Capítulo 15
16 de octubre de 2025, 10:58
Koichi permaneció en silencio un instante, como si las palabras de Touma hubieran congelado el tiempo a su alrededor. El aire mismo parecía haberse detenido en el callejón, y solo existía el eco de esas palabras que acababa de escuchar: "Te amo tanto que me duele... lo anhelo todo de ti... solo para mí."
Su mente era un torbellino: celos, deseo, alivio y miedo luchaban en su interior como fuerzas opuestas tratando de desgarrarlo. Durante tanto tiempo había imaginado escuchar esas palabras, había soñado con que Touma sintiera por él una fracción de lo que él sentía, pero nunca se había preparado para la realidad de ello. Había algo abrumador en saber que era correspondido, algo que lo llenaba tanto que temía desbordarse.
Pero había algo que eclipsaba todo lo demás. La confesión de Touma era lo único que resonaba en su cabeza ahora, como un eco que lo llenaba de calor desde el centro del pecho hacia cada extremidad. Me ama... realmente me ama.
Su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en las sienes, en las muñecas, en cada pulso de vida que corría por su cuerpo. Ya sabía que sus sentimientos eran correspondidos, lo podía ver en cada sonrisa, cada caricia, pero oírlo directamente de su boca era como un sueño.
— Touma... —murmuró su nombre como si fuera una plegaria, como si pronunciarlo pudiera confirmar que todo esto era real.
Sin pensarlo más, lo abrazó con fuerza, pegando el cuerpo de Touma contra el suyo como si quisiera fundirlo en él, como si la distancia de unos centímetros fuera demasiado para soportar después de escuchar esas palabras. Sus brazos se envolvieron alrededor de la cintura del pelinegro, apretándolo contra su pecho con una necesidad que rayaba en la desesperación.
Sus manos recorrieron su espalda con una ternura reverente, casi temerosa, como si Touma fuera algo precioso que pudiera romperse si no lo tocaba con el cuidado suficiente. Cada caricia era una promesa silenciosa, cada movimiento de sus dedos contra la tela de su uniforme era un intento de memorizar este momento, de grabarlo tan profundamente en su memoria que nunca pudiera olvidarlo.
— No puedo creer que seas real —susurró contra su oído, su voz temblando con emoción contenida—. No puedo creer que sientes esto... por mí.
Touma sintió que podía desmoronarse en esos brazos, que podía permitirse llorar sin miedo, sin la necesidad de mantenerse fuerte o de fingir que tenía todo bajo control. En los brazos de Koichi, podía ser vulnerable. Podía ser honesto. Podía ser él mismo sin reservas.
Sus propias manos se aferraron a la espalda de Koichi, clavándose en la tela como si fuera lo único que lo mantenía anclado a la realidad. Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente encontraron libertad, deslizándose por sus mejillas en senderos silenciosos que hablaban de liberación más que de dolor.
— Koichi... —susurró su nombre contra su hombro, sintiendo cómo cada sílaba llevaba consigo años de anhelo contenido.
Koichi no le dio tiempo a procesar completamente lo que pasó después: con un movimiento rápido y decidido lo cargó en brazos, sujetándolo firmemente de los muslos y levantándolo del suelo como si no pesara nada. La transición fue tan súbita que Touma no tuvo tiempo de protestar o resistirse.
Touma abrió los ojos con sorpresa, un pequeño jadeo escapando de su boca mientras sus manos buscaban instintivamente los hombros de Koichi para mantener el equilibrio y sus piernas le rodearon la cadera para sujetarse. Su corazón se aceleró, no por miedo sino por la intimidad repentina del gesto, por la forma en que Koichi lo sostenía como si fuera lo más valioso del mundo.
— ¿Qué estás...? —comenzó a preguntar, pero cualquier protesta murió en su garganta cuando vio el rostro de Koichi.
El rubio sonreía con una expresión que pocas veces dejaba ver, una mezcla de alivio y felicidad pura que transformaba completamente su rostro. Era como si una luz se hubiera encendido en su interior, como si años de dolor y soledad hubieran sido borrados en un instante. Incluso las lágrimas que se acumulaban en sus ojos se veían hermosas, como cristales que reflejaban una felicidad demasiado grande para contenerse.
