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Nos encontrábamos en una tienda de bromas llamada Zonko, cuando algo fuera del local capturó mi atención. Con cuidado de que ninguno de los muchachos se diera cuenta, me acerqué a una de las ventanas para ver mejor hacia la calle. Allí, al lado de la tienda que se encontraba enfrente, estaba una persona que no debería estar aquí. Peter, uno de los cuatros Merodeadores, estaba hablando con alguien a escondidas, cuando tendría que estar en el castillo. Él les había dicho a los muchachos que no vendría, ya que se sentía mal, así que no sabía si debía decirle a los demás. De todas maneras, mi mente ya había comenzado a trabajar por sí sola, sospechando de su actuar. Sí, podía estar siendo paranoico, pero en estos momentos, no había espacio para pequeñas mentiras. Más cuando le advertimos que podía suceder algo en el pueblo, y que era mejor que se quedara si se sentía mal. Ojalá que no sea lo que estoy pensando, sin embargo, no podía dejar de alimentar mis sospechas mientras lo vigilaba a la distancia. Peter sabía todo, y aún así, no se unió a la Orden como el resto de sus amigos, alegando que no era competente y también que era muy cobarde. Estaba por salir a encararlo, pero mis pies se quedaron estáticos, él no solo conocía el secreto de la Orden, también el de Amanda y el mío. Así que debía ser cuidadoso y no actuar de manera precipitada. Una Amanda sonriente se aproximó hasta mí. —¡Mira lo que encontré! —me observó extrañada—. ¿Pasa algo? —Nada importante. Solo recordaba la vez que estuve aquí con William. —¿Y estás bien con eso? —Sí, no te preocupes. ¿Qué es lo que me querías mostrar? En sus manos tenía varias canicas de color negro. —Son bombas de oscuridad. —¿Bombas de oscuridad? —Sí, cuando las revientas, producen una explosión que causa oscuridad. Son como las bombas de humo que lanzábamos para que los demás perdieran la visibilidad del lugar, aunque muchísimo más potentes. —Quieres que las compremos, ¿verdad? —asintió entusiasmada—. Bien, podrían sernos de utilidad. —¿Estás seguro de que no hay nada de lo que me quieras hablar? —Lo estoy. Sé que eres mi hermana y me conoces bien, pero confía en mí esta vez. —Siempre confío en ti, Fernando. El problema aquí, es si tu confías lo suficiente en mí. —Sí lo hago, de verdad —besé su frente—. Es solo que no es algo de lo que deba hablar sin estar seguro. Sus ojos me prometieron, que me ganaría unos cuantos golpes, si le estaba ocultando algo importante. Amanda podría ser la menor de los dos, pero eso no impedía que ella fuese quien se impusiera por sobre el otro. En el fondo, yo le tenía miedo a mi hermanita pequeña. Nuestros adversarios tenían razón, cuando hablaban de ella usando el apelativo de salvaje. De igual forma, agradecí que me ofreciera el beneficio de la duda, al dirigirse al encargado de la tienda para hacer su pedido sin volver a preguntarme. Mientras pagábamos la docena de bombas que quiso comprar, los muchachos se reunieron con nosotros en la fila. —¿Qué comprarán? —nos preguntó Viola. —Bombas de oscuridad. Nosotros solo sabemos hacer bombas de humo y estruendo. Así que nos parecieron interesantes y útiles. —¿Bombas de humo y estruendo? —repitió Remus—. ¿Cómo es que saben hacer eso? —Digamos que es algo cultural en mi país —declaré como si nada—. Casi todos sabemos hacerlas. —Además, es sencillo. Necesitas papel plateado y pelotas de ping-pong. Y para la de ruido... —Déjalo así. Sabes que es peligroso hacerlas, varias personas han resultado heridas con las de estruendo. —Si lo dices por mí, no fue mi culpa. Fue culpa del idiota que la tiró sin advertir a los demás. Viola nos observó preocupada. —¿No me digan que están peleados? —No, aunque podría elegir mejor a mi compañero y camarada. Por alguna razón, sabía que no solo se estaba quejando de mí, sino también de Gabriel, quien no le había dirigido la palabra en todo el día. Tenía una idea de lo importante que se había convertido él para ella, por lo que era entendible que estuviera molesta por su actitud, sin contar el hecho de que no le había querido decir lo que me estaba pasando. En cuanto salimos de Zonko, comprobé que Peter ya no se encontraba por los alrededores. Entre conversar con Viola y Remus, sobre cómo se hacían las bombas que había mencionado mi hermana, pude notar que Amanda se encontraba realmente herida por algo. Ella misma me lo había advertido, estaba en una encrucijada, y yo no podía hacer nada para ayudarla. Nos acercábamos a la Casa de los Gritos, cuando decidí hacer algo al respecto. —Amanda, ¿podemos hablar? —Dime. —¿Qué está pasando entre Gabriel y