ID de la obra: 1275

Noche de Bodas

Het
NC-17
Finalizada
0
Fandom:
Tamaño:
23 páginas, 9.866 palabras, 13 capítulos
Descripción:
Notas:
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3. Noche de Bodas

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Buenas noches: Tengo sueño y mañana debo ir a trabajar, pero aquí les dejo el capítulo 3. Me llevó todo el día terminarlo, espero les guste y me regalen un comentario. De paso, debo aclarar que, InuYasha ya tenía experiencia sexual, aunque no lo detallo aquí y tampoco es importante. Sólo es por practicidad para el avance del fanfic. Saludos. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo sólo escribí la historia por puro gusto y diversión.

***

Capítulo 3: Noche de Bodas InuYasha entró a la choza con su esposa en brazos, la llevó hasta el futón y la depositó con suavidad. Ella soltó un suspiro, por fin podría liberarse de tanto peso que ya la tenía agobiada. Con lentitud fue retirando las capas del kimono hasta quedar solo en “ropa interior”, que consistía en una delgada yukata de color blanco. Mientras tanto, el muchacho también se deshacía del atuendo y el calzado, lo hizo mucho más rápido y fácil que ella, quedando también en yukata. Caminó al otro lado de la habitación, tomó una pequeña olla que contenía té verde y la acercó al fuego de la hoguera. Buscó dos tazas y regresó al lado de ella. —¿Quieres un poco de té? — preguntó. —Sí, por favor— aceptó la joven, tomando la tacita que le ofrecía. El líquido se calentó rápido y posteriormente fue servido en ambos recipientes. —Gracias InuYasha, veo que has pensado en todo— dijo ella, mirándolo a los ojos. —Kagome… yo sólo quiero que sepas que eres lo más valioso para mí y que siempre te voy a amar. — —Sí, lo sé… yo también te amo y eso no cambiará jamás. Ahora, brindemos por nuestra felicidad— alzó la pequeña taza hacia él. El joven sonrió e imitó el gesto para después beber. —¿Te sirvo un poco más? — preguntó. Kagome negó con la cabeza, al tiempo que dejaba la taza a un lado. Entonces, con gesto pausado, tomó su mano y le retiró el otro contenedor. Lentamente se acercó a él, buscando su abrazo. InuYasha sonrió, estrechándola cariñosamente. —InuYasha… estoy nerviosa— dijo en un susurro. —Kagome, tú tienes la última palabra, es tu decisión y yo la voy a respetar— contestó con suavidad, acariciando la mejilla femenina con el dorso de su mano. Ella no dijo nada más, le bastaba con ese gesto, esa frase y el amor que transmitían aquellos hermosos ojos oscuros, tan expresivos y sinceros como cuando eran dorados. Sus manos comenzaron a subir y acariciaron el rostro del muchacho, al tiempo que se acercaba más a él. No hubo necesidad de palabras, sus cuerpos se encargarían de expresar lo que sentían el uno por el otro. Al principio, el beso fue tímido y después se hizo más audaz, los labios de Kagome fueron los primeros en “hablar”. InuYasha le correspondió al instante, abrazándola con más ansiedad. Las manos femeninas rodearon su cuello conforme el beso aumentaba de intensidad, mientras sus dedos se perdían en la oscura cabellera. Una intensa emoción recorrió sus cuerpos como el preámbulo de lo que sucedería. Al principio, dudando un poco, las manos de InuYasha estrecharon la cintura de Kagome, para después comenzar a palpar la grácil figura por encima de la suave tela. Despacio y con calma, sus dedos delinearon el contorno de sus suaves curvas, bajando hacia sus caderas, deteniéndose y subiendo nuevamente por los costados. La joven tuvo una ligera sensación de cosquillas ante el tacto, pero las ignoró hasta que el beso terminó. Su respiración comenzó a agitarse y un ligero rubor tiñó sus mejillas. —Deja que yo me encargue, no tengas miedo— dijo él, mirándola con gesto pícaro. —No tengo miedo, quiero aprender y deseo que me des libertad— contestó ella. —Eres libre de hacer lo que