***
Nunca me he considerado fanática del Quidditch, lo confieso. Si fuese por mí, no habría ido a ningún partido durante mi estadía en Hogwarts. Era un deporte muy brusco y al que le faltaba estrategia para hacerlo atractivo, así que nunca entendí por qué todos se volvían locos por él. Además, me desagradaba la idea de tener que ver a Potter comportarse como un idiota. Sí, era un excelente jugador y nos hacía ganar cada partido, pero sus aires de superioridad y su complejo de celebridad, me hacían desear cada partido que se le estrellara una bludger en la cabeza. La única razón por la que no me perdía ningún partido, era por Gabriel, quien era parte del equipo, y por Kath, quien era muy apasionada cuando se trataba de Quidditch. Pero ahora, todo cambió. Me da un ataque al corazón cada vez que James se lanza en picada, como si no tuviera miedo de estrellarse contra el suelo, porque confía demasiado en sus habilidades sobre la escoba. Con el tiempo, al ser su pareja, él me ha demostrado porque a tantas personas el Quidditch les fascina. Desde su perspectiva, he aprendido a apreciar el deporte, aunque eso no quita el hecho de que lo siga considerando algo bruto. ¿Quién lo diría? Ahora incluso voy a ver los entrenamientos. De hecho, iba camino al Campo de Quidditch, cuando choqué por accidente con Sam. —¡Hey! ¿Cómo estás? —Bien, ¿y tú? —Bien, haciendo una ronda de rutina. —No hemos tenido oportunidad de hablar. —Así es, Dumbledore nos ha mantenido muy ocupados a Fernando y a mí. —¿Y es muy difícil ser un Guardián? —No lo sé, es muy pronto como para formarme una opinión al respecto. Por cierto, ¿hacia dónde te dirigías? —Al Campo de Quidditch. James y Sirius se encuentran entrenando con el Equipo de Gryffindor. Él no pudo esconder su sorpresa, todos sabían que no me agradaba el juego. —¿Y puedo acompañarte? Es que necesito hablar contigo. —¿Sobre qué? —Sobre lo que hablamos en el Autobús Noctámbulo. Necesito saber si me has perdonado. —Sam, si no te hubiese perdonado, no estaría hablando contigo. —¿Lo dices en serio? —sonreí—. ¿De verdad me perdonas? —Sí, te perdono. Nos abrazamos. Se sintió cálido y reconfortante, como volver a casa después de un día nublado. Había cargado por demasiado tiempo con ese dolor, ese resentimiento y ese enfado. Perdonarlo me había liberado de un peso que me lastimaba y no me permitía avanzar. No sería justa con Sam, si no le daba otra oportunidad, considerando que James también había hecho las cosas mal durante años. Si podía perdonar a uno, tenía que saber perdonar al otro. Además, teniendo en cuenta los tiempos en que vivíamos, despreciar una amistad sincera, era un lujo con el cual ninguno de nosotros podía contar. Sí, Sam me había demostrado que no podía confiar completamente en él, sin embargo, resultó ser más leal de lo que cualquiera podría suponer. —Ya que arreglamos nuestros problemas, ¿se puede saber qué pasó entre Viola y tú? —La verdad es que ni siquiera yo lo sé. —¿Le has preguntado? —Claro que lo he hecho. Solo me dijo que no se trataba de la apuesta, no del todo. —¿Y le has insistido al respecto? —Por supuesto, pero cada vez que trato de sacar el tema, encuentra la manera de dejarme con las palabras en la boca. —Que extraño, ella nunca ha sido así. —Sabes, comienzo a creer que en realidad no quiere solucionar las cosas, que solo me habla por educación. —No lo creo, Viola siempre te ha querido muchísimo. Tal vez le da vergüenza afrontar el tema. —¿Pero qué cosa tan grave pude haberle hecho? —Dudo mucho que sea algo malo, nunca le harías daño, no a