Capítulo 5
16 de octubre de 2025, 10:58
La conciencia regresó a Koichi como una marea cruel, arrastrando consigo fragmentos de la noche anterior que se estrellaban contra su mente como cristales rotos. El primer pensamiento coherente que logró formar fue una súplica desesperada: que esto sea una pesadilla. Pero el dolor punzante que le atravesaba la cabeza con la precisión de un taladro industrial le confirmó lo contrario. Cada latido de su corazón resonaba en su cráneo como el eco de una explosión, y el simple acto de abrir los ojos se sintió como mirar directamente al sol del mediodía.
Mierda, mierda, mierda.
El mundo giraba a su alrededor en espirales nauseabundas, desenfocado y hostil, mientras las náuseas se alzaban desde su estómago vacío como olas venenosas. Su boca tenía el sabor metálico del arrepentimiento mezclado con los residuos del alcohol barato y algo más... algo químico y amargo que reconoció con horror creciente.
No, por favor, no me digas que...
Sus manos temblaron violentamente mientras se incorporaba lentamente, cada músculo de su cuerpo protestando como si hubiera sido atropellado por un camión de carga. El cóctel letal de alcohol, drogas —¿cuáles había tomado esta vez? ¿pastillas de éxtasis? ¿cocaína? ¿ambas?— y las pastillas para su narcolepsia había convertido su organismo en un campo de batalla químico, y él era tanto el soldado caído como el territorio devastado.
La luz que se filtraba por una ventana desconocida era como ácido sobre sus retinas. Todo le dolía: la cabeza, el estómago, el alma. Especialmente el alma.
Sus dedos se hundieron en su cabello rubio, tirando de él con una desesperación que rayaba en la autolesión. El dolor físico era preferible al vacío que se extendía en su memoria como agujeros negros, esos espacios en blanco que lo aterrorizaban más que cualquier villano al que hubiera enfrentado en sus años de carrera heroica.
¿Dónde diablos estoy? ¿Qué hice? ¿Con quién estuve?
Las preguntas se atropellaban unas a otras en su mente fragmentada. Podía recordar fragmentos: la barra, sabor de la cerveza bajando por su garganta, risas que no sonaban como las suyas, manos que no sabía si eran suyas tocando piel que no reconocía...
El pánico comenzó a trepar por su garganta como una serpiente de hielo. Su respiración se volvió errática, superficial, el aire entrando y saliendo de sus pulmones en jadeos desesperados. Sus ojos recorrieron la habitación desconocida con la urgencia de un animal acorralado, buscando alguna pista, alguna explicación que no lo condenara por completo.
Las sábanas olían diferente. No era el suavizante que Ryōsuke siempre usaba, esa fragancia a flores de primavera que se había vuelto sinónimo de hogar. Esto era más masculino, más intenso. Y mezclado con ese aroma había algo que le resultaba dolorosamente familiar pero que no lograba ubicar en su memoria fracturada.
No otra vez, suplicó en silencio, sus manos temblando mientras se aferraba a su propio cabello como si fuera lo único que lo mantenía anclado a la realidad. Por favor, Dios, lo que sea que hayas hecho, no permitas que haya sido otra vez.
Pero incluso mientras formulaba esa súplica desesperada, sabía que ya era demasiado tarde. El sabor en su boca, el dolor en lugares específicos de su cuerpo, la forma en que su ropa interior no estaba donde debería estar... todo apuntaba a la misma conclusión terrible.
Había vuelto a caer. Después de meses de sobriedad, después de promesas hechas sobre la tumba de su dignidad, después de jurar que Kentarō nunca más tendría que verlo destrozado... había vuelto a caer en el mismo pozo de autodestrucción que casi lo mata durante sus años de estudiante.
Un movimiento suave a su lado lo hizo tensarse como una cuerda de piano. Se giró bruscamente, preparado para enfrentar lo peor, preparado para ver el rostro de un desconocido que le confirmaría que había tocado fondo una vez más.
Pero se encontró con unos ojos que conocía.
Unos ojos que había amado.
Unos ojos que lo habían visto en sus peores momentos y que, de alguna manera inexplicable, no lo habían juzgado.
