ID de la obra: 1303

Linea Blanca

Slash
NC-17
Finalizada
0
Tamaño:
228 páginas, 129.285 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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Capítulo 13

Ajustes de texto
El aire nocturno se filtraba por la ventana entreabierta, trayendo consigo el aroma húmedo de la ciudad después de una llovizna ligera. Koichi terminó de ajustar las mangas de su traje de héroe frente al espejo, observando por un momento su propio reflejo. El rubio de sus cabellos, contrastaba con la seriedad que ahora habitaba en sus ojos negros. Había sido una tarde tranquila, tal y como Aizawa le había recomendado, Koichi descansó en casa junto a Ryōsuke y Kentarō. El menor se había quedado dormido después de que Koichi le leyera tres cuentos seguidos, el pequeño acurrucado contra su pecho con esa confianza absoluta que solo tienen los niños hacia quienes aman sin condiciones. Ver a su hijo dormir siempre le devolvía cierta paz, como si en ese momento pudiera olvidar el peso del mundo que llevaba sobre los hombros. — Papá siempre vuelve a casa —le había susurrado al oído cuando Kentarō ya estaba en los brazos de Morfeo, palabras que repetía más para convencerse a sí mismo que para tranquilizar al niño. Ahora, mientras se preparaba para salir, la realidad de su profesión lo golpeó con su fuerza habitual. Aunque lo de esta noche era un patrullaje rutinario; los mensajes en el grupo de héroes habían sido cada vez más tensos durante la última horas. Aunque oficialmente se trataba de operaciones de vigilancia, todos sabían que la tormenta se acercaba. La guerra que había estado respirando en sus nucas durante meses finalmente estaba tomando forma, y muy pronto él y Kaede tendrían que volver al campo de batalla. El pensamiento lo inquietaba más de lo que quería admitir. No temía por su propia vida; había aprendido a vivir con el riesgo desde el día que se graduó de la U.A. Pero la idea de que Kaede, su hermana gemela, tuviera que exponerse al peligro le revolvía el estómago. Por más que supiera que era tan capaz como él, por más que confiara en sus habilidades, no podía evitar sentir esa necesidad protectora que lo había acompañado desde la infancia. Sacudió la cabeza, apartando esos pensamientos. No era momento de preocuparse por un futuro incierto. Tenía que concentrarse en el presente, en esta noche que lo esperaba con su rutina familiar de calles silenciosas y sombras que vigilar. Se dirigió hacia la cómoda donde guardaba sus accesorios de trabajo. Sus dedos se deslizaron por las vendas de captura que había heredado de su padre, sintiendo la textura familiar del material. Las vendas no eran solo una herramienta; eran una conexión, un recordatorio constante de la línea de héroes de la que formaba parte. Al enrollárselas alrededor de los brazos, sintió cómo su mente se enfocaba, cómo su cuerpo se preparaba para la transformación de civil a héroe profesional. El último paso fue recogerse el cabello. Normalmente lo llevaba suelto, rebelde, moviéndose con el viento como si fuera parte de su esencia salvaje. Pero hoy, lo había recogido. Sus manos trabajaron con movimientos automáticos, peinando hacia atrás los mechones rubios y asegurándolos en una coleta alta y firme. El cambio era sutil pero significativo: de repente parecía mayor, más serio, más... distante. Fue entonces cuando sintió la presencia de Ryōsuke en la habitación. El híbrido de lobo había estado observándolo desde un rincón, con esa quietud tensa que lo caracterizaba cuando algo lo inquietaba. Koichi había notado su presencia, por supuesto, pero había elegido darle espacio, sabiendo que Ryōsuke necesitaba procesarlo a su manera. Sin embargo, al girarse y ver la expresión en el rostro de su pareja, sintió cómo algo se contraía en su pecho. Los ojos rojos de Ryōsuke, normalmente brillantes y cálidos, ahora reflejaban una angustia que se esforzaba por contener. Su cola, que solía moverse con alegría cuando Koichi estaba cerca, ahora se agitaba de forma nerviosa, traicionando la ansiedad que trataba de ocultar. Y había algo más en su mirada: una especie de reconocimiento doloroso, como si viera en Koichi a un extraño. El peinado había sido el detonante. Ryōsuke