ID de la obra: 1303

Linea Blanca

Slash
NC-17
Finalizada
0
Tamaño:
228 páginas, 129.285 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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Capítulo 6

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El segundo beso fue iniciado por Koichi con una intensidad diferente. Se aferró a Ryōsuke con una fuerza que bordeaba la desesperación, como si pudiera anclar su alma destrozada a la bondad de este hombre a través del contacto físico puro. Sus brazos lo rodearon con más fuerza de la necesaria, y un ligero temblor traicionó la tormenta que rugía en su interior. No era el temblor del frío nocturno, ni siquiera el de los químicos que aún corrían por su sistema. Era el temblor de un hombre que se estaba desmoronando desde adentro mientras trataba desesperadamente de mantener su fachada intacta. Ryōsuke notó el cambio inmediatamente. Conocía a Koichi lo suficientemente bien como para distinguir entre sus diferentes tipos de vulnerabilidad, y esta se sentía diferente. Más profunda. Más aterradora. Había una urgencia en la forma en que Koichi lo tocaba, como si fuera la última vez que pudiera hacerlo. Sus manos se alzaron para enmarcar el rostro de Koichi, pulgares acariciando sus pómulos con una suavidad infinita. Sus ojos rojos escanearon cada detalle de su expresión, buscando pistas sobre qué estaba causando esta intensidad súbita. — Hey, ¿estás bien? —Su voz era un susurro preocupado—. Pareces... no sé, diferente. Más... necesitado, supongo. ¿Pasó algo en la misión que no me estás contando? La pregunta fue como una flecha directa al blanco. Koichi cerró los ojos por un momento, luchando contra el impulso abrumador de confesarlo todo. De caer de rodillas en ese balcón y suplicar perdón por la traición que llevaba grabada en cada célula de su cuerpo. De explicar que sí, algo había pasado, pero no tenía nada que ver con villanos o combate heroico. La tentación era casi física, como una mano alrededor de su garganta apretando hasta que las palabras quisieran salir a la fuerza. Quería decirle a Ryōsuke que había estado con Touma, que había tocado y sido tocado por otra persona, que había sentido más conexión genuina en una noche con su primer amor que en meses de relación estable. Quería explicar que no había sido planeado, que había sido una confluencia terrible de alcohol, drogas, dolor emocional y la oportunidad que había estado esperando subconscientemente durante años. Quería decir que lo sentía, que se odiaba a sí mismo, que daría cualquier cosa por poder deshacer lo que había hecho. Pero cuando abrió los ojos nuevamente, encontró esos ojos rojos mirándolo con tanta confianza, tanto amor incondicional, que la confesión murió en su garganta como una llama apagada por el viento. No podía destruir eso. No podía ser responsable de ver esa luz apagarse en los ojos de Ryōsuke, de convertir ese amor puro en dolor, traición, dudas sobre su propio valor como persona. En su lugar, había tomado su decisión. — Es por la misión que viene. —Su voz salió quebrada, pero no por la mentira. Por la verdad que se escondía debajo, por el peso de lo que sabía que tendría que enfrentar en los días siguientes—. Ryōsuke, escúchame. Esto es importante. Se enderezó ligeramente, creando la ilusión de que estaba compartiendo información clasificada, información de héroe que requería seriedad y discreción. Era una manipulación sutil pero efectiva, y se odió a sí mismo por lo natural que se sintió. — Con el inicio de esta operación militar, no voy a tener descanso. —Cada palabra le arrancaba un pedazo del alma, no porque fuera mentira, sino porque era verdad mezclada con manipulación—. No habrá pausas, no habrá treguas, no habrá días libres para venir a casa y abrazarte. Voy a estar en combate continuo hasta que todo termine. Era cierto. La guerra que se avecinaba iba a ser brutal, extensa, y consumiría cada segundo de su tiempo y cada gota de su energía. Pero también estaba usando esa verdad como cortina de humo para explicar su comportamiento extraño, su necesidad súbita de intimidad, la urgencia desesperada con la que lo había estado tocando. Ryōsuke intentó interrumpirlo, probablemente para asegurarle que entendía, que había estado con él lo suficiente como para saber cómo funcionaban las misiones importantes. Pero Koichi lo detuvo