***
Juraría que en ese momento fui cegada por un rayo de luz. Se sintió terrible, incluso podría decirse que tuve ganas de correr, pero mi cuerpo se quedó inmóvil. Mis ojos no habían reparado en esa figura en muchos años, y ahora que lo veía, no quería hacer otra cosa que no fuese llorar hasta perderlo de vista. De alguna forma, ya había aceptado que debía dejar ir su recuerdo. Sin embargo, en cuanto lo tuve enfrente, mis memorias, pensamientos y sentimientos, volvieron de repente a nublar mi mente. Él fue alguien importante en mi vida, casi tanto como Gabriel, pero las cosas no terminaron muy bien entre nosotros. Después de todo, la apuesta solo sirvió para desgastar nuestra amistad, además de generar una desconfianza inusitada. Aun así, la verdadera razón de mi decepción había sido otra. No recuerdo bien en qué momento sucedió, sin embargo, estaba enamorada de Sam. Así que no solo fue el sufrimiento de Lily lo que provocó esa dolorosa distancia. Mi propio corazón acongojado me impidió darle siquiera la oportunidad de escuchar sus razones, por lo que no tuvimos más opción que alejarnos. De hecho, durante los siguientes dos años, no volvimos a hablar. Y no fue hasta que se graduó, que me arrepentí de no haberle dado alguna chance. Supongo que tardé demasiado en comprender que Sam no era responsable de dañar mis sentimientos. No podía culparlo por no corresponderme si nunca le confesé los anhelos que albergaba mi corazón. Y desde ese día, ambos seguimos nuestras vidas con la irremediable pérdida del otro. Gabriel me sacó de mis pensamientos. —¿Estás bien? —Lo estoy, es solo que aún no me acostumbro. Aparecerse con más personas es más difícil de lo que crees. —¿Segura? —Es inevitable que me den mareos después de lo del otro día. —Entonces, no estás así por la aparición de Sam, ¿verdad? —No tiene nada que ver. —Mientes. Sí, lo hacía. De todas formas, lo ignoré. —Mira Amanda, está aquí. —¿Qué? Lo siento, estaba distraída. —Deberías prestar más atención —la regañó Gabriel—. No conoces el lugar como nosotros. —Tienes razón. Estaba recordando cuando… No importa. —Será mejor que entremos, estamos muy expuestos aquí —intervine—. Además, me hará bien sentarme un momento. Por suerte, ya habíamos llegado a la librería que nos indicó Dumbledore. Así que, ignorando a mis acompañantes, tomé un libro para fingir que analizaba su contenido mientras descansaba. Por su parte, Gabriel y Amanda se dedicaron a recorrer los pasillos, tratando de reconocer a cualquiera que tuviera una actitud cautelosa. No obstante, considerando que ninguno de nosotros tenía ni la menor idea de a quién estábamos esperando, todo lo que pudiéramos hacer se terminaría convirtiendo en un esfuerzo inútil. Al menos, podría decirse que tuve la oportunidad de recomponerme de la impresión. Después de un tiempo, recordé que Dumbledore nos aseguró que el miembro de la Orden nos reconocería sin problemas. Por lo tanto, era un asunto que podríamos tachar de la lista. No tardamos mucho tiempo en escuchar a alguien llamándonos. —¡Muchachos, por aquí! Aun cuando nos dirigimos a su encuentro, Amanda tomó la precaución de ir delante de nosotros para defendernos. —¿Quién eres? —Soy Arthur Weasley, un gusto conocerlos. —El placer es nuestro. Yo soy Viola y ellos son Amanda y Gabriel, ¿qué tenemos que hacer? —Lo primero, sería actuar normal, se ven muy nerviosos. Y lo segundo, esperar. —¿Nos quedaremos en la librería todo el tiempo? —quiso saber Gabriel. —Tendremos que salir a recorrer las calles tarde o temprano, no obstante, sería preferible permanecer lejos del público el mayor tiempo posible. Ellos también podrían estar