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Extra 4: Retribución Anochecía cuando Miroku, Sango y Shippo se despidieron de sus amigos. Habían pasado la tarde conviviendo y cenando para celebrar que Kagome había superado las pruebas de entrenamiento. Toda la semana pasada estuvo en el antiguo templo del Sur con la anciana Kaede. Ambas fueron a ese lugar para que la joven sacerdotisa fuera adiestrada por unos monjes especializados, que la ayudaron a perfeccionar sus habilidades espirituales. InuYasha no pudo acompañarla debido a las reglas restrictivas del templo, así que esos días se las arregló para cocinar solo. Aunque por lo regular su comida terminaba teniendo un extraño sabor y no le quedaba más que ir de visita con Sango y Miroku. Incluso el pequeño Shippo sabía guisar mejor y no perdía la oportunidad para burlarse del mestizo. Por eso, cuando Kagome regresó, se sintió mucho más tranquilo y porque realmente la había extrañado bastante. … Kagome entró a la habitación vestida con una yukata rosa y el pelo envuelto en una pequeña manta, un baño antes de dormir siempre relajaba el cuerpo. InuYasha ya la esperaba pacientemente sentado en el futón, lidiando todavía con las puntas húmedas de su largo cabello plateado que, a pesar de todo, cepillaba de vez en cuando. —InuYasha, ya te dije que utilices el cepillo de dientes abiertos para desenredártelo— dijo la joven. —Ya lo hice, pero aun así tengo nudos… ¡Bah, así me quedo! — gruñó molesto, arrojando el cepillo a sus espaldas. Kagome se sentó a su lado, tomó de nuevo el artilugio y comenzó a desenredar lentamente. —Déjame ayudarte. — —Gracias… y dime, ¿No tuviste problemas con esos monjes? — preguntó él. —No, la verdad fue fácil. Es decir, con el tiempo que llevo aquí y la ayuda de la anciana Kaede, sería ilógico que aún no pudiera controlar mis poderes. — —Me hubiera gustado ir contigo, pero esas tontas reglas no lo permiten y además… — empezó a quejarse, hasta que de repente, el dedo de Kagome sobre sus labios, lo silenció. —Ya estoy aquí InuYasha, ¿Me extrañaste? — ella sonrió coquetamente, acercándose de forma insinuante. —Yo… yo… ¡Por supuesto que sí! — contestó sonrojado el mestizo. A pesar del tiempo que llevaban juntos, él todavía reaccionaba como un adolescente cuando su esposa se comportaba más cariñosa de lo normal. —Me alegra escuchar eso, yo también estuve pensando en ti— confesó ella, acercando sus labios a los de él, rozándolos ligeramente. El medio demonio se desconcertó por un segundo y terminó cayendo de espaldas cuando ella se recargó en su pecho. Con movimientos lentos, la mujer fue subiendo hasta quedar sentada sobre su vientre y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro. —Kagome, ¿Qué te sucede? — inquirió nervioso. —Nada, ¿Por qué debería pasarme algo?, ¿Acaso no puedo expresar libremente lo que siento por mi marido? — declaró sin dejar de sonreír. El mestizo tragó saliva. Por lo regular, Kagome era muy tranquila y sonriente con todo el mundo. Pero a veces, cuando estaban a solas y en ciertos momentos, ella tenía comportamientos más atrevidos. Eso le sorprendió un poco al principio, pero después terminó encantado, ya que ambos podían dejarse llevar por la pasión más fácilmente. —No es eso Kagome, es sólo que no dejas de sorprenderme. — La mujer se reclinó por completo sobre su torso, haciendo que sus pechos rozaran sugerentemente a pesar de estar cubiertos por la tela. Entonces comenzó a juguetear con el cabello plateado entre sus dedos. —¿Quieres que te dé una sorpresa? — InuYasha volvió a pasar saliva despacio al notar el travieso brillo en las pupilas femeninas. —¡Cla-Claro que s-sí! — tartamudeó. El medio demonio estuvo esperando paciente el regreso de Kagome. Él sabía que su entrenamiento no fue muy difícil, pero creyó