ID de la obra: 1303

Linea Blanca

Slash
NC-17
Finalizada
0
Tamaño:
228 páginas, 129.285 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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Capítulo 14

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Cuando Touma finalmente logró encontrar su voz, las palabras se deslizaron de su boca como fragmentos de cristal roto, cada sílaba cargada de una fragilidad que amenazaba con desmoronarse en el aire nocturno. — Koichi —su nombre escapó apenas como un susurro tembloroso—. ¿Qué estás haciendo? Era más que una pregunta; era una súplica desesperada, un ruego silencioso para que se detuviera antes de que ambos cruzaran un punto de no retorno. Su voz llevaba el peso de la vergüenza y la vulnerabilidad, un sonido que revelaba mucho más de lo que él mismo estaba preparado para admitir. Las palabras temblaron en sus labios como hojas al viento, frágiles y expuestas. Sus mejillas ardían, tanto por la proximidad física como por la imposibilidad cruel de la situación en la que se encontraban. Podía sentir las miradas discretas de algunos compañeros, aunque la mayoría había regresado a sus propias tareas. Era como estar parado al borde de un precipicio, sintiendo el vértigo del abismo pero incapaz de dar el paso hacia atrás que lo alejaría del peligro. Su mente se había convertido en un campo de batalla donde luchaban imágenes contradictorias que lo perseguían sin cesar: Ryōsuke, con esa hostilidad que recién ahora entendía, corrigiendo sin vacilación que era la pareja de Koichi; Hirosha, asegurándole con una convicción que rozaba en la desesperación que trabajaría incansablemente para reparar todo lo que estaba roto entre ellos. Y ahora, justo cuando había comenzado a convencerse de que debía aceptar esas realidades, de que debía construir muros alrededor de sus sentimientos y conformarse con lo que tenía, estaba Koichi. Tan devastadoramente cerca que podía contar cada pestaña que enmarcaba esos ojos negros, tan presente que su aroma se mezclaba con el aire que respiraba, mirándolo con una devoción tan intensa que hacía tambalear todas las convicciones que había tratado de construir durante meses de autoconvencimiento. Era un amor prohibido en el sentido más doloroso del término. No prohibido por las leyes o la sociedad, sino por las circunstancias, por las vidas que habían construido separadamente, por las personas que los esperaban en casa y que no merecían ser traicionadas. Era un amor que Touma deseaba con una intensidad que rozaba lo físico, como si cada latido de su corazón fuera una puñalada que se clavaba en su propio pecho, recordándole constantemente lo que no podía tener. Porque a pesar de todos sus intentos de negarlo, su cuerpo reaccionaba de maneras que estaban completamente fuera de su control. Podía sentir cómo el pecho de Koichi rozaba el suyo con cada respiración, cómo la tensión de los músculos del otro lo mantenían aprisionado en un contacto del que físicamente no podía escapar, pero del que emocionalmente no quería liberarse. El miedo lo desgarraba desde adentro, pero más lo aterraba reconocer que, en el fondo de su alma, no tenía ningún deseo real de soltarse. Era una contradicción que lo estaba destrozando: la parte racional de su mente gritaba que esto estaba mal, que tenían demasiado que perder, que había personas inocentes que saldrían lastimadas. Pero su corazón, ese órgano traicionero que llevaba años latiendo al ritmo del nombre de Koichi, se negaba a escuchar la voz de la razón. Koichi no se apresuró a responder. En lugar de ofrecer explicaciones o excusas, dejó que el silencio se alargara entre ellos como una cuerda tensa, permitiendo que la incomodidad creciera, que la tensión se volviera casi insoportable. Era como si disfrutara del temblor que recorría el cuerpo de Touma, como si cada estremecimiento fuera una confirmación de que sus sentimientos no eran unilaterales. Sus manos se aferraban con firmeza a las vendas que mantenía alrededor del cuerpo del más joven, como si aflojarlas fuera equivalente a perderlo para siempre. Había algo posesivo en la manera en que lo sostenía, algo que hablaba de una necesidad tan profunda que rayaba en la desesperación. Y entonces, cuando el silencio se había vuelto casi asfixiante, con un tono bajo y controlado que contrastaba dramáticamente con la intensidad de sus acciones, dejó escapar su respuesta: — Solo estaba