Capítulo 16
16 de octubre de 2025, 10:58
Su celular aún zumbaba en su oído cuando Koichi aceleró el paso, su respiración ya no era la de un hombre que venía de un encuentro íntimo, sino la de un héroe que volvía a ponerse en modo de alerta máxima. Su mandíbula estaba tensa, su mirada fija en el camino, y cada músculo de su cuerpo parecía haber despertado de golpe.
A su lado, Touma también había cambiado. El ligero rubor en sus mejillas se había desvanecido, reemplazado por una expresión dura, concentrada. Caminaban rápido, casi corriendo, el silencio cargado de adrenalina y de las palabras que habían quedado en el aire. No hubo tiempo para promesas ni para otro beso, solo un asentimiento compartido antes de lanzarse a la misión.
— El mundo nunca para, ¿verdad? —murmuró Touma mientras ajustaba la correa de su equipo.
— Nunca —respondió Koichi, aunque su voz llevaba un dejo de frustración que no pudo ocultar—. Pero eso es lo que elegimos.
Koichi fue el primero en romper el silencio, conectando su comunicador con Kaede.
— Kaede, ¿recibiste el mensaje? —su voz era firme, pero no podía evitar que el instinto protector se colara en su tono.
Del otro lado, la voz de su hermana llegó clara, aunque con el inconfundible ruido de alguien que ya se estaba equipando.
— Sí, lo recibí. Estoy en camino, nos vemos allá —respondió con seguridad—. Y Koichi... ten cuidado.
— Tú también —replicó él, notando cómo Touma lo observaba de reojo.
No hubo tiempo para palabras de ánimo ni para insistir en que se cuidara. Ambos sabían lo que tenían que hacer. Koichi cortó la comunicación y volvió a concentrarse en el trayecto, las luces de la ciudad pasando como destellos mientras avanzaban.
Los veinte minutos que les tomó llegar se sintieron como una eternidad. El aire parecía volverse más denso a medida que se acercaban al distrito principal, hasta que finalmente las primeras señales del desastre aparecieron ante ellos: humo elevándose entre los edificios, sirenas sonando a lo lejos, y el inconfundible eco de explosiones que resonaban en el pavimento.
— Esto es peor de lo que pensé —dijo Touma, observando las columnas de humo que se alzaban desde diferentes puntos de la ciudad.
— Siempre es peor —respondió Koichi, pero luego se giró hacia él—. Touma... Cuídate, ¿Si? Te...
— Lo sé —interrumpió Touma, tomándole brevemente la mano—. Yo también.
Ni siquiera tuvieron tiempo de despedirse. Apenas cruzaron la línea de seguridad, ambos fueron interceptados por compañeros que los arrastraron en direcciones opuestas. Touma alcanzó a mirarlo una última vez, sus ojos claros brillando con una mezcla de miedo y determinación, antes de desaparecer entre el mar de héroes que lo reclamaban.
— ¡Los de rescate vayan al sector este! —gritó un coordinador— ¡Hay civiles cautivos!
Koichi tragó saliva, dejando que su propio equipo lo guiara hasta la base improvisada de operaciones. Allí, entre pantallas de monitoreo y mapas holográficos, el caos se hacía más real: distritos enteros estaban comprometidos, y los héroes estaban al límite.
Kaede lo esperaba ya equipada, su cabello recogido y la expresión seria. Se chocaron las manos en un gesto silencioso, un pacto no dicho de que saldrían de ahí juntos.
— ¿Listo? —preguntó ella, su voz baja pero firme.
— ¿Tu garganta está bien?
—Perfecta. ¿Y la tuya?
— Mejor que nunca —respondió Koichi. Ajustando su máscara.
Koichi suspiro, soltando la coleta que había usado para mantener el cabello ordenado. Sus manos pasaron por su melena, despeinándola con un gesto automático hasta recuperar su aspecto habitual. Ese simple acto fue casi un ritual para él: dejar atrás el Koichi íntimo de hace unos minutos y convertirse de nuevo en el héroe que necesitaban.
— Vi las imágenes del dron —dijo Kaede mientras revisaba su equipo—. Hay al menos doce villanos confirmados en el primer distrito, posiblemente más. Todos con quirks de daño estructural.
— ¿Civiles?
— La mayoría evacuados, pero hay algunos rezagados en los edificios altos. Los equipos de rescate están sobrepasados.
La tensión en su pecho se mezclaba con la adrenalina. El rugido de la ciudad herida los envolvía, y la misión apenas estaba por comenzar.
