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La nueva libertad de mi hermano duró solo un par de días. En cuanto regresaron los demás estudiantes, él tuvo que ocultarse de cualquiera que pudiese enterarse de su existencia. Para hacerlo, Dumbledore le pidió a James y a Lily, que no usaran la habitación de los Premios Anuales. De ese modo, nadie podría dar con su paradero, ya que al igual que con el despacho de Dumbledore, la única manera de ingresar era sabiendo la clave. Yo era quien más lo visitaba, porque además de no querer dejarlo solo, también lo estaba ayudando a manejar sus poderes. Todas las tardes iba a enseñarle hechizos, y como hoy era sábado, pasaríamos todo el día practicando. —Deberías intentarlo sin utilizar la varita. —¿Tú crees? —Sí. Se supone que usar magia es casualidad, tu poder es independiente. —Pero solo podría hacer algo con los elementos, ¿no? —Supongo. —¿Y cómo lo haría? —Quizás debas pensarlo, al igual que con los hechizos. —No suenas muy convincente. ¿Estás segura de que pones atención en clases? —¡Por supuesto que sí! —golpeé su brazo—. Debe ser cosa de proyectar el pensamiento, nada más. —Bien, lo intentaré. Y lo primero que hizo, fue posar fijamente su mirada sobre mí. —¿Qué haces? —Silencio. Necesito concentrarme. Fernando enfocó su mirada en la mía, centrando su atención en mi persona. Mientras lo hacía, pude notar que sus ojos se tornaron un tanto azulados. Acto seguido, toda mi ropa quedó empapada como si hubiera estado expuesta bajo una lluvia intensa, comencé a tiritar de frío. Lo habría vuelto a golpear si no fuera porque mis brazos no dejaban de temblar. —¡Ay, no, lo siento! Esa no era mi intención. —¿Se-se-guro? Me ofreció su chaleco con algo de cautela. —Lo juro. —Entonces… —Quería hacer una bola de agua como la que hice con Aguamenti , pero se quebró antes de formarse. —Muy gra-gracioso. Él observó mi aspecto apenado. —¿Estás enojada conmigo? —No, fue un ac-ac-accidente. Pero si vuelve a suce-ceder, me enojaré mucho conti-ti-tigo. —Entendido, comandante. Puso su mano sobre su frente, saludando como un soldado. Nos reímos. —¿Sigues con frío? —Un po-poco. Si no fuese mucha la molestia-a, ¿Me prestarías también uno de tus pantalones? —Por supuesto. Espérame, ya vuelvo. Antes de subir a su habitación, que era de Lily en realidad, besó mi frente como ofrenda de paz. Pensándolo bien, la habitación de los Premios Anuales no era un mal lugar para estar encerrado, tenía dos habitaciones independientes, un baño y una sala de estar para hacer reuniones con los prefectos. Me causaba alivio que Fernando tuviera espacio suficiente para desplazarse y no volverse loco mientras se ocultaba de los demás. Después de cambiarme de ropa, continuamos con lo que estábamos haciendo. Para cuando comenzó a anochecer, tuve que irme, ya que era obligación para los estudiantes asistir a todas las comidas. —¿Amanda? —¡Gabriel! —¿Cómo estás? ¿Qué pasó? ¿Por qué vistes así? —Es una larga historia, pero es culpa de Fernando. —Entiendo. ¿Vas al Gran Comedor? —Así es, ¿quieres acompañarme? —Claro. Sin embargo, ¿no te preocupa que los demás estudiantes piensen que la ropa que llevas puesta es mía? —No, me da igual. ¿Y a ti? —También, sólo preguntaba para estar seguro. Me ofreció su brazo para que caminásemos juntos, acepté gustosa su invitación. Mientras caminábamos hacia el Gran Comedor, varios estudiantes se nos quedaron mirando, suponiendo cosas que no eran. Pero no importaba, después de todo, a Gabriel parecía más divertirle la situación que molestarle. Y eso era lo que más me gustaba de su personalidad, que, a diferencia de mí, él podía despreocuparse y desligarse de lo que pensaran los demás.***
El regreso de los demás estudiantes a Hogwarts significó volver a una rutina, que para nosotros ya estaba totalmente destruida, por lo que no fue de nuestro agrado verlos y llevar una vida tan normal. Habíamos experimentado cosas horribles en tan poco tiempo, que nos era difícil convivir con el resto sin sentir que éramos extraños. Sensación que se acrecentaba cuando nos comenzaban a hacer preguntas, sin tener una pizca de consideración. Chismosos. Al menos, nadie se ha atrevido a preguntarme sobre Sirius, a pesar de que todos los días nos ven pasear por los alrededores del Castillo después de clases. Supongo que el noviazgo de Lily y James, ya los mantenía entretenidos como para intervenir en lo nuestro, sea lo que sea. —Deberíamos cambiar nuestro recorrido, ¿no crees? —No veo por qué, a los dos nos gusta el lago y el bosque. —Ya sé, es solo que no me gusta que todos nos estén viendo. Siento que vienen aquí a