ID de la obra: 1278

Ladrón de Rostros

Gen
R
Finalizada
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
18 páginas, 6.480 palabras, 6 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
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5. Cacería

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Buenas tardes a todos: Quinto capítulo de esta historia. Muchas gracias por leer y por sus comentarios.

***

Capítulo 5: Cacería Como pueden imaginar, a la mañana siguiente recibí en mi casa la caja negra con el rostro de Kagome, limpio y perfumado, montado sobre una base de unicel. Permanecí la mayor parte del día llorando, al borde de la locura. Esperé pacientemente la llamada de la autoridad después de dar aviso sobre su desaparición. Pasaron las veinticuatro horas habituales en las cuales aparecía el cuerpo de la víctima, o ésta misma, en estado de shock. Sin embargo, ahora fue diferente. Nada, absolutamente nada, se supo de ella. Después de llamar una y otra vez, me hice a la idea de que había sido asesinada y únicamente añoraba que encontraran sus restos y me los entregaran. Quería llorar sobre su tumba e implorar su perdón… jamás sucedió. El desgraciado también me arrebató ese último consuelo. . . Llevado al límite que cualquier ser humano puede soportar, tomé una decisión: No pediría ayuda a la policía. Esto había pasado los límites. No iba a permitir que el asesino de mi gran amor fuese remitido a un hospital psiquiátrico, NO. Ahora era personal, buscaría a ese maldito y lo haría pagar de la misma forma. Él sabía todos mis movimientos así que traté de ser más cauteloso. Al salir a la calle, al entrar al restaurante, al ir a la librería o a cualquier lugar de mi costumbre, me fijaba muy bien en mi entorno. Escudriñaba cada persona, cada rostro, cualquiera de ellos podría ser él, así que extremé precauciones. Y para saber más sobre él, decidí investigarlo. Busqué en los archivos de la hemeroteca central. Efectivamente, cuatro años atrás, una ola de homicidios se había desatado. El asesino mataba a sus víctimas de modo tan salvaje, que la gente estaba aterrorizada. Sin embargo, los reportes indicaban que la piel siempre quedaba hecha jirones, demostrando que aún era muy torpe. Lo siguiente fue encontrar un contacto. En la policía hallé a un oficial al cual soborné a cambio de información. Para evitar problemas, decidí ocultarme usando la bufanda y gabardina que me diera Kagome en mi anterior cumpleaños. Ya me tenían fichado en la estación, así que de ese modo no correría riesgos. El agente me presentó a su vez con otros informantes más, que me ayudaron a armar el rompecabezas. No escatimé en recursos, ya que, como escultor famoso, disponía de suficientes medios económicos. Al cabo de dos días y después de rondar los barrios más bajos de la cuidad, logré mi objetivo. Según los informes, mi enemigo es un hombre alto, aproximadamente de treinta años, cabello oscuro y largo, tez clara, manos grandes y sus ojos son de una extraña tonalidad carmesí. Suele vestir formal con pantalón, chaleco y corbata de color negro, además de portar una camisa púrpura y botas de piel. Esa descripción era con la que la mayoría concordaba. Era una constante en las declaraciones como si fuese su uniforme para asesinar. Sin embargo, aún no sabía su nombre, así que para “darle un nombre al cuadro”, como decía Kagome, lo bauticé con el nombre de Naraku. Aún sigo sin entender por qué ese mote fue el primero que se me ocurrió. Durante los siguientes días me dediqué a estudiar su “arte”, el cual, por extraño que parezca, comencé a entender. Tras unos días noté un patrón, todas las víctimas estaban vinculadas con las artes: Pintores, dueños de galerías, bailarinas, escultores, etc. Gastando algo de dinero, logré conseguir los archivos personales de las víctimas. Lo segundo que noté, fue el orden de las muertes: No estaban al azar, como la policía creía. Sino que comenzaban desde la periferia de la cuidad, trazando una espiral que poco a poco desembocaba en el centro, casi en las inmediaciones de mi casa y taller. Basándome en eso, elaboré un plano continuando la espiral y tomando en cuenta un par de detalles, por fin tuve una idea de dónde estaría el malnacido. . . Una noche después, me dirigí a un teatro ubicado en la zona comercial. Ahí esperé por varias horas, pero el maldito no aparecía. Cerca de la media noche, vi salir a una mujer algo ebria. Era una de las actrices principales de la obra que se presentaba. Por intuición supe que ella era la víctima. La seguí a una distancia prudente, así como estaba la gente de aterrada por los crímenes, el hecho de verme cerca podría causar una severa confusión. Por eso, decidí alentar el paso y detenerme a encender un cigarrillo en una esquina. El frío y la humedad casi se podían palpar. Frotaba mis manos en busca de calor, cuando escuché un sonido seco. Al dar la vuelta, mi cuerpo se paralizó y el tabaco cayó de mis labios. Ahí estaba él, las descripciones eran correctas. Al mirarme, su boca se torció en una siniestra sonrisa. Un frío recorrió mi columna al ver cómo cortaba el cuello de la chica para después despedirse con una socarrona caravana y alejarse a toda prisa. Al verlo huir salí de mi aturdimiento y comencé la persecución a toda prisa. Mientas él corría, sentía que mi abrigo pesaba una tonelada y que, con cada paso que él daba, se alejaba más de mí y que por más que corriese y jadease, Naraku me aventajaría. Una cosa era segura, él tenía mejor condición que yo. La carrera avanzó por varias calles, brincábamos rejas y saltábamos patios. Sin embargo, ninguno de los dos bajaba el ritmo de las zancadas. Al desembocar en una gran avenida, Naraku cruzó la calle y en un alarde de humillación, se detuvo y dio media vuelta. Yo estaba aún lejos y eso me exasperó. Naraku había extraído un cigarro de su bolsa y se disponía a encenderlo. Conforme la flama de su encendedor se acercaba al tabaco, yo ganaba terreno. ¡Por fin lo tenía!, ¡Sólo unos metros me separaban de él! Cuando, de pronto, un camión transportador de cristales apareció frente a mí… ni siquiera pude moverme.

***

Continuará… El desenlace en el próximo capítulo.
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