raramente veía a Koichi con el cabello recogido, y el cambio había sido como un recordatorio cruel de la distancia que existía entre el hombre que amaba y el héroe que el mundo reclamaba. Con esa coleta alta y firme, Koichi parecía transformarse en alguien más inalcanzable, más lejano. El Koichi de cabello suelto y sonrisa perezosa se desvanecía, dejando lugar al héroe profesional, al soldado que pertenecía al mundo y no solo a él. Koichi cruzó la habitación con pasos seguros, sus botas resonando suavemente contra el suelo de madera. Se detuvo frente a Ryōsuke, y sin necesidad de palabras, entendió lo que veía en sus ojos. Era una conversación silenciosa que habían tenido muchas veces antes: el miedo, la necesidad, el amor que se sentía insuficiente ante la inmensidad del deber. Sus manos encontraron la cintura de Ryōsuke con naturalidad, atrayéndolo hacia sí en un movimiento fluido. El cuerpo del híbrido se amoldó al suyo inmediatamente, como si hubieran sido diseñados para encajar perfectamente. El abrazo fue firme, cargado de una despedida que ninguno de los dos quería admitir en voz alta. Ryōsuke se aferró a él con una desesperación que trataba de disimular. Hundió el rostro en el hombro de Koichi, respirando su aroma, memorizando la sensación de su calor, como si quisiera grabar cada detalle para los momentos de soledad que se aproximaban. El uniforme de héroe olía diferente: más formal, con rastros del gel que había usado para dominar su cabello rebelde. Era otro recordatorio de que el hombre que se alejaba no era completamente el mismo que regresaría. En su mente, los deseos se agolpaban con claridad punzante. Quería que Koichi se quedara esa noche. Quería acurrucarse contra él, sentir su respiración acompasada, despertar a su lado como hacían en las mañanas libres. Quería que todas las noches fueran suyas, que el mundo dejara de pedirle a Koichi que arriesgara su vida para ser un héroe. Pero sobre todo, quería que después de todo lo que había pasado en los últimos días, después de las sombras de Touma y las inseguridades que lo carcomían, Koichi le diera la certeza de que su lugar en su vida era inquebrantable. — Ojalá pudieras quedarte —murmuró finalmente, la voz grave y ronca, cargada de una vulnerabilidad que pocas veces se permitía mostrar. Las palabras salieron como un susurro cargado de anhelo, y Koichi sintió cómo se le contraía el corazón al escucharlas. Sabía exactamente lo que Ryōsuke no estaba diciendo, entendía la magnitud de la necesidad que se ocultaba detrás de esa frase aparentemente simple. Sin soltarlo del abrazo, lo apretó un poco más fuerte, permitiendo que sus manos acariciaran con suavidad la base de su espalda. — Siempre quiero quedarme, Ryōsuke —respondió con honestidad absoluta, separando apenas el abrazo para poder mirarlo a los ojos—. Pero sabes que tengo que ir. La sinceridad en su voz era tan palpable como dolorosa. No era una excusa ni una evasiva; era la realidad cruda de un héroe que había elegido su camino y todas las consecuencias que conllevaba. Ryōsuke bajó la mirada, luchando contra esa mezcla tóxica de orgullo y miedo que lo consumía cada vez que Koichi salía por la puerta. Se sentía egoísta por querer retenerlo, pero al mismo tiempo, la necesidad era tan intensa que le dolía físicamente. Los últimos días habían sido particularmente difíciles. La reaparición de Touma en sus vidas había removido sedimentos que Ryōsuke nunca creyó tener. Aunque Koichi había sido claro en sus intenciones de mantenerlo en el pasado, la inseguridad se había instalado en el pecho del híbrido como una presencia constante. Necesitaba algo más que palabras; necesitaba gestos, confirmaciones tangibles, momentos íntimos que sellaran su conexión por encima de cualquier fantasma del pasado. Pero Koichi, aun con toda su ternura y buenas intenciones, no parecía captar la profundidad de esa necesidad. O quizás la captaba pero no sabía cómo responder a ella. El rubio se inclinó despacio, poniéndose de puntitas, rozando con sus labios la frente de Ryōsuke en un beso suave y lleno de cariño. Fue un gesto hermoso, tierno, pero demasiado breve para la sed desesperada que ardía en el pecho del híbrido. El contacto se rompió