— Tranquilo... —La voz de Touma cortó a través de la neblina de su pánico como un faro en la tormenta más violenta. Una mano cálida y familiar se posó en su hombro desnudo, y aunque Koichi se apartó por instinto, el contacto físico se sentía como fuego sobre su piel hipersensible, la tensión comenzó a disolverse cuando reconoció completamente aquel rostro.
— Touma... —El nombre salió como un suspiro quebrado, cargado de alivio y terror a partes iguales. Era como pronunciar el nombre de un fantasma que había regresado para cazarlo.
Shimura Touma estaba ahí, real y tangible, con el cabello negro revuelto por el sueño y una expresión de preocupación genuina que le recordó dolorosamente por qué había caído tan profundamente enamorado de él durante sus días en la U.A.
— Estás en la casa de Rin. —Touma se incorporó lentamente, manteniendo su voz suave y controlada, como quien calma a un animal herido—. Hace una horas que empezó la fiesta, la cosa subió de tono y bueno...
Los recuerdos comenzaron a filtrarse a través de la bruma de su resaca como fotografías revelándose en un cuarto oscuro. Fragmentos inconexos que se unían para formar un mosaico terrible de su propia destrucción:
La risa de Touma cuando Koichi había hecho una broma sobre lo irónico que era que dos ex alumnos de la U.A. estuvieran ahogando sus penas en alcohol barato. Aunque solo Koichi se había graduado. El sabor del whisky quemando su garganta como castigo divino, botella tras botella mientras intentaba silenciar las voces en su cabeza que le gritaban que era un fraude, un héroe roto pretendiendo ser entero.
Sus manos explorando territorio prohibido, dedos que recordaban cada cicatriz, cada lunar, cada imperfección de un cuerpo que había sido suyo en otra vida. Gemidos ahogados contra almohadas que no eran suyas, susurros desesperados de nombres que no debería estar pronunciando.
La forma en que Touma había susurrado su nombre como una oración, como si fuera algo sagrado en lugar de la ruina ambulante en la que se había convertido.
Oh, Dios mío.
Koichi se dejó caer nuevamente sobre el colchón, cubriendo su rostro con ambas manos temblorosas. El peso de la realidad lo aplastaba como una losa de concreto de varias toneladas. Lo había hecho otra vez. Después de tanto tiempo, después de tanto progreso, después de construir una vida que parecía estable... había traicionado todo.
Había traicionado a Ryōsuke, ese hombre dulce y puro que lo amaba con una devoción que bordeaba lo religioso. Había traicionado a Kentarō, su pequeño sol de cuatro años que lo miraba como si fuera el héroe más grande del mundo. Había traicionado a sus padres, que habían luchado tanto para ayudarlo a salir de sus adicciones. Había traicionado a la sociedad que confiaba en él para protegerlos.
Pero sobre todo, se había traicionado a sí mismo.
— No te arrepientas. —La voz de Touma sonó más cerca, y Koichi sintió cómo se acostaba a su lado, el colchón hundiéndose ligeramente bajo su peso—. Por favor, Koichi. Por favor, no te arrepientas de esto.
¿Arrepentirse? Koichi bajó las manos lentamente, girando la cabeza para enfrentar esos ojos que tanto había amado y que tanto había temido volver a ver. Buscó en su interior alguna chispa de culpa, algún eco de remordimiento que le dijera que era un monstruo por lo que había hecho.
Y encontró... nada.
Bueno, no exactamente nada. Encontró terror por las consecuencias, pánico por lo que esto significaba para su vida cuidadosamente construida, desesperación por el dolor que causaría a las personas que dependían de él.
Pero arrepentimiento por haber tocado a Touma, por haber sentido esa conexión que había estado enterrada pero nunca muerta, por haber tenido aunque fuera una noche más de lo que había sido la única relación genuinamente feliz de su vida... no encontró ni rastro de ese arrepentimiento.
Y eso lo aterrorizaba más que cualquier otra cosa.