El aire estaba cargado de polvo y humo cuando Koichi y Kaede recibieron la señal para avanzar. El suelo bajo sus botas vibraba con las explosiones que resonaban en las calles, y el olor a concreto quemado se mezclaba con el de metal y electricidad en el ambiente.
— Vamos —dijo Koichi, dándole un golpecito en el hombro a su hermana.
Kaede asintió con una sonrisa felina. Apenas dieron el primer paso, ambos entraron en sintonía. Koichi lanzó sus vendas hacia un villano que intentaba escabullirse, las enrolló en sus piernas y con un tirón seco lo dejó inmóvil. Kaede no tardó ni un segundo en moverse; su garganta vibro y un potente grito sónico lo dejó fuera de combate.
— ¡Siguiente! —gritó ella, ya girándose hacia otro enemigo.
Era casi un baile. Koichi giró sobre sus talones, atrayendo a otro enemigo que venía por su flanco, y Kaede ya estaba cubriéndole la espalda, lanzando ondas de sonido que derribaban a los que intentaban acercarse por detrás.
— ¡A tu derecha! —le advirtió Koichi.
— ¡Ya lo vi! —respondió Kaede, modulando su voz para crear una onda direccional que empujó al atacante contra una pared.
El caos a su alrededor era absoluto: héroes corriendo de un lado a otro, escombros cayendo de los edificios dañados, alarmas resonando. Pero para ellos, el mundo se había reducido al pequeño círculo que formaban juntos, espalda con espalda, respirando al mismo ritmo.
Koichi no podía evitar sonreír. El peso en su pecho por haber dejado atrás a Touma seguía ahí, pero en ese momento no era angustia sino un fuego que lo mantenía alerta. Cada movimiento de Kaede lo impulsaba a ir más rápido, a ser más preciso. Era una sensación extraña: la situación era grave, vidas estaban en peligro… y sin embargo, en su interior algo en él se sentía vivo, casi divertido.
Kaede lo sabía. Podía escucharlo en la ligera risa que se le escapaba entre ataques.
— Te estás divirtiendo —le gritó ella entre un rugido sónico que partió el suelo frente a ellos.
— ¡Tú también! —replicó Koichi, atrapando a dos villanos a la vez con sus vendas, chocando sus cuerpos, derribándolos de un tirón—. ¡Es como en los viejos tiempos!
— ¡Excepto que ahora somos mejores!
No eran solo buenos, eran brillantes. Sus movimientos eran tan fluidos que un par de reporteros, atrincherados detrás de un auto volcado, giraron sus cámaras para seguirlos. Las luces rojas de las grabadoras captaron cada segundo de esa coreografía de fuerza y precisión.
Los periodistas murmuraban entre ellos, uno de ellos incluso comentó:
— ¿Quiénes son estos chicos? —mientras enfocaba el lente.
— Los gemelos Yamada —respondió el otro, consultando rápidamente su tablet—. Héroes profesionales. Mira esa sincronización... parece que llevan toda la vida haciendo esto.
— Dicen que solo el chico es héroe de profesión, la hermana es cantante. Aunque es graduada de la U.A. —comento otro periodista, impresionado al ver la edad de los gemelos.
La atención no les pasó desapercibida, pero lejos de ponerse nerviosos, Koichi y Kaede parecían usarla como combustible. Si alguien iba a verlos, mejor que fuera su mejor versión. Koichi tensó sus vendas, lanzándolas hacia un tercer enemigo, atrayéndolo justo hacia la zona de impacto de Kaede, que lo derribó con un grito medido para no dañar a ningún civil cercano.
— ¡Uno menos! —dijo ella, dándole un rápido choque de puños a su hermano antes de volver a cubrirle la espalda.
A cada segundo ganaban terreno, moviéndose como si el campo de batalla fuera su propio parque de diversiones. Y aunque el caos rugía alrededor, los gemelos eran un punto de control en medio de la tormenta, una fuerza que avanzaba sin detenerse.
Kaede y Koichi continuaban avanzando por la zona devastada, las luces de emergencia parpadeando y el humo cubriendo partes de la calle como una neblina espesa. Cada villano que aparecía era rápidamente reducido por su trabajo en conjunto, sus cuerpos moviéndose con un ritmo casi coreografiado. Aunque eran un dúo, no dejaban de ayudar a otros héroes: Koichi usando su quirk para neutralizar quirks enemigos en grandes rangos y Kaede usando su voz para abrir caminos y desorientar a grupos completos.
