Capítulo 9
16 de octubre de 2025, 10:58
Ryōsuke permanecía sentado en una de las incómodas sillas de plástico azul, con la espalda encorvada y las manos entrelazadas entre sus rodillas. Sus orejas de lobo, normalmente erguidas y alertas, colgaban a los costados de su cabeza como pétalos marchitos, traicionando la tristeza que carcomía su pecho. Cada minutos pocos, sus ojos rojos se desviaban hacia la puerta de la habitación donde descansaba Koichi, como si pudiera atravesar la madera con la mirada y verificar que su novio seguía respirando.
— ¿Y qué hacemos con esto del regreso al campo? —preguntó finalmente, volviendo al tema que los había llevado hasta esta conversación—. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras lo envía matarn a una misión que podría hacerlo.
Su voz aún temblaba, pero había en ella una determinación desesperada que Kaede reconoció de inmediato. Era el mismo tono que había escuchado en su padre cuando Hizashi se enfrentaba a algo que no podía controlar, esa mezcla de terror y obstinación que caracterizaba a quienes amaban demasiado profundamente.
Las orejas del híbrido se bajaron aún más, si es que eso era posible, delatando la impotencia que lo consumía. Sus manos temblorosas descansaban sobre sus rodillas, con los nudillos blancos de tanto apretarlos. Los tendones se marcaban bajo su piel pálida como cuerdas de violín a punto de mameluco. En su interior ardía un deseo egoísta que lo avergonzaba, pero que no podía negar: quería mantener a Koichi encerrado entre sus brazos, protegerlo de todo, construir un refugio donde nadie pudiera arrebatárselo hasta que la guerra terminara. Quería ser su escudo, su fortaleza, su razón para quedarse quieto ya salvo.
Pero sabía, con una certeza que le dolía hasta los huesos, que Koichi jamás aceptaría esa jaula de oro, por más que estuviera hecha de amor.
Kaede lo observaba en silencio, con una compasión que se reflejaba en cada línea de su rostro. Sus ojos negros, tan similares a los de su hermano pero infinitamente más sabios, captaban cada micro-expresión de dolor en el rostro del híbrido. Ella tampoco quería ver a Koichi pelear en ese estado, con las heridas aún frescas y la mente fragmentada por los traumas recientes. Pero había aprendido a leer a su gemelo mejor que nadie, a descifrar los patrones de su obstinación como si fueran las notas de una partitura familiar.
Conocía la testarudez que corría en la sangre de los Yamada, esa obstinación heredada que se manifestaba de maneras diferentes en cada miembro de la familia. En Hizashi se traducía en optimismo inquebrantable; en ella misma, en una determinación silenciosa pero férrea. Y en Koichi... en Koichi se convertía en una fuerza destructiva que lo empujaba hacia adelante incluso cuando el mundo entero se desmoronaba a su alrededor.
También había aprendido a reconocer los ecos de Aizawa en el carácter de su hermano, esa capacidad de autosacrificio que el maestro había perfeccionado hasta convertirla en arte. Koichi no era distinto: cuando decidió algo, cuando se convenció de que era necesario para proteger a otros, el mundo entero podía oponerse y aún así él encontraría la forma de hacerlo.
— No es algo decidido todavía —respondió Kaede con calma, aunque la tensión se le escapaba en cada palabra como agua entre los dedos.
Su voz tenía esa cualidad sedante que había desarrollado años de práctica consolando a su hermano. Pero ahora, bajo esa serenidad ensayada, se ocultaba una corriente subterránea de miedo que la carcomía desde adentro.
— Hay muchas cosas que atender antes de que ni siquiera consideren enviarlo, pero sí... —hizo una pausa, mordiendo el interior de su mejilla— es una posibilidad. Y Koichi es terco, demasiado terco. No aceptará un no como respuesta.
Llevó una mano a su cabello, apartando un mechón rebelde que se había escapado de su coleta mientras soltaba un suspiro largo y profundo. Era un gesto inconsciente, heredado de incontables horas viendo a su padre hacer lo mismo cuando el estrés lo abrumaba. Intentaba vaciar en ese suspiro parte de la tensión que la carcomía, pero era como tratar de vaciar el océano con una cucharita.
Luego se recostó en el respaldo de la silla, el plástico frío contrastando con el calor que emanaba de su cuerpo tenso. Levantó la vista hacia el techo blanco del hospital, manchado aquí y allá por pequeñas imperfecciones que parecían grietas en el cielo. Las luces parpadeaban ocasionalmente.
