ID de la obra: 1300

Lily Evans Y James Potter: El Amor Y La Guerra [1]

Gen
G
Finalizada
1
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312 páginas, 107.354 palabras, 25 capítulos
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ELLA

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CAPÍTULO 10: ELLA «Todo lo que conocí, desapareció. Todo lo que viví, se olvidó. Todo lo que fui, se perdió». Si alguien me pidiese resumir mi vida, creo que comenzaría en 1973. En ese año, el mundo que conocía se había fracturado debido a las dictaduras que se apoderaron del sistema político de Latinoamérica Muggle. Quisiera poder ser capaz de decir que muchos magos y brujas, hicieron algo para detener la matanza que vino después, pero no fue así. Supongo que la mayoría pensó que no tenían ninguna obligación para con los muggles, por lo que dejaron pasar el tiempo, mientras personas inocentes, fueron asesinadas, torturadas y desaparecidas. En ese entonces, acababa de cumplir doce años y cursaba el segundo año en Las Brujas de Salem de Latinoamérica. Así que, mientras yo me encontraba segura en el castillo, mis padres y mi hermano corrían peligro por ser muggles. Por supuesto, el riesgo no residía en el hecho de ser muggle, sino más bien, en qué tipo de muggle se era. Y en ese caso, mi familia era de las personas a las que la dictadura quería exterminar. Mi hermano Fernando, que es mayor que yo por tres años, no tardó en buscar una manera de hacerle frente a estos tiempos oscuros que se avecinaban. Él, junto a muchos otros jóvenes, se alistó a un grupo llamado El Frente de Avanzada*, quienes buscaban derrocar al gobierno autoritario a través de las armas. Meses más tarde, mi madre murió. Ella me había enseñado que los ideales se debían pagar incluso con sangre, por lo que teníamos que seguir adelante. En 1975, me uní al Frente de Avanzada*. Tanto mi padre como mi hermano querían que esperase más tiempo, pero la situación del país nos impedía darnos ese lujo. A finales de ese año, y sin haber participado en ninguna misión, me convertí en uno de los miembros más importantes del Frente, debido al éxito de mis estrategias de batalla. El tiempo pasó, y para 1977, yo ya me encontraba comandando junto a Fernando en medio del combate. Un día, durante una misión muy importante, recuerdo que todo se nos fue de las manos. Presa del pánico, recurrí a lo único que nos podía salvar, la magia. Para cuando me di cuenta de lo que hice, ya era tarde. Había infringido la ley, estaba sentenciada. Mi juicio fue breve, ya que no tuve derecho a una defensa, y los jueces en su mayoría apoyaban al nuevo régimen. La sentencia fue la siguiente:  Se le acusa a la presente, de haber violado la ley que infringe el uso de magia en menores de edad. A esto se le debe añadir, que utilizó magia en presencia de muggles. Con base en las nuevas leyes establecidas por el gobierno, usted ha quedado vetada como miembro de nuestra comunidad mágica y es, además, condenada al exilio. Por lo tanto, tiene veinticuatro horas para abandonar el país. El regreso a casa nunca fue más difícil ni más doloroso de lo que fue ese día. Mi padre me esperaba en la entrada, fumando un cigarrillo para calmar sus nervios. En cuanto me vio, extendió sus brazos para recibirme entre ellos. Estaba en casa. Estaba en casa por última vez. —Mi dulce hija. Mi pequeña niña. Todo saldrá bien. Sus palabras eran tiernas, y a la vez falsas. —Tenemos que hablar. —Lo sé. Iré a buscar a Fernando a su habitación. No ha pasado una buena noche. En cuanto Fernando me vio, sus ojos se cristalizaron. —¿Qué sucedió? ¿Es lo que temíamos? —Así es, estoy exiliada. Debo dejar el país hoy mismo, no tengo alternativa. —Hermana, yo me iré contigo. Me negué rotundamente. —No, no lo harás. Tú te quedarás aquí. —Pero lo que pasó fue mi culpa. Lo mínimo que puedo hacer es acompañarte en el exilio, no seas testaruda. —No importa lo que sucedió. Tú debes quedarte aquí, y lo sabes, tanto nuestro padre como el Frente te necesitan. —Si quieren mi opinión, yo creo que sería mejor que ambos dejasen el país. —No puedo ir con Fernando, papá. Como ya quebranté la ley, utilizaré magia para marcharme. Y eso podría resultar mortal para un muggle. —Comprendo, mi niña. Sin embargo, al