que ella estaría indispuesta por cansancio u otra cosa. Para su asombro, su linda esposa parecía haberlo extrañado de la misma forma. —¿Recuerdas que la última vez tú me… complaciste con lo que te pedí? — preguntó la joven. —Sí… sí me acuerdo— confirmó InuYasha, remembrando la experiencia oral que le brindó hace un par de semanas. Ella le sonrío con picardía y después volvió a unir sus labios en un anhelante beso. —Ahora te toca a ti… — susurró. InuYasha se estremeció con aquellas palabras. Esto era algo completamente inesperado y nuevo para él. Nunca había tenido la oportunidad de recibir semejante retribución. Las experiencias que tuvo a lo largo de su vida sólo se limitaban al acto normal y con el agregado de que le gustaba recorrer algo más con su lengua, obteniendo mucha gratitud femenina. Pero jamás recibió la misma recompensa. Por conocimiento propio y autoexploración, sabía que la estimulación de aquella parte de su cuerpo era sumamente placentera. Y la única vez que Kagome estuvo a punto de intentar una caricia de ese tipo, el pequeño e inoportuno Kitsune hizo su aparición, arruinando el momento. Ahora la situación era completamente diferente y eso le encantó de sobremanera, provocando que su cuerpo reaccionara casi de inmediato. La mujer hizo un gesto de sorpresa al sentir algo presionando contra su vientre. —¡Kagome, yo… yo…! — —Me alegra provocar esa reacción en ti— la joven amplió su sonrisa. —Cierra los ojos… — Un placentero escalofrío recorrió al muchacho cuando obedeció y notó las manos de su compañera posarse sobre sus hombros para abrir la vestimenta. La caricia sobre su piel fue suave y pausada, ella se incorporó ligeramente, al tiempo que colocaba algunos besos sobre su pecho, provocando que su respiración se alterara. Momentos después, la joven se levantó para arrodillarse a su lado, sin dejar de acariciarlo. Una de sus manos se desvió hacia abajo y aflojó el nudo de la yukata. La tela todavía cubría el vientre masculino cuando una sacudida recorrió su columna vertebral, el cálido tacto se posó sobre el bulto que ya formaba su despierta virilidad. —Vaya InuYasha, quién lo diría— se expresó libidinosa, sin dejar de frotar. Un jadeo escapó del semi demonio, quien mantenía los ojos cerrados y sentía como sus mejillas ardían. No sólo era por la sensación que ella le provocaba, sino que también se trataba de una experiencia tremendamente sorpresiva y nueva para él. Se estiró a lo largo del futón, disfrutando del masaje, mientras sus manos se aferraban a la sábana. No quería moverse o hacer algo que pudiera interrumpir la actividad de Kagome, así que esperaría paciente hasta que ella le permitiese tocar. Por otro lado, la sacerdotisa estaba concentrada en lo que hacía. Por fin se decidió a recompensar a su esposo como se merecía. Es decir, ella deliró hasta el cansancio cuando le hizo sexo oral, así que, lo más justo, era regresarle el favor. Con lentitud, retiró por completo la yukata, dejándolo desnudo y posteriormente, sus manos se enfocaron en estimular la zona inguinal. —Veamos, debo recordar mis investigaciones… más bien, mi curiosidad morbosa— pensó emocionada y divertida. —Tengo que hacerlo con cuidado, primero con mis manos y después… ¡Cielos, esos libros no tienen suficientes imágenes demostrativas, debo improvisar! — El calor de sus palmas envolvió el miembro masculino, que por momentos parecía más activo de lo normal, seguramente por las atenciones femeninas. Con suavidad, comenzó a recorrerlo, estimulando la carne y los pliegues. El recorrido inició en el grosor final y descendió hacia el vientre. Un gemido más fuerte delató el goce del mestizo. Ella alzó el rostro y pudo notar su mueca de placer. A pesar de no ver su mirada, sabía que las sensaciones lo estaban perturbando. —Muy bien, así se hace Kagome— se dijo a sí misma y sonrió complacida cuando notó la transparente humedad seminal. El ir y venir se volvió más intenso, pero no debía mantenerse así, podría lastimarlo si no había lubricación de por medio. Así que inhaló y exhaló despacio, olvidándose del pudor y nerviosismo inicial. Su boca se acercó y la punta de su lengua se asomó con precaución. InuYasha sintió una punzada en el centro de su vientre cuando la tibia humedad palpó el inicio de su miembro. Un sonido gutural escapó de su garganta y su respiración se aceleró. Aquel delicioso calambre le provocó un intenso goce, haciendo que todos los músculos de su sexo se contrajeran. Otro gemido se escuchó, incitado por la lúbrica lengua rozando su carne. Las piernas le temblaron y sus garras cortaron la sábana sin querer. La mujer había llegado a la etapa más intensa de la caricia oral, recorriendo con sutileza e impregnando con humedad la palpitante virilidad. Sus manos se concentraron en la base y el área seminal, arrancando delirantes reacciones del semi demonio. Ella cerró un momento los ojos, asimilando la información de sabor y olor que esta nueva experiencia le brindaba. También era algo nuevo para Kagome y, sin darse cuenta, se dejó llevar por el instinto para continuar con la estimulación carnal. El lujurioso recorrido prosiguió por algunos minutos, provocando que la percepción de InuYasha se nublara y que ni siquiera una palabra pudiese pronunciar. Abrió los ojos en medio del delirio y pudo apreciar la erótica escena: Kagome seguía degustando su piel, al mismo tiempo que se acariciaba sobre la yukata. Alcanzó a olfatear su deseo en el aire y eso lo excitó aún más. De pronto, una nueva sensación lo obligó a jadear con fuerza. Los labios femeninos abrazaron por completo su hombría, estimulando una punzada de placer. La cálida presión le provocó intensas descargas que se arremolinaron en su vientre y casi lo hicieron perder la cordura. La sacerdotisa abrió los ojos, sintiendo el ardor de sus mejillas y su propio anhelo recorriéndole los poros de la piel. Su respiración se había acelerado y la contracción de su interior la hizo jadear sutilmente. Pronto necesitaría su propia satisfacción, pero, por el momento, lo único que deseaba, era que su marido explotara en agonizante placer. Lo sintió estremecerse y el espasmo de su masculinidad delató la cercanía del clímax. Kagome lo liberó, dejando que sus manos lo aprisionaran con firmeza, frotando un poco más, hasta que escuchó su clamor final. La tensión se liberó, derramándose tibiamente entre sus dedos. La sábana quedó rasgada por las zarpas. InuYasha permanecía agitado, ya que el orgasmo aún no terminaba de dispersarse en su vientre. Sus pulmones trataban de llenarse, las piernas le temblaban y tenía el rostro cubierto de sudor. Su mirada estaba fija en un punto de la nada y su gesto era de satisfacción. Kagome se recostó a su lado, estaba contenta por lo que había conseguido y nunca olvidaría la expresión de su esposo ante semejante experiencia. —¿Cómo te sientes? — quiso saber, mirándolo de reojo. —Inmensamente feliz Kagome, jamás me habían hecho algo así— confesó. —Qué bueno que te gustó— sonrió alegre, cerrando brevemente los ojos para relajarse. De repente, un peso se depositó sobre ella y cuando miró, InuYasha estaba aflojando el cinto de su yukata. —Aún no hemos terminado— dijo el mestizo, sonriendo con lujuria. Kagome percibió la contracción de su interior y sólo atinó a abrazarlo por el cuello cuando la besó con intensidad. Las caricias mutuas iniciaron y el fuego del deseo volvió a encenderse. La noche era joven, así que debían aprovecharla.=Fin del Extra 4=
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Tan pronto se me ocurra la siguiente idea lemon, la publicaré. Abrazos.