Una sonrisa rota asomó en sus labios, torcida y melancólica, como si aquella pequeña mueca fuese un intento desesperado de resignación. Era la sonrisa que se esboza cuando se acepta lo inevitable, cuando se comprende que algunas batallas están perdidas antes de comenzar.
— Somos una familia terca, Ryōsuke —murmuró, y su voz se teñía de una familiaridad cansada, como quien recita una verdad conocida desde la infancia—. Y entre todos, Koichi es el más testarudo de los cuatro. Créeme, lo sé mejor que nadie.
Sus palabras flotaron en el aire como hojas secas, cargadas del peso de años de experiencia. Recordaba las innumerables veces que había visto a Koichi estrellarse contra muros imposibles, solo para levantarse con sangre en los nudillos y seguir golpeando. Recordaba sus ojos brillantes de determinación cuando decidió que algo era justo, sin importar cuán autodestructivo fuera el camino elegido.
El híbrido apretó los dientes, un sonido casi imperceptible que resonó en el silencio de la sala de espera. Su mandíbula se tensó hasta que los músculos se marcaron bajo su piel, bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas. Las palabras de Kaede se clavaron en su pecho como dagas de hielo, porque en el fondo de su corazón sabía que tenía razón. Había visto esa determinación feroz en los ojos de Koichi demasiadas veces, había sido testigo de cómo su novio se arrojaba hacia el peligro con una sonrisa en los labios y el corazón en llamas.
Era una de las cosas que más amaba de él, pero también una de las que más lo aterrorizaban.
— Haremos lo posible para convencerlo de que no pelee —continuó Kaede, con un déje de amargura en la voz que la traicionaba—. Pero no puedo prometerte nada.
La honestidad brutal de sus palabras cortó el aire como una navaja. Era la clase de verdad que nadie quiere escuchar, pero que todos necesitan enfrentar. Kaede no era de las personas que endulzaran la realidad con promesas vacías o esperanzas infundadas. Había aprendido, a costa de mucho dolor, que a veces la compasión más grande era la honestidad más cruda.
Entonces, como si pudiera sentir el dolor que irradiaba del híbrido, giró hacia él y extendió su mano. Sus dedos encontraron los de Ryōsuke, cerrándose alrededor de ellos con una firmeza que hablaba de años construyendo fortalezas emocionales para su familia. Su piel era cálida, un contraste reconfortante contra el frío que había instalado en el pecho del joven lobo.
— Lo que sí puedo prometerte —dijo, y su voz se volvió un ancla en medio de la tormenta— es que estará a su lado. No voy a permitir que me quiten a mi otra mitad.
Había algo en el tono de Kaede, una determinación feroz que parecía inquebrantable, que le recordó por qué los gemelos Yamada eran tan inseparables. Era imposible no admirar esa unión férrea que sostenía a la familia, ese lazo invisible pero irrompible que los mantenía conectados incluso cuando el mundo se desmoronaba a su alrededor.
Y aunque la resignación pesaba sobre él como una manta de plomo, al menos encontró un poco de paz en la certeza de que Koichi no estaría solo. Si tenía que lanzarse al infierno, al menos su hermana estaría ahí para saltar con él.
Ryōsuke le desarrolló una sonrisa débil, temblorosa, pero genuina. Era apenas una curva en los labios, pero llevaba todo el agradecimiento que no podía expresar con palabras. Sus ojos rojos, normalmente brillantes y llenos de vida, se habían opaco con el peso de la preocupación, pero un pequeño destello de esperanza comenzó a parpadear en sus profundidades.
Respiró profundamente, llenando sus pulmones hasta el límite, y luego exhaló lentamente, intentando expulsar parte de la tensión que había acumulado en el pecho. Se limpió las lágrimas que habían empezado a formarse en las comisuras de sus ojos con la manga de su suéter, un gesto automático que había repetido incontables veces a lo largo de ese día terrible.
Poco a poco, comenzó a calmarse. Los músculos de sus hombros se relajaron ligeramente, y su respiración encontró un ritmo más estable. Tenía que ser fuerte , se repetía como un mantra silencioso. Tenía que ser el pilar sobre el cual Koichi pudiera apoyarse cuando despertara, tenía que ser la constante en medio del caos. Cambiar el tema, aunque fuera por un instante, parecía lo más sensato para ambos.
