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A pesar de lo peligroso que podía ser, todos hemos seguido con nuestras manías de pasear por el castillo a medianoche. En mi caso, la mayoría de las veces eran pequeñas incursiones a las cocinas para pedirle a los elfos té y golosinas. Me llevaba tan bien con ellos que podría solicitarles que me la enviaran, pero prefería esforzarme yendo a las cocinas para compensarle de algún modo todo lo que hacían por nosotros. De hecho, estaba de regreso, cuando la silueta de un hombre se formó en el pasillo cercano a la Torre de Gryffindor. En un principio, me asusté lo suficiente como para que mis instintos de supervivencia se activaran. Sin embargo, decidí guardar la varita de inmediato, al recordar que podía tratarse de uno de los chicos. Después de todo, no había manera en que alguien entrara al castillo. De todas formas, agradecí a Merlín por hacer mi deducción correcta. Remus me saludó alzando su mano en cuanto entré en su campo de visión. Sonreí con cierta incomodidad, aunque intenté disimular. Y es que, desde que Gabriel intervino entre nosotros, no podía dejar de sentir que nuestra relación había cambiado para mal. En sí, no me importaba mucho que tuviera sentimientos por mí. Ya había pasado por algo parecido con Gabriel, por lo que sabía de sobra como debería reaccionar. No obstante, era poco probable que Remus se atreviera a hablar conmigo al respecto en caso de que fuese verdad. Por lo mismo, esa incomodidad que sentía solo se iría acrecentando cada vez más, hasta que mi paciencia se fuera al carajo y le preguntara sobre lo que hablaron. Y de paso, golpearía a Gabriel por causar problemas donde no los hay. Al menos, eso es lo que haría Kath en mi lugar. —Y bien, ¿Qué hacías afuera a estas horas? —Vengo de regreso de mi paseo, Prefecto. —Así veo, ¿Atracaste la cocina de nuevo? —Tenía hambre —me encogí de hombros—. Y ellos siempre están dispuestos y felices de alimentarme. —Aun así, no olvides que estamos en una situación peligrosa. —Estamos en Hogwarts, Remus. ¿Qué podría pasar? —De todas formas, no está de más ser precavidos. —¿Y qué hay de ti? ¿Por qué no estás dentro de la torre? —La verdad es que no podía dormir. Estaba decidido a dar un paseo, pero preferí quedarme aquí. —Ahora que lo dices, tienes algo de ojeras. Podría volver a la cocina para pedirles alguna infusión… Me detuvo sujetando mi muñeca. Ojalá no hubiera visto su sonrojo. —No importa, ya estoy acostumbrado. —Como quieras. En cuanto entramos a la torre de Gryffindor, un silencio abrumador se presentó entre los dos. Sin embargo, la incomodidad no contaba con mi increíble dotación de golosinas para compartir. Así que, mientras comíamos mirando la chimenea, me atreví a dar el paso por él. —¿En qué tanto piensas? —Cosas sin importancias, no te preocupes. —Sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad? —asintió—. Sea lo que sea. —Lo mismo digo. Por cierto, ¿Cómo está Kath? —Supongo que bien. —¿Supones? —Todavía no la he ido a ver porque sé que le daré la lata por ser tan descuidada. Pero tengo fuentes confiables que dicen que se encuentra más que bien. —¿Estás segura? Amanda se veía muy afectada cuando nos contó a Sirius y a mí. —Detuvimos la caída lo más que pudimos, Remus. No debería de tener más que un hueso roto. —De todas formas, me pregunto qué tan horrible tuvo que ser la caída para que reaccionara así. —A decir verdad, no estuvo tan mal. —¿Y si el incidente le trajo recuerdos de su pasado? —Es probable. De hecho, varias veces la he visto consternada por cosas que no parecen importantes. —Hablando de malos recuerdos, ¿Qué diremos cuando comiencen las clases? —No lo sé, supongo que deberíamos organizar entre todos una versión extraoficial, algo que nos libre de posibles suposiciones. —Sí, me parece una buena idea. Además, el Profeta no dijo nada muy comprometedor como para que no podamos inventarle algo a los demás. Considerando que lo único que se atrevió a decir el Profeta sobre el ataque, fue que atacaron la casa