***
Siendo honesto, dividirnos en grupos o en parejas era una real estupidez. Después de todo, en el mismo fulgor de la batalla, nos terminamos separando irremediablemente. De hecho, así fue como me encontré con Remus, luego de perder de vista a Kath. Hubiera ido tras ella de inmediato, pero dos mortifagos se habían dirigido al Salón de Té. Allí, por lo que alcanzó a decir Remus, se habían ocultado varios estudiantes al comenzar el ataque, por lo que debíamos ayudarlos de inmediato. Al entrar al Salón, vimos como un muchacho de cuarto o quinto año, perdía la conciencia por el ataque de uno de los mortifagos. Indignado, llamé su atención. —Vaya manera de causar terror, atacar a niños indefensos. Una excelente forma de demostrar que son una amenaza. —Ah, pero si son los de la otra vez —rodé los ojos—. Ambas, por supuesto. —Gracias por la aclaración. Aunque eso demuestra que no han tenido éxito en concretar su objetivo, ¿no lo crees? —Por supuesto que no. Luego de un tiempo, uno se acostumbra a partirle el rostro a alguien. Siempre es un placer encontrarse con ustedes. —Es una lástima que no podamos decir lo mismo. Todos ustedes usan máscara, así que no podemos distinguirlos. —Esa es la idea de usar una máscara, Lupin, que vean nuestra causa, no nuestras caras. Su voz se escuchaba odiosamente familiar. —Su causa es una basura, al igual que su valentía. Solo los cobardes se esconden detrás de una máscara, lo demás, es solo una excusa. —Remus está en lo correcto. Además, deberían hacer algo con sus voces. Cualquiera que los conozca, podría reconocerlos. —Y tú, ¿me conoces? —me provocó Regulus—. Te da miedo responder a esa pregunta, ¿verdad? —No obtengo nada diciendo quién eres, si no puedo comprobarlo. Así que prefiero callar. —Sabía la decisión, Black. Ya han intervenido lo suficiente como para que sigan haciéndolo. Remus dio un paso adelante. —¿Y qué piensan hacer al respecto? —Hacer que nos dejen de estorbar de una vez por todas. Una batalla rápida y violenta, comenzó a desarrollarse dentro del Salón de Té. Todos los estudiantes que se encontraban allí, buscaron un lugar donde refugiarse ante el peligro de estar en medio del fuego cruzado. Y al igual que en la Casa de James, Regulus y yo, no peleamos el uno contra el otro. Esta era la segunda vez que nos teníamos que enfrentar y no lo hacíamos. No obstante, ambos sabíamos que un día tendríamos que hacerlo, y no habría escapatoria. Uno de nosotros, inevitablemente, tendría que vencer al otro. —Me duele admitirlo, pero han mejorado —comentó Regulus—. Al menos, será un placer derrotarlos. —No te adelantes demasiado, aún no has visto todo lo que podemos hacer. —¿Así? —preguntó el otro mortifago—. Solo estás alardeando. Si fueran mejores que nosotros, ya nos habrían derrotado. Remus no le respondió. Solo movió los labios como si maldijera por lo bajo. El mortifago quedó inconsciente sin que nadie hubiera hablado. —Nada mal, nada mal. Aunque eso no demuestra nada. —¿Quieres probarlo tú también? —¡Venga ya! ¡A darle con todo! Observé impotente como ambos se atacaban sin descanso. Por más que quisiera ayudarlo, yo no podía intervenir en su pelea contra mi hermano. Después de todo, si ayudaba a Remus, entre los dos terminaríamos derrotando a Regulus. Y de suceder aquello, su identidad se vería expuesta ante todos los presentes, lo cual significaba tener que entregar a mi propio hermano. Y yo no quería entregar a Regulus, no todavía. No cuando seguía viendo en sus ojos, un rastro del que alguna vez fue mi hermano, debajo de esa máscara, debajo de