CAPÍTULO 11: ALGO DE ENTRENAMIENTO
«La guerra es inevitable, luchar contra ella es opcional».
Sin que ninguno de nosotros se diera cuenta, una semana transcurrió desde el incidente en la casa de James. Las heridas que aún permanecían en nuestra piel eran el único indicio de que algo grave había ocurrido. Sí, podríamos curarnos si tomáramos las medicinas, pero sabíamos que aquello era algo sin sentido. Puesto que, por más que quisiéramos que las cosas hayan sido diferentes, el dolor que experimentamos ese día ya quedó grabado a fuego en nuestras almas. Por esa razón, a ninguno de nosotros le importaba seguir con cicatrices, no cuando teníamos heridas invisibles que nadie más entendería.
A pesar de lo anterior, no todo ha sido lúgubre desde que llegamos a Hogwarts. Es más, tengo que admitir que fue un tanto gracioso, el tener que nadar lesionada en el mar de ropa que había en la habitación de objetos perdidos. Tuvimos que hacer aquello, debido a que los Aurores se tardaron dos días en enviarnos nuestras cosas, por lo que esa era la única opción que teníamos para dejar de oler a sangre, sudor y lágrimas. Al menos, había cosas de nuestra talla, hasta creo que Kath dio con la chaqueta que perdió en quinto año. Por otro lado, las camas en Hogwarts permanecían intactas, por lo que, si hubiera dependido de mí, me habría quedado allí hasta que mis maletas llegarán.
Pues bien, ahora que ya no había nada por lo que esperar o entusiasmarse, lo único que podíamos hacer era tratar de llenar las horas. En lo que a mí respecta, mi deporte favorito era hablar con Amanda, quien se había hecho parte del grupo de manera rápida y sencilla. Dentro de nuestros temas de conversación, el preferido de ambas era su hermano Fernando. En mi caso, esto se debía a que, al tener una pésima relación con Petunia, me alegraba la vida saber que si hay hermanos que valen la pena.
Respecto a Amanda, es una lástima que solo pudiera traer consigo la chaqueta con la que combatía en el Frente de Avanzada. Si no fuese por el trozo de papel escondido en uno de los bolsillos, ella no tendría nada con lo que rememorar el amor que este le profesaba. Lo he leído lo suficiente como para poder recitar de memoria. Dice así:
No importa cuántas veces deba enfrentarme a las balas, ni las ocasiones en la que tenga que pararme del otro lado de la barricada. Pues, incluso si muero, tu mano seguirá alzando la mía. Hermana, compañera, es tuya mi esperanza y mi vida. Así que donde estés, nunca olvides que mis ojos miran hacia el nuevo amanecer. Y allí, siempre estarás tú junto a mí.
Hermoso, ¿no? Cada vez que recuerdo sus palabras, le agradezco por amar a su hermana de ese modo. Y es que ella ha sido un apoyo tan grande para mí, que le tomé cariño con demasiada rapidez. Supongo que la contención emocional que me ha brindado durante nuestras conversaciones ha sido la responsable. Puesto que, por más que confíe en mis amigos, ellos jamás entenderán lo que es en verdad la tortura. Y con sinceridad, espero que nunca lo comprendan.
Amanda no me ha querido contar todavía su experiencia, cosa que respeto. Sin embargo, teniendo en cuenta que estuvo en una guerrilla, no es difícil imaginar que fueron muggles quienes lo hicieron. Ahora que lo pienso, tuvo que ser tortuoso el hecho de saber que te podías defender, y, aun así, comprender que no debías hacerlo. Con razón no dudó al momento de utilizar magia para proteger a su hermano. Ella ya sabía que podía perder mucho más que su varita si no lo hacía.
De todas formas, aun si Amanda nos ha ayudado a recuperarnos en diferentes grados, sigue siendo difícil seguir adelante. Ninguno de nosotros ha podido abandonar por completo esa rabia que surgió en nuestro interior, al comprender que nos encontrábamos indefensos ante el enemigo. Después de todo, por más que quisiéramos engañarnos, tarde o temprano tendríamos que asumir que tuvimos suerte de salir vivos ese día.