de James y que habíamos escapado, teníamos un amplio abanico de mentiras a nuestra disposición. Después de todo, a lo único que nos debíamos apegar era a la versión que decía que sus padres murieron en una misión del Ministerio. Junto con esto, también tendríamos que confirmar que el tutor legal de James era Dumbledore. Ahora que lo pienso, la información que se entregaba sobre los hechos me hacía suponer una manipulación sistemática de los sucesos y evidencias. Y de ser así, era más que probable que los mortifagos se hubieran infiltrado en el Profeta. De todas formas, nos dimos el tiempo de contemplar una posible versión que fuera sencilla de creer. Antes de subir a su habitación, ya que el sueño lo había vencido, Remus sugirió algo más. —Amanda también debería inventar una historia alternativa. —Ya la tiene, y es muy creíble. Podríamos pedirle ayuda para crear la nuestra. —Mañana, cuando estemos desayunando, hablaremos con los demás. No entendí la brusquedad con la que dio por terminada la conversación, hasta que me di cuenta de que no estábamos solos. Gabriel había bajado de repente de la habitación de los chicos, y por su expresión, malinterpretó la situación. —¿Se puede saber qué hacen a solas a esta hora? Nos sonrojáramos ante su insinuación. —Parece que no. —Me encontré con Remus cuando regresaba de la cocina. Y como tenía golosinas de más, decidí compartirlas con él, nada más. —Está bien. Por cierto, ¿Vieron a Amanda en el camino? —No —respondió Remus—. ¿Por qué lo preguntas? —Porque es la única que no ha llegado. Sirius está con Kath en la enfermería, Lily y James están en sus respectivas habitaciones, y nosotros aquí. —Bueno, la última vez que la vi, fue cuando vinimos a buscar a Sirius en la tarde. No sé dónde habrá ido después. —Si les parece, podría ir por el Mapa del Merodeador. —No es necesario, Remus —declinó Gabriel—. Me quedaré a esperarla. —Como quieras —señaló las escaleras—. Será mejor que me vaya a acostar, ¡Buenas noches, muchachos! —¡Buenas noches, Remus! —¡Buenas noches! En cuanto nos quedamos a solas, golpeé con fuerza a Gabriel. —Desde que le sugeriste que le gustaba, Remus se comporta diferente conmigo. —Actué como buen amigo —se defendió—. Tú no mereces pasar de nuevo por lo mismo, lo hice con buenas intenciones. —El camino al infierno está hecho de buenas intenciones. —Vamos, no te enojes. —No estoy enojada, Gabriel, estoy molesta. —¿Y eso en qué se diferencia? —En que te sigo hablando, a pesar de ser un idiota. —Mejor no hubiera preguntado. —Mira, entiendo tus motivos, y agradezco que te preocupes por mí. Sin embargo, las cosas entre Remus y yo se complicaron sin razón. —Supongo que me equivoqué. Al menos, debí hablar contigo primero. —Ya está hecho. A pesar de la brusquedad con la que me expresé, le ofrecí una de mis manos en son de paz. Él aceptó el contacto con agrado. —¿Fui perdonado? —Puede ser. Aunque podría aprovechar para devolverte el favor. —¿A qué te refieres? —¿Crees que no me he dado cuenta de que la miras demasiado? —No es lo que estás pensando. —Tal vez, pero no puedes negar que te causó una gran impresión. —Es alguien interesante, ¿qué esperabas? —Como digas —fingí creerle—. Será mejor que me vaya a acostar. O de lo contrario, podría terminar convenciéndote como lo hiciste con Remus. —Viola… —¡Buenas noches, idiota mío! Salí corriendo antes de que pudiera atraparme. Y es que, si hay algo que le molesta a Gabriel, es que haga sonar los besos que le doy en la mejilla. Según él, es porque lo babeo cuando lo hago, pero en realidad, se trata de un acto reflejo de cuando éramos pequeños. Ah, como lo molestaban los demás niños al ver que yo era tan cariñosa con él. De ahí que no le gustan ese tipo de expresiones, lo cual es una completa estupidez considerando lo apegados que podemos llegar a ser. Antes de terminar de subir por las escaleras, me di media vuelta para verlo una vez más. Gabriel se había acomodado en el sillón, por lo que no parecía querer perseguirme en esta ocasión. Mientras intentaba dormir, no podía dejar de imaginarme lo difícil que debía ser para Gabriel considerar que alguien le podría gustar. Después de todo, siempre he sido la única que ha estado en su corazón, incluso si se trataba de una mera confusión. Supongo que esto iba a pasar tarde o temprano, sin embargo, no me dejaba de sorprender la forma en que las cosas habían comenzado a cambiar. De hecho, era como si hubiéramos despertado en otra vida, en un día elegido al azar.***
