***
Luego de la charla sobre ser un Inmanence, Dumbledore se marchó para arreglar un pequeño detalle que había pasado por alto, el problema de mi estancia en el Castillo. Después de todo, sin ser un estudiante, era difícil que el Ministerio permitiera que alguien ajeno a la institución permaneciera por mucho tiempo en el colegio. Los muchachos se quedaron un poco más, pero al cabo de un rato, decidieron que era preferible que nos pusiéramos al día entre nosotros. Habían pasado varios meses desde que nos despedimos en nuestra casa, así que teníamos una conversación muy larga pendiente todavía. La vida como la conocíamos ya no existía más que en nuestros recuerdos, por lo que era difícil comenzar a verbalizar todo lo que habíamos perdido durante el tiempo que estuvimos separados. Al ver sus ojos que seguían enrojecidos, me di cuenta de que podríamos habernos reencontrado en otra vida, en un día cualquiera y sin previo aviso, y se sentiría de la misma manera. Ojalá hubiera una forma de aliviar el dolor y la nostalgia que le provocaría a mi hermana saber lo que ha sucedido durante su ausencia. —¿Y qué pasó con los demás? —Bueno, como habrás de esperar, no te tengo buenas noticias. —Me imagino. Solo… dime lo que debo saber por ahora. —Isabel y Rodrigo murieron en una misión, un par de semanas después de que te fuiste al exilio. —¿Estabas ahí? —negué con la cabeza—. ¿Por qué? —Papá estaba muy triste con tu partida, así que evite realizar misiones de acción directa. —Comprendo. ¿Alguien más cayó? —No lo sabemos, pero es muy probable. Claudia, Andrés y Miguel, desaparecieron a la semana siguiente. No pudimos encontrar ningún rastro de ellos. —Las cosas se pusieron más violentas que antes. —Así es, muchas personas escaparon esa semana, muggles y magos por igual. —Y antes de lo de papá, ¿sucedió algo más? —Muchos miembros tuvieron que entrar en la clandestinidad. Al parecer, nos tenían a todos identificados. —Si hubiésemos sabido de tus poderes, podríamos haber hecho algo. Ella hablaba desde la frustración, lo sabía. Pero tendría que haber estado ahí para saber que mi poder no hubiera bastado para cambiar las cosas. Aun así, no pude evitar imaginarme a mí mismo, salvando la vida de todos los compañeros que cayeron frente a mí. Quizás, no podría haber salvado a todos, pero algunos… aunque solo sea uno. —Lo siento, Fernando, no quería hacerte sentir mal, no debí haberlo dicho. —Tranquila, es inevitable pensar de esa manera después de lo que vivimos. —Pero ahora todo puede ser distinto, aquí también están en guerra. Podrías ayudarnos a... —¿Ayudarnos? —asintió—. ¿Cómo pudiste volver a involucrarte en algo así? ¿Acaso quieres morir? —¡No! Solo quiero hacer justicia, como tú lo harías. —Ahora lo único quiero es que vivas en paz, y por mucho tiempo, además. —Déjame explicarte y lo entenderás. Amanda se dio el tiempo de explicarme el origen del conflicto en que se encontraba el mundo mágico de Inglaterra. Las diferencias entre nacidos de magos y no-magos, no era tan marcada en nuestro país, por lo que me parecía difícil imaginar que se mataba por eso aquí. Con razón había aceptado participar, yo también lo haría. También me contó sobre su misión hace unos días, me sorprendí al no haber notado que cojeaba un poco. Al terminar su relato, me propuso algo difícil de rechazar. —¿Quieres que te lleve a descansar a mi habitación? —No tendré problemas con el director por irme de aquí, ¿cierto? —negó con la cabeza—. Entonces sí. —Iré a decirle a Pomfrey, y nos vamos. Cuando ella volvió, tomó mi valija con una mano y a mí con la otra. Mientras caminábamos, no pude evitar mirar asombrado como las personas y animales de los cuadros se movían. Ante esto, Amanda me explicó que no era el mismo hechizo que utilizaban para los periódicos, puesto que las personas de los cuadros tenían conciencia de sí mismos. —¡Bienvenido a la Torre de Gryffindor! Por cierto, el cuadro es la puerta de entrada. La imagen del cuadro me observó con detenimiento. —¿Eres nuevo también, muchacho? —Querida, este es mi hermano, Fernando. Y Fernando, ella es el retrato de la Dama Gorda. —Un gusto conocerla, me puede decir cómo pasar. —Pidiéndolo. Pero cuando comiencen las clases, deberán aprenderse las claves. Ante mi confusión, mi hermana respondió en mi lugar. —Por supuesto que lo haremos, muchas gracias. Al entrar, un espacio cálido y refulgente de rojo-dorado nos esperaba. —Esta es la Sala Común, en donde hombres y mujeres conviven. Los hombres tienen prohibido subir a las habitaciones de las mujeres, incluso hay un hechizo para impedir que siquiera lo intenten. —Entonces, ¿cómo voy a subir? —McGonagall, la profesora a cargo de Gryffindor quitó el hechizo por ahora. Así que no habrá problema. ¡Ven, sígueme! En cuanto entramos a su