Por lo mismo, a pesar de la insistencia de McGonagall para que no lo hiciéramos, nos hemos dedicado a practicar hechizos de defensa. Al principio, iban a ser James y Sirius los únicos que entrenarían, debido a que los Señores Potter le habían enseñado con anterioridad. Sin embargo, al cabo de dos días, los demás nos sumamos a sus rutinas. Los únicos que se restaron de la iniciativa fueron Gabriel y Amanda.
La razón por la que Gabriel se negó la desconozco todavía. En cuanto a la negativa de Amanda, ésta nos dio a conocer a todos su decisión de no practicar magia a menos que sea necesario. Aun así, ella se ha dedicado a enseñarnos algunas técnicas de combate físico. De hecho, ahora mismo se encontraba entrenando con Kath y Viola en el Campo de Quidditch. Me habría sumado, pero prefería practicar hechizos no verbales por hoy.
—¿Qué estás haciendo?
—¡Mierda!
—Esa boquita, señorita Prefecta.
—¿Qué más querías? ¡Me asustaste!
—Lo siento, no fue mi intención.
—Y bien, ¿qué te trae por aquí?
—Bueno, yo pregunté primero, pero da igual. Estaba dando un paseo cuando…
—Me encontraste de casualidad, ¿verdad?
—¿Acaso dudas de mí?
—Desde que me enteré del Mapa del Merodeador, desconfío de todos ustedes, no te lo tomes personal.
—Como sea.
Se sentó en un árbol cercano.
—¿Piensas quedarte?
—¿Te molesta si me quedo a observar lo que haces?
—¿No tienes mejores planes?
—En realidad, no.
—¿Seguro?
—Bueno, quería ver si las chicas terminaron de practicar. Pero como te vi a lo lejos, preferí cambiar de dirección.
—Entiendo.
—Y por si no te diste cuenta, eso demuestra que no tengo el Mapa del Merodeador.
—Aun así, no te creo.
—Puedes revisarme para que veas que no miento. Aunque eso podría llevarnos a algo más, ¿verdad?
—Casi había olvidado que eres un dolor de cabeza.
—Yo también te estimo, Evans.
Lo ignoré por completo. Ya llevábamos varios días así, por lo que no sabía cómo alejarlo de mí. Sé que habíamos tenido nuestro momento en el pueblo y en la enfermería, sin embargo, James era experto en sacarme de mis casillas. Intenté pensar en las chicas, debía aprender para defenderlas también. No obstante, eso me llevó a recordar la última idea de Kath. Y es que no sé cómo, pero ella se obsesionó con que debíamos practicar hechizos de defensa sobre una escoba.
Siendo honesta, nadie sabe en qué estaba pensando cuando se le ocurrió algo así. No es cómo si los mortifagos nos fueran a atacar mientras jugamos un partido de Quidditch, ¿verdad? Aunque si lo medito un poco más, podría estar apuntando hacia algo más. Y si lo que está pasando en realidad, es que ella cree que podemos convertirnos en humo, al igual que los mortifagos. Eso podría tener más sentido, ¿no? De todas formas, ya no importa cómo surgió la idea, Kath logró salir con las suyas en cuanto se lo sugirió a los demás.
Cerré los ojos con fuerza, esto estaba siendo en vano.
—Lily…
—¿Qué quieres?
—¿Te gustaría acompañarme a ver si ya terminaron?
Me rendí de inmediato.
—Está bien.
—¡Genial!
—A todo esto, ¿has visto a Gabriel?
—La última vez que lo vi, estaba en su cama. Por si no lo han notado, parece muy desanimado.
—Ya lo sé —comenzamos a andar—. Me pregunto por qué será.
—Puede que se sienta algo aislado desde que llegamos.
—¿Tú crees?
—Bueno, no hay que ser un genio para darse cuenta de que ustedes están pasando más tiempo con nosotros que con él.
—Pero no es como si quisiéramos alejarnos de Gabriel. Él siempre encuentra excusas para no acompañarnos.
—¿Y si intentan invitarlo a hacer algo en lo que no estemos involucrados?