Sin embargo, el aire se volvió pesado de pronto, como si algo invisible lo comprimiera. Fue entonces que lo vieron: un hombre de complexión delgada, pero con mirada enloquecida y las venas del cuello marcadas por el esfuerzo. Con un gesto de su mano, los escombros a su alrededor se elevaron lentamente y comenzaron a girar a su alrededor como un enjambre de cuchillas improvisadas.
El primer proyectil salió disparado sin aviso. Koichi apenas alcanzó a interceptarlo con sus vendas, desviándolo hacia un edificio. Kaede, en un movimiento sincronizado, gritó un tono grave que desvió el siguiente pedazo de concreto que iba directo a ellos. Se miraron brevemente, asintiendo. No hacía falta hablar: los dos sabían que debían desarmar al villano primero.
Kaede se movió primero, zigzagueando para llamar la atención. Su voz comenzó a elevarse en volumen, emitiendo ondas que hacían vibrar los pedazos de metal y piedra, obligando al villano a gastar más energía en controlarlos para mantenerlos en el aire. Mientras tanto, Koichi se escabulló entre las sombras, usando los postes de luz y las estructuras derruidas para ganar altura.
— ¡Maldita mocosa ruidosa! —gritó el villano, lanzando una ráfaga de proyectiles hacia Kaede.
— ¡Mocosa ruidosa dice! —replicó ella con una sonrisa feroz, modulando su grito de manera que la onda sonora los desviara en el último segundo, haciéndolos impactar contra el suelo o las paredes.
El villano frunció el ceño, concentrado en su ofensiva, lo que fue suficiente para que perdiera de vista a Koichi.
Desde lo alto de un poste, Koichi lanzó sus vendas con precisión quirúrgica. Las telas se enroscaron alrededor de los brazos y el torso del enemigo antes de que este pudiera reaccionar, y con un tirón violento lo levantó del suelo. Bajó del poste con un movimiento ágil, clavando los pies en el suelo para tensar las vendas y dejarlo suspendido en el aire como una piñata.
— ¡Ahora, Kaede! —gritó Koichi.
Ella no perdió el tiempo. Usó los mismos escombros que el villano había lanzado momentos antes como puntos de apoyo, saltando de uno en uno hasta ganar altura. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó aire profundamente y soltó un grito agudo y sostenido. El sonido fue tan intenso que hizo vibrar los vidrios de las ventanas de los edificios cercanos, algunos estallando en mil pedazos.
El villano soltó un alarido de dolor antes de que su cuerpo se quedara flácido, pequeñas gotas de sangre escapando de sus oídos. Kaede cayó de nuevo al suelo con gracia, su respiración pesada pero satisfecha.
— ¿Demasiado fuerte? —preguntó ella, preocupada.
— Nah, lo suficiente. Sigue vivo —respondió Koichi, revisando el pulso del villano antes de soltar las vendas.
El cuerpo inconsciente cayó al pavimento. Se miraron y chocaron los puños, el lenguaje silencioso que siempre compartían diciendo más que cualquier palabra: lo logramos.
A lo lejos, las cámaras de los reporteros capturaban cada segundo. El dúo Yamada, sincronizados y letales, había neutralizado una amenaza de nivel medio sin ayuda externa. Los héroes que estaban cerca observaron con una mezcla de asombro y respeto, algunos incluso sonriendo al ver lo bien que se complementaban.
— Bien hecho —dijo Koichi, con una sonrisa de medio lado, mientras volvía a tensar sus vendas para la siguiente ronda.
— Tú tampoco estuviste nada mal —respondió Kaede, acomodando las bocinas que tenía su traje—. ¿Cómo van tu garganta?
— Al cien por ciento. Casi sin uso, algunos pueden neutralizarse sin necesidad de borrarlos. Perfecto para cuatro rondas más.
— Perfecto. Mi garganta puede aguantar otras cinco.
Sin más que decir, se lanzaron nuevamente hacia el centro del conflicto, listos para seguir limpiando la zona. La adrenalina en sus venas no les permitía parar. La sincronía entre ellos era impecable: donde uno flaqueaba, el otro lo reforzaba.
Los medios ya no podían apartar sus cámaras. No solo por la efectividad de los gemelos, sino por la forma en que se movían: con confianza, con una complicidad casi hipnótica. Aun en medio del peligro, su energía transmitía algo magnético. Cómo si fueran un solo organismo.