de paso —mintió con una sonrisa que no llegaba completamente a sus ojos. Las palabras cayeron entre ellos con la simplicidad engañosa de una mentira. Pero ambos sabían que había mucho más detrás de su presencia allí, mucho más que el simple azar de encontrarse en el mismo lugar al mismo tiempo. Una pausa se extendió entre ellos, cargada de electricidad, mientras los labios de Koichi se curvaban apenas en una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Se inclinó más hacia Touma, tanto que sus respiraciones se entremezclaron, cálidas y urgentes, creando una burbuja de intimidad que parecía aislados del resto del mundo. Su voz bajó hasta convertirse en un murmullo íntimo que lo dejaba vulnerable: — Pero la verdad… —continuó, su voz ahora teñida de una honestidad brutal que le costó más admitir de lo que había esperado— solo quería verte. El golpe emocional fue devastador. Las palabras de Koichi impactaron contra Touma con la fuerza de una revelación, arrancándole literalmente el aire de los pulmones y dejándolo luchando por mantener algún tipo de compostura. La confesión era simple en su superficie, pero cargada de implicaciones que ninguno de los dos se atrevía a explorar completamente. Touma cerró los ojos con fuerza, como si la oscuridad autoimpuesta pudiera protegerlo del impacto de esas palabras. Pero no había escape; la confesión había encontrado su marca, había atravesado todas sus defensas y se había instalado directamente en su corazón. Su deseo se retorció en su interior como una serpiente venenosa, mezclándose de manera tóxica con la culpa que lo estaba devorando vivo. Lo deseaba, sí, más que a cualquier cosa en este mundo. Deseaba perderse en esos ojos negros, deseaba que las vendas lo mantuvieran así para siempre, deseaba olvidar el resto del mundo y existir solo en este momento robado. Pero también sabía, con una claridad que le dolía hasta los huesos, que no debía hacerlo. Que tenía responsabilidades, compromisos, una vida que había elegido conscientemente cuando decidió que lo suyo con Koichi no podía funcionar. Con un movimiento que le costó más fuerza de voluntad de la que creía poseer, giró el rostro justo antes de que sus labios se encontraran, antes de que todo se rompiera de manera irreversible. Fue un gesto pequeño pero monumental, una línea en la arena que se negó a cruzar a pesar de que cada fibra de su ser le suplicaba que lo hiciera. — Koichi. Esto no está bien —su voz salió quebrada, cargada de una desesperación que trataba de disimular—. Pueden vernos, por favor… suéltame. Las palabras eran apenas un ruego, una súplica desesperada dirigida tanto a Koichi como a sí mismo. Porque sabía que si no se separaban ahora, si no ponían distancia entre sus cuerpos antes de que la tentación se volviera insoportable, no tendría la fuerza para resistirse. Pero Koichi no obedeció. En lugar de aflojar su agarre, su corazón se tensó como un puño cerrado, su sonrisa se desvaneció gradualmente, y una chispa de algo que podría haber sido dolor o decepción le cruzó la mirada. Porque lo podía ver, lo podía sentir en la tensión del cuerpo de Touma, en la manera en que su respiración se había acelerado, en cómo sus manos temblaban ligeramente: Touma lo quería, lo anhelaba con cada fibra de su ser, y aun así lo apartaba. Ese rechazo no era un "no" genuino. Era un "sí" disfrazado, un "sí" envuelto en capas de responsabilidad y culpa, pero un "sí" al fin y al cabo. Y esa realización lo enloquecía más que cualquier rechazo directo podría haberlo hecho. — Que vean, no me importa —respondió con una firmeza que hasta a él mismo lo sorprendió, su voz cargada de una convicción que no sabía que poseía. Con un movimiento deliberado, tiró de las vendas, reduciendo aún más la distancia entre ellos hasta que el cuerpo de Touma encajó contra el suyo sin espacio de por medio. No había aire entre sus torsos, no había espacio para pretensiones o excusas. Solo quedaban dos cuerpos que se reconocían mutuamente a pesar del tiempo que había pasado, dos corazones que latían al mismo ritmo desacompasado. Su aliento rozó la piel expuesta del cuello de Touma al hablar, enviando escalofríos por toda su columna vertebral, con un tono que estaba cargado de desafío, súplica y miedo entrelazados en proporciones que ni él mismo podía desenredar. — ¿De verdad quieres que te suelte? —preguntó, y aunque su voz mantenía esa coquetería característica