ID de la obra: 1300

Lily Evans Y James Potter: El Amor Y La Guerra [1]

Gen
G
Finalizada
1
Fandom:
Tamaño:
312 páginas, 107.354 palabras, 25 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

DE COMIENZOS Y FINES

Ajustes de texto
CAPÍTULO 13: DE COMIENZOS Y FINES «Lo más importante de una historia, es su comienzo y su final». La luz del sol se filtró por la ventana, lanzando sus rayos sobre mis párpados. La brisa de la mañana trajo consigo una sensación de tranquilidad que suponía olvidada. Hasta cierto punto, creo que el hecho de haberme despertado a esa hora resultó ser más reparador que seguir intentando calmar a mi inquieto corazón. Después de todo, pasé la noche soñando con los posibles escenarios a los que podría enfrentarme el día de hoy. Al menos, ahora podía decir que el día que tanto había esperado llegó. Por lo mismo, sentía que en mí ya no cabían dudas, ni temores, pues tenía desde la punta de los pies a la cabeza, la palabra esperanza escrita en la piel. Antes de salir de la habitación, noté que Sirius no había regresado de la enfermería todavía. Debió de pasar la noche allí, por lo que me fue imposible no recordar lo que Lily mencionó al respecto. Aun así, me costaba aceptar que Sirius pudiera albergar sentimientos por mi mejor amiga. Puesto que, a pesar de que ella era una de las pocas chicas que consideraba que estaban a su nivel, no podía olvidar las cosas que han pasado entre ellos desde que éramos pequeños. Por lo mismo, todo lo que podrían entregarse mutuamente, se veía opacado por cuan volátiles, testarudos y caprichosos podían llegar a ser estando juntos. De hecho, estaba pensando en eso, cuando me encontré con ambos al dar la vuelta en uno de los pasillos. Ellos venían tomados de las manos, sin hablarse ni mirarse, pero disfrutando de la compañía del otro. Por lo tanto, decidí pasarlo por alto, ya tendría una conversación con ellos más tarde. Una vez que llegué al lago, me senté a esperar a Lily en el árbol que le había señalado en el último mensaje. Mientras el tiempo pasaba y ella aún no llegaba, me dediqué a contemplar los alrededores. Entonces, de la nada, un rayo rojizo se cruzó por mi mirada. Por fin, había amanecido de verdad. —Esto… ¡Buenos días! —¿Cómo estás? —Algo nerviosa. —No lo estés, todo saldrá bien. —Es que no sé qué debo esperar de esta conversación. Le hice señas para que se sentara junto a mí. —No esperes nada. —¿Qué hay de ti, James? —Bueno, yo estoy aquí porque quiero saber si hay algo… —¿Y si no lo hay?, ¿seguirías estando a mi lado? —Por supuesto. —Cierto. —Aún sigues sin confiar en mí, ¿verdad? —Sé que me ha costado llegar a creerte, James. Pero debes saber que confío en que tus sentimientos por mí son sinceros. —¿Y qué hay de los tuyos? —Yo también deseo ser honesta al respecto. —Entonces, ¿tú me quieres? —asintió ruborizada—. ¿De la manera correcta? —¿A qué te refieres? —Digo que si me quieres como yo quisiera que lo hicieras. Necesito saber si ves en mí a un amigo, un compañero o un amante. —Bueno yo… No estoy segura. —Explícate. —Mis sentimientos por ti son algo que todavía no comprendo. No son de familia como con Sirius, ni de amistad como con Gabriel, ni mucho menos de compañerismo como con Remus. —¿Y qué hay de Sam?, ¿me quieres igual que a él? —Sabes, a Sam lo quise demasiado, no lo niego. Sin embargo, ahora entiendo que estaba confundiendo nuestra amistad con algo más. —Eso quiere decir que nunca has sentido por alguien lo que sientes por mí, ¿verdad? —Así es, James. Esto es algo nuevo para mí. Ella posó su hermosa mirada sobre la mía. Y sin que nos diéramos cuenta, nos perdimos en los ojos del otro. Supuse que había llegado el momento en que debíamos hablarnos sin recurrir a las palabras. Después de todo, estas nos distanciaron por tantos años, que el silencio parecía ser nuestro mejor aliado. Entonces, lo pude sentir, una parte de mí se reflejaba en su mirada. De algún modo, yo ya tenía un sitio en ella, por lo que sus ojos me ofrecían una cálida bienvenida. Y mientras me dejaba embargar por esa sensación tan grata, fui incapaz de notar la forma en que nuestros cuerpos fueron acortando las distancias.  