— Parece que tenemos nuevas estrellas en ascenso —comentó un reportero en voz alta, mientras la imagen de Koichi y Kaede, espalda con espalda, listos para seguir luchando, se transmitía en vivo.
— Los gemelos Yamada —añadió su compañera—. En vivo desde el distrito norte, donde están demostrando que el trabajo en equipo sigue siendo la clave del heroísmo moderno.
Mientras tanto, en algún lugar del sector este, Touma observaba la transmisión en la pantalla de un edificio cercano durante un breve respiro entre combates. Una sonrisa se dibujó en su rostro al ver a Koichi en acción, ese Koichi que había conocido en la U.A. que ahora brillaba ante el mundo como el héroe que siempre había sido.
— Cuídate, idiota —murmuró para sí mismo, antes de volver a su propia batalla.
...
La noche aún no había terminado, pero el primer sector había sido limpiado. Koichi y Kaede se apoyaron el uno al otro, respirando pesadamente, sus uniformes manchados de polvo y sudor, pero con la satisfacción del deber cumplido.
— ¿Lista para el siguiente? —preguntó Koichi, aunque él mismo necesitaba unos minutos más.
— Siempre —respondió Kaede, aunque su voz estaba más ronca que antes.
Los focos de las cámaras los siguieron mientras se dirigían hacia el siguiente punto de conflicto, capturando no solo su efectividad como héroes, sino esa conexión única que solo los hermanos pueden compartir. En pantallas de toda la ciudad, los gemelos Yamada se estaban convirtiendo en símbolos de esperanza, de que aún en el caos más absoluto, había quienes estaban dispuestos a plantar cara al miedo.
Los gemelos apretaron el paso, el sonido de sus botas resonando contra el asfalto mientras corrían hacia el siguiente distrito. Sus respiraciones se habían vuelto más profundas, no tanto por el cansancio físico sino por la tensión que cada nuevo sector les deparaba. A medida que avanzaban, el aire se volvía más denso, más espeso, cargado de una humedad extraña que no tenía que ver con el clima nocturno.
— ¿Sientes eso? —preguntó Kaede mientras corrían, su voz ligeramente ronca por el uso continuo de su quirk.
— La temperatura —asintió Koichi, aflojando ligeramente el cuello de su uniforme—. Hay alguien con quirk de fuego por aquí. Y no es pequeño.
El humo se elevaba en columnas negras que teñían el cielo de un tono lúgubre, como si la noche misma hubiera decidido volverse más siniestra. Las luces de neón de los carteles publicitarios parpadeaban intermitentemente, algunas ya apagadas por los daños, creando un ambiente de pesadilla urbana que habría sido cinematográfico si no fuera tan real.
Sus comunicadores crepitaron con interferencia antes de que una voz entrecortada llegara:
"Equipo Yamada, precaución... quirks de fuego nivel alto... térmico en zona... cuidado con..."
La transmisión se cortó abruptamente.
— Genial —murmuró Kaede, ajustando su coleta—. Justo lo que necesitábamos después del show de telequinesis.
— ¿Cómo está tu garganta? —le preguntó Koichi mientras reducían la velocidad al acercarse a la zona de conflicto.
Kaede pensó por un momento, a diferencia de su hermano su limitación era más por la falta de uso para pelear, había estado más concentrada en su carrera como artista.
— Bien, aún no tiene daños graves. Suficiente para unas seis ondas de alta intensidad, quizás ocho si las modulo bien.
— Y yo tengo... —Koichi tocó su garganta, sintiendo la ligera irritación que ya había comenzado a asentarse—. Dos gritos más, tres si me arriesgo a dañarme las cuerdas vocales.
— Entonces tendremos que ser más estratégicos que antes.
Apenas pusieron un pie en la zona de conflicto, una ráfaga de fuego cruzó el aire, obligándolos a separarse y rodar por el suelo para evitar las llamaradas. El asfalto donde habían estado parados momentos antes se había derretido, creando una mancha de líquido humeante que irradiaba calor.
— ¡Mierda, casi nos carboniza! —gritó Kaede, rodando hasta ponerse detrás de un auto volcado.
El calor les lamió la piel incluso a la distancia. Koichi se encontró del otro lado de la calle, protegido por los restos de una columna de hormigón que había sido derribada. Entre ellos, el fuego seguía corriendo en líneas serpenteantes, como si tuviera vida propia.
— Alguien está ardiente está noche —bromeó Koichi.
