ID de la obra: 1303

Linea Blanca

Slash
NC-17
Finalizada
0
Tamaño:
228 páginas, 129.285 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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Capítulo 10

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Touma caminaba junto a Kaede con pasos que parecían demasiado ligeros para el peso que cargaba en el pecho. Sus manos temblaban ligeramente, entrelazadas frente a él en un gesto que buscaba contener la ansiedad que lo devoraba desde adentro. Cada paso lo acercaba más a Koichi, pero también a la incertidumbre de no saber en qué estado lo encontraría. La preocupación por Koichi se había vuelto una presencia constante desde que recibo el informe dónde contaban brevemente la situación de Koichi. Durante las horas que había tardado en llegar al hospital, su mente había creado los escenarios más terribles, imágenes que lo atormentaban con la posibilidad de llegar demasiado tarde, de no poder decirle todo lo que había guardado en silencio durante años. Pero había algo más, una emoción subterránea que se negaba a reconocer completamente: el cosquilleo ansioso, casi adolescente, de volver a ver a Koichi después de aquella noche. Era una sensación agridulce que lo hacía sentir culpable y esperanzado al mismo tiempo, como si cada paso lo acercara tanto al miedo como a una posibilidad que no se atrevía a nombrar. — ¿Estás seguro de que quieres verlo así? —le preguntó Kaede, deteniéndose frente a la puerta de la habitación. Su voz llevaba esa preocupación fraternal que siempre reservaba para su hermano, pero extendida ahora hacia él—. Ha estado... muy mal, Touma. No es el Koichi que recuerdas. Touma asintió con determinación, aunque sus ojos celestes reflejaban la tormenta interna que lo atravesaba. — Necesito verlo —susurró, su voz apenas un hilo—. Necesito saber que está bien. Kaede estudió su rostro por un momento largo, como si pudiera leer en él todas las palabras no dichas, todos los sentimientos que Touma guardaba como secretos preciosos y dolorosos. Finalmente, suspiró y llevó la mano al picaporte. — Mis padres están adentro, pero creo que van salir. Han estado aquí toda la noche y parte del día —explicó mientras giraba la manija—. Creo que necesitaban aire fresco y... procesar todo esto. La puerta se abrió justo cuando dos figuras familiares emergían de la habitación. Aizawa Shota caminaba con los hombros caídos, una postura que Touma jamás había visto en su antiguo profesor. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, estaban enrojecidos por el agotamiento y la preocupación, rodeados de ojeras más profundas de lo habitual. A su lado, Hizashi Yamada mantenía una sonrisa forzada que no lograba ocultar completamente el dolor que lo consumía. El aire cargado de tensión y agotamiento pareció escapar con ellos, como si la habitación hubiera estado conteniendo la respiración durante horas. — Touma —saludó Hizashi, su voz normalmente vibrante sonando apagada, como un eco de sí misma—. No esperaba verte por aquí, muchacho. Touma se enderezó inmediatamente, una sonrisa automática cruzando su rostro a pesar de las circunstancias. Era imposible no alegrarse al ver a sus antiguos maestros, figuras que habían marcado su formación no solo como héroe, sino como persona. Habían sido los primeros adultos en mirarlo sin prejuicios, en ver más allá de su apellido y la sombra que este proyectaba. — Sensei Yamada, sensei Aizawa —respondió con calidez genuina, aunque su sonrisa se tiñó de una tristeza inevitable—. Habría querido reencontrarnos en circunstancias mejores. Aizawa lo observó con esos ojos que parecían leer el alma, pero esta vez había algo diferente en su mirada. No era la evaluación fría del profesor, sino la comprensión silenciosa de un padre que reconocía el dolor en otro joven. Bajó la mirada apenas, demasiado herido todavía para poner en palabras lo que sentía al ver a su hijo en esa cama de hospital. — Él... estará bien —murmuró finalmente, como si necesitara convencerse a sí mismo tanto como a Touma—. Es fuerte. Más fuerte de lo que a veces cree. Hizashi puso una mano en el hombro de Touma, un gesto paternal que casi lo hace quebrarse ahí mismo. — Gracias por venir, hijo. Sé que significa mucho para él, aunque tal vez nunca lo admita —dijo con esa calidez que lo caracterizaba, aun teñida de agotamiento—. Kaede, manténnos informados de cualquier cambio, ¿sí? Estaremos cerca. Kaede asintió con esa seriedad que la caracterizaba cuando se trataba de cuidar a su familia. Sus ojos negros, tan parecidos a los de Koichi pero llenos de una determinación diferente, se fijaron en sus padres con una promesa silenciosa. — Por supuesto. Vayan a descansar un poco, nosotros nos quedamos con él. Los dos hombres se alejaron por el pasillo, sus figuras hundiéndose gradualmente en las sombras proyectadas por las luces del techo. Aizawa caminaba como si llevara el peso del mundo sobre los hombros, mientras Hizashi mantenía una mano protectora en su espalda, susurrándole palabras que Touma no alcanzó a escuchar. El silencio que quedó en el pasillo