vigilando. —Bien, entonces, iré a buscar algún libro para hacer algo de tiempo —señaló Amanda—. ¿Me harías el favor de acompañarme, Viola? —Por supuesto. Dejamos a los hombres atrás. De algún modo, su actitud me desconcertaba. —¿Por qué querías que te acompañara? —Porque necesitaba decirte que te olvidaras de ese tipo. Claro que no sé qué pasó entre ustedes, sin embargo, te sugiero que trates de estar concentrada. Y pensar en él, no te lo permitirá. —Eres más observadora de lo que suponía. Gracias por preocuparte por mí. —Estamos juntas en esto, Viola. —Cierto. —Sabes, es bueno volver a tener amigos, me sentía sola antes de venir aquí. —Oh, ahora que somos amigas, ¿puedo hacerte una pregunta? —Todas las que quieras, soy un libro abierto. —Mientras estabas en el Frente, ¿llegaste a...? —No lo sé, nunca disparé a matar. Aunque no estoy segura de que no lo hice. —¿Y nunca quisiste averiguar? —No, me basta con saber que todo lo que hice, fue por legítima defensa. —Pero ¿cómo…? —Antes de juzgarme, recuerda que nadie puede detenerlos, sin tener que recurrir a la violencia. Acá nos basta con entregarlos al Ministerio, pero allá es más sencillo hacernos desaparecer que creernos. —No tengo derecho a decir nada al respecto, hiciste lo que pensabas correcto. Además, llegado el momento, más de alguno tendrá que hacerlo. Por la salud mental de Amanda, decidí cambiar el tema. Esos recuerdos eran heridas que seguían sin sanar, por lo que no era justo el evocar memorias que la podían lastimar. Nada muy sentimental, esa había sido su orden indirecta cuando pidió que no pensara en Sam. Decidida a buscar algo más ligero para conversar, comencé a preguntar cosas al azar. Quién sabe, después podría venderle la información a Gabriel, no por nada he estado acechándolo para que acepte su interés por Amanda. —Por cierto, ¿qué opinas de Gabriel? —¿Es una simple pregunta o hay algo más detrás? —Ambas. Tengo curiosidad. —Bueno, no sé qué decirte. Aún no lo conozco lo suficiente para hacerme una idea de quién ni cómo es. —Pero algo habrás de opinar, ¿no? —Supongo —sonrió—. De hecho, ahora que lo pienso, nunca había hablado tanto con alguien que no fuera mi hermano. —Suele pasar con Gabriel. Ese hombre puede conversar hasta de lo que desconoce con una facilidad que es envidiable. —Y no solo eso, también me agradan sus silencios. Su compañía es reconfortante y te hace sentir segura. —Entonces, se podría decir que confías en él, ¿verdad? —Quizás. Es solo que… —Y hablando del rey de Roma, ¿qué haces aquí?, ¿sucedió algo? —Todavía no. Vine a buscarlas porque Arthur sugirió que ya era hora de que cambiáramos de lugar. —Tiene razón —lo apoyó Amanda—. El mantenerse quieto nunca es una opción. Regresé los libros que saqué a los estantes correspondientes antes de reunirnos afuera de la librería. —A partir de ahora, nos dividiremos en parejas. —¿Es una orden de Dumbledore? —En efecto, Amanda, el director organizó las duplas que colaborarán en el campo de batalla. —Entiendo —posó una mano en su pecho—. Pero me gustaría que fuese más honesto al respecto. —¿Por qué lo dices? —Viola, recuerdas que Dumbledore me pidió estudiar sus estrategias y tácticas —asentí—. Él hará lo mismo con nosotros. —No creo que sea así. —Gabriel, aunque suene horrible, él debe saber nuestra valía. Después de todo, no podremos detener a los mortifagos solo con nuestras buenas intenciones. —Ella tiene razón —la apoyó Arthur—. Sin embargo, piensen en ello como un diagnóstico para potenciar sus habilidades. —Y bien, ¿cómo nos dividiremos? —Él decidió que Viola vaya conmigo, así que tú y Gabriel serán la otra pareja en combate. ¿Les