La tensión de hacía unos minutos, esa carga pesada de culpa y miedo, se disolvió de golpe cuando Koichi giró sobre sí mismo un par de veces, riendo bajo, un sonido gutural y genuino que Touma podía contar con los dedos las pocas veces que la había escuchado. Era la risa de alguien que acababa de encontrar algo que había perdido hacía mucho tiempo, o quizás algo que nunca había tenido.
— No puedo parar de sonreír —admitió Koichi, casi sin aliento, girando una vez más—. Es estúpido, pero... no puedo parar.
Sus pies tocaron el suelo con suavidad, pero no soltó a Touma. Sus manos permanecieron firmes en sus muslos, manteniéndolo elevado, como si bajarlo significara romper el hechizo de este momento perfecto.
— Me amas… —susurró entonces, su voz casi infantil en su incredulidad, como si fuera la primera vez que pronunciara esas palabras y necesitara escucharlas para creerlas.
Repitió la frase como un mantra, como si cada vez que la dijera se volviera más real:
— Me amas... realmente me amas...
Touma no pudo evitar sonreír, esa sonrisa pequeña y tímida que le nacía solo cuando estaba cerca de Koichi, la que había estado reprimiendo durante tanto tiempo. Era un gesto que decía más que cualquier palabra, que confirmaba sin necesidad de explicaciones todo lo que había confesado momentos antes.
Sus manos se movieron hasta enmarcar el rostro de Koichi, sus pulgares acariciando suavemente las lágrimas que aún corrían por sus mejillas.
— Sí —susurró simplemente—. Te amo. Más de lo que debería, más de lo que es seguro... pero te amo.
Se quedaron así, mirándose en silencio por unos segundos que se sintieron eternos. Los malos sentimientos seguían ahí, escondidos en los rincones de sus mentes como sombras esperando el momento de volver. El peso de la realidad todavía pendía sobre ellos como una espada: Ryōsuke seguía existiendo, Hirosha seguía esperando, las consecuencias de esta decisión seguían siendo inciertas y potencialmente devastadoras.
Pero en ese instante no importaba. Todo lo que quedaba era el calor de sus cuerpos presionados uno contra el otro, el latido acelerado de sus corazones sincronizándose, y la certeza absoluta de que se amaban. El resto del mundo podía esperar.
— Cuando todo esto termine… —comenzó a decir, su voz cambiando a una seriedad que contrastaba dramáticamente con la alegría que había mostrado segundos atrás—. Cuando resolvamos... lo que tenemos que resolver...
Hizo una pausa, como si estuviera reuniendo valor para pronunciar las palabras que habían estado viviendo en su corazón durante tanto tiempo.
— Quiero que salgas conmigo —confesó finalmente, cada palabra pesada con significado—. Oficialmente. Públicamente. No me importa nada más, Touma. No quiero seguir viviendo una mentira, no quiero seguir fingiendo que no siento lo que siento.
Su voz se quebró apenas al continuar, volviéndose más vulnerable con cada palabra:
— Te amo. Y quiero renunciar a todo lo que deba renunciar para estar contigo. Esta vez… esta vez quiero hacer las cosas bien. No quiero esconderte como si fueras algo de lo que me avergonzara, no quiero esconderme como si lo que sentimos fuera sucio o malo.
Koichi bajó lentamente a Touma hasta que sus pies tocaron el suelo, pero no se alejó. Sus manos se movieron hasta tomar el rostro de Touma entre ellas, acariciando sus mejillas con una ternura que contrastaba con la intensidad de todo lo que acababan de vivir.
Sus dedos se apretaron un poco más contra el rostro de Touma, como si temiera que se desvaneciera si lo soltaba, como si este momento fuera demasiado perfecto para ser real.
Hizo otra pausa, sus ojos negros fijos en los celestes de Touma con una intensidad que lo atravesaba:
— Solo… quiero que seamos felices. Quiero poder tomarte de la mano en público, quiero poder llevarte a cenar sin mirar por encima del hombro, quiero poder decirle al mundo que te amo sin que eso sea un secreto que tengamos que cargar.
Las palabras cayeron entre ellos como promesas sagradas, como votos que trasformaban todo lo que habían sido hasta ese momento.
Touma sintió que las lágrimas se acumulaban en sus ojos otra vez, pero esta vez no eran de dolor, sino de alivio. Era como si una parte de él que había estado conteniendo la respiración durante meses finalmente pudiera exhalar. La posibilidad de un futuro junto a Koichi, real y tangible, se extendía frente a él como un camino iluminado después de años de caminar en la oscuridad.