propósito. —¿Te avergüenza que te vean conmigo? —Claro que no. —Entonces… —Solo quiero disfrutar de tu compañía, sin que los demás nos tengan en la mira. —Es una lástima que pienses así, justo estaba pensando en exponernos frente a los demás. —Qué quieres decir… Pero ya era tarde. Sin que se detuviera siquiera a pensarlo, se subió a una gran piedra y comenzó a cantar. Es imposible describir la vergüenza y la ternura que me causaba verlo parado allí, haciendo el ridículo. No sabía si los demás podían oírlo desde donde estaban, aunque en realidad poco me importaba; yo me encontraba concentrada en la letra de la canción, ya que nunca antes la había escuchado. «Como quisiera decirte, algo que llevo aquí dentro, clavado como una espina, y así va pasando el tiempo. Si me animara a decirte, lo que a diario voy sintiendo, por temor quizás a oírte, cosa que oírte no quiero. Como quisiera decirte, que cuando contemplo el cielo, tu estrella me va diciendo, cuanta falta me hacen tus besos. Como quisiera decirte, que me escuches un momento, para quitarme del pecho, esto que me va oprimiendo». Mi corazón y mi mente se debatían entre correr, golpearlo o besarlo. Sin embargo, no paraba de reírme como boba por el detalle tan único e inesperado que había tenido conmigo. Debía de estar roja de los pies a la cabeza, por lo que trate de guardar un poco la compostura. No pude evitar pensar en qué dirían los demás al saber lo que él me decía. Debíamos de estar haciendo una escena de aquellas, aunque en el fondo sabía que a Sirius no le importaba en lo más mínimo. Él solo estaba pensando en mí y en nadie más. «Como quisiera decirte, que cuando contemplo el cielo, tu estrella me va diciendo, cuanta falta me hacen tus besos. Que eres mi amor, mi lucero. Que de sentirme tan lejos de apoco me estoy muriendo, que quiero que estés conmigo, como en un final de cuentos. Como quisiera decirte, decirte cuanto te quiero. Como quisiera decirte, decirte cuanto te quiero» . Al terminar la canción, Sirius esbozaba una tímida sonrisa, esperando un posible regaño al bajar de la roca. Yo lo miré un instante, debatiendo qué debería hacer, ahora que ya no me podía deshacer de él. Vamos, se la había jugado por mí, así que era mi turno de dar otro paso adelante. Por ese motivo, tomé su mano y sin delicadeza, lo arrastré hasta que nos internamos un poco más en el bosque junto al lago. Quería, es más, necesitaba privacidad para hacer lo que tenía en mente. —Supongo que ahora vas a matarme, ¿no es así? —Me tienta, pero ya me encariñe contigo como para eliminarte a esta altura del partido. —¿Y entonces? —Nada, solo te quería tener para mí por un momento. —¿Segura que no quieres matarme? —Siempre me ha gustado tu espontaneidad, puedes quedarte tranquilo. —Pero tus ojos me ven como si fuera una presa a punto de… No será que… Lo empujé por la vergüenza que me había dado su insinuación. —¡Estúpido! Mejor me voy de aquí. Me retuvo a tiempo. Sosteniendo mi rostro entre sus manos. —Si sabes que soy tuyo, por qué tardas tanto en dar el golpe de gracia. A veces me confundía su forma de actuar, ya que cuando se trataba de romance, parecía convertirse por completo en otra persona. Bueno, seguía siendo el mismo idiota de siempre, pero todo lo que hacía y decía, surgía de su ser en el momento correcto. Dejándome guiar por sus manos, terminé con las mías sujetando su rostro, mientras él sonreía como un niño en Navidad. Agradecí que su sonrisa boba me haya ayudado a relajarme. De a poco fui acortando las distancias, hasta que nuestras bocas se unieron en un éxtasis por la emoción de la ocasión. Sirius era el bombón que debí de haberme comido desde hace mucho tiempo.***
Cuando la hora de cenar se presentó, todos suspiramos aliviados por haber sobrevivido un día más. Desde que la guerra estalló en nuestras narices, los días que pasaban sin novedad eran dignos de ser celebrados, por lo que debíamos darnos el espacio para reunirnos y estar agradecidos. Por lo mismo, todos nos habíamos apiñado en el fondo de la mesa de Gryffindor, con tal de no llamar mucho la atención y así pasar un grato momento. Un intento inútil, considerando que hacíamos suficiente ruido como para atraer incluso la atención de los profesores que cenaban al otro extremo del comedor. No teníamos remedio, nos hacíamos notar demasiado, con razón parecíamos ser un blanco fácil. Supongo que deberíamos ser más como Amanda y Gabriel, que se secretean algo al oído hace rato. Entonces, la curiosidad pudo conmigo. —Y bien, ¿qué se traen ustedes dos? —¿Por qué quieres saber? Hablamos de un asunto que no te incumbe. —¿Y no puedo