tú? Y no me digas nada, porque todos podemos notar que ambos se están ignorando. —Tuvimos una conversación que no terminó del todo bien. Supongo que por eso no queremos hablarnos. —¿Y de que se trataba la conversación? —Del hecho de ser compañeros. Yo... creo que confundí las cosas y ya no sé cómo arreglarlo. —Por lo visto, él tiene el mismo conflicto que tú. De lo contrario, no estaría esforzándose en ignorarte o en escuchar nuestra conversación. Ambos lo miramos. Él fingió no saber nada de lo que decíamos. —Será mejor que dejemos este asunto por ahora, no olvides que tú me estás ocultando algo. —Está bien, pero deberías darle algo de tiempo. No todos nos lanzamos al precipicio sin pensarlo. —¿Y de qué sirve ser cauteloso? Ese fue un golpe bajo. Decidí pasarlo por alto. —Podemos perder de ambas formas, Amanda. Aunque hay caídas que duelen menos que otras. Por un momento fugaz, un rostro vino a mi mente, uno que no veía hace mucho tiempo. Amanda tenía razón, de nada servía ser cauteloso, cuando la terminé perdiendo porque actué demasiado tarde. Cuando me atreví, ella se había ido, dejándome con mis sentimientos y arrepentimientos. Quién sabe dónde estará ella ahora. Considerando mis acciones, yo no era nadie para darle consejos a mi hermana en ese asunto en particular. Debía dejarla seguir su camino, que se encontrara con la piedra con la cual ha de tropezar por sí misma, que arrastre a Gabriel con ella hasta donde esté dispuesta a llevarlo. Después de todo, Gabriel sería un completo idiota si no se diese la oportunidad de experimentar el amor que podía ofrecerle alguien como ella, incluso si sólo se trataba de una ilusión pasajera. Sólo era cuestión de tiempo, tenían todas las piezas para construir el rompecabezas. En cambio, yo, ni siquiera tenía piezas con las que jugar.***
Luego de que nuestra misión de espionaje en las Tres Escobas terminara, decidimos que nuestro siguiente movimiento sería vigilar los alrededores de la tienda. Siendo honesta, era molesta la forma en que los demás estudiantes nos miraban. Supongo que todos pensaban que nos encontrábamos en una especie de cita doble, por lo que sus ojos curiosos se encontraban con los nuestros a cada instante. Aburrida de la situación, dejé a Sirius con James, y comencé a caminar junto a Lily. Nos merecíamos un momento a solas, incluso si estábamos en medio de una misión. —Me gustaría no estar tan nerviosa. —¿Crees que sucederá algo? —Espero que no, Kath, pero tengo un mal presentimiento. —A juzgar por nuestra experiencia, sería demasiado inocente de nuestra parte pensar que nada sucederá. —Casi suenas como Amanda —ambas suspiramos—. Debe ser agotador para ella, ¿no crees? —Debe serlo, pero no creo que se arrepienta del camino que escogió. —Sabes, a veces siento que somos unos niños jugando a la guerra. —¿Qué quieres decir? —Creo que no estamos midiendo de verdad las consecuencias. —Lily, hay cosas por las que vale la pena morir. —Y cosas por las que vale la pena seguir viviendo. —¡Por supuesto! ¿Por qué otra razón estaríamos dispuestos a sacrificar nuestras vidas? La conversación se terminó de golpe, tomando una dirección diferente. Nada sacábamos con ponernos a discutir sobre problemas existenciales y éticos antes de un enfrentamiento. De todas maneras, comprendía de donde provenía sus cuestionamientos. Todos sabíamos que podíamos morir hoy, o cualquier otro día, en plena batalla. Y como sabíamos lo que podíamos perder, entendíamos el verdadero valor de nuestro sacrificio. No era como si nos deshicieramos de algo sin importancia, ni tampoco que lo fuésemos a hacer por nada. Queríamos darle a la humanidad otra oportunidad, la posibilidad de hacer lo correcto. De repente, la multitud empezó a hablar al mismo tiempo. —¿Qué es eso? ¡Mira allá! —¡Hey, vámonos! Es lo mismo que pasó en el Callejón Diagon. —¡Chicas! ¡Llegó la hora! Sirius y James llegaron corriendo hasta nosotras. Los cuatro mantuvimos la varita en alto. —Será mejor que nos dividamos. Lily y yo, iremos calle arriba. —De acuerdo, nosotros iremos a la Tienda de Antigüedades. —Más te vale tener cuidado, Kath —me advirtió James—. No quiero que hagan nada imprudente. —Imprudencia es mi segundo nombre, y el de Sirius también. —Sí, como sea —me apoyó a regañadientes. —Kath, estoy hablando en serio, deben... —No hay tiempo para peleas tontas, James. Chicos, nos vemos después. Los dejamos ir, cuando el caos comenzó a dejarse sentir en el pueblo. Todas las personas iban de un lado al otro, sin saber qué hacer ni dónde ir. Hombres asustados, mujeres preocupadas; muchachos con sus miradas altivas, muchachas con sus varitas listas; niños sin entender qué sucedía y niñas consolando a sus amigas. Mi vista periférica había captado aquello, mientras corríamos a nuestra posición. Antes de que los mortifagos se materializaran, me permití mirar a Sirius a los ojos, para decirle de forma silenciosa, todos los sentimientos que tenía por él. Era una especie de despedida, y, aun así, tenía la esperanza de volverlo a ver. Lucharía con toda mi fuerza para poder hacerlo.***