que usaba como armadura, había un temblor de inseguridad que se escondía detrás, una vulnerabilidad que pocas veces permitía que otros vieran. Sus manos no dejaban lugar a dudas sobre sus verdaderas intenciones: apretaban las vendas con una fuerza que hablaba de desesperación, como si un simple movimiento de Touma en dirección contraria pudiera borrarlo de su vida para siempre. Era la reacción de alguien que había perdido algo valioso una vez y estaba aterrado de que sucediera de nuevo. — Pídemelo… —susurró, su voz quebrándose en un filo peligroso entre reto y súplica, entre fortaleza y vulnerabilidad completa—. Pídeme que te suelte. Dime que realmente quieres que me vaya. La tensión entre ellos se volvió insoportable, un peso que parecía comprimir el aire mismo hasta hacerlo denso y difícil de respirar. El silencio que siguió fue pesado como plomo, cargado de todas las palabras que ninguno se atrevía a pronunciar, de todos los deseos que trataban de mantener enterrados. Y entonces, cuando la desesperación se volvió demasiado intensa para soportar, Koichi jugó la carta que incluso para él resultaba cruel, la carta que sabía que era sucia pero que no podía evitar usar porque la alternativa era perder a Touma para siempre. — Porque puedo hacerlo —continuó, clavando sus ojos negros en los celestes de Touma con una intensidad que rayaba en lo hypnótico—. Puedo soltarte ahora mismo, irme a casa y fingir que nada de esto pasó. Y nunca más volvería a acercarme a ti así. Podríamos volver a ser solo conocidos, solo dos héroes que a veces se cruzan en el trabajo. ¿Es eso lo que quieres? Touma sintió como si el mundo entero se hubiera detenido en ese momento, como si el tiempo mismo se hubiera congelado alrededor de las palabras de Koichi. El golpe emocional de esa ultimátum disfrazada fue tan fuerte que lo dejó literalmente sin aliento, luchando por encontrar oxígeno en un aire que de repente se había vuelto demasiado espeso para respirar. Sabía, con esa claridad dolorosa que a veces acompaña a los momentos más intensos, que Koichi lo estaba diciendo principalmente como provocación, que buscaba arrinconarlo emocionalmente, que quería forzarlo a admitir lo que ambos sabían pero que ninguno se atrevía a verbalizar. Era una manipulación emocional en el sentido más crudo del término, y ambos lo sabían. Pero había algo más en la voz de Koichi, algo que se colaba entre las grietas de su aparente confianza. Una molestia genuina que trataba de disimular, un miedo profundo y primitivo que se disfrazaba de indiferencia, una vulnerabilidad que se escondía detrás de palabras aparentemente casuales. Era como si Koichi también estuviera colgando al borde de un precipicio emocional, usando la audacia como la única manera de evitar caer al vacío. Y esa mezcla tóxica de manipulación y vulnerabilidad genuina fue suficiente para que los ojos de Touma se llenaran de lágrimas que había estado conteniendo durante demasiado tiempo. No eran solo lágrimas de frustración o tristeza; eran lágrimas de agotamiento emocional, de estar atrapado entre deseos imposibles y responsabilidades ineludibles, de amar a alguien que no podía tener sin destruir la vida que había construido cuidadosamente. Porque lo último, lo absolutamente último que quería en este mundo era perder a Koichi completamente. La idea de volver a ser extraños, de fingir que nunca había existido nada entre ellos, de pasar el resto de su vida cruzándose ocasionalmente en misiones y actuando como si su corazón no se acelerara cada vez que escuchara su nombre… esa perspectiva era más aterradora que cualquier villano que hubiera enfrentado. No quería renunciar a Koichi, aunque su consciencia le gritara con la voz de su entrenamiento moral que debía hacerlo. No quería construir muros más altos entre ellos, aunque sabía que era la decisión correcta, la decisión responsable, la decisión que cualquier persona madura habría tomado. Ese juego emocional, esa traición disfrazada de devoción, le estaba rompiendo el alma de maneras que no sabía que eran posibles. Y sin embargo, a pesar de toda la tormenta emocional que rugía en su interior, las palabras permanecían atrapadas en su garganta como prisioneros en una celda. Estaban ahí, luchando por salir, pero sofocadas entre el deseo que lo consumía y la culpa que lo paralizaba. El calor del cuerpo de Koichi lo envolvía como una segunda piel, y cada segundo que pasaba