De hecho, no advertí lo cerca que estaba hasta que mis ojos se posaron en sus labios. Y en cuanto lo hice, Lily dejó escapar un suspiro de anhelo y anticipación. Esa era una clara invitación, y, aun así, no pude moverme. No quería arruinar las cosas en caso de que haya malinterpretado sus intenciones. Así que, en lugar de tomar la iniciativa, cerré mis ojos para darle a entender lo que esperaba que fuese a suceder. En realidad, creo que nunca sabré quién se movió primero. De todas formas, ese beso que partió siendo un simple roce, logró convertirse en una gran explosión. —¡Te atrapé! —Ni lo pienses, este es solo el comienzo. —Eso espero. Apreté sus mejillas para hacerla rabiar. Los viejos hábitos nunca se quitan. —¡James! ¡Ya basta! —¿Cómo piensas que reaccionarán los demás al saber de lo nuestro? —Pienso que Sirius y Kath serán los más contentos con la noticia. —Supongo. Aunque podrían ser felices por otra cosa. —¿Por qué lo dices? —Me los encontré de camino a aquí. Ellos se veían muy cercanos, los vi tomados de la mano. —¿Crees que podría haber algo allí? —Bueno, siempre me lo imaginé. —Eso sería genial, James, los cuatro juntos. La ilusión brillaba en sus ojos. —No podría pedir nada más. —Yo tampoco. Ella recostó su cabeza sobre mi hombro, así que la abracé para poder tenerla más cerca. Si alguien pudiera haber previsto nuestra unión, pienso que habría esperado que tuviera un comienzo más bien apasionado, lleno de gritos y peleas. No obstante, esta inició siendo una especie de reparación, un acto de cuidado y consideración. Por lo mismo, nos dedicamos a hablar sobre nuestras esperanzas, sueños y anhelos; también nos dimos tiempo de repasar nuestras heridas, los dolores y marcas que siempre dolerían. De ese modo, seríamos más conscientes de lo que sentía el otro. 

***

  Nunca voy a entender cómo es posible que entre más tarde me acueste, más temprano me levante. Me gustaría culpar al cambio de horario, pero siempre he sido así. De todos modos, el verdadero responsable en esta ocasión era el hambre que me dio. Ayer había pasado el día entero sin comer, por lo que mi estómago estaba en su derecho al reclamarme que debía prestarle más atención. Por lo mismo, luego de vestirme, me dirigí a la cocina presurosa. Era agotador correr después de un ayuno prolongado, pero no me quedaba más opción que responder a mis instintos. Supongo que pasó un tiempo considerable desde la última vez. En cuanto atravesé el cuadro, me encontré con Gabriel, quien estaba tomando una taza de café. Él lucía un tanto cansado, también pensativo, por lo que debió de tener una mala noche al igual que yo. Entonces, recordé lo que pasó ayer. Y es que, a pesar de que no pude evitar sentirme mal al respecto, entendía a la perfección lo que los demás veían en mí. Sobre todo, cuando se trataba de alguien como Gabriel, cuya transparencia le impedía ocultar las dudas que atormentaban su cabeza. Estuve a punto de dar media vuelta, pero alguien más había reparado en mi presencia. —¡Buenos días, señorita Amanda! —¡Buenos días, Kratos*! —¿En qué puedo servirle? —Primero que nada, me gustaría saber cómo amaneciste hoy. —Muy bien, señorita. —Eso es genial. —¿Se le ofrece algo en especial? —Un té de lavanda y algún dulce. Claro, si no es mucha la molestia. Hubiese pedido más, pero debería esperar. Mi estómago no lo soportaría. —No se preocupe, señorita. Estamos aquí para servirles. —Te lo agradezco, Kratos. Él me simpatizaba mucho. De algún modo, me recordaba a Paida** , un elfo doméstico de Las Brujas de Salem. A él también lo extrañaba, al igual que a los demás. —Por cierto, me gustaría que me dijeras Amanda. —Será difícil acostumbrarme, señorita, pero haré lo que me pida. —Tómate el tiempo que necesites. En cuanto comenzó a realizar sus labores, decidí