Después de haber cumplido con la misión de encontrar a Sirius y enviarlo a ver Kath, decidí darme un tiempo para pensar. El accidente me había hecho recordar cosas que no querría volver a presenciar en mi vida. Y es que todo ese dolor, ese martirio, la sangre derramándose por los caminos, era difícil de soportar. Por lo mismo, cada vez que esos recuerdos me nublaban la mente, sentía la necesidad de ceder a mi ira cegadora y destruir todo lo que se encontraba a mi alrededor. Ellos habían pisoteado tantas flores preciosas, que el hecho de querer acabar con la inmundicia del mundo no me parecía un crimen tan atroz. No obstante, más allá del fuego que me consumía en esos momentos, yo sabía que en el fondo me había convertido en un mar de aflicción. Y es que, mientras las descargas de las metrallas entonaban su melodía sanguinaria en mi cabeza, yo solo podía derrumbarme en lágrimas hasta quedar deshecha. Y entonces, la pregunta recurrente vendría a darme el golpe final: ¿Cuánta sangre se necesita derramar para alcanzar la libertad? Recuerdo que la primera vez que le pregunté a Fernando, él no supo qué decir. Ya para la décima vez, cuando estábamos empapados de sangre de una compañera que no pudimos salvar, solo fue capaz de responder: Un poco más. Supongo que fui demasiado ingenua al creerle en ese entonces. Ya que, después de ese día, los ríos de sangre que inundaban la ciudad aumentaron su caudal. Aun así, quisiera poder volver a ese tiempo para intentar enmendar los errores que cometimos. Y quizás, con algo de suerte, salvar a quienes tuvimos que dejar atrás. De ese modo, podría continuar al lado de Fernando, incluso si eso significaba la muerte para ambos. Después de todo, él era mi mundo, la persona más cercana a mí, la mitad de mi alma y de mi corazón. Siendo sincera, estos meses en el exilio me iban a terminar destruyendo. Puesto que, cada día que pasaba, me sentía más ausente, más perdida, como si de algún modo, hubiera dejado de ser yo. París había sido mi refugio perfecto, ya que estaba rodeada de gente como yo. Pero aquí, por mucho que lo intentaran, no podrían comprender lo que siento. Llegué a la Torre de Astronomía sin darme cuenta, por lo que decidí quedarme en ese lugar hasta que se me pasaran las ganas de llorar. Mi padre y mi hermano eran los pensamientos que más rondaban por mi cabeza. Y entre más pensaba en ellos, más aterradoras se volvían las posibilidades de que pudiera perderlos mientras me encontraba en el extranjero. Por lo mismo, me encantaría mucho poder enviarles una carta, aunque sabía de sobra que no se podía. Era un riesgo innecesario que no valdría la pena si eso terminaba por exponerlos a un peligro mayor. Entonces, de un momento a otro, mis pequeñas lágrimas se convirtieron en una lluvia de lamentos. A pesar de ello, intenté recomponerme al pensar en lo débil que estaba siendo. Tenía que ser fuerte y estar preparada para el día que todos esperábamos, el día final de nuestro sufrimiento. La noche cayó sin que me diera cuenta. La luna estaba en lo más alto del cielo, por lo que debía de ser medianoche. Ya era hora de que volviera a la torre de Gryffindor, no quería meterme en algún problema por desobedecer las reglas. Antes de irme, miré las estrellas y la luna por última vez. A pesar de todo, con mi padre y con mi hermano, seguíamos compartiendo el mismo cielo. En cuanto llegué a la torre, me encontré con la sorpresa de que no era la única persona que se desveló. Gabriel se había quedado dormido en uno de los sillones de la sala común. Me acerqué para despertarlo y enviarlo