sin responder hacía que la tensión entre ellos se volviera más insoportable. Sus labios se movieron varias veces, tratando de formar palabras que no llegaban, sonidos que se perdían antes de convertirse en algo coherente. Era como si su cuerpo hubiera olvidado cómo funcionar, como si todos los sistemas estuvieran cortocircuitando bajo la presión de la decisión que se le exigía tomar. Koichi observaba cada micro-expresión que cruzaba el rostro de Touma con la intensidad de alguien que estaba apostando todo en una sola jugada. Podía ver la guerra que se libraba detrás de esos ojos celestes, podía sentir el temblor que recorría el cuerpo del más joven, podía percibir la magnitud del conflicto interno que sus palabras habían desatado. Parte de él se sentía culpable por poner a Touma en esa posición, por usar sus sentimientos como palanca emocional, por forzar una confrontación que ambos habían estado evitando cuidadosamente durante meses. Pero una parte más grande, más desesperada, sabía que esta podría ser su única oportunidad de saber la verdad, de entender si los sentimientos que lo habían estado torturando eran correspondidos o si había estado viviendo en una fantasía construida sobre recuerdos idealizados. El silencio se extendió entre ellos como una cuerda tensa que amenazaba con romperse en cualquier momento. Cada segundo que pasaba sin respuesta era una eternidad, cada respiración compartida era una prueba más de lo imposible de su situación. Koichi, que conocía cada uno de sus gestos después de meses de una relación que nunca formalizó, entendió de inmediato. Touma no podía pedirle que se fuera, pero tampoco podía pedirle que se quedara. Ninguno de los dos tenía el valor de renunciar al calor que habían recuperado después de tanto tiempo, y eso era lo que más dolía. Koichi bajó la mirada, su respiración se volvió pesada. La realidad se imponía sobre sus impulsos como agua fría. — Lo entiendo —murmuró al fin, con una seriedad forzada que apenas lograba esconder la tristeza que le desgarraba el pecho. Las vendas cedieron lentamente, como si también les costara aceptar la despedida. Se deslizaron sobre el cuerpo de Touma con suavidad antes de volver a enrollarse en torno a los brazos de Koichi, obedientes pero resignadas. La presión desapareció y con ella la excusa para mantenerse cerca. — Tienes razón. Esto... no debería haber pasado. Koichi se dio la vuelta, sus hombros encorvados bajo un peso invisible. Cada paso que daba se sentía como arrancar una parte de sí mismo, pero sabía que era lo correcto. Si Touma no podía elegirlo libremente, entonces no tenía derecho a forzar la situación. — Cuídate, Touma —dijo sin voltear, su voz apenas audible. El sonido de sus pasos, firmes y pesados contra el suelo, retumbaba en los oídos de Touma como un reloj marcando la pérdida inevitable. Lo conocía bien: Koichi no jugaría con su voluntad. Si se rendía, sería definitivo. Y esa certeza le rompió algo por dentro. El pánico se apoderó de Touma. Sintió cómo el aire se le escapaba, cómo una parte de su alma se desprendía con cada metro que los separaba. Las lágrimas comenzaron a caer sin permiso, ardientes, humillantes, pero imposibles de detener. Mordió su labio inferior con fuerza hasta hacerse daño, como si el dolor físico pudiera anclarlo a la realidad. No puede irse así. No después de todo lo que sentí con él. No puedo dejarlo ir. No lo soportó más. Con pasos apurados, casi torpes, se lanzó hacia él y atrapó su mano. — Espera —su voz fue apenas un hilo de sonido. Koichi se detuvo en seco, su cuerpo tensándose bajo el contacto. Durante un momento eterno, ninguno se movió. — Hablemos en otro lado… —la voz de Touma fue un susurro suplicante, frágil, que se quebraba con cada segundo que Koichi permanecía en silencio. El héroe se detuvo. No giró de inmediato, pero su cuerpo se tensó como si cada músculo estuviera preparándose para huir o quedarse. Cuando por fin lo miró, la visión lo atravesó como un puñal: Touma lloraba, roto, con los ojos enrojecidos y la respiración entrecortada. Las lágrimas creaban senderos silenciosos por sus mejillas, y había algo devastado en su expresión que hablaba de una decisión tomada en el último segundo. Koichi sintió su corazón resquebrajarse. Se odió a sí mismo por haberlo arrinconado, por haberlo llevado a ese límite donde el deseo y la culpa chocaban sin remedio. Pero más que eso, sintió una esperanza