Porque significaba que una parte de él —una parte grande, oscura y hambrienta— había estado esperando esto. Había estado saboteando su relación con Ryōsuke desde el principio, creando fisuras imperceptibles que eventualmente se convertirían en la grieta lo suficientemente grande como para que Touma pudiera colarse de nuevo en su vida.
Extendió un brazo con movimientos temblorosos, atrayendo el cuerpo de Touma hacia el suyo con una desesperación que rayaba en la súplica. Necesitaba su calor, su presencia, necesitaba aferrarse a la única cosa en el mundo que no se sentía como una mentira elaborada para mantener las apariencias.
Sus dedos se hundieron en la piel de la espalda de Touma, memorizando cada textura, cada imperfección, como si pudiera preservar este momento en ámbar para los días oscuros que inevitablemente vendrían. Las cicatrices de entrenamientos pasados, la forma específica en que sus omóplatos se movían cuando respiraba, el pequeño lunar cerca de su columna vertebral que siempre había besado cuando eran estudiantes...
Touma se dejó acurrucar contra su pecho sin resistencia, y ambos permanecieron en silencio durante varios minutos, respirando el mismo aire viciado por el sexo y el arrepentimiento, compartiendo el mismo latido acelerado que sonaba como tambores de guerra en la quietud de la madrugada.
Era una burbuja frágil de tiempo robado, un pequeño universo alternativo donde las consecuencias no existían y donde podían pretender que el mundo exterior no los esperaba con garras afiladas y juicios implacables.
Koichi cerró los ojos, permitiéndose la fantasía que había estado reprimiendo durante años. ¿Cómo habría sido?, se preguntó mientras sus dedos trazaban patrones inconscientes sobre la piel de Touma. ¿Cómo habría sido si hubiera elegido esto desde el principio? ¿Si hubiera tenido el valor de pelear por lo que realmente quería en lugar de conformarme con lo que era correcto, seguro, esperado?
En esa realidad alternativa, Kentarō los habría conocido como una familia desde el principio. Habría crecido con dos padres que realmente se amaban, que se entendían en un nivel que iba más allá de las palabras. Ryōsuke nunca habría tenido que amar a un hombre roto que nunca podría corresponderle completamente, nunca habría tenido que competir con el fantasma de un amor verdadero por el corazón de alguien que ya estaba perdido.
Y él... él podría haber sido feliz. Realmente, genuinamente feliz. No la felicidad artificial que había construido a base de responsabilidad y medicamentos, sino esa felicidad efervescente y ligera que había sentido durante sus últimos años en la U.A., cuando el futuro parecía brillante y lleno de posibilidades infinitas.
Podría haber sido el héroe que siempre soñó ser: uno que salvaba el día y regresaba a casa con alguien que lo entendía completamente, que había caminado el mismo sendero arduo de convertirse en algo más grande que uno mismo.
Pero las fantasías tenían fecha de caducidad, especialmente las que se construían sobre los cimientos de decisiones irrevocables y promesas rotas.
El brillo azul de la pantalla de su celular lo arrancó de su ensoñación como una bofetada de realidad. Los números digitales se clavaron en su conciencia como dagas heladas: 12:39 a. m.
La hora fue como un disparo de pistola de salida para una carrera que no quería correr. Ryōsuke lo estaría esperando, probablemente despierto en la cama que compartían, mirando el techo mientras se preguntaba por qué su pareja no había regresado de una "misión" que se suponía habría terminado horas atrás. Kentarō habría preguntado por él antes de dormir, esos ojos enormes e inocentes buscando en el rostro de Ryōsuke alguna explicación para por qué papá no estaba ahí para leerle el cuento de buenas noches.
Y él estaba aquí, desnudo en brazos de otro hombre, robando tiempo que no le pertenecía, viviendo una mentira que se sentiría más verdadera que cualquier realidad que hubiera conocido jamás.
Se incorporó con cuidado, cada movimiento calculado para no disturbar demasiado el equilibrio frágil del momento. Apoyó una mano en el colchón para no hundirse sobre Touma, mientras que con la otra acarició suavemente su mejilla, memorizando la textura de su piel lisa y suave.