desees, no te cohíbas, yo te guiaré— aceptó InuYasha, tomándola del mentón y acercando de nuevo sus labios. Colocó otro sutil beso en la boca femenina y después se desvió a su mejilla. Empezó a dejar un camino de mimos sobre su tibia piel, bajando por su barbilla, descendiendo a lo largo de su cuello. Kagome sintió de nuevo cosquillas y sonrió, dejándose llevar mientras sus manos seguían entretenidas con la oscura melena. De pronto, notó la mano de él subiendo por su brazo derecho para luego tomar la tela que cubría su hombro. Casi con precaución, lo dejó expuesto para que sus labios se acercaran a explorar esa zona. El fino toque comenzó a generar sensaciones en ella, las cuales recorrían su columna vertebral, provocando un ligero escalofrío que la hizo suspirar. InuYasha concentró su atención en besar la suave y blanca piel. Su caricia era pausada, casi pidiendo permiso a cada centímetro que cubría, disfrutando del dulce olor que desprendía. A pesar de tener el olfato de un humano, podía percibir su fragancia, e inconscientemente su instinto lo guiaba para complacerla. La mujer se aproximó y sus delicados pechos empujaron contra el torso masculino. Por debajo de la tela, sus corazones se saludaron. Llevó sus manos a los hombros y comenzó a retirar la tela para dejar al descubierto su piel. A pesar de tener la apariencia de un veinteañero, InuYasha poseía un físico definido. No estaba tan marcado, pero cada músculo se delineaba suavemente, lo que despertó su curiosidad femenina. Por otro lado, el muchacho continuaba con la estimulación de sus labios y ahora sus manos se unían al recorrido, separando los pliegues de la yukata. No era la primera vez que veía desnuda a su esposa, sin embargo, éste momento era completamente distinto a las otras ocasiones. InuYasha era reservado y respetuoso, así lo educó su madre. Por lo tanto, siempre terminaba apenado cuando Kagome quedaba sin ropa ante sus ojos, ya fuera por accidente inesperado, o por las consecuencias de enfrentar a un enemigo. Él hubiera querido disculparse cada vez que esto sucedía, pero en aquel tiempo, el orgullo con el que ambos peleaban, estaba por encima de todo. Ahora era distinto, Kagome ya no era una adolescente caprichosa y con arranques de ira por cosas que ya no tenía sentido recordar. En éste momento, era una mujer hecha y derecha que se entregaría sin reservas. Y él, ya no era el mismo medio demonio irritable e inmaduro que la conoció. Ahora veía el mundo de diferente forma, con un pensamiento más maduro. Sus manos tomaron con firmeza la tela y de un sólo movimiento, la deslizó hacia atrás. La sintió temblar cuando su torso quedó desnudo ante sus ojos. Ella gimió suavemente y se quedó quieta, con la mirada semi agachada y el rubor de sus mejillas delatándola. No obstante, sus manos se mantuvieron sobre los hombros de InuYasha, sin tratar de cubrirse. No había motivo para tal acción y él se lo confirmó cuando su mano la tomó por la barbilla, haciendo que levantara la vista. Le sonrió, al tiempo que la contemplaba con intensidad. —Eres hermosa Kagome— dijo con sensual tono. Ella hizo una mueca inocente y su rostro siguió coloreándose. No le dio tiempo para que dijera algo, sus manos le rodearon nuevamente, al mismo tiempo que su boca besaba y lamía su hombro, deslizándose con lentitud hacia el otro extremo. Ella gimió con suavidad, mientras sus manos aferraban su nuca. El calor de ambas pieles comenzó a interactuar, estimulando las terminaciones nerviosas de ambos. InuYasha la sujetó con más fuerza, haciendo que se sentara sobre sus piernas. Ella obedeció y se acomodó sobre su regazo. En ese momento, el recorrido de los labios masculinos se dirigió hacia los cálidos pechos, los cuales ya reaccionaban ante la estimulación. Las fuertes manos iniciaron un masaje en el canal de la espalda, para después desviarse a los costados