Kaede se puso en pie primero, su respiración agitada pero su expresión marcada por esa chispa de emoción que siempre le salía en medio de una pelea difícil. Sus ojos brillaban con una mezcla de adrenalina y algo que podría describirse como diversión peligrosa.
— Esto está peor que antes —dijo con una sonrisa tensa, mientras observaba las llamas que dividían la calle como un río ardiente.
— ¿Peor o mejor? —le gritó Koichi desde su posición—. ¡Porque tu cara dice que estás disfrutando esto!
— ¡Tal vez un poco! —admitió ella con una carcajada— ¡Pero solo porque sé que vamos a patearles el trasero!
Koichi no contestó, solo tomó posición. Ajustó su máscara, sintiendo el aire denso llenarle los pulmones, y dejó que aquella tensión característica se extendiera desde su garganta hasta su pecho. El calor hacía que el interior de su equipo fuera casi sofocante, pero era el momento de actuar.
Miró alrededor, contando rápidamente: al menos siete villanos visibles, tres de ellos con quirks de fuego confirmados por las llamas que los rodeaban como armaduras ardientes. Los otros parecían tener quirks de soporte o mejora física. No era una batalla imposible, pero sí complicada.
Se llevó una mano al comunicador de su máscara, activando la amplificación.
— ¡Canceled! —su grito resonó con fuerza, amplificado por el modulador de su máscara. La palabra se expandió como una onda invisible pero física, distorsionando el aire caliente y creando ondas de choque que se vieron claramente en el humo y las llamas.
La onda de sonido viajó como un latido expansivo, invisible pero devastador, desactivando quirks en un radio de al menos diez metros. Los villanos que estaban en pleno ataque cayeron de rodillas, sorprendidos al ver que sus poderes habían dejado de responderles. Las llamas que flotaban en el aire se desvanecieron como velas apagadas por el viento, y varios villanos que estaban volando o usando mejoras físicas cayeron al suelo con estrépito.
— ¡¿Qué carajo?! —gritó uno de los villanos, mirando sus manos confundido mientras trataba de invocar fuego sin éxito.
— ¡Mis llamas! ¡¿Dónde están mis llamas?! —rugió otra, agitando los brazos desesperadamente.
Koichi se llevó una mano a la garganta, tosiendo por el esfuerzo. La vibración siempre le pasaba factura, y esta vez había tenido que usar más fuerza de la habitual por el calor que interfería con la propagación del sonido. Sintió el sabor metálico en su boca que le indicaba que había forzado demasiado las cuerdas vocales, pero su mirada no titubeó.
— Kaede, tienes diez minutos antes de que recuperen sus quirks —le gritó, ajustándose las vendas en las muñecas.
Asintió a Kaede, quien ya se había puesto en posición de ataque.
— ¡Vamos! —gritaron al unísono.
Y en un segundo, ambos se lanzaron al ataque como una máquina perfectamente calibrada.
Koichi fue primero, aprovechando la ventana de vulnerabilidad que había creado. Usó sus vendas como un látigo, atrapando a un villano por la pierna y jalándolo hacia él con un movimiento fluido. El enemigo, aún confundido por la pérdida temporal de su quirk, no pudo reaccionar a tiempo cuando Koichi lo derribó con un cabezazo, un golpe poco usado, pero eficaz debido a la cabeza dura del rubio.
— ¡Uno! —contó, sin perder tiempo.
Sin siquiera tocar el suelo completamente, usó las mismas vendas para impulsarse hacia otro villano, las telas tensándose como cuerdas de piano mientras lo catapultaban por el aire. Giró en una pirueta controlada y golpeó al segundo enemigo en el rostro con una patada precisa que lo envió contra una pared de ladrillo.
— ¡Dos!
Kaede lo seguía de cerca, como si hubieran coreografiado cada movimiento. Su voz disparaba ondas sonoras controladas, no para desarmar como había hecho antes, sino para desequilibrar. Los villanos que estaban recuperando sus quirks se encontraron tambalenado, sus centros de gravedad alterados por frecuencias específicas que Kaede había aprendido a modular para afectar el oído interno.
— ¡No puedo mantenerme en pie! —gritó uno de ellos, agitando los brazos mientras trataba de mantener el equilibrio.
— ¡Es esa maldita niña cantante! —rugió otro.
— ¡Niña cantante, dice! —replicó Kaede con diversión genuina, antes de lanzar una onda más fuerte que no solo lo desequilibró, sino que lo mandó dando tumbos por el asfalto—. ¡Te voy a enseñar a cantar, imbécil!