esperar el pedido en compañía de Gabriel. Y al acercarme a él, me enfadé. —¿Por qué me miras así? —¿Así cómo? —¡De ese modo! No me agrada. Nunca me ha gustado que me observen fijamente. —Lo siento, no fue mi intención —desvió su vista—. Supongo que me llamó la atención la forma en que trataste a Kratos. —No debería de ser así. —Puede ser, pero aquí no es muy común que los magos sean buenos con los elfos domésticos. —En mi país tampoco. No es como si los maltrataran, es solo que la mayoría los ignora. —Eso sigue sonando horrible. —No lo niego. —¿Y por qué tú no eres así? —Bueno, creo que sería hipócrita de mi parte el luchar por una sociedad sin clases, cuando me dedico a denigrar la dignidad de alguien más por su posición. Sus ojos se nublaron por un instante.  —Eso quiere decir que perdonarías a quienes te desterraron, ¿verdad? —Quizás. —¿No estás segura? —Comprendo lo angustiante que puede llegar a ser el hecho de no tener más opción. Aun así, no pienso que eso sea suficiente para olvidar todo el sufrimiento que nos han causado. —Supongo que es complejo. —Más de lo que piensas. —No importa lo que decida mi señorita, señor Gabriel. Ella está en su derecho de no olvidar ni perdonar. —Agradezco tu comprensión, Kratos. —No lo haga, estoy aquí para escucharla, no juzgarla. A continuación, él sirvió lo que le pedí en silencio. A pesar de saber que Gabriel no era alguien al que debía de temer, no podía dejar de lado que le acababa de dar un sermón. De todas formas, probé el té y el pastel con la intención de comentarle mi apreciación de ambas preparaciones. No obstante, eso fue innecesario. La sonrisa en mi rostro y el sonrojo de mis mejillas reflejaban la emoción que me causa probar esas delicias. Por lo mismo, ignorando mi compañía, me dediqué a disfrutar de mi comida. Lástima que eso no duró demasiado, debido a que Gabriel había vuelto a mirarme con esa molesta intensidad. Antes de hacerle cualquier observación sobre esa actitud, recordé que a Fernando también le gustaba mirar de frente a las personas. Solo por ese motivo, decidí que no debería de tomar su gesto como algo personal. —Duele estar lejos, puedo verlo en tus ojos. —Incluso si es así, creo que las calles, los edificios, son cosas que más temprano que tarde podré reemplazar. —¿Qué hay de las personas? —Ellas siempre serán parte de mí, por lo que no puedo sustituir lo que me hizo ser así. —¿Has sabido algo de tu familia? —negué con la cabeza—. ¿Alguna noticia? —Hace meses que no sé nada de ellos. —Siento que aun si te dijera que lo lamento, no sería honesto. —Te entiendo. De todas formas, es preferible que sea de esa manera.   —Y si pudieras volver, ¿lo harías? —asentí—. ¿A pesar del peligro? —Mientras el dictador siga en su trono, lo más probable es que muera en cuanto intente regresar. Por lo mismo, no puedo hacerlo aun si así lo quisiera. —¿Y si dispusieras de las armas necesarias? —Mi intención nunca ha sido llevar a mi pueblo a la guerra, Gabriel. Lamento que me malentiendas. —Entonces, ¿por qué formar una guerrilla? —Te recuerdo que defenderse no es lo mismo que atacar. El Frente busca la liberación, no la opresión de los demás bajo nuestro ideal. —De algún modo, cada vez que hablabas de ellos, me daba una impresión de que era una agrupación un tanto fascista. —Sabes, nunca he podido comprender ese tipo de comparación. Después de todo, tener ideales fuertes, no significa que nos creamos con el derecho de oprimir. Y si alguien piensa así, no ha entendido el sentido de comunidad del comunismo. A fin de cuentas, el desayuno se convirtió en un acalorado debate político. Y a pesar de que hubo puntos álgidos, considero que la conversación fue abierta, sincera y comprometida. De alguna forma, habíamos logrado establecer los límites de cada uno frente al otro. Por lo mismo, estuve dispuesta a retroceder lo suficiente como para dejarlo invadir mis límites. Ha pasado mucho tiempo desde que alguien se atrevió a cuestionar mis creencias. 

