ID de la obra: 1300

Lily Evans Y James Potter: El Amor Y La Guerra [1]

Gen
G
Finalizada
1
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312 páginas, 107.354 palabras, 25 capítulos
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LA TORMENTA

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CAPÍTULO 7: LA TORMENTA  «Mi destino es morir, morir luchando».  Han pasado cuatro días desde que fuimos convocados para una misión, por lo que tuvimos que dejar a nuestros hijos en casa y dirigirnos hacia las montañas. Siendo honesto, estaríamos más tranquilos si la orden hubiera provenido del Ministerio de Magia. Ya que, en caso de que nos llegase a pasar algo, ellos tendrían la obligación de protegerlos. Sin embargo, desde hace algún tiempo, ya no hemos podido contar con ese tipo de consuelo. Al fin y al cabo, las cosas están tan mal con relación a Voldemort y sus seguidores, que sin importar bajo qué órdenes pudiéramos perecer ambos, James y Sirius estarían en peligro por saber demasiado. Sí, podríamos haber evitado que salieran involucrados. Pero eso hubiera significado mantenerlos alejados de nosotros, y entonces, ninguno de los dos podría protegerlos en caso de que fuera necesario. A decir verdad, con mi esposa siempre hemos estado dispuestos a entregar nuestras vidas por un bien mayor, así que conocíamos de sobra los peligros a los que nos podíamos enfrentar. Y el más temible de ellos, es que sin importar si sabían algo o no, nuestros hijos serían blanco de la persecución de parte de nuestros enemigos y adversarios. Por lo mismo, preferíamos que supieran la razón por la que irán tras ellos, para que, llegado el día, pudieran defenderse de sus agresores y vivir una larga vida con la conciencia limpia. Sin embargo, ambos sabíamos que no lo harían, no optarían por una vida en la que no se sacrificarían por el bienestar de alguien más. Así es, mis pequeños crecieron con el peso de un legado que no puede ser negado, y en el caso de James, él ya se había conciliado con su destino desde que era un niño. En cambio, Sirius, ha intentado cambiar su sino desde que tuvo algo de conciencia. Solo espero que ese pequeño no pague las consecuencias de tener dos familias con tan trágicos finales. Si miro hacia atrás, puedo reconocer que el destino siempre nos reservó este camino. Y sí, todo comenzó el día en que nos convertimos en compañeros de Casa y generación al ingresar a Hogwarts. En aquel entonces, ambos éramos conocidos por ser estudiantes excepcionales, por lo que se creó un conflicto entre nosotros sin que nos diéramos cuenta, nacido de la competitividad y la impulsividad que ambos teníamos. Y siendo sincero, los profesores no ayudaban para nada, ya que, aun cuando nuestras peleas eran constantes, solían elogiarnos por demostrar una mayor destreza y maestría cada vez. Con tal animosidad entre nosotros, es lógico que nunca se presentara una ocasión en la que pudiésemos hablar sin pelear, al menos, no hasta que nos volvimos a reencontrar en la academia de Aurores. De hecho, nuestra relación cambió de una manera tan drástica, que decidimos intentar ser amigos. Supongo que ese esfuerzo valió la pena, porque al poco tiempo, comenzamos a salir contra todo pronóstico. Y bueno, considerando que me había enamorado tanto de ella, si es que no lo estaba desde antes, tardé menos de un año en pedirle matrimonio. Pues bien, la primera década de nuestra vida de casados, se construyó a partir de dos ejes principales: el trabajo en el Ministerio de Magia en la Oficina de Aurores y los viajes que realizamos a distintos lugares de Europa y África con la intención de aprender otras formas de Defensa contra las Artes Oscuras. Durante toda esa época, mantuvimos una relación estable y jovial, llena de alegría y gratos recuerdos. Entonces, el tiempo comenzó a pasar sin que nos diéramos cuenta, y cumplimos treinta, cuarenta años y nosotros aún seguíamos haciendo las mismas cosas. Es más, para el cumpleaños cuarenta y cuatro de Dorea, comprendimos que nos estábamos sintiendo de alguna forma vacíos al continuar