enseguida, dejando un hueco doloroso, como si todo lo que Ryōsuke ansiaba se hubiera reducido a un instante robado al tiempo. En la mente de Ryōsuke se agolpaban las cosas que no se atrevía a decir: que necesitaba más que ternura, que quería pasión, que después de días de dudas y miedos necesitaba que Koichi lo reclamara, lo hiciera suyo de una manera que no dejara lugar a inseguridades. Pero las palabras se atoraron en su garganta, mezclándose con el orgullo y la vergüenza de sentirse tan necesitado. Koichi caminó hacia la puerta con la determinación de quien ha repetido ese ritual cientos de veces. Se ajustó la chaleco de su traje, verificó que todo estuviera en su lugar, y por un momento pareció transformarse completamente en el héroe profesional que el mundo conocía. Justo antes de salir, giró la cabeza para mirarlo una vez más, y la calidez que volvió a sus ojos fue como un último intento de tranquilizar el corazón agitado de su pareja. — Por favor, no te quedes despierto —pidió con una voz serena pero cargada de afecto genuino—. Descansa bien. Es solo un patrullaje, no habrá pelea hoy. Sus palabras estaban diseñadas para ser un bálsamo, una promesa de que regresaría sano y salvo, de que no había razón para preocuparse. Pero en el pecho de Ryōsuke no surtían el efecto deseado. El aire le pesaba, la garganta le ardía con todo lo que no podía expresar. Lo necesitaba cerca, especialmente después de todo lo que había pasado, después de las sombras que Touma había proyectado sobre su relación, después de las lágrimas que había derramado en silencio durante las noches en que Koichi parecía perdido en sus propios pensamientos. En lugar de hablar, solo asintió con la cabeza, obediente como siempre, guardando su angustia en el silencio mientras veía cómo la figura de Koichi desaparecía tras la puerta. El sonido de sus pasos se alejó por el pasillo, después por las escaleras, y finalmente se perdió en la noche, dejando a Ryōsuke solo con el eco de sus propias necesidades insatisfechas. Se quedó parado en el mismo lugar durante largos minutos, mirando la puerta cerrada como si pudiera hacer que Koichi regresara por pura fuerza de voluntad. Su cola se movía nerviosa, sus orejas captaban cada sonido de la noche, esperando quizás escuchar pasos que regresaran. Pero la realidad era inamovible: Koichi se había ido, y él tendría que encontrar la manera de llenar las horas de soledad que se extendían por delante. Y en esa soledad, Ryōsuke comprendió una vez más que a veces lo más duro no era la ausencia física, sino la falta de aquello que se necesitaba con desesperación y que nunca llegaba en el momento justo. El amor estaba ahí, cálido y constante, pero había veces en que el amor no era suficiente para calmar la sed del alma. . . . Las calles de la ciudad se extendían ante Koichi como un laberinto familiar de luces y sombras. Sus botas resonaban contra la acera mojada por la llovizna reciente, creando un ritmo constante que acompañaba sus pensamientos. El aire nocturno era fresco, cargado de esa humedad característica que seguía a la lluvia, y llevaba consigo aromas urbanos: asfalto húmedo, metal oxidado, y de vez en cuando, el aroma dulzón que escapaba de alguna panadería que trabajaba durante la madrugada. El patrullaje había comenzado como todos: con una revisión del perímetro asignado, verificación de puntos estratégicos, y la rutina monótona de caminar calles que conocía de memoria. Koichi llevaba años haciendo esto, desde que se graduó de la U.A. y obtuvo su licencia de héroe profesional. Al principio, cada noche había sido una aventura, cada sombra una posible amenaza, cada llamado de auxilio una oportunidad de demostrar su valía. Ahora, con la experiencia acumulada, había aprendido a leer la ciudad como un libro abierto. Y esa noche, la ciudad le decía que estaba aburrida. Con la guerra respirando en la nuca de todos los héroes profesionales, los villanos parecían haber adoptado una estrategia de cautela extrema. Los grandes nombres habían desaparecido del radar, esperando quizás el momento perfecto para atacar, mientras que los criminales menores apenas se atrevían a salir de sus escondites. El resultado era un patrullaje tedioso, lleno