se sintió denso, cargado de expectativa y miedo. Touma respiró profundo, preparándose mentalmente para lo que vería al cruzar esa puerta. Sus manos temblaron ligeramente cuando Kaede le hizo una seña para que esperara. — Antes de entrar... —comenzó ella, su voz suave pero firme—. Quiero que sepas que Koichi ha estado... complicado últimamente. No solo físicamente. Su estado mental ha sido frágil, y ver cómo llegó aquí... —Se detuvo, pasándose una mano por el cabello rubio en un gesto que era idéntico al que hacía su hermano cuando estaba nervioso—. Solo... sé gentil con él, ¿sí? Touma asintió, entendiendo más de lo que ella había dicho explícitamente. Conocía a Koichi, o al menos había conocido a la versión de él que existía años atrás. Sabía de sus demonios internos, de la forma en que luchaba contra sus propios impulses autodestructivos. La idea de que esa batalla hubiera empeorado le atravesó el corazón como una lanza. — Siempre soy gentil con él —murmuró, más para sí mismo que para ella. Kaede le sonrió con una mezcla de agradecimiento y tristeza, luego empujó suavemente la puerta. El olor a desinfectante lo golpeó primero, ese aroma químico que todos los hospitales compartían, mezclado con el aire reciclado y una nota sutil de medicamentos. Después llegó el sonido: la respiración pausada de Koichi, el pitido constante de los monitores, el murmullo distante del hospital funcionando como un organismo vivo. Touma entró despacio, como si temiera quebrar algo con cada movimiento. Sus ojos se ajustaron a la luz más tenue de la habitación, y entonces lo vio. Koichi yacía en la cama de hospital, su piel, normalmente llena de color por el sol y la vida, se veía pálida bajo la iluminación artificial, casi transparente en algunos lugares donde las venas se dibujaban como mapas azules bajo la superficie. Su cabello rubio, habitualmente rebelde y lleno de vida, estaba aplastado contra la almohada, algunos mechones pegados a su frente por el sudor. Pero lo que más impactó a Touma fue la quietud. Koichi era movimiento constante, energía contenida que buscaba escape en bromas, en coqueteos, en gestos dramáticos. Verlo tan inmóvil, tan frágil, le produjo un quiebre interno que sintió como un golpe seco en el pecho. Este no era el Koichi que recordaba de la U.A., ni siquiera el que había visto aquella noche tan reciente pero que ahora parecía haber ocurrido en otra vida. Sin pensarlo conscientemente, arrastró una silla hasta quedar junto a la cabecera de la cama. Se sentó lentamente, sin poder apartar los ojos del rostro dormido de Koichi. Había líneas nuevas alrededor de sus ojos, marcas que hablaban de noches sin dormir y días difíciles. Sus labios, habitualmente curvados en una sonrisa irónica o coqueta, estaban ligeramente entreabiertos, respirando con un ritmo que parecía requerir esfuerzo. La mano de Koichi descansaba sobre la sábana blanca, conectada a un suero que goteaba con constancia metronómica. Touma la contempló por un momento, recordando cómo esas mismas manos lo habían tocado con ternura infinita, cómo habían trazado mapas sobre su piel con una reverencia que lo había hecho sentir adorado. No pudo resistirse. Con una delicadeza casi religiosa, deslizó sus dedos hasta entrelazarlos con los de Koichi. La piel estaba fría, más de lo que recordaba, pero el contacto despertó una corriente eléctrica que viajó desde sus dedos hasta su corazón. De inmediato lo embargó la culpa, pesada y asfixiante como una manta mojada. La escena de aquella noche volvió a golpearlo con la fuerza de una avalancha: la reunión, la música de fondo, la botella compartida, la pastilla que había visto a Koichi tragar con demasiada familiaridad. Recordó la forma en que se había despedido, apresurado, con la intensidad de lo que había sentido. Recordó no haberlo hecho quedarse, no haber cuidado de él, no haber sido suficiente valiente para enfrentar lo que esa noche había significado para ambos. Si hubiera hecho algo distinto, si hubiera sido más atento, si hubiera tenido el valor de quedarme... Los pensamientos se multiplicaron como virus, infectando cada rincón de su mente con reproches y remordimientos. Él no estaría aquí postrado. —Lo siento —susurró, su voz quebrada apenas audible en el silencio de la habitación—. Lo siento tanto, Koichi. Debí haber hecho algo, debí haber sabido... El peso de la culpa era tan grande que le arrancó una lágrima silenciosa, que rodó por su mejilla y cayó sobre la sábana blanca sin que él se molestara en limpiarla. Después vino otra, y otra más, hasta que se encontró llorando en silencio, con los hombros temblando por el esfuerzo de no hacer ruido. Desde la esquina de la habitación, Kaede observaba la escena con una mezcla de comprensión y dolor. Había notado la forma en que Touma miraba a su hermano, la ternura casi reverencial con que había tomado su mano, las lágrimas que ahora corrían libremente por su rostro. Su silencio era calculado, un regalo de espacio que tal vez Touma necesitaba para procesar todo lo que llevaba guardado. Lo dejó quedarse unos minutos