habitación, ella se dedicó a escudriñar mi valija. —¿Qué haces? —Estoy buscando una polera para que te cambies de ropa. ¡Aquí hay una! —Amanda, no me la puedo poner así. La voy a manchar con la sangre que me queda. —Bien. Iré a buscar algo para limpiarte. Amanda dejó toda mi ropa esparcida en el suelo, para luego ir a lo que supuse sería el baño de la habitación. Me había costado tanto empacar, que quise quejarme por su falta de delicadeza al buscar lo que ella quería. En fin, mi hermana era muy impulsiva como para pedirle que se tomara el tiempo de hacer las cosas como correspondía. Al volver con una fuente con agua, comenzó a limpiar la herida con una delicadeza, que solo una madre podría llegar a igualar. Y mientras ella hacía esto, no podía evitar sonreír, puesto que a pesar de todo lo que había sucedido en el último tiempo, seguía teniéndola a ella. Y Amanda era lo único que necesitaba para seguir resistiendo, para seguir viviendo.***
Hay un montón de cosas que no apreciamos en los tiempos de paz. De hecho, no comenzamos a valorarlas hasta que se presenta la oportunidad de perderlas de una vez. En cambio, en los tiempos de guerra, solo pensamos en lo que obtendremos después, si la victoria tiene algo que ofrecer. Sin embargo, nosotros no podíamos anhelar ningún tipo de recompensa ni mucho menos una ganancia. Nos bastaba con no seguir perdiendo, y más que nada, contar con la fuerza para seguir resistiendo. Un ejemplo claro de aquello era el hermano de Amanda, quien se mantuvo firme hasta que no tuvo más opción. James me sacó de mis pensamientos. —¿Pasa algo? Tienes una expresión entre preocupada y triste. —Vaya, sí que me has prestado atención. —Por supuesto. No he apartado mis ojos de ti desde que te conocí. —Cariño —tomé su mano—. Bueno, pensaba en el mañana, y lo que vendrá. —Con razón tenías esa expresión. —Es solo que no puedo evitarlo, y si… —No hagas eso, no des espacio a la especulación, hacerlo solo nos lastima. —Pero qué harías si… —Lily, mira lo que ocurrió hoy. No importa que tan mal nos encontremos, siempre habrá algo bueno que nos recuerde la razón. —¿Cuál razón? —La razón por la que vale la pena estar vivos. Aprovechó que estábamos tomados de la mano, para acercarme más a él. —Sabes que sin importar lo que pase, yo estaré contigo, ¿verdad? —¿Hasta el final? —Hasta el final. En cuanto respondí, sentí sus labios estrellándose con fuerza contra los míos. James me besaba, me besaba con demasiada intensidad, como si quisiera que me olvidara de todo lo demás. No pude evitar corresponderle, y pasé mis manos por detrás de su cabeza para atraerlo más hacia mí, mientras que él hacía lo mismo con mi cintura. Y como era de esperarse, considerando que estábamos en un sillón familiar, terminamos quedando uno encima del otro. Era una posición algo comprometedora, por lo que agradecí que nadie llegara en ese momento a interrumpirnos. —Creo que hemos perdido un poco el control. —¿Tú crees? —me burlé. Se veía adorable cuando se sonrojaba. —¿Sabes qué más creo? Creo que no puedo volver a besarte de esa manera, sin antes hacerte una pregunta primero. —¿Y cuál sería? —¿Quieres ser mi novia? —No sabía que querías formalizar lo nuestro —sonrió expectante—. Sí, por supuesto que sí. Me besó de nuevo, con una dulzura infinita. —Eres todo lo que quiero. —Y tú eres todo lo que necesito. —Jamás creí que podría llegar a ser así de feliz. Después de lo que ha pasado... Yo creí que nunca... Ignórame. —James, incluso en tiempos de guerra, hay momentos para el amor. —Tienes razón. Y este es el momento para nosotros. Entre risas y expresiones sinceras de amor, se nos hizo de noche sin que nos diéramos cuenta. Durante todo ese tiempo, nadie nos había molestado ni buscado, como si de alguna manera, todos en el Castillo supieran que no debían hacerlo. —¿Quieres bajar a cenar? —No, prefiero quedarme un poco más contigo. Nunca habíamos tenido un momento así, no voy a desaprovecharlo. —Está bien, James. Pero si me da hambre en la noche, tendrás que darme tus postres por una semana. —Acepto el precio, acepto todo si significa estar contigo. —A veces eres un amor. —Yo siempre soy un amor. —No, no lo eres. Sin embargo, eres mi amor. Y allí nos quedamos, disfrutando de la compañía del otro como nunca habíamos podido hacerlo. Y estando entre los brazos de James, comprendí que sólo el amor nos haría resistir hasta el final. El amor a la patria, a la vida, a la humanidad, a alguien más o a uno mismo; todos resistiríamos por amor. Nota al pie de página: * Condición inventada para la historia, cuyo origen se centra en el significado de la palabra Inmanente. Es un término que se utiliza en la filosofía para nombrar a aquello que es inherente a algún ser o que se encuentra unido, de manera inseparable, a su esencia.