de calles vacías y silencio que se extendía como una manta gris sobre la ciudad. Los únicos incidentes de la noche habían sido menores: un par de ladrones torpes que habían intentado robar una tienda de conveniencia y que se habían rendido al primer grito de Koichi, y un borracho problemático que había requerido más paciencia que fuerza para ser controlado. Nada que pusiera a prueba sus habilidades, nada que hiciera latir su corazón más rápido, nada que justificara la preocupación que había visto en los ojos de Ryōsuke. La monotonía le recordaba a sus primeros días en la U.A., cuando los estudiantes de primer año apenas tenían permitido participar en operaciones menores bajo estricta supervisión. Recordaba la frustración de sentirse preparado para más, de tener el poder y las ganas de hacer una diferencia real, pero verse limitado a perseguir carteristas y mediar en disputas menores. Ahora, años después, esa misma sensación lo invadía, pero desde una perspectiva diferente: no era que estuviera subestimado, sino que el mundo parecía estar conteniendo la respiración. Sacó el celular del bolsillo de su chaqueta, deslizando el dedo por la pantalla para revisar los mensajes del grupo de héroes. La actividad era intensa: docenas de notificaciones, reportes de diferentes distritos, actualizaciones de estado. Sus ojos se movieron rápidamente por los nombres familiares, buscando algo específico. Le costó un poco encontrarlo entre toda la información, pero finalmente dio con lo que buscaba: la notificación que indicaba el distrito asignado a Touma esa noche. Un alivio infantil, casi ridículo, se extendió por su pecho al confirmar que Touma también estaba de servicio. Era una reacción que no se permitía analizar demasiado profundamente, porque hacerlo significaría admitir cosas que prefería mantener enterradas. Se dijo a sí mismo que era simple curiosidad profesional, preocupación por un colega, nada más. Pero su corazón latía un poco más rápido mientras calculaba las rutas y los horarios. Sin embargo, la geografía de la ciudad era cruel con sus deseos. Touma estaba asignado al distrito norte, mientras que él patrullaba el sector este. Sus recorridos no se cruzarían de forma natural y su turno no terminaba hasta dentro de al menos dos horas, y solo si ambos mantenían el ritmo programado sin desviaciones. Dos horas que se sentían como una eternidad en el contexto de una noche ya de por sí lenta. Frunció los labios en un gesto de frustración, guardando el teléfono por unos segundos. Pero la necesidad de conexión era más fuerte que su autocontrol, y pronto volvió a sacarlo. Esta vez, no buscó información sobre Touma. En su lugar, navegó hacia sus conversaciones privadas y encontró el chat con Ryōsuke. Sus dedos se movieron sobre la pantalla con vacilación, escribiendo y borrando varias versiones del mismo mensaje antes de decidirse por algo simple: "¿Estás durmiendo?" Envió el mensaje y de inmediato se sintió un poco ridículo. Era una pregunta obvia; por supuesto que Ryōsuke no estaría durmiendo, no después de verlo marcharse con toda la tensión que había en el aire. Pero necesitaba esa conexión, ese hilo invisible que lo unía a casa, a la calidez, a la vida que existía más allá de las calles frías y los uniformes de héroe. La respuesta llegó casi instantáneamente: un "No" que parecía cargado de ansiedad, seguido inmediatamente por otro mensaje preguntando si algo había pasado, si estaba bien, si necesitaba ayuda. Koichi sonrió ante la pantalla, sintiendo cómo se le calientaba el pecho. Sin pensarlo demasiado, presionó el botón de llamada. El pitido sonó un par de veces antes de que Ryōsuke contestara. Su voz estaba tensa, alerta, como si hubiera estado esperando noticias terribles. — ¿Koichi? ¿Qué pasó? ¿Estás bien? — Ryōsuke… —Koichi lo interrumpió antes de que pudiera seguir disparando preguntas, su tono suave pero divertido—. Primero que nada, deberías estar durmiendo. Escuchó un gruñido molesto del otro lado de la línea, y no pudo evitar reírse. Era tan típico de Ryōsuke preocuparse instantáneamente, asumir lo peor, prepararse mentalmente para cualquier catástrofe. Esa necesidad de proteger, de estar disponible, era una de las cosas que más