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Extra 7: Curiosidad Infantil Nuevamente era época de calor y esa noche Kagome e InuYasha decidieron mitigarlo. Pero no se les antojaba usar la bañera de su casa, querían un ambiente más fresco y natural, como el río, por ejemplo. Había luna nueva, así que el mestizo cambió a su estado de humano y por esto mismo le propuso a su esposa buscar un lugar fuera de la cabaña. Sería divertido, la oscuridad de la noche, unas yukatas opacas, un lugar solitario y la falta del llamativo color plateado de su cabello, facilitarían la aventura. Ya había anochecido y las actividades diarias del pueblo se habían detenido hace unas horas. Así que después de esperar a que el lugar estuviera en silencio, la pareja se encaminó al arroyo. Cruzaron una pequeña parte del bosque hasta llegar a la rivera. —¿No hay nadie por aquí? — preguntó la sacerdotisa. —No, ya te dije que estuve vigilando el lugar desde hace unos días, después del anochecer, nadie viene a esta parte del río— explicó InuYasha. —Pero… creo que es un poco arriesgado— dudó Kagome. —Oh, vamos, no parecías tan preocupada la otra vez que estuvimos detrás del almacén. — —No es lo mismo, ese pueblo está alejado y no nos conocen, aquí podría darse cuenta alguien— se quejó nuevamente. —Todo el mundo está durmiendo en sus casas, ¿Quién andaría por aquí? — justificó él. La joven suspiró, siguiendo a InuYasha al lugar indicado. Después de todo, no había señal alguna de vida, excepto por los animales nocturnos. Caminando apenas un paso atrás de su marido, pudo notar el ligero brillo de la melena azabache a la luz del pequeño farolillo que llevaban. A Kagome le gustaba admirar y peinar el cabello del mestizo cuando éste se convertía en humano, porque su textura y suavidad cambiaban. No es que no le agradase el color plateado, simplemente, también disfrutaba del pelo castaño que, a decir verdad, le parecía más bonito que el suyo. Cuando él se volvía humano, su carácter también se relajaba y le brindaba la oportunidad de aprovechar aquella faceta. Adoraba lo mimoso que era y aunque no lo demostraba seguido, cuando lo hacía, era realmente lindo. Y éste era el momento perfecto para dejarse consentir y despejarse de todo lo demás. Llegaron al riachuelo, específicamente a una parte donde el agua no era muy profunda y podían sentarse en las piedras de la orilla. InuYasha dejó el farolillo sobre una roca cercana y colocó a un lado las mantas que usarían para secarse. Antes de entrar al refrescante líquido, él se acercó por detrás de ella y la rodeó con ambos brazos. —Déjame ayudarte— le susurró al oído. La sacerdotisa sonrió divertida. —Está bien— alzó los brazos y su esposo comenzó a deshacer el nudo de la yukata. Al mismo tiempo, él se acercó a su rostro y depositó un beso en su mejilla. Kagome sintió cosquillas y ladeó un poco la cabeza para que comenzara a recorrerle el cuello. Esa caricia era tan placentera que casi de inmediato unos suaves gemidos escaparon de su boca. InuYasha adoraba incitar a su mujer desde cero, le complacía saber que disfrutaba de sus atenciones, de sus mimos y de sus besos. Aunque en esta fase no podía olfatear el aroma de la piel femenina, sí podía percibir el deleite que experimentaba Kagome. La sentía temblar contra su cuerpo, jadear en su oído y humedecerse a causa de su tacto. Sí, la caricia manual era muy satisfactoria cuando él se convertía en humano. En su estado de medio demonio, no podía estimular los pliegues femeninos con total libertad, por el riesgo de lastimarla con sus garras. Aunque para esas situaciones, era mejor usar la lengua. Pero en éste preciso momento, la hábil mano ya había descendido hacia la entrepierna de la sacerdotisa, quien respingó por la sensación, haciendo que sus caderas se frotaran sensualmente contra el vientre de InuYasha. Un jadeo volvió a escapar cuando los dedos masculinos se esmeraron en brindar placer, recorriendo la suave flor una y otra vez. El muchacho también empezó a respirar con agitación al sentir el trasero de su esposa frotándose contra su cuerpo, lo que provocó la rápida reacción de su virilidad. En cuanto a su otra mano, ésta se entretenía masajeando uno de sus pechos, mientras su boca bajaba por el hombro desnudo de ella, erizándole la piel. En un parpadeo, la vestimenta de Kagome cayó al suelo, al mismo tiempo que gemía con más fuerza por la deliciosa estimulación en su bajo vientre. Sintió como el éxtasis comenzó a escurrir por sus pliegues y terminó por explotar cuando un par de dedos invadieron suavemente su cavidad, presionando a la vez su botón de placer. El orgasmo la hizo delirar por varios segundos, en los cuales su marido la sostuvo para que no cayera. Él sonreía con satisfacción, admirando la humedad que recorría sus dedos, mientras la sentía temblar contra su cuerpo. Instantes después, cuando Kagome pudo mantenerse en pie, él se deshizo de su propia yukata, para luego tomarla de la mano y adentrarse juntos al río, permitiendo que el agua los cubriese hasta la cintura. Entonces comenzaron a jugar, mojándose el uno al otro, creyendo que el líquido disminuiría un poco su temperatura corporal. Aunque esto era imposible, ya que el deseo ahora les recorría los poros de la piel, encendiéndola incluso más. Se sumergieron un par de segundos en el agua y después volvieron a emerger, completamente empapados y agitados. Sus oscuros cabellos se pegaron a sus rostros, impidiéndoles ver, así que estiraron las manos hasta encontrarse. Acortaron la distancia y, manteniendo los ojos cerrados, sus labios empezaron a devorarse con ansiedad. Las manos no se quedaron quietas, iniciando un excitante recorrido que los apremió a unirse por completo. Avanzaron hasta las rocas de la orilla sin salir del agua. Buscaron la más cómoda, e InuYasha tomó asiento. Acto seguido, Kagome se sentó a horcajadas sobre él. La fusión de sus sexos inició con un potente gemido que se perdió en el bosque. La lujuria los envolvió y nada más les importó. Los sonidos del ambiente se silenciaron para prestar atención a lo que estaba sucediendo. Nada interesante para los animales del lugar, pero quizás sí para alguien más. Dos figuras permanecían alejadas a cierta distancia, escuchando el ritual sin proponérselo. Inesperadamente, el olor de ciertas crías humanas distrajo la atención de los oyentes.:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:
No muy lejos del río. Las estrellas ya brillaban en la bóveda celeste, pero para los niños aún era “temprano” y no querían regresar a casa todavía. Ese día, Kohaku había llegado de visita con su hermana Sango, después de un mes de ausencia. Y, como siempre, la pequeña Rin de inmediato pedía permiso a la anciana Kaede para pasar el resto del día jugando con él y con Shippo. No es que no se divirtiera con las gemelas de Sango, pero aún eran muy pequeñas para jugar a algo más entretenido. Cosa que no sucedía con el joven exterminador y el hábil Kitsune. Éste último, hacía muy entretenidos los paseos con sus trucos más avanzados de magia. Así que los juegos en el bosque no terminaban pronto. A Kohaku le agradaba la compañía de Rin y Shippo, ya que, a pesar de todo lo vivido, aún conservaba un poco de espíritu infantil. Además, era gracioso ver las muecas de emoción que ella y el zorrito hacían cuando les narraba sus aventuras de cacería acompañado de Kirara. —Creo que ya debemos regresar— dijo el pequeño Kitsune, mientras comía una manzana y acariciaba a la gata de fuego sentada a su lado. —No seas aburrido Shippo, todavía no tengo ganas de regresar— contestó Rin, quien terminaba de comer el último trozo de su fruta. —Pero la señora Kaede nos va a regañar— volvió a quejarse el zorrito. —No pasa nada, ella sabe que estamos en compañía de Kohaku y Kirara, tampoco nos hemos alejado del pueblo— se justificó la niña. —¿Verdad que no tiene nada de malo, Kohaku? — El joven exterminador sonrió mientras pasaba un bocado. —No hay problema Shippo, además, creo que no estamos solos, me parece haber visto que la señorita Kagome y el señor InuYasha venían hacia acá. — —¿Lo notaste?, yo desde hace rato percibí su olor y creo que están en el río— indicó el Kitsune. —Vamos a buscarlos, quiero trenzarle el pelo al señor InuYasha— dijo de pronto Rin. Kohaku hizo un gesto de extrañeza. —¿A qué te refieres? — —Hoy es noche de luna nueva y se convierte en humano— sonrió divertida la niña. —Y a veces deja que Kagome y yo lo peinemos, ¡Es muy divertido! — —Ya veo, pero no creo que sea buena idea— respondió no muy seguro el exterminador. —Al señor InuYasha no le agrada mucho que lo veamos en su forma humana. — —No te preocupes, Kagome está presente— dijo emocionado Shippo. —¡Además, quiero hacerle una broma! — El muchacho lo dudó un poco, pero al verlos tan insistentes, terminó aceptando. Así que los cuatro se encaminaron al riachuelo. No estaban muy lejos, solamente debían atravesar un sendero y algunos árboles. De pronto, Kirara agitó levemente sus orejas, detuvo su andar y maulló. —¿Qué pasa Kirara? — interrogó Kohaku. La felina volvió a maullar y todos se detuvieron. Repentinamente, unos sonidos comenzaron a resaltar en el entorno. Aún estaban en medio de tupidos matorrales y árboles grandes, por lo que no podían ver más allá. Sin embargo, los ruidos se fueron intensificando. —¿Qué es eso? — cuestionó Rin. —Creo que viene del río— señaló Shippo. El exterminador agudizó el oído y tardó sólo un par de segundos en identificar aquella señal auditiva. Abrió los ojos con sorpresa y quiso decir algo, pero no pudo. —Vamos a ver— sugirió la niña. —Creo que es por donde están el señor InuYasha y la señorita Kagome. — —¡Veamos quién llega primero, yo te gano! — expresó el zorrito. Empezó a correr hacia el lugar donde se generaban tan llamativos sonidos. Rin siguió sus pasos inmediatamente. —¡Esperen, no deben acercarse! — los llamó el adolescente, quien corrió tras ellos. Avanzaron algunos metros y sólo una cortina de altos arbustos los separaba de la orilla del arroyo. De pronto, una voz los frenó. —Deténganse… — Kirara permanecía sentada en el mismo sitio, maulló una vez más y se hizo a un lado tranquilamente, dejando pasar al Lord del Oeste. Los tres se quedaron quietos, sorprendidos por la súbita aparición del medio hermano de InuYasha. —¡Señor Sesshomaru!, no sabía que vendría hoy— dijo sonriente Rin, al tiempo que hacia una reverencia. —¡Señor! — dijeron al mismo tiempo Kohaku y Shippo, imitando el saludo. De nuevo los sonidos llamativos se escucharon más fuertes y ahora eran claramente distinguibles, se trataba de Kagome e InuYasha. Kohaku pasó saliva nerviosamente, volteando en dirección al río. —¿Qué será eso?, ¿Les habrá pasado algo? — preguntó la chiquilla intrigada. —Debemos ir a ver, se quejan como si algo les doliera— secundó el Kitsune. El señor del Oeste sabía exactamente qué estaba pasando y no se le hizo nada extraño la curiosidad de los infantes. En ese momento, unos pasos se escucharon detrás de él, su fiel sirviente entró en escena. —Señor Sesshomaru, tenía usted razón, su molesto medio hermano está en fase humana y… — guardó silencio al ver a la gata de fuego y a los niños. —¡Hola señor Jaken! — saludó Rin. —¡¿Qué hacen aquí mocosos?, deberían estar en sus casas! — reclamó, evidenciando su molestia al verlos. Una vez más, los ruidos interrumpieron la conversación y la atención de los infantes se desvió al río nuevamente. Sesshomaru hizo un sutil movimiento de ceja, casi queriendo expresar alguna mueca de diversión, pero su estoica personalidad lo mantuvo impasible. —Regresen a la aldea— ordenó. —Pero señor Sesshomaru, debemos ir a ver si la señorita Kagome y el señor InuYasha están bien— dijo preocupada Rin, al escuchar de nuevo esos ruidos de “queja”. —Kohaku— pronunció el Lord, dando una orden implícita. El joven exterminador sólo hizo un gesto de asentimiento, sin poder ocultar la incomodidad del momento. A pesar de ser un adolescente, sus conocimientos sobre la situación que acontecía a la orilla del río ya eran amplios, cortesía de su cuñado Miroku. Sin embargo, él aún no tenía en mente prestarles atención a temas de adultos. Tomó a Rin de la mano, cargó a Shippo con la otra y caminó hacia la felina. —Kirara, vámonos. — Ésta se transformó, subieron los tres y, acto seguido, comenzó a correr rumbo al pueblo. Rin y Shippo estaban desconcertados, pero decidieron no preguntar más, porque sabían que el señor del Oeste era de muy pocas palabras. Además, dentro de sus mentes infantiles, supusieron que, si Kagome e InuYasha estaban en problemas, él los ayudaría. Después de todo, ya no eran enemigos. Por otro lado, Jaken se reía para sí mismo de tan cómica situación. Tanto él, como su amo, sólo estaban de paso para visitar a Rin al día siguiente. Pero esa noche simplemente querían confirmar si era cierto que InuYasha se convertía en humano debido a la luna nueva. Esto quedó demostrado, cuando vieron a la pareja caminando hacia las afueras del pueblo. InuYasha se había transformado hace un par de horas y su largo cabello negro lo evidenciaba desde la distancia. No es que Sesshomaru tuviera la intención de atacarlo en tan vulnerable estado, solamente era curiosidad por corroborar lo que Rin le había platicado en otra visita, algo acerca de unas trenzas en el pelo negro de su medio hermano. —Jaken— llamó Sesshomaru. —Sí, amo bonito, qué quiere que haga— respondió el sirviente. —Vigila que se queden en la aldea. — —Pero señor, pensé que quería molestar a InuYasha y… — se quejó. —Jaken— lo miró de reojo el Lord. El sirviente tragó saliva e hizo una reverencia, mientras se alejaba sin darle la espalda. —¡Sí, mi señor, inmediatamente! — Sesshomaru enfocó de nuevo su atención hacia el arroyo y sólo hizo un gesto de indiferencia al escuchar que los sonidos de la pareja iban en aumento. Casi podría decirse que se burló internamente por tan despistado comportamiento. Humanos, al fin y al cabo. Empezó a caminar en sentido contrario a donde se encontraban, alejándose hasta desaparecer en lo profundo del bosque.:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:
Orilla del río. La pareja ya se encontraba en una etapa muy avanzada de su expresión amorosa. Los gemidos eran claros y denotaban toda la pasión que en ese momento los invadía. Kagome ondulaba las caderas al ritmo del placer, mientras sus manos se aferraban a los hombros de su marido. Por su parte, InuYasha la abrazaba por la cintura, deleitándose con la vista de sus pechos, que danzaban al compás del movimiento. Los gemidos se perdían en el aire, mientras el sudor se mezclaba con las gotas de agua que aún corrían por su piel. InuYasha se reclinó en la roca a sus espaldas y Kagome echó la cabeza hacia atrás, mientras que la fricción de sus sexos derivaba en una placentera convulsión final. Ésta creció en su interior, para luego explotar por todo su cuerpo. El clamor de los amantes se perdió en la noche, al mismo tiempo que el éxtasis les robaba el último aliento. La atmósfera seguía cálida y el ardor de sus mejillas revelaba una gran satisfacción. Se mantuvieron abrazados con la frente apoyada en el hombro del otro. Ambos continuaron en dicha posición hasta que la frescura ambiental les devolvió la temperatura normal. … Poco después, la pareja caminaba hacia la aldea. —Oye InuYasha, no crees que alguien pudo habernos visto— mencionó Kagome. —No lo creo, a estas horas, ningún aldeano se pasea por aquí. — —¿Y si no era una persona?, recuerda que estando como humano, no puedes darte cuenta de nada sobrenatural— dijo preocupada. —Bah, no digas tonterías y mejor apresurémonos, que ya me dio hambre— contestó tranquilamente InuYasha.:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:-:
Al día siguiente. La visita del Lord fue rápida, después de ponerse al tanto de las cuestiones comunes de su protegida, el gran demonio se disponía a reiniciar su viaje. Pero una inesperada pregunta de la chiquilla no podía quedarse sin respuesta. —Señor Sesshomaru, antes de que se vaya, quiero preguntarle si el señor InuYasha y la señorita Kagome están bien— soltó la pequeña de pronto. —Es que no han salido de su choza para nada y ya es casi medio día. — Jaken, quien permanecía junto a su amo, casi se atragantó de la risa. Inmediatamente se alejó varios pasos para recargarse en un árbol y carcajearse a sus anchas. Rin hizo un gesto de extrañeza, ¿Por qué se estaba riendo el pequeño demonio? Sesshomaru se mantuvo impasible ante el comentario, pero sabía bien a qué se refería la niña. Así que, sin darle mayor relevancia, le dijo la verdad. —No tienes por qué preocuparte por ellos, solamente estaban apareándose— contestó indiferente. —Puedes preguntarles cuando despierten. — —Está bien señor Sesshomaru, eso haré— sonrió la chiquilla. Aquellas simples palabras la tranquilizaron, sus amigos no habían estado en peligro. No obstante, ahora le daba curiosidad saber qué era lo que hacían anoche. … Más tarde, la niña y el zorrito trataban de imaginar que era “estar apareándose”. Rin le explicó a Shippo lo que había dicho el señor del Oeste, así que ambos permanecían frente a la casa de InuYasha y Kagome, esperándolos para que resolvieran su duda. —Rin, Shippo, ¿Qué están haciendo aquí? — se oyó la voz de Kohaku. —Los estamos esperando para comer en la casa de Sango. — —Qué bueno que llegas Kohaku, en éste momento estamos a punto de saber qué sucedió con InuYasha y Kagome anoche— dijo emocionado el Kitsune. El exterminador hizo un gesto de asombro, recordando la graciosa situación. Tuvo la intención de llevárselos inmediatamente, pero en ese instante, la puerta de la cabaña se abrió. —¿Por qué tanto ruido?, ¿No pueden irse a platicar a otro lado? — apareció InuYasha con gesto somnoliento. —¿Qué hacen aquí mocosos? — quiso saber al notar a los tres infantes. —Señor InuYasha, ¿Qué significa “estar apareándose”? — preguntó Rin con curiosidad. Kagome iba saliendo cuando, de repente, escuchó el sonido de la mandíbula de su esposo chocar contra el suelo. Lo que pasó después, fue una hilarante escena de ojos sorprendidos, orejas crispadas y sonrojos femeninos. Pero eso es otra historia.=Fin del Extra 7=
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Hasta la próxima. [Marzo 2017]