a su cuarto. —¡Hey, Gabriel! —Mmm… —¡Gabriel! ¡Despierta! —¿Amanda? —al menos me reconoció—. ¿Qué hora es? —Son como las dos y algo. —Vaya, ya es tarde. —Por cierto, ¿qué hacías que te quedaste dormido aquí? —Bueno, yo estaba esperando... pensado. Estaba pensando en algo y no me di cuenta cuando me dormí. —¿Y se puede saber de qué se trataba? —No era nada importante. —Oh, está bien. —Será mejor que me vaya a mi habitación. Era de esperarse una respuesta así. Todavía no me conocían lo suficiente como para tenerme confianza. —Ten una buena noche. —Igual para ti. A pesar de querer irse, pude ver un cierto atisbo de duda en sus ojos. De todos modos, él se fue dejándome a solas. Y bueno, ya que se había desocupado el sillón grande, me cambié de asiento para estar más cómoda y más cerca del calor de la chimenea. Durante el tiempo que estuve en la sala común, me dediqué a mirar a mi alrededor, tratando de convencerme de que estaba en el lugar correcto. De repente, un crujido proveniente de la escalera de la habitación de los hombres me hizo mirar en aquella dirección. Allí se encontraba Gabriel, observándome con un leve reproche en su expresión, como si fuera un problema de matemáticas que tuviera que resolver por obligación. —¿Para qué has vuelto a bajar? —Vine a ver si no te habías quedado dormida al igual que yo. —No te preocupes, me iré ahora mismo a mi habitación. Gracias por venir a ver. —No hay de qué, para eso están los amigos. —Entonces, gracias por ser mi amigo. —Nos vemos. —Hasta mañana. Mientras me dirigía a la escalera de las chicas, pude sentir la intensidad de su mirada en mi espalda. Esta no era la primera vez que lo hacía, por lo que ya no me molestaba. Después de todo, era consciente de que causaba cierta desconfianza, debido a mis actitudes y los secretos que tan bien guardaba. Aun así, tuve la valentía de dar media vuelta y sonreírle. Pues, de algún modo, sentía que Gabriel todavía no me aceptaba. Una vez en mi habitación, me di el tiempo de pensar en el aquí y el ahora, en lugar de quedarme estancada en el aquel entonces y el allá que ya no está. Puesto que, aun cuando la herida permanezca por siempre abierta, debía encontrar la oportunidad de una tregua. Por lo mismo, ya era hora en que dejase atrás el mundo al que solía aferrarme, con tal de poder armarme un lugar al cual pudiese llamar hogar. AL SIGUIENTE DÍA – MUY TEMPRANO El color blanco inundó mi visión cuando abrí los ojos en la enfermería. Estaba tan confundido en un inicio, que por un momento llegué a pensar que me lastimaron de algún modo. No obstante, al percatarme que junto a mí se encontraba el cuerpo cálido de alguien más, recordé que me había quedado en la enfermería por Kath. Ella se veía mucho mejor, incluso si su expresión daba a entender que no estaba teniendo un sueño reparador. Supongo que para ninguno de los dos era habitual el compartir cama con otra persona que no fuese un amigo o familiar. Al ver que ella no se despertaba todavía, me dediqué a observarla. Había pasado tanto tiempo desde que pude admirarla de esa manera, que estimo que seguíamos siendo unos niños cuando lo hice. Y es que, aun cuando nunca lo hubiera admitido, siempre me gustó la forma en su tez blanquecina hacía resaltar la negrura de sus cejas y pestañas. Es más, no tengo palabras de lo atractivo que me resultaba el color natural de sus labios. Y pensar que hace poco logré besarla… De repente, sentí un golpe en la cara. —¿Qué mierda te pasa? —¿Qué tanto mirabas? —Nada —lo dejé estar—. ¿Cómo dormiste? —Bien, supongo. —¿Siempre eres así de elocuente por las mañanas? —No… yo… Anoche, ¿Qué sucedió? —Nos quedamos dormidos. —¿Solo eso? —Tranquila, fiera. No estabas en condiciones de hacer nada más que escucharme. —Sabes que podría tirarte de la cama, ¿verdad? —Aun si lo hicieras, tengo que admitir que ya estoy más que acostumbrado a tu maltrato. Es más, hasta creo que me gusta. —Estás loco. —Pero por ti. —Voy a ignorar eso. Por cierto, ¿qué hora es? —Deben ser como las cinco o seis. Aún no