más, mirarlo, sostenerlo, llorarlo en silencio. Había algo catártico en esa escena, como si Touma estuviera finalmente permitiéndose sentir todo lo que había reprimido durante años. Pero cuando Kaede estaba a punto de intervenir, cuando las lágrimas de Touma habían comenzado a secarse y el silencio se había vuelto casi insoportable, una voz quebrada rompió el aire como un rayo de sol atravesando las nubes: — ¿Touma...? La voz era apenas un susurro, ronca por los efectos del daño en su garganta y la medicación, pero inconfundiblemente la de Koichi. Touma levantó la cabeza bruscamente, sus ojos celestes brillando con una mezcla de alivio, alegría y sorpresa. Los párpados de Koichi se movían lentamente, luchando contra el peso de la medicación, pero había una sonrisa pequeña e inconsciente curvando sus labios. Era esa sonrisa que Touma recordaba de la U.A., la que aparecía cuando Koichi estaba genuinamente feliz por algo, sin filtros ni actuaciones. Touma parpadeó, sorprendido por la intensidad de su propia reacción emocional. Su sonrisa brotó como un reflejo, amplia y luminosa, transformando completamente su rostro. Apretó la mano de Koichi con más fuerza y, en un impulso de ternura que no pudo controlar, la llevó hasta sus labios, besando con delicadeza sus nudillos. — Sí, soy yo —dijo con una risa suave, teñida de alivio y una tristeza residual—. Estaba tan preocupado... me alegra tanto que estés bien. Los ojos de Koichi se abrieron un poco más, enfocándose lentamente en el rostro de Touma. Había un brillo en ellos que no había estado allí momentos antes, una chispa de vida que parecía alimentarse de la presencia del chico frente a él. No era solo alegría por verlo; era el reconocimiento de que alguien lo había estado esperando, de que alguien lo había tenido en sus pensamientos durante su ausencia. Aunque enseguida, como era típico en él, una sombra de culpa pasó por su rostro. Sus ojos se desviaron momentáneamente, como si no pudiera sostener la intensidad de la preocupación que veía reflejada en Touma. — Estoy bien, no soy tan fácil de romper —bromeó, su voz todavía ronca pero ganando fuerza con cada palabra—. Tú lo sabes bien. La risa que siguió fue coqueta, cargada de una insinuación que hizo que los recuerdos de aquella tarde se agolparan en la mente de Touma como una marea. El sonrojo en sus mejillas fue instantáneo e imposible de ocultar, su memoria traicionándolo con imágenes de la piel blanca bajo la luz tenue de la lámpara, de susurros compartidos en la intimidad de la tarde, de caricias que habían hablado un lenguage que las palabras no podían expresar. Apartó la mirada un instante, pero era inútil esconder el rubor que lo delataba como una bandera roja. Sus manos temblaron ligeramente, y tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no soltar la mano de Koichi. Koichi apenas tuvo tiempo de reírse de su reacción, encontrando un deleite genuino en la capacidad de hacer que Touma se sonrojara con tanta facilidad, antes de que su mirada se cruzara con la de su hermana. El chiste se congeló en el aire como vapores de hielo seco. Kaede lo miraba desde su esquina con una expresión que era una obra maestra de emociones complejas: reproche, sospecha, preocupación y algo que se parecía peligrosamente a la comprensión. Era la mirada de quien había escuchado demasiado, de quien comenzaba a atar cabos que tal vez no debían unirse. Koichi suspiró, un sonido que llevaba el peso de años de secretos guardados. Sus ojos se fijaron en los de su hermana con una expresión que era pura súplica silenciosa. No había palabras que pudieran expresar lo que necesitaba, pero Kaede lo conocía lo suficiente como para leer el mensaje: Un minuto a solas. Por favor. Solo un minuto. Kaede dudó mucho más de lo que quiso demostrar. Su instinto protector luchaba contra el reconocimiento de que había fuerzas en juego que ella no podía controlar ni juzgar. Miró a Touma, quien parecía completamente ajeno a la tensión silenciosa entre los hermanos, perdido en su propia felicidad por ver a Koichi despierto y sonriendo. Finalmente, con un suspiro que contenía años de preocupación fraternal, cedió. — Voy por café —anunció, su voz cuidadosamente neutra—. Estaré de vuelta en unos minutos. Salió de la habitación cerrando la puerta suavemente tras ella, pero no sin antes lanzar una última mirada de advertencia a su hermano. Era una mirada que decía claramente: Ten cuidado. No hagas nada estúpido. Ya has sufrido suficiente. El silencio que quedó fue diferente, más denso, cargado de un peligroso magnetismo que parecía tirar de ambos hacia un territorio que sabían que no deberían explorar. La habitación se sintió más pequeña de repente, más íntima, como si las paredes se hubieran acercado para proteger sus secretos. Koichi giró la cabeza para mirar directamente a Touma, sus ojos brillando con una intensidad que la medicación no había logrado opacar. Había dolor allí, sí, pero también algo más profundo, más peligroso: esperanza. — Te extrañé mucho —dijo, su voz ronca pero firme en la privacidad del momento—. Más de lo que debería, más