— Tu héroe debe volver al campo de batalla. —Las palabras salieron teñidas de una melancolía que no pudo ocultar, cada sílaba pesada como plomo. La sonrisa que acompañó la frase era como una herida mal cerrada: bella en superficie, pero sangrando por dentro, infectada por la ironía de llamarse a sí mismo "héroe" cuando se sentía más como un villano de su propia historia. Pero el simple hecho de ser “su héroe” había hecho latir sus corazones con un anhelo que ninguno se atrevía a nombrar.
Touma no respondió con palabras, pero sus ojos hablaron por él con una elocuencia devastadora. Había dolor ahí, crudo y honesto, y comprensión que dolía más que cualquier reproché que pudiera haber verbalizado. Había también una resignación que se había asentado en las líneas alrededor de sus ojos como sedimento, el reconocimiento de que esto era todo lo que podrían tener: momentos robados que siempre terminarían demasiado pronto.
Koichi se inclinó lentamente, repartiendo ternura sobre la piel de Touma como quien reparte las últimas monedas antes de la bancarrota emocional. Mejillas tibias que sabían a sal y nostalgia, nariz que había besado cientos de veces en sueños que nunca admitiría haber tenido, frente donde había apoyado la suya tantas veces durante sus días de estudiante cuando el mundo parecía demasiado pesado para cargarlo solo...
Cada beso era una despedida silenciosa, cada caricia una disculpa por todos los "si tan solo" que los acompañarían por el resto de sus vidas. El beso final en sus labios fue diferente a todos los que habían compartido esa noche. Fue suave y desesperado simultáneamente, cargado de todas las palabras que nunca se atreverían a decir en voz alta.
Te amo, decía sin palabras. Siempre te he amado. Siempre te amaré. Y odio que eso no sea suficiente para cambiar nada.
Fue el sabor de lo que pudo haber sido y nunca sería, dulce y amargo como el chocolate negro que Touma siempre había preferido.
Koichi se levantó de la cama como quien emerge de un sueño demasiado real para ser consolador, y la realidad lo golpeó con la fuerza de un puño directo al plexo solar. Su ropa estaba esparcida por el suelo como evidencia forense de su crimen emocional: la camiseta arrugada cerca de la puerta, los pantalones hechos una bola junto a la ventana, su ropa interior... en algún lugar que prefería no recordar cómo había llegado ahí.
Cada prenda que recogía pesaba más que la anterior, como si estuviera cargándose literalmente el peso de su traición sobre los hombros. Sus manos temblaron mientras se vestía, y no era solo por la resaca o los químicos que aún corrían por su sistema. Era la comprensión de que cada pieza de ropa que se ponía era como ponerse una máscara más, otra capa de engaño que tendría que mantener por el resto de su vida.
El baño fue su confesionario temporal, el lugar donde intentaría absolver sus pecados con agua y jabón como si fuera tan simple. Se duchó con agua helada, la temperatura punzante siendo su penitencia autoimpuesta. Se frotó la piel con una violencia que rayaba en el castigo corporal, como si pudiera borrar físicamente lo que había hecho, como si pudiera exfoliar la culpa hasta dejarla en el desagüe junto con la espuma jabonosa teñida de su propia vergüenza.
Pero sabía que no había suficiente agua en el mundo para limpiar la mancha que se había incrustado en sus huesos, que había penetrado hasta la médula de quien era como persona.
Los músculos de su cuello y hombros estaban tensos como cables de acero, nudos de estrés que pulsaban con cada latido de su corazón acelerado. Su reflejo en el espejo empañado del baño le devolvió la imagen de un extraño: ojos enrojecidos por más que solo la resaca, ojeras que parecían haber sido excavadas con una cuchara, labios hinchados por besos que no debería haber dado.
Se vistió en silencio, cada movimento de sus manos temblando ligeramente mientras ajustaba su uniforme de héroe con la meticulosidad de alguien que sabe que los detalles importan cuando se está construyendo una mentira. El espejo le devolvió la imagen de un hombre que se había convertido en experto en ocultar sus fracturas, en presentar una fachada de competencia profesional cuando por dentro era solo escombros mal organizados.