parece bien? —Sí —dijimos desanimados al unísono. Amanda me apartó a un lado para dedicarme algunas palabras. —Cuídate mucho, por favor. Mantente alerta en todo momento. Si crees... —Lo tengo, aunque no prometo que sea capaz de huir. —Solo haz lo que consideres correcto, ¿de acuerdo? —asentí—. No hay tiempo para arrepentimientos. —Prométeme que protegerás a Gabriel. Si algo le sucediera… —Daría la vida por él, Viola. Lo haría por ti, por cualquiera, así que no temas. —En cuanto a ti, bestia a la que suelo llamar mejor amigo, ya sabes todo lo que quisiera decirte. —Lo sé, niña llorona. Nos volveremos a ver. Nuestros ojos brillaron en un pacto silencioso antes de perderlos entre la multitud. Gabriel estaría en buenas manos con Amanda, y, aun así, parte de mí quería ser quien lo acompañara. Después de todo, nuestros destinos se habían entrecruzado desde una muy temprana edad. Él era mi amigo, mi hermano, el amor al que nunca podré renunciar.***
Molly era una mujer muy simpática, de conversación fácil y ligera. Tales características la hacían una persona agradable, y como debíamos esperar en su compañía, hacía que las cosas fueran mucho más sencillas. De hecho, a diferencia de los demás, a nosotros nos era fácil aparentar que nada sucedía, ya que fuimos enviados a una tetería en las cercanías de Ollivander’s. Por lo mismo, mientras ambas hablábamos en una mesa al interior, Remus y Sirius charlaban en la terraza para poder vigilar lo que estaba alrededor. Cada cierto tiempo, este último intentaba dar con mi mirada. De alguna manera, se sentía como si estuviese buscando una confirmación de mi estado físico y mental. Por increíble que pareciera, Sirius era el único que se había manifestado en contra de mi presencia en la misión debido a mi accidente del día anterior. Por lo tanto, comprendía su intención de resguardar mi bienestar, incluso sin haber llegado a enfrentarme con algún enemigo todavía. En una de esas tantas veces, Molly me descubrió. —¿Hay algo entre ustedes? —No, ¿por qué crees eso? —Vamos, lo que acabo de ver. —No sé a qué te refieres. —Él te mira como si te pudiera perder en cualquier momento, mientras que tú le sonríes como si todo estuviera bien porque están juntos. —Bueno, nosotros somos amigos y nos preocupamos por el otro... Eso es todo. —¿Estás segura? —Por favor, no me sigas preguntando, es complicado. —Comprendo. Me basta con saberlo. A pesar de comprometerse a no seguir interrogándome, ella no podía evitar reírse cada vez que Sirius dirigía su vista hacia nuestra mesa. Así que, entre sus risas y mis fallidos intentos de no corresponder a sus miradas, fue pasando el tiempo. Creo que estábamos charlando sobre sus hijos, quienes estaban al cuidado de alguien de confianza, cuando Remus y Sirius se acercaron a nosotras. —Kath, ¿podemos hablar? —Por supuesto, a menos que a Molly no le agrade la idea. —Para nada, querida —se dirigió a Remus—. ¿Me acompañas a beber un té mientras charlan? —Nunca le he dicho que no a ese tipo de ofrecimiento. Y Sirius, donde mis ojos los vean. —No hay problema. Estaremos en el mismo lugar que ocupamos antes. Una vez en el exterior, me dediqué a mirar los alrededores mientras esperaba que Sirius tomara la palabra. Al ver que no se animaba, decidí enfrentarlo. —¿De qué quieres hablar? —¿Está todo bien entre nosotros? —¿Por qué lo preguntas? —dije molesta—. Es obvio que sí. —Es que con lo de ayer y lo de hoy, creí que no querrías volver a estar más a mi lado. Al menos, no por un tiempo. —Esa es una estupidez. —Pensé que preferirías no seguir confundiendo más las cosas. —Lo hecho, hecho está. Las cosas entre los dos serán