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Nunca voy a entender cómo es posible que entre más tarde me acueste, más temprano me levante. Me gustaría culpar al cambio de horario, pero siempre he sido así. De todos modos, el verdadero responsable en esta ocasión era el hambre que me dio. Ayer había pasado el día entero sin comer, por lo que mi estómago estaba en su derecho al reclamarme que debía prestarle más atención. Por lo mismo, luego de vestirme, me dirigí a la cocina presurosa. Era agotador correr después de un ayuno prolongado, pero no me quedaba más opción que responder a mis instintos. Supongo que pasó un tiempo considerable desde la última vez. En cuanto atravesé el cuadro, me encontré con Gabriel, quien estaba tomando una taza de café. Él lucía un tanto cansado, también pensativo, por lo que debió de tener una mala noche al igual que yo. Entonces, recordé lo que pasó ayer. Y es que, a pesar de que no pude evitar sentirme mal al respecto, entendía a la perfección lo que los demás veían en mí. Sobre todo, cuando se trataba de alguien como Gabriel, cuya transparencia le impedía ocultar las dudas que atormentaban su cabeza. Estuve a punto de dar media vuelta, pero alguien más había reparado en mi presencia. —¡Buenos días, señorita Amanda! —¡Buenos días, Kratos*! —¿En qué puedo servirle? —Primero que nada, me gustaría saber cómo amaneciste hoy. —Muy bien, señorita. —Eso es genial. —¿Se le ofrece algo en especial? —Un té de lavanda y algún dulce. Claro, si no es mucha la molestia. Hubiese pedido más, pero debería esperar. Mi estómago no lo soportaría. —No se preocupe, señorita. Estamos aquí para servirles. —Te lo agradezco, Kratos. Él me simpatizaba mucho. De algún modo, me recordaba a Paida** , un elfo doméstico de Las Brujas de Salem. A él también lo extrañaba, al igual que a los demás. —Por cierto, me gustaría que me dijeras Amanda. —Será difícil acostumbrarme, señorita, pero haré lo que me pida. —Tómate el tiempo que necesites. En cuanto comenzó a realizar sus labores, decidí esperar el pedido en compañía de Gabriel. Y al acercarme a él, me enfadé. —¿Por qué me miras así? —¿Así cómo? —¡De ese modo! No me agrada. Nunca me ha gustado que me observen fijamente. —Lo siento, no fue mi intención —desvió su vista—. Supongo que me llamó la atención la forma en que trataste a Kratos. —No debería de ser así. —Puede ser, pero aquí no es muy común que los magos sean buenos con los elfos domésticos. —En mi país tampoco. No es como si los maltrataran, es solo que la mayoría los ignora. —Eso sigue sonando horrible. —No lo niego. —¿Y por qué tú no eres así? —Bueno, creo que sería hipócrita de mi parte el luchar por una sociedad sin clases, cuando me dedico a denigrar la dignidad de alguien más por su posición. Sus ojos se nublaron por un instante. —Eso quiere decir que perdonarías a quienes te desterraron, ¿verdad? —Quizás. —¿No estás segura? —Comprendo lo angustiante que puede llegar a ser el hecho de no tener más opción. Aun así, no pienso que eso sea suficiente para olvidar todo el sufrimiento que nos han causado. —Supongo que es complejo. —Más de lo que piensas. —No importa lo que decida mi señorita, señor Gabriel. Ella está en su derecho de no olvidar ni perdonar. —Agradezco tu comprensión, Kratos. —No lo haga, estoy aquí para escucharla, no juzgarla. A continuación, él sirvió lo que le pedí en silencio. A pesar de saber que Gabriel no era alguien al que debía de temer, no podía dejar de lado que le acababa de dar un sermón. De todas formas, probé el té y el pastel con la intención de comentarle mi apreciación de ambas preparaciones. No obstante, eso fue innecesario. La sonrisa en mi rostro y el sonrojo de mis mejillas reflejaban la emoción que me causa probar esas delicias. Por lo mismo, ignorando mi compañía, me dediqué a disfrutar de mi comida. Lástima que eso no duró demasiado, debido a que Gabriel había vuelto a mirarme con esa molesta intensidad. Antes de hacerle cualquier observación sobre esa actitud, recordé que a Fernando también le gustaba mirar de frente a las personas. Solo por ese motivo, decidí que no debería de tomar su gesto como algo personal. —Duele estar lejos, puedo verlo en tus ojos. —Incluso si es así, creo que las calles, los edificios, son cosas que más temprano que tarde podré reemplazar. —¿Qué