Capítulo 7
16 de octubre de 2025, 10:58
El aire helado de la madrugada cortaba como cuchillas, pero Koichi Yamada apenas lo registraba. Su mente flotaba en una neblina tóxica, producto de la mezcla letal que corría por sus venas: restos de las pastillas que había tomado horas antes y ahora lo dejaban en un estado de abstinencia, la resaca del alcohol y ahora la adrenalina pura que intentaba mantenerlo consciente. Sus manos temblaban mientras ajustaba las vendas alrededor de sus muñecas, los dedos torpes por la combinación de frío y sustancias.
"Equipo Alfa, reportarse," crepitó la voz de su líder de escuadrón a través del comunicador. "Tenemos seis villanos confirmados en el almacén principal. Koichi, necesitamos que anulen sus Quirks para que podamos movernos."
Koichi presionó el botón del comunicador con más fuerza de la necesaria, sus dedos resbalando ligeramente por el sudor frío que cubría sus palmas. "Entendido," murmuró, su voz ya áspera por la sequedad en su garganta. "Preparándome para aproximación."
Pero mientras corría hacia la posición designada, saltando entre los contenedores de carga apilados, su cuerpo comenzó a enviarle las primeras señales de alarma. La visión se le nublaba intermitentemente, como si alguien estuviera ajustando el contraste de una pantalla. Los músculos de sus piernas se sentían como gelatina, y tuvo que aferrarse al borde de un contenedor cuando un mareo repentino lo golpeó como una ola.
No ahora, se dijo mentalmente, mordiéndose el labio inferior hasta el punto de dibujar sangre. No puedes flaquear ahora.
El primer encuentro llegó más rápido de lo esperado. Un villano con un Quirk de manipulación metálica había convertido una grúa cercana en una serpiente mecánica de acero, sus "colmillos" de hierro retorcido silbando peligrosamente cerca de donde Koichi se había posicionado.
— ¡Mute Voice: Amplificación sostenida! —rugió, pero su voz salió quebrada, como si hubiera estado gritando durante horas. El poder fluyó desde su garganta en ondas visibles, distorsionando el aire como calor sobre el asfalto. El Quirk del villano se desvaneció instantáneamente, y la grúa metálica se desplomó con un estruendo ensordecedor.
Pero el esfuerzo le costó más de lo esperado. Koichi cayó sobre una rodilla, tosiendo violentamente, y cuando se separó la mano de la boca, vio pequeñas gotas rojas manchando su guante. Sus cuerdas vocales ya estaban protestando, y apenas era el comienzo.
"¡Excelente trabajo, Koichi! Moviéndonos a la segunda posición," llegó la voz por el comunicador, pero sonaba distorsionada, como si llegara desde muy lejos.
El segundo villano resultó ser más problemático. Su Quirk le permitía crear copias holográficas de sí mismo, y mientras Koichi trataba de identificar cuál era el real, la falta de drogas en su sistema comenzaron a jugarle una mala pasada. Las imágenes se multiplicaban ante sus ojos no solo por el poder del enemigo, sino por los efectos alucinógenos que comenzaban a manifestarse.
— ¡Mute Voice: Dispersión direccional! —gritó, apuntando hacia lo que creía era el villano real. Su Quirk se expandió en un cono de silencio, pero erró el objetivo por metros. El villano real estaba tres pasos a la izquierda, y antes de que Koichi pudiera reorientar su ataque, sintió un puño estrellarse contra su mandíbula.
El impacto lo hizo tambalearse, y por un momento aterrador, todo se volvió negro. No el negro del desmayo, sino el negro súbito de la narcolepsia. Duró apenas dos segundos, pero fueron suficientes para que el villano conectara una patada en sus costillas, enviándolo contra una pila de cajas de madera.
Koichi despertó del episodio jadeando, con astillas clavadas en la mejilla y el sabor metálico de la sangre llenando su boca. El villano se acercaba para un segundo ataque, pero la furia y la desesperación le dieron a Koichi la fuerza que necesitaba.