ella. Quizás se haya confundido o malinterpretado alguna situación. Deberían hablarlo. —Pero no me escucha, ¿qué quieres que haga? —Tendrás que obligarla a que te escuche —alzó una ceja—. Y por obligar, no me refiero a que lo hagas por la fuerza, ¿está bien? —Bien. ¿Alguna idea? —Insiste en hablar con ella. Insiste hasta que ya no tenga más opción que escucharte. —Lo intenté por años, ¿qué te hace pensar que esta vez será diferente? —Que James nunca dejó de buscarme, y al final me encontró. Y ya sabes que yo soy mucho más terca y difícil que Viola. —Bien, lo seguiré intentando. Aunque si pudieras, no me vendría mal un poco de ayuda. Nos detuvimos, habíamos llegado al Campo de Quidditch. —No te prometo nada, ¿de acuerdo? —Gracias. Aunque lo invité a mirar el entrenamiento conmigo, Sam prefirió ir a otro lugar antes de que James se diera cuenta de su presencia. Todavía no habían solucionado las cosas entre ellos, y yo no había hablado con él de nuestra reconciliación, así que era mejor evitar malos entendidos. Mientras lo veía liderar al equipo, no pude evitar que mis pensamientos se mantuvieran lejos del Campo de entrenamiento. No podía comprender como la amistad entre Sam y Viola, sin ninguna razón aparente, se acabó de la noche a la mañana.***
Las cosas con Viola solo han mejorado desde que hablamos de mis sentimientos. Me he podido reencontrar con ella desde otra perspectiva, por lo que sentía que ahora éramos más amigos que antes. De hecho, solíamos hacer planes para acompañarnos mutuamente todos los días. Y es que uno de los infortunios de tener amigos con pareja, es que con el tiempo te vas quedando solo. Por lo tanto, los solteros del grupo, teníamos la obligación de hacernos compañía. Hoy habíamos decidido pasear por los Jardines del Castillo, lo que nos hizo recordar la broma que habíamos hecho los Merodeadores en el tercer año. Broma en la que se habían visto involucradas las chicas por accidente. —¿Y cuándo van a hacer su broma del año? —No lo sé, no hemos tenido tiempo para pensar al respecto. —Me imagino. —Tampoco es como si hubiera surgido el tema, ni nada por el estilo. —Con todo lo que ha pasado en los últimos meses, no creo que haya tiempo para divertirse ni hacer bromas. —Supongo que ya no nos parece necesario. Ahora, todos tenemos otras prioridades. —Estamos en guerra, ¿no? —Estamos en guerra. Ambos nos quedamos en silencio. No era sencillo admitir que las cosas habían cambiado, y mucho menos que no lo habían hecho para bien. Cosas tan básicas como hacer una broma o divertirse de algún modo, ya no tenían sentido ni razón. Admitir que nuestra juventud se había visto coartada por la oscuridad y las sombras, era demasiado desesperanzador. Odiaba esa sensación de estar perdiendo todo el tiempo. A veces, quisiera ser de esas personas que ignoran lo que sucede a su alrededor, aquellas que dan vuelta la cara ante el sufrimiento ajeno. Pero no podía, ninguno de nosotros lo haría. Decidí volver a la tierra un instante. —¿Has hablado con Sam? —No mucho, he estado tratando de evitarlo. —¿Por qué? —No lo sé, creo que todavía no estoy preparada para enfrentarlo. Me siento algo presionada cada vez que él intenta sacar el tema de nuestra separación. —Pero dime la verdad, ¿fue muy grave lo que pasó entre ustedes? —Lo dudo —bajó la mirada—. Además, no fue su culpa. Me alejé por algo que hice. —Y lo que hiciste es lo que te impide hablar con él, ¿verdad? —Así es, no quiero que lo sepa. Si Sam llegase a saberlo, se sentirá muy culpable y tratará de enmendar errores que él no cometió. —No te