con una súplica desesperada, tomando su rostro entre ambas manos. — Por favor, déjame terminar. —Sus dedos temblaron contra la piel de Ryōsuke, como hojas en una tormenta—. Necesito que me prometas algo. Necesito escucharte decirlo. Había lágrimas comenzando a brillar en los ojos de Ryōsuke, y cada una de ellas fue como una puñalada directa en el corazón de Koichi. Sabía que estaba siendo cruel, usando el miedo de su pareja como una herramienta para desviar sospechas, aprovechándose de su amor y preocupación para construir una coartada emocional. Pero no podía detenerse. La mentira había adquirido vida propia, y ahora tenía que alimentarla para mantenerla viva. — Prométeme que te vas a cuidar. Que vas a cuidar de Kentarō. —Su voz se redujo a un susurro áspero, como si las palabras le estuvieran desgarrando la garganta al salir—. Prométeme que van a estar seguros, que van a estar bien, sin importar lo que pase conmigo. — Koichi, no digas eso. —La voz de Ryōsuke se quebró completamente, y una lágrima finalmente se deslizó por su mejilla—. No hables como si no fueras a volver. No me hagas esto. El dolor en su voz era tan real, tan crudo, que Koichi tuvo que luchar físicamente contra el impulso de confesarlo todo. Ryōsuke no merecía este juego mental cruel, no merecía ser manipulado de esta manera. Pero Koichi estaba demasiado profundo en la mentira para retroceder ahora. — Esta guerra... —continuó, su actuación volviéndose más convincente con cada palabra—. No sabemos cómo va a terminar. No sabemos cuántos de nosotros van a regresar. Los informes de inteligencia... son peores de lo que el público sabe. Mucho peores. Eso también era verdad. Los reportes que había visto en las reuniones clasificadas de héroes eran aterradores. La organización villana con la que se enfrentarían tenía recursos, poder y una planificación que superaba cualquier cosa que hubieran enfrentado antes. — Y necesito saber que ustedes van a estar seguros, que van a seguir siendo una familia sin importar lo que me pase a mí. —Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus propios ojos, pero no eran lágrimas de miedo por la misión. Eran lágrimas de autocompasión, de odio hacia sí mismo, de dolor por la red de mentiras que estaba tejiendo alrededor del corazón de un hombre inocente. — Koichi, para. —Ryōsuke tomó sus manos, apretándolas con fuerza—. No voy a escucharte hablar así. No voy a dejar que te despidas de nosotros como si ya estuvieras muerto. Había determinación en su voz ahora, mezclada con el miedo. Era la voz de alguien que había tomado una decisión, que había encontrado fuerza en su amor por la persona que estaba tratando de proteger. — Vas a volver. —Su tono se volvió más firme—. Vas a volver porque eres demasiado testarudo para morir, porque Kentarō te necesita, porque yo te necesito. Y porque tienes demasiadas cosas por las cuales luchar. Si supieras, pensó Koichi con amargura, si supieras lo poco que merezco esa fe... — Voy a volver. —La mentira salió con una convicción que no sentía, pero que sonó convincente incluso a sus propios oídos—. Te lo prometo. Voy a volver a casa contigo y con Kentarō. Vamos a seguir siendo una familia. Era una promesa que quería cumplir, que lucharía por cumplir, pero que sabía que estaba construida sobre cimientos podridos. ¿Cómo podían seguir siendo una familia real cuando él había traicionado los principios fundamentales en los que se basaba esa familia? — Pero necesito escucharte prometérmelo también. —continuó, su voz adquiriendo un tono suplicante—. Necesito saber que van a estar bien, que van a cuidarse mutuamente, que van a ser felices incluso si... incluso si lo peor llega a pasar. Ryōsuke asintió con los ojos brillantes de lágrimas no derramadas, y Koichi se odió un poco más por manipular así su amor. Pero la alternativa —la verdad— se sentía como detonar una bomba nuclear en el centro de su vida cuidadosamente construida. — Te lo prometo. —La voz de Ryōsuke fue apenas un hilo de sonido, pero estaba cargada de determinación—. Nos vamos a cuidar. Kentarō y yo vamos a estar bien. Pero tú también tienes que prometerme algo. Koichi esperó, sin saber si quería escuchar lo que venía después. — Tienes que prometerme que vas a ser cuidadoso, que vas a pensar en nosotros antes de hacer algo estúpido y heroico. —Los ojos de Ryōsuke lo perforaron