La coordinación era perfecta, casi telepática. Cuando uno de los gemelos caía en una posición vulnerable, el otro ya estaba en movimiento para cubrir su espalda. Si Koichi quedaba acorralado por dos enemigos, Kaede gritaba en una frecuencia aguda que no solo lo liberaba de inmediato, sino que dejaba a sus atacantes temporalmente sordos y desorientados. Si Kaede era rodeada mientras recuperaba el aliento, Koichi tensaba sus vendas como una red y los villanos terminaban enredados en el suelo, inmóviles y vulnerables.
— ¡A tu izquierda! —le gritó Kaede, notando que uno de los villanos había recuperado su quirk de fuego y estaba preparando un ataque sorpresa.
— ¡Ya lo vi! —respondió Koichi, que había anticipado el movimiento y ya tenía una venda enrollándose alrededor del tobillo del atacante.
Era como ver un baile letal, una coreografía que nadie más podría ejecutar con esa precisión. Sus movimientos se complementaban de manera casi sobrenatural: donde Koichi era fuerza y control, Kaede era velocidad y caos controlado. Donde ella era devastación sónica, él era contención física. Juntos formaban algo que era más que la suma de sus partes.
Pero el combate no estaba exento de peligro. Los villanos, aunque desorganizados, no eran amateur. Uno de ellos, más astuto que los otros, había estado observando los patrones de ataque de los gemelos y había encontrado una ventana de oportunidad.
Mientras Koichi estaba ocupado inmovilizando a dos enemigos con sus vendas, un tercer villano aprovechó el momento en que Kaede estaba modulando su voz para un ataque de largo alcance. Se lanzó contra Koichi por el flanco ciego, con los puños envueltos en lo que parecía ser energía solidificada.
El golpe conectó directo en el costado de Koichi, lo suficientemente fuerte para hacerle perder el aire y soltarlo de las vendas que tenía tensadas. El impacto lo envió rodando por el asfalto, sus costillas protestando por el daño.
— ¡Koichi! —gritó Kaede, la preocupación genuina filtrándose por encima de la adrenalina del combate.
Pero el villano no se detuvo ahí. Aprovechando que Koichi estaba en el suelo, se preparó para un segundo ataque, esta vez directo a la cabeza. Sus puños brillaron con energía renovada.
— ¡Ahora sí te jodiste, niño bonito! —rugió el atacante.
Kaede tuvo que actuar de inmediato. Giró sobre sí misma como una bailarina, tomó la respiración más profunda que pudo y lanzó una onda de choque que era pura devastación concentrada. El villano no solo fue liberado de encima de Koichi, sino que fue lanzado varios metros hacia atrás, impactando contra una ventana ya rota y cayendo inconsciente entre los cristales.
— ¿Estás bien? —le preguntó Kaede, ofreciéndole una mano a su hermano.
Koichi aceptó la ayuda, poniéndose de pie con una mueca de dolor. Se tocó el costado, confirmando que no había nada roto, pero sintiendo el calorón que le indicaba que tendría un moretón impresionante.
— Estaré bien —dijo, aunque su respiración seguía siendo irregular—. Pero ese hijo de puta golpea fuerte.
Kaede le lanzó una sonrisa burlona, incluso en medio del caos, esa sonrisa que siempre había sido su manera de lidiar con la tensión.
— Concéntrate, idiota —le dijo, aunque su tono tenía más afecto que reproche.
— Tú concéntrate —respondió Koichi con una mueca divertida, ajustándose las vendas y sintiendo cómo la adrenalina anulaba temporalmente el dolor en sus costillas.
Se prepararon para la siguiente ronda, pero fue entonces cuando ocurrió el problema.
En medio del caos de la batalla, y probablemente emocionados por las imágenes espectaculares que habían estado capturando, unos reporteros se habían acercado demasiado para seguir filmando el enfrentamiento en directo. Era el mismo equipo que los había estado siguiendo desde el primer distrito, y evidentemente habían decidido que conseguir la mejor toma valía cualquier riesgo.
— ¿Pero qué carajo hacen aquí? —masculló Koichi al verlos, interrumpiendo momentáneamente su concentración en los villanos que quedaban.
Un villano aprovechó la distracción de manera inmediata. Era uno que había estado manteniéndose en las sombras, evidentemente más inteligente que sus compañeros. Extendió su mano hacia los periodistas y creó un campo de fuerza semitransparente que los atrapó como una burbuja. Los reporteros, de repente conscientes de su error, comenzaron a golpear desesperadamente las paredes invisibles que los rodeaban.
