando junto a ellos y agachando la cabeza en sumisión. Ambas tenían forma humana, pero manteniendo ciertos rasgos felinos y zorrunos respectivamente. Sesshomaru las miró con desdén, al mismo tiempo que olisqueaba el aire. Podían ser atractivas a la vista, pero su aroma no atrapaba su atención. No le sorprendió en lo más mínimo el ofrecimiento de su madre. Sin embargo, a la bestia de su interior no le hizo ninguna gracia, pues no sentía antojo alguno por otra criatura femenina que no fuese la humana. Comenzó a gruñir y a enseñar los colmillos de nueva cuenta, amenazando con tomar el control. Lo mejor era abandonar ese lugar. —No vuelvas a interferir, madre— finalizó, mientras se encaminaba a la salida. No era necesario continuar con la discusión, ésta había terminado. Irasue fue tajante desde un inicio y no tenía caso insistir en que le dijese algo más. Ahora lo que importaba, era tratar de rastrear a la hembra humana. La demonesa mantuvo su gesto severo. Sabía que su hijo no llevaría el reclamo a otro nivel y estaba segura de que ahora se dirigiría al sitio de la extraña cueva. Le habría encantado ver su cara al darse cuenta de lo que hizo con la entrada. No obstante, prefería quedarse en su mansión atendiendo otros temas. Así que, sin prestar más atención al asunto, despachó a las sirvientas, se levantó de su diván y se alejó de la terraza hasta desaparecer en algún pasillo. … Cueva de la Luna. Sesshomaru llegó al sitio donde se ubicaba el misterioso portal. Sin embargo, había algo extraño: La entrada ya no era visible. Aquella voluminosa formación de piedra que constituía el túnel, seguía ahí, pero sin acceso alguno. Ahora parecía ser sólo una pared rocosa y llana, con abundante vegetación pendiendo por sus laterales. Observó en todas direcciones, cerró los ojos y permitió que su percepción sobrenatural le dijese algo al respecto. La energía que se percibía en el ambiente era extraña, nunca la había sentido. No era peligrosa ni amenazante, pero sí intensa y antigua. No sabía bien porqué, pero por alguna extraña razón, recordó a su padre en ese momento. El gran InuTaisho una vez le explicó algo acerca de antiquísimos y eficaces sellos de energía, que no se podían anular. Su principal función era como escudo o camuflaje para ciertos lugares. La familia del Oeste era poseedora de algunos de esos pergaminos, guardados celosamente por varias generaciones. No obstante, muy pocos integrantes sabían cómo emplearlos. El último que recibió aquel conocimiento, fue su padre, quien no tuvo tiempo para heredárselo a él. Y, evidentemente, su madre, a quien nunca le interesó aprender sobre dichos artilugios. Excepto en éste momento, para bloquear el acceso de forma permanente al portal. —¡Maldita sea, no es posible! — siseó con frustración al comprender lo que su madre había hecho. Una de las últimas cosas que se escuchó en esa área del bosque, fue un estruendoso rugido, que llegó a los oídos de sirvientes, criaturas salvajes y a otros más allá del territorio. La otra, fue el caos que le siguió, pues una gigantesca bestia blanca apareció de la nada, dispuesta a expresar su ira sin control una vez más. Esta vez, el señor del Oeste tendría que lidiar con su frustración por un buen rato.:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:
Presente. Diana despertó sobresaltada en el momento en que la sombra se avecinaba sobre ella. Se levantó de golpe, respirando agitada. Había sido una pesadilla extraña y desconcertante. —¡Eso fue horrible! — dijo asustada, llevándose una mano al pecho, donde su corazón saltaba rápidamente. Volteó hacia la ventana y se dio cuenta de que apenas había caído la noche. Sin embargo, la pesadez que aún sentía en todo el cuerpo la hizo tumbarse de nuevo sobre la almohada. En ese momento, notó que estaba sudando demasiado y necesitaba quitarse la ropa que la cubría. —Creo que tengo fiebre— dedujo, tocándose la frente. En efecto, la temperatura de su cuerpo había aumentado un poco. Tal vez como reacción por el veneno de las frutas que le dio la demonesa, y el mal sueño era sólo una de las consecuencias. Ya se lo esperaba, sabía que la sangre de Sesshomaru todavía permanecía latente en su interior. Probablemente, su anulación tomaría un poco de tiempo y quizás, dificultad. Con movimientos torpes se desnudó, para luego tenderse en la cama y continuar durmiendo, deseando que la molestia de la calentura disminuyese. El silencio reinó por un rato, hasta que su respiración empezó a alterarse de nuevo. Algo estaba generándose en su subconsciente.:*=*=*=*=*=*=*:
Intento parpadear varias veces, tratando de aclarar mi visión. Creo que mis ojos me han engañado cuando miro alrededor y descubro que estoy nuevamente en la alcoba del señor del Oeste. Frente a mí, su lecho permanece pulcramente arreglado, con satinadas sábanas y mullidos cojines. ¿Qué está pasando?, ¿Es un sueño o una pesadilla? No tengo tiempo de razonarlo, una presencia a mis espaldas me obliga a voltear de inmediato. Es él. El Lord de Occidente, el demonio plateado de gélida mirada ámbar. No hay rastro escarlata en sus ojos, y sólo me observa fijamente con una extraña mueca que no expresa nada. Trato de retroceder, pero me sujeta del brazo y en ese momento me percato. Él está completamente desnudo, exhibiendo su definida anatomía y sus llamativas rayas violáceas. La sensación de desconcierto me hace tragar saliva con dificultad. Pero hay algo extraño, el escalofrío que me recorría la espalda cada vez que se acercaba, no lo he percibido esta vez. De pronto, me llega a la mente el recuerdo del perro blanco, encadenado y durmiendo en un enigmático letargo. Y por alguna extraña razón, deduzco que, quién está frente a mí, es el señor del Oeste que conocí la primera vez. Serio e impasible, continúa mirándome sin soltarme. De repente, su otra mano me toma por el mentón y en ese instante, su expresión se transforma en una sonrisa maliciosa. No dice palabra alguna, no me gruñe amenazante, ni me sujeta con fuerza. Pero presiento que tampoco me liberará en éste instante. Se acerca demasiado y siento su calor corporal, así como el roce de su piel, ¿Cómo es posible?… entonces, caigo en la cuenta de que estoy completamente descubierta ante él. No puedo creerlo y no tengo tiempo de asimilarlo, porque sus manos se han movido y ahora bajan por mis costados. Un jadeo inesperado escapa de mis labios. Lo miro de nuevo y en sus ojos ámbar brilla el deseo. Quiero decir algo al respecto, pero las palabras no se forman en mi garganta. Deseo apartarme de él, pero mi cuerpo no acata la orden. Sonríe otra vez y se acerca a mi rostro con lentitud. Su boca se posa cerca de las comisuras de mis labios. Puedo sentir su suavidad iniciando el recorrido ascendente por mi mejilla. De pronto, un sobresalto me hace jadear. Su lengua ya humedece el contorno de mi oreja, y después desciende hacia mi cuello. Una contracción en mi estómago empieza a crecer, y ya no sé qué hacer. Claramente siento como el razonamiento se desconecta en mi mente, y algo más primitivo comienza a manipularme. Un inesperado anhelo surge en mi pecho, mientras un extraño calor me invade. ¿Qué estoy sintiendo?… es la ansiedad creciendo. Me cuesta trabajo aceptarlo, pero comienzo a disfrutarlo. Su húmeda lengua es sutil y mi sensibilidad corporal me traiciona ya. Es delicioso su tacto y lascivo su rastro. Sus manos continúan transitando por mi cuerpo, el cual empieza a temblar. Sin darme cuenta, me arrimo a él, y la fricción con su piel me hace delirar. Quiero sentirlo un poco más. Sus colmillos ahora mordisquean mi hombro, sin intención de lastimar, al mismo tiempo que me hace retroceder. Un paso a la vez, una caricia intercalada y otro jadeo escapa. No me percato hasta que ya es demasiado tarde. Me ha arrastrado al lecho en un instante, y antes de poder asimilarlo, estoy tendida sobre las sábanas, mirando fijamente al techo, con la respiración alterada. Continúa acariciándome, y el filo de sus zarpas sutilmente me marca. El ardor se convierte en un morboso deleite que estremece mis nervios, asemejándose al complemento de un creciente placer. Centímetro a centímetro, el recorrido no deja área libre de mi piel. Me proporciona rápidas sensaciones y genera extrañas muecas en mi rostro. Su cuerpo se coloca sobre mí y yo me regodeo aún más. No comprendo porqué y no me importa ya. Su blanca piel desprende calor y una leve fragancia que me hechiza, provocándome el extraño anhelo de querer morderlo. Me sorprendo tan sólo de pensarlo, seguramente es un delirio inducido por su tacto. Otro gemido se pronuncia, su lúbrica lengua lame sin recato mis endurecidos pezones. No puedo evitar que mis manos se aferren al plateado cabello, indicándole que no se aparte de mi carne. Una sonrisa torcida se dibuja en mis labios, él me brinda demasiada complacencia y no puedo negarlo. Me estremezco de nuevo. Sus manos bajan hacia mis muslos y percibo su lento hurgar, con el deseo implícito de separarlos. Mi cuerpo cede ante la solicitud, mi apetito va creciendo y mi boca sigue gimiendo. La punzada en mi interior es dolorosa. La lubricación empieza a filtrar y mi propio aroma lo excita ya. Olfatea y gruñe cual macho en celo, su mirada hambrienta me devora con ansiedad. Sé que de un momento a otro me tomará, y que sólo quiere alargar mi tortura un poco más. Desea escucharme clamar, anhela que suplique por más. El sonido de mi boca es una alterada exhalación, que se escucha más como una feral invitación. Puedo sentir su sonrisa contra mi carne, sus colmillos a punto de morderme y su lengua sin parar de impregnarme. Quiero sentir la invasión de mi húmedo interior, lo deseo a más no poder, y exijo que me dé más placer. El demonio lo comprende, porque