de Kagome, que por momentos dejaba escapar risitas, debido a las cosquillas que le provocaba. La joven no quería quedarse atrás, si bien su marido llevaría la batuta, ella deseaba experimentar con sus propias manos. Solamente se dejó llevar por su intuición, su cuerpo haría lo demás. Empezó a recorrer los hombros y la espalda de InuYasha, su piel era suave, no tenía cicatrices visibles a pesar de todas las batallas que había librado. Su mente se concentró en sentir las caricias, en memorizarlas para retribuírselas posteriormente. Comenzó a gemir involuntariamente. La cálida lengua de su marido había empezado a recorrer y a marcar sus pezones, haciendo que se endurecieran poco a poco. Era una sensación placentera que ya había conocido cuando ella misma exploraba su cuerpo. Sabía que tenía mucha sensibilidad en esa zona y la mueca de su rostro evidenciaba el deleite que le provocaba tan deliciosa motivación. La sensación se hizo más vívida y su cuerpo empezó a temblar, ansiando que ese momento se extendiera y se hiciera más intenso. De pronto, liberó otro gemido, las manos de InuYasha intensificaron su tacto, recorriendo su cintura y bajando a sus caderas sin detenerse. El recorrido se transformó en un grácil apretón de sus glúteos y posteriormente de sus muslos. El muchacho dejó de contenerse, acelerando su recorrido, quería examinar toda la extensión de la piel femenina, desde sus labios, hasta el final de sus piernas. Así que, en un rápido e inesperado movimiento, empujó su peso contra ella para hacerla caer de espaldas sobre el futón. Fue suave y delicado al sujetarla por detrás de la nuca, retirando luego su mano. Quedó sobre ella, sosteniéndose con ambos brazos y flexionando las rodillas. Kagome tenía un gesto de sorpresa, apenas había empezado a acariciarlo cuando, de pronto, ya se encontraba recostada y siendo observada por su ávida mirada. En ese momento, él tomó la yukata que sobresalía por debajo de ella y la jaló para depositarla a un lado. La joven quedo únicamente vestida con una prenda íntima de color rosa. Quiso decir algo, pero InuYasha se lo impidió, besándola con más ímpetu que antes. Su cabello oscuro cayó al lado de ambos rostros, mientras la joven respondía al beso. Sus manos rodearon su cuello, atrayéndolo y permitiendo que comenzara a recorrerla nuevamente. Esta vez las sensaciones se multiplicaron y su respiración se aceleró. Se separaron y la boca masculina descendió para lamer en medio de sus senos, siguiendo un camino invisible hacia su estómago, para luego entretenerse alrededor de su ombligo. Ella respingó ante el mimo y estuvo a punto de dejarse llevar por la risa, era inevitable que reaccionara así, debido a la sensibilidad de su piel. Las manos de InuYasha siguieron tocando, provocando nuevas reacciones. Sus pieles friccionaron en un placentero recorrido, mientras llegaba a su vientre, explorando con sus labios la hermosa anatomía. De pronto, la mano de Kagome lo detuvo, impidiéndole rebasar la frontera de la tela que ocultaba su intimidad. —Espera InuYasha… aún no estoy lista para ese tipo de caricia— dijo entre jadeos y nervios. El muchacho la miró y le sonrío al tiempo que asentía con la cabeza. Él respetaría su decisión y esperaría pacientemente el momento adecuado para poder enseñarle un poco más. Era lógico que se portara reticente en algunas cuestiones sexuales. InuYasha sabía que Kagome había guardado su pureza para él y, a pesar de venir de una época donde las cosas eran diferentes, ella tenía sus propios límites por inseguridad o por convicción. La sacerdotisa jadeó por lo bajo cuando él continuó acariciando sus muslos y depositando pequeños besos. Notó como su cuerpo ya se preparaba para la siguiente etapa de su unión. Entonces, perdida en el goce, recordó fugazmente la alegre plática premarital que su amiga Sango le dio hace apenas dos días.