— ¡Héroes! —gritó el camarógrafo, su voz amortiguada por la barrera—. ¡Ayuda!
Pero lo peor era que la burbuja comenzó a cerrarse poco a poco, comprimiendo el espacio en su interior. Los reporteros se vieron forzados a agacharse, luego a ponerse en cuclillas, sus caras mostrando el pánico creciente mientras el oxígeno comenzaba a escasear.
— Si se acercan, los aplasto como insectos —amenazó el villano, con una sonrisa sádica—. ¿Qué van a hacer ahora, pequeños héroes?
— ¡Mierda! —masculló Koichi, forzando sus cuerdas vocales para preparar otro grito de Silence. Sabía que era arriesgado; ya había usado su quirk en una potencia alta y su garganta protestaba, pero no había opción.
Kaede se movió rápido, posicionándose para tener un ángulo claro hacia la barrera. Lanzó una onda sónica concentrada que hizo que la burbuja vibrara violentamente, aunque no logró romperla. El campo de fuerza era más resistente de lo que habían anticipado.
— ¡Resistente el muy cabrón! —gruñó ella, preparándose para un segundo intento.
Koichi tomó una inhalación profunda, sintiendo cómo la garganta le ardía con cada respiración. El aire caliente no ayudaba, y sabía que este grito iba a doler. Pero viendo las caras de pánico de los reporteros, no había tiempo para dudas.
— ¡SILENCE! —gritó con toda la fuerza que pudo reunir.
Esta vez el grito salió con tanta potencia que no solo anuló el quirk del villano, sino que hizo que varias ventanas de los edificios cercanos se fracturaran por la vibración. Koichi inmediatamente se llevó una mano a la garganta, sintiendo el sabor metálico que indicaba daño en las cuerdas vocales.
El campo de fuerza se deshizo de inmediato, liberando a los reporteros que cayeron de rodillas, tosiendo y jadeando por aire fresco.
Kaede no perdió el tiempo. Vio que el villano estaba vulnerable y corrió hacia él como una flecha. Sin quirk que lo protegiera, el enemigo era solo un hombre común y corriente. Kaede le dio un rodillazo en el estómago que lo dobló por la mitad, y luego, acercándose a su oído, le susurró:
— Esto es por amenazar a civiles.
Y le dio un grito agudo directo al oído que lo dejó inconsciente al instante, con pequeños hilillos de sangre escapando por el conducto auditivo.
Ambos se acercaron a los reporteros que temblaban de miedo, pero que aun así, con esa determinación que caracteriza a los mejores periodistas, no habían dejado de transmitir ni un segundo. La cámara había seguido rodando incluso dentro del campo de fuerza, capturando cada momento de terror y cada segundo del dramático rescate.
Koichi se retiró la máscara un momento para limpiarse las pequeñas gotas rojas de su labio, un gesto automático que no se dio cuenta estaba siendo transmitido en vivo a todo el país. Su cabello, despeinado por el combate y el calor, se agitó con la brisa nocturna.
— Están bien —dijo Koichi con voz firme, aunque suave. Su garganta protestó incluso por esas palabras simples, pero mantuvo la compostura—. ¿Alguien está herido?
Extendió la mano hacia el camarógrafo, ayudándolo a ponerse de pie. El hombre era mayor, probablemente en sus cincuenta, y estaba claramente en shock.
— Yo... nosotros... gracias —tartamudeó, aferrándose al brazo de Koichi como si fuera un salvavidas.
Kaede, por su parte, ayudó a la reportera, una mujer joven que no podía tener más de veinticinco años. A pesar del terror que acababa de experimentar, sus ojos brillaban con la emoción de haber capturado una exclusiva increíble.
Kaede sonrió, esa sonrisa encantadora que tanto la caracterizaba incluso cubierta de polvo y sudor, con pequeñas manchas de sangre en su uniforme y su cabello alborotado por la batalla.
— Pero deberían irse si no quieren que esto se ponga peor —dijo con un tono que era amigable pero firme—. Los villanos que quedan son más peligrosos, y no podemos garantizar su seguridad si deciden quedarse para el gran final.
— ¿El gran final? —preguntó la reportera, su instinto periodístico superponiéndose momentáneamente al miedo.
— Hay al menos tres villanos más en esta zona —explicó Koichi, echando un vistazo rápido alrededor—. Y por el calor que se siente, uno de ellos tiene un quirk de fuego de alto nivel. No queremos civiles cerca cuando eso se desate.