peligrosa encenderse en su pecho. No dijo nada. No podía. Pero sus dedos, apretando con fuerza la mano de Touma, hablaron en su lugar. Fue una respuesta silenciosa, desesperada en su sencillez. Sin soltarlo, tiró suavemente de él y comenzó a caminar, apretando el paso para alejarse del lugar antes de que alguien se fijara en la tensión que los rodeaba. — Vamos —murmuró simplemente. Los pocos héroes que quedaban en el distrito habían apartado la mirada hacía rato. La escena no había sido llamativa, no hubo gritos ni enfrentamientos. Para ellos, solo eran dos compañeros hablando en voz baja, quizás discutiendo algún aspecto de la misión. Nadie se molestó en mirar más de la cuenta, todos demasiado ocupados con sus propios reportes y procedimientos post-operación. Y eso fue lo que les dio la libertad de desaparecer juntos en la oscuridad, con el corazón de ambos latiendo demasiado rápido como para admitir lo que en realidad estaba ocurriendo. Ambos caminaron sin intercambiar una sola palabra. El silencio se volvió una prisión en la que solo podían escuchar el estruendo de sus propios corazones, desamparados, llenos de un ruido que no se atrevía a transformarse en palabras. Cada paso parecía pesarles más, arrastrándolos hacia un destino que ninguno había planeado pero que ambos necesitaban desesperadamente. El distrito 2 quedaba atrás, con sus luces y su murmullo constante, hasta que se adentraron en un callejón estrecho, apartado, donde apenas una farola temblorosa les regalaba un par de sombras mal dibujadas en la pared. Era un lugar neutral, privado, donde las palabras podrían fluir sin el peso de las miradas ajenas. Allí, en esa penumbra casi absoluta, Koichi soltó la mano de Touma. Fue un gesto breve, pero hiriente, como si el contacto de su piel le quemara y necesitara apartarse para no dejarse consumir. Retrocedió apenas un paso, creando una distancia mínima que sin embargo se sintió como un abismo. Touma lo notó de inmediato: ese retroceso no era casualidad, era una barrera inconsciente, un escudo levantado por miedo a volver a ser rechazado. Y aunque le dolió, no dijo nada. No podía exigirle cercanía cuando había sido él mismo quien la había negado momentos antes. Koichi respiró hondo, sus hombros temblando bajo el peso de lo que lo sofocaba. Levantó una mano hasta su rostro, cubriéndose los ojos como si quisiera borrar la frustración con un simple gesto. Se frotó la frente, los pómulos, hasta que bajó lentamente los dedos, dejando ver en su expresión un cansancio más profundo que cualquier herida física. — Lo siento… —murmuró con la voz rota, apenas audible en la oscuridad—. Fue mi culpa. No debí forzarte así, no debí usar mis vendas para... para atraparte cuando claramente no querías que lo hiciera. Su voz se quebró ligeramente al continuar: — No debí ponerte en esa posición. No debí hacerte elegir entre lo que sientes y lo que sabes que está bien. Eso fue egoísta de mi parte. El aire se llenó de esa disculpa amarga. No era solo por las vendas, por la cercanía forzada ni por el atrevimiento de casi robarle un beso. Era por todo: por desearlo, por buscarlo a escondidas, por hacerle cargar con una culpa que quizás Touma no podía soportar. Su propia cabeza lo castigaba sin piedad, repitiéndole que había traicionado la confianza de alguien que amaba, que había actuado por puro impulso, y que ahora ambos estaban atrapados en un laberinto de sentimientos imposibles. — Puedes irte si quieres —añadió, su voz apenas un susurro—. No te voy a perseguir más. No voy a hacer que esto sea más difícil para ti de lo que ya es. Touma lo miraba, con el pecho apretado y las manos crispadas a los costados. La parte de él que quería gritarle que no tenía nada que disculpar se ahogaba bajo la otra, la que recordaba a Ryōsuke, a Hirosha, a todo lo que estaba en juego. Y esa tensión lo mantenía inmóvil, atrapado entre el deseo de acercarse y el miedo de perderlo todo. Pero las palabras de Koichi, cargadas de una culpa que no merecía llevar solo, fueron lo que finalmente rompió el dique que contenía todo lo que Touma había estado reprimiendo. El silencio de Touma se volvió insoportable para ambos. Cada palabra que Koichi pronunciaba era como un cuchillo girándose en su pecho, un recordatorio cruel de la fragilidad de lo que habían compartido. Su corazón se oprimía, golpeando contra sus costillas con un dolor que lo desarmaba por dentro. Ver a