Pero el destino, cruel en sus tiempos y despiadado en sus coincidencias, tenía otros planos tejidos en su telaraña invisible.
Unos pasos apresurados resonaron en el pasillo, quebrando la quietud relativa del hospital como piedras arrojadas a un estanque tranquilo. El sonido de las suelas de goma golpeando contra la cerámica se acercaba rápidamente, acompañado por una respiración agitada que delataba urgencia o preocupación. Tanto Kaede como Ryōsuke alzaron la vista simultáneamente, sus sentidos poniéndose en alerta ante la interrupción inesperada.
Un joven apareció corriendo por el pasillo, sus pasos descoordinados y apresurados. Al verlos, se detuvo en seco, sus botas chirriando contra el suelo pulido mientras luchaba por mantener el equilibrio. Por un momento, solo se escuchó el eco de su llegada rebotando contra las paredes, mezclándose con el zumbido constante de las luces.
— ¡Kaede! —exclamó, con voz agitada y entrecortada.
Los ojos de la chica se abrieron con sorpresa, sus pupilas dilatándose ligeramente mientras procesaba la identidad del recién llegado. Un reconocimiento inmediato cruzó por su rostro, seguido de una expresión compleja que mezclaba alegría genuina con una incomodidad sutil pero perceptible. Ryōsuke se tensó de inmediato, como un animal que detecta peligro en el aire. Un presentimiento oscuro atravesó su pecho como una flecha fría, erizando el vello de sus brazos y haciendo que sus instintos de híbrido se pusieran en máxima alerta.
El recién llegado era un muchacho que aparentaba tener alrededor de diecisiete años, con una tez atlética pero no excesivamente musculosa. Su cabello negro, liso y corto, enmarcaba un rostro que irradiaba una mezcla de serenidad natural y expresividad genuina. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos: un celeste suave y brillante que contrastaba hermosamente con la oscuridad de su cabello, creando un efecto casi hipnótico. Eran ojos que transmitían tanto la calidez de un abrazo como la fuerza de una convicción inquebrantable.
Vestía aún el traje de héroe, un diseño blanco con algunos toques en negro, que ahora mostraba las huellas de una misión reciente. El polvo y la suciedad manchaban la tela en varios lugares, especialmente en las rodillas y los codos, sugiriendo combate cercano o rescates en entornos hostiles. Pequeños rasguños adornaban sus guantes, y una mancha de sangre seca —aparentemente no suya— se extendía por el costado izquierdo de su pecho.
Estaba inclinado hacia adelante, apoyando las manos en las rodillas mientras recuperaba el aire que había perdido en su carrera desesperada hasta el hospital. Gotas de sudor le corrían por la sensación, creando pequeños senderos brillantes que bajaban por su rostro enrojecido por el esfuerzo. Su respiración era irregular, entrecortada, y se podía ver cómo su pecho subía y bajaba con rapidez mientras intentaba oxigenar sus pulmones agotados.
Ryōsuke lo observó con un recelo que nació instintivamente en su pecho, sin que pudiera explicar exactamente por qué. Su sexto sentido, afinado por años de vida en una sociedad donde las primeras impresiones podían significar la diferencia entre aceptación y rechazo, le gritaba advertencias que no podía descifrar con claridad. Había algo en la forma en que el recién llegado había pronunciado el nombre de Kaede, una familiaridad y una urgencia que le erizó la piel.
— Touma... qué gusto verte... —murmuró Kaede, y su voz llevaba una mezcla compleja de emociones.
Había alegría genuina ahí, el tipo de alegría que surge al encontrarse con alguien querido después de mucho tiempo. Pero también había algo más, una tensión sutil que se escondía detrás de su sonrisa nerviosa. Era la clase de incomodidad que aparece cuando el pasado y el presente colisionan de maneras inesperadas, cuando los fantasmas de ayer aparecen en el momento menos oportuno.
Apenas el nombre se escapó de los labios de Kaede, Ryōsuke sintió cómo algo dentro de él se tensaba. No fue una reacción pensada ni mucho menos racional: un gruñido bajo, gutural, le brotó de la garganta como un reflejo animal. Apenas audible, pero cargado de todo el rechazo y la incomodidad que lo dominaban.
Kaede intento ignorarlo para mantener la paz, sus manos se movieron inconscientemente hacia su cabello, alisando mechones que no necesitaban ser alisados, un gesto nervioso que había heredado de su padre. La sorpresa inicial había dado paso a una cautela cuidadosamente controlada, como si estuviera navegando por aguas que conocía pero que sabía que podían ser traicioneras.