hay de las personas? —Ellas siempre serán parte de mí, por lo que no puedo sustituir lo que me hizo ser así. —¿Has sabido algo de tu familia? —negué con la cabeza—. ¿Alguna noticia? —Hace meses que no sé nada de ellos. —Siento que aun si te dijera que lo lamento, no sería honesto. —Te entiendo. De todas formas, es preferible que sea de esa manera. —Y si pudieras volver, ¿lo harías? —asentí—. ¿A pesar del peligro? —Mientras el dictador siga en su trono, lo más probable es que muera en cuanto intente regresar. Por lo mismo, no puedo hacerlo aun si así lo quisiera. —¿Y si dispusieras de las armas necesarias? —Mi intención nunca ha sido llevar a mi pueblo a la guerra, Gabriel. Lamento que me malentiendas. —Entonces, ¿por qué formar una guerrilla? —Te recuerdo que defenderse no es lo mismo que atacar. El Frente busca la liberación, no la opresión de los demás bajo nuestro ideal. —De algún modo, cada vez que hablabas de ellos, me daba una impresión de que era una agrupación un tanto fascista. —Sabes, nunca he podido comprender ese tipo de comparación. Después de todo, tener ideales fuertes, no significa que nos creamos con el derecho de oprimir. Y si alguien piensa así, no ha entendido el sentido de comunidad del comunismo. A fin de cuentas, el desayuno se convirtió en un acalorado debate político. Y a pesar de que hubo puntos álgidos, considero que la conversación fue abierta, sincera y comprometida. De alguna forma, habíamos logrado establecer los límites de cada uno frente al otro. Por lo mismo, estuve dispuesta a retroceder lo suficiente como para dejarlo invadir mis límites. Ha pasado mucho tiempo desde que alguien se atrevió a cuestionar mis creencias.***
La mañana se hizo más fresca en cuanto el sol se alzó sobre nosotros. Aun así, ninguno de los dos sintió frío al estar en los brazos del otro. Es más, podría decirse que nos quedamos dormidos, mirando el horizonte que se ampliaba y estrechaba a partir de las decisiones que cada uno tomaba. Pero ya nada de eso importaba, no cuando lo único que podía sentir era la presencia de James abarcándome por todas partes. Hubiese dado cualquier cosa por detener el tiempo en ese momento, sin embargo, ya nos deberíamos ir acostumbrando al hecho de no ser los favoritos del destino. Y es que, mientras éramos felices en ese lugar, alguien más llegó a aterrizarnos y devolvernos a la realidad. Se trataba de Dumbledore, quien, a pesar de su evidente asombro, mostraba un atisbo de tristeza en su expresión. De alguna forma, me hizo sentir como si nos estuviera comparando con una hermosa flor que está a punto de morir. Sin saber bien qué hacer, nos limitamos a esperar que nos explicase el motivo de su interrupción. Los minutos pasaron, y la furia de James podía sentirse en el ambiente. Supongo que después de haberme deseado por tanto tiempo, esperaba tenerme con él un poco más. —¿Hasta cuándo nos va a mirar así? —Tranquilo, James, solo estaba grabando esa imagen en mi memoria. —Supongo que no se lo esperaba, ¿verdad? —Para nada, mi estimada. He estado esperando este día desde hace varios años. —¿Acaso usted…? —¿Sucedió algo, profesor? —Me temo que sí. Necesito que reúnan a sus compañeros con urgencia. —¿De qué tipo de urgencia hablamos? —Me he visto obligado a asignarles una misión, puedes hacerte una idea de la magnitud del problema. —¿Acaso no es muy pronto para ir a una misión? —La guerra no sabe de tiempo, querida. —Lo entiendo, pero le recuerdo que apenas sobrevivimos al ataque en la casa de James. Aún nos falta entrenar más, debemos prepararnos y organizarnos. —Tienes razón. Sin embargo, mucha gente morirá si no están allí para defenderles. —Recibió noticias de un posible ataque, ¿no es así? —En efecto, nuestros informantes nos acaban de comunicar que planean atacar el Callejón Diagon. —¿Cuándo? —pregunté con resignación. —Hoy, en la tarde. —De acuerdo. James irá a buscar a los chicos y yo a las chicas, nos reuniremos en su oficina. —Hagan lo que crean conveniente. Después de todo, allí estarán solos. —¿Podría dejar de arruinar el ambiente? —Lo siento, James. Sé cuánto has esperado por este momento. Y respecto a ti, Lily, te agradezco por alegrar el corazón de un viejo como yo. —¿Qué quiere decir con eso, profesor? —Siempre supe que ustedes terminarían juntos, querida. De hecho, eso me recuerda