por tantos años con el mismo estilo de vida. Y en ese momento, más que en cualquier otro, la idea de un hijo se hizo más fuerte ante la desdicha de no haber podido concebir alguno en dos décadas de matrimonio. Recién a los cuarenta y ocho años ese deseo se hizo realidad, lo que nos permitió seguir con nuestras vidas con mucha más fuerza y alegría. Y aquí estamos los dos, con sesenta y cuatro años a cuestas, arriesgando nuestras vidas como si fuésemos esos adolescentes que casi se desmayan al reencontrarse en la academia. Decidí concentrarme en la misión, la cual consistía en impedir que los mortifagos se acercaran a la guarida de los gigantes e intentaran convencerlos de unirse a su agrupación. Por su parte, Dumbledore se encontraba hablando con ellos para obtener su respaldo. Al igual que en todas las batallas que había librado antes, yo estaba junto a mi amada Dorea, en quien podía encontrar la fortaleza y la necedad de querer seguir siempre hacia adelante. Una leve sonrisa alumbró su rostro. —Algo me dice que estabas pensando en mí. —No recordaba que fueses así de vanidosa, querida. —No lo soy, pero te recuerdo que siempre he logrado captar tu atención. —Cierto —sonreí—. Toda la vida me has tenido detrás de ti. —Junto a mí, querrás decir. —Por supuesto, amor mío.  Se acercó para acurrucarse entre mis brazos. —Ya sabes que estaremos bien, siempre lo estamos. —Eso no impide que me preocupe ante la mera idea de que te hagas daño. —Opino lo mismo, Charles. Sin embargo, creo que estabas pensando en algo distinto. —En eso tienes razón, hacía un recorrido por el pasado. —Nuestra época de estudiantes fue de lo más divertida, solo lamento que hayamos perdido tanto tiempo en peleas sin sentido.  —Amor, ningún día junto a ti ha sido un desperdicio, quizás así debían ser las cosas para que el destino cumpliese con su propósito. —¿Y su objetivo era que te casaras conmigo? —¿Acaso nunca te lo había dicho? Tengo algunos aliados en el Olimpo. Ella se acercó tan rápido que ni siquiera pude prever que me daría un beso. En otros tiempos, cuando todavía éramos jóvenes, podría haber esperado recibir un golpe por darle una respuesta con esa muestra de soberbia. Por fortuna, desde el día en que comenzamos a salir, ella me bajaba los humos robándome el aliento con uno de sus besos. Por cosas así me enamoraba aún más. Aunque claro, también cabía la posibilidad que se haya desbordado en ese acto, debido al sentimiento tan cercano a la pérdida que experimentamos cada vez que nos lanzamos a la batalla. —Estaremos bien, Dorea, te lo prometo. —No lo hagas, Charles, sabes que ese es un juramento muy fácil de romper. —¿Y si te digo que por siempre te amaré? —Aquello es más sencillo de creer. —Entonces, eso haré. Intercambiamos nuestros anillos como prueba de que nos volveríamos a ver. —Es una suerte que puedas ponerte el mío sin que te apriete y yo el tuyo sin que se me caiga. —Aunque no sea en los anulares, es suficiente para el propósito con el que lo hacemos. —Como todas las veces, me comprometo a protegerlo con mi vida. —Y yo con la mía, cariño, porque siempre serás mi esperanza y mi guía. Humo negro comenzó a descender desde el cielo. Una de las cosas que más detesto, es el modo en que aparecen los mortifagos, ya que podrían hacerlo de una manera menos dramática, considerando que para la mayoría de nosotros no eran un rival. Volví a la realidad, cinco personas se habían materializado frente a ambos con la intención de iniciar con el enfrentamiento. A pesar de los años con los que teníamos que lidiar, con Dorea nos seguíamos manteniendo en un excelente estado físico, por lo que podíamos combatir con mortifagos jóvenes sin que nos sobrepasaran. Al fin y al cabo, en una guerra gana la experiencia y no la fuerza. Para nuestra sorpresa, terminamos reduciéndolos con cierta dificultad. Por lo visto, nos habían enviado a los más entrenados esta vez. Luego de asegurarnos de que estuviesen inconscientes, nos dirigimos a otra parte del bosque en donde otros miembros de la Orden estaban dando pelea. Era necesaria nuestra