menos dime a dónde irás. —No lo sé —todavía lo estaba pensando—. Hasta el momento, Europa. De inmediato, comenzamos a hablar sobre los lugares a los que podría ir. Entre todos, escogimos que me iría a Francia, ya que la mayoría de los exiliados habían recurrido a ese país para obtener refugio. De ese modo, podría vivir junto a mis compatriotas, mientras buscaba algún colegio donde me permitieran seguir cursando mi educación mágica. Me quedé en París hasta principios de julio, y durante ese tiempo, hice todo lo posible para ingresar a la Academia de Beauxbatons. No lo logré. Su negativa a aceptarme, no se debió ni a las notas ni al hecho de estar como refugiada en el país, sino a que había incumplido la ley, y ellas eran muy respetuosas de las leyes. Aun así, unos magos que conocí durante mi estadía allí me convencieron de ir a Inglaterra. Decían que el director de Hogwarts, el Colegio de Magia y Hechicería de ese país, podría ayudarme. También que era el mago más comprensivo, bondadoso y amable que habían conocido en su vida. Envíe una carta a aquel director esperando tener suerte, explicando mi situación. Grande fue mi sorpresa cuando recibí la respuesta, él quería conocerme y hablar conmigo. Él había decido darme una oportunidad, y no la podía desaprovechar. Viajé por tierra hasta Londres esa misma tarde. La conversación entre los dos tomó diferentes rumbos. En un principio, era muy protocolar, pero Dumbledore no parecía una persona de formalidades. Al cabo de diez minutos, comenzamos a hablar de lo que ocurría en el mundo muggle, la guerra mágica que se estaba gestando en Inglaterra, y el funcionamiento del Frente de Avanzada y la Orden del Fénix. Al final, él me aceptó gustoso en el colegio con una sola condición: ninguna persona debía saber que infringí la ley y que había sido exiliada.  Antes de marcharse, me ofreció irme a vivir al castillo, a lo que amablemente me negué. Preocupado por mi seguridad, me hizo prometer que me quedaría en el pueblo cercano a Hogwarts hasta que comenzaran las clases. Me visitó una semana después, trayéndome novedades sobre la Orden del Fénix, a la cual me uní luego de aceptar que su lucha también era mía. En esa visita, me reveló los pasadizos que permitían entrar a Hogwarts, en caso de que se presentase una emergencia. Y la emergencia no tardó mucho en llegar, ya que anoche, recibí una carta de Dumbledore, pidiéndome que fuera al castillo y que llevara todas mis cosas conmigo. En cuanto nos encontramos del otro lado del pasadizo de la Casa de los Gritos, me contó lo sucedido. Y a pesar de que le pedí permiso para ir a la enfermería, Dumbledore se negó a aceptar mi petición. Según él, ellos no tolerarían ninguna novedad después de lo ocurrido. Ya había desistido de ver a los muchachos, cuando recordé algo que ambos pasamos por alto. —Profesor, tengo una duda. ¿En dónde dormiré? —No lo sé, querida. —¿Cómo que no lo sabe? —¿Acaso no te lo mencioné? —¿Mencionar qué? —Aquí tenemos a los estudiantes divididos en cuatro Casas: Gryffindor, Huffelpuff, Ravenclaw y Slytherin. —¿Y tengo que escoger una de ellas? —No exactamente. Debes probarte el Sombrero Seleccionador. Él te dirá a qué Casa perteneces. Era la una de la madrugada, cuando me probé aquel sombrero en su despacho. Era un método muy inusual, en Salem solo nos separaban por género y generación, nada más. Claro, era un asco conseguir habitación con la gente que te agradaba, pero si tenías buenas notas y podías mantenerte fuera de problemas, podrías obtener una que otra ventaja. Tuvimos una breve charla con el Sombrero antes de saber mi paradero. —Interesante. Las Brujas de Salem. Hace mucho tiempo que no tenía a alguien transferido. Hay dolor en tu corazón, también temor, pero estás convencida. —Dime, ¿A qué lugar pertenezco? —Él estaría orgulloso de recibirte. A Godric le encantaban las personas como tú: Leales, valerosas y osadas. Sacrificarías tu vida por un ideal. —Sin duda lo haría. —¿Pero es lo correcto? —Por supuesto, lo hacemos para salvar vidas. —Un ideal así de cegador, podría llevarte por caminos oscuros, niña. A Salazar también le interesarías. —No sé de quién hablas. Solo dime, ¿Cuál es mi casa? —Tú la has escogido —su voz se proyectó fuera de mi mente—. ¡Gryffindor!