Asintió varias veces, sin poder hablar al principio, abrumado por la magnitud de lo que Koichi estaba ofreciendo, por lo que significaba para ambos. Cuando finalmente encontró su voz, fue para sonreír de verdad, esa sonrisa completa y sin reservas que había estado guardando para este momento.
— Yo también lo quiero —logró decir finalmente, su voz cargada de emoción, temblando con la intensidad de lo que sentía—. Quiero todo eso contigo. Quiero ser feliz contigo.
Se besaron una vez más, un beso que fue completamente diferente a todos los anteriores. No había desesperación ni rabia, no había miedo de que fuera el último. Este beso era largo, lento y lleno de promesas. Fue el inicio de algo nuevo, el primer beso de su futuro juntos. Sus labios se movían con una sincronización perfecta, como si hubieran estado practicando para este momento toda su vida.
Koichi saboreó cada segundo, cada movimiento de los labios de Touma contra los suyos, memorizando la textura, la temperatura, la forma perfecta en que encajaban juntos. Sus manos se movieron hasta la nuca de Touma, enredándose en su cabello negro mientras profundizaba el beso con una ternura que hacía que todo su cuerpo vibrara.
Touma respondió con igual intensidad, sus manos aferrándose al chaleco de Koichi como si fuera lo único que lo mantenía de pie. Podía sentir el futuro en este beso, podía ver las posibilidades extendiéndose frente a ellos como un mapa de territorio inexplorado pero lleno de promesas.
Cuando finalmente se separaron, ambos estaban sin aliento, sus frentes apoyadas una contra la otra, compartiendo el mismo aire cálido en el pequeño espacio que los separaba.
Koichi apoyó su frente en la de Touma, su voz baja, casi un susurro cargado de una ilusión que lo hacía parecer años más joven:
— Entonces… ¿ahora sí podré pasar a verte al final de las misiones? —preguntó, con una mezcla de humor y esperanza que hizo que Touma sonriera—. ¿Podré llevarte café cuando estés de guardia? ¿Podré quedarme después del trabajo solo para pasar tiempo contigo sin tener que inventar excusas?
Su sonrisa se amplió mientras continuaba, como si estuviera liberando todos los planes que había estado guardando en secreto:
— ¿Podré presentarte como mi novio cuando alguien pregunte? ¿Podré tenerte conmigo los fines de semana, hacer planes contigo, planear vacaciones juntos?
Touma dejó escapar una risa suave, genuina, que brotó de algún lugar profundo en su pecho donde había estado guardando toda la felicidad que no se había permitido sentir.
— Ahora sí… —respondió, cada palabra cargada de promesa y esperanza—. Todo eso... ahora sí.
Sus palabras quedaron suspendidas entre ambos en el aire cálido del callejón, como un pacto silencioso, como el primer acuerdo de su nueva vida juntos. En la penumbra que los rodeaba, envueltos todavía por las vendas de Koichi que se habían convertido en un capullo de intimidad, ambos sabían que habían cruzado una línea irreversible.
Pero por primera vez en mucho tiempo, cruzar esa línea no se sentía como una pérdida, sino como un comienzo.
— Te amo —murmuró Koichi una vez más, como si necesitara seguir diciéndolo para creer que era real.
— Y yo te amo a ti —respondió Touma, sellando el momento con una promesa que cambiaría todo para ambos.
En la distancia, la ciudad continuaba su ritmo nocturno, ajena a la revolución que acababa de ocurrir en ese pequeño callejón oscuro. Pero para Koichi y Touma, el mundo había cambiado para siempre. Ya no serían dos héroes que se amaban en secreto.
Ahora eran dos hombres que habían decidido luchar por su felicidad, sin importar las consecuencias.
Koichi estaba completamente fuera de sí, una mezcla de adrenalina y ternura recorriendo su cuerpo como una corriente eléctrica que no podía controlar. Sus mejillas ardían como si tuviera fiebre y su sonrisa era tan grande que le dolía la cara, pero no podía detenerla. Era como si todos los músculos de su rostro hubieran decidido por cuenta propia expresar una felicidad que llevaba meses, quizás años, reprimiendo.