de lo que tengo derecho a extrañar a alguien. Las palabras quedaron flotando en el aire entre ellos como una confesión prohibida. Touma sintió como si el suelo se hubiera movido bajo sus pies, como si todo lo que había construido cuidadosamente en su vida —su relación con Hirosha, su carrera como héroe, su intento de seguir adelante— se tambaleara peligrosamente. — Yo también... —respondió, su voz apenas un susurro mientras acariciaba con suavidad la mano que aún sostenía—. No hay un día en que no piense en ti, en nosotros, en lo que podríamos haber sido. Se miraron unos segundos que se sintieron como horas, incapaces de articular todo lo que los atravesaba. Había tantas cosas que decir, tantas preguntas que hacer, tantos sentimientos que habían sido enterrados bajo capas de tiempo y obligaciones. Pero las palabras parecían insuficientes para el momento, demasiado pequeñas para contener la magnitud de lo que sentían. Entonces Koichi lo pidió, no con palabras sino con la forma en que sus ojos se fijaron en los labios de Touma, con la manera en que su respiración se hizo más profunda, con el gesto casi imperceptible con que inclinó su cabeza hacia él. Touma dudó, sorprendido por la claridad de la petición silenciosa. Su mente racional gritaba todas las razones por las que era una mala idea: Koichi tenía pareja, él tenía pareja, estaban en un hospital, Kaede podría volver en cualquier momento. Pero su corazón, ese órgano traicionero que nunca había aprendido a seguir la lógica, ya había tomado la decisión. Se inclinó sobre él lentamente, dándole tiempo para cambiar de opinión, para detenerlo. Pero Koichi no se movió, excepto para cerrar los ojos y exhalar suavemente. Sus labios se encontraron en un roce tan leve que parecía una pregunta hecha de aire y esperanza. La risita suave que escapó de los labios de Koichi fue su respuesta, un sonido que desarmó completamente las defensas de Touma y lo arrastró al beso por completo. Fue lento, dulce, cargado de años de anhelo reprimido y de un cariño prohibido que ninguno debía sentir pero que ambos abrazaban sin remordimientos en ese instante suspendido en el tiempo. Las manos de Koichi, débiles pero determinadas, encontraron las mejillas de Touma, sosteniéndolo con una firmeza que contrastaba con su estado físico. No lo dejó apartarse, reclamando cada nuevo beso como si fueran gotas de agua en un desierto que había estado cruzando durante años. Touma se permitió perderse en la sensación, en el sabor ligeramente amargo de la medicación mezclado con algo que era pura escencia de Koichi, en la forma en que sus labios se movían contra los suyos con una familiaridad que el tiempo no había logrado borrar. Era como volver a casa después de un largo exilio, como encontrar una parte de sí mismo que había estado perdida. Cuando finalmente Koichi lo soltó, ambos estaban respirando con dificultad. Koichi rompió en una risa ronca, todavía marcada por el dolor en su garganta, pero vibrante de una felicidad que parecía emanar desde lo más profundo de su ser. Era inevitable: la expresión sonrojada de Touma, con los labios ligeramente hinchados y los ojos brillantes de emoción contenida, lo llenaba de una ternura y alegría que no había sentido en meses. — Me alegra mucho que hayas venido —murmuró, acariciando la mejilla encendida de Touma con la yema de los dedos, trazando líneas invisibles sobre su piel como si fuera la cosa más preciosa del mundo—. Despertar y mirar tus ojos fue como si Dios me hubiera enviado un ángel. Touma llevó ambas manos a su rostro, intentando cubrir las mejillas que sabía que estaban encendidas hasta las orejas. El comentario lo había desarmado completamente, dejándolo vulnerable y expuesto de una manera que era tanto aterradora como liberadora. — No digas tonterías... —susurró, incapaz de ocultar la vergüenza, mientras su corazón palpitaba con la fuerza de algo que no sabía si debía o podía llamarse amor—. Eres tú el que parece un ángel, incluso así, incluso aquí. El tiempo pareció detenerse a su alrededor. Por unos preciosos minutos, no existían las complicaciones, las parejas, las responsabilidades, los errores del pasado. Solo existían ellos dos, reconectándose a un nivel que iba más allá de lo físico, redescubriendo los senderos del corazón que habían caminado años atrás. Siguieron conversando en susurros, como si el mundo entero se hubiera reducido a la cama de hospital en la que estaban. Las palabras se deslizaban con suavidad, entrelazadas con caricias furtivas y miradas cargadas de ternura. Hablaron de cosas pequeñas y grandes al mismo tiempo: de cómo había cambiado la U.A., de sus respectivas carreras como héroes, de los sueños que habían perseguido y los que habían dejado atrás. Cualquiera que los observara sin conocer el trasfondo, juraría que eran una pareja joven, en plena efervescencia de un amor limpio y recién nacido. Había una sincronía natural entre ellos, una forma de completar las frases del otro, de responder a gestos no verbales con una precisión que hablaba de una conexión profunda y duradera. Koichi, a pesar