de inmediato su soberbio físico me envuelve. Sus muslos empujan contra los míos, obligando la separación. El escurrir de mi intimidad, lo invita a poseerme ya. La fuerza de su potente erección comienza a rozarme. Pierdo el control con otra martirizante pulsación, lo que me obliga a jadear con mayor satisfacción. Sin importarme nada más, mis caderas comienzan a ondular. Él sonríe con lujuria, revelando su intención de prolongar un momento más el juego sexual. Se mantiene en la misma posición, sin alejarse y sin adentrarse en mi palpitante interior. Comienza a restregarse contra mi sensible flor y mi cuerpo se arquea sin control. Mis pliegues se contraen, suplicando con húmedos hilos transparentes. Araño sus hombros con estresante ansiedad, quedándome sin aliento. Su cálida lengua vuelve a devorar mi piel y sus colmillos empiezan a morder. No hay dolor, sólo placer y la convulsión de todo mi ser. Un erizamiento recorre mi espalda. Las sensaciones que me invaden son insoportables y él no deja de atormentarme. Necesito sentirlo dentro de mí, así que aferro su plateada melena, esperando que comprenda. No puedo hablar, sólo clamar, al mismo tiempo que mi necesidad escurre sin parar. Ya no deseo esperar más. En ese instante, el señor del Oeste interrumpe el mordisqueo sobre mi piel y la fricción contra mi carne. Su lasciva mirada me recorre de nuevo y la lujuria en sus ojos en más cruda que antes. Entonces, su dureza palpita en mi cavidad, el inicio de su virilidad comienza a empujar. De nuevo me quedo sin aliento por un instante, cuando percibo claramente como se abre paso entre mis cálidos pliegues. Una contracción de incomodidad inicial me arranca un estrepitoso jadeo. Mis manos empujan, quiero detener su avance, pero ya es muy tarde. Siempre ha sido así, hundiéndose por completo en mí. El demonio me toma sin contemplación. Lento y martirizante, delicioso y agonizante, sin pausas y sin inmutarse. Mis ojos se abren en grande y después se cierran de golpe, ante la indescriptible conmoción en mi interior. Es demasiada la estimulación, es desbordante la lujuria, es insaciable el apetito, y son insuperables las recompensas de yacer con un Inugami. No me doy cuenta de mi alrededor. Únicamente percibo la textura de las satinadas sábanas que acarician mi espalda. Soporto la fuerza de su cuerpo sobre mí, sometiéndome al ritmo de su carnal oscilación. Ardo por el calor de su piel que me envuelve, haciendo que mi excitación aumente. Disfruto del placer infringido por su mordida, que marca mi carne y toma mi sangre. El estertor de mi pecho es agonizante y el gemido de mi garganta se transforma en un timbre delirante. El instinto me exige rodear con fuerza sus caderas y disfrutar de las profundas consecuencias. Tremenda satisfacción estalla en mi vientre y se expresa con mis uñas surcando su espalda. Un libidinoso gesto de mi lengua hace una invitación, el recorrido de mis labios llama su atención. Lame mi piel una y otra vez, besa mi cuello con insistencia y por fin, su dominante beso me atrapa ya. Húmeda e intensa unión que me roba el aire. Aún percibo el metal de mi propia sangre, pero no me importan sus extraños rituales. Sólo quiero disfrutar del frenesí que su toque me provoca. De pronto, el vaivén de su cuerpo se intensifica y nuestras bocas se separan. Todo mi ser comienza a temblar por el sensitivo espasmo dispersándose en mi interior. Gruñidos de placer escapan del demonio, agitados jadeos llegan a mis oídos y sus aceleradas embestidas nublan mis sentidos. La fricción sobre mi monte de Venus se vuelve demencial. El éxtasis comienza a crecer, no tengo ningún control y casi he dejado de respirar. Todo dentro de mí se contrae, para después explotar en sensaciones exacerbadas, que corren frenéticamente por mi espalda. Mis ojos se humedecen, mi mente se pierde, y cuando la bruma de lo sublime me alcanza, comprendo que jamás existirá algo semejante a esta sensorial danza. Antiquísimo ritual que no puedo evitar disfrutar. Vicio carnal que anhelo renovar. Incontrolable sensación que me golpea sin piedad. Divina ofuscación que me hunde en el abismo ya. Glorioso y salvaje orgasmo que me hace jadear y gritar. Celestial agonía, incomparable en verdad.:*=*=*=*=*=*=*:
El ruidoso jadeo la despertó abruptamente. Podía sentir la culminación del clímax recorriendo su cuerpo todavía. Era demasiado vívido como para pensar que era sólo un sueño erótico. Incluso la humedad de su interior escurría como una señal de que su cuerpo lo había percibido con intensidad. —¡No puede ser… fue demasiado real! — declaró, totalmente desconcertada. Tragó saliva con dificultad, mirando de nuevo hacia la ventana. Aún era de noche y necesitaba dormir un poco más, pero no estaba segura de poder conseguirlo.***
Continuará… Gracias por su paciencia y por leer mis locas ideas. Próximamente el final.