Su mente no paraba de reproducir imágenes de un futuro que hasta hace unos minutos había parecido imposible: él y Touma desayunando juntos después de una misión nocturna difícil, compartiendo el silencio cómodo de la mañana mientras el sol se filtraba por las cortinas; caminando de la mano por las calles de la ciudad sin tener que esconderse, sin mirar por encima del hombro para asegurarse de que nadie los viera; riendo como lo estaban haciendo ahora, sin el peso de la culpa aplastándoles el pecho.
Cada pensamiento era una chispa que lo hacía soltar pequeños chillidos ahogados, sonidos involuntarios que brotaban de su garganta sin que pudiera controlarlos. Se llevó una mano a los labios, tratando inútilmente de contener las risas nerviosas que amenazaban con convertirse en sollozos de pura emoción.
— Dios mío —murmuró contra su palma, sus ojos brillando con lágrimas que no sabía si eran de felicidad o de alivio—. Esto es real, ¿verdad? No me estoy imaginando nada de esto.
Su voz temblaba con una emoción que nunca había sentido antes, era como si un volcán inactivo de euforia finalmente hiciera erupción.
— No puedo creerlo —siguió balbuceando, su voz entrecortada por pequeños suspiros—. Pensé que... pensé que ibas a elegir quedarte con él. Pensé que yo era solo... solo una distracción.
Touma lo miraba fascinado, con el corazón latiéndole tan rápido que podía sentir como si chocará contra su pecho con cada latido. Nunca había visto a Koichi así, tan completamente vulnerable y tan sincero en su alegría. El hombre que siempre mantenía una fachada de control profesional, que medía cada palabra y cada gesto en público, ahora estaba frente a él completamente perdido, chillando de amor como un adolescente que acaba de dar su primer beso.
La visión le dio una oleada de orgullo cálido en el pecho, una sensación tan intensa que casi lo mareó: él era quien lo hacía sonreír de esa forma. Él era la causa de esa felicidad desbordante que hacía que Koichi pareciera años más joven. Esa realización lo atravesó como un rayo, llenándolo de una confianza que no había sentido nunca antes.
— Eres tan hermoso cuando sonríes así —susurró, sin poder apartar los ojos de su rostro.
Esa idea lo impulsó a acercarse de nuevo, eliminando la poca distancia que quedaba entre ellos. Con movimientos lentos, deliberados, tomó el rostro de Koichi con ambas manos, sintiendo cómo el otro se inclinaba instintivamente hacia su toque. Sus pulgares acariciaron las mejillas enrojecidas, notando el calor que irradiaba su piel.
— Mírame —murmuró, esperando hasta que esos ojos negros se clavaran en los suyos—. Esto es real. Estamos aquí, juntos, y no voy a irme a ninguna parte.
Y entonces lo besó otra vez.
Fue un beso completamente diferente al anterior. Lleno de una confianza bañada en una ternura apasionada. Más largo, más profundo, casi desesperado en cariño. Touma dejó que toda la pasión que lo consumía escapara sin filtros, volcando en ese contacto cada emoción que había estado reprimiendo durante meses.
Sus dedos se enredaron en el cabello de Koichi, notando por primera vez lo suave que era, tirando de él con suavidad hasta que sintió que el rubio le devolvía el beso con la misma intensidad. Las manos de Koichi encontraron su cadera, aferrándose a él como si fuera su ancla en medio de una tormenta emocional.
La piel de ambos ardía donde se tocaban, y el callejón que hacía unos minutos se sentía frío y desolado ahora estaba cargado de un calor eléctrico que parecía emanar de ellos mismos. Los sonidos de la ciudad lejana se desvanecieron hasta convertirse en un murmullo insignificante; solo existían ellos dos y el universo íntimo que habían creado con sus cuerpos entrelazados.
Koichi gimió suavemente contra sus labios, un sonido que vibró a través del pecho de Touma y le erizó la piel.
— Touma... —murmuró su nombre como una plegaria cuando necesitaron separarse para respirar, sus frentes tocándose, compartiendo el mismo aire cálido y agitado.
Al separarse completamente, Touma lo miró fijo, estudiando cada detalle de su rostro como si fuera la primera vez que lo veía. Sus labios todavía estaban enrojecidos y húmedos por el beso, ligeramente hinchados. Sus ojos brillaban con una mezcla de ternura y deseo que hacía que el corazón de Touma se acelerara aún más. Sonrió entonces, esa sonrisa juguetona que Koichi había temido no volver a ver jamás, cargada de una confianza nueva y seductora.