estoy entendiendo... —¿Recuerdas la apuesta? —asentí—. Sam me rompió el corazón sin saberlo ese día. Yo me había enamorado de él. Después de su confesión, ambos nos quedamos en silencio. Era difícil asimilar que la razón por la que se alejó de Sam, era porque lo amaba más de lo que se suponía que debía. Ella había renunciado a su amistad, porque sabía que quería algo más y que Sam no se lo podía dar. En esa época, todos pensábamos que él estaba enamorado de Lily. ¡Pobre Viola! Lidiar con un amor no correspondido y tener que rechazar a quien fue uno de tus mejores amigos. Por lo visto, nuestro grupo de amigos era un completo desastre cuando se trataba de nuestros sentimientos. La expresión de Viola me dio a entender porque no quería decírselo a Sam. —Es un secreto, Remus, no puedes contárselo a nadie. —Comprendo —suspiró aliviada—. Por cierto, ¿Gabriel lo sabía? —¡No! ¿Cómo podría? Él recién estaba superando su confusión. Si le hubiera dicho algo, lo habría lastimado. —No estabas segura de sus sentimientos —asintió—. ¿Y por qué no se lo confesaste a Sam? —Por Gabriel... No quería herir su corazón. —¿Solo por eso? —También porque temía arruinar mi amistad con Sam, en caso de no ser correspondida. —Sabes, a veces es bueno ser egoísta. No es justo que te hayas lastimado a ti misma por protegerlos. —Me protegía a mí, Remus. La verdad es que no me atrevía a perder a ninguno. Tenía que encontrar una manera de mantenerlos conmigo, entonces... —Sam cometió un error y decidiste renunciar a él. Y no puedes decirle eso, porque también tienes miedo de que te haya podido corresponder. Sus ojos se aguaron, ya no podía aguantar más. —¿Cómo podemos amar a alguien y equivocarnos tanto? La estreché entre mis brazos para poder consolarla. Ella había guardado ese secreto por mucho tiempo, sin poder hacer nada para liberarse de ese pesado peso. Cuando logro calmarse, me contó todo lo que había sucedido entre Gabriel, Sam y ella con mayor detalle. Me contó todo lo que había ocultado por años, la historia original. Y fue entonces, cuando la quise más que nunca. Ella había sacrificado su propio corazón, para no lastimar a ninguno de los dos con su amor. Su amor doliente, ardiente.***
Estaba con Gabriel en la sala común, fingiendo que estudiábamos Xilomancia, cuando la visión de Amanda logró capturar por completo su atención. Ella había salido corriendo de la habitación de las chicas, llevando consigo su chaqueta militar, para desaparecer sin dirigirnos ni una palabra. Al ver como Gabriel se quedaba mirando la puerta, no pude evitar pensar que realmente le gustaba. Por más que intenté no tocar el tema y concentrarme en la tarea, la curiosidad estaba haciendo estragos conmigo. Ese era mi único punto débil, además de mi brazo izquierdo. Y quizás mi orgullo. No sé, mi cerebro de verdad estaba intentando no cometer el error de preguntarle al respecto. Al final, perdí contra mí misma. —Por cierto, ¿qué hay entre los dos? —¿De quiénes me hablas? —Sabes bien que me refiero a ti y a Amanda. Todos nos hemos dado cuenta que está pasando algo entre ustedes. —Para serte sincero, no lo sé. Hay ciertas cosas que me hacen pensar que somos más que amigos, pero también hay días como hoy, en que no me dirige la palabra. —Vaya, ¿y qué tipo de cosas? Se sonrojó. Gabriel podía ser muy tímido en ese sentido. —¿Recuerdas que el día del ataque Hogsmeade no nos hablábamos? —asentí—. Bueno, nos besamos cuando estábamos en la enfermería. —Y antes de eso, ¿hubo algo más? —Se me había confesado el día anterior, por eso existía esa tensión entre