Sus ojeras, que siempre estaban ahí como recordatorio constante de su narcolepsia, ahora tenían un tinte más oscuro, más profundo. Ya no parecían el resultado de una condición médica, sino las marcas de batalla de alguien que había librado una guerra contra su propia conciencia y había perdido espectacularmente.
Sus ojos, normalmente brillantes con humor forzado y energía fingida, se veían apagados como luces de neón después del amanecer, parpadeando débilmente antes de extinguirse completamente.
Pero era un experto en esto. Había pasado años perfeccionando el arte de parecer funcional cuando estaba completamente roto por dentro. Sonrió a su reflejo, practicando la expresión que usaría cuando viera a Ryōsuke: cansada pero genuina, la sonrisa de un héroe que había tenido una noche larga pero exitosa.
La mentira fluyó fácilmente a través de sus facciones. Demasiado fácilmente.
Antes de marcharse, se asomó a la ventana una última vez. Touma había hecho un comentario irónico sobre por qué prefería salir por ahí en lugar de usar la puerta como una persona normal, y eso le había sacado la primera risa genuina de la noche. Era típico de él encontrar humor incluso en los momentos más dolorosos, esa capacidad de aliviar la tensión con una broma bien colocada que había sido una de las primeras cosas de las que Koichi se había enamorado.
— Porque los héroes no usan puertas. —había respondido Koichi con una sonrisa traviesa que no llegaba a sus ojos pero que sonaba convincente—. Además, ¿dónde está la diversión en salir como una persona normal cuando puedes hacer una salida dramática digna de película?
Touma había reído, y ese sonido había sido como un puñal dulce directo al corazón.
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El regreso a casa fue un viaje a través del tiempo y el espacio, pero sobre todo fue un viaje a través de los círculos del infierno personal que había creado para sí mismo. Saltaba de edificio en edificio con la ayuda de sus vendas de captura, cada impulso llevándolo físicamente más cerca de casa pero emocionalmente más lejos de cualquier esperanza de redención.
El viento nocturno secó su cabello rubio y se llevó consigo el aroma de Touma que se había adherido a su piel como un perfume culpable. Una hora de vuelo entre las sombras de la ciudad dormida, una hora para ensayar mentalmente su próxima actuación, para construir la versión de los eventos que le contaría a Ryōsuke.
La ciudad se extendía debajo de él como un océano de luces, cada ventana iluminada representando una vida, una familia, personas que confiaban en él para mantenerlos seguros. La ironía no se le escapaba: él, que no podía ni mantener segura su propia integridad moral o su relación, era responsable de la seguridad de miles.
Cada impulsión con sus vendas era como un latigazo de autorreprobación. Eres un fraude, le susurraba el viento. Eres un mentiroso. Eres exactamente el tipo de persona contra la que se supone que deberías estar protegiendo a la sociedad.
Cuando llegó a su edificio, la vista del balcón de su apartamento le provocó una oleada de náuseas que no tenía nada que ver con la resaca. Ahí estaba su hogar, el lugar donde Kentarō probablemente estaba soñando con aventuras heroicas, donde Ryōsuke había pasado el día preocupándose por él.
No podía enfrentar la puerta principal. El peso de entrar caminando, de tener que mirar a Ryōsuke a los ojos y mentirle directamente en el rostro mientras estaba de pie en su sala de estar... era demasiado. Era cobardía, lo sabía, pero había agotado toda su valentía por esa noche.
En su lugar, se descolgó desde varios pisos arriba, quedando suspendido boca abajo frente al balcón de su apartamento como un murciélago urbano perturbado. La sangre se le agolpó en la cabeza, pero el mareo físico era preferible al vértigo emocional que había estado experimentando.
Sus dedos temblaron ligeramente mientras sacaba su teléfono para enviar un mensaje. Las palabras se sintieron pesadas mientras las escribía:
"¿Puedes salir al balcón? En silencio. No despiertes a Kentarō."
La respuesta no tardó en llegar, y Koichi se preguntó si Ryōsuke había estado despierto todo este tiempo, esperando noticias suyas. La culpa se intensificó hasta convertirse en una sensación física, como si tuviera el pecho lleno de cristales rotos.