confusas esté o no a tu lado. —Entonces, ¿te quedarás conmigo? —Tanto como mi paciencia y tu idiotez me lo permitan. Dicho esto, él me jaló con cierta fuerza del brazo, para luego abrazarme con una calidez muy propia de él. Se sentía tan bien estar entrelazados, que no me imaginaba poder estar lejos de Sirius si todo terminaba mal entre nosotros. Pasado el tiempo en que se puede considerar un abrazo amistoso, nos separamos, no queríamos dar de que hablar por el momento. James ya nos había amenazado en la mañana, por lo que no estaba dentro de nuestros planes que Remus o alguien más se sumará al interrogatorio que nos haría. —¿Puedo pedirte algo? —Depende de lo que pidas. —Pase lo que pase, no luches. Por lo que más quieras, huye de aquí. No soportaría verte herida otra vez. —¿Cómo puedes pedirme algo así? —Lo hago porque me preocupo de ti. —Soy miembro de la Orden, Sirius, también una Gryffindor orgullosa. No puedes pretender que dimita cuando estamos haciendo lo correcto al estar aquí. —No quiero perderte, no lo soportaría. —Me siento igual, sin embargo, nunca te pediría algo así. Yo respeto tu decisión de estar aquí, haz lo mismo conmigo. —Tienes razón —tomó mi mano—. Debería exigir que permanezcas a mi lado, en vez de abandonarme en cuanto se desate la tormenta. —Bueno, eso suena aún más egoísta, pero preferiría que fuese así. Al menos, no me arrepentiría. —A todo esto, ¿ya sabes qué le diremos a James? —La verdad, no tenemos otra opción. Si las cosas siguen yendo por esta dirección, no habrá forma de ocultar que sentimos algo por el otro. —¿Los dos? —Aunque lo dudes, siempre he sabido que te quiero de alguna manera. Y hoy, en la Torre de Astronomía, comprendí que deseo hacer de ti mi compañero de vida. —Eso quiere decir que estamos juntos, ¿verdad? —No lo sé, preferiría no ir muy rápido. Aunque para fines prácticos, supongo que lo estamos. Su expresión de desilusión cambió al escuchar el resto de la frase. —Si no supiera lo que vendrá más tarde, te pediría que nos escapemos y nos vayamos a celebrar a alguna parte. —Y lo haremos, en Hogwarts. Así que más te vale volver en una sola pieza. —Digo lo mismo. No creo que Pomfrey esté muy dispuesta a arreglarte el brazo por tercera vez. —Muy gracioso, será mejor que regresemos con Molly y Remus. En un rato tendremos que irnos de aquí y me gustaría comer algo primero. Siendo sincera, mi estómago no quiso dirigir ningún bocado ante la posibilidad de que esa haya sido nuestra última cena. Aun así, intenté mostrarme calmada. Por lo menos, no tendría arrepentimientos, ya que había tenido la oportunidad de ser honesta sobre mis sentimientos.***
Supongo que nadie imaginó que Dumbledore nos reuniría a los tres en el mismo grupo. Y es que, más allá de lo que sucedió entre nosotros en el pasado, no se podía ignorar el hecho de que en nuestro equipo había dos personas que estaban siendo perseguidas y/o investigadas por los mortifagos. Por lo mismo, con James decidimos ignorar la sugerencia del director sobre vigilar desde el interior del Caldero Chorreante. No queríamos exponer a Lily a un mayor peligro, y era más que probable que en ese lugar nos estuvieran esperando los mortifagos. En una breve charla, decidimos recorrer los alrededores en busca de algo inusual, en vez de quedarnos sentados, aguardando que intentasen cruzar al Londres Muggle. En fin, mientras hacíamos nuestra ronda, no pude evitar recordar la expresión de Viola al reencontrarse conmigo. Me había mirado con tanta tristeza, decepción e ira, que me hizo creer que más que a un viejo amigo, ella veía en mí a alguien que no quería recordar. Eso no me hacía más que