estar al tanto? —No. Es algo que nos compete solo a Amanda y a mí. —Vamos, eso aumenta mi curiosidad, no seas así. —No es nada importante, Viola, te lo prometo. Está exagerando para molestarte. —Y pensar que eres mi mejor amigo, así no se puede. —Tampoco te vengas a hacer la víctima conmigo. Amanda decidió dar por terminada nuestra pelea. —Te lo contaré después, ¿está bien? —asentí—. No quiero decirlo con tantas personas escuchando. —¿Es algo malo? —lo negaron—. Entonces, díganme al menos de qué se trata. —De la ropa que traigo puesta. Sabía de sobra que esa ropa no era de Gabriel, yo le conocía hasta la ropa interior. Los infortunios de tenerlo en la ventana de enfrente durante las vacaciones, sin contar las incontables ocasiones en que nos quedamos a dormir en la casa del otro, me habían dado material suficiente para juzgar que llevaba puesto cada día. No sé si deba sentirme afortunada o maldecida por poseer esa información, considerando que más de una chica en el comedor querría saber cómo lucía en calzoncillos. Omitiré cualquier comentario al respecto. Lily cambió nuestro tema. —¿Te has acostumbrado a las clases? —En realidad, no mucho. —¿Por qué? Parecías entender la clase de hoy. —Bueno, en Salem las clases son más livianas y los profesores menos estrictos. —¿Te cuesta prestar atención si hay demasiado orden? —Así es, necesito distraerme para no disociarme. —Con razón entendías, las clases de adivinación carecen de estructura definida. —Los ingleses respetamos demasiado las etiquetas como para ser relajados —mencionó Gabriel. —Si yo hiciera un colegio —interrumpió Sirius—, haría que los estudiantes tomarán las materias que quisieran, no tendrían evaluaciones y los dormitorios serían mixtos. —Y por eso nadie te dejaría hacerlo —se burló Kath. Se encogió de hombros. —¿Quién sabe? Los tiempos están cambiando. Entre risas, intentamos destruir su sueño, pero fue imposible. Sirius sabía cómo llevarle la contra a cualquiera hasta las últimas consecuencias. De repente, un flash capturó nuestra atención. Nos habían sacado una foto sin que nos diéramos cuenta de ello. A pesar de que todos preguntamos por el responsable, nadie se atrevió a responder. No obstante, varios estudiantes miraron hacia una misma dirección, una chica de Huffelpuff. Antes de que James y Sirius fueran a recriminarle lo que había hecho, me levanté y fui en su lugar. —¿Fuiste tú quién nos sacó la foto? —ella asintió con timidez—. ¿Por qué lo hiciste? —Estoy encargada del periódico escolar. —Esa es una explicación, quiero una justificación. —Bueno, muchas personas quieren saber qué pasó entre ustedes para que ahora estén juntos. Sus peleas las hemos presenciado desde que estaban en primer año. —Bien, entonces escribe lo siguiente: Nos dimos cuenta de que este sería nuestro último año, por lo que decidimos terminarlo sin peleas de por medio. —¿Solo eso? —insistió incrédula—. ¿Qué hay de Lily y James? —¡Oh, vamos! ¿Acaso nadie conoce el dicho: «Los que se pelean se aman»? —Una última pregunta: ¿Por qué la estudiante transferida está con ustedes? Inventé una excusa creíble. Más tarde tendría que armar una buena historia con Amanda. —Porque es una antigua amiga mía. Ahora, si no te molesta, nos dejarás en paz. Volví a mi sitio, con la mirada de varios estudiantes sobre mí, pues había alzado la voz para que se dieran por satisfechos. Mis amigos eran los únicos que no me miraban curiosos, sino agradecidos. Al menos con esa charla, esperaba lograr que dejasen de preguntarnos cosas por un tiempo. Para nuestra fortuna, Dumbledore decidió que ese era el mejor momento de dar su discurso, por lo que la atención se dirigió hacia el director. —Queridos estudiantes, este es el primer fin de semana que pasamos juntos en Hogwarts. Por lo mismo, quería recordarles que la unidad es lo que nos mantendrá a salvo, y que la confianza entre nosotros debe primar para poder vivir en paz. Les digo esto, convencido de que la luz que alejará la oscuridad que nos amenaza, se encuentra en el interior de todos nosotros. Sin nada más que decir, les deseo buenas noches. Todos nos quedamos pensativos, a excepción de los de Slytherin, quienes lo ignoraron como pudieron. Supongo que Voldemort les parecía alguien más interesante, teniendo en cuenta que sabíamos y sospechábamos que varios estudiantes de esa Casa eran mortifagos. Cuando la cena terminó, todos volvimos a la Torre de Gryffindor. Durante el trayecto, no pude dejar de pensar en las palabras de Dumbledore, puesto que la luz que me permitía ver en esta oscuridad, eran las personas que estaban caminando a mi lado. Mis amigos, mi familia.