La puerta del balcón se deslizó suavemente, y Ryōsuke apareció vestido con una camiseta demasiado grande que probablemente había robado del guardarropas de Koichi y pantalones de pijama con un estampado ridículo de pequeños lobos. Su cabello blanco estaba revuelto por el sueño, y había una marca de almohada en su mejilla izquierda.
Se veía tan joven, tan inocente, tan completamente desprevenido para el dolor que Koichi estaba a punto de causarle sin que él siquiera lo supiera.
Sus ojos rojos se agrandaron al ver a Koichi colgado como un murciélago urbano, el traje de héroe ajustado a su cuerpo y la máscara ocultando la mitad inferior de su rostro. Por un segundo, hubo confusión pura en su expresión, como si su cerebro necesitara procesar la imagen surrealista de su pareja suspendida boca abajo a las dos de la madrugada.
Luego llegó el susto, un respingo visible que hizo que se llevara una mano al pecho. Pero rápidamente se transformó en esa risa nerviosa que a Koichi siempre le había parecido música, pero que ahora sonaba como campanadas funerarias.
— Joder, Koichi, casi me matas del susto. —Su voz era un susurro cargado de alivio y diversión, pero también de algo más: preocupación que había estado acumulándose durante horas—. ¿Estás practicando para ser Batman o qué? ¿Desde cuándo haces entradas tan dramáticas?
A pesar de todo, a pesar del peso de su traición y la culpa que lo estaba consumiendo desde adentro, Koichi no pudo evitar que una sonrisa genuina tirara de las comisuras de su boca. Esa era la magia de Ryōsuke: incluso en los momentos más oscuros, lograba encontrar algo de luz, algo de risa.
Le hizo un gesto de silencio con el dedo, señalando hacia el interior del apartamento donde Kentarō dormía. No quería despertar a su hijo. No esta noche. No cuando cada fibra de su ser gritaba por ver a ese pequeño ser de cuatro años, por abrazarlo y perderse en esa inocencia que lo limpiaba temporalmente de todos sus pecados.
Pero sabía que si Kentarō lo veía, especialmente en este estado, no lo soltaría. El niño tenía un sexto sentido para detectar cuando algo estaba mal, y Koichi no tenía la energía emocional para fingir que todo estaba bien frente a esos ojos enormes e inquisitivos.
No tenía derecho a esa comodidad, no después de lo que había hecho.
— Antes de salir a otra misión... —Koichi moduló cuidadosamente su voz para que sonara más suave de lo habitual, más afectuosa. Había una dulzura calculada en sus palabras, un matiz que no estaba completamente basado en mentiras pero que definitivamente estaba siendo amplificado por la culpa—. Necesitaba verte. Necesitaba estar contigo un momento antes de que todo se vuelva loco otra vez.
Era cierto, en cierta medida. Sí necesitaba ver a Ryōsuke, pero no por las razones que estaba implicando. Necesitaba verlo porque sabía que después de esta noche, cada vez que mirara a su pareja, vería la traición reflejada en sus propios ojos. Necesitaba un último momento de esta intimidad antes de que la culpa la envenenara para siempre.
Había una dulzura inesperada en sus palabras, una vulnerabilidad que Ryōsuke no supo interpretar completamente pero que recibió como un regalo inesperado después de horas de preocupación. Su expresión se suavizó inmediatamente, esas pequeñas líneas de tensión alrededor de sus ojos desapareciendo como si nunca hubieran estado ahí.
Se acercó al borde del balcón con pasos cautelosos, como si fuera a asustar a un animal salvaje, extendiendo las manos para retirar cuidadosamente la máscara del rostro de Koichi. Sus dedos se movieron con una ternura infinita, tocando el metal como si fuera algo sagrado en lugar de un simple accesorio de héroe.
Lo que encontró debajo fue una sonrisa traviesa que había perfeccionado a lo largo de los años, pero había algo más ahí que no podía ocultar completamente. Algo que brillaba en sus ojos como cristal roto: culpa, desesperación, amor genuino por este hombre dulce, y terror absoluto por lo que había hecho.