— ¡MUTE VOICE: SUPRESIÓN TOTAL! —El grito desgarró su garganta como vidrio molido, pero el poder que emanó fue devastador. No solo anuló el Quirk del villano, sino que la onda expansiva lo lanzó hacia atrás, estrellándolo contra la pared del almacén con tanta fuerza que quedó inconsciente al instante.
Koichi se las arregló para ponerse en pie, pero sus piernas temblaban incontrolablemente. La sangre que brotaba de su garganta ahora era más abundante, manchando la parte frontal de su uniforme de héroe. Sus vendas danzaban erráticamente a su alrededor, reflejando su estado mental fragmentado.
"Koichi, ¿estás bien? Tu biométrica está mostrando lecturas irregulares," llegó la voz preocupada de su compañero de equipo.
— Estoy... estoy bien —mintió, aunque tuvo que apoyarse contra la pared para no caer.— Continuando con la misión.
Los siguientes tres villanos se convirtieron en una pesadilla borrosa de dolor, abstinencia y pura voluntad. Koichi peleaba no solo contra los enemigos, sino contra su propio cuerpo que se rebelaba con cada movimiento. Sus reflejos estaban retrasados, sus ataques descoordinados. En un momento, mientras enfrentaba a un villano con Quirk de manipulación de gravedad, la narcolepsia lo atacó nuevamente en pleno salto.
Despertó estrellado contra el suelo de concreto, con el villano encima de él, las manos brillando con energía gravitacional lista para aplastarlo. Por instinto más que por técnica, Koichi murmuró un "Mute Voice" tan suave que apenas era audible, pero lo suficientemente preciso para cancelar el Quirk justo cuando las manos del villano tocaron su pecho.
La pelea se volvió brutal después de eso. Sin su Quirk, el villano recurrió al combate físico, y Koichi, drogado y exhausto, apenas podía defenderse. Sus vendas se movían torpemente, más por memoria muscular que por control consciente. Recibió golpes en las costillas, un rodillazo en el estómago que lo hizo vomitar sangre y saliva, un puñetazo en la sien que hizo que todo girara violentamente.
Pero siguió luchando. Porque en algún rincón de su mente nublada por la abstinencia, podía ver el rostro de Kentarō preguntándole por qué no había vuelto a casa. Podía escuchar la voz de Kaede diciéndole que era mejor de lo que creía. Podía sentir la decepción de sus padres si fallaba.
El último villano casi lo mata. Su Quirk le permitía generar campos eléctricos, y cuando Koichi trató de anular su poder, su voz simplemente no salió. Sus cuerdas vocales estaban tan dañadas que solo produjo un gemido ronco y doloroso. El ataque eléctrico lo golpeó de lleno, haciendo que su cuerpo se convulsionara incontrolablemente mientras caía al suelo.
La narcolepsia eligió ese momento para atacar con más fuerza que nunca. Koichi luchó contra ella con desesperación, mordiéndose la lengua hasta sangrar, golpeándose la cabeza contra el suelo, cualquier cosa para mantenerse despierto. Logró levantarse justo cuando el villano preparaba un segundo ataque, y con lo que quedaba de su voz, susurró las palabras de su Quirk una última vez.
El esfuerzo fue tan brutal que sintió como si algo se desgarrara permanentemente en su garganta. Sangre brotó de su boca en un torrente, manchando el suelo bajo él, pero el Quirk del villano se desvaneció. Sus compañeros de equipo aprovecharon la abertura para neutralizar la amenaza final.
"¡Misión completa! Todos los objetivos neutralizados. Koichi, reporta tu estado."
Pero Koichi ya no podía responder. Estaba arrodillado en el suelo helado, con una mano presionando su garganta destrozada y la otra tratando de mantenerlo erguido. La máscara metálica se había vuelto insoportable contra su piel sudorosa, y con manos temblorosas, se las arregló para arrancársela, los bordes afilados raspando su mejilla y dejando cortes superficiales.
