***
Si las personas me describieran en una palabra, dirían que soy un jugador. Conquistador por excelencia y experto en romper corazones, esa sería mi presentación para las chicas que recién me conocen. Por lo mismo, es imposible que alguien considere que soy romántico. Y en efecto, no lo soy. Al menos, no había existido una mujer que me inspirara a serlo, hasta ahora. Cuando estoy con Kath, me dispongo a hacer el ridículo con tal de sacarle una sonrisa. Si bien, no le he vuelto a cantar en público, ya que me amenazó con ignorarme si lo hacía de nuevo, los detalles hacia ella no han terminado. No me refiero a que la he llenado de regalos ni nada por el estilo, solo me he dedicado a darle toda mi atención, admiración y tiempo disponible. Cualquier chica estaría fascinada con ese nivel de devoción, pero Kath no era una de ella. Y eso me provocaba ser más meloso con ella, ya que verla sonrojarse era un placer que hace poco descubrí. Sí, no debía tentar mi suerte, así que cuando estaba por matarme, le daba tiempo para estar con los demás y hacer las cosas de forma independiente. De todas maneras, siempre me aseguraba de que diéramos un paseo o tuviéramos una charla para conocernos más. Como ahora, que caminábamos tomados de las manos por los alrededores del Campo de Quidditch. Kath se detuvo de golpe. —¿Pasa algo? —¿Cuánto tiempo vamos a continuar así? —¿Así cómo? —Como amigos. —No lo sé, es lo que tú querías. Yo estoy dispuesto a esperarte lo que sea. —Ese es el problema, yo no quiero seguir esperando más. —Entonces, ¿quieres decir que...? —Quiero estar contigo, aquí y ahora, sin importar nada. —Esa es una propuesta interesante, pero creo que te estás apresurando. Me golpeó. Ya sabía yo que no le iba a gustar mi broma. —¡Arruinador de momentos! —Debes escoger mejor tus palabras, cariño, podrías haber dicho otra cosa. —También podría estar con otra persona. La miré a los ojos, y por un instante, ese azul electrizante me fulminó. Entonces, una mueca, muy similar al esbozo de una sonrisa, capturó mi atención. Ella ya no lograba verse amenazante para mí, al menos, no tanto como antes. Por lo mismo, arriesgándome, me aproximé a su rostro, esperando una mala reacción de su parte. Al no encontrar alguna señal de rechazo, me apresuré a darle un beso. Y no uno cualquiera, uno que se sentía como el primero y el último, como el más dulce y el más doloroso, como la tormenta y la calma, como todo y nada. Podría haber muerto después de ese beso, y habría dicho que morí feliz. —Sirius... —Dime. —¿Recuerdas cuando hicimos la tregua? —Uno de los mejores días de mi vida. —Yo te dije en un momento: «Tú me dirás quién eres y yo te diré quién soy. Eso debería ser suficiente». —Yo te pregunté para qué, y me dijiste que para saber qué deberíamos ser nosotros. —Y respondí que eras un idiota. Me reí. Ella nunca cambiaría, y tampoco quería que lo hiciera. —Lo recuerdo también. Sin embargo, ¿a qué viene todo esto? —A que aquello que dije ese día, es en realidad parte de un poema. —¿En serio? —Sí, ¿te gustaría oírlo? —Por supuesto. «Yo soy yo y tú eres tú. Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas y, tú no estás en este mundo para cumplir las mías». Su mano temblaba sobre la mía, puesto que, cada vez que quería tener un gesto cariñoso conmigo, tomaba mi mano para darse valentía. Me concentré en el poema, que parecía más bien una oración por su forma de recitar. A decir verdad, ninguno de los dos intentó agradarle al otro desde que nos conocimos. De hecho, siempre actuamos como nos apetecía y eso nos hizo confrontarnos porque ambos queríamos tener la razón incluso cuando estábamos equivocados. Por lo mismo, aun cuando la vida se empeñaba