Sus ojos se deslizaron lentamente desde los labios de Koichi hacia arriba, notando detalles que en su nerviosismo anterior no había procesado completamente. El cabello rubio, normalmente suelto y ligeramente despeinado después de las misiones, estaba recogido en una coleta alta que dejaba expuesto su cuello. Era un peinado práctico, probablemente hecho con cuidado antes de la patrulla, pero que le daba un aire diferente, más maduro y atractivo, pensó Touma con una sonrisa interna, increíblemente atractivo.
— Te queda linda la coleta —comentó con un tono bajo y casi provocador, disfrutando de la forma en que los ojos de Koichi se abrieron ligeramente ante el comentario inesperado.
Sus dedos se alzaron para recorrer el cabello de Koichi con lentitud deliberada, desde las sienes hasta detenerse en la pequeña liga elástica que mantenía todo en su lugar. Sus dedos recorriendo un poco del cabello atado hasta que dio un pequeño tirón, no lo suficiente para molestarlo, pero sí para erizarle la piel del cuello.
— Es sexy —añadió en un susurro, su voz cargada de una intención que hacía que cada palabra fuera una caricia verbal.
La reacción de Koichi fue inmediata y devastadora. Parpadeó varias veces seguidas, como si su cerebro necesitara unos segundos para procesar completamente lo que acababa de escuchar. Sus emociones estaban tan a flor de piel que no supo si reír, esconderse o lanzarse a besarlo de nuevo. Su mente, que hacía unos minutos había estado llena de fantasías románticas, ahora estaba completamente en blanco.
— ¿En serio acabas de...? —comenzó a balbucear, pero las palabras se desintegraron antes de poder formar una oración coherente.
Toda su cara se puso de un rojo escandaloso que se extendía desde las mejillas hasta las orejas y el calor bajaba por el cuello, desapareciendo bajo el collar de su uniforme. Su respiración se agitó, convirtiéndose en pequeños jadeos que hacían que su pecho subiera y bajara de forma irregular. Las fantasias impuras llenaron su mente.
— Yo... tú... —intentó hablar de nuevo, pero su voz salió como un chillido ahogado que lo hizo cubrirse la cara con ambas manos.
Entre sus dedos, se escuchaba una mezcla de risas nerviosas y gemidos de ilusionados.
— No puedes decir cosas así de la nada —protestó débilmente, aunque su tono carecía por completo de convicción—. Mi corazón no está preparado para...
Se interrumpió porque Touma se había acercado más, tanto que podía sentir su respiración contra su oreja.
— ¿Para qué? —murmuró Touma con una voz que goteaba diversión y algo más oscuro—. ¿Para que te diga lo que pienso de ti?
Koichi tembló visiblemente, sus manos aún cubriendo su rostro ardiente. A través de sus dedos, murmuró:
— Vas a matarme. Literalmente vas a matarme de un paro cardíaco.
Touma rió suavemente, un sonido grave y cálido que vibró contra la piel de Koichi.
— Entonces será una muerte dulce —replicó, y sus labios rozaron apenas el lóbulo de su oreja.
El gemido que brotó de la garganta de Koichi fue involuntario y completamente desamparado. Su mente traicionera no dejaba de imaginar, usando de base su encuentro reciente, su respiración agitandose.
— Touma —su nombre fue apenas un suspiro—, si sigues así, no voy a poder contenerme.
— ¿Y quién dijo que tienes que contenerte? —respondió Touma, alejando sus manos de su rostro lo suficiente para mirarlo a los ojos, su sonrisa ahora cargada de una promesa que hizo que Koichi sintiera que las rodillas se le convertían en gelatina.
Las manos de Touma, firmes alrededor de sus muñecas, se soltaron. Esas mismas manos, con una deliberación que le erizó el vello de la nuca, descendieron. Se deslizaron por sus costados, lentas, casi reverentes, hasta posarse en su cintura. Koichi contuvo el aliento. Los dedos de Touma, cálidos y callosos por el entrenamiento, encontraron el borde de su chaleco y de su camiseta interior. Dudaron un milisegundo, una pregunta silenciosa, y luego, la respondieron colándose por debajo.