preguntarme sobre qué había hecho mal. Llevaba años cuestionándome aquello, debido a que nunca recibí respuesta respecto a su decisión de mantener su distancia conmigo después de la apuesta. Es más, incluso cuando intenté recuperar su amistad, ella no dejó de sostener una actitud esquiva. Es así como, hasta el día en que me gradué, no me di cuenta de que la había perdido para siempre. De algún modo, el tiempo pasó y nunca recibí noticias de ella ni de los chicos. Y es que, a diferencia de James y Sirius, yo no conocía a nadie que pudiera decirme qué era de sus vidas. Pero ahora, que la volví a ver, comprendí que no había posibilidad de perdón para mí. Los comentarios de la gente me sacaron de mis pensamientos. —Oh, querida, se ha nublado de repente, ¿no te has dado cuenta? —Tienes razón, cariño, ¿piensas que lloverá? —No creo, pero... ¿Qué demonios es eso? Mi vista se dirigió hacia el lugar que el hombre señalaba a su pareja. —¡Hey, mira! ¡Papá mira! Un niño trataba de conseguir su atención al otro lado de la calle. —No puede ser, es la Marca Tenebrosa. Chilló una mujer desde otra ubicación. —¿No es la Marca del Señor Oscuro? Le preguntaba a los demás un anciano. Rápidamente, las voces se convirtieron en un constante murmullo, que dio paso al caos que se desató. La gente comenzó a correr de un lado para el otro, tratando de esconderse de algo invisible e inevitable. Puesto que, a excepción de la Marca que surcaba el cielo, nada más les indicaba que se avecinaba un gran peligro. A veces los instintos actuaban de un modo asombroso. —¡Sam! —gritaba Lily—. ¡Sam, por aquí! Un tumulto de personas me impedía acercarme a ellos. Los empujé para alcanzarlos. —Chicos, ¿están bien? —Esto es un desastre —respondió James—. ¿Qué hacemos? —Lo primero es mantener la calma, y segundo, sostener la varita en alto. Ellos están por llegar y debemos estar preparados. —Y todas estas personas, ¿qué hacemos con ellas? —En realidad, nada. Voldemort quería instaurar el caos cuando marcó el cielo con su símbolo y lo logró, solo nos queda confiar en su instinto de sobrevivencia. —Él tiene razón. Además, nadie nos haría caso, somos tres adolescentes sin ninguna autoridad. —Pero… —Lily, aunque les pidiéramos que hicieran algo, no lo harían. —De acuerdo, confiaré en ellos. Aun así, creo que... —¡Abajo! —me empujó James—. ¡Protego! Si no fuese por su inmediata protección, el hechizo de uno de los mortifagos que acababa de llegar me habría dado de lleno, dando por iniciada la batalla. En un comienzo, los tres nos encontrábamos luchando a una corta distancia, sin embargo, el mismo ardor de los enfrentamientos nos obligó a alejarnos. De hecho, terminamos separándonos tanto, que perdí de vista a Lily y a James en cuestión de minutos. Hubiera dado cualquier cosa por mantenerlos en un sitio próximo, ya que así podría estar allí para ellos. —Escaparás otra vez, ¿o me equivoco? Inquirió el mortifago al ver mi momento de vacilación. —Dime, ¿quién eres? —Soy un fantasma, sin nombre y sin rostro, pero con un objetivo: Tú. —Vamos, yo no soy importante, tampoco un peligro. Soy solo otra piedra en su camino. —Te hemos estado siguiendo el paso, Sam Müller, y sabemos a la perfección que eres mucho más que eso. —Me pregunto qué quieren de mí en realidad. —Por ahora, basta con que sepas que queremos deshacernos de ti. —Si así debe ser, ven por mí —me puse en guardia—. ¡Atácame! La batalla entre nosotros continuó con mayor violencia. Para ser honesto, luego de un tiempo, comencé a sentirme como si una multitud de personas hubieran caminado sobre mí. Supongo que es algo común después de ser lanzado tantas veces por