*** 

La mañana se hizo más fresca en cuanto el sol se alzó sobre nosotros. Aun así, ninguno de los dos sintió frío al estar en los brazos del otro. Es más, podría decirse que nos quedamos dormidos, mirando el horizonte que se ampliaba y estrechaba a partir de las decisiones que cada uno tomaba. Pero ya nada de eso importaba, no cuando lo único que podía sentir era la presencia de James abarcándome por todas partes. Hubiese dado cualquier cosa por detener el tiempo en ese momento, sin embargo, ya nos deberíamos ir acostumbrando al hecho de no ser los favoritos del destino. Y es que, mientras éramos felices en ese lugar, alguien más llegó a aterrizarnos y devolvernos a la realidad. Se trataba de Dumbledore, quien, a pesar de su evidente asombro, mostraba un atisbo de tristeza en su expresión. De alguna forma, me hizo sentir como si nos estuviera comparando con una hermosa flor que está a punto de morir. Sin saber bien qué hacer, nos limitamos a esperar que nos explicase el motivo de su interrupción. Los minutos pasaron, y la furia de James podía sentirse en el ambiente. Supongo que después de haberme deseado por tanto tiempo, esperaba tenerme con él un poco más. —¿Hasta cuándo nos va a mirar así? —Tranquilo, James, solo estaba grabando esa imagen en mi memoria. —Supongo que no se lo esperaba, ¿verdad? —Para nada, mi estimada. He estado esperando este día desde hace varios años. —¿Acaso usted…? —¿Sucedió algo, profesor? —Me temo que sí. Necesito que reúnan a sus compañeros con urgencia. —¿De qué tipo de urgencia hablamos? —Me he visto obligado a asignarles una misión, puedes hacerte una idea de la magnitud del problema. —¿Acaso no es muy pronto para ir a una misión? —La guerra no sabe de tiempo, querida. —Lo entiendo, pero le recuerdo que apenas sobrevivimos al ataque en la casa de James. Aún nos falta entrenar más, debemos prepararnos y organizarnos. —Tienes razón. Sin embargo, mucha gente morirá si no están allí para defenderles. —Recibió noticias de un posible ataque, ¿no es así? —En efecto, nuestros informantes nos acaban de comunicar que planean atacar el Callejón Diagon. —¿Cuándo? —pregunté con resignación. —Hoy, en la tarde. —De acuerdo. James irá a buscar a los chicos y yo a las chicas, nos reuniremos en su oficina. —Hagan lo que crean conveniente. Después de todo, allí estarán solos. —¿Podría dejar de arruinar el ambiente? —Lo siento, James. Sé cuánto has esperado por este momento. Y respecto a ti, Lily, te agradezco por alegrar el corazón de un viejo como yo. —¿Qué quiere decir con eso, profesor? —Siempre supe que ustedes terminarían juntos, querida. De hecho, eso me recuerda que debo cobrarle a McGonagall esa apuesta… —¿Apuesta? —repetí—. ¿Bromea? —En lo absoluto. Aposté por ustedes en cuanto los vi. —Supongo que esa es una historia más que interesante, pero le recuerdo que nos estamos quedando sin tiempo. Si no fuese porque James nos llamó la atención, habría hecho hasta lo imposible para saber todos los detalles de la apuesta. Mientras corríamos a la Torre de Gryffindor, agregué ese motivo a la larga lista de razones por las que debía volver con vida. Al llegar a la habitación de las chicas, me dediqué a despertarlas. Lo único que me quedaba por hacer era encontrar a Amanda. —¿A qué se debe esta falta de delicadeza? —Será mejor que te vistas, Kath, y luego me pidas explicaciones. —¿Sucede algo? —Todavía no, pero pasará si no se apresuran. Nos acaban de asignar nuestra primera misión. —¿En serio? ¿Y sabes de qué se trata? Kath