***
Han pasado dos días desde que nos enfrentamos con los mortifagos en el Callejón Diagon. Por lo tanto, no hemos hecho nada más que intentar recuperarnos de nuestras lesiones y heridas. No fueron muchas y tampoco demasiado graves, pero la mayoría de nosotros no estábamos acostumbrados a ser lastimados por algo o alguien. A excepción de quienes jugamos Quidditch, ya que más de una caída hemos tenido en la vida. De todas maneras, eso no quitaba el hecho de que nos habían atacado e incluso intentado matar, por lo que debía de ser el contexto lo que hacía que las cosas fueran más difíciles de sobrellevar. Y en ese sentido, Amanda nos supera con creces, puesto que era la única que no parecía estar tan afectada como los demás. Debido a esto último, todos acordamos dejar el entrenamiento de lado y tomarnos un tiempo para asimilar lo sucedido. Y bien, como no tenía nada más que hacer por ahora, me fui al lago a disfrutar un poco de paz interior. Luego de un rato, me percaté que alguien estaba caminando por la orilla, se traba de Amanda, quien cojeaba un poco todavía. En cuanto me vio, levanté la mano para saludarle e invitarle a que fuese conmigo. Ella se dirigió de inmediato hacia mí, lanzándose a mi lado al llegar. Me sorprendió que no se quejara a pesar de la brusquedad. —Y, ¿cómo estás? —Bien, ¿y tú? —Bueno, aún cojeo y respiro de un modo extraño. Pero me siento bien, no te preocupes. —De todas maneras, deberías cuidarte. Tuviste suerte de que no fuera algo grave. —Suerte fue tenerte abajo —sonrió—. Gracias por protegerme, Compañero*. —¿Compañero? —Es una expresión utilizada por mi tendencia política. Se utiliza para señalar cuando alguien comparte la misma idea o es afín a ella. —Suena agradable, pero no soy como tú —me di cuenta de mi error—. No digo que tenga algo en contra de ello ni nada por el estilo. —Tranquilo, también llamamos así a nuestros amigos, aunque no sean de izquierda. Es una manera de distinguirlos, una forma de declarar ante todos que no es enemigo o que no representan peligro. —Ahora que recuerdo, ustedes también se dicen Camarada, ¿no? —Ah, eso, solo a mi hermano y a mi padre le he dicho de esa manera. Mi madre me decía Pequeña Partisana**, ya que me gustaba jugar entre los árboles. —Bueno, si quieres decirme Compañero, no tengo problema —le ofrecí mi mano—. De ese modo, serías mi Compañera, ¿verdad? Sus mejillas sonrojadas me dieron a entender que había pasado algo por alto. Sin embargo, no quería arruinar el buen humor entre los dos, complicándome por algo que podría no tener importancia. Luego de eso, nos quedamos unos minutos mirando el lago en silencio. Aunque la mayoría creería que es algo incómodo, yo encontraba que no lo era, Amanda era una de las pocas personas que podía no hablarte y hacerte sentirte acompañado por ella. De hecho, me agradaba su compañía más de lo que me gustaría admitir. Por lo mismo, agradecí que Remus estuviese vigilando a Viola, ya que no confiaba en que se haya recuperado todavía, porque de lo contrario, me mataría con preguntas si nos viese así. —¡Ahí están! Se trataba de Dumbledore, quien tenía una expresión indescifrable. —¿Qué sucede, Profesor? —Necesito hablar con su compañera, Gabriel. Es un tema delicado, usted me entiende. —¿Son malas noticias? Puede decirme lo que sea con él presente. —Como prefieras, querida. Yo… Lamento informarte que tu padre ha fallecido. Fue asesinado por la policía clandestina de tu país. Su expresión cambió de desconcierto a tristeza, y de tristeza a rabia. Y con esa misma rabia, preguntó. —¿Cómo lo supo? —En cuanto llegaste, envíe a alguien de confianza a proteger a tu padre y a tu hermano. Él me dijo que tu padre