Ryōsuke estudió su rostro por un momento, esos ojos rojos escaneando cada detalle con la precisión de alguien que conocía íntimamente cada expresión, cada micro-gesto. Koichi pudo ver el momento exacto en que Ryōsuke notó que algo estaba diferente, pero también el momento en que decidió no presionar, no hacer preguntas que podrían tener respuestas que no quería escuchar.
En lugar de eso, rio suavemente, un sonido que fue como miel tibia en una herida abierta. Tomó el rostro de Koichi entre sus manos, esas palmas callosas por su trabajo de medio tiempo en un almacén, dedos que se deslizaron por sus mejillas con una ternura que hizo que algo dentro del héroe se desmoronara un poco más.
— Eres un idiota. —murmuró con cariño, pero había preocupación real en su voz—. Un idiota hermoso y dramático que me va a dar un infarto antes de los veinticinco años. ¿Tienes idea de lo preocupado que estaba?
La pregunta fue como un puñal directo al corazón. Koichi pudo imaginárselo perfectamente: Ryōsuke paseando por el apartamento como un león enjaulado, verificando su teléfono cada cinco minutos, tal vez incluso llamando a la agencia de héroes para preguntar si sabían algo sobre su paradero. Probablemente había considerado llamar a Aizawa y Hizashi pero había decidido no hacerlo para no preocuparlos innecesariamente.
Había estado despierto toda la noche, consumido por la preocupación, mientras Koichi estaba... haciendo exactamente lo opuesto de merecer esa preocupación.
— Lo siento. —Las palabras salieron más quebradas de lo que había planeado—. La misión se complicó más de lo esperado. Ya sabes cómo son estas cosas.
Otra mentira que fluyó demasiado fácilmente de sus labios. Cada una se sentía como veneno, pero veneno necesario para mantener su mundo funcionando.
Ryōsuke asintió, aparentemente satisfecho con la explicación, y se inclinó para besarlo. Koichi recibió el beso con un hambre desesperada, sus labios moviéndose contra los de su pareja con una intensidad que probablemente parecería pasión pero que en realidad era pánico puro.
El beso fue lento, cargado de amor genuino por parte de Ryōsuke, y de una culpa desesperada por parte de Koichi que se manifestaba como una necesidad casi violenta de absorber algo de esa bondad pura que Ryōsuke irradiaba. Como si pudiera limpiar su alma con la pureza de ese amor incondicional.
Sus labios sabían a pasta dental mentolada y a la miel que siempre tomaba antes de dormir para calmar su garganta. Sabían a inocencia y a confianza ciega, y Koichi se odió a sí mismo por profanar algo tan puro con la boca que había besado a otro hombre apenas horas antes.
Cuando se separaron, Ryōsuke sonrió con esa expresión de felicidad completa que siempre aparecía cuando Koichi mostraba afecto genuino. Era como ver el amanecer después de una noche muy larga, y esa comparación hizo que a Koichi se le encogiera el estómago de la culpa.
— Me encantan los besos "a lo Spiderman". —Koichi murmuró contra sus labios, la referencia cinematográfica arrancándole una risa melodiosa a ambos. Era una broma que habían compartido desde los primeros días de su relación, cuando Ryōsuke había comentado tímidamente que siempre había encontrado romántica esa escena de la película.
Con un movimiento fluido que habló de años de práctica y entrenamiento, Koichi se impulsó hacia arriba usando sus vendas de captura y se sentó en el barandal del balcón. El metal estaba frío contra sus piernas, pero el contraste térmico era nada comparado con el hielo que sentía en el pecho.
Sus vendas de captura se ajustaron automáticamente alrededor de su cuello, ese accesorio que se había vuelto tan parte de él como su propia piel. Las había usado tanto durante su tiempo en U.A. y en su carrera heroica que ya no recordaba cómo se sentía estar sin ellas. Eran como una armadura, una barrera entre él y el mundo.
Tomó a Ryōsuke por la cintura, atrayéndolo hacia sí con una necesidad que rayaba en la desesperación. Sus manos se aferraron a la tela de la camiseta demasiado grande, como si pudiera anclar su alma destrozada a la solidez física de este hombre que lo amaba sin reservas.
