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Capítulo 4: Dedicatoria La saliva en mi boca se volvió amarga como ajenjo. Mi garganta se secó y mi respiración se tornó agitada. Por más que lo intentaba, no lograba hablar. La música de fondo sonaba inclemente, cada bajo y tambor me destrozaba. Sin darme tiempo de recobrarme siquiera, mi aprendiz continuó. —Maestro, ¿Está usted ahí?, ¡No se preocupe!, ahora mismo me dispongo a terminar con éste mal que le aqueja— dijo, al tiempo que logré diferenciar el ruido de un plástico rasgándose. —Espero que haya notado mis avances, ahora mismo estoy inyectándole una solución de pentotal y gilocaína justo bajo la lengua. — Yo seguía sin poder pronunciar palabra alguna… casi sentí el dolor de Kagome cuando la aguja se clavó en ella. —Y he colocado ácido bucofaríngeo en su garganta. Ahora no podrá hablar, gritar o gemir. Pero bueno, hay que dar tiempo a que haga efecto, mientras tanto, hablemos de música. Dígame, ¿Le gusta el rock? — preguntó sin siquiera inmutarse. —¡HIJO DE PUTA! — fue lo único que pude gritar. —Respeto sus gustos, maestro. A mí en lo particular ese género me gusta más que Mozart, al que encuentro demasiado rebuscado en sus acordes, usted sabe, demasiados instrumentos. A veces me ayuda a realizar un buen trabajo, pero nada como esta música para inspirarme. — La estruendosa canción del grupo de rock se escuchaba como un siniestro himno, acompañando las acciones de ese maldito. Mi estómago se acalambró de dolor al escuchar el instrumental quirúrgico deslizándose en la superficie de la charola metálica. El terror de Kagome me estrujó el alma. —Veamos, ya está lista, ahora podemos comenzar a trabajar, ¿Qué le parece si le voy describiendo mi trabajo y usted me corrige sobre la marcha, maestro InuYasha? — solicitó educadamente. Lo siento… no puedo continuar. Todavía tengo el recuerdo de su voz calmada relatando mientras la música retumba en mis oídos. Casi puedo sentir la sangre en mis manos. Puedo verlo, vestido elegante, sonriendo cínicamente a la vez que corta tus hermosas facciones. Y tú, Kagome, lo miras aterrada e impotente. Puedo imaginar tu bella faz deformada por la desesperación, el miedo y el dolor. Y al malnacido no le importa tu sufrimiento, puesto que sigue hablando, describiendo su locura. —¿Sabe qué fue lo que me fascinó de su obra, maestro?, los rostros… — una pausa y el viscoso sonido de la piel removiéndose. —Anteriormente, hace ya cuatro años, mi trabajo se había tornado monótono y aburrido. — No podía ver nada, pero podía sentirlo todo. El líquido rojo escurría por el cuello de Kagome y su cuerpo se convulsionaba en un rictus de dolor inenarrable. —Yo considero mi labor un arte, pero con tanta competencia, es difícil sobresalir. Usted sabe, uno desarrolla una técnica y al segundo siguiente, todos la imitan. Y fue entonces cuando vi su trabajo, en ese momento descubrí un camino oculto para mí: ¡Los rostros!, ¡Ahí es donde se oculta todo!, ¡La esencia está en la mueca que las personas tienen cuando saben que van a morir!, ¡En esos fatídicos pensamientos! — Mi sádico pupilo no dejaba de hablar en ningún momento y mi mente me traicionaba de forma brutal. Las imágenes del bisturí separando las capas dérmicas, removiendo la grasa subcutánea y cortando vasos sanguíneos, me estaban perturbando cada vez más. —“¿Por qué yo?”, “¡Oh, dios mío!”, “¡No, por favor!”, esas frases hacen que mi labor sea tan reconfortante, que vale la pena salir y buscar ese momento inmaculado en que el alma escapa de sus cuerpos— expresó con enfermiza alegría. En ese momento la canción llegó a su fin. El silencio me permitió escuchar la conclusión de su aberrante actividad. —Ya casi está listo… sólo necesito cortar aquí y… ¡YA ESTÁ!, ¡PERFECTO!, ¡Ojalá estuviera aquí, maestro!, ¡Estaría tan orgulloso de mí! — Las lágrimas escaparon de mis ojos y un dolor en mi pecho me impedía respirar. Podía ver claramente como el asesino sostenía el rostro de mi amada Kagome con sus ensangrentados dedos. Me quedé sin fuerzas, el desmayo vendría por mí en cualquier instante. Pero no a tiempo, ya que todavía pude escuchar su dedicatoria final. —Éste es el momento en que las lágrimas del artista se vuelven el mayor reconocimiento a la belleza indiscutible del arte. Sin embargo, no todo el crédito es mío, seria malagradecido pensar así… ¡Esto también es suyo, maestro InuYasha!, sin su ayuda jamás hubiera trascendido de esta manera… quizás hasta hubiera dejado éste camino. Por eso, es justo y necesario compartir esta hermosa obra con usted: Mi guía… mi mentor… MI MAESTRO. —***
Continuará… Es más tenebroso verlo en el cómic que leerlo. Saludos.