en mantenernos cerca, siempre estuvimos caminando por caminos separados. «Tú eres tú y yo soy yo. Si en algún momento o en algún punto nos encontramos, y coincidimos, será hermoso. Si no, no puede remediarse. Falto de amor a mí mismo, cuando en el intento de complacerte me traiciono. Falto de amor a ti, cuando intento que seas como yo quiero, en vez de aceptarte como realmente eres. Tú eres tú y yo soy yo»*. —Encaja a la perfección con nuestra historia. —Así es, por eso vino a mi mente cuando hicimos la tregua. La envolví entre mis brazos. —Y ahora que nos encontramos, ¿nos quedaremos juntos para siempre? —Esa es la idea. Tú y yo, juntos, sin importar lo que pase. —No tienes ni idea de cuanto te amo. Sus ojos resplandecieron. La quise todavía más. —Ojalá no lo hubiera descubierto tan tarde. Tantos años perdidos y... Me interrumpió con un beso. —Yo también te amo. —Y lo agradezco, pero no puedes negar que las cosas podrían haber sido diferentes. —Por supuesto. Sin embargo, creo que nos encontramos en el momento correcto. Recordé el poema. —Y es «Hermoso».***
La llegada de Fernando a Hogwarts provocó un gran cambio en Amanda. Los primeros días casi no la veíamos, ya que estaba dedicada a regenerar la parte de su cuerpo que sufrió Departición. Aun así, parecía estar más tranquila al saber que tenía a un ser querido junto a ella. Luego, se propuso acompañarlo mientras aprendía a controlar sus nuevos poderes, por lo que se la pasaba en su habitación cada vez que podía. Todos nos ofrecimos ayudarle, así que cada tanto nos turnábamos para enseñarle aquellos aspectos de la magia en que éramos considerados unos expertos. Entonces, un día como cualquier otro, sin saber cómo ni por qué, me encontré extrañándola. Mentiría si dijera que esa sensación no me sorprendió, es más, me aterrizó un poco al darme cuenta que una parte de mí, deseaba que Fernando no estuviera en Hogwarts. Lo sé, era un pensamiento bastante egoísta. Sin embargo, algo en mí me decía que cuidar y proteger a Amanda era mi deber. No importaba que Fernando pudiera protegerla, ni que ella pudiera defenderse a sí misma, sin la necesidad de recurrir a alguien más. De algún modo, anhelaba que me quisiera en su vida, que me necesitara. Deseaba ser su amigo sin importar las circunstancias, seguirle y participar de su glorioso mañana. En efecto, Viola me mataría si llegase a saber todo lo que pensaba. Después de todo, era entendible que pensara que yo estaba enamorado de Amanda. Pero yo sabía que no era así. Estaba encandilado, maravillado, intrigado y quizás algo asustado, pero el amor romántico no estaba en mi lista. No sabría cómo explicarlo, es decir, Viola era mi amiga del alma. En cambio, yo quería que Amanda fuese mi compañera de vida. Ella lo había dicho el otro día, yo la apoyaría en sus esperanzas de alcanzar un nuevo amanecer. Sería su amigo, su compañero, su aliado. Por lo mismo, era comprensible que me sintiera algo dejado de lado con la llegada de Fernando. Para mi suerte, eso no duró mucho tiempo. Ya que, después de esa conversación, comenzamos a hacer todas las cosas juntos. Como ahora, que nos encontrábamos viendo el atardecer en la Torre de Astronomía. —Demasiado lejos y tan cerca... —¿Ah? —La espina clavada, muerte roja, ríos de devastación. —¿Qué estás diciendo? ¿Una profecía? —Nada importante, me gusta escribir poesía. Así que repetía algunas palabras para no olvidarme y escribirlo después. —¿Y en qué pensabas? Suspiró con nostalgia. —En mi tierra, sabes, me gustaría volver a mi país —Dijiste que no lo harías, que era peligroso para ti. —Lo sé, pero eso no impide que quiera hacerlo. Además, Fernando podría... Quizás... Esta vez... —¡Es