esa ideología. —¡No, Remus! Fue demasiado tarde. Él yacía inconsciente a unos metros de mí. —¡Es tu turno, deshonra! —No me obligues a hacer algo que no quiero, te lo pido. —Ese es tu problema, siempre pides y no piensas en los demás. ¿Acaso te importó que yo te pidiera más tiempo? —No vuelvas esto personal, no aquí. Hay demasiada gente. Si seguíamos por ese camino, todos lo sabrían. —¡A la mierda la gente! —Algún día lo entenderás, te lo prometo —busqué sus ojos—. ¡Perdóname! —¿Por qué exactamente? —¡Reducto! Mi hermano atravesó el ventanal, al igual que yo lo atravesé en la casa de James. Conocía a la perfección que era un dolor que podría soportar, al menos, mientras intentaba escapar de ese lugar. Fingiendo no haberle dado una oportunidad para salir de allí, salí a ver cómo se encontraba, empuñando mi varita con rabia. Pero como esperaba, Regulus se había ido. Herido y traicionado, se había ido de mi lado.***
La muchacha ya había perdido casi toda señal de vida cuando llegamos a la enfermería. Su rostro pálido e inconsciente, ya no tenía color ni ninguna expresión que la hiciera ver con vida. Era como si hubiera arrastrado un cadáver, solo para confirmar que su corazón ya no latía. Pomfrey, al ver su estado, comenzó con los primeros auxilios de inmediato. Ella había sido advertida de la situación, pero por su mirada, creo que no esperaba que fuese así de grave. Mientras le brindaba la asistencia médica, no podía dejar de pensar que podía haber hecho más por la chica. Si hubiera actuado con más rapidez, si supiera algo de medicina... De repente, una botella quebrándose me trajo a la realidad. Pomfrey estaba intentando por todos los medios despertarla, por lo que no estaba siendo muy delicada al respecto. Aquello no hacía más que disparar mis nervios, así que comencé a caminar de un lado para otro, esperando que la enfermera me dijera algo sobre su diagnóstico. —Viola, estoy haciendo todo lo que puedo. Necesitas calmarte. —Pero sigue sin despertar... —Lo sé. He hecho todo lo que podía en caso de un traumatismo, si no despierta es porque no fue un golpe. —¿Cómo puedes saber eso? —¿Tienes alguna idea de lo que le pasó? —Ya estaba inconsciente cuando la encontramos. —Pareciera... ¿Cómo fue que dieron con ella? —Escuchamos un grito... Amanda supuso que la estaban torturando antes de que llegáramos. —Creo que tiene razón, su estado es compatible con signos de tortura. El problema es saber qué tipo de hechizo utilizaron en ella. —¿Pero existe algún método para saberlo? —Quizás... Habrá que enviarla a San Mungo. Mis capacidades se limitan a estabilizar. —Bien, ¿cómo la enviamos? —Yo no puedo dejar la enfermería, traerán a otros heridos. ¿Podrías llevarla tú? —Por supuesto. Aunque, ¿está bien que salga de Hogwarts? —Sí, tranquila. Yo le explicaré a Dumbledore. Mientras me ayudaba a acomodar a la muchacha para llevármela, Pomfrey me explicó que, dentro de los límites de Hogwarts, su despacho era uno de los sitios que tenían levantada la prohibición de Aparición. La única condición era que solo se podía de salida y hacía un centro médico. Como nunca había estado en San Mungo, me tuve que concentrar en la imagen mental que tenía del centro. Por suerte, llegamos completas, sin signos de departición, pero haciendo un escándalo por chocar contra unas camillas. Al notar nuestra presencia, dos medimagos se acercaron a socorrernos. Les conté todo lo que había sucedido, omitiendo que había estado en el castillo, como me había pedido Pomfrey que lo hiciera. Luego de que la atendieran, acompañé a la