de estar debilitado, sentía que con solo tener a Touma cerca recuperaba fuerzas. Era como si su presencia fuera un bálsamo para todas las heridas, tanto físicas como emocionales, que había estado cargando. Los colores parecían más vívidos, el dolor menos intense, el futuro menos intimidante. Touma, por su parte, se permitía por primera vez en horas respirar sin esa angustia punzante en el pecho que había sido su compañía constante desde aquella noche. Ver a Koichi con vida, escuchar su risa, sentir el calor de su piel bajo sus dedos, era todo lo que necesitaba para calmar su corazón torturado por la culpa y el miedo. El instante rozaba lo perfecto, esa clase de momento que se graba en la memoria con una claridad cristalina, que se convierte en un refugio al cual volver en los días más oscuros. Pero como todos los momentos perfectos, era frágil, vulnerable a la interferencia del mundo exterior. El timbre agudo del celular de Touma rompió la burbuja como una aguja atravesando una pompa de jabón. El sonido se sintió casi ofensivo en la intimidad de la habitación, una intrusión brutal de la realidad en su pequeño universo privado. Touma lo ignoró al principio, demasiado perdido en los ojos de Koichi como para prestarle atención a nada más. Pero el teléfono insistió, vibrando contra su pierna con una insistencia que no podía seguir siendo ignorada. Con un suspiro de resignación, sacó el dispositivo y leyó el mensaje. El brillo en sus ojos se apagó inmediatamente, como una vela siendo extinguida por un viento súbito. Su sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de deber y responsabilidad que Koichi conocía demasiado bien. Una nueva misión lo reclamaba. El mundo exterior, con todas sus demandas y expectativas, tiraba de él con garras invisibles. El deber, implacable e impersonal, no esperaba por momentos perfectos ni corazones que necesitaban sanarse. Koichi lo notó enseguida, porque lo conocía mejor que nadie. El gesto triste que cruzó el rostro de Touma hablaba más que cualquier explicación, contaba una historia de obligación versus deseo que Koichi había vivido también en su propia carrera como héroe. Con una sonrisa suave que contenía más comprensión de la que tenía derecho a sentir, le acarició la mano. — Está bien... no hagas esperar a tus compañeros —susurró, su voz cargando el peso de alguien que había aprendido a soltar con gracia—. El mundo necesita héroes, y tú eres uno de los mejores. Touma hizo un puchero instintivo, ese gesto que había usado desde la infancia cuando algo no le gustaba pero no quería protestar abiertamente. Era una expresión que lo hacía verse más joven, más vulnerable, y eso hizo que el corazón de Koichi se encogiera de ternura. Koichi rio bajito ante el gesto, un sonido que era pura alegría a pesar de las circunstancias. La imagen de Touma actuando como un niño reacio era al mismo tiempo desgarradora y tierna, un recordatorio de todas las facetas de su personalidad de las que Koichi se había enamorado años atrás. Touma, rendido por esa risa que siempre había sido su debilidad, se inclinó hacia él para regalarle un último beso. Pero uno se convirtió en dos, dos en tres, como si al cubrir su rostro de besos pudiera de alguna manera capturar el momento y llevarlo consigo. Besó sus mejillas, todavía cálidas de risa, su nariz en un gesto juguetón que hizo que Koichi la arrugara adorablemente, su frente con la solemnidad de una bendición. Cada beso era una pequeña oración, una promesa, una forma de memorizar la geografía del rostro de Koichi antes de que tuviera que irse. Finalmente, regresó a los labios de Koichi para un último y prolongado beso que sabía a despedida y a promesas al mismo tiempo. — Nos vemos, tu héroe debe volver al campo —murmuró con una risa leve, usando las mismas palabras que Koichi había dicho antes de marcharse después de su noche de pasión. Koichi también rio, el recuerdo lo invadió como una ola cálida. Era como revivir un eco del pasado, pero con la promesa de que no sería la última vez, que esta no era una despedida real, sino solo una separación temporal. Touma se levantó con el rostro encendido, una sonrisa luminosa, pintándole los labios a pesar de la tristeza de tener que irse. Había algo diferente en su postura ahora, una ligereza que no tenía cuando llegó, como si ver a Koichi vivo y relativamente bien le hubiera quitado un gran peso de encima. — Cuídate mucho —le dijo desde el umbral—. Y no hagas más travesuras hasta que esté de vuelta para regañarte apropiadamente. — Lo prometo —respondió Koichi con una sonrisa que era pura luz—. Pero solo si prometes volver pronto. — Lo prometo. Touma salió de la habitación con pasos ligeros, casi flotando por el pasillo. Su corazón latía con una fuerza que no había experimentado en meses, y por primera vez desde que había empezado esa relación con Hirosha, se sentía completamente vivo. Se despidió rápidamente de Kaede, que había regresado con su café y lo observaba con una mezcla de curiosidad y preocupación maternal. Había algo en la manera en que Touma se movía, en el brillo de sus