murió hace tres días en un ataque premeditado. —¿De qué manera? —Mientras muggles fueron tras tu padre, magos fueron tras Fernando. William solo pudo proteger al último. Su puño se mantenía apretado, su expresión enfurecida. —Comprendo, Profesor, no es la primera vez que se unen para hacer algo así. Y Fernando, ¿cómo está? —Gracias a Merlín, ningún mago logró hacerle daño. Sin embargo, tuvo que entrar en la clandestinidad por lo de su padre. Cuando William me informó, que los del Frente de Avanzada pensaban en sacarlo del país, le pedí que lo trajera aquí. —¡Espere! ¿Le pidió a un mago que trajera mágicamente a un muggle? ¿Acaso no es peligroso? —Por supuesto que lo es, pero Fernando aceptó las consecuencias. La ilusión brilló en los ojos de mi Compañera. —¿Él...? —Sí, está aquí. Se encuentra en la enfermería. Antes de que ella saliera corriendo, la detuve. —Ve con calma, Amanda. Aún no te recuperas bien de la rodilla. Sin que se lo pidiera, ella tomó mi mano y me permitió guiarla. Se sentía bien su confianza, aunque internamente, temía que esté fuese el fin de nuestra amistad. Sería un completo imbécil si no comprendía que ella ya no seguiría aquí, considerando que su hermano no podría permanecer dentro del Castillo por más de un par de días. Aun así, caminamos casi todo el trayecto a la enfermería con nuestras manos entrelazadas, ya que quería que supiera que estaba allí para ella. Antes de llegar a la enfermería, me detuve. Me observo algo confundida. —¿Por qué te detienes? —Creo que deberías entrar sola. Yo iré a decirles a los demás, luego vendremos a verlos. —Está bien, gracias por quedarte a mi lado. —Siempre lo estaré, Compañera —besé su frente—. ¡Ve con él! Y así lo hizo, fue con su hermano sin mirar atrás. De inmediato, corrí hacia la Torre de Gryffindor, ya que la mayoría estaría allí. Al primero que encontré fue a James, él estaba charlando con Lily en la Sala Común. —¿Qué pasa? —me preguntó Lily—. ¿Sucede algo malo? —Sí y no. Me encontraba con Amanda en el lago, cuando Dumbledore llegó y nos dio información importante sobre su familia. —Pero ¿cómo? —señaló James—. Se supone que Amanda no tenía ningún tipo de contacto con ellos. ¿Cómo podría? —Dumbledore envió a alguien a su país, así supo que asesinaron a su padre. Y no solo eso, tuvieron que sacar a su hermano de allí. —No puede ser, pobre Amanda —se lamentó Lily—. Y ahora, ¿dónde está su hermano? —Aquí, en el Castillo, pero no les puedo dar más información. Iré a decirles a los demás, y luego bajaremos todos. —Tranquilo, Kath y Viola están arriba, enseguida voy por ellas. —Sirius también está en el cuarto, y Remus en la biblioteca. Voy por Sirius, y pasamos a buscar a Remus en el camino. En cuanto bajamos, fuimos a buscar a Remus a la biblioteca para ir a la enfermería todos juntos como grupo. Mientras caminábamos hacia allá, les conté con más detalles lo que nos había dicho Dumbledore sobre el padre de Amanda y su hermano. —¿Y mencionó por qué estaba en la enfermería? —quiso saber Viola. —No. Aunque debe ser porque lo trajeron mágicamente. —Sí, es probable —me apoyó Lily—. Lo más seguro, es que haya sufrido una Departición o algo similar. James continuó con el interrogatorio que me hacían todos. —¿Y cómo reaccionó Amanda? —No sabría qué decirte. Su expresión era de tristeza y rabia por su padre, y de esperanza y amor por su hermano. —Debe ser difícil —comentó Remus—. Es decir, ¿cómo alguien puede soportar estar feliz y triste al mismo tiempo? Ninguno fue capaz de responder, debido a que llegamos a la enfermería y todos nos quedamos en completo silencio. Y es que, desde adentro, se escuchaba la voz de Amanda y de un muchacho cantando con gran sentimiento. Todos nos dedicamos a escucharlos, era una canción hermosa, tristemente hermosa.***