presencia para equilibrar un poco las cosas, por lo que no dudamos en ir a ayudarlos. Antes de entrar en acción, me di un segundo para ver a mi esposa a los ojos. Ella lucía muy hermosa, con ese brillo salvaje que se apoderaba de su mirada cuando luchábamos. Supongo que debo de ser el único que puede apreciarlo como bello y no algo intimidante, y es que Dorea era un arma mortal por la cual estaba dispuesto a morir cuando sea. Nos adentramos en la batalla que llevaba el miembro más reciente de la Orden. Junto a él se encontraban Molly y Arthur, quienes también habían llegado a su rescate. Ellos tres estaban combatiendo con nueve mortifagos a la vez, lo que hacía que la diferencia numérica les pasara la cuenta. Por suerte, llegamos nosotros para emparejar un poco las cifras. Mientras luchábamos, más miembros de la Orden vinieron a ayudarnos. Sin embargo, esto no sirvió de mucho, debido a que otra horda de mortifagos apareció, siendo comandados por el mismísimo Voldemort. En ese momento tuve un mal presentimiento, por lo que mis pensamientos se dirigieron a James, preguntándome cómo sobreviviría si nosotros no pudiéramos regresar con él. Al menos, estaba seguro de que, sin importar lo que nos pasara, siempre contaría con la compañía y lealtad de Sirius, su hermano del alma y mi hijo amado.  

***

  En medio del fuego que se expandía por el bosque, entre gritos agónicos y desbordantes de rabia, me di el tiempo de darle una rápida mirada a Charles. En esos ojos que me habían capturado desde la primera vez que los vi, pude ver como se reflejaban mi aflicción y mi preocupación debido a la situación a la que nos enfrentábamos. A diferencia de la mayoría de los presentes, no era el miedo a morir lo que nos volvía capaces de lanzarnos a la batalla con tanta decisión y determinación, por el contrario, era un intenso amor a la vida lo que nos permitía mirar de frente a la muerte.  Siempre que hablábamos al respecto, ambos llegábamos a la misma conclusión: esta vida no tiene sentido hasta que eres capaz de descubrir por qué o quién estás dispuesto a perderla. Por lo mismo, ninguno de los dos tenía miedo de morir en nuestra búsqueda de ese sentido que habíamos entendido que solo la libertad nos lo podía brindar. Ya que, aun cuando el precio de soñar con la libertad pudiera ser una cama áspera y fría bajo tierra, existen varias razones por las que morir valía la pena. Y luchar contra Voldemort, es una de ellas. Volví a concentrarme en el campo de batalla. Voldemort llevaba casi dos años intentando darle caza a mi esposo y a mí, incluso quiso atacar a nuestro hijo. No obstante, por más que estuviese dentro de sus planes asesinar a James, él no ha podido acercarse a mi niño ni por casualidad. Supongo que Voldemort tendrá que acabar con nosotros antes de atreverse a perpetrar otro ataque contra nuestro hijo. Sin previo aviso, el bosque se sumió en la oscuridad y el silencio, las ráfagas de hechizos y maldiciones se detuvieron de golpe ante su presencia, como si todos quisieran oír lo que Voldemort diría. —¿Acaso no es esta una noche maravillosa, mis estimados? —Así es, mi Señor. Respondieron varios mortifagos, inclinándose ante él. —Charles Potter, es una sorpresa encontrarme contigo. —Lo mismo digo. Sabes, pensaba que no hacías el trabajo sucio. —Claro que no, para eso tengo a estos perros rastreros. —Entonces, ¿por qué estás aquí? —Mi estimada Dorea, tanto tiempo, ¿cómo está tu hijo? —No metas a James en esto —alcé la varita—. Nunca permitiré que lo toques. —Eso ya lo veremos. —¡Avada Kedavra! Él logró esquivar ambas maldiciones en el último momento. —Vaya, y yo creía que eran niños buenos. Me pregunto a qué se debe tanta osadía. —A que los Potter’s te destruirán. La respuesta de Charles reinició la batalla, y al igual que la última vez, Voldemort decidió ir a por él. Dispuesta a ayudarlo, me dirigí presurosa hacia donde se encontraban, no obstante, fui interceptada por dos mortifagos que tan solo por los movimientos de sus cuerpos pude deducir que se trataba de un hombre y una mujer. Los mantuve a raya el