La adrenalina que lo había mantenido funcionando finalmente se desvaneció, y el cóctel tóxico en su sistema reclamó su precio. Sus ojos se cerraron contra su voluntad, la narcolepsia y el agotamiento combinándose en una fuerza irresistible. Lo último que registró fue el sabor de su propia sangre y el eco lejano de voces gritando su nombre.
El cuerpo de Koichi se desplomó de lado en el concreto agrietado, las vendas enredándose a su alrededor como un sudario improvisado. Su respiración era irregular, superficial, manchando el aire frío con pequeñas nubes rojizas.
La misión había sido un éxito, pero el precio había sido su propia destrucción.
Los primeros rayos del amanecer comenzaban a asomarse entre los escombros cuando los sonidos de botas aproximándose rompieron el silencio mortal. Voces preocupadas se alzaron en la distancia, fragmentos de conversaciones que se perdían entre el viento:
"—aquí hay alguien—""—está respirando, pero—" "—necesitamos una ambulancia, ¡ahora!"
Koichi flotaba en un limbo de semi-conciencia, donde el dolor físico se mezclaba con destellos fragmentados de recuerdos. Kentarō preguntando por qué papá tenía los ojos rojos. Ryōsuke preparándole té de manzanilla después de una noche difícil. La risa de Kaede resonando en algún rincón de su mente. Y por debajo de todo, como una herida que nunca sanaba, el recuerdo de Touma diciéndole adiós en los pasillos de UA.
El sabor metálico en su boca se intensificó cuando intentó tragar, y una tos violenta lo sacudió, haciendo que pequeñas gotas rojas salpicaran el pavimento. Sus cuerdas vocales, devastadas por el uso excesivo de su Quirk, enviaban ondas de dolor cada vez que su pecho se contraía.
No puedo... no aquí... pensó débilmente, intentando mover los dedos. La respuesta de su cuerpo fue apenas un temblor imperceptible. Kentarō me está esperando...
Las voces se acercaron más, y pronto sintió manos enguantadas tocando su cuello, verificando su pulso. Una voz femenina, profesional pero teñida de preocupación, se alzó por encima del murmullo:
— Pulso errático, respiración superficial. Presenta trauma en las cuerdas vocales y posible hemorragia interna. Preparen el suero, necesitamos estabilizarlo antes del traslado.
El pinchazo de la aguja en su brazo fue lo último que registró antes de hundirse nuevamente en la oscuridad. Pero esta vez, en lugar del sueño forzado de la narcolepsia, se sumergió en un estado de inconsciencia médica, donde el dolor se difuminaba y los recuerdos se volvían más nítidos.
...
El sonido constante del monitor cardíaco fue lo primero que penetró la neblina de la sedación. Koichi abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la luz artificial del hospital. Su garganta se sentía como papel de lija, y cuando intentó hablar, solo salió un gemido ronco que le arrancó una mueca de dolor.
— No intentes hablar todavía —murmuró una voz familiar desde la esquina de la habitación. Kaede estaba sentada en una silla de plástico azul, con ojeras profundas que rivalezaban con las de su hermano gemelo. Sus manos estaban cruzadas sobre el regazo, pero Koichi podía ver cómo temblaban ligeramente.— Los médicos dicen que dañaste severamente las cuerdas vocales. Vas a necesitar semanas de rehabilitación.
Koichi intentó incorporarse, pero una punzada de dolor en las costillas lo detuvo. Kaede se acercó inmediatamente, ajustando las almohadas detrás de su cabeza con gestos mecánicos que no lograban ocultar su preocupación.
— Nuestros padres vienen en camino —continuó, evitando hacer contacto visual directo. — Ryōsuke también. Y antes de que preguntes —su voz se quebró ligeramente— Kentarō está bien. Le dijimos que tuviste un accidente en el trabajo y que estarás fuera unos días.
La mención de su hijo adoptivo hizo que algo se removiera en el pecho de Koichi, una mezcla de alivio y culpa que lo hizo cerrar los ojos con fuerza. En la oscuridad de sus párpados, podía ver la carita preocupada de Kentarō, esos ojos grandes y expresivos que siempre parecían poder ver a través de todas sus mentiras y máscaras.