nosotros. —Sabes, me recuerdan mucho a Sirius y a mí. —¿En serio? —sonreí—. ¿Y por qué? —Cuando Sirius se me declaró por primera vez, intenté convencerlo de que estaba equivocado. Sugerí varias veces que podía estar confundiendo las cosas. —¿Y por qué hiciste algo así? —También sentía algo por él, Gabriel, pero quise negarlo. —Entiendo. Crees que yo estoy actuando de la misma manera. —Así es. Por cierto, ¿alguien más lo sabe? —Hasta donde sé, nosotros tres. Aunque puede que ella se lo haya contado a Fernando. —Lo dudo mucho. —Yo creo que sí. Son demasiado cercanos, ¿qué te hace pensar lo contrario? —Si fuera él, yo ya habría tenido una seria conversación contigo. ¿Cómo es eso de besar a mi hermana y luego fingir que no sucedió nada? —Soy afortunado de que no seas él. Ya me habrías asfixiado. —Él todavía puede hacerlo —le advertí—. Será mejor que arregles las cosas con Amanda. Fernando parecía ser una persona comprensiva, sin embargo, no éramos capaces de prever sus reacciones. Ya habíamos comprobado que era impredecible, y que sus poderes podían descontrolarse de acuerdo a sus emociones. Dudo mucho que sea capaz de lastimar a Gabriel intencionadamente, pero un par de golpes no estarían de más. Después de todo, se trataba de su hermana pequeña y la única familia que le quedaba. Si Gabriel llegase a lastimarla de alguna manera, era lógico que su hermano quisiera cobrársela. Decidí advertirlo en su nombre. —Si no quieres que Fernando te mate, tienes que decidir pronto qué tipo de relación quieres tener con ella. —¿Y qué crees que estoy intentando hacer? —Bueno, no te enojes conmigo. No es mi culpa que no te atrevas a dar el siguiente paso. —¿Por qué lo dices? —Es solo cuestión de mirarte para saber lo que sientes, Gabriel. ¡Ve y pídeselo! —No sabes cuánto me fastidia que me conozcas tan bien. ¡Te odio! Se cruzó de brazos de una manera más que infantil. Se los descruzé para poder abrazarlo. —¡Mentira! ¡Tú me amas! —Eres un verdadero fastidio, ¿lo sabías? —Lo que te fastidia es que yo sepa lo que sientes. Y que siempre te empuje a hacer las cosas que realmente quieres. —Me vas a insistir para que hable con Amanda, ¿verdad? —Por supuesto que sí. Afianzó un poco más el abrazo. —¿Me vas a obligar? —De ser necesario, te llevaré ante Amanda a punta de patadas. No siempre éramos capaces de demostrarnos cariño de esa manera. Era más habitual vernos golpeándonos, que abrazándonos. Para ser sincera, no es como si con Gabriel nos tratáramos mal a propósito. Es solo que, al ser hombre, podía ser más brusca al jugar con él. Lo mismo sucedía con James. Las chicas no se salvaban del todo, solo que con ella mantenía la brutalidad al mínimo. Y no era porque ellas sean mujeres, sino porque compartíamos habitación y podían vengarse de mí en cualquier momento. Era cuestión de estrategia, nada más. Y bien, como me consideraba buena ideando planes, decidí cobijar a mi amigo bajo mis alas y planear la mejor forma para que él se le declarara a Amanda. De esa manera, me aseguraría de que todavía quedase un poco de amor en el mundo.***