Las cámaras captaron el momento: los gemelos Yamada, sucios, golpeados, claramente exhaustos, pero aún radiantes con esa energía que los caracterizaba. Sus sonrisas brillando como si la batalla fuera solo un reto divertido, como si salvar vidas fuera la cosa más natural del mundo. Era imposible no quedarse embobado mirándolos.
La imagen de ambos, con la ciudad en ruinas a sus espaldas, el fuego aún ardiendo en algunos lugares y las luces de emergencia creando un ambiente casi cinematográfico, quedaría grabada en las transmisiones de esa noche. Era el tipo de imagen que define carreras heroicas, el momento que los medios repetirían una y otra vez.
— Vamos, Takahashi —dijo la reportera al camarógrafo—. Tenemos suficiente material, y ellos tienen razón.
Los reporteros asintieron, aún en shock pero también claramente impresionados. Comenzaron a retirarse, pero no sin antes que la reportera se girara una última vez.
— ¡Gemelos Yamada! —les gritó—. ¡El país está viendo! ¡Están siendo increíbles!
Kaede y Koichi se miraron, compartiendo una última sonrisa cómplice. Era el tipo de reconocimiento que nunca buscaban activamente, pero que se sentía bien recibir.
— ¿Lista para la siguiente ronda? —le preguntó Koichi a su hermana, notando cómo el calor en el aire se estaba intensificando.
— Por supuesto —respondió ella, pero luego lo miró con preocupación—. Pero... ¿cómo está tu garganta?
Koichi se tocó la zona, sintiendo la irritación que había estado ignorando.
— Puedo hacer uno más, tal vez dos si es en un radio menor.
— Y yo tengo suficiente para unas cuatro ondas de alta intensidad —calculó Kaede— Tendremos que ser más inteligentes que antes.
Comenzaron a correr hacia el corazón del distrito, donde el resplandor naranja indicaba que el verdadero peligro los estaba esperando. El calor se intensificaba con cada paso, y el aire mismo parecía ondularse como si estuviera vivo.
— Koichi —dijo Kaede mientras corrían—. Sobre lo que dijo esa reportera... sobre que el país está viendo...
— ¿Sí?
— ¿Crees que estamos haciendo lo correcto? Digo, todo este espectáculo...
Koichi redujo el paso ligeramente, sorprendido por la pregunta. Era raro que Kaede mostrara dudas durante una misión.
— ¿A qué te refieres?
— A que... —ella vaciló, cosa que era extremadamente rara en ella—. A que tal vez estamos disfrutando esto demasiado. Como si fuera un show en vez de, ya sabes, salvar vidas.
Koichi se detuvo completamente, obligándola a hacer lo mismo. La miró a los ojos, esos ojos que conocía desde que habían nacido, y vio una vulnerabilidad que ella rara vez dejaba ver.
— Kaede, escúchame —dijo, tomándola por los hombros—. ¿Crees que esos reporteros estarían vivos si hubiéramos sido menos efectivos? ¿Si hubiéramos dudado aunque fuera un segundo?
Ella negó con la cabeza.
— El hecho de que podamos disfrutar siendo buenos en lo que hacemos no nos convierte en malas personas —continuó Koichi—. Nos convierte en héroes que pueden mantenerse cuerdos en medio del caos. Y eso es importante.
Kaede sonrió, esa sonrisa genuina que siempre tenía para él.
— Tienes razón. Como siempre.
— No siempre —dijo él con una carcajada—. Pero en esto sí.
Reanudaron la carrera, pero ahora con una determinación renovada. No era solo sobre verse bien para las cámaras o sobre demostrar lo sincronizados que estaban. Era sobre hacer el trabajo que nadie más podía hacer, y hacerlo de la manera que solo ellos podían.
Todavía quedaba mucho por hacer, y el verdadero desafío los esperaba más adelante. Pero por primera vez en la noche, ambos gemelos se sentían completamente seguros de que estaban exactamente donde necesitaban estar.
El resplandor naranja se hizo más intenso, y con él, la promesa de una batalla que pondría a prueba todo lo que habían aprendido hasta ahora.
— ¿Lista para el fuego real? —preguntó Koichi, ajustando su máscara una última vez.
— Nací lista —respondió Kaede, con esa confianza feroz que la caracterizaba.
Y corrieron hacia las llamas, juntos como siempre, listos para enfrentar lo que viniera.