Estábamos por regresar al pueblo, luego de hacer una ronda por los alrededores de la Casa de los Gritos, cuando gritos cercanos se escucharon. Todos corrimos en esa dirección, manteniendo nuestras varitas en alto, dispuestos al combate que ya se avecinaba. No obstante, cuando llegamos al lugar de donde provenían los gritos, solo encontramos a una muchacha inconsciente en el suelo. Habíamos llegado tarde, demasiado tarde. No teníamos más opción que elevar una oración, esperando que se encontrara viva. Aunque a juzgar por su estado, parecía no estarlo. Amanda se acercó al cuerpo para examinarlo. —¿Alguien sabe quién es? —No —respondió Viola—. Pero pertenece a Ravenclaw, por la insignia. —Hermana, ¿ella está...? —Solo está inconsciente. Por la manera en que gritaba y el latido débil de su corazón, debieron de estar torturándola, así que es entendible. —¡Hijos de...! —maldijo Remus—. ¿Qué haremos con ella? —Tenemos que llevarla con Pomfrey. De hecho, yo la llevaré. —¿Estás segura? Inquirí, mirándola a los ojos. Viola se veía genuinamente preocupada por ella. —La última vez que peleé, no me fue tan bien, Gabriel. Seré más aporté llevándola con Pomfrey, que quedándome con ustedes a pelear. —Siendo así, deberías ir tú con ella. —¿Y en qué momento pedí tu autorización? —¡Eres imposible, ven aquí! —besé su frente—. Más te vale cuidarte y cuidarla. No creas que me es sencillo dejarte ir, así como así. —Viola es fuerte e inteligente, se las arreglará —declaró Amanda—. Y no te preocupes, si está en mis manos, cumpliré mi promesa. Ambas se miraron con una cierta complicidad brillando en sus ojos, no había que ser un genio para darse cuenta de lo que Viola podría haberle pedido. De todas maneras, estaba sorprendido por la madurez de Amanda para mantener su palabra, a pesar de que había rechazado sus sentimientos ayer. Aquello me hizo sentir inútil e infantil. Y es que, por una parte, ambas creían que no podía cuidar de mí mismo. Y, por otra, esa declaración era suficiente para afirmar que Amanda todavía pensaba en mí como su compañero. Así es, mi ego estaba siendo desafiado y reforzado al mismo tiempo. Lo que hacía que me confundiera más todavía. Volvimos al pueblo, después de perder de vista a Viola, quien había decidido llevarse a la chica por el pasadizo de la Casa de los Gritos. —¡Miren el cielo! —nos ordenó Fernando—. Es la Marca Tenebrosa. —¿Y ahora qué hacemos? —le consultó Remus. —No tenemos otra opción, nos dividiremos en dos como lo habíamos hablado. Yo me iré con Fernando, mientras que tú con Gabriel. —¿No sería mejor que fuéramos juntos como en el Callejón Diagon? —¡No! —respondió tajante—. Siempre he luchado con mi hermano, me quedaré con él. Mentiría si dijera que aquello no me dolió. —Como quieras. —Tengan mucho cuidado, chicos. Son muy importantes para nosotros. —Pensamos lo mismo, Remus —respondió Fernando—. No se expongan más de lo necesario. —Lo bueno es que ese consejo nunca aplica para nosotros, ¿verdad? Entre codazos y risas, ambos hermanos se fueron corriendo en una dirección al azar. Los vimos alejarse, hasta que Remus me hizo reaccionar para que fuéramos hacia la dirección contraria. Mientras nos adentrábamos en el caos, no dejaba de pensar en lo que había sucedido con Amanda. Desde ayer no había podido hablarle, ni mirarle, sin sentir que podría darle alguna señal equivocada de mi parte. Y ahora, pensando en que quizás no tendría otra oportunidad, me arrepentía. Un grito me sacó de mis pensamientos, recordándome donde me encontraba. Una batalla campal se estaba dando en la calle principal del pueblo. Estaba por unirme al enfrentamiento, cuando alguien se abalanzó sobre mí, tirándome al suelo. Antes de atacarlo, pude darme cuenta de que se trataba de Sirius, quien había logrado evitar que me llegara un hechizo. Sin mediar palabras, volvió a su sitio de combate. Entonces, recordé un pequeño detalle, si él se encontraba aquí, Kath debería estar cerca también. Con agilidad, me dispuse a buscarla en las cercanías para brindarle apoyo. La encontré en una de las calles aledañas, llegando a tiempo para impedir que un mortifago la atacara por la espalda. Vaya, esto recién empezaba, y no se veía para nada esperanzador.