muchacha al cuarto que le asignaron, a la espera de que los medimagos me dieran su informe. No me quedé mucho después de eso, porque quería volver al pueblo para ver si todavía podía ser de ayuda. Al menos, podía trasladar a las personas a un lugar seguro. Volví al Hogsmeade, apareciéndome en la Casa de los Gritos, encontrándome con una sorpresa. —¡Sam! ¿Qué haces aquí? —Estoy vigilando el pueblo, al igual que los demás miembros de la Orden. —Eso ya lo sé. Me refiero a que estás muy lejos de la batalla. —La profesora McGonagall me envió a vigilar las entradas a Hogwarts, por eso estoy aquí. —Si es así, ¿por qué no te vi? —¿A qué te refieres? —Fui a Hogwarts a dejar a alguien herido, no había nadie aquí. —Aún no llegaba. Estaba en Zonko cuando me dieron la orden. —Como digas. No tenía tiempo para sospechar. Tenía que irme de ese lugar. —¿A dónde vas? —Voy a ayudar a los demás —me retuvo a la fuerza—. ¡Suéltame! —Te quedarás aquí, conmigo, y no me contradigas. —¿Quién eres tú para decirme qué debo hacer? —Nadie, pero la Orden es un ejército, y en ese ejército, yo estoy justo encima de ti. —¿Acaso olvidaste que yo nunca sigo órdenes? —¿Cómo podría? No he olvidado nada de ti. Por eso quiero mantenerte a salvo. Dejé de forcejear. En el fondo, sabía que lo hacía por una buena razón, una imposible. Me miró un momento antes de soltarme por completo. —Nunca podrás mantenerme a salvo, Sam. Todos resultamos heridos, tarde o temprano. —Aun así, quédate. Por favor. —Bien, pero solo esta vez. Me quedé en la Casa de los Gritos con Sam. No estábamos seguros de que los mortifagos conocieran el pasadizo, pero no estaba demás que nos quedáramos a vigilar. Mientras esperábamos que algo sucediera, Sam me contó lo que había pasado en su vida desde que dejamos de hablar y yo hice lo mismo. Al escucharlo, tuve que admitir que lo había extrañado demasiado. Su voz, su sonrisa, su calidez... Sí, él seguía siendo especial para mí, y siempre lo sería.***
Nos mantuvimos en los bordes del pueblo, esperando que algún mortifago intentase escapar durante la batalla. Ambos habríamos preferido estar al frente, pero considerando que Fernando aun no controla del todo sus poderes, era más seguro mantenernos un poco alejado de los demás. Al poco tiempo, nos encontramos con un grupo de mortifagos. Al ser tantos, era improbable que quisieran escapar todos juntos. Por lo mismo, supusimos que los habían enviado a propósito hacia nosotros. Ellos ya debían saber quiénes éramos y qué hacíamos, porque nos enviaron a mortifagos que estaban bien entrenados. Por más que lo intentábamos, no podíamos sobrepasarlos por más de cinco minutos. Por una parte, Fernando estaba limitando sus poderes lo que le daba menor alcance, y por otra, éramos mejores en el combate físico que en el mágico. Así que se nos hacía difícil sostener la situación sin recurrir a la fuerza. Cansada de la situación, recurrí a un viejo truco que solíamos utilizar en las batallas. —¡Cruz!* (estaba originalmente en ruso pero la plataforma no lo permite) Por suerte, casi nadie sabe ruso. Ambos cambiamos la dirección de nuestro ataque. —¡Expelliarmus! —¡Avada Kedavra! El hechizo mortal golpeó a Fernando, pero no le hizo nada. Había estallado en cientos de chispas, como si un campo de fuerza lo estuviese protegiendo. —¡Increíble! Aproveché la distracción de su contrincante. —¡Desmayus! —Amanda, espera... Yo no... ¿Qué pasó? —Tranquilo, no hay problema —lo palpé con mis manos—. ¿Estás bien? —Sí, lo estoy. Es solo que... —¡Diffindo! —se nos había olvidado el otro mortifago. Caí