Yo era capaz de ir y volver del infierno, si fuese Fernando quien esperase mi regreso. Sujeta a su mano, había caminado toda la vida, y de ser necesario, también la sostendría si nos dirigiésemos hacia la muerte. A lo largo de los años, hemos atravesado tantos tormentos, soportado demasiadas miserias y sostenidos incontables dolores, que podría enfrentarme a todos los cielos para seguir caminando a su lado. Y entonces su presencia iluminó toda mi existencia. Su sonrisa casi opaca, reflejaba el cansancio de esta larga ausencia. Sus ojos enrojecidos mostraban el esfuerzo de haber llegado hasta aquí. Su mano extendida hacia mí con timidez era prueba irrefutable de nuestro nuevo estado de orfandad. Ahora, éramos los únicos que quedábamos, los que debían honrar a los que ya no están. Corrí a tomar su mano. —¡Por fin, estás aquí! ¡Hermanita mía! ¡Mi niña! —¡Eres un idiota! Mira que ser capaz de tomar este riesgo para venir aquí. —No eres quién para juzgarme. Además, dudo que hubiera llegado muy lejos por mi cuenta. Supongo que después nos explicaran bien lo demás. —Tienes razón —toqué su rostro—. Dime la verdad, ¿cómo estás? —Mejor de lo que me veo, dijeron que había sufrido Departición, que una parte de mi brazo se quedó atrás… ¿De verdad se queda atrás? ¿Literalmente? —¡Por supuesto que no! Bueno... No sé. Por lo que tengo entendido, se queda en el viaje, no en el lugar que dejaste. —Entonces, no es como si alguien fuera a encontrar el pedazo de brazo que me falta en el suelo, ¿verdad? —negué con la cabeza—. ¡Bien! Eso hubiese sido aterrador. Y de repente, como si algo me hubiese iluminado, me di cuenta de que Fernando me estaba distrayendo para que no habláramos de lo sucedido. Desde que tengo memoria, él siempre solía cambiar de tema cuando ocurría algo malo, procuraba que me riera un poco antes de contármelo. Supongo que él buscaba un medio de hacer el golpe menos duro, sin embargo, la vida se ha encargado de hacer que todo nos duela hasta lo más profundo de nosotros. Me preparé para la paliza que vendría. —Dumbledore me dijo que papá murió. ¿Cómo sucedió? —No lo sé con exactitud. Tengo entendido que la policía fue a allanar la casa y nuestro padre estaba allí. Una vecina me dijo que estuvieron mucho tiempo dentro. Y que antes de que salieran, se escuchó un disparo. A pesar de que sabía que le dolía recordarlo y decirlo, necesitaba oírlo. —¿Cómo lo mataron? —No había rastros de tortura visibles, por lo que no fueron con intención de buscar información de su parte. Le dispararon en la cabeza y lo dejaron allí. —¿Quién se encargó de la denuncia y el entierro? —En cuanto los del Frente de Avanzada se enteraron, me hicieron desaparecer de la faz de la tierra. Ellos se encargaron de todo por mí. —Es una lástima, ninguno de los dos pudo despedirse. A él le hubiera gustado escuchar su canción. —Aún podemos cantársela —afirmó—. Despidámonos de papá, aquí y ahora, los dos juntos. Me sequé algunas lágrimas. Era momento de una pequeña oración. —Está bien, vamos a cantarle su canción. «Levántate y mira la montaña, de donde viene el viento, el sol y el agua. Tú que manejas el curso de los ríos, tú que sembraste el vuelo de tu alma. Levántate y mírate las manos, para crecer estréchala a tu hermano. Juntos iremos unidos en la sangre, hoy es el tiempo que puede ser mañana». Ambos cantábamos con un nudo en la garganta, aguantando las ganas de llorar. Estábamos desconsolados, abandonados y abatidos. Siempre habíamos sabido que, llegado el día, tendríamos que cumplir la petición que nos hizo nuestro padre de