ojos, en la sonrisa que parecía imposible de borrar, que le contaba exactamente lo que había pasado en esa habitación durante su ausencia. — Gracias por dejarme verlo —le dijo sinceramente—. Significa más de lo que puedes imaginar. — Solo... ten cuidado, ¿sí? —respondió ella, su tono cargado de múltiples significados—. Todos han sufrido suficiente ya. Touma asintió, entendiendo la advertencia implícita, y se dirigió hacia los ascensores con esa sonrisa que no parecía querer desvanecerse de su rostro. Caminó por el pasillo con pasos ligeros, su corazón latía con un ritmo que parecía música, esperanza, el comienzo de algo que finalmente podría dar sentido a todo el dolor que había cargado durante tanto tiempo. Pero al doblar la esquina, su euforia se estrelló contra la realidad con la fuerza de un tren de carga. Allí, sentado en una de las sillas de plástico del pasillo, estaba Ryōsuke. Seguía en la misma posición en la que Touma lo había visto al llegar: espalda rígida, manos entrelazadas, mirada fija en el suelo. Parecía una estatua de mármol, inmóvil y contenida, pero había algo en la tensión de sus hombros que sugería una tormenta interna. Lentamente, como si el movimiento requiriera un esfuerzo enorme, Ryōsuke levantó la cabeza. Sus ojos rojos se encontraron con los azules de Touma, y ​​el contraste fue impactante: uno brillaba con la alegría reciente, el otro se oscurecía por horas de angustia y creciente sospecha. Touma, aún flotando en su burbuja de felicidad y completamente ajeno a la tormenta que se gestaba en su interior, lo saludó con una amabilidad genuina, pero en última instancia cruel en su inocencia. — Koichi ya despertó —informó con una sonrisa cálida, como quien comparte una buena noticia que asumió que traería alivio a alguien que se preocupaba por Koichi—. Por si quieres pasar a verlo, estará feliz de ver a un amigo. La palabra "amigo" fue como un puñal directo al corazón de Ryōsuke. Todo en Touma —sus mejillas sonrojadas, esa sonrisa de satisfacción absoluta que se parecía sospechosamente al brillo de alguien que acababa de ser besado profundamente, la manera en que prácticamente irradiaba felicidad— le revolvía el estómago. Era obvio que había sido el primero en ver a Koichi despierto, obvio que había tenido tiempo a solas con él, obvio que algo había pasado entre ellos que iba más allá de una simple visita de cortesía. Ryōsuke apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos, luchando contra el impulso de hacer algo de lo que se arrepentiría. El lobo dentro de él quería marcar territorio, quería enseñar los colmillos, quería reclamar lo que era suyo. Pero la parte humana, la parte racional, sabía que eso solo empeoraría las cosas. — Gracias —logró decir, manteniendo un tono neutral a pesar del tornado de emociones que rugía en su interior. Hubo una pausa cargada de tensión, un momento en el que el aire mismo pareció espesarse. Touma, aún ajeno al dolor que había causado, esperó alguna respuesta más, tal vez una sonrisa de gratitud o palabras de alivio por las buenas noticias. Pero en lugar de eso, Ryōsuke levantó la mirada lentamente, clavando sus ojos rojos directamente en los celestes de Touma. Había algo feroz en esa mirada, algo primitivo y territorial que hizo que Touma diera un paso atrás instintivamente. — Pero no soy su amigo... —dijo Ryōsuke, su voz firme y cargada de significado—. Soy su pareja. Las palabras quedaron suspendidas en el aire como una declaración de guerra. Touma parpadeó, la sonrisa desvaneciéndose lentamente de su rostro mientras procesaba lo que acababa de escuchar. La realidad lo golpeó como una ola fría: por supuesto que Koichi tenía pareja, él mismo se lo había dicho. Por supuesto que había alguien más en su vida, alguien que tenía el derecho que él había perdido años atrás. La culpa y el dolor se mezclaron en su estómago, creando una sensación nauseabunda que amenazaba con doblarlo por la mitad. Todo lo que había sentido en esa habitación, todos esos besos robados, todas esas palabras de amor... había sido una traición. No solo hacia Hirosha, sino hacia este chico que claramente amaba a Koichi con todo su corazón. — Oh... lo siento —se apresuró a decir, su voz quebrada por la vergüenza y la confusión—. No lo sabía... no quise sonar irrespetuoso. Se rascó la nuca nerviosamente, desesperado por encontrar una salida de esa situación incómoda. La felicidad que había sentido momentos atrás se desmoronaba rápidamente, reemplazada por una vergüenza punzante y la dolorosa realidad de lo que había hecho. — Tengo que irme ya —añadió torpemente—. Me están esperando en la agencia... Se dio la vuelta y se alejó con pasos rápidos, casi huyendo de la mirada penetrante de Ryōsuke. Solo cuando estuvo lo suficientemente lejos se permitió llevar una mano al pecho, sintiendo como su corazón latía dolorosamente contra sus costillas. Pareja. La palabra resonaba en su mente como un martillo. Ryōsuke era la pareja de Koichi. Tenía el título que Touma había soñado una vez, compartía las noches con el hombre que Touma seguía amando en secreto, tenía