amanece, así que puedes dormirte otra vez. —Por mucho que me agrade esa idea, te tengo una propuesta que no podrás rechazar. —Antes que digas más, te advierto que deberíamos conocernos un poco más… —Tienes ansias de morir, ¿verdad? —Vamos, sabes que me gusta bromear. —Lo sé. En fin, te iba a proponer si íbamos a la Torre de Astronomía a ver el amanecer. —Tienes razón, no la puedo rechazar. Deja que vaya a avisarle a Pomfrey que ya nos vamos. —No lo veo necesario. Ella supondrá que nos fuimos a la Torre de Gryffindor cuando se dé cuenta de que ya no estamos. Si estuviésemos en clases, ninguno de los dos se habría permitido andar por el castillo con las pintas que traíamos. No obstante, ya que solo nos encontrábamos nosotros, no existían razones para lucir decentes desde tan temprano. De todas formas, considerando que Kath se había lastimado, me preocupé de tener especial cuidado para que nadie más la viera pasarse por alto las sugerencias de la enfermera. Sabía que no era correcto, pero no nos quedaba de otra si queríamos ver el amanecer. De hecho, llegamos justo a tiempo. Acabábamos de apoyarnos en el barandal de la Torre de Astronomía, cuando el primer rayo de sol surcó los cielos, esparciendo su luz en todas las direcciones al azar. Esa era una vista maravillosa. Tan hermosa, que me hizo arrepentirme de no haber presenciado más de tres amaneceres en toda mi vida. Kath me dio un codazo que me sacó de mi ensoñación. —¡Pide un deseo! —Está bien. —¿Qué pediste? —Se supone que no se debe decir. —Vamos, no seas infantil. —Mira quién lo dice. —Yo pedí que James pudiera volver a casa. —Creo que es algo que todos quisiéramos, Kath. Aun así, me haces sentir egoísta ante lo que pedí. —¿Por qué lo dices? —Porque yo pedí estar junto a ti. Mi sinceridad la hizo sonrojar. —A veces eres demasiado adorable. —Lo soy cuando estoy contigo. —Fingiré que te creo. —Omitiendo el hecho de que siempre me contradices, ¿Puedo hacerte una pregunta? —Por supuesto. —Si te hubiera besado antes de la tregua, ¿Qué habrías hecho? —Conociéndome, te habría dado un puñetazo en la cara. Tal vez dos, quizás más. —¿Y si te volviera a besar? —Lo tendrías que averiguar. Una parte de mí me decía que ella me estaba invitando a besarla. Pero la otra, me advertía que esto se trataba más bien de una prueba. Entonces, mientras intentaba comprender cuál de las dos partes ganaría la pelea, me di cuenta de que no sería correcto el besarla incluso si quisiera. Después de todo, el siguiente paso debería darlo ella. Yo ya le había prometido tiempo para que analizara sus propios sentimientos, por lo que no sería conveniente que interviniera de alguna manera. De todas formas, besé su frente para no desaprovechar la oportunidad que ella me ofrecía. —¿Por qué…? —No sería justo de mi parte. —Yo pensé que querrías, ayer… —Por supuesto que quiero besarte, Kath, pero no lo haré. Esperaré a que aclares tus sentimientos primero. —Agradezco lo comprensivo que estás siendo. —No agradezcas, eso es lo correcto. —Entiendo. —Creo que será mejor que nos vayamos. Debes descansar un poco más. —Está bien, volvamos. Mientras nos dirigíamos a la torre de Gryffindor, ninguno de los dos fue capaz de pronunciar palabra alguna. Supongo que el silencio era la mejor opción para no echar a perder el ambiente. Y es que, a pesar de estar sumergidos en una atmósfera un tanto incómoda, no podía evitar sentir que ambos estábamos contentos de ser la compañía del otro. Entonces, sin previo aviso, nuestras manos se entrelazaron. Habría disfrutado más ese momento, si no fuese porque al dar la vuelta en uno de los pasillos, nos encontramos con la persona que más problemas nos podría dar. Aun así, James no se acercó a interrogarnos como temíamos, solo se limitó a hacer un gesto que daba a entender que hablaría con ambos más tarde. Supongo que todos tendrían una conversación con nosotros después de que James les contase. Ya nos habían atrapado. No teníamos más opción que intentar explicarle algo que ni siquiera nosotros hemos logrado entender.