—Podría funcionar —suspiré frustrada—. Me sorprende que vuelva a sentir celos, la última vez…
De repente, dejé de percibir el suelo bajo mis pies y estaba viendo el mundo al revés.
—¿Qué estás haciendo? ¡Bájame!
—Te sonsaco información.
—Sobre qué…
—Los celos de Gabriel. Ahora dime, ¿A qué te referías con la última vez?
—No tiene importancia.
—Dilo o no te bajaré.
—Te lo advierto, te voy a patear hasta que me sueltes.
—Quisiera ver que lo intentes.
Luego de una frustrante pelea en la que perdí contra su obstinación, no me quedó otra opción.
—De Sam. Gabriel sintió celos de nuestra amistad con Sam.
—¿Y eso te costaba tanto decir?
—Oye, no creas que…
Si consideramos el hecho de que James, además de llevarme sobre sus hombros, también se dirigía al Campo de Quidditch, cualquiera podría suponer que algo así sucedería. Agradecería no haberme roto el cuello con la caída, si no fuese porque la maniobra de James para evitarlo, hizo que nuestros rostros terminaran a un suspiro de distancia.
—James, tienes que levantarte.
—Lo sé.
—Entonces…
—Me dio un calambre, no me puedo mover. Lo siento.
—¿En serio me crees idiota?
—Te juro que no miento, de verdad estoy acalambrado.
—Claro, y por eso estás tan cerca de mi rostro.
—Si tanto te incomoda, intenta salirte. Yo no me voy a mover hasta que se me quite.
—Bien —suspiré frustrada—. Te esperaré.
—Gracias.
A pesar de la expresión impasible de su rostro, en sus ojos pude observar el esfuerzo que realizaba para no caerse encima. Debía dolerle, sin duda, pero él no iba a aprovecharse de la situación. Y mis razones para suponer que no la haría, aun cuando seguía teniendo mis reparos sobre su cambio, es que James sabe de sobra que puedo atacarlo en cuanto me sienta sobrepasada por su cercanía. Bueno, también está el hecho de que su pierna no ha logrado recuperarse del todo, ya que lo he visto cojear más de una vez. Incluso podría decirse que confiaba más en que él no cometería una estupidez, a diferencia de mí, cuyo nerviosismo contrastaba de sobremanera con su autocontrol.
De hecho, con una vergüenza atroz, tengo que confesar que mi instinto me llevó a acercarme más de una vez al ver que sus ojos se posaban en mi boca. Cualquiera diría que ese gestó era una invitación, no obstante, sabía que James enfocaba su vista en ese lugar debido a que mi forma de calmar mis nervios era mordiéndome los labios. Por lo mismo, todas las señales que podrían malinterpretarse no eran más que incomodidades mal representadas por ambos. O al menos, eso me gustaría creer.
Entonces, sin previo aviso, un grito de mujer nos hizo despertar de nuestra ensoñación de inmediato. Como pude, ayudé a James a levantarse, quien corrió al Campo de Quidditch sin importarle el hecho de que podía generarse alguna lesión. Lo seguí esperando que no haya sido nada grave, esperanzada en que lo habíamos escuchado porque estábamos por llegar. Sin embargo, para cuando cruzamos la entrada, nos encontramos con Viola y Amanda, quienes veían con algo de pánico y temor a Kath tendida en el piso.
Me arrodillé junto a ella para ver la gravedad de sus heridas.
—¿Qué pasó?
—Se cayó de la escoba —respondió Viola—. Intentamos detener la caída, pero fue imposible.
—Sirius, quiero ver a Sirius…
—Creemos que el golpe le afectó la cabeza —comentó Amanda—. No ha parado de decir su nombre desde que se cayó.
—¡Por favor, James! ¡Llévame con Sirius!
—Primero te llevaré a la enfermería.
—Nosotras iremos a buscarlo, Kath. También te traeremos ropa limpia.
—Yo acompañaré a James —les prometí—. Ustedes arreglen todo, nosotros nos encargamos de ella.