Sus piernas se enredaron alrededor de la cadera de su pareja, creando un capullo de intimidad en medio de la noche fría. Koichi enterró su rostro en el cuello de Ryōsuke, respirando profundamente su aroma familiar. Esa mezcla de champú de lavanda, siempre insistía en comprar el más caro porque decía que su cabello era su "característica más distintiva", el detergente suave que usaba para la ropa, y algo indefiniblemente cálido que siempre había asociado con seguridad, con hogar.
Pero ahora ese aroma familiar estaba contaminado por la comparación inevitable con otro aroma, otro cuerpo, otra intimidad que había robado en las sombras.
— Te extrañé... —La confesión salió ronca, su voz dañada por el esfuerzo excesivo de su quirk durante la "misión". Cada palabra le raspaba la garganta como vidrio molido, un recordatorio físico de las mentiras que había estado construyendo—. Te extrañé tanto.
Y era cierto, de una manera retorcida y complicada. Había extrañado esta facilidad, esta comodidad doméstica que Ryōsuke representaba. Había extrañado ser amado sin condiciones, sin preguntas incómodas, sin juicios. Había extrañado ser la versión de sí mismo que existía en los ojos de este hombre: heroica, digna de amor, merecedora de lealtad inquebrantable.
Pero también sabía que había extrañado algo más, algo que había estado ausente de su vida durante tanto tiempo que había olvidado cómo se sentía hasta que lo había recuperado brevemente en los brazos de Touma. Había extrañado ser completamente conocido, completamente entendido, completamente aceptado incluyendo todas sus partes rotas y oscuras.
— Yo también te extrañé. —Ryōsuke le devolvió el abrazo, sus brazos rodeándolo como un refugio contra la tormenta que rugía dentro de Koichi—. No podía dormir. Seguía pensando... no sé, tenía un mal presentimiento. Como si algo fuera a salir mal.
La intuición de Ryōsuke era alarmantemente precisa, y eso hizo que Koichi se tensara involuntariamente. Siempre había tenido esa capacidad casi sobrenatural de percibir cuando algo estaba mal, incluso cuando Koichi creía estar ocultando perfectamente sus problemas.
— ¿Recibiste atención médica? —continuó Ryōsuke, apartándose ligeramente para poder estudiar el rostro de Koichi—. Tu voz suena terrible. Peor de lo normal después de usar tu quirk.
La preocupación genuina en su tono fue como sal en una herida abierta. Ryōsuke siempre se preocupaba por él, siempre lo cuidaba, siempre ponía las necesidades de Koichi por encima de las suyas propias. Y Koichi lo había traicionado de la manera más mundana posible.
Asintió sin dudarlo, la mentira fluyendo de sus labios con una facilidad que lo asustó. Se estaba volviendo demasiado bueno en esto, demasiado natural en la construcción de engaños elaborados.
— Sí, por eso tardé tanto en volver. —Su voz sonó convincentemente exhausta—. Ya sabes cómo son los médicos de la agencia. No me dejaban ir hasta estar seguros de que no había daño permanente en las cuerdas vocales
Era una mentira perfecta porque contenía suficientes elementos de verdad para ser creíble. Los médicos de la agencia realmente eran minuciosos, y Koichi realmente había tenido problemas con su voz después de misiones particularmente intensas en el pasado.
Ryōsuke suspiró aliviado, y ese sonido fue peor que cualquier grito de dolor que pudiera haber emitido. Se alegró genuinamente de que Koichi finalmente se dejara cuidar, de que finalmente pusiera su salud por encima de su orgullo obstinado y su tendencia autodestructiva a ignorar sus propios límites físicos.
Si supiera, pensó Koichi mientras forzaba una sonrisa y preparaba otro beso, si supiera la verdad, no estaría tan aliviado. Estaría destrozado. Estaría preguntándose qué hizo mal, por qué no fue suficiente, qué podría haber hecho diferente para mantenerme fiel.
Pero no podía saberla. Nunca podría saberla.
No si Koichi quería mantener intacta esta burbuja de felicidad doméstica que habían construido juntos. No si quería seguir siendo el héroe en la historia de vida de Ryōsuke en lugar de convertirse en el villano.