los aires. Aun así, seguía estando en mejores condiciones que en la batalla de las montañas, por lo que, mientras no tuviera una herida que sangrara en abundancia, podría mantenerme consciente. Después de todo, se lo debía a Dorea, tenía que seguir de pie, ser capaz de resistir y continuar con mi vida. —Dorea y Charles estarían muy orgullosos de ti. —¡No te atrevas a hablar de ellos! —¿Y qué hay de malo? Solo estoy diciendo que te entrenaron muy bien, lástima que no hayan hecho más por su propio hijo. —No tienes derecho de… —De acuerdo, en su lugar, dime qué sentiste al saber que murieron después de que huiste como un cobarde. —Mientes, yo no huí, tampoco los dejé morir. —¿Estás seguro? —Solo seguí sus órdenes. —¿Acaso eso te hace sentir menos culpable? —Yo… yo no tengo culpa alguna. El único responsable de que ellos murieran es Voldemort. —Adelante, sigue pensando así. —No lo lograrás, no me verás sucumbir. Él será quien pague por sus muertes, al igual que todos ustedes. —Nosotros triunfaremos. Y la victoria, solo trae recompensas, no castigos. Nunca sabré si ese mortifago recibió su condena. Puesto que, al momento de verse sobrepasado, se convirtió en humo negro y desapareció. Por lo visto, él solo estaba proyectando su propia cobardía sobre mí. Así que, en cuanto se fue, traté de recuperar el aliento para ir en ayuda de alguien más. Esto todavía no terminaba.***
Acabábamos de abandonar la tetería, cuando la Marca Tenebrosa surcó los cielos, provocando un completo caos en el lugar. Las personas estaban tan fuera de sí mismas por el miedo, que terminaron separándonos en su intento de huir de allí. Al menos, alcancé a divisar que Sirius y Kath, consiguieron permanecer juntos a pesar de la adversidad. Aquello era un alivio, ya que ambos sabrían cuidarse y protegerse mutuamente. Tomé una postura de defensiva, posicionándome al lado de Molly. —Ahora, ¿qué hacemos? —Observar y esperar. —No, debemos ayudar y… —Puedes actuar como prefieras, Remus, pero escúchame un momento. —De acuerdo. —Piénsalo así: Si la Marca fuera la calma que precede a la tormenta, y la tormenta es el caos que ahora vemos, lo que viene a continuación… —Es el ojo del huracán. —En efecto. Por lo tanto, en cuanto creas que volvimos a la normalidad, será el momento de actuar. Las cosas sucedieron tal y como Molly las había predicho. Puesto que, en cuanto los gritos cesaron de oírse, batallas simultáneas comenzaron a escucharse por todo el lugar. De inmediato, fuimos a ayudar a cualquiera que nos necesitara. En mi caso, yo me encontré con una pareja de adultos de avanzada edad, quienes luchaban contra dos mortifagos que intentaban entrar a un local en el que se habían refugiado varias personas. Cuando la mujer reparó en mi presencia, hice una seña para que entendiera que estaba de su lado. Ella respondió mi gesto, para luego indicarle a su esposo que no era un enemigo. Por fortuna, salimos victoriosos sin recibir mayores daños. —¿Estás herido, muchacho? Su amabilidad me recordó a Dorea. —Más que unas rajaduras en la ropa no tengo. Y usted, ¿está bien?, ¿su esposo? —Ambos estamos bien. Él está viendo a nuestros nietos. —Me alegro —intenté ponerme presentable—. A todo esto, ¿cómo es que luchan tan bien?, ¿acaso ustedes…? —No, ninguno de los dos es Auror. —Entonces, ¿cómo pudieron hacerles frente sin preparación? —Bueno, ambos solíamos ser duelistas en nuestra juventud. Y como ves, hay cosas que no se pueden olvidar. —Entiendo —le ofrecí mi mano—. Si me disculpa, debo encontrar a mis amigos. —Si no te hubiera visto luchar, te pediría que no fueras. Cuídate, muchacho, saldrás victorioso. Sus palabras