Después de contarle a Remus, sobre el triángulo amoroso que tuve hace años, me dediqué a vagar por el castillo sin rumbo fijo. Necesitaba pensar en todo lo que había sucedido entre nosotros. Por una parte, Gabriel era alguien a quien no podía renunciar, por eso lo mantuve a mi lado incluso cuando podía estar haciéndole daño. Y él lo entendía. Cuando sus sentimientos se aclararon, me sentí aliviada de saber que seguiría conmigo hasta el final de mis días. Sí, nosotros habíamos nacido para estar al lado del otro. Aun así, en el fondo, sé que Gabriel me resiente por no haberle dado siquiera la oportunidad. En efecto, me ama como una amiga, incluso una hermana, pero eso no quita el hecho de que no lo haya querido ver como hombre. Y, por otra parte, estaba mi primer amor, Sam. Nos habíamos hecho tan amigos, que pensaba que mis sentimientos por él eran como los de Gabriel por mí. Una confusión, una ilusión. Sin embargo, para cuando me di cuenta que eran reales, ya era demasiado tarde para intentar algo. Tenía el corazón destrozado, con todo mi amor en las manos sin poder entregarlo. Y seguía así. A pesar de los años que han pasado, todavía no me atrevía a dar el siguiente paso. Quizás, parte de mí, sentía que era mejor quedarse con un tal vez... antes de comprobar que en realidad no había nada. Pero Sam se merecía una oportunidad, lo sabía. Al menos, debía conocer la verdadera razón por la que me aleje de él. Solo espero que este sentimiento de arrepentimiento se vaya algún día. Seguí caminando con tal de calmar mis pensamientos, lo hice hasta que mi cabeza comenzó a palpitar del dolor y mis pies ya no pudieron dar un paso más. Por desgracia, para cuando me di cuenta que debía volver a mi cuarto, el toque de queda me había encontrado al otro extremo del castillo. También me perdí la cena, por lo que tendría que suplicarle a Pomfrey que me diera un justificativo mañana o estaría en problemas. Tratando de llegar a la Torre de Gryffindor, sin ser descubierta por Filch o la señora Norris, terminé chocando con alguien en medio de la oscuridad. Estaba perdida. No me quería ni imaginar cuántos puntos nos descontarán por mi culpa. —¡Lumus! Miré horrorizada a mi captor, solo para calmarme después. —¡Ay, Merlín! Casi me matas de un susto. —Lo siento, no fue mi intención. Por cierto, ¿qué haces aquí? —Estaba dando un paseo y perdí la noción del tiempo. —Nos extrañamos mucho al no verte en la cena. Remus dijo que podrías sentirte algo indispuesta. ¿Te encuentras bien? —Estoy bien, Fernando, gracias por preguntar. —Me alegro. Sabes que no deberías estar paseando por ahí de noche, ¿verdad? —Lo sé —sonreí—. ¿Hay alguien más haciendo ronda por aquí? —Solo Sam y yo somos los encargados de rondar por este sector. Dumbledore así lo ordenó. —Vaya, ¿y les dijo por qué? —Piensa que, de haber un ataque, este sería el primer lugar que intentarían atacar. Además, dijo algo sobre Gryffindor y Slytherin, y también de Voldemort. No entendí muy bien. —Yo te explico, tranquilo. Es por una historia que existe, una leyenda sobre los fundadores de Hogwarts. —Bien, pero mientras lo haces, caminemos hacia la Torre. No podemos dejar que nadie te descubra fuera de la cama. —De acuerdo. —Tengo entendido que son cuatro fundadores, dos hombres y dos mujeres, y que sus apellidos son los nombres de cada casa. —En efecto. Lo que no sabes, es que uno de sus fundadores, tenía una visión negativa sobre los hijos de muggles como tu hermana. Según Salazar Slytherin, ellos no merecen tener una educación mágica. —Un cerdo con privilegios —escupió—. Te apuesto que tenía dinero, posición y sangre pura. Un burgués cualquiera. —Así es. Sin embargo, Godric Gryffindor, al mando de las dos cofundadoras, Helga Hufflepuff y Rowena Ravenclaw, lo derrotaron y lo expulsaron del colegio. —¿Alguna vez intentó volver? —Nadie sabe, aunque se supone que sí, considerando que hay otro mito sobre él. —¿Y qué dice? —Se cree que antes de irse de Hogwarts, escondió a un monstruo que solo su legítimo heredero podría controlar. De esa manera, su