peligroso, Amanda! —señalé, sacudiéndola de los hombros—. Tanto muggles como magos, están esperando que cometan el error de regresar para atraparlos. —Eso no disminuye mi deseo de regresar. —Y dime, ¿qué piensa tu hermano? —Él volvería conmigo si yo se lo pidiera, estoy segura. —¡Maldición! —Aunque no me atrevería a pedírselo. —¿Por qué no? —Porque solo aquí Fernando puede aprender a ser quien debe ser —me miró a los ojos—. Y porque no me podría ir, no sin ti. Todo se vino abajo cuando su mirada triste se perdió observando el horizonte. Era demasiado amor para alguien que no pedía más que su compañía. Sí, quería estar a su lado, pero no del mismo modo que ella. Después de todo, por más que quisiera malinterpretar sus palabras, solo había una razón factible para que ella pensara en dar un paso atrás. Amanda no era de las que retroceden, si ella quisiese, podría tomar el cielo por asalto. Pero yo no estaba dispuesto a saltar al vacío por ella, no cuando teníamos otros problemas que enfrentar aquí. De todos modos, me atreví a sujetar su mano para llamar su atención. —Dime, ¿por qué no te irías sin mí? —Porque eres una persona muy importante para mí. Tragué fuerte. —¿En qué sentido? —Ni yo misma lo sé. Nunca me había pasado, pensé que... —Sigue. —No, no podrías... Jamás lo permitiría. Golpeó el suelo con frustración. Su mano enrojeció ante la fuerza que utilizó. —No te estoy entendiendo. —Lo siento, Gabriel, es que no puedo. —Sabes que somos amigos, ¿verdad? Es más, somos compañeros, puedes confiar en mí. —No digas que eres mi compañero, por favor, no cuando estoy tan confundida. —¿Qué hay de malo en que lo diga? —Una cosa es decir compañera, y otra muy distinta, es decir mi compañera. —¡Oh! —Por eso me sonrojé ese día. Sonó tan real, que quise que lo fuera. Al final, yo no era el único que no sabía en qué dirección iba nuestra amistad. Aun así, nunca esperé que Amanda pudiera llegar a sentir algo así por mí. Está bien, Viola me advirtió varias veces que había algo extraño en nuestra amistad, pero no quise hacerle caso. Yo solo quería tener una amistad que trascendiera el concepto como sucedió con ella, algo que fuera intenso sin ser romántico. Mi compañera. ¿Cómo pude ser tan tonto para no comprenderlo? De todos modos, no era la palabra misma el problema, si no los sentimientos que debían acompañarla. Y Amanda lo sabía, ella entendía que quería estar a su lado, pero no me quedaría más allá de lo necesario. Yo no me arrojaría al fuego por ella, por eso no pidió que lo hiciera.***
Me encontraba junto a Viola en los jardines de Hogwarts, descansando de un arduo día de clases, cuando las palabras de Gabriel volvieron a resonar en mi mente. Desde que me pidió pensar sobre mis sentimientos por Viola, no he podido definir cuáles siento en realidad. Ella era una amiga invaluable, una hechicera sin igual y una persona demasiado amable. Su bondad, su entrega y confianza, debía de ser lo que todos apreciamos de ella, tanto que podíamos llegar a desear tener un poco más. Puede que eso sea lo mismo que pensó Gabriel, cuando confundió las cosas con su mejor amiga. También lo que me podía estar pasando a mí. Después de todo, solo una vez en mi vida me sentí como James y esto no era así. —¿Te pasa algo, Remus? —No es nada, no te preocupes. Solo estaba pensando en algo que tengo pendiente. —¿Puedo saber de qué se trata? —Bueno, hay una chica, y no sé qué es lo que siento por ella. —¿Es tu amiga o una conocida? —¿Importa? —negó con la cabeza—. El problema es que le he dado varias vueltas al asunto y no encuentro respuestas. —Podrías dejar de pensarlo y comenzar a sentirlo. Como dice Blaise Pascal: el corazón posee razones que la razón no comprende. —Supongo. —Pero