mayor tiempo posible, mientras intentaba dar con el paradero de Charles quien se había terminado alejando del lugar en donde me encontraba. Tengo que admitir que no es tarea sencilla mantener una pelea contra dos, y a su vez, tener que esquivar los hechizos que no habían llegado a su objetivo. Y si a eso le sumamos que estaba buscando a mi esposo en medio de la batalla, la situación era casi insostenible. Y entonces, el mundo retumbó ante un grito desgarrador. Se trataba del muchacho más joven de la Orden, el nuevo recluta al que hemos estado enseñándole Charles y yo. Aprovechando que mis contrincantes se habían ido a ayudar al mortifago que peleaba contra Alastor, me acerqué a prestarle auxilio de inmediato. Al verlo tan malherido, no pude evitar pensar en James y en Sirius, por lo que, con mucho cuidado de no lastimarlo, me dediqué a examinar sus heridas que no dejaban de sangrar. Intenté hacerlo reaccionar. —Sam, ¿cómo estás? —Algo pegajoso, pero bien. —No es un buen momento para bromas. —Tampoco para que se aparte de la batalla, otros podrían necesitarla. —¡Tú me necesitas! —No quiero ser un estorbo. Además, su esposo... —Él puede encargarse sin mí. —Quizás, aun así… En vista de que Sam no se detendría, lo mejor sería que se fuera de allí. —¿Y si apareces lejos de aquí? —Si lo hago ahora, tal vez sea posible. —¿Cómo que posible? ¿Puedes o no? —Creo que sí, es decir, estoy seguro. Su voz temblaba, consciente de lo peligroso y necesario que era que lo hiciera.  —Ve a uno de los lugares de resguardo, y no vuelvas por ningún motivo. —Tenga cuidado, señora Potter. —Ve tranquilo, muchacho. En cuanto desapareció, volví de nuevo a la batalla, la cual no íbamos ganando del todo. Una parte de los mortifagos se había retirado con la intención de llegar hasta los gigantes, por lo que nuestras filas ya debían de estar bastante extenuadas. Espero que Dumbledore los haya podido convencer, de lo contrario, todo lo que hicimos para detenerlos sería en vano. Charles seguía peleando contra Voldemort, se veía herido y agotado, y, aún así, luchaba como si no hubiese un mañana. Corrí hacia él para reforzar el impacto de sus ataques, solo para ver como el mundo se derrumbaba a mis pies. Sus ojos sin brillos ni expresión se quedaron mirando en mi dirección, yo había sido lo último que vio. Me lancé sobre su cuerpo inerte, gritando de impotencia. —Vamos, no seas tan sentimental, Dorea. Él sabía a la perfección que esperar cuando decidió enfrentarse conmigo. —Charles, por favor, despierta… Charles… —Supongo que tu hijo no será ningún problema para mí. Al menos, tu esposo era un buen oponente. —Ya te dije que no involucres a mi hijo. —En ese caso, reitero mis palabras, acabaré con tu mocoso antes de que decida intervenir en mis planes. —James es más poderoso de lo que crees. —Asesinarlo será un juego de niños. —No permitiré que te acerques a él. Nos enfrascamos en una lucha con tintes muy personales. Y mientras peleaba, podía sentir como todos mis instintos y pensamientos se guiaban por la rabia y el dolor que me generaba la muerte de Charles, haciendo que mis ataques tuvieran una mayor precisión y alcance. Si estaba en mis manos el poder aniquilarlo en ese momento, estaba dispuesta a desprenderme de toda mi magia y energía con tal de hacerlo. Sin embargo, mis intentos no fueron suficientes, puesto que, luego de varios minutos, Voldemort logró desarmarme por entero. Ya no podía hacer nada más, estaba perdida. Ni siquiera alguna plegaria vino a mi mente. —Muy bien, ¿qué haré contigo? —Matarme. —¿No suplicarás por tu vida? —No. —¿Ni por la de tu hijo? —Confío en su poder. Él conoce lo que está en juego y sé que estará dispuesto a correr el riesgo. —Me parece bien. Te irás con la ingenua idea de que me podrán vencer. —Ya lo verás, Tom, este no es el final. Pronto, vendrá la ofensiva. —¿Debo tomármelo como una amenaza? Me di el tiempo de mirar por última vez a mi esposo. —Es una promesa. Algún día, nosotros te venceremos. —¡Avada Kedavra! Antes de recibir el hechizo, cerré los ojos con un único pensamiento, James.