Koichi, siempre tan fuerte y seguro de sí mismo, exponerse de esa manera, desnudando sus sentimientos sin reservas y prometiendo alejarse solo para no lastimarlo, le arrancaba el aire de los pulmones. ¿Alejarse? Esa posibilidad lo atravesó con más fuerza que cualquier herida. Touma no podía permitirlo. No quería que su tarde de intimidad, aquella que había sido la primera vez que sintió un amor tan real y profundo, quedara reducida a un error del que Koichi tendría que disculparse. Había sentido en esas horas más de lo que jamás había sentido en toda su vida, más de lo que había creído posible sentir por otra persona. Su mente le gritaba que debía ser racional, que debía volver a la vida que lo esperaba, a la estabilidad que ya había construido con tanto esfuerzo, pero su corazón rugía con más fuerza. Y por primera vez en mucho tiempo, Touma decidió escucharlo por encima de todo lo demás. Se abalanzó sobre Koichi con la violencia desesperada de quien se rehúsa a perder lo único que lo mantiene vivo. El golpe de la espalda del rubio contra la pared del callejón resonó seco, pero ninguno lo notó. Touma lo aferró con uñas y dientes, sus manos enredándose en su cabello, sus labios encontrando los de Koichi en un beso desesperado. Fue un choque brutal al principio, amargo, cargado de todo el dolor y los celos que hervían dentro de ambos. No era un beso suave ni romántico, era una colisión de almas heridas que se reconocían en el caos. Los labios de Koichi sabían a resignación y miedo, mientras que los de Touma sabían a lágrimas y decisiones tomadas al borde del precipicio. Pero poco a poco, entre jadeos y respiraciones entrecortadas, ese beso fue transformándose. De la rabia al anhelo, del dolor a un amor tan sincero y puro que dolía en cada terminación nerviosa. Sus bocas se buscaron una y otra vez, como si cada contacto fuera el único que podrían tener, como si el mundo fuera a desmoronarse a su alrededor en cualquier momento. Koichi lo sostuvo con fuerza, clavando sus manos en su espalda como un náufrago que se aferra a la única tabla de salvación. Esta vez fue Touma quien no lo dejó apartarse, quien le negó todo espacio, regalándole apenas respiros cortos antes de devorarlo de nuevo con besos que ardían como fuego líquido. Cuando al fin se separaron, con los labios enrojecidos y el aire escapando en jadeos entrecortados, Touma hundió el rostro en el pecho de Koichi. Sus hombros temblaban, y su voz brotó temblorosa, suplicante, quebrada por la intensidad de lo que acababa de admitir con ese beso. — No lo llames error… por favor… —sus palabras se aferraban al rubio con la misma fuerza que su cuerpo—. No lo olvides. No olvides lo que sentimos, lo que vivimos. Un nudo en su garganta le impedía hablar con claridad, pero aun así lo confesó, con el peso de toda su alma volcándose en cada palabra: — Te deseo… Te amo tanto que me duele respirar… —sus manos se aferraron más fuerte a la tela de su ropa—. Y no puedo soportar la idea de compartirte… lo anhelo todo de ti, Koichi. Tu cuerpo, tu amor, tu vida… solo para mí. La bilis de los celos se mezcló en sus palabras, y aun así no se contuvo. Era la primera vez que se permitía ser completamente honesto sobre la intensidad de lo que sentía. — No puedo odiar a Ryōsuke… —escupió con rabia contenida, con veneno en cada sílaba—. Es tan dulce, tan perfecto para ti... pero… —su voz se quebró de nuevo, un sollozo escapándose— pero quiero ser yo quien tenga ese derecho. Quiero ser yo quien esté a tu lado, no él. Quiero ser yo quien te despierte por las mañanas, quien te cuide cuando estés herido, quien... Se detuvo, abrumado por la magnitud de lo que acababa de confesar. Sus palabras cayeron como una plegaria desesperada, como un juramento arrancado a la fuerza del corazón de un hombre que sabía que estaba cruzando una línea, pero que no podía hacer otra cosa más que elegir lo único que le daba sentido a su existencia: amar a Koichi, aunque lo destruyera en el intento. En la penumbra del callejón, por la intensidad de una confesión que cambiaría todo para siempre, ambos sabían que no había vuelta atrás. Lo que habían sentido el día anterior había sido real, y lo que sentían ahora era aún más poderoso. Fuera del mundo, lejos de las responsabilidades y las expectativas, solo existían ellos dos y la verdad cruda de un amor que ya no podía ser negado.
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