dime, Remus, ¿qué es lo que más te gusta de ella? —Es fácil de querer. —Deberías hablarlo con ella, eso ayuda cuando uno está confundido. —¿Tú crees? —¡Por supuesto que sí! De hecho, me sucedió algo parecido, y junto al chico logramos solucionar el malentendido. —¿Y cuál fue su reacción? —Se lo tomó bien. Es más, creo que ahora me quiere más que antes, solo que ahora lo hace de la manera correcta. —¿Crees que me pasa lo mismo? ¿Qué me estoy equivocando con ella? —Yo no le dije que estaba equivocado, él lo comprendió por sí mismo —Entonces, ¿cómo lo ayudaste? —Actuando como si no supiera que estaba confundido conmigo. Siendo su amiga sin importar que él pudiera sentir algo por mí, como ahora. Sus palabras hicieron eco en mi mente. No podía ser cierto. —¿Como ahora? —Sé lo que te dijo Gabriel, Remus. Él no tiene secretos conmigo. Admito que estuve a punto de sufrir un infarto, no puedo creer que sea tan idiota. Era obvio que Gabriel le contaría todo, Viola era la persona que más amaba en la tierra, por supuesto que no tendría secretos con ella. Siendo sincero, si no se tratase de Viola, podría pensar que ha estado jugando conmigo todo este tiempo. No obstante, sabía que su silencio era por mi bien, que me había dado tiempo para reflexionar y pensar las cosas con detenimiento. Aun así, seguía incrédulo y avergonzado, por lo que quise confirmar mi suposición. —¿Lo has sabido todo este tiempo? —Sí, me lo dijo ese día. —¿Y por qué nunca dijiste nada al respecto? —Porque mis sentimientos no son los que están en juego. Esperaba a que fueras tú quien me lo dijera, como lo hizo Gabriel en su momento. —¿Y ahora qué harás? ¿Qué pasará entre nosotros? —Tranquilo, todo seguirá igual, no te preocupes. —¿Segura? —Yo seré tu amiga, Remus, incluso si decides alejarte de mí, lo seguiré siendo. No resistí el impulso de abrazarla. Quería despejar cualquier duda sobre nuestra amistad. —Eres demasiado comprensiva y amable como para no quererte. Lamento mucho ponerte en esta situación otra vez. —No hay problema, cualquiera puede confundirse. Sobre todo, en estos tiempos, donde todos estamos faltos de amor. Dicho esto, continuamos con nuestro paseo, como si la conversación que tuvimos no hubiese sucedido. Y agradecí que fuera así, que Viola fuera así. De otro modo, no me habría dado cuenta de algo importante. A Viola la querría siempre, sin importar la manera en que lo hiciese, así de simple. Por lo mismo, mi corazón podía descansar tranquilo. Viola era mi amiga especial, no el amor que vendrá. De hecho, esa mujer que escondía de mí mismo era la verdadera razón de mi confusión. No quería admitir que nunca encontraría ese sentimiento con alguien más. Incluso si se tratara de alguien tan maravilloso como Viola, no podría hacer que me olvidase de ella.***
Tengo que admitir que, muy a mi pesar, me terminé acostumbrando al murmullo de los demás estudiantes cuando nos veían a Lily y a mí estar juntos. Por suerte, para mi bien, ella encontró la forma de poder controlarme. De lo contrario, le hubiera partido la cara de un golpe a más de uno, y eso me haría quedar muy mal como Premio Anual. Y la verdad es que no entiendo cómo es que hay personas que no son capaces de ver a los otros felices. Se han dicho tantas cosas de nosotros, que entendía la razón por la que Sirius y Kath, estaban siendo cautelosos con lo que sea que ellos tuvieran. Ahora que lo pienso, tendríamos que haber hecho lo mismo, pero las cosas ya sucedieron de ese modo y no podíamos hacer nada al respecto. Excepto resignarnos y continuar con nuestras vidas. —¿Cómo lo soportas? —¿Qué cosa? —Estar conmigo. —¿Por qué lo dices? —Ni creas que no escuche lo que dijeron esas bestias. Debí