el derecho de estar ahí, de cuidarlo, de besarlo sin que fuera una traición. Y tenía que admitir, con una honestidad brutal que lo lastimaba, que Ryōsuke era hermoso. Sus ojos rojos eran llamativos, su cabello blanco como la nieve le daba un aire etéreo, y había algo en su presencia que irradiaba lealtad y devoción. Era fácil entender por qué Koichi lo había elegido. Suspiró profundamente, tratando de procesar la mezcla tóxica de celos, culpa y dolor que se agitaba en su pecho. Había cometido un error terrible al dejarse llevar por sus sentimientos. Koichi tenía una vida, una pareja que lo amaba, y él no tenía derecho a interferir en eso, sin importar lo que su corazón le gritara. Mientras tanto, Ryōsuke permanecía inmóvil en su silla, observando la figura de Touma desaparecer por los pasillos. Su pecho se alzaba y caía con respiraciones controladas, tratando de calmarse antes de hacer algo irreversible. Todo en la manera en que Touma había hablado de Koichi, la familiaridad casual con la que había mencionado su despertar, el brillo en sus ojos... todo le gritaba que había algo más profundo entre ellos de lo que cualquiera de los dos admitía. Y eso lo aterrorizaba más de lo que podía expresar. Se levantó de la silla con movimientos rígidos, sus músculos protestando después de horas de tensión. Sus piernas temblaron ligeramente mientras caminaba hacia la habitación de Koichi, pero se obligó a mantener la compostura. No podía, no iba a, colapsar ahora. Koichi lo necesitaba, y esa era la única certeza que le quedaba. Pasó junto a Kaede sin siquiera notarla, demasiado perdido en su propio torbellino emocional para procesar su presencia. Solo cuando estuvo frente a la puerta de la habitación se permitió una pausa, respirando profundamente antes de entrar. Lo que vio al abrir la puerta casi lo destruye. Koichi estaba sentado en la cama, y aunque su piel aún mantenía esa palidez preocupante, había algo diferente en él. Sus ojos brillaban con una vitalidad que Ryōsuke no había visto en meses, y había un matiz en su expresión, una suavidad en sus facciones que hablaba de felicidad reciente. Era hermoso y desgarrador al mismo tiempo. Koichi parecía más vivo de lo que había estado en semanas, pero Ryōsuke sabía, con una certeza dolorosa, que esa vitalidad no tenía nada que ver con él. Por un momento devastador, Ryōsuke se permitió imaginar lo peor: que Koichi se había dado cuenta de que no lo amaba, que había sido solo una distracción hasta que pudiera recuperar a quien realmente quería, que todos esos meses de relación habían sido una mentira elaborada. Pero entonces Koichi levantó la mirada y lo vio parado en el umbral. La transformación fue inmediata y hermosa: una sonrisa genuina iluminó su rostro, y extendió sus brazos hacia él con una ternura que desarmaría cualquier defensa. — Ryōsuke, cariño... —lo llamó, su voz ronca pero cargada de afecto real—. Ven aquí, mi chico. Esas palabras fueron como un bálsamo sobre las heridas abiertas en el corazón de Ryōsuke. Sin dudarlo ni un segundo, corrió hacia la cama y se dejó caer en los brazos de Koichi con la desesperación de quien ha estado ahogándose y finalmente encuentra aire. El abrazo fue feroz, necesitado, lleno de todo el miedo y la angustia que había estado cargando desde que recibió la llamada sobre el accidente. Sus brazos rodearon a Koichi como si quisiera fusionarse con él, como si pudiera protegerlo de todo el mundo a través de la fuerza pura de su amor. Un sollozo escapó de sus labios, ahogado contra el pecho de Koichi. Había tratado de ser fuerte, de mantener la compostura, pero ahora que tenía a su amado seguro entre sus brazos, todas las emociones reprimidas salieron en una cascada imparable. — Tranquilo... —susurró Koichi, sus manos encontrando automáticamente el cabello blanco de Ryōsuke, acariciándolo con una paciencia infinita—. Estoy aquí, estoy bien. No me voy a ninguna parte. Sus dedos se movían con una familiaridad reconfortante, enredándose suavemente entre los mechones sedosos, bajando ocasionalmente para acariciar esas orejas peludas que tanto lo fascinaban. Cada caricia era una promesa silenciosa, cada toque una confirmación de que, al menos en este momento, estaban juntos y eso era lo único que importaba. — Tenía tanto miedo —murmuró Ryōsuke contra su pecho, su voz quebrada por las lágrimas—. Cuando me llamaron y me dijeron que habías... que estabas... —no pudo terminar la frase, las palabras se le atascaron en la garganta. — Shhh —Koichi continuó acariciando su cabello, su toque suave y consolador—. Ya pasó. Estoy aquí contigo ahora. Permanecieron abrazados por largos minutos, Ryōsuke aferrándose a Koichi como si fuera su ancla en una tormenta, mientras Koichi lo consolaba con la paciencia de alguien que entiende el dolor profundo. El contraste entre este momento íntimo y lo que había pasado con Touma apenas minutos atrás creaba una disonancia emocional que Koichi trataba desesperadamente de ignorar. Porque la verdad era más complicada de lo que cualquiera de ellos podía admitir. Koichi amaba a Ryōsuke, pero era un