***

  Un dolor en el pecho me despertó en la mañana, era una sensación muy angustiante, una especie de presentimiento de algo inevitable. Quizás había tenido una pesadilla y no lo recordaba. De todos modos, intenté desprenderme de aquel sentimiento antes de levantarme y comenzar un nuevo día. Una vez de pie, pude notar que todo lo que habíamos utilizado anoche, se encontraba recogido y ordenado en una esquina de la habitación. Puede que haya sido el bueno y hacendoso de Remus, quien no toleraba el desorden por demasiado tiempo. Los muchachos seguían todavía dormidos, por lo que debían de tener algo de reseca al igual que yo. Aun así, los fui despertando uno por uno, consiguiendo más de un insulto de su parte. De hecho, creo que alguien intentó golpearme.  Nos turnamos para ducharnos y así reunirnos con las chicas, quienes se habían despertado antes que nosotros y estaban ayudando a Roset con el desayuno. Comimos de una forma muy amena, recordando las cosas graciosas que habían sucedido el día de ayer. Luego de limpiar lo que usamos, todos nos dispusimos a volar en escoba un rato. Debido a que Lily y Viola no lo hacían al mismo nivel que la mayoría, algunos de nosotros nos ofrecimos a enseñarles a volar como correspondía. A diferencia de ambas, Kath poseía una técnica formidable, por lo que se dedicó a hacer carreras con Gabriel. Si tan solo le interesara inscribirse en el equipo de Quidditch, sería una gran adquisición para Gryffindor. Supongo que ahora que soy el Capitán podría intentar convencerla.  Cuando llegó la hora de comer otra vez, todos nos encontrábamos más que entusiasmados con la idea de jugar un partido. Contábamos con el espacio necesario y los implementos suficientes, es más, hasta teníamos algunas escobas extras para los que no habían volado durante la mañana. Los equipos se conformarían de la siguiente manera: Lily, Sirius y Gabriel serían los azules; mientras que Kath, Viola, Remus y yo, los de rojo. El partido amateur se extendió por un par de horas, en las cuales nos divertimos muchísimo. Al final, mi equipo terminó perdiendo debido a mi atracción por cierta pelirroja. Ella había logrado distraerme en el momento justo en el que estaba por atrapar la Snitch, lo que permitió que Sirius se me adelantara y la cogiera en mi lugar. Después del partido, cuando el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, las chicas propusieron que hiciéramos un pique-nique en el jardín. Motivados ante la idea de demostrarles que podíamos hacer las cosas bien, nos ofrecimos de voluntarios para organizar la merienda. De hecho, los chicos nos dirigíamos hacia la cocina a buscar algunas cosas, cuando un ruido estruendoso llegó hasta nosotros desde otra dirección. El sonido provenía del salón principal, cuyas ventanas se reventaron ante el poder de la luz que había ingresado a la habitación. Se trataba de un Patronus sin forma definida, que repetía con una voz familiar: Murieron, sal de ahí, van por ti. En ese instante, el mundo se derrumbó bajo mis pies. El sentido y la razón se resquebrajaron en mi mente, las personas que me hablaban, las cosas que me rodeaban, todo terminó por desdibujarse frente a mis ojos. Me había quedado huérfano y herido, con la piel cubierta de sangre y palabras que me obligaban a levantarme ante el deber que tenía de continuar. Sin embargo, no estaba en mis manos poder hacerlo. Puesto que ese corazón que habían cuidado con tanto amor y delicadeza, para que algún día pudiera sacrificarse por cualquiera, solo seguía latiendo con la única intención de clamar sus