— ¿La misión? —logró susurrar, aunque cada palabra era como tragar vidrios molidos.
— Exitosa —respondió Kaede secamente.— Todos los villanos capturados, cero bajas civiles. Eres oficialmente un héroe, hermano. —su tono cargaba una ironía amarga que no pasó desapercibida.— Aunque casi te matas en el proceso.
Koichi sabía que merecía el reproche, pero no tenía energías para defenderse. En cambio, dejó que su mirada vagara por la habitación estéril, notando los ramos de flores que ya comenzaban a acumularse en la mesita de noche. Uno de ellos llevaba una tarjeta con la escritura cuidadosa de Kentarō: "Para papá, que eres el héroe más fuerte del mundo."
El nudo en su garganta no tenía nada que ver con las heridas.
La misión había sido un éxito rotundo. Los villanos capturados, todos los civiles a salvo, cero bajas. En los reportes oficiales, su nombre aparecería como uno de los héroes destacados de la operación. Pero eso solo hacía que el peso en su pecho fuera más asfixiante.
Éxito, pensó amargamente, llevándose una mano temblorosa a la garganta. ¿Cómo pueden llamarlo éxito cuando me desplomé como un edificio sin cimientos?
Kaede se detuvo junto a la cama, sus manos temblando ligeramente mientras observaba a su hermano gemelo. Tenían el mismo rostro, los mismos gestos heredados, pero en ese momento, Koichi parecía una versión rota de sí misma, como si fuera su reflejo en un espejo agrietado.
— La misión fue un éxito, Koichi —dijo suavemente, intentando encontrar las palabras correctas. Su instinto nunca fallaba cuando se trataba de ver a través de su hermano, de su frustración—. Salvaste a mucha gente.
— ¿A costa de qué, Kaede? —la voz de Koichi se quebró, y finalmente se las arregló para voltear hacia ella. Sus ojos estaban irritados y su garganta raspaba, no solo por el llanto, sino por el esfuerzo sobrehumano que había hecho su quirk—. ¿A costa de qué?
Kaede sintió como si le hubieran clavado un puñal en el pecho al ver el estado de su hermano. Las ojeras que siempre había tenido ahora parecían cavernas oscuras en su rostro pálido. Sus labios estaban agrietados y manchados con restos de sangre seca. Pero lo que más la asustaba era la mirada de derrota absoluta en sus ojos.
— Koichi, por favor... —murmuró, acercándose más—. No te hagas esto.
— ¿Hacerme qué? —espetó él, incorporándose a medias en la cama con movimientos torpes y dolorosos—. ¿Ser honesto? ¿Admitir que no soy lo que todos creen que soy?
Su voz se elevó con cada palabra, y con ello vino una tos violenta que lo dobló sobre sí mismo. Kaede se apresuró a sostenerlo, sintiendo cómo el cuerpo de su hermano se sacudía con cada espasmo.
— Shhh, tranquilo... —le susurró, frotando suavemente su espalda—. Respira, Koichi. Solo respira.
Pero Koichi se apartó de ella bruscamente, sus ojos llameando con una mezcla de dolor y autodesprecio.
— No me toques —jadeó, la respiración entrecortada—. No merezco... no después de...
— ¿Después de qué? —preguntó Kaede, la voz tensa por la frustración y el miedo—. ¿Después de arriesgar tu vida por gente que ni siquiera conoces? ¿Después de usar tu quirk hasta el límite para mantener a todos a salvo?
— ¡Después de colapsar como un idiota! —gritó Koichi, y inmediatamente se llevó las manos a la garganta, gimiendo de dolor—. Después de... de que me encontraran tirado como basura entre los escombros, inconsciente, inútil...
Las palabras salieron como proyectiles, cada una cargada de veneno dirigido hacia sí mismo. Kaede sintió las lágrimas quemar sus ojos mientras veía a su hermano destruirse frente a ella.
— Koichi, por favor, escúchame...
— No —la interrumpió él, negando con la cabeza violentamente—. Tú no lo entiendes, Kaede. Tú nunca has... nunca has fallado como yo.
