ID de la obra: 1303

Linea Blanca

Slash
NC-17
Finalizada
0
Tamaño:
228 páginas, 129.285 palabras, 25 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Prohibido en cualquier forma
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Capítulo 17

Ajustes de texto
Las horas se arrastraban como una bestia herida, cada segundo convirtiéndose en una eternidad que se clavaba en sus músculos como garras invisibles. El sol había comenzado su descenso hacia el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja enfermizo que se mezclaba con el humo negro que brotaba de los edificios destruidos. Kaede sintió cómo una gota de sudor le recorría la sien, mezclándose con la tierra y el polvo que cubría su rostro como una máscara de guerra. — ¿Cuántos distritos llevamos? —murmuró, limpiándose la sangre de un corte superficial en la mejilla. Koichi no respondió inmediatamente. Sus ojos escaneaban el panorama desolado frente a ellos, las vendas de sus muñecas manchadas de rojo y tierra. Su respiración era laboriosa, cada inhalación un recordatorio de que habían estado peleando desde que el primer rayo de sol tocó la ciudad. — Cinco —respondió finalmente, su voz áspera como papel de lija—. Nos falta uno. Uno más, pensó Kaede, y sintió cómo sus piernas temblaron ligeramente. No era miedo, era puro agotamiento físico. Sus músculos gritaban por descanso, pero su mente se negaba a ceder. Habían llegado demasiado lejos como para rendirse ahora. Los enfrentamientos habían evolucionado durante el día. Lo que comenzó como peleas directas y brutales se había transformado en algo más siniestro: emboscadas calculadas, