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Capítulo 2: Ladrón de Rostros Me quedé perplejo. Ese tipo era un enfermo y yo le había dado los conocimientos con que fríamente había torturado a esa persona. Pasé mucho tiempo pensando en qué hacer. Finalmente logré calmarme, tal vez todo era una enfermiza broma, ¡Nadie sería tan tonto como para grabar su crimen! Con esa idea salí a la calle para serenarme. Después de todo, no tenía la certeza de que aquello fuera cierto. Andando, sin querer, llegué a la estación de policía. Estuve tentado a entrar, ¿Pero y si todo era una broma de mal gusto?, lo mejor era calmarme y dejar el asunto en paz. Sin embargo, la pesadilla apenas comenzaba. . . A lo largo de las tres semanas siguientes, cada tercer día recibí la misma desagradable ofrenda. Cada vez mi obsceno pupilo mostraba avances más enfermizos. La prensa de nota roja no perdía la oportunidad de plasmar en primera plana los salvajes crímenes, incitando el morbo y temor de la gente. “¡Otra víctima fue hallada en los límites de la ciudad!” “Ataca el asesino de nuevo, un joven pintor sufrió la agresión…” “Ladrón de Rostros, es el nombre con el que algunos lo han bautizado…” “Nuevo asesinato, una joven de apenas 19 años fue encontrada…” “La ciudad teme, la policía sigue sin pistas respecto al caso…” La noche del 14 de octubre atacó a un hombre al cual despojó de su rostro con alarmante maestría, arrancándole la piel desde la barbilla. Tan pronto como recibía sus repulsivos regalos, sólo guardaba las grabaciones y quemaba inmediatamente todo lo demás, tirando las cenizas al drenaje. Pero la terrible sensación de sangre en mis manos y culpabilidad indirecta siempre se quedaban conmigo. Los periódicos sólo hablaban del llamado “Ladrón de Rostros”. Para entonces, mi sueño era ya una constante pesadilla. Me levantaba en la madrugada para vomitar en el inodoro con la mente ofuscada y la boca amarga. Me refugié en lo único posible: Mis Máscaras. Con la arcilla en mi estudio me dedicaba a esculpir mientras cerraba los ojos en busca de alejar las imágenes de mi mente. Pero entonces evocaba la música del grupo de rock, que había sido una de mis favoritas y uno a uno, desfilaban los sádicos homicidios. Conforme moldeaba, podía sentir como mi alumno despojaba a alguien de su rostro en ese mismo instante. Muchas veces lloraba desesperado al crear una nueva máscara. Veía las caras de esos infelices, atados y aterrados mientras ese demente cortaba a su antojo. Era como si nuestras mentes se hubieran fusionado. Aquel rictus de agonía quemaba mi psique como el mismo infierno. Esculpía cada rasgo, pero al llegar a los ojos, al momento de ver aquel sufrimiento en su mirada y sentir sus ojos clavados en los míos, me derrumbaba en lágrimas. Realicé una escultura por homicidio, hombres, mujeres, niños… no había constante alguna en la elección. Lo único que tenían en común eran los gestos de agónico dolor y la ausencia de ojos. No podía plasmar esas miradas que no soportaba ni en mis pesadillas. . . Todos estaban fascinados con mi trabajo, no obstante, mi cordura estaba por estallar. Así que acabé confesando la amarga verdad a Kagome, quien pasmada y aterrada escuchó todo. Ella me aconsejó acudir a las autoridades, sin embargo, no hallé una buena respuesta. —¡Por dios!, ¿Cree que soy estúpido o algo así?, ¡Estas grabaciones no prueban nada! — gritó el jefe de policía, al tiempo que azotaba su escritorio con ambas manos. —¿Tiene idea de cuántos “ladrones de rostros” se han venido a entregar el día de hoy?, ¡Siete!, ¡Eso sin contar la cantidad de idiotas que por teléfono o e-mail dicen ser él! — Kagome y yo permanecimos en silencio con un gesto de estupefacción. El hombre se levantó de su silla y caminó hasta quedar frente a mí. —Mire amigo, sé quién es y no me extrañaría que esté tratando de hacerse fama gratuita con esto, ¡Así que mejor váyase o lo arrestaré por tratar de engañar a la autoridad! — finalizó, señalándonos la salida del lugar. Desesperados, volvimos a casa, pasamos toda la tarde sin hablar. Aquello estaba acabando con mi juicio. Tratamos de distraernos e incluso intentamos hacer el amor, pero no pude. Mi adorada Kagome estuvo abrazándome el resto de la noche en un vano intento por consolarme. . . El último día del mes, el asesino volvió a llamar. Eso ya no pude soportarlo. —¡Eres un maldito enfermo!, ¡¿Quién te crees que eres para cometer esas obscenidades y tener el descaro de llamarlas “arte”?! — le grité con ira a través del auricular. —¡No eres más que un maldito asesino! — —¿Debo tomar eso como que no desea que le quite la vida a nadie, maestro? — preguntó con fría tranquilidad. —¡De eso estoy hablando imbécil! — exclamé aún más iracundo. —Muy bien, maestro InuYasha, si usted así lo desea… no volveré a matar. — Después de esas palabras colgó el teléfono y yo me quedé en silencio, completamente aturdido. Sin embargo, algo dentro de mí se retorcía, advirtiéndome de que había cometido un grave error.***
Continuará…