— ¿Qué te trae por aquí? —continuó, intentando sonar casual pero sin lograrlo completamente. Su tono llevaba una carga de significado que Ryōsuke no podía descifrar, pero que definitivamente podía sentir—. No pareces lesionado.
Touma negó suavemente con la cabeza, enderezándose lentamente mientras su respiración comenzaba a estabilizarse. Sus movimientos tenían una gracia natural, una fluidez que hablaba de años de entrenamiento físico y control corporal. Al ponerse derecho, su verdadera altura se hizo evidente: no era muy alto, pero tenía una presencia que llenaba el espacio sin ser abrumadora.
Su sonrisa se dibujó con un tinte de alivio puro, como si hubiera estado cargando una preocupación terrible y finalmente hubiera encontrado una respuesta a sus plegarias. Era una sonrisa honesta, sin malicia ni segundas intenciones, pero que llevaba una intensidad emocional que hizo que el estómago de Ryōsuke se contrajera de forma desagradable.
— Vine a ver a Koichi... —dijo, y su voz se suavizó de una manera que fue imposible de ignorar.
La forma en que pronunció el nombre fue como escuchar a alguien mencionar algo sagrado. Había reverencia ahí, pero también una familiaridad íntima que hablaba de historia compartida. Sus ojos celestes se iluminaron con una intensidad que los volvieron aún más brillantes, como estrellas que de repente encuentran su luz después de estar ocultas tras las nubes.
Esa intensidad no pasó desapercibida para ninguno de los presentes. Era el tipo de brillo que aparece en los ojos cuando alguien menciona a la persona que más ama en el mundo, una luz que viene desde el fondo del alma y que es imposible de fingir o disimular. Y eso, más que cualquier palabra, delató completamente a Touma ante la mirada cada vez más tensa de Ryōsuke.
— Escuché lo que pasó en el campo —continuó Touma, y su voz se cargó de una preocupación genuina que resonó en cada palabra—. Cuando me dieron permiso para salir, corrí directo hasta aquí. No tengo mucho tiempo, pero... necesito verlo.
La última frase salió de sus labios como una confesión, cargada de una urgencia que iba más allá de la simple preocupación de un compañero de trabajo o un amigo. Era la necesidad desesperada de alguien que había escuchado que la persona más importante de su mundo estaba herida y había movido cielo y tierra para llegar hasta ella.
Ryōsuke se tensó como una cuerda de violín a punto de mameluco. Sus orejas de lobo se alzaron completamente, en máxima alerta, mientras sus manos se apretaban sobre la tela de su pantalón hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Un nudo áspero y desagradable se forma en su garganta, haciendo que tragar se convierta en un acto doloroso.
Normalmente, Ryōsuke no era una persona celosa. Su personalidad naturalmente dulce y confiada le había permitido navegar su relación con Koichi sin las inseguridades que plagaban a muchas otras parejas. Pero todo lo vivido ese día lo había dejado emocionalmente vulnerable, con las defensas bajas y los nervios a flor de piel. El miedo constante de perder a Koichi, la impotencia de no poder protegerlo, el agotamiento emocional de las últimas horas... todo se había combinado para crear la tormenta perfecta de inseguridad.
Y ver ese brillo en la mirada de Touma, ese mismo brillo que él mismo tenía cuando miraba a Koichi, esa luz que reconocía porque la había visto reflejada en espejos durante meses, lo golpeó como una bofetada. Era como verso a sí mismo desde afuera, como reconocer en un extraño los sentimientos más íntimos y privados que guardaba en su pecho.
Sus instintos de híbrido, ya alterados por el estrés del día, comenzaron a enviarle señales de alarma. Podía oler algo en el aire, una mezcla sutil de feromonas que hablaba de emociones intensas, de conexiones profundas, de historia compartida. Era el olor de dos personas que tenían significado mucho la una para la otra, incluso si esa historia pertenecía al pasado.
Kaede percibió al instante la tensión que se había instalado en el aire como una nube de tormenta. Sus años de experiencia leyendo las emociones de su familia disfuncional le habían dado una sensibilidad casi sobrenatural para detectar cuando las cosas estaban a punto de explotar. Podía ver la rigidez en los hombros de Ryōsuke, la forma en que sus orejas se habían alzado, la manera en que sus manos temblaban ligeramente.