— ¿Fallar? —la voz de Kaede se elevó, incrédula—. ¿Llamas fallar a salvar vidas? ¿A ser tan valiente que usaste tu quirk hasta el punto de lastimarte?
— Llamo fallar a no poder controlar mi propio cuerpo —replicó Koichi, las lágrimas comenzando a rodar por sus mejillas—. A caer dormido en medio del combate. A ser tan patético que mi propio organismo se rebela contra mí.
Cada palabra era una confesión dolorosa, una admisión de todas las inseguridades que había estado guardando durante años. La narcolepsia, su quirk autodestructivo, la sensación constante de no ser lo suficientemente bueno. Todo salió a borbotones como pus de una herida infectada.
— Mi quirk me está matando, Kaede —susurró, su voz apenas audible—. Cada vez que lo uso, cada vez que trato de ser el héroe que todos esperan que sea, siento como si algo se rompiera dentro de mí. Y hoy... hoy se rompió algo que no sé si se puede arreglar.
Kaede se acercó lentamente, como si se aproximara a un animal herido. Su hermano gemelo, su otra mitad, estaba desmoronándose frente a ella, y no sabía cómo detenerlo.
— Koichi... —murmuró, extendiendo una mano hacia él—. No estás roto. Solo estás cansado.
— ¿Cansado? —Koichi soltó una carcajada que sonaba más a sollozos—. Kaede, no he dormido bien en semanas. Mi médico me dijo que ajustara la medicación, que aumentara las dosis, que tomara en serio mi condición. Pero yo... yo soy demasiado orgulloso, demasiado estúpido...
Se detuvo abruptamente, como si se hubiera dado cuenta de que estaba a punto de revelar algo que prefería mantener oculto. Kaede frunció el ceño, percibiendo la tensión súbita en el aire.
— Es mi culpa... —murmuró finalmente, abriendo los ojos para mirar al techo—. Todo es mi culpa.
— No, no lo es...
— ¡SÍ LO ES! —gritó, y su voz se quebró literalmente, produciéndose un sonido horrible que lo hizo doblarse de dolor—. Es mi culpa porque... porque no hice caso...
Las palabras salieron entre sollozos ahogados, cada sílaba raspando su garganta destrozada como vidrio molido.
— Él me dijo que aumentara las dosis... que ajustara la intensidad... pero no lo acepté. No quería volver a recaer. Sabía que una una dosis más alta era peligrosa, no quería depender de ella y que me arrastre a algo peor.
Kaede sintió como si el mundo se hubiera detenido. Había algo en el tono de su hermano, algo en la forma como evitaba su mirada, que le decía que estaba escuchando solo una fracción de la verdad.
Koichi no respondió. En cambio, se llevó las manos al rostro, presionando las palmas contra sus ojos como si pudiera detener las lágrimas que no paraban de fluir.
Era solo una parte de la verdad. La más conveniente. La menos dañina. Lo que su cuerpo había experimentado no se debía únicamente a su enfermedad o a su negligencia médica. Era el precio de haber vuelto a caer en un abismo que había jurado no volver a tocar. El monstruo de la abstinencia que amenazaba con arrastrarlo hacia un vacío que conocía demasiado bien. Pero no podía confesarlo. No frente a Kaede. No podía destruir la imagen que ella aún mantenía de él.
En ese momento de silencio tenso, Kaede se acercó más a la cama. Pudo ver los temblores sutiles en las manos de su hermano, la palidez enfermiza de su piel, los pequeños detalles que había estado ignorando durante semanas porque había querido creer que Koichi estaba bien.
— Hermano... —susurró, su voz cargada de una ternura que hizo que Koichi se quebrara completamente.
Fue como si esa simple palabra hubiera destrozado la última barrera que mantenía su compostura. Koichi se desplomó hacia adelante, su cuerpo sacudiéndose con sollozos que parecían venir desde lo más profundo de su alma.