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—Pero Sango, no sé cómo le voy a hacer, me da miedo— se quejó Kagome. —Tranquilizarte, es lo primero que debes hacer. No tienes porqué dejarte dominar por el miedo, InuYasha te ama y estoy segura de que se portará como un caballero. Además, Miroku ya le está dando una pequeña plática, por si las dudas— explicó Sango con una sonrisa. —Gracias, no sé qué haría sin ti— dijo la sacerdotisa. —Es increíble que me pase esto, a pesar de venir del futuro, no puedo evitar sentir un poco de incomodidad con estos temas. — —Kagome, lo más importante que debes tener siempre en cuenta, es que tú te sientas segura de lo que quieres hacer. Debes ser capaz de expresar lo que sientes, de decir si te gusta o no, y más que nada, tienes que disfrutarlo sin culpas, ni remordimientos de ningún tipo— declaró la exterminadora. —Tienes razón, es sólo que jamás he tenido una experiencia previa, ni siquiera un novio. InuYasha es el primero en todo para mí— comentó Kagome. —Bien, seré sincera contigo porque eres como una hermana para mí. La primera vez, no siempre es lo que esperamos, puede haber una gran diferencia entre lo que imaginamos y lo que realmente pasa— reveló Sango con calma. —No esperes que tu noche de bodas sea la experiencia más intensa que jamás imaginaste. Probablemente lo disfrutes, pero eso dependerá tanto de ti, como de él. Además, sólo puedes mejorar si practicas— finalizó. —Sí, me queda muy en claro tu punto de vista— dijo sonriendo. —Y, dime Sango, ¿Cómo fue tu primera vez con el monje Miroku? — preguntó pícaramente. La joven madre se ruborizó antes de contestar. —¡Kagome, que pregunta!, primero tienes que vivirlo antes de que podamos entablar esa conversación. — Ambas empezaron a reírse como las cómplices que eran.

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Primero tienes que vivirlo. Esas fueron las últimas palabras de su recuerdo. Era cierto, en los menesteres del sexo, no había manera de aprender sólo con la teoría, se necesitaba la práctica. Así que debía prestar atención a su primera lección. Volvió a gemir con más fuerza debido a que su respiración ya se encontraba alterada. No se había dado cuenta de que InuYasha había subido de nuevo a sus senos y ahora su boca libaba con anhelo sus endurecidos pezones. Permanecía en el sopor del placer con los ojos cerrados, pero quería más, deseaba tocar la piel de su esposo, necesitaba besarlo y recorrerlo de la misma forma en que él lo hacía. Se armó de valor e hizo a un lado su timidez. Abrió los ojos y le acarició la mejilla, llamando de inmediato su atención. Kagome se incorporó lentamente, empujando con suavidad el pecho de su marido, indicándole que se recostara. InuYasha la contempló un par de segundos y después accedió, sintiéndose complacido de ver que su esposa no se quedaría quieta esperando a que él hiciese todo. Atento, la miró levantarse y acercase a su rostro, al mismo tiempo que sus manos se posaban sobre su pecho desnudo. —Déjame tocar— pidió cariñosamente. —Lo que desee mi linda esposa— habló con picardía, colocando sus brazos detrás de la nunca, exhibiéndose en vanidosa postura. La sacerdotisa sonrió, comenzando a recorrer el pecho masculino con sus manos, notando el ritmo de su agitada respiración. Sus labios se posaron en la mejilla de él y después bajaron hacia su oreja, lo sintió temblar en el instante en que ella recorría esa zona con su boca. Dicha reacción la motivó a continuar por su cuello. InuYasha movió las manos para tomarla por la cintura, indicándole con ese ademán que se sentara sobre él. La mujer volvió a sonrojarse, pero lo hizo sin dudar, pasando su pierna por encima del torso masculino, para luego quedar sentada sobre su vientre. Entonces percibió el despertar de su hombría, que aún seguía cubierta por una parte de la yukata. Tragó saliva con dificultad, sin embargo, las nuevas caricias de su esposo comenzaron a relajarla, invitándola a continuar. Una vez más, sus rostros se acercaron y sus ojos expresaron un creciente deseo. Sus labios se unieron y la fricción de sus pieles se hizo más intensa. Ambos estaban ya en un punto bastante álgido de excitación, Kagome podía sentir el