A decir verdad, lo que pasó entre que llegamos a la enfermería y Pomfrey la atendió, fue algo borroso. Supongo que no había sido bueno para mi corazón ese mar de sentimientos en cosas de minutos. De todas formas, estaba agradecida de que solo se haya quebrado el brazo izquierdo. Y es que, considerando la altura y lo mal que había caído, podía esperarse algo peor. En fin, al llegar las chicas con las cosas, con James decidimos que era el momento oportuno de separar nuestros caminos. Ambos teníamos que pensar la dirección que íbamos a tomar. Puesto que, de seguir así, sería claro que podría haber entre nosotros algo más que una amistad.
***
La sensación de vacío es algo terrible. Después de todos estos años, en los que volé como si fuese un ave, nunca había tenido el infortunio de caerme. Y ahora, que lo hacía, no podía dejar de pensar en lo insignificante que me sentía. No sé cómo pasó, pero de un segundo a otro, mi cuerpo se encontró cayendo en picada. Solo pude cerrar mis ojos con fuerza antes de sentir el impacto contra el suelo. Dolió. De verdad me dolió, sin embargo, sabía que las cosas podrían haber sido mucho peor si no me hubiese apoyado en mi brazo. Al menos, no me rompí la cabeza o el cuello.
De hecho, mi brazo izquierdo me salvó de que me tuvieran que encerrar en la enfermería por una semana. Era una lástima considerando que hace poco me lo rompí, pero no era nadie como para rechazar su valiente y automático sacrificio. De todas formas, mientras escuchaba las voces de mis amigas preguntarme por mi bienestar, las lágrimas comenzaron a brotar sin parar. No era por el dolor, lo sabía. Se trataba de una promesa rota, de mis propias palabras empeñadas en vano. Él no me lo perdonaría, ya no volvería a confiar en mí después de lo de hoy. Y quizás, me lo merecía. Había sido desconsiderada con lo único que le ha importado en la vida.
Así es, yo era más egoísta de lo que creía. Mi estúpida idea me hizo romper aquello que Sirius más apreciaba. Por lo mismo, solo podía pensar en mi error mientras James y Lily me llevaban a la enfermería. Si hubiera seguido con mi plan original, Sirius no se habría visto involucrado en mi estupidez. Me pregunto si él seguirá durmiendo. De ser así, será un horrible despertar para él cuando las chicas le cuenten lo que pasó. Ojalá pudiera retroceder el tiempo y volver a despertarlo, preguntarle y rendirme de inmediato. Pero no, era imposible, nada puede hacer que nuestras palabras cambien. La conversación seguiría siendo la misma sin importar las veces que la recuerde. Y, aun así, no podía dejar de hacerlo.
—¡James! ¿Estás ahí?
Al no obtener respuesta, entré sin preguntar.
—¡Sirius!
—M…
—¡Hey, despierta dormilón!
—No quiero.
—Vamos —pellizque su mejilla—. ¿Cómo estás?
—¿De verdad eres tú?
—Por supuesto que soy yo. ¿Quién más, si no?
—¿Una veela? —lo golpeé—. Me sorprende tu falta de humor.
—No estoy para bromas, Sirius, busco a James.
—Bueno, él no está.
—No me digas.
—¿Para qué lo necesitas?
—Quiero pedirle prestada su escoba. En realidad, necesito dos, pero con la de Gabriel ya tendría una.
—Te puedo pasar la mía.
—¿Hablas en serio?
—Por supuesto. Solo te pido que la cuides, es muy valiosa para mí.
—Tranquilo, Sirius. El que rompe, paga.
—No se trata de eso. La escoba fue un regalo de mi hermano.
Su tono melancólico saturó el ambiente con su tristeza, por lo que me atreví a ofrecerle algún tipo de consuelo.
—Sabes, nunca es tarde para retomar el camino correcto. Regulus todavía tiene tiempo.
—Eso espero.
Las lágrimas volvieron a caer al recordar nuestra conversación una vez más. Y ahora, que sabía que en cualquier momento llegaría, no podía evitar sentirme peor que antes. Por ese motivo, no logré darme cuenta a tiempo que Sirius me observaba consternado desde la puerta de enfermería. Traté de recomponerme, pero su paso apresurado impidió que borrase mi arrepentimiento de mi cara.
—Me perdonarás, ¿verdad?
—Depende.
—De qué.