Kaede no dudó ni un segundo. Se lanzó hacia él, rodeándolo con sus brazos y atrayéndolo hacia su pecho. Sus dedos se hundieron en el cabello húmedo y enredado de su hermano gemelo, acariciándolo como había hecho tantas veces cuando eran niños y él despertaba de una pesadilla.
— No es tu culpa, Koichi... —murmuró contra su cabello—. No lo es...
Los dos gemelos se aferraron el uno al otro como náufragos a un salvavidas, sollozando en los hombros ajenos con la desesperación de dos almas rotas que solo se tenían entre sí. El mundo exterior dejó de existir; no había héroes ni villanos, no había misiones exitosas ni fracasos. Solo había dos hermanos que habían compartido el mismo útero, los mismos genes, los mismos miedos profundos, abrazándose como si con ello pudieran pegar los pedazos rotos de sus corazones.
Fue entonces cuando la puerta se abrió. La luz del pasillo se filtró en la penumbra de la habitación, revelando dos figuras que se habían vuelto tan familiares como sus propias sombras. Dos hombres de mediana edad, con el cabello surcado por canas prematuras y los ojos endurecidos por años de experiencia heroica, pero suavizados por un amor paternal que había perdurado a través de todas las tormentas.
Al ver a Aizawa y Hizashi en el umbral, los gemelos sintieron como si fueran niños de nuevo. Por un momento, todos los años de crecimiento, todas las responsabilidades adultas, todas las heridas autoinfligidas se desvanecieron. Quedaron solo dos niños rotos que necesitaban desesperadamente el abrazo de sus padres.
— ¡Papá! —gritaron al unísono, sus voces quebradas pero cargadas de alivio.
Los recuerdos los golpearon como una avalancha: risas infantiles resonando por los pasillos de la casa, pequeñas manos buscándolos en la oscuridad después de una pesadilla, la sensación de seguridad absoluta que solo un padre puede proporcionar. Hizashi se movió primero, sus largos pasos cubriéndo la distancia hasta Kaede en segundos, envolviéndola en un abrazo que olía a colonia y café, a hogar y seguridad.
Aizawa se acercó más lentamente a Koichi, sus ojos negros, tan similares a los de su hijo, evaluando cada detalle: la palidez enfermiza, los labios agrietados, los temblores sutiles que hablaban de abstinencia y agotamiento extremo.
El muchacho lloraba desconsolado, su cuerpo temblando no solo por las emociones, sino por la necesidad física que corroía sus células. Su voz salió rota, como si cada palabra fuera una herida abierta que se negaba a sanar.
— No fui suficiente... —balbuceaba entre sollozos, las lágrimas creando surcos salados en sus mejillas—. No pude... no pude mantenerme limpio... no pude ser el héroe que tú esperabas...
Las palabras se perdían entre la tos y los gemidos de dolor, pero cada sílaba llegaba clara al corazón de Aizawa como una flecha envenenada. Ver a su hijo, su niño, sin importar los años que tuviera, destruyéndose de esa manera era más doloroso que cualquier herida física que hubiera recibido en su carrera heroica.
La figura siempre firme y estoica de Aizawa se quebró en un gesto apenas perceptible. Sus manos, que habían derrotado innumerables villanos y protegido a miles de estudiantes, temblaron ligeramente mientras sostenían el rostro devastado de su hijo.
— Hiciste más de lo que cualquiera podría pedir —le dijo, su voz manteniendo una calma que contrastaba dramáticamente con la tormenta emocional que rugía en su interior—. Ahora lo único que debes hacer es descansar.
Pero Koichi negó con violencia, sus movimientos erráticos y desesperados. Se aferró a las manos de Aizawa como si fueran su único ancla en un océano de culpa y autodesprecio.
— No... —rogó, su voz gastada apenas un susurro ronco—. No me pidas que me quede aquí... déjame volver al campo, papá... una enfermera con quirk curativo puede ayudarme, aunque sea unas horas más...
Sus ojos suplicaban, brillando con una desesperación que partía el alma. Era la mirada de alguien que había perdido toda esperanza en sí mismo, que veía en el trabajo heroico la única manera de redimir sus errores.