hablaba con un entusiasmo inusual. —Dumbledore nos dará más información cuando nos veamos en su oficina. —Bien, no hay tiempo que perder —declaró Viola—. ¿Ya le avisaste a Amanda? —No he tenido la oportunidad, ¿saben dónde está? —Cuando llegué en la mañana, ninguna de las dos estaba en su cama. —¿Y si les pides a los chicos el Mapa del Merodeador? —Esa es una buena idea. —Entonces, manos a la obra —anunció Kath—. Nos encontraremos allá. —Por cierto, tengo un asunto muy importante que hablar contigo. —Si es por lo que me imagino, acabas de revelar con quién estabas. —Supongo que después me dirán. No entendí nada. Camino a la habitación de los chicos, intenté calmar mi sonrojo. Las cosas cambiaron tan de repente, que se me hacía difícil acostumbrarme a la idea de buenas a primeras. Una vez que estuve frente a la puerta, decidí que lo mejor que podía hacer era entrar sin golpear. De alguna forma, sentía que eso podría ayudar a que bajaran de inmediato. Al verlos, pude notar que Sirius y Remus charlaban respecto a algo que los mantenía concentrados, mientras que James, sostenía entre sus manos un pergamino. Por segunda vez, faltaba alguien en la habitación. —¿Dónde está Gabriel? —Se encuentra en la oficina de Dumbledore, Amanda también. Supongo que se encontraron con él en el camino. —Las chicas estaban por irse cuando vine. Deberíamos hacer lo mismo. —Y Kath, ¿cómo está? —quiso saber Sirius—. ¿Se veía adolorida o algo parecido? —Para nada, ¿por qué lo preguntas? —Considerando que ayer sufrió un accidente, creo que sería mejor que se quedara. —No te preocupes, se veía bien —me reí—. Por lo visto, tus cuidados hicieron efecto. —Graciosa. —Además, herida o no, ella iría igual. Ya sabes lo terca que es. —Tienes un punto. Será mejor que bajemos, Remus. —¿Ah? —balbuceó—. Cierto, debemos seguir debatiendo sobre el plan. —¿De qué cosa? —Del plan de emergencia —contestó Remus—. Siempre hay que tener uno. Al verlos dejar la habitación, comprendí que ya no había motivos para permanecer allí. Por lo mismo, intenté seguirles, pero James me detuvo de inmediato.    —Antes de bajar, ¿podrías prometerme algo? —Eso depende de lo que me pidas. —Prométeme que pase lo que pase, volverás al castillo. Sus ojos me observaron suplicantes. Hice una mueca de fastidio. —Solo lo haré si tú me prometes lo mismo. —Sabes bien que no puedo, ellos irán por mí. No te daré mi palabra siendo consciente de que podría no ser así. —Más te vale volver, Potter. No querrás dejarme en el primer día, ¿o sí? Su beso, a pesar de la situación, parecía más una promesa que una despedida. Al encontrarnos a los demás, fuera de la oficina del director, pude notar que todos se perdieron en sus propios pensamientos. Supongo que ese momento, no podíamos hacer nada más que especular respecto a lo que sucedería, y cuánto perderíamos en caso de fallar. Ante esa idea, le dediqué algunas palabras a mis padres, pidiéndoles perdón de antemano por no decirles la situación en la que se encontraba su hija. De algún modo, quería hacerle saber que pase lo que pase, no había razones para que cargaran con la culpa. Después de todo, ellos me dejaron marchar, creyendo que iba a disfrutar de la vida. Y ahora, me dirigía hacia un callejón sin salida. Nota al pie de página: * En la mitología griega, Kratos era la personificación masculina de la fuerza, el poder o el dominio. ** Paida es un término griego, el cual hace referencia a un niño o a un esclavo.
1 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)