me hicieron sentir que recibía una bendición. En cuanto salí del local, me arrepentí de no haberle preguntado su nombre, me hubiese gustado saber que llegaron bien a su casa después de que todo esto terminara. Así que, con ellos en el pensamiento, recorrí las calles buscando a alguien en caso de que me necesitaran. Sin embargo, por mucho que lo intentará, nadie aparecía en mi camino. Ni amigos, ni enemigos, ninguno de ellos parecía querer encontrarse conmigo. De repente, una voz demasiado conocida para mí se escuchó a lo lejos profiriendo hechizos. Corrí hacia ella. Y al llegar al lugar de donde provenía, pude darme cuenta de que se trataba de Viola, quien luchaba junto a un muchacho de nuestra edad. Iba a anunciarles mi presencia, cuando algo extraño pasó. Todo fue porque Viola, sin motivo aparente, se lanzó hacia una tienda cercana, cayendo producto de un hechizo frente a la entrada. A pesar de mis esperanzas, ella no volvió a levantarse como esperaba. Supongo que la mayoría, pensaría que mi primera acción fue ir a verla. Sin embargo, la rabia y la angustia me hicieron ir en contra de los mortifagos de inmediato. De esa manera, en cosa de minutos, logramos encargarnos de ambos. Cuando al fin pude estar frente a Viola, una niña de unos seis años, intentaba despertarla con lágrimas en sus ojos. Su llanto me hizo suponer que había ocurrido lo peor, por lo que mi corazón se retorció de dolor ante el funesto pensamiento de perderla. Me reproché a mí mismo el hecho de haber llegado demasiado tarde. —Es mi hermana. —¿Qué? —La niña, ella estaba escondida en la entrada. La chica se lanzó para protegerla. Bueno, eso explicaba que estuviese tan apegada a Viola aun cuando no la conocía. —Sabes, yo soy su amigo. —¿En serio? —Así es, su nombre es Viola —le sonreí—. ¿Puedo acercarme para ver su estado? —Bueno, pero ten cuidado. —Fue un hechizo aturdidor, así que su respiración es algo pausada. —Su corazón está latiendo muy lento —comenté—. Casi no siento su pulso. —Hermano, ella… —¿Crees que estará bien? —No lo sé, yo, los demás… Debería alejarla de aquí, pero ellos... —¿Hay más de ustedes? —asentí—. De acuerdo, ve a buscarlos. —¿Y Viola? —Yo me quedaré con ella, es lo menos que puedo hacer por haber protegido a mi hermana. —Rápido, ve por los amigos de mi amiga. —Por supuesto, linda, iré por ellos. Aun cuando algo en mí, me decía que no era lo mejor que pude haber hecho, sabía a la perfección que no contaba con más opciones. El tiempo jugaba en contra de todos nosotros. Por lo tanto, no era hora de ser egoísta, no podía permitirme el restar otra varita, solo por el hecho de que Viola sea mi amiga. Después de todo, ella me entendería, incluso me perdonaría. Aun así, no pude evitar derramar una lágrima ante la perspectiva de no volver a verla.***
En medio del caos que estábamos presenciando, no pude evitar recordar el día en que Lily hizo explotar una sección completa del auto-cinema. Si no fuera por el hecho de que no usó su varita, habría quebrantado la ley que impide a los menores hacer magia fuera de Hogwarts. Así es, su impulsividad la salvó de perder su derecho a utilizar una varita. Y pensar que todo eso se produjo porque un chico muggle intentó propasarse con ella. Gracias a Merlín, las autoridades creyeron que habían puesto una bomba en el auto de aquel imbécil, debido a que tenía antecedentes de acoso y agresión sexual hacia varias mujeres de diferentes edades. A veces pienso que el auto debió explotar con él adentro. Bueno, ya nada de eso importa. Lo había recordado por el desastre que causó la marca de Voldemort en el cielo, el cual hizo que perdiera a Amanda entre