que debo cobrarle a McGonagall esa apuesta… —¿Apuesta? —repetí—. ¿Bromea? —En lo absoluto. Aposté por ustedes en cuanto los vi. —Supongo que esa es una historia más que interesante, pero le recuerdo que nos estamos quedando sin tiempo. Si no fuese porque James nos llamó la atención, habría hecho hasta lo imposible para saber todos los detalles de la apuesta. Mientras corríamos a la Torre de Gryffindor, agregué ese motivo a la larga lista de razones por las que debía volver con vida. Al llegar a la habitación de las chicas, me dediqué a despertarlas. Lo único que me quedaba por hacer era encontrar a Amanda. —¿A qué se debe esta falta de delicadeza? —Será mejor que te vistas, Kath, y luego me pidas explicaciones. —¿Sucede algo? —Todavía no, pero pasará si no se apresuran. Nos acaban de asignar nuestra primera misión. —¿En serio? ¿Y sabes de qué se trata? Kath hablaba con un entusiasmo inusual. —Dumbledore nos dará más información cuando nos veamos en su oficina. —Bien, no hay tiempo que perder —declaró Viola—. ¿Ya le avisaste a Amanda? —No he tenido la oportunidad, ¿saben dónde está? —Cuando llegué en la mañana, ninguna de las dos estaba en su cama. —¿Y si les pides a los chicos el Mapa del Merodeador? —Esa es una buena idea. —Entonces, manos a la obra —anunció Kath—. Nos encontraremos allá. —Por cierto, tengo un asunto muy importante que hablar contigo. —Si es por lo que me imagino, acabas de revelar con quién estabas. —Supongo que después me dirán. No entendí nada. Camino a la habitación de los chicos, intenté calmar mi sonrojo. Las cosas cambiaron tan de repente, que se me hacía difícil acostumbrarme a la idea de buenas a primeras. Una vez que estuve frente a la puerta, decidí que lo mejor que podía hacer era entrar sin golpear. De alguna forma, sentía que eso podría ayudar a que bajaran de inmediato. Al verlos, pude notar que Sirius y Remus charlaban respecto a algo que los mantenía concentrados, mientras que James, sostenía entre sus manos un pergamino. Por segunda vez, faltaba alguien en la habitación. —¿Dónde está Gabriel? —Se encuentra en la oficina de Dumbledore, Amanda también. Supongo que se encontraron con él en el camino. —Las chicas estaban por irse cuando vine. Deberíamos hacer lo mismo. —Y Kath, ¿cómo está? —quiso saber Sirius—. ¿Se veía adolorida o algo parecido? —Para nada, ¿por qué lo preguntas? —Considerando que ayer sufrió un accidente, creo que sería mejor que se quedara. —No te preocupes, se veía bien —me reí—. Por lo visto, tus cuidados hicieron efecto. —Graciosa. —Además, herida o no, ella iría igual. Ya sabes lo terca que es. —Tienes un punto. Será mejor que bajemos, Remus. —¿Ah? —balbuceó—. Cierto, debemos seguir debatiendo sobre el plan. —¿De qué cosa? —Del plan de emergencia —contestó Remus—. Siempre hay que tener uno. Al verlos dejar la habitación, comprendí que ya no había motivos para permanecer allí. Por lo mismo, intenté seguirles, pero James me detuvo de inmediato. —Antes de bajar, ¿podrías prometerme algo? —Eso depende de lo que me pidas. —Prométeme que pase lo que pase, volverás al castillo. Sus ojos me observaron suplicantes. Hice una mueca de fastidio. —Solo lo haré si tú me prometes lo mismo. —Sabes bien que no puedo, ellos irán por mí. No te daré mi palabra siendo consciente de que podría no ser así. —Más te vale volver, Potter. No querrás dejarme en el primer día, ¿o sí? Su beso, a pesar de la situación, parecía más una promesa que una despedida. Al encontrarnos a los demás, fuera de la oficina del director, pude notar que todos se perdieron en sus propios pensamientos. Supongo que ese momento, no podíamos hacer nada más que especular respecto a lo que sucedería, y cuánto perderíamos en caso de fallar. Ante esa idea, le dediqué algunas palabras a mis padres, pidiéndoles perdón de antemano por no decirles la situación en la que se encontraba su hija. De algún modo, quería hacerle saber que pase lo que pase, no había razones para que cargaran con la culpa. Después de todo, ellos me dejaron marchar, creyendo que iba a disfrutar de la vida. Y ahora, me dirigía hacia un callejón sin salida. Nota al pie de página: * En la mitología griega, Kratos era la personificación masculina de la fuerza, el poder o el dominio. ** Paida es un término griego, el cual hace referencia a un niño o a un esclavo.