fluir de la lubricación en su interior y un ligero palpitar en la entrada de su intimidad. InuYasha percibió una punzada en su miembro, lo que le hizo recordar que ya había pasado bastante tiempo desde la última vez que estuvo con alguna mujer. Hasta ese momento, no recordaba lo estresante que podía ser el soportar una erección y no poder continuar para satisfacer el anhelo. Sin embargo, haría todo lo posible por controlarse y esperar a que Kagome estuviese lista, ya que deseaba que ella se lo pidiera. La sacerdotisa temblaba, pero no de miedo. Su excitación por fin había tomado el control de sus emociones y ya se sentía lista para continuar. El estremecimiento de su cuerpo le susurró que debía dar el siguiente paso y entregarse al placer. —InuYasha… yo… deseo… — intentó hablar, pero las palabras no emergían. Así que le dirigió una mirada anhelante, lo que fue suficiente para que él comprendiera. La abrazó por la cintura y la hizo girar lentamente hasta quedar recostada y él encima de ella. Con delicadeza, su mano tomó la pantaleta femenina y comenzó a retirarla, ella sintió como parte de su humedad quedaba impregnada en la tela. En ese momento, echó un vistazo a la parte media del cuerpo masculino, ahora totalmente desnudo después de que la yukata se deslizara por completo. Se sorprendió al verlo en tan llamativo estado, es decir, ella también ya había visto desnudo a InuYasha hace mucho tiempo, pero ahora la situación era completamente diferente. Sabía cómo era la anatomía masculina, incluso tuvo sus momentos de curiosidad mirando documentales e informándose con enciclopedias, pero nada se comparaba al verlo en la vida real. Respiró profundo y desvió la mirada, no permitiría que el miedo echara a perder ese momento tan especial. Solamente se dejó llevar por la seguridad que InuYasha le brindaba con cada mirada. Lo escuchó hacer la petición final. —¿Puedo continuar, Kagome? — —Sí, estoy lista… deseo que lo hagas— respondió con seguridad. Ya no fueron necesarias más palabras, él se colocó despacio entre sus piernas, separándolas y acercando su virilidad a la inmaculada cavidad. Ambas partes corporales iniciaron la unión sexual en un armonioso acoplamiento de cóncavo y convexo. Las caderas de InuYasha empujaron con firmeza, él sabía que no debía retrasar ese movimiento, porque de lo contrario, haría sufrir a Kagome. Miroku se había tomado la molestia de contestar todas sus dudas respecto a ese tema tan particular. Porque, aunque el medio demonio tenía experiencia, jamás había tocado a una mujer que fuera virgen. Debía tener ciertas consideraciones previas, pero lo más importante era que, no debía demorar demasiado para que el posible dolor que llegara a sentir, se disipara rápidamente. La lubricación hizo su trabajo, InuYasha se había esmerado bastante preparando a su esposa para que lograra alcanzar un punto alto de excitación, que facilitaría las cosas al momento de la desfloración. Su masculinidad entró por completo en la mujer, arrancándole un intenso gemido. El muchacho cerró los ojos ante la estrujante sensación que aprisionó su miembro. Se quedó quieto, tratando de controlar su respiración. Kagome jadeó con más fuerza al sentirse invadida, el dolor se hizo presente, pero casi de inmediato se mezcló con las contracciones de su interior. Tardó algunos segundos, pero la estresante estimulación comenzó a cambiar poco a poco. Él permaneció quieto y ella apretó los párpados, al tiempo que su agitada respiración disminuía la tensión. No pudo evitar dañar la piel de InuYasha, sus uñas le marcaron los hombros en el instante en que su pureza fue tomada. Pero en éste momento, eso no importaba y lo olvidó de inmediato cuando su cavidad empezó a dilatarse. La humedad se incrementó y sus pliegues internos palpitaron ligeramente. El instinto afloró en ambos y el ritual de la carne prosiguió. Las caderas masculinas iniciaron el vaivén, saliendo y entrando con un ritmo lento. Por cada movimiento, ella comenzó a gemir, aferrándose a su cuello. Él hizo todo lo posible por sostenerse, flexionando sus brazos y codos. Su torso volvió a rozar los pechos femeninos, que permanecían endurecidos y desafiantes. La oscura cabellera se derramó