— No me quites lo único... —su voz se quebró completamente—. Lo único que me hace sentir que valgo algo...
El silencio que siguió fue insoportable. Las súplicas de Koichi resonaban en las paredes estériles de la habitación como ecos de una herida que ninguno de los presentes sabía cómo cerrar. Era el grito de un alma rota, el lamento de alguien que había tocado fondo y no sabía cómo volver a la superficie.
Hizashi, que había permanecido abrazando a Kaede, sintió sus propias lágrimas formándose. Su hijo, su pequeño héroe rubio, estaba pidiendo que lo dejaran morir lentamente en nombre del deber, incapaz de ver su propio valor más allá de su utilidad.
El silencio se extendía como una herida abierta en la habitación del hospital. Las súplicas de Koichi flotaban en el aire espeso, cargado de dolor y desesperación, mientras sus padres intercambiaban una mirada que contenía años de experiencia, de decisiones difíciles y de amor incondicional puesto a prueba.
Aizawa mantenía el rostro de su hijo entre sus manos, sintiendo el temblor que lo recorría como ondas sísmicas. Los ojos de Koichi —tan parecidos a los suyos, pero ahora enrojecidos y suplicantes— lo miraban con una vulnerabilidad que le partía el alma. Era como ver a ese niño de cinco años que solía despertarse gritando por las pesadillas, excepto que ahora las pesadillas eran reales y él no podía simplemente encender la luz para ahuyentarlas.
— Koichi... —comenzó Aizawa, su voz más suave de lo que jamás había usado en el campo de batalla—. Tu cuerpo está al límite. Los médicos dicen que si sigues forzándote...
— ¡No me importa! —la interrupción salió como un rugido desgarrado, seguido inmediatamente por una tos violenta que salpicó gotas de sangre en las sábanas blancas—. No me importa lo que digan los médicos. No puedo... no puedo quedarme aquí mientras mis compañeros están ahí afuera arriesgando sus vidas.
Hizashi, que había estado consolando a Kaede en silencio, se giró hacia ellos. Sus ojos verdes, normalmente brillantes con energía y optimismo, ahora reflejaban una preocupación profunda. Conocía esa mirada en los ojos de Koichi; la había visto en el espejo durante sus propios momentos más oscuros como héroe profesional.
— Hey, pequeño león... —murmuró, usando el apodo cariñoso que no había pronunciado en años—. Entendemos lo que sientes, pero...
— ¡No, no lo entienden! —Koichi se incorporó bruscamente, ignorando el mareo que lo asaltó al moverse tan rápido—. Ustedes son héroes exitosos. Papá, tú eres Eraser Head, has salvado miles de vidas. Y tú... —su mirada se dirigió a Hizashi— tú eres Present Mic, inspiraste a toda una generación. Pero yo... yo apenas puedo mantenerme en pie sin colapsar.
Las palabras salían entrecortadas, mezclándose con sollozos que parecían arrancados desde lo más profundo de su pecho. Kaede se acercó lentamente, sus propios ojos hinchados por el llanto, extendiendo una mano temblorosa hacia su hermano.
— Koichi, por favor...
— ¡Y ahora están aquí! —continuó, como si las compuertas se hubieran abierto y todo el dolor acumulado durante años finalmente encontrara una salida—. Están aquí porque soy un fracaso. Porque no pude cuidar de mí mismo, porque no pude ser el héroe que esperaban que fuera.
El silencio que siguió fue tan denso que parecía tener peso propio. Aizawa cerró los ojos por un momento, sintiendo como si cada palabra de su hijo fuera una cuchillada directa a su corazón. En su mente, las imágenes se sucedían como fotografías descoloridas: Koichi a los seis años, practicando movimientos de artes marciales en el patio trasero; a los catorce, con los ojos brillantes de emoción al recibir su aceptación en la UA; a los dieciocho, en su ceremonia de graduación, sonriendo con esa mezcla de orgullo y nerviosismo que le recordaba tanto a sí mismo.
¿En qué momento todo había comenzado a desmoronarse? ¿Cuándo había fallado como padre?