El contacto fue electrizante. La piel de Koichi, en la espalda baja, siempre había sido un punto hipersensible. Los dedos de Touma se posaron allí, y un escalofrío violento y delicioso le recorrió la columna vertebral, obligándole a arquearla levemente, a cerrar los ojos con un jadeo ahogado. El tacto era firme, exploratorio, como si estuviera reclamando un terreno que siempre le había pertenecido.
— Si te pusiste así por un comentario —la voz de Touma era ahora una cosa completamente nueva; había perdido toda taza de inocencia o ternura, transformándose en un susurro grave, lascivo, que resonaba directamente en Koichi—, no puedo esperar a verte cuando te diga todo lo que quiero hacerte.
Koichi abrió los ojos, encontrándose con una mirada que lo devoraba. Touma se inclinó, su aliento caliente acariciando la oreja del rubio.
— Las formas en las que sueño con tocarte. En las que sueño con oírte.
Las manos bajo su ropa subieron, palmas abiertas, trazando caminos de fuego por los músculos tensos de su espalda. Koichi sintió que las piernas le flaqueaban. La narcolepsia, ese monstruo siempre al acecho, palidecía ante la abrumadora oleada de deseo que lo inundaba. Su cuerpo, que tantas veces le había fallado, ahora respondía con una fiebre vibrante, cada nervio al rojo vivo. Su libido, adormecido durante meses en una relación cómoda y estéril, despertó con la ferocidad de un animal enjaulado, rugiendo por ser liberado.
El esfuerzo por no lanzarse sobre Touma, por no derribarlo contra la pared y reclamar todo lo que le habían arrebatado, fue brutal. Apretó los puños, clavando las uñas en sus propias palmas. Su respiración era un fuelle roto, entrecortado, y cada exhalación era un gemido contenido. La cercanía de sus cuerpos era una tortura exquisita. Y entonces, lo sintió. La evidencia física de su propio deseo, firme y palpitante, presionando contra la entrepierna de Touma.
Touma no se inmutó. Al contrario, una sonrisa pequeña, casi imperceptible, jugueteó en sus labios. Con un movimiento sutil, casi casual, de su cadera, se frotó contra él.
Koichi jadeó, un sonido gutural y desnudo que se escapó de su garganta antes de que pudiera detenerlo. Fue demasiado. Sus manos volaron a los hombros de Touma, aferrándose a la chaqueta del traje como a un salvavidas en medio de un mar embravecido. La tela se arrugó entre sus dedos, tensa.
— Touma... —logró susurrar, y su voz no sonó suya; era una súplica ronca, cargada de una necesidad que lo avergonzaba y lo excitaba en igual medida.
No podía pensar en Ryōsuke. No podía pensar en la estabilidad, en la corrección, en el hijo que lo esperaba en casa. En ese momento, solo existía este callejón, esta oscuridad, y el hombre que tenía delante, el único que había logrado hacerle sentir que su corazón roto aún latía con fuerza. Movió su cadera, otra vez, con más intención esta vez, frotándose contra la dureza que encontraba en Touma, buscando fricción, alivio, conexión.
Touma se inclinó y capturó los labios de Koichi en un beso que no tenía nada de tierno. Era hambriento, desesperado, un choque de dientes y lenguas que sabía a sal y a promesas rotas rehechas. Koichi respondió con la misma ferocidad, entrelazando los dedos en el cabello negro de Touma, tirando de él para acercarlo más, para fundirse en uno. Sus lenguas libraron una batalla que ambos querían ganar. Los gemidos que habían contenido estallaron en el intercambio caótico de saliva y aliento, ahogados por la boca del otro.
La fricción de sus cuerpos, a través de la ropa, dejó de ser suficiente con una rapidez agonizante. Touma se separó, jadeando, sus labios hinchados y brillantes. Sus ojos no se despegaron de los de Koichi, manteniendo el contacto visual con una intimidad devastadora mientras sus manos bajaban. Dedos ágiles encontraron el cinturón de Koichi, deshicieron la hebilla con un clic metálico que sonó como un disparo en el silencio, y bajaron la cremallera de su pantalón.
Koichi lo miró sin moverse. No por el miedo, sino por la rendición total. Se dejaba hacer. Se entregaba. Era un espectador de su propia perdición, y nunca había deseado nada más. Observó, hipnotizado, cómo Touma se arrodillaba frente a él, la postura de veneración y posesión más obscena que había visto. La altura le daba una perspectiva que le cortó la respiración: Touma, de rodillas en el asfalto sucio, mirándolo desde abajo con esos ojos de cielo que prometían el infierno.