con una intensidad que hizo que Koichi quisiera apartar la mirada—. Tienes que prometerme que vas a pelear para volver a casa, no para ser el héroe más valiente del campo de batalla. La ironía de la petición era tan amarga que resultaba casi graciosa. Koichi sonrió, y por primera vez esa noche, la expresión alcanzó sus ojos. No porque fuera feliz, sino porque la situación era tan tremendamente irónica que resultaba casi absurda. Aquí estaba Ryōsuke, pidiéndole que fuera egoísta, que priorizara su propia supervivencia y su regreso a casa por encima de su deber heroico. Y lo hacía sin saber que Koichi ya había sido tremendamente egoísta esa noche, que había priorizado sus propios deseos por encima de todo lo que decía amar. — Lo prometo. —mintió de nuevo, la facilidad con la que las mentiras fluían de sus labios siendo casi tan aterradora como la traición original—. Voy a ser el más cobarde de todos los héroes si eso significa volver a casa contigo y con Kentarō. Era una mentira hermosa, envuelta en el tipo de humor autoconsciente que Ryōsuke había aprendido a esperar de él. Pero debajo de la broma había una promesa real: iba a luchar para sobrevivir, iba a hacer todo lo posible para regresar. No por él mismo, porque se había perdido el derecho a esa motivación. Sino porque Ryōsuke y Kentarō no merecían perderlo encima de haber sido traicionados sin saberlo. Se inclinó para besarlo una última vez, y este beso fue diferente a todos los que habían compartido anteriormente. Fue más lento, cada movimiento deliberado y memorizado. Fue más desesperado, cargado de una urgencia que no tenía nada que ver con pasión física y todo que ver con la comprensión de que este podría ser el último beso inocente que compartirían jamás. Fue cargado de ternura genuina mezclada con una tristeza que cortaba más profundo que cualquier quirk de villano que hubiera enfrentado. No había juego en sus labios, no había travesura o coquetería. Solo la confesión silenciosa de un hombre que temía que esta fuera la última vez que pudiera tocar algo puro sin mancharlo completamente. Sus labios se movieron contra los de Ryōsuke con una reverencia que bordeaba lo religioso, como si pudiera absorber algo de esa bondad incondicional a través del contacto físico. Como si pudiera limpiar su alma con la pureza de ese amor que no merecía. Ryōsuke respondió al beso con la misma intensidad, pero su desesperación venía de un lugar diferente. Era el miedo de despedirse de alguien que podría no regresar, la necesidad de memorizar cada detalle de este momento porque podría ser el último. No sabía que para Koichi, ya era el último. El último beso antes de que la culpa envenenara para siempre cada momento de intimidad entre ellos. El último momento en que podría tocar a Ryōsuke sin que sus manos temblaran por la traición que llevaban grabada en la piel. Cuando se separaron, ambos estaban respirando con dificultad. No por excitación, sino por la intensidad emocional del momento, por el peso de todo lo que no estaban diciendo. El tiempo ya se le había agotado. Koichi podía sentir el peso de sus responsabilidades tirando de él como cadenas invisibles, recordándole que tenía un papel que interpretar, una guerra que ayudar a pelear, una reputación heroica que mantener intacta. Tenía que irse. Tenía que volver a ser el héroe que el mundo esperaba que fuera, incluso cuando se sentía más como un villano disfrazado. Con un último roce de su frente contra la de Ryōsuke, se apartó lentamente. El gesto fue pequeño pero cargado de significado: una bendición, una despedida, una promesa que temía no poder cumplir, y una disculpa por pecados que nunca podría confesar. Sus ojos se encontraron una última vez, y Koichi tuvo que luchar contra todo instinto que tenía para no desmoronarse completamente. Los ojos de Ryōsuke estaban brillantes con lágrimas contenidas, pero también con una confianza inquebrantable, una fe ciega en que su pareja iba a regresar a salvo. — Te amo. —Las palabras salieron sin que pudiera detenerlas, y fueron simultáneamente la verdad más grande y la mentira más cruel que había pronunciado jamás. Lo amaba. Amaba la vida que había construido, amaba la seguridad que Ryōsuke representaba, amaba la familia que habían creado juntos, amaba la versión de sí mismo que existía en este pequeño universo doméstico donde