cantar aquella canción en su funeral. Sin embargo, lo tuvimos que hacer demasiado pronto. Tanto mi madre como mi padre habían emprendido el vuelo hacia ese lugar vacío de la inexistencia antes de tiempo. Y con mi hermano no estábamos preparados para decirles adiós a ninguno de los dos. «Líbranos de aquel que nos domina en la miseria. Tráenos tu reino de justicia e igualdad. Sopla como el viento la flor de la quebrada. Limpia como el fuego el cañón de mi fusil. Hágase por fin tu voluntad aquí en la tierra. Danos tu fuerza y tu valor al combatir. Sopla como el viento la flor de la quebrada. Limpia como el fuego el cañón de mi fusil». Nuestro padre nos había enseñado desde pequeños que todos nosotros éramos hermanos, incluso cuando podíamos estar en desacuerdo en las cosas más fundamentales. Mi madre con su bondad matizó ese rojo amanecer que aparecía cada noche en sus sueños para mostrárselo a sus hijos. Ambos asesinados por su humanidad, por su humildad, por su abandono y entrega. Y siendo honesta, en ese momento, me era más sencillo sentirme furiosa que orgullosa. No obstante, al recordar todas las promesas que nos hicimos entre los cuatro, comprendía que había ciertas personas y cosas por las que valía la pena perder la vida. «Levántate y mírate las manos, para crecer estréchala a tu hermano. Juntos iremos unidos en la sangre, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén...»***. La voluntad de Dios, del destino, del azar, de lo que fuese que moviera al universo y a nosotros, todavía no se ha manifestado. Aún no podíamos lograr nuestra más que ansiada y merecida victoria. Nuestros padres habían muerto esperando ese día. Muchos han perecido en busca de sus sueños de libertad, amor y fraternidad. Entre sollozos, terminamos de cantar la canción, constatando que las heridas parecían ser profundas, pero no mortales. Puesto que, con sus recuerdos, sabíamos que mil veces venceremos. —Amanda, mírame, los ríos ya han sido ensangrentados como para aumentar sus caudales con tu llanto. —Seca tus lágrimas, y procura sembrar flores en la tierra de las esperanzas muertas —continué—. Riégalas con tu dolor hasta que sea primavera en tu interior. —Y solo entonces, los ríos se calmarán y el agua clara volverá. Nuestros muertos al final descansarán en paz, y su recuerdo jamás se borrará. —Mamá fue poética hasta en su lecho de muerte. Y ahora, papá se ha convertido en otra semilla que tendremos que hacer germinar. —Y algún día, la primavera sabrá encontrarnos. Y con ella, muchos más vendrán a nuestro encuentro. Seguí su mirada, la cual se había perdido detrás de mí. Allí, en la puerta de la enfermería, todos los muchachos estaban esperando el momento indicado para entrar. Entonces, entendí que mi hermano tenía razón, la primavera algún día vendría. Y hasta que esta llegase, debíamos prepararnos para poder resistir ante el dolor de la sangre derramada y la angustia de las esperanzas cruelmente arrancadas. Y no teníamos que hacerlo solos. Todos ellos, de una u otra forma, eran parte de la aurora que anuncia nuevos tiempos. Una cierta promesa de que cada vez que un compañero caiga, muchos más se levantarán. Nota de pie de página: * Compañero, compañera, son apodos o apelativos usados por las tendencias políticas ligadas a la izquierda. Usualmente, al estar en pareja, se dice “Mi compañerx" para referirse a la persona con la cual se comparte un lazo amoroso. En cambio, Camarada, tiene un sentido más fraternal, incluso militar. ** Los partisanos eran gente común, mayoritariamente campesina, que, al principio del siglo XX, se organizaron para luchar contra el fascismo. *** Víctor Jara, Plegaria a un labrador, 1969.