Touma alargó una mano y liberó la erección de Koichi de su confines de tela. El aire frío de la noche chocó con la piel ardiente, haciéndolo estremecer. Touma sonrió, un gesto lento y deliberado.
— Déjame devolverte el favor —murmuró, y su aliento caliente sobre la piel sensible fue casi tan bueno como el contacto que anticipaba.
Koichi vio cómo sus labios, esos labios que acababan de besarlo con furia, se abrían. La punta de su lengua apareció un instante antes de que la calidez húmeda de su boca lo envolvieran. Fue una toma lenta, deliberada, un saboreo de cada milímetro. Touma cerro los ojos, concentrado, como si no hubiera nada más importante en el mundo que esto. Que él.
Koichi dejó escapar un gemido tembloroso y se tapó la boca con fuerza, los nudillos blancos. Los movimientos de la lengua de Touma eran expertos, tortuosos; una presión aquí, un círculo allá, una succión profunda que le hacía ver estrellas. Con el paso de los minutos, que se sentían como segundos y siglos a la vez, Touma fue ganando confianza, tomando más longitud, acelerando el ritmo. Una de sus manos bajó a su propia entrepierna, desabrochando su pantalón con movimientos urgentes para liberar su propia erección y comenzar a masturbarse al compás de la felación.
Los gemidos de Touma, ahogados y vibrantes, resonaban directamente en el miembro de Koichi, enviando ondas de placer casi insoportables por todo su cuerpo. Koichi jadeaba contra su propia mano, su cadera comenzó a moverse involuntariamente, empujando suavemente, buscando más profundidad, más de esa boca que lo estaba llevando al borde del abismo.
Touma respondió al desafío, llevándolo más hondo, hasta que la punta golpeó suavemente contra la parte posterior de su garganta. Koichi sintió la contracción, el reflejo que Touma suprimió con un esfuerzo visible, y eso, esa muestra de entrega total, fue lo que estuvo a punto de acabar con él. Su mano se enredó en el cabello de Touma, no para guiarlo, sino para anclarse a la realidad.
Cuando la presión en su bajo vientre se volvió una bola de fuego incontrolable, Koichi perdió el último vestigio de control. Con un quejido ahogado, apretó los dedos en el cabello de Touma y empujó su cadera hacia adelante, enterrándose en su garganta en el instante exacto en que su orgasmo estallaba. Mordió su propia mano con fuerza, ahogando un grito que era mitad éxtasis, mitad angustia, mientras las oleadas de placer lo sacudían violentamente.
Touma, por su parte, con los ojos llorosos por el esfuerzo, tragó con dificultad, sintiendo las convulsiones finales de Koichi. Su propio ritmo se volvió frenético y, con un gemido profundo y gutural que vibró alrededor de Koichi, encontró su propio release, temblando violentamente sobre sus rodillas.
Lentamente se separó de Koichi, sus labios aún calientes y enrojecidos por el frenesí del momento. Ambos respiraban con dificultad, sus pechos subiendo y bajando de manera irregular, tratando de recuperar el aliento en ese callejón oscuro que parecía haberse vuelto su pequeño refugio.
El silencio que siguió fue corto, pero intenso, solo se oía el jadeo de sus respiraciones y el crujir de la tela de sus trajes mientras se acomodaban la ropa con movimientos apresurados pero torpes, intercambiando miradas cargadas de complicidad y sonrisas que les decían más que cualquier palabra. Había algo íntimo y prohibido en ese instante, algo que hacía que la tensión entre ellos se mantuviera latente, como si bastara un segundo más de quietud para que se lanzaran de nuevo el uno sobre el otro.
Koichi, con una sonrisa ladeada y el cabello un poco desordenado, se acercaba a Touma, estaba a punto de soltar un comentario pícaro que prometía continuar con su jueguito obsceno, cuando de pronto el sonido agudo de sus celulares rompió el momento como un balde de agua fría.
Ambos se miraron confundidos antes de sacar los dispositivos casi al mismo tiempo. Sus rostros se iluminaron por el resplandor de las pantallas y, sin necesidad de coordinarse, atendieron al unísono.