heredero cumpliría su misión de eliminar a los impuros del castillo. —¿Y saben cuál es el monstruo? ¿Lo han buscado? ¿alguien lo ha encontrado? —No me consta que lo hayan buscado, pero se dice que el castillo no ha sido explorado por completo. Así que podría seguir el monstruo escondido en algún lugar y nadie lo sabe. —Dijiste que Salazar esperaba que su heredero terminara de cumplir su misión, ¿acaso se sabe quién es su heredero? ¿o quién podría serlo? —Como la mayoría de las familias puras están relacionadas entre sí, es imposible de saber. Sin embargo, hay algunos que creen que Voldemort es su heredero, ya que cuando fue estudiante de Hogwarts, él era de Slytherin. —Vaya historia. Por cierto, si existe un heredero de Salazar, también debería existir de los otros fundadores, ¿o me equivoco? —En eso tienes razón. De hecho, siempre se ha dicho que los Potter 's son descendientes directos de Godric Gryffindor. —¿La familia de James? —asentí—. ¡Asombroso! —Incluso antes de que Voldemort apareciera, gran parte de la comunidad mágica lo creía. Aunque claro, nadie lo ha podido comprobar. —Ni tampoco desmentir. Por algo Voldemort asesinó a sus padres, él debe creer que es verdad. Sin darnos cuenta, llegamos a nuestro destino. Sabía que tenía que entrar y dejar a Fernando continuar con su ronda, sin embargo, quería continuar con nuestra conversación. Sin siquiera saberlo, él me había sacado de mis más tormentosos y funestos pensamientos, por lo que deseaba quedarme a su lado por más tiempo. Al menos, hasta que Fernando decidiera echarme de allí. Prácticamente me había olvidado de las historias que circulaban sobre los Potter' s y de cómo me habían fascinado al llegar a Hogwarts, por lo que poder recordarlas con alguien que las desconocía era agradable. Por supuesto, cuando comencé a conocer un poco más a James, logré enterarme de cuáles eran verdaderas y cuáles eran falsas. No obstante, él siempre fue muy hermético respecto a la suposición de ser descendiente de Godric Gryffindor. Nunca negó ni afirmó nada, más bien, no le prestaba atención ni a las preguntas directas, tampoco a las insinuaciones que hacían los demás al respecto. Hablamos un rato más. —Deberías entrar, no podré salvarte si pasa algún profesor. —Tienes razón. Por cierto, me agrada hablar contigo. —El sentimiento es mutuo. —Mañana deberíamos continuar con la conversación —sonrió—. Aunque también puedes preguntarle a James, no creo que ponga reparos. —Quizás, si tengo la ocasión. —Bueno, te dejo para que sigas con tus deberes. No te vayas a dormir muy tarde o Amanda te regañara por estar medio dormido en el desayuno. —Está bien —besó mi frente—. ¡Buenas noches! —¡Buenas noches! —¡Buenas noches! Casi morí de susto otra vez. —Sam, yo... —No deberías estar fuera de tu cama. —Tranquilo, ya voy a entrar. —Ya veo —lucía molesto—. Será mejor que volvamos a nuestros deberes, Fernando. —¿Podemos hablar un momento? —¡No! ¡Entra ahora! Si pudiera azotar la puerta, sin provocar que el cuadro de la Dama Gorda se cayera, lo hubiera hecho. No estaba haciendo nada malo, pero pude ver en sus ojos, lo que él estaba pensando que hacía. Claro, no había otra razón para que fuera así de intolerante. Ambos habíamos incumplido el toque de queda en repetidas ocasiones, además de no respetar las reglas cientos de veces durante el tiempo que fuimos mejores amigos. Él me estaba reclamando, reclamando que no lo elegía, que prefería estar con alguien más. Mire la noche a través de la ventana. Mañana debería conversar con Sam y acabar con esto de una vez por todas.