ID de la obra: 1273

INSTINTO

Het
NC-17
Finalizada
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
62 páginas, 23.408 palabras, 13 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Prohibido en cualquier forma
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2. Encuentro

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Hola de nuevo: Aquí les traigo el segundo capítulo, como ando de ociosa, puedo adelantar la historia. Esta parte es un poco más larga, ya que explico cómo la protagonista llegó al bosque. Muchas Gracias por leer y por dejar sus comentarios. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo sólo escribí la historia por gusto y diversión.

***

Capítulo 2: Encuentro Los portales tiempo/espacio existen. Pueden estar en cualquier sitio y son intermitentes en sus periodos de apertura y cierre. Pero no todos tienen la suerte, o desgracia, de encontrarse con uno de ellos. El día era brillante y el ambiente estaba fresco, sin lugar a dudas, sería un paseo entretenido en esa zona tan bella. Diana había planeado una excursión junto con sus amigas a un parque turístico. Parte del recorrido incluía el área de unas cuevas donde se esculpían, de manera natural, curiosas figuras en las rocas. Se dice que estas cuevas guardan algunos secretos y en especial una de ellas, que alberga una enigmática leyenda. La cueva de la Luna tiene mala fama, algunos dicen que está cerrada a los pocos metros de haber entrado. Otros aseguran que el túnel se extiende más lejos y que se escuchan voces distantes. Y unos más, que han seguido el camino, jamás han regresado para contar la verdad. Esa era la explicación que se encontraba afuera de la extraña gruta, cuya entrada tenía la forma de una luna menguante. —Son tonterías, es una cueva común y corriente— dijo una de las tres mujeres. —Seguro que es para atraer al turismo— le contestó otra. —Sí, tienen razón, pero no deja de ser enigmática— terció Diana. El trío de amigas observaba la entrada que estaba limitada por una cinta roja con un texto de “prohibido el paso”. —Oye Diana, a que no te atreves a meterte y tomar unas fotos— le dijo una de sus compañeras. —¡Ya se!, hagamos una apuesta con una moneda y quien pierda, entra a la cueva. Sólo unos metros y que se regrese sin hacer nada más— terminó por decir la otra chica. Era un juego tonto, así que terminaron por aceptar las demás, ya que, al no haber más gente en ese momento, se facilitaba la travesura. La moneda giró en el aire, el conteo de puntos fue descendiendo de tres a dos, y después quedó la perdedora: Diana. La mujer tragó saliva mientras pasaba por debajo de la cinta, no había vigilancia, así que sería fácil y sus amigas la esperaban en la entrada. Diana caminó varios metros, mirando de vez en cuando a sus espaldas. De repente, algo llamó su atención, un brillo a escasos pasos de ella. Sin embargo, al acercarse, descubrió un pedazo de cristal roto sin importancia alguna. Se dispuso a dar la vuelta para regresar cuando, de la nada, sintió un ligero viento y, al enfocar su mirada al fondo del túnel, se dio cuenta de que brillaba con luz natural. Entonces, giró la vista para ver por donde había entrado y en ese momento, sintió una convulsión en el estómago. Detrás de ella, sólo había roca sólida, el camino que apenas hace un minuto había recorrido, ya no existía. Diana retrocedió asustada hasta tropezar y caer, tardando algunos segundos en asimilar la situación. Se levantó y caminó hacia el muro, lo golpeó con las manos y después lo pateó, pero sólo consiguió que le dolieran las extremidades. —Debe ser una broma, no puede ser real. Seguramente me desvié del camino y las rocas me confundieron, sólo tengo que seguir la luz para salir— se dijo así misma, tratando de conservar la calma con una explicación lógica. Marchó hacia donde brillaba la luz que delineaba la entrada con forma de luna menguante. Al salir, una fresca brisa le golpeó la cara y el sol la obligó a taparse los ojos debido a su intensidad. Cuando retiró la mano, tuvo la sorpresa de su vida, sólo había bosque frente a ella. No había cinta de prohibición, no estaban sus amigas, ya no estaba en el parque turístico. —¿Dónde están chicas?, no me hagan sus bromitas… no se escondan… no es divertido— poco a poco se fue quedando en silencio al caminar unos metros y darse cuenta de la realidad. —¿Qué es éste lugar?, ¿Cómo llegué aquí, si sólo caminé unos metros? — No dejaba de cuestionarse y estaba a punto de caer en pánico, cuando vio un sendero rumbo al bosque. Comenzó a recorrerlo, alejándose de la cueva y observando a su alrededor. Árboles, plantas, camino, cielo y nubes, todo era extraño y ajeno, definitivamente, ya no estaba en su realidad. La posibilidad de que esa caverna fuera una puerta a otro tiempo y lugar, se hacía más real al paso de los minutos y ella lo sabía muy a su pesar. Las historias de su madre respecto a esos portales le llegaron de golpe a la memoria. Lugares que son “puentes” entre un sitio y otro, o bien, entre un tiempo y otro. Diana recorrió por un buen rato el camino, el sol iluminaba sin problema ya que las copas de los árboles no eran tupidas. Sin embargo, no había nada ni nadie a la redonda y solamente se escuchaban los sonidos habituales de un bosque. Un poco más adelante, la corriente de un riachuelo llamó su atención. La mujer corrió a la orilla y con ambas manos tomó un poco de agua. Estaba sumamente fresca, así que humedeció su cara y cuello. Dudando al principio, decidió beber un poco del líquido, ya que el recorrido la había cansado. No era una