2: Caprichos de un hada
14 de octubre de 2025, 1:06
En un salón totalmente púrpura donde una luz tenue flotaba en el techo, una mujer de aspecto dulce y orejas puntiagudas observaba un objeto de cristal del mismo púrpura de la habitación.
La mujer sonreía de manera enigmática mientras que el cristal podía ver a dos muchachos en una época que no es a la que pertenecen.
Tal vez ella era la culpable de que estuvieran en esa tesitura, pero no importaba, por el momento no cambiaría los hechos.
— Lady Sarae, debe acudir a la reunión del consejo. — Anunció una voz tras la enorme puerta.
La mujer dejó a un lado el cristal. Ya tendría tiempo de entretenerse en otro momento.
Al llegar a la sala del consejo, Sarae se sentó en su silla habitual. Ignoró a propósito la mirada ceñuda y molesta de su superior.
— ¿No hay algo que debas explicar, Sarae? — El hombre habló con voz molesta, casi sin querer ocultar su descontento con los nuevos problemas.
— Mmmm, no, no lo creo. — Dijo con fingida inocencia Sarae.
El hombre resopló con impaciencia. — ¿No lo crees? Enviar a dos humanos al pasado es una barbaridad, es un delito contra el destino mismo. — Exclamó.
— Lord Roger, entiendo su queja, pero el daño ya está hecho. — Dijo Sarae con una sonrisa torcida.
Roger murmuró algo sobre tener que soportar a hadas caprichosas.
Sarae soltó una risita mientras se ganaba más miradas molestas por su actitud despreocupada.
Bueno, solo estaba jugando con el destino de dos chicos contemporáneos mandándolos a la edad media.
¿Qué podría salir mal?
…
William se despertó sintiendo una opresión en el pecho, justo en el corazón, pero no tuvo tiempo de pensar en ello demasiado.
La luz del sol comenzaba a filtrarse por las cortinas. Alguien tocó a su puerta, seguramente un guardia, que con voz profunda dijo que lo esperaban en el salón principal.
Así que sin más demora William se vistió con la ropa prestada. Desistió de verse en el espejo, estaba seguro de que su largo cabello estaba enredado y que sus ojos mostrarían señal de cansancio por haber dormido poco y mal.
Apartó los pensamientos sobre su aspecto, poco importaba en esta situación. Se arregló el pelo con las manos, sus rizos castaño-rojizos cayendo con gracia.
Salió de la habitación, allí apoyado en la pared de piedra lo esperaba Dan.
— Te ves bien. — Dijo William.
Dan sonrió levemente, parecía más calmado que el día anterior.
— Tú te ves fatal. — Bromeó Dan aunque había parte de verdad.
William sonrió, como si está interacción le diera algo de normalidad a una situación para nada normal.
Ambos fueron guiados hacia el salón principal donde el rey y la reina, y algunos hombres consejeros y cortesanos los esperaban.
William sintió un nudo en el estómago mientras caminaba hacia un asiento libre junto a Dan. Había algo en la mirada del rey Hal que lo desconcertaba, o solo estaba paranoico.
La reina Catherine era hermosa, una joven totalmente francesa que parecía haberse adueñado de los corazones de los ingleses.
Está les sonrió con cortesía, mientras que Hal mantenía su rostro impasible.
— Aún no sé vuestros nombres. — Dijo Hal.
— Me llamó Dan. — Habló primero el de cabello oscuro y ojos grises.
Hal lo analizó y asintió levemente, mirando ahora al otro chico.
— Soy William. — Dijo con indiferencia el chico de cabellos cobrizos.
A William no le parecía relevante su nombre, estaba seguro de que lo olvidarían en cuanto regresará a su época. Era un estúpido gesto de respeto que él no sentía allí.
Primero había sido tratado como un delincuente y luego se le hizo el favor de mantenerlo con vida. Pero le resultaba tan insultante todo.
¿¡Y cómo soportaban el olor a cuadra generalizado!?
Hal lo miró con intensidad, con ese tipo de mirada peligrosa que solo un rey o persona de poder puede dar.
William tragó saliva instintivamente.
Y entonces escuchó una voz en su cabeza. No. No una voz. Escuchó la risa de una mujer, una risa melodiosa y casi hipnótica.
William palideció.
¿Se estaba volviendo loco? Lo que le faltaba.
Dan notó lo rígido que se puso William en un instante. Y a pesar de intentar volverlo en sí, su amigo parecía no escuchar.
De pronto, William se levantó de su asiento y salió corriendo del salón. Hal lo miró con sospecha, pero no dijo nada y así comenzó el desayuno.
Dan se quedó allí, queriendo seguir a su amigo, pero obligado a permanecer allí con personas que le importaban una soberana mierda.
…
William corrió. Corrió por los sendos pasillos esquivando a las sirvientas y sirvientes.
No sabía qué era eso que escuchó. Estaba seguro de que él no escuchaba voces, pero no sabía cómo llamar a esa experiencia.
Su respiración se cortaba mientras seguía corriendo como si la vida le dependiera de ello.
Llegó a sus aposentos temporales.
Se tiró en la cama, agitado por el maratón que se acababa de dar y por la sensación de estar metido en un juego enorme, en algo de dimensiones que él no puede entender.
Esa risa que escuchó le provocó escalofríos.
Y esa sensación aún no desaparecía. Era una sensación rara, demasiado real para ser simplemente su imaginación.
Estos días solo pasaban cosas extrañas en su vida.
Su mente trabaja a mil por hora tratando de encontrar una explicación lógica a todo, pero si le volvían a acusar de brujería iba a acabar creyéndoselo. Porque no tenía ningún sentido, dudaba de todo, bajo una careta de indiferencia que lo obligaba a seguir adelante.
William era de esos que encontraban equilibrio y paz en la lógica. Y ahora estaba atrapado en el siglo XV sin saber si podrá regresar a su presente, atrapado en un lugar donde la ciencia se toma por algo demoníaco, donde se condena el pensar.
No sabía qué haría. Tenía que regresar.
Escuchó los pasos acercándose a la habitación. Solo escondió la cabeza aún más en la almohada. No quería ver a nadie. Y estaba seguro que de quien se acercaba no era Dan.