amor diferente, más suave, más seguro. Era el amor que nace de la gratitud y la comodidad, del cuidado constante y la devoción inquebrantable. Ryōsuke había llegado a su vida en un momento donde necesitaba estabilidad, y había sido exactamente eso: un puerto seguro en medio de sus propias tormentas internas. Pero lo que había sentido al ver a Touma despertar, la electricidad que había corrido por sus venas al besarlo, la manera en que su corazón había latido con una intensidad que había olvidado que era posible... eso era diferente. Eso era el amor que quema, que consume, que transforma. Era peligroso y hermoso y completamente inadecuado para la vida estable que había construido. — ¿Cómo te sientes? —preguntó Ryōsuke finalmente, separándose lo suficiente para poder mirar el rostro de Koichi, sus manos enmarcando su cara con una delicadeza reverente. — Cansado, pero mejor —respondió Koichi honestamente. Ryōsuke asintió, sus ojos rojos estudiando cada centímetro del rostro de su pareja como si estuviera memorizándolo. Había algo más que quería preguntar, algo que lo había estado comiendo vivo desde que vio a Touma salir de esa habitación con esa expresión de felicidad absoluta, pero no se atrevía. No quería arruinar este momento de paz con sus propias inseguridades. — Te traje algunas cosas —dijo en lugar de eso, señalando una bolsa pequeña que había dejado junto a la puerta—. Tu cepillo, algunos cambios de ropa para cuando te den de alta... La consideración y el cuidado en esos pequeños detalles hicieron que algo se encogiera dolorosamente en el pecho de Koichi. Ryōsuke siempre pensaba en todo, siempre se anticipaba a sus necesidades antes de que él mismo fuera consciente de ellas. Era imposible no sentirse conmovido por tanta devoción. — Gracias, cariño —murmuró, besando suavemente la frente de Ryōsuke—. No sé qué haría sin ti. Las palabras eran sinceras, pero había una tristeza subterránea en ellas que Ryōsuke captó inmediatamente. Conocía a Koichi lo suficiente como para detectar esos matices, esas pequeñas grietas en su armadura emocional que revelaban más de lo que las palabras podían expresar. — ¿Pasó algo mientras no estaba? —preguntó finalmente, sin poder contener más su curiosidad y preocupación. Koichi vaciló por una fracción de segundo, pero fue suficiente para que Ryōsuke lo notara. El corazón se le hundió un poco más, confirmando sus sospechas de que había algo que no le estaban contando. — Kaede estuvo conmigo la mayor parte del tiempo —dijo Koichi cuidadosamente—. Mis padres también. Y... vino un ex compañero de la U.A. a visitarme. La manera en que dijo "ex compañero" sonó demasiado casual, demasiado ensayada. Ryōsuke había aprendido a leer a Koichi durante los meses de su relación, había memorizado todas sus expresiones, todos sus tonos de voz. Sabía cuando estaba siendo evasivo. — ¿Touma Shimura estuvo aquí? —preguntó directamente, decidiendo que era mejor enfrentar sus miedos de frente. La reacción de Koichi fue mínima, pero estaba ahí: un ligero ensanchamiento de los ojos, una pausa casi imperceptible antes de responder. — Sí, vino con Kaede —admitió finalmente—. Se preocupó cuando se enteró del accidente. Se preocupó. Las palabras sonaban inocentes, pero Ryōsuke había visto la manera en que Touma había salido de esa habitación. No era la expresión de alguien que había hecho una visita de cortesía por preocupación. Era la expresión de alguien que había recuperado algo que había perdido. —¿Hablaron mucho? —insistió, aunque odiaba sonar como el novio celoso e inseguro que probablemente era. Koichi lo miró durante un largo momento, y Ryōsuke pudo ver el conflicto interno reflejado en esos ojos negros que tanto amaba. Había algo que Koichi quería decirle, algo importante, pero también había miedo allí, incertidumbre sobre cómo esas palabras podrían cambiar las cosas entre ellos. — Ryōsuke... —comenzó Koichi suavemente, su mano acariciando la mejilla del híbrido—. ¿Podemos hablar de esto más tarde? Estoy realmente cansado, y solo quiero estar contigo ahora. ¿Está bien? Era una evasión, ambos lo sabían. Pero Ryōsuke también podía ver el agotamiento genuino en los ojos de Koichi, las líneas de tensión alrededor de su boca que hablaban del dolor físico que aún estaba sintiendo. No era el momento para confrontaciones o conversaciones difíciles. — Por supuesto —murmuró, besando la palma de la mano que acariciaba su rostro—. Solo descansa. Yo estaré aquí. Se acomodó en la silla junto a la cama, tomando una de las manos de Koichi entre las suyas. El contacto era reconfortante para ambos: Koichi podía sentir la lealtad incondicional que irradiaba de Ryōsuke, y Ryōsuke podía confirmar que Koichi estaba allí, vivo, seguro. Pero debajo de esa tranquilidad superficial, ambos cargaban con sus propios conflictos internos. Koichi luchaba contra la culpa de lo que había pasado con Touma y la confusión de sentimientos que había despertado. Ryōsuke luchaba contra los celos y el miedo de perder al hombre que amaba más que a su propia vida.
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