al suelo de inmediato, al no poder sostenerme de Fernando. El hechizo me había hecho una herida en la espalda, la cual cruzaba de un extremo a otro. Fernando, sin pensarlo ni un instante, se arrodilló a mi lado. Él sabía que yo tenía problemas de coagulación, lo que significaba que perdía más sangre que una persona normal. Es por ello que siempre tomaba la delantera a la hora de atacar, para reducir las posibilidades de resultar herida de gravedad. —¡Otra vez, no! —se quejó, intentando mantener unida la piel—. Trata de resistir, ¿de acuerdo? —Lo intentaré. —Más te vale, de lo contrario, juro que... Me soltó de golpe por culpa de un hechizo que lo lanzó a un par de metros de donde estaba. A pesar del dolor, me giré a ver al mortifago que me había causado la herida en la espalda. Yo era la siguiente. Sin embargo, lo que vi era muy diferente a lo que imaginé que pasaría. Una especie de huracán se había formado a su alrededor. Y por lo que conocía de física y biología, sabía que, si permanecía mucho tiempo allí, moriría de asfixia. Pero no podía decir nada, porque apenas podía hablar por el dolor. Al ver que no se detenía, reuní todas mis fuerzas para gritar. —¡Fernando! ¡Détente! ¡No lo hagas! El mortifago cayó al suelo, sin dar señales de estar consciente o con vida. —¡Lo siento! Yo no quería.... Yo no... No pude controlarlo. —Lo sé. —Necesito que resistas hasta que lleguemos al colegio, ¿está bien? —Bien. Fernando me cargó en sus brazos todo el trayecto. Él había pensado que lo mejor que podíamos hacer, era volver a Hogwarts por nuestra cuenta, utilizando el pasadizo por el que habíamos venido al pueblo. Al llegar allí, una voz conocida se nos acercó para ayudarnos. —¡Amanda! ¡Fernando! —decía Viola a lo lejos—. ¿Qué sucedió? —Después te explico. Necesito llevarla a la enfermería, ha perdido demasiada sangre. —Bien, yo te acompaño, hay que mantener su espalda unida. —¿Estás segura? Te necesitan aquí. Sentí sus manos frías en mi espalda. —Sam sabrá defenderse, no te preocupes. —Ella tiene razón. Además, alguien más de nosotros podría llegar herido hasta aquí y necesitar mi ayuda. Cuando entramos al pasadizo, la oscuridad nubló mis sentidos. No supe más nada.***
Cuando los mortifagos invadieron el pueblo, con Lily hicimos todo lo posible para permanecer juntos. Después de lo que le hicieron en el Callejón Diagon, no había manera en que la dejara sola. Y ella, imagino, tenía sus propias razones y miedos para quedarse a mi lado. No fue sorpresa para nosotros, que los mortifagos tuvieran un plan y que nos intentaran atacar en conjunto. Los encargados de desafiarnos, eran Bellatrix y Rodolphus Lestrange, quienes no se habían presentado formalmente, pero tampoco habían hecho mucho para esconder su identidad. Gran parte de la batalla, estuvimos luchando mujer contra mujer y hombre contra hombre. Sin embargo, llegado el momento, nos comenzamos a atacar indiferenciadamente. De repente, alguien me derribó tirándome al suelo. Sin pensarlo dos veces, le di un puñetazo en la cara, pensando que se trataba de algún mortifago. Estaba a punto de atacarlo otra vez, cuando el rostro de mi mejor amigo intentando comprender lo que había sucedido me devolvió la mirada. Sirius me dio un buen golpe en cuanto reaccionó. Me golpeó tan fuerte que tuve que comprobar si me quebró la nariz. Por suerte, ambos estábamos acostumbrados a recibir golpes en el rostro debido al Quidditch. —¿Te salvo de un hechizo y me golpeas? ¿Qué clase de amigo eres? —¿Qué hay de ti? ¿Para qué me golpeas de vuelta? —Por malagradecido. —No