—¿Qué es lo que te debo perdonar?
—Rompí algo valioso para ti.
—¿Te refieres a la escoba? —asentí—. Hubiera preferido que dijeras que era por ti.
—No digas tonterías. Por supuesto que hablaba de la escoba, sé lo que significa...
—La escoba es solo un trozo de madera, Kath. El valor que poseía era el cariño que le tengo a la persona que me la dio.
—De todas formas, te pido perdón. Debí tener más cuidado, no es como si hubiera volado por primera vez.
—En eso tienes razón —afirmó sin verme—. No me hagas pasar por este susto otra vez. Cuando las chicas me dijeron que te caíste, pensé que...
—Que…
—Ya no importa.
—Aun así, me gustaría escucharlo.
—Creo que no soportaría perderte, Kath. Eres demasiado valiosa para mí, yo…
—No sigas, lo entiendo.
—¿Acaso te molesta?
—Un poco.
—Lo siento.
—Es solo que me cuesta creer que te hayas enamorado de mí. Después de todo lo que hemos vivido juntos, nosotros…
Hubiera continuado, pero Sirius me había callado con un beso. Fue un simple roce, uno que bastó para encender todo mi interior. Luego de aquello, no sabía qué más podía decir o hacer. Solo me quedé en silencio esperando una explicación.
—Si ese es el problema, intentaré convencerte.
—Sirius, yo…
—No es necesario que digas nada, te daré tiempo para pensarlo.
—Te lo agradezco —suspiré—. Sin embargo, ¿Qué pasa si no siento algo por ti?
—No pasará nada, seremos amigos.
—¿Y estarás bien con eso?
—Por supuesto, solo deseo permanecer a tu lado.
—Yo también lo quiero.
—Me alegro —sonrió—. Por cierto, ¿Y si te cobro la palabra del otro día?
—Primero me besas, ¿Y ahora quieres acostarte conmigo?
—¿Qué? No, hablaba de los 500 galeones que me debes por romper mi escoba.
—¿Acaso no dijiste que no importaba? Además, 500 galeones es algo excesivo.
—Si consideramos el daño emocional, estoy siendo bastante justo. Aunque si no puedes pagar, podríamos pensar en otras formas de pago.
—¿Ves como sí querías acostarte conmigo?
—Solo estoy bromeando, no me hagas parecer un idiota.
—En mi defensa, ya lo eres, aunque también puedes llegar a ser lindo a veces.
Luego de burlarme un millón de veces por sus mejillas sonrojadas, le permití acompañarme en la camilla. Al principio creí que sería algo incómodo, pero con el pasar de las horas y las bromas, logré acostumbrarme a su presencia. De hecho, para cuando la noche cayó sobre nosotros, ya estaba convencida de que esta era la oportunidad que alguna vez esperé para nosotros.
***
Desde que regresamos a Hogwarts, no he hecho nada más que vagar por el castillo y tocar la guitarra. De cierta forma, la vida perdió su sentido para mí, en cuanto comprendí lo fácil y sencillo que era morir. Por lo mismo, he querido estar solo, necesitaba pensar y replantearme un montón de cosas. Después de todo, el alzamiento de Voldemort, el ataque en la casa de James, la llegada de Amanda, cada uno de los sucesos que acontecían a mi alrededor, me hacían cuestionarme mi rol en esta vida.
De hecho, durante el tiempo que hemos estado encerrados, no he dejado de realizarme preguntas que carecen de respuestas. Me he dedicado a cuestionarlo todo, desde lo más sencillo hasta lo más complejo. Y eso me llevó a darme cuenta de que ya no estaba seguro de nada y eso me preocupaba. Y como si eso fuera poco, la peor parte de mi crisis existencial se la llevaban las chicas. Puesto que, sin importar lo que hacían, yo las apartaba para quedarme solo con mi compañía. Por esa razón, no las culpo por dejarme a un lado. No cuando ellas estaban tratando de decidir qué hacer con sus vidas de una forma menos autodestructiva que la mía.