lo conmovían de él, aunque a veces también fuera agotadora. — No pasó nada, tranquilo —se apresuró a aclarar, bajando la voz hasta convertirla en un susurro confidencial—. Te llamé porque estoy aburrido. Lo más interesante de toda la noche fue atrapar a un par de ladrones torpes que se rindieron antes de que pudiera siquiera usar mi Quirk. Me siento como en primero otra vez. Cuando solo me dejaban ir tras carteristas y ladronzuelos. Además, te extrañaba. Hubo un silencio breve del otro lado, pero no era incómodo. Podía sentir cómo Ryōsuke se relajaba gradualmente, cómo la tensión se desvanecía de su cuerpo al darse cuenta de que no había emergencia alguna. Era un silencio lleno de alivio, de gratitud por la normalidad. Koichi siguió hablando, dejando que su voz fluyera naturalmente. Le contó sobre la pareja de ladrones que había intentado robar una tienda de conveniencia armados únicamente con una linterna y mucha mala suerte. Describió cómo se habían rendido inmediatamente cuando él había aparecido, casi tropezándose el uno con el otro en su prisa por poner las manos en alto. Le habló del borracho que había confundido su reflejo en una ventana con un villano y había empezado a pelear contra su propia imagen, creando un espectáculo que había atraído a varios curiosos. Eran anécdotas ligeras, trivialidades que en circunstancias normales no merecerían ser contadas. Pero había algo reconfortante en compartir esos pequeños momentos, en crear una conexión íntima a través de la distancia. No era solo que estuviera aburrido; era que necesitaba escuchar la voz de Ryōsuke, sentir que alguien se preocupaba por él, que había una vida esperándolo más allá del uniforme y las responsabilidades. Al otro lado de la línea, podía escuchar cómo la respiración de Ryōsuke se volvía gradualmente más lenta, más profunda. El cansancio del día y el alivio de saber que Koichi estaba seguro comenzaban a hacer efecto. Sus respuestas se volvían cada vez más suaves, más espaciadas, como si estuviera luchando contra el sueño. — ¿Ryō? —llamó suavemente cuando el silencio se extendió más de lo usual. Solo hubo respiración profunda y tranquila como respuesta. Ryōsuke se había quedado dormido con el teléfono en la oreja, arrullado por su voz y tranquilizado por la normalidad de la conversación. Koichi sintió una oleada de ternura tan intensa que casi lo dejó sin aliento. — Descansa, Ryō —susurró, aunque sabía que ya no lo escuchaba—. Buenas noches, cariño. Con cuidado, cortó la llamada y guardó el teléfono en el bolsillo. Siguió caminando por las calles silenciosas, pero ahora había una sonrisa tenue en sus labios. Saber que Ryōsuke dormía en paz, que su voz había sido suficiente para tranquilizarlo y llevarlo al sueño, le hacía sentir que todo valía la pena. Incluso las noches aburridas, incluso la monotonía, incluso la distancia. Porque al final del día, ser héroe no se trataba solo de enfrentar villanos y salvar vidas de formas espectaculares. A veces se trataba de cosas más pequeñas pero igual de importantes: de ser la voz que calma en la oscuridad, de ser la presencia que tranquiliza, de ser el hogar al que siempre se puede regresar. . . . Las dos horas y media que siguieron se arrastraron con la crueldad de un reloj oxidado. Para Koichi, cada minuto se sentía como un día entero; la ciudad parecía haberse expandido hasta el infinito, y el silencio de la noche se había convertido en un castigo personal. Había completado su ronda asignada dos veces, había verificado cada punto de control, había respondido a tres llamadas falsas de alarma, y aún le quedaba tiempo por delante. La monotonía era agotadora de una manera diferente a la acción. Cuando había peligro real, cuando tenía que usar su Quirk o enfrentar amenazas genuinas, el tiempo volaba. La adrenalina aceleraba el mundo, hacía que cada segundo contara, que cada decisión fuera crucial. Pero en noches como esta, cuando todo estaba demasiado tranquilo, cuando no había nada que demandara su atención completa, el tiempo se convertía en su enemigo. Caminó por callejones que conocía de memoria, revisó parques donde solo había parejas de enamorados y algún que otro sin hogar buscando un lugar donde pasar la noche. Cada