También podía leer la honestidad brutal en la expresión de Touma, esa transparencia emocional que lo había caracterizado desde que lo conoció. No había malicia en él, no había intención de causar dolor o problemas, pero eso no hacía la situación menos delicada. A veces, las mejores intenciones podían crear los desastres más grandes.
Se levantó despacio de su asiento, sus movimientos calculados y fluidos, como alguien que se mueve por un campo minado y sabe que un paso en falso puede desencadenar una explosión. El plástico azul de la silla susurró suavemente cuando su peso la abandonó, un sonido casi imperceptible que sin embargo pareció resonar en el silencio tenso que se había instalado entre los tres jóvenes.
Giró hacia Ryōsuke con una suavidad estudiada, sus ojos negros encontrando los rojos del híbrido con una comprensión que no necesitaba palabras. Había una disculpa silenciosa en su mirada, una promesa de que entendía perfectamente lo que estaba pasando y que no permitiría que la situación se saliera de control.
— ¿Me das un momento? —preguntó, con una suavidad que era al mismo tiempo una petición y una súplica.
Su voz llevaba toda la diplomacia que había aprendido de años mediando entre personalidades explosivas. Era el tono que había usado para calmar a Koichi después de pesadillas, para tranquilizar a Hizashi cuando la ansiedad lo consumía, para crear espacios seguros en medio del caos emocional que caracterizaba a su familia.
Ryōsuke dudó, y en esa pausa se podía leer toda la tormenta que rugía en su interior. Sus ojos se movieron entre Kaede y Touma, evaluando y dudando, tratando de decidir si podía confiar en que las cosas no se descontrolarían en su ausencia. La parte racional de su mente le decía que Kaede sabía lo que hacía, que ella también protegería los intereses de Koichi. Pero la parte emocional, la que estaba herida y vulnerable, le gritaba que no podía permitir que Touma se acercara a su novio.
Finalmente, después de lo que sintió como una eternidad, ascendió. Fue un gesto pequeño, apenas perceptible, pero cargado de una confianza que le costó un esfuerzo sobrehumano otorgar. Su mandíbula permanecía apretada, los músculos tensos bajo la piel pálida, pero había tomado su decisión.
Kaede le dedicó una sonrisa breve pero genuina, una expresión que llevaba todo su agradecimiento por la confianza depositada en ella. Era una sonrisa que prometía cuidado, que garantizaba que entendía la importancia del momento y que no tomaría esa confianza a la ligera.
Luego volvió su atención a Touma, y su expresión se suavizó aún más. Había una familiaridad cariñosa en la forma en que lo miraba, pero también una advertencia sutil que solo alguien que conociera bien a Kaede podría detectar. Era la mirada de una hermana mayor que está dispuesta a proteger a su familia a cualquier costo.
— Koichi está dormido... —dijo, y su voz llevaba una calidez que contrastaba con la tensión del momento— pero puedes pasar unos minutos.
La palabra "minutos" fue enfatizada sutilmente, una delimitación clara de tiempo que establecía los parámetros de la visita sin sonar demasiado restrictiva. Era una concesión, no una invitación abierta, y Touma lo entendió perfectamente.
El joven héroe avanzaba con rapidez, y el alivio que se extendía por su rostro fue tan intenso que fue casi tangible. Sus ojos celestes se iluminaron como si hubieran encendido una vela en su interior, y por un momento, toda la fatiga del día pareció desvanecerse de sus facciones.
Era hermoso, se dio cuenta Ryōsuke con una punzada de dolor que lo atravesó como un cuchillo. Touma era genuinamente hermoso, no solo en el sentido físico (aunque era innegablemente atractivo) sino en esa forma más profunda que surge de la autenticidad emocional. Había algo en él que irradiaba bondad genuina, una luz interior que lo hacía imposible de ignorar o despreciar completamente.
Y eso, más que cualquier otra cosa, fue lo que más aterró a Ryōsuke. Hubiera sido más fácil odiarlo si hubiera sido cruel, manipulador o simplemente desagradable. Pero la honestidad radiante en la expresión de Touma, la forma en que sus emociones se reflejaban sin filtros en su rostro, la manera en que había corrido desde quien sabe dónde solo para asegurarse de que Koichi estuviera bien... todo eso pintaba el retrato de alguien que realmente se preocupaba, alguien que tenía razones legítimas para querer estar ahí.