persona deportista y el sobresalto de la cueva no ayudaba. Además, no traía cargando nada encima, sus amigas se habían quedado con su mochila. Se incorporó para seguir el camino cuando, de pronto, vio a alguien parado en medio del sendero. Era una niñita con una curiosa vestimenta de colores anaranjados, tenía el pelo alborotado y no dejaba de mirarla con expresión de temor. Diana quiso decirle algo, pero lo dudó por un segundo. Inmediatamente la chiquilla salió corriendo rumbo a unos arbustos. —¡Espera niña, por favor, necesito ayuda! — gritó Diana, siguiéndola lo más rápido que pudo. De repente, al atravesar los matorrales, vio a la pequeña junto a otro ser, que no parecía un niño y mucho menos un humano. Sus enormes ojos amarillos la observaron amenazantes, mientras blandía un extraño bastón hacia ella. —¡No te acerques mujer!, ¡La niña está bajo la protección de Lord Sesshomaru y no irá contigo a ningún lado! — gritó la criatura de ojos amarillos y cara verde, mientras la pequeña permanecía detrás de él, con un gesto de miedo. Diana gritó sobresaltada y salió corriendo en sentido contrario. No entendía por qué la niña se había asustado, pero eso ya no importaba, sólo quería alejarse de ese extraño ser humanoide con cara de rana. Corrió varios metros hacia el sendero inicial y, de la nada, algo enorme le cerró el paso. El animal parecía una especie de reptil, cuadrúpedo, bicéfalo y con una silla de montar en su lomo. —¡Un dragón, es un dragón! — volvió a gritar asustada, mientras la bestia le gruñía, sin hacer nada más que impedirle la huida. La joven tragó saliva y comenzó a retroceder lentamente, tratando de asimilar la visión que tenía enfrente, una sorprendente criatura mitológica. En ese momento, sintió una presencia detrás de ella, así que giró para darse cuenta que otro ser le cerraba el paso. Era un hombre de cabello largo y plateado. Sus ojos ámbar la miraban serenamente sin inmutarse. Fue una sorpresa a la vista de la mujer, ya que era muy atractivo, de rasgos finos, con atuendo completamente extraño y apariencia sobrenatural. Ella bajó la mirada por un segundo, las empuñaduras de las armas que portaba en la cintura, llamaron su atención y aumentaron su miedo. Las palabras se le fueron de la boca cuando él le habló. —¿Quién eres y por qué te acercaste a la niña? — dijo el extraño hombre con voz grave y masculina. Diana intentó hablar, pero al mirar de nuevo hacia abajo, se percató de que sus manos tenían largas uñas o, mejor dicho, zarpas. Una reacción instintiva de huida le ordenó tratar de evadirlo y correr. Sin embargo, el movimiento fue rápido y fuerte, sintiéndose atenazada por el cuello en un parpadeo. No tuvo tiempo de nada, la garra de ese sujeto le cortaba la respiración. —Te hice una pregunta, humana, responde si no quieres que te rompa el cuello— amenazó, aflojando ligeramente los dedos para permitirle hablar. —Yo… Yo no quería asustarla… estoy perdida y… — Diana trató de hablar, con los nervios de punta y la adrenalina recorriéndola. Pero antes de poder pronunciar otra palabra, observó cómo su captor hacía un gesto extraño, su nariz parecía moverse ligeramente. De la nada, su expresión cambió, sus ojos ambarinos comenzaron a abrirse más y más, como sorprendido por algo. De pronto, él la liberó y dio un paso hacia atrás, llevándose la otra mano a la nariz. Diana trastabilló sin caer, así que intentó alejarse. Pero antes de que diera el primer paso, él la atrapó de nuevo por el cabello y la empujó contra un árbol cercano. La obligó a mirarlo al rostro, sujetándola por la barbilla, mientras seguía tapándose la nariz. —¡¿Quién demonios eres?, ¿Por qué despides ese olor?! — cuestionó el hombre de pelo blanco. La faz de su rostro se descompuso totalmente, la esclerótica de sus ojos cambió a color rojo y sus iris dejaron de ser ambarinos. En su boca, unos colmillos se revelaron de forma amenazante. Entonces la sujetó con ambas manos de los hombros y la empujó con más fuerza contra el árbol. Ella gritó y sus ojos se humedecieron. —¡Contesta humana! — alzó la voz. —¡Suéltame por favor, me estás lastimando! — exclamó Diana al sentir las garras cortando su piel. Se agitó con fuerza tratando de soltarse y, en un extraño e inconsciente reflejo defensivo, lanzó una dentellada a la mano izquierda del hombre. El morder es una reacción instintiva de supervivencia. Sesshomaru la liberó, más por sorpresa que por daño, ya que el olor de su propia sangre lo distrajo totalmente. Hacía mucho tiempo que nadie lo hería. Observó por unos segundos la lesión en su mano, era pequeña pero sangrante. Escuchó a la mujer alejándose entre los árboles, mientras su piel se regeneraba rápidamente hasta quedar curada. Trató de calmarse y olfateó el aire, al mismo tiempo que sus ojos volvían a la normalidad. No podía creer que había estado a punto de perder el control. Percibió el rastro general de ella y la esencia que lo alteró, aunque débil, seguía presente. No entendía por qué en un instante se perturbó de esa manera. Siendo una criatura sobrenatural, era evidente que todos sus sentidos estaban súper desarrollados y en especial, el olfato. Le costaba creer que la esencia de esa mujer hubiera provocado tal ansiedad en él, en tan pocos segundos. No era normal que una hembra humana despidiera aquella señal olfativa. —Debo saber quién es esa extraña mujer, ¡Nadie se atreve a lastimar al gran Sesshomaru y vive para contarlo! — se dijo a sí mismo, mientras comenzaba a perseguir a la joven.

***

Continuará…
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