la multitud. De repente, alguien me jaló con fuerza del brazo, llevándome hacia su lado. Le golpeé sin dudarlo. —Eso no era necesario. —¿Amanda? —¿Quién más podría ser? —Tienes demasiada fuerza, creí que eras un mortifago. —Bueno, solía luchar a lo muggle, ¿qué esperabas? —Lamento haberte pegado en la cara. —No me rompiste la nariz, eso es más que suficiente para mí. —En serio, yo… —Gabriel, ya está —sonrió—. ¿Tienes algún plan? —Ninguno. —¿Bromeas? —Tú eres la guerrillera, ¿recuerdas? —Comprendo. —Entonces… —Mi plan es el siguiente: Subiré a los tejados para tener una visión aérea que nos indique cómo van a atacar, mientras que tú te quedas aquí abajo haciendo guardia por si acaso. —Bueno, estamos realmente lejos, sería raro que vinieran por nosotros. —Eso es lo que estaba pensando. Así que una vez que tenga alguna idea, bajaré e iremos juntos a la calle principal más próxima. —A todo esto, ¿cómo pretendes subir? Ella miró la fachada de un local cercano. Debía de estar loca, era peligroso. —No me digas que pretendes escalar por fuera. —No sería la primera vez. —¿Cómo es que no me sorprende? —Gabriel, ellos están por llegar. Ambos observamos el humo negro que se propagaba por el cielo desde diferentes direcciones. En fracción de segundo, Amanda escaló hasta la azotea para no perderse detalles. En total, ella subió tres pisos, utilizando solo las rejas de las ventanas y las cornisas. Mientras la veía, lo único que podía pensar era en cómo es que ella sabía hacer eso. Supongo que en su entrenamiento en el Frente de Avanzada debieron enseñarle. De todos modos, le preguntaría más tarde. Entonces, algo que ninguno de los dos esperaba, sucedió. Un grupo de mortifagos se dirigía hacia nosotros, a pesar de los recaudos que habíamos tenido para permanecer distanciados desde un comienzo. La batalla comenzó de inmediato, y mientras yo luchaba contra dos mortifagos en la acera, ella se enfrentaba a otros dos en el tejado. Por ese motivo, cada vez que podía, miraba hacia arriba para asegurarme de que seguía con vida. Aunque claro, esa era una completa tontería, considerando que ella tenía ventaja al saber combatir de dos maneras diferentes. De todas formas, su modo de luchar era algo digno de admirar. Ella se veía apasionada, salvaje, convencida, como alguien a quien nunca quisiera tener de enemiga. —¿Y quién es tu amiga? —Eso no les interesa. —No recuerdo haberla visto en la casa de Potter. —Yo tampoco —mencionó el otro—. De hecho, no es estudiante de Hogwarts. —La única manera de saberlo, es siendo otro estudiante. Tuve la esperanza de que cayeran en la trampa. —Cualquiera con acceso al Ministerio pude ver el registro de estudiantes de Hogwarts. —No veo como eso pudiera ser posible. —Entonces, ¿cómo crees que obtenemos la información de todos? —replicó—. Al parecer, eres un niño ingenuo. —Quizás —la miré otra vez—. Sin embargo, ¿por qué me preguntan por ella? —Simple curiosidad. —De todos modos, no tardaremos en descubrir quién es esa salvaje —lo secundó el otro. —Está bien, mi deber será impedir que lo hagan. —¿Acaso no preferirías rendirte? No vale la pena. —Mejor levanten sus varitas y volvamos a lo nuestro. Mi fuerza había cobrado nuevos bríos ante su amenaza. Retomamos la lucha sin tardar. Aunque ellos eran dos y yo uno, no lograron superarme en ningún momento. De hecho, terminé dejando inconsciente a uno, en cuanto cometió el error de mirar hacia arriba, al escuchar un estruendo. Yo también quise hacerlo, sin embargo, confiaba lo suficiente en Amanda como para creer que estaría bien a pesar de todo. Y es que, si alguien iba a sobrevivir el día de hoy, esa sería ella.