Antes de seguir a Kaede hacia la habitación, Touma se giró hacia Ryōsuke. Con una sonrisa genuina que no llevaba ni una pizca de malicia o competitividad, levantó su mano en un gesto de saludo casual, el tipo de cortesía automática que surge de una buena educación y una naturaleza genuinamente amable.
— Mucho gusto —dijo simplemente, su voz llevando una calidez sincera que hizo que el estómago de Ryōsuke se contrajera aún más.
Era completamente ajeno al torbellino de emociones que había encendido con su sola presencia. Para él, Ryōsuke era simplemente otro visitante en el hospital, quizás otro amigo de Koichi preocupado por su bienestar. No había la menor intención de provocar o competir; solo la cortesía natural de alguien que había sido criado para ser respetuoso con los extraños.
Y esa inocencia, esa completa falta de conciencia sobre el impacto de su llegada, fue como salir en la herida para Ryōsuke. Porque significaba que los sentimientos de Touma por Koichi eran tan naturales para él, una parte integral de quien era, que ni siquiera se daba cuenta de cómo se transparenteaban en cada gesto, en cada palabra, en cada mirada.
Ryōsuke logró articular un saludo entrecortado, su voz apenas audible por encima del nudo que se había formado en su garganta. Vio cómo Touma siguió a Kaede por el pasillo, sus pasos ahora más controlados pero aún cargados de una urgencia contenida. Los vio desaparecer por el pasillo hacia la habitación de Koichi, y se quedó solo en la sala de espera, rodeado por el eco de sus propios miedos y el zumbido incesante de las luces fluorescentes.
El silencio que se instaló después de su partida se sintió diferente al anterior. Ya no era la quietud tensa pero esperanzadora de dos personas esperando noticias; ahora era el silencio pesado y asfixiante de alguien que acaba de darse cuenta de que la batalla que creía estar peleando es mucho más compleja de lo que había imaginado.
Ryōsuke se dejó caer de nuevo en su silla, pero esta vez su postura era diferente. Ya no era la posición expectante del amante preocupado; ahora se curvaba sobre sí mismo como un animal herido, con los brazos cruzados sobre el pecho en un gesto inconsciente de autoprotección.
Sus orejas de lobo, que habían estado alertas durante toda la interacción, se plegaron completamente contra su cabeza, ocultándose entre los mechones blancos de su cabello. Era una respuesta instintiva al estrés, un intento de su cuerpo híbrido de hacerse más pequeño, menos visible, menos vulnerable.
Cerró los ojos y trató de controlar la respiración que se había vuelto irregular. En su mente, las imágenes se sucedían sin control: Touma corriendo por los pasillos del hospital, sus ojos brillando al mencionar el nombre de Koichi, la forma en que Kaede había reaccionado a su llegada... todo pintaba un cuadro que Ryōsuke no quería ver pero que no podía ignorar.
Había historia ahí. Historia real, profunda, significativa. Y mientras él se quedaba en la sala de espera, luchando contra demonios que apenas comenzaba a entender, esa historia estaba caminando hacia la habitación donde descansaba el hombre que amaba.
El sonido de una puerta abriéndose en la distancia le llegó como un eco, seguido por voces suaves que no pudo distinguir. Su imaginación comenzó a llenar los vacíos con escenarios que lo torturaban: Touma inclinándose sobre la cama, tomando la mano de Koichi, susurrando palabras que solo ellos dos entenderían...
Se obligó a abrir los ojos, sacudiendo la cabeza vigorosamente como si pudiera deshacerse inevitablemente de esos pensamientos. No podía hacer esto. No podía torturarse con especulaciones y miedos infundados. Koichi lo amaba —de eso estaba seguro— y había construido algo real y hermoso junto a él.
Pero mientras se repetía esas afirmaciones como mantras, una pequeña voz en el fondo de su mente susurraba preguntas que no quería escuchar: ¿Qué pasaría si Koichi despertaba y veía a Touma? ¿Qué pasaría si esos ojos celestes eran lo primero que sus ojos negros encontraran al abrir? ¿Y qué pasaría si, en ese momento de vulnerabilidad y confusión, los recuerdos del pasado se sintieran más reales que las promesas del presente?
El tiempo se estiró como un chicle, cada segundo sintiendo como una eternidad mientras esperaba a que Kaede y Touma regresaran. Y en esa espera, Ryōsuke se dio cuenta de que esta noche había cambiado algo fundamental, no solo en la situación de Koichi, sino en su propia comprensión de lo que significaba amar a alguien con un pasado tan complejo como el presente.