De todas formas, a quien más extrañaba era a mi adorada Viola. Y cómo no hacerlo, si ella era una presencia más que constante en mi vida. Ella sabría las respuestas a todas mis preguntas, estaba seguro. Y, aun así, sabía que era egoísta traerla a una travesía que debía hacer sin guía. Así que me dediqué a vagar por el castillo como todos los días. Entonces, cuando me encontraba cerca de la torre de Astronomía, la silueta de una mujer llamó mi atención. No tardé mucho en notar que se trataba de Amanda.
Tengo que admitirlo, parte de mí era consciente de que debería haber dado la vuelta, sin embargo, la otra estaba convencida de que tenía que seguirla. Y cuando la encontré, no pude contener la extraña sensación que me causaba ver la fragilidad con la que miraba el horizonte. Deseaba tanto poder hablarle, preguntarle si existía algún modo en que pudiera consolarle. Pero no lo logré, solo me quedé observando. Y es que, por más que odiara admitirlo, considerando la situación en la que ella se encontraba, Amanda era una de las mejores experiencias estéticas que había tenido. Es más, incluso cuando la pude oír sollozar, cosa que me conmovió de sobremanera, ella seguía pareciéndome perfecta.
Cuando Amanda se levantó del suelo, varios minutos después, salí corriendo de allí. No quería que me viera y que se diera cuenta de que me había quedado mirándola como un idiota. De ningún modo deseaba que creyera que la estaba espiando, aunque eso estuviera haciendo a mi manera. Me fui interpelando a mí mismo durante todo el camino. Me urgía aclarar el mar de ideas que era mi mente y mi corazón. De lo contrario, terminaría cometiendo un error que no se podría remediar. Me lancé al sillón de la sala común para reflexionar.
Luego de un rato, escuché una voz que me llamaba desde el pasillo.
—¡Gabriel! ¿Estás aquí?
Salí corriendo a su encuentro. Se trataba de James.
—¿Qué pasa? ¿Estamos bajo ataque?
—No, tranquilo —suspiré aliviado—. ¿Has visto a las chicas?
—No. ¿Por qué lo preguntas?
—Kath tuvo un accidente, venía a informarte. No fue nada grave.
—¿Está lastimada?
—Volvió a romperse el brazo.
—¿Y cómo sucedió?
—Fue culpa de su estúpida idea, se cayó de la escoba.
—¿Seguro de que está bien? No me estarás ocultando algo, ¿o sí?
—En serio, solo fue el brazo, lo juro.
—¿Ella sigue en la enfermería? —asintió—. Bueno, iré a...
—No vayas, Sirius la está cuidando, no hay de qué preocuparse.
—Por tu expresión, pareciera que te molesta que ahora sean amigos.
—Claro que no —alcé una ceja, incrédulo—. Bueno sí. A decir verdad, no lo sé.
—Supongo que deben ser celos, nada más.
—También algo de preocupación.
—¿Por qué razón?
—Si las cosas terminan mal, sea cual sea el caso, no podría elegir. Los amo a los dos por igual.
—Comprendo. Sin embargo, pienso que nunca te pondrían entre la espada y la pared.
—¿Tú crees?
—Sé lo que veo, James, y ellos también te aman. Así que sin importar lo que pase, ambos se asegurarán de ponerte en primer lugar.
Su rostro reflejaba frustración.
—Me siento como si estuviera entre medio de mis dos hermanos. Y lo peor de todo, es que ellos ni siquiera podrían ser hermanos.
—Ya veo, tú también decidiste unirte al club.
—No me queda más opción que dejarlos ser, estoy condenado.
Sin siquiera esperarlo, nos quedamos charlando en la sala común hasta que el reloj de la chimenea marcó la medianoche. Hablamos de todo un poco. De nuestro encuentro en el Callejón Diagon y el intento de paz, la batalla que tuvimos que librar en su casa, la inusual estadía en Hogwarts y las nuevas relaciones que se estaban dando entre todos nosotros. Le confié parte de mis temores y él hizo lo mismo. Aun así, del mismo modo que él no mencionó a Lily, yo tampoco le hice saber el interés que había despertado Amanda en mí. Ese era un problema que debía solucionar solo, si quería que la mayoría de mis interrogantes obtuvieran algún tipo de respuesta.