***

Si hay algo que me gustaría controlar, es mi intensa curiosidad. Ya que, mientras nos dirigíamos a nuestra Casa, no podía dejar de preguntarme sobre la nueva compañera. Después de todo, no era muy usual que algún estudiante se transfiriera, mucho menos en el último año. Por lo mismo, no podía deshacerme de la idea de que ella debía de estar realmente desesperada para hacer algo así. Y de ser así, nosotros no éramos las personas más idóneas para cobijarla, no cuando los mortifagos se encontraban respirando sobre nuestras nucas. Al llegar a la torre de Gryffindor, todos tuvimos que turnarnos para entrar. A mí me habían dejado para el final, sabiendo que eso me iba a molestar. Sin embargo, cuando ingresé, cualquier palabra que pudiera haber dicho enmudeció en mi boca. Allí estaba ella, sentada frente a la chimenea. Su aspecto sencillo y agradable, siendo eclipsado por su expresión de tristeza. Y es que, en sus ojos, se podía vislumbrar el dolor y el sufrimiento que llevaba a cuestas, por lo que me era imposible sostener su mirada sin sentirme mal por ella. —Supongo que todos deben de estar preguntándose quién soy. Pues bien, soy Amanda Rodríguez. —Es un gusto conocerte. Mi nombre es Kath, y ellos son: Sirius, James, Lily, Gabriel, Viola y Remus. —El placer es todo mío —sonrió con sinceridad—. ¿Dumbledore les dijo algo sobre mí? —No nos mencionó nada —respondió Sirius—. Solo que eres una estudiante transferida y que quedaste en Gryffindor. —Bueno, en parte eso es cierto. Sin embargo, yo llegué por otros motivos a Europa. Soy una refugiada política. —¿Refugiada política? —preguntó Viola—. ¿Qué quieres decir con eso? —Me refiero a que fui expulsada de mi país natal por motivos políticos.  —Creo entender. Por cierto, ¿de dónde vienes? —Soy de Chile. Allí se ha instaurado una Dictadura Militar hace cinco años. De hecho, en toda Latinoamérica, hay militares en el poder. Al decir aquello, la tristeza de sus ojos ardió con odio y rabia. Y esas llamas que ondulaban, se expandieron cuando Lily mencionó un asunto que todos los presentes ignorábamos. —Hace tiempo escuché que levantaron una ley que impedía que los magos y brujas interviniesen en los problemas políticos. —En efecto. Se castiga cualquier tipo de intervención.  —Entonces, tú estás aquí porque quebrantaste esa ley, ¿verdad? —Así es, Kath. Pero para serte sincera, fue más de una que viole. —¿Hay más?, ¿cuáles?, ¿por qué lo hiciste?  —Vaya, esta explicación va algo larga. Yo soy la única bruja en mi familia. Así que mientras los militares se tomaban el poder, yo me encontraba en Las Brujas de Salem estudiando. Y como mi familia militaba en uno de los partidos políticos que fueron proscritos por la Dictadura, no tardaron en ser perseguidos. —Tu familia es de izquierda, ¿no es cierto? Esa era la primera vez que veía que Lily no estaba muy segura de decir lo correcto. —Lo somos. El caso es que mi hermano mayor, se unió a un grupo cívico-militar llamado Frente de Avanzada, el cual buscaba derrocar al Gobierno impuesto mediante las armas. Con el pasar del tiempo, también me uní al Frente. Yo nunca había utilizado magia en alguna misión, pero esa vez, algo salió mal. Mi hermano y yo no estaríamos vivos si no lo hubiera hecho. —¿Y cómo supieron que lo hiciste? —quiso saber James. —Fue culpa del detector, aún era menor de edad.  —Me pregunto…  —mencionó Sirius— ¿Dumbledore te dijo por qué estamos aquí? —Lo hizo, espero que no les importe.  —No te preocupes —señaló Viola—. No iba a ser un secreto considerando que acabas de ver nuestras heridas. —Por cierto, lamento mucho lo de tus padres —se dirigió a James—. Hace poco pasé por algo similar, así que puedo comprender tu dolor. —Eres muy amable, creo que a ellos les hubiera gustado hablar contigo sobre el Frente. Y ahora que lo pienso, ¿Sabes algo de la Orden del Fénix? —Bueno, después de contarle mi historia a Dumbledore, él me invitó a afiliarme a la Orden del Fénix. Al principio no quería, pero logró convencerme. Luego de eso, se dedicó a contarnos sobre el tiempo que estuvo en Francia, de cómo fue que llegó a Hogwarts, y de su breve estadía en Hogsmeade. A pesar de no querer hablar mucho de su patria, mencionó que su padre y su hermano se quedaron para seguir aportando. Ellos habían querido acompañarla, pero ella se negó diciéndole que otros podrían llegar a necesitar de su ayuda. Durante todo su relato, yo me mantuve en silencio escuchando. Al cabo de dos horas, Amanda se calló de manera abrupta.  —¿Qué sucede, cariño? —preguntó Viola—. ¿Estás bien? —Lo estoy, es solo que a Dumbledore se le olvidó decirme dónde quedaba la cocina. ¡Estoy muerta de hambre! —¿Bromeas? —Kath lucía indignada—. ¿No has comido nada desde anoche? —He pasado más tiempo sin comer, tranquila. Además, temía perderme si salía. —Bien, yo te llevaré —me ofrecí de voluntario—. Yo también tengo hambre. Sin decir nada, se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta. Algo que me llamó la atención, fue lo imponente que se veía al caminar, considerando lo gentil que parecía ser al hablar. Supuse que Amanda se había endurecido durante su tiempo en el Frente de Avanzada. Estuve varias veces a punto de preguntarle por su vida antes de venir a Hogwarts, pero logré contenerme al considerarlo imprudente. Ya se había expuesto lo suficiente por un día. Por lo mismo, todo el trayecto transcurrió en un acogedor silencio.  Entonces, una melodía interrumpió mis pensamientos. —¿Qué tarareas? —Disculpa, ¿qué? —Estabas silbando recién —se sonrojó—. Era una canción, ¿O me equivoco? —Lo es, pero dudo que la conozcas. —¿Cómo se llama? —La Internacional**. —No me suena. —Es una canción muggle, Gabriel. Más bien, se trata de un himno. —¿Y qué dice? Se detuvo ante mi petición. Por lo visto, no le traía gratos recuerdos. —Si gustas, más tarde podría mostrarte una caja musical con la melodía.  —Eso quiere decir que no me la cantarás, ¿verdad? —Así es. Después de todo, es un recuerdo agridulce que se me escapa de vez en cuando.  —Entonces, espero que algún día puedas hacerlo.  Luego de eso, comenzamos a conversar sobre Hogwarts, por lo que fue mi turno de hablar sin parar. Y por más que Amanda tratara de prestarme atención, sabía que su mente se encontraba a kilómetros de distancia. En su patria, en su casa, en el rincón más anhelado por su alma.