a los costados de la joven, mezclándose con su propia mata, reafirmando la unión de sus dueños. Los jadeos aumentaron, provocando una excitante melodía como resultado del acto carnal. El sudor de ambos cuerpos se hizo presente, perlando sus pieles y haciéndolas brillar. El placer se manifestó en ambos, extendiéndose por sus pieles, recorriendo su espina dorsal y culminando en su mente con un estallido de febril agonía. InuYasha sintió que su culminación llegaría de un momento a otro, pero no deseaba que Kagome se quedara atrás. Así que, haciendo un mayor esfuerzo, se concentró en estimular cierta parte del pubis femenino. Se obligó a presionar con más fuerza, en un intento de rozar con vigor el botón que toda mujer posee y cuya única función, es la de dar placer. Él lo aprendió hace mucho tiempo y deseaba que su esposa conociera el clímax en su primera vez. Sabía que era bastante arriesgado el intentar tal hazaña, no todas las mujeres lo conseguían a la primera. Pero, si algo tenía InuYasha, es que era muy terco, eso no había cambiado ni un poco. Kagome estaba perdida en el goce del acto, su boca solamente gemía una y otra vez, sus brazos no soltaban a su marido y su cuerpo obedecía el ritmo impuesto por él. Sus piernas habían permanecido abiertas desde el inicio, pero la fuerza de las embestidas había logrado cansarlas. Así que rodeó la cintura de su pareja, lo que provocó un nuevo estímulo placentero en el centro de su vientre. La oscilación del miembro masculino ahora le resultaba enloquecedora, y su propia humedad incentivaba el deseo de querer sentirlo aún más adentro de su ser. Ya había olvidado por completo la incomodidad inicial y su mente parecía divagar. Nunca había imaginado que el acto sexual provocaría tal deleite. Entonces lo sintió, el embate de su compañero se intensificó, la estimulación sobre su vientre la obligó a inhalar con más fuerza para que su boca clamara con mayor lubricidad. El medio demonio se sintió complacido al ver la mueca de su mujer, ésta lo había liberado, permitiendo que se levantara un poco. Sus brazos tomaron un mejor apoyo, logrando mayor control de la parte inferior de su cuerpo. La penetración se volvió más intensa, consiguiendo una excelente fricción contra su vientre. Ella permanecía extendida sobre el futón con los ojos cerrados, sonriendo con lujuria y arañando la sábana con sus uñas. Era una imagen incomparable que InuYasha grabó para siempre en su mente. Cerró los ojos y se concentró en el final que se avecinaba. El movimiento continuaba y parecía que nunca terminaría. De pronto, un potente espasmo comenzó a crecer incontrolable en el interior de Kagome. Abrió los ojos de golpe y el tiempo se detuvo. Su respiración se pausó y aunque quiso gritar y gemir, no pudo hacerlo. Algo vibró dentro de ella, expandiéndose contra sus paredes internas, perturbando las terminaciones nerviosas de su espina dorsal. Un segundo congelado en la nada y, de repente, como si se tratara de un río desbordándose, el tiempo volvió a fluir con toda la fuerza del orgasmo que estalló frenéticamente en el centro de su ser. La sacerdotisa gimió con intensidad, liberando por fin la opresión de sus pulmones y, aun así, la respiración no le alcanzó para asimilar la tremenda sensación que la invadió. Su espalda se arqueó y la presión de sus paredes internas se intensificó, obligando a InuYasha a regresar a la realidad. Él abrió los ojos de golpe, observando el regodeo de su compañera. Sonrió contento por un instante y después, la potencia de su propio clímax lo arrastró a su lúbrico final. Con la última embestida liberó su semilla, al mismo tiempo que su mente se perdía en la bruma de una grata satisfacción. Los resollares de ambos continuaron intercalándose, hasta que la relajación de sus cuerpos se hizo presente, dando paso al descanso de la pareja, quienes se separaron con lentitud. Y, como última expresión de cariño, InuYasha cobijó a Kagome entre sus brazos. El sueño los invadió y la noche continuó su marcha.

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Continuará… Vaya, creo que esta vez el lemon me quedó más ligero. Díganme su opinión.
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