— Koichi... —la voz de Aizawa salió más ronca de lo usual—. Mírame.
Los ojos llorosos de su hijo se alzaron hacia él, y por un momento, Aizawa vio al niño asustado que se escondía detrás de la fachada del héroe roto.
— Jamás... jamás has sido un fracaso para nosotros. ¿Me escuchas? —su tono se volvió más firme, casi como el que usaba con sus antiguos estudiantes cuando necesitaban una lección dura pero necesaria—. Desde el día que naciste, desde el primer momento que te vimos, supimos que eras especial. No por tu Quirk, no por tus habilidades... sino por quien eres.
— Pero no soy suficiente... —susurró Koichi, la voz quebrándose en cada sílaba
— Koichi, escúchame con atención. —Su voz, normalmente estruendosa y llena de energía, ahora era un murmullo cargado de emoción—. He estado en este negocio durante más de veinte años. He perdido gente. Tu padre ha perdido gente. Todos los héroes que conoces han perdido gente. Es la parte más cruel de lo que hacemos, pero no significa que hayamos fracasado.
— Es diferente... —Koichi negó con la cabeza, las lágrimas cayendo sin control—. Ustedes no entienden. Yo... yo no pude usar mi Quirk como debía. Me desmayé en el momento crucial. Si hubiera sido más fuerte, si hubiera entrenado más, si hubiera...
— Tranquilo, hijo… tranquilo —murmuró Aizawa, su voz grave, casi monótona, pero con la firmeza de quien se aferra a una última certeza. Cada palabra cayó sobre Koichi como una cuerda lanzada a un náufrago, un ancla que buscaba evitar que se hundiera del todo.
Sus dedos recorrieron la espalda del muchacho en un vaivén lento, casi ritual, midiendo cada caricia como si temiera que un contacto brusco pudiera romperlo. Y, poco a poco, el tembloroso compás de la respiración de Koichi comenzó a acompasarse. El joven, aún roto por el llanto, se aferró al cuerpo de su padre con una fuerza que no parecía propia de su fragilidad. Hundió el rostro en su hombro como un niño que teme perderse en la multitud del mundo, y Aizawa lo sintió así, pequeño de nuevo, desprotegido, reclamando un refugio que las batallas y los años le habían negado.
El súbito contraste entre la figura del héroe que se lanzaba a la guerra y este muchacho reducido a lágrimas fue como un golpe seco en el pecho de Aizawa. Fue entonces, apenas audible, como si se tratara de una plegaria sofocada por el llanto, que Koichi dejó escapar su súplica final:
— Por favor… déjenme volver al campo…
No hubo espacio para la respuesta. El cuerpo de Koichi cedió en ese mismo instante. La narcolepsia, impía e inevitable, lo arrastró como una mano invisible que lo arrancaba de la vigilia. Su respiración se volvió pesada, su cuerpo se relajó sin resistencia, y se desplomó en los brazos de su padre como un soldado que por fin suelta las armas.
Aizawa lo sostuvo con delicadeza, como si el peso de su hijo fuera a quebrarse entre sus manos. Lo recostó con esmero sobre la cama, acomodó la manta hasta cubrirle los hombros y, entonces sí, permitió que su mirada se detuviera en el rostro devastado que tenía frente a él. Había lágrimas secas marcándole la piel, los labios agrietados y manchados de sangre, y unas ojeras tan profundas que parecían heridas abiertas bajo sus ojos. Fue en ese instante, al ver lo lejos que la guerra lo había arrastrado, cuando algo se quebró dentro de Aizawa: una grieta invisible, silenciosa, pero definitiva.
Cerró los ojos apenas unos segundos, en un intento inútil de contener lo que no podía mostrarse. Cuando los abrió, buscó la mirada de Hizashi.
La voz que tantas veces había dictado órdenes en medio del caos, firme e inmutable, se quebró en un murmullo apenas audible, dirigido más a sí mismo que a los otros dos:
— No puedo dejar que lo haga… no puedo permitir que vuelva ahí fuera cuando está a un paso de perder la voz… no puedo…