seas infantil —volví a la realidad—. ¿Dónde está Lily? —Remus la está ayudando. Nos levantamos del suelo, mirando a nuestro alrededor. —¿Cómo estás? —palpe su cuerpo—. ¿Y Remus? —Solo estoy algo golpeado. Remus despertó hace poco, Regulus lo dejó inconsciente. —Oh, tendremos que hablar de eso más tarde. —Sí. Ahora hay cosas más importantes. Bellatrix y Rodolphus seguían peleando contra Lily y Remus. Los cuatros se habían desplazado a una calle aledaña, por lo que tardamos en dar con ellos. En cuanto llegamos, pude ver que Remus apenas si podía mantenerse de pie. Y en cuanto nos vio, su cuerpo cedió al cansancio, cayendo de rodillas. —¡Remus! Gritamos todos. No obstante, Sirius fue hasta él. —¡Remus! ¿Qué pasa? —Me siento muy mareado. —Bien, intenta levantarte —dijo, apoyando su peso sobre sus hombres—. James, Lily, sigan peleando. —De acuerdo —señaló Lily. Entonces la vi—¡Sirius, cuidado! Pero fue en vano, Sirius tenía una daga incrustada en su espalda. No pudo reaccionar a tiempo porque Remus perdió la conciencia en ese instante. El dolor debía ser algo intenso, porque intentó quitárselo con todas sus fuerzas sin éxito. Por lo mismo, le pedí a Lily que nos cubriera para poder ayudarlo. Y en cuanto sostuve la daga entre mis manos, no la saqué, por el contrario, la incrusté aún más en el cuerpo de Sirius. Sea lo que sea que estuviera haciendo, no me detuve. No podía. Me sentía tan bien que no podía dejar de hacerlo. Entonces, una patada en las costillas me despertó de mi trance, dejándome en el suelo. Con horror vi la imagen frente a mí, entendiendo lo que había hecho. La espalda de Sirius estaba abierta de par en par, mientras su sangre brotaba sin control. La daga que estaba en su hombro izquierdo, ahora se encontraba a la altura de su cadera en el lado derecho. Tendría que haber sido un idiota para no darme cuenta que fui yo quien lo atravesó. Intenté acercarme a él para ayudarlo, pero Lily me volvió a dar una patada, alejándome de mi mejor amigo. —¡Lily! —¡Aléjate de Sirius, James! —me apuntó con su varita—. No me obligues. —¿Por qué? Yo... Solo quiero ayudarlo. —¿Ayudarlo? —se burló Rodolphus—. Casi lo matas, ¿no recuerdas? Entendía que lo había herido, pero no sabía cómo había sucedido. —Y pensar que todos creíamos que eras su mejor amigo. Es una lástima. —Bellatrix —gruñó Lily—. Lo obligaron a hacerlo. —Ni siquiera intentó resistirse. Es débil. Y con mal gusto. —Me pregunto que podría hacerle Potter a ese rostro arrogante que tienes. Ambos me apuntaron con sus varitas. Me levanté del piso, acercándome a Lily. —No te acerques, James. —Lily, no te haré nada —retrocedió—. Te lo prometo. —No me obligues a lastimarte, por favor. —Bien —señaló Rodolphus—. Vamos a hacer esto interesante, ¡Impe...! —¡Alto! —Dumbledore hizo acto de presencia—. Ya es hora de que se vayan. —Volveremos —amenazó Bellatrix—. Y cumpliremos con nuestro objetivo. Luego de desaparecer, Lily se dirigió hacia mis amigos para comprobar el estado en que se encontraban. Con algo de esfuerzo, quitó a Sirius de encima de Remus, dejando a su vista su rostro pálido e inconsciente. Intenté acercarme, pero ella rechazó mi contacto con un manotazo, ni siquiera quiso verme a la cara. Un par de lágrimas cayeron por mi rostro. Estaba confundido, herido y me sentía algo traicionado. Su reacción era comprensible y eso me dolía más. Ayudé a personas, mientras mantenía distancia de las personas que más amaba en el mundo. Me había convertido en un monstruo para ellos, uno que intentó matar a su amigo. Nota al pie de página: *¡Cruz!