hacerlos callar en cuanto se atrevieron a hablar mal de ti. —Vamos, James, ya sabía que algo así pasaría. —Eso no quiere decir que esté bien —asintió—. Yo jamás... Yo no te quiero para eso, mis sentimientos son sinceros. —Me basta con saberlo. —Lo digo en serio. —Por cierto, hoy escuché a dos chicas hablando de ti en el baño de damas del primer piso. —¿Así? ¿y qué decían? —Lo de siempre, ya sabes la fama que tienes. Me alegra saber que no me quieres para eso. —Sabes a lo que me refiero —me acerqué a su oído—. No te quiero solo para eso. —¿Estás seguro? —Tendrías que estar ciega para no notar cuánto te deseo. Me alejó de un golpe. Su rostro estaba igual de rojo que su cabello. —¡James! ¡Alguien podría oírte! —No hay nadie aquí, podríamos aprovechar de... Me aventó una almohada a la cara. Apuesto a que la violencia se la pegó Kath. —¡Por Merlín, estamos en la Sala Común! —¿Y qué? Si quieres vamos a mi habitación y... Dos chicas entraron, y por sus expresiones, debieron ser las que estuvieron hablando de mí. Mire por un segundo a Lily, quien estaba más roja que nunca, si es que eso fuera posible. Ella sabía que la estaba molestando, pero las chicas no. Un mal momento para ese tipo de sincronización. Mi única opción era hablar con ellas y aclarar la situación. No quería darles más motivos a esos chicos de la mañana para que hablaran mal de Lily por estar conmigo. Estaba a punto de decir algo, cuando la mano de Lily me arrastró hacia el dormitorio de los chicos. Me impresionó tanto, que fui incapaz de resistirme. —¿Por qué lo hiciste? —se encogió de hombros—. No me digas que fue un arrebato. —No lo sé. Para serte sincera, me da igual lo que dirán. Se sentó en mi cama, invitándome a acompañarla. —¿Segura? Ellas deben estar pensando que estamos... —Pero no es cierto, ambos lo sabemos. —Aun así, todos pensarán que sí. —¿Y a quién le importa? ¿acaso es verdad lo que dicen de ti? —negué con la cabeza—. Tampoco lo que dicen de mí. No veo por qué preocuparnos de sus habladurías. —Tienes razón —tomé su mano—. Pero Lily, ¿no dudas un poco de mí? —No creo que hayas estado con medio Hogwarts, y mucho menos que lo hicieras con todas. —Tampoco Sirius, doy fe de eso. —Además, si estuviste con alguien antes, no es asunto mío. —No he estado con nadie. Ya sabes que soy terco e infantil, también romántico. Siempre he sabido que la primera y única en mi vida serías tú. —¿No crees que es un pensamiento algo anticuado? —Quiere decir que... —sonrió—. ¿Te estás burlando de mí? —¿Quizás? Pero sí lo considero anticuado, es como si una persona valiera menos por haber estado con otra. —Entonces, ¿has estado con alguien? —No niego que Sirius está buenísimo, pero eso hubiera arruinado nuestra amistad. Además, no hay nadie que sea mi tipo, excepto tú. —Ya veo —acaricié su mejilla—. Mi primera opción, tu última opción. Siempre en contradicción. —Aunque ahora podemos encontrar una unión. Ser una versión de los dos, una que solo nosotros podamos disfrutar. Dicho esto, Lily me besó con exceso de confianza. Fue un momento tan íntimo, que cada caricia que nos atrevimos a dar se sintió como un pacto entre los dos, como si nos dijéramos: Aquí estoy, te creo. Te conozco, me conoces, estoy aquí para ti. Así, entre besos y caricias, nos dimos el tiempo de ser adolescentes, y amarnos sin miedo a lo que pudiese llegar a suceder. Después de todo, estábamos cansados de estar siempre dispuestos a hacer lo que hiciera falta, a la espera de que nuestro amor fuera destrozado en plena batalla. Por lo mismo, nos dimos la licencia de olvidarnos del mundo y sus problemas, al fin y al cabo, podríamos cargar con ese peso cualquier otro día. Nota al pie de página: *Oración Gestalt.