era valioso, digno, heroico. Pero su corazón... su corazón se había quedado en una cama que no era la suya, con un hombre que nunca podría ser suyo, en un momento de conexión genuina que había sido tan breve como devastador. Y esa contradicción, esa división fundamental en su alma, era lo que hacía que esas tres palabras fueran tanto verdad como mentira al mismo tiempo. — Y yo te amo a ti. —Ryōsuke respondió inmediatamente, sin dudas, sin reservas—. Más de lo que las palabras pueden expresar. Así que más te vale regresar a casa para que pueda seguir diciéndotelo todos los días por el resto de nuestras vidas. Era una promesa hermosa, envuelta en la certeza de alguien que nunca había cuestionado la solidez de su relación. Y Koichi se la llevó consigo como una bendición y una maldición al mismo tiempo. Se lanzó de nuevo a la noche, sus vendas de captura llevándolo físicamente lejos del calor del balcón pero emocionalmente más profundo en el frío de sus propias decisiones. El aire nocturno se sintió como cuchillas contra su piel, pero era preferible al fuego que ardía en su pecho. El vuelo hacia la base de operaciones fue un trayecto a través de su propia geografía emocional. Cada edificio que pasaba era un recordatorio de las vidas que había jurado proteger, cada luz encendida una familia que confiaba en él para mantener seguros sus sueños. Detrás de él, Ryōsuke se quedó en el balcón mucho tiempo después de que Koichi desapareciera en la oscuridad. Se quedó ahí con el corazón encogido y las palabras atrapadas en la garganta, tocando inconscientemente sus labios donde aún persistía el fantasma del beso de despedida. Algo dentro de él susurraba que las promesas, sin importar cuán sinceramente se hagan, a veces no son suficientes para traer a casa a los héroes rotos. Pero ese pensamiento era demasiado terrible para entretenerse, así que lo empujó hacia abajo y se fue a la cama, donde pasaría las siguientes horas despierto, mirando el techo y preguntándose por qué se sentía como si acabara de despedirse de Koichi para siempre. En algún lugar de la ciudad, Touma también miraba hacia el cielo nocturno desde su propia ventana, tocando inconscientemente sus labios donde aún persistía el sabor de besos robados. Se preguntaba si Koichi había llegado a casa seguro, si había logrado mantener su fachada intacta, si alguna vez tendría el valor de elegir la felicidad genuina por encima de la responsabilidad percibida. Y en una cama pequeña en el apartamento que Koichi había dejado atrás, Kentarō se removió en su sueño, frunciendo el ceño como si percibiera las ondas de dolor emocional que habían perturbado la paz de su hogar. En sus sueños, corría hacia un héroe que se alejaba cada vez más, gritando "¡Papá!" a una figura que no se daba vuelta. . . . La guerra estaba comenzando, pero para Koichi Yamada, la batalla más difícil ya había terminado. Había elegido el deber por encima del deseo, la responsabilidad por encima de la felicidad genuina, la mentira cuidadosamente construida por encima de la verdad devastadora. Y mientras se mecía entre los edificios bajo un cielo que comenzaba a teñirse del gris pálido del amanecer, se preguntó si los héroes estaban destinados a ser felices, o si la verdadera heroicidad residía precisamente en renunciar a esa posibilidad. Tal vez el sacrificio más grande que podía hacer no era dar su vida en batalla, sino vivir con el conocimiento de que había tenido la oportunidad de ser completamente feliz y la había dejado escapar por segunda vez. El viento llevó consigo esa pregunta hacia el horizonte que se iluminaba lentamente, pero no trajo ninguna respuesta. Solo el eco silencioso de promesas que, como él mismo, estaban destinadas a romperse bajo el peso de secretos demasiado grandes para cargar. En unas pocas horas, el mundo despertaría a una nueva realidad de guerra y conflicto. Pero Koichi ya había comenzado su propia guerra privada: la batalla diaria de vivir con la traición que había cometido, de amar a las personas que había dañado sin que lo supieran, de ser el héroe que todos necesitaban mientras se despreciaba por no poder ser el hombre que él mismo necesitaba. Y esa guerra, sospechaba, sería mucho más larga y brutal que cualquier conflicto que pudiera enfrentar en el campo de batalla.
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