***

  Luego de que todos se marcharan a sus respectivas habitaciones, me quedé con Kath en la sala común. Creo que ninguno de los dos se sentía cómodo estando solo. De todos modos, permanecimos en silencio haciéndonos compañía por casi una hora. A decir verdad, yo seguía bastante dopado por la medicación y los reiterados desmayos, por lo que no tenía voluntad de nada. Por lo mismo, no me importaba desplomarme allí a pesar de que Kath estaba conmigo. Sin embargo, había algo que me mantenía despierto por más que estuviera ido la mayoría del tiempo. Sus ojos me observaban interrogantes, amenazantes. Me hacían permanecer en un estado de alerta. Entonces, el cazador decidió atacar a la presa. —¿Recuerdas lo que dijiste cuando nos fuimos de la habitación de James? —No, no lo recuerdo. —¿Seguro? —Por supuesto, estaba ebrio. —Me dijiste: Nunca te dejaré caer. —¿En serio? —Y luego intentaste decir otra cosa. —Bueno, no recuerdo mucho de esa noche. —Lo entiendo —lucía decepcionada—. Será mejor que lo pase por alto. Muy en el fondo, sabía que podría arrepentirme. Aun así, debía ser honesto con ella. —Espera, te estoy mintiendo. Lo recuerdo todo. —¿Y por qué no quieres decirme? ¿Acaso crees que me enojaré contigo? —Quería que te quedaras conmigo, Kath. Y considerando que estábamos borrachos, podría haberse malinterpretado. —Tal vez —hizo una mueca—. Aunque creo que si lo hubieras explicado… —Ese es el problema, no puedo explicarlo. Ya no sé nada si se trata de ti. —No irás a decirme que… Ella no tardó en comprender las implicancias de mi confesión. —Supongo que ya encontré la fuerza que me une a ti. —Sirius… —Y no sé si puedo llamarlo amor, pero se parece bastante. —Es muy pronto para afirmar algo así, lo sabes. Ni siquiera han pasado dos semanas desde… —He pensado al respecto por un par de meses, Kath. Lily me atormenta con ello desde que salimos de vacaciones. —Aun así, creo que deberías pensarlo más. —¿Acaso te molesta la idea de que sienta algo por ti? —No, no es eso. —Entonces, ¿qué? —Es solo que no quiero que sientas algo que otros quieren o piensan que deberías sentir. Tiene que ser algo natural, algo que nazca de tu interior. —Y si es lo que siento, ¿Te alejarías de mí? No hubo respuesta alguna. Después de todo, Kath era tan mala con las palabras como yo. Por lo mismo, no me sorprendió que decidiera revolver mi cabello, expresando de forma física que no debería decir tonterías. —¿Y estás bien con eso? —Solo el tiempo lo dirá. —Espero no equivocarme, ni con mis sentimientos, ni contigo. Decidió cambiar de tema antes de que pudiera agregar algo más. —Deberías descansar. —Lo sé. ¿Te quedarías aquí conmigo? —No, hoy no. Necesitas pensar y eso no ayudaría. —¿Me lo tomo como un rechazo? —Tal vez, en una próxima ocasión, quién sabe. —Algún día te voy a cobrar la palabra. —Descansa —insistió—. Nos vemos más tarde. La vi marcharse, llevándose con ella los anhelos que creía muertos. Y es que, a pesar de saber que me estaba apresurando, no podía evitar sentir que se nos acababa el tiempo.   Nota a pie de página: * Nombre inspirado en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), un grupo de resistencia armada contra la Dictadura de Augusto Pinochet, llevada a cabo en Chile, un 11 de septiembre de 1973. **La Internacional es la canción más famosa del Movimiento obrero. Se la considera el himno oficial de los trabajadores del mundo entero y de la mayoría de los partidos socialistas y comunistas, así como de algunas organizaciones anarquistas.
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