paso lo acercaba inexorablemente al momento en que sus rutas se cruzarían con las de otros héroes, pero esos encuentros casuales no eran lo que su corazón esperaba. Finalmente, cuando ya había perdido la esperanza de que la noche tuviera algo interesante que ofrecer, el mensaje llegó a su comunicador: podía retirarse, otro héroe cubriría su lugar durante las últimas horas de la madrugada. Era el protocolo estándar; los patrullajes largos se dividían entre varios turnos para mantener a todos frescos y alerta. Un paseo rápido lo llevó de vuelta a la agencia de héroes local. El edificio permanecía iluminado las veinticuatro horas, con personal médico y administrativo siempre disponible para atender a los héroes que regresaban de sus misiones. La revisión post-misión fue sencilla y rutinaria; un médico lo examinó brevemente, verificó que no tuviera lesiones, y evaluó su estado general después del uso de su Quirk. — Apenas usaste tu poder esta noche —comentó el médico mientras revisaba sus constantes vitales—. Niveles de estrés normales, no hay signos de fatiga quirk. Estás libre para irte. En cuestión de minutos lo dejaron libre, firmó los papeles correspondientes, y técnicamente su jornada laboral había terminado. Debería haber regresado a casa, debería haberse dirigido directamente a su apartamento donde Ryōsuke dormía y donde Kentarō descansaba en su habitación. Debería haber seguido el camino responsable, el camino del héroe profesional que cumple con sus obligaciones y regresa junto a su familia. En lugar de eso, su cuerpo se movió solo. Al principio fueron pasos rápidos, determinados pero controlados, como si tuviera un destino claro en mente. Después se convirtieron en zancadas largas, urgentes, como si algo lo estuviera llamando desde la distancia. Y finalmente, cuando la necesidad se volvió insoportable, se convirtió en la carrera desesperada de un héroe en misión. Sus pulmones ardían, pero no por esfuerzo físico; tenía la condición y el entrenamiento para correr durante horas sin agotarse. El ardor venía de otra fuente: de la desesperación de llegar, de la necesidad imperiosa de estar en un lugar específico, con una persona específica. No se permitía analizar demasiado profundamente qué significaba esa urgencia, porque hacerlo implicaría admitir cosas que prefería mantener enterradas en los rincones más profundos de su corazón. El distrito 2 lo recibió con una actividad inusual. Las luces parpadeantes de varios vehículos de emergencia iluminaban las calles, y había héroes y personal de apoyo moviéndose con la eficiencia de quienes habían terminado recientemente una operación compleja. El aire todavía vibraba con la energía residual de la acción, con esa tensión particular que quedaba flotando después de que el peligro había pasado pero antes de que la normalidad se reinstalara completamente. Koichi bajó el ritmo gradualmente, forzando su respiración a calmarse, disimulando su llegada como si hubiera sido casual. Se mezcló entre el personal, fingiendo impaciencia profesional, como si estuviera allí por trabajo y no por la necesidad desesperada que lo había impulsado a correr por media ciudad. Sus ojos buscaban con discreción, recorriendo rostros familiares, identificando colegas, pero en realidad solo tenían un objetivo. Y entonces lo vio. Los cabellos negros aparecieron entre la multitud como una revelación, enmarcando un rostro que conocía mejor que el suyo propio. Los ojos celestes brillaban bajo las luces artificiales, reflejando el cansancio de alguien que había dado todo en una misión, pero también la satisfacción del deber cumplido. Touma estaba allí. Tan cerca que Koichi podía ver las pequeñas gotas de sudor en su frente, la manera en que su uniforme se pegaba ligeramente a su cuerpo por el esfuerzo, la forma en que sus manos se movían mientras hablaba con otro héroe. El corazón de Koichi latió con una fuerza desmedida, como si hubiera estado conteniendo la respiración durante horas y finalmente pudiera volver a oxigenar su sangre. Toda la tensión acumulada durante la noche, toda la monotonía y el aburrimiento, todo se transformó en un impulso único y poderoso: necesitaba estar cerca de él. Pero también necesitaba esperar. Touma estaba claramente en medio de un reporte post-misión, hablando con lo que parecía ser un superior, gesticulando de esa manera expresiva que lo caracterizaba cuando describía eventos importantes. Era joven aún, solo tenía diecisiete años, pero ya mostraba la madurez y la profesionalidad de un héroe experimentado. Había algo magnético en la forma en que se movía, en la confianza tranquila que irradiaba, en la manera en que otros héroes lo escuchaban con respeto a pesar de su edad. Koichi esperó, fingiendo paciencia, apoyándose contra la pared de un edificio cercano como si estuviera descansando después de su propia misión. Sus dedos jugaban nerviosos con el borde de su chaqueta mientras observaba, memorizando cada gesto, cada expresión que cruzaba el rostro de Touma. Era peligroso mirarlo así, lo sabía. Era peligroso sentir esa oleada de alivio al verlo seguro, esa necesidad de acercarse, esa felicidad pura que lo inundaba simplemente por estar en su presencia. Los minutos pasaron lentamente, cada uno cargado de una tensión que solo él podía sentir. Tuvo que contenerse para no acercarse, para no interrumpir, para no hacer algo impulsivo que pudiera llamar la atención de los demás. Pero la necesidad crecía dentro de él como una marea, amenazando con desbordar todos los muros de autocontrol que había construido. Finalmente, cuando sintió que no podía esperar ni un segundo más, cuando la distancia se había vuelto físicamente dolorosa, decidió actuar. Las vendas se desplegaron desde sus brazos como serpientes obedientes, moviéndose con una precisión que hablaba de años de entrenamiento y práctica. Se deslizaron silenciosamente entre la multitud, invisibles para la mayoría, dirigiéndose hacia su objetivo con determinación implacable. El movimiento fue brusco pero controlado, lo suficientemente rápido como para tomar por sorpresa, pero lo suficientemente cuidadoso como para no lastimar. Touma sintió la presión repentina alrededor de su torso un segundo antes de ser arrastrado. Un grito ahogado escapó de sus labios mientras su cuerpo era tirado con firmeza hacia atrás, sus pies perdiendo contacto momentáneo con el suelo. El mundo se difuminó a su alrededor en un torbellino de luces y movimiento hasta que chocó contra algo sólido y cálido. Las vendas lo habían envuelto con cuidado experto, asegurándose de no restringir su respiración pero manteniéndolo firmemente sujeto. Cuando finalmente se detuvo el movimiento, se encontró presionado contra un cuerpo que reconoció inmediatamente por instinto, antes incluso de poder procesar lo que estaba sucediendo. Su aliento se cortó de golpe cuando se encontró a centímetros de un rostro que hacía que su mundo se tambaleara. Los ojos negros de Koichi lo miraban con un brillo juguetón, travieso, casi peligroso. Había algo salvaje en esa mirada, algo que hablaba de impulsos apenas contenidos y de necesidades que habían encontrado finalmente una salida. Una sonrisa coqueta curvaba sus labios, tan cerca que Touma pudo sentir el calor de su respiración acariciando su piel. — Vaya, vaya… —susurró Koichi, su voz ronca y cargada de una picardía que hizo que a Touma se le erizara la piel—. Parece que he atrapado a un héroe hermoso esta noche. Las palabras se colaron entre ellos como un secreto íntimo, cargadas de una intimidad que contrastaba dramáticamente con el entorno público que los rodeaba. Touma tragó saliva, su cuerpo rígido por la sorpresa, el corazón latiendo tan fuerte que estaba seguro de que Koichi podía sentirlo contra su pecho. Aunque sabía que debía protestar, que debía preguntarle qué diablos estaba haciendo, que debía recordarle que estaban en público, las palabras se negaron a formarse en su garganta. Alrededor de ellos, algunos héroes habían volteado a mirar, pero nadie intervino. Todos conocían demasiado bien la reputación de Koichi Yamada: héroe profesional, hijo de Eraserhead y Present Mic, conocido tanto por su efectividad en el campo como por su tendencia a la teatralidad. Si estaba usando sus vendas para 'capturar' a un colega, probablemente tenía una buena razón, o simplemente estaba siendo su yo característicamente juguetón.
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