nombres con tristeza. Y a pesar de saber que mis padres nunca me perdonarían por derrumbarme de esa manera, no fui capaz de contener ese deseo desgarrador de querer permanecer con ellos bajo tierra. Sirius se acercó a consolarme mientras reprimía sus propias lágrimas. —Estaremos bien. —No, Sirius, no puede ser… Ellos no… —Siempre supiste que era una posibilidad, no piensas con claridad por el dolor. —¿Y si es una mentira?, ¿y si los tienen capturados? —¿Alguno reconoció la voz? —preguntó Remus. —Yo, creo que sí… No sabría decirte de quién es, pero se me hizo familiar. —Entonces tendremos que confiar en que es verdad. Iré a buscar a las chicas, esté ya no es un lugar seguro.  Kath se abalanzó sobre nosotros apareciendo de la nada. —¿Es verdad? Por favor, díganme que no es real. —¿Cómo te enteraste? —quiso saber Sirius. —Ya veo, es cierto. Ni siquiera pudieron darse cuenta de que Gabriel salió corriendo para darnos la noticia. —Y ahora, ¿qué hacemos? —cuestionó Viola—. Podrían venir por James en cualquier momento. Incluso si no sabían cuán implicada estaba mi familia en la lucha contra Voldemort, todos parecían ser conscientes de que los mortifagos tenían varias cuentas pendientes con mis padres debido a su trabajo como Aurores. Antes de que pudiera darle alguna respuesta, humo negro ingresó por diferentes partes de la casa, haciendo estallar tanto puertas como ventanas. No pude distinguir nada por varios segundos, solo que nos estaban empujando hacia el centro del salón con la clara intención de mantenernos a todos rodeados. Me contuve de desenvainar la varita de inmediato, sabía que intentarían sacarnos información antes de comenzar a atacar y defenderse de los demás. Cuando el humo se disipó, comprobé que tenía la razón. Esperamos a que ellos hablaran primero.  El mortifago frente a mí tomó la palabra como si fuese el líder de esa división. —Pero veamos que tenemos aquí, no pensé que podrían ser tan frívolos los Gryffindor's. —Mira que sí —le siguió otro—. Sus padres asesinados como perros y ellos haciendo una fiesta en el jardín. —Ahora que lo pienso, es bueno que estén muertos. Les avergonzaría ver la falta de respeto de su hijo ante sus decesos. —En efecto. Además, gritaron tanto que ya no les quedaría ni voz para castigarlos. —¿De qué mierda están hablando? —les ladró Sirius. —¡Vaya, qué humor! —señaló el líder—. Perdónennos por interrumpir su pequeña reunión. Escuché un forcejeo antes de oír la voz de Lily. Supongo que uno de nuestros amigos quiso impedir que hablase en ese momento. —¿Qué demonios quieren?  —Deberías tener más respeto por tus superiores —advirtió otra—. ¡Sangre sucia e inmunda! —¡No te atrevas a insultar a mi amiga, perra! ¡Todos ustedes son unas escorias! ¡Malditos! ¡Hijos de...! Una bofetada que hasta a mí me dolió, obligó a Kath a permanecer en silencio. —Así me gusta, ya llegará tu turno de gritar. Sirius impidió que ella le devolviese el golpe, cosa que no era sencilla de realizar.  —Aún no, Kath, debemos mantener la calma. —Un consejo de tus padres, ¿no?  —mencionó el líder—. Siempre esperar el momento indicado, alargar lo más que se pueda lo inevitable. Pero saben, nadie los vendrá a rescatar. —Además, no tienen ni idea de lo agradecido que estará nuestro Señor con nosotros por llevar al último de los Potter’s ante su magnífica presencia —continuó la mujer—. A él y a unos cuantos más. —Bueno, si quieren un consejo de utilidad, les advierto que no deberían ir por la vida subestimando a los demás. Viola hablaba con tanta tranquilidad, que no me sorprendió que nadie la quisiera atacar. No obstante, Kath continuó inflamando la llama. —En cuanto a mí, Voldemort y sus caprichos con James se pueden ir a la mierda. —Detén tu insolencia, White, o haré que te arrepientas de tus palabras. —Vienen en camino —aseguró Sirius—. Será mejor que se vayan. —¿Quiénes? —se burló el líder—. Casi todos están muertos o malheridos, ustedes están solos. En un momento de absoluta claridad, mi instinto de supervivencia me hizo recordar que no podía dejarme morir antes de tiempo, al menos, no sin darle a los demás la oportunidad de escapar. Sirius tenía razón, siempre fui consciente de que podrían morir en batalla, también que irían por mí en cuanto eso sucediera. Me habían preparado para ese día, me enseñaron a defenderme y a mentalizarme para enfrentarme a mi destino. Sin embargo, nunca estuvieron dentro de las posibilidades que conversamos, el hecho de que me encontrara acompañado, no por un grupo así de grande. Por lo mismo, solo me quedaba dar mi vida con tal de que ellos pudieran seguir viviendo en mi lugar. Saqué la varita de mi pantalón para iniciar la confrontación. Apunté al líder. —¿Piensas enfrentarnos? —No les daré el gusto de entregarme sin oponer algún tipo de resistencia. —Por mí no hay problema. —Sin embargo, les pediré algo a cambio, permitan que mis amigos se vayan. —¡James, no! —gritó Sirius—. ¡No lo toleraré! —No voy a dejar que alguien salga herido, Canuto. Ustedes son mis invitados y están bajo mi protección. —¿Y eso qué? —señaló otro—. ¿De verdad crees que haremos lo que nos pides? Estaba a punto de replicar cuando mi hermano se me adelantó, con orgullo y valentía. —Porque no tienen más opción que acatar. Y si lo hacen, yo también me quedaré. —Vaya, una oferta tentadora, aunque insuficiente. —¿A qué te refieres? Con James sabemos que estamos en su lista de personas no gratas. —En eso tienes razón —confirmó el líder—. Sin embargo, ustedes no son nuestra única prioridad. —Bien, no nos queda más opción que luchar. Demostrémosles lo que un Gryffindor puede lograr. Las palabras de Kath sirvieron de aliento y de advertencia. Eran una señal de que debíamos sacar nuestras varitas de inmediato y estar preparados para lo que pudiera pasar. Los mortifagos al ver nuestro gesto de resistencia, se dispersaron en forma de humo negro. Al no poder predecir hacia dónde se dirigían, fue imposible esquivar los golpes que nos dieron mientras huían. En mi caso, uno de los golpes que recibí me dio en las costillas, por lo que además de la visibilidad, también me habían cortado la respiración. Al recuperarme, pude comprobar que los demás optaron por luchar en otro lugar, ya que hacerlo en sitios cerrados o con poco espacio para moverse, no era recomendable. Como era de esperarse, Sirius permaneció junto a mí, dispuesto a morir a mi lado. Antes de que algún mortifago fuera por nosotros, me di el tiempo de mirarle a los ojos y decirle sin palabras todas las cosas que todavía nos faltaban por vivir. Quería prometerle que podíamos resultar victoriosos, incluso si la realidad me impedía creer que aquello fuera verdad. Al fin y al cabo, acabábamos de declarar nuestra voluntad de morir, si eso significaba que los demás podrían sobrevivir un día más. En respuesta a mi compromiso silencioso de amistad, lealtad, cariño, él puso una mano sobre su corazón para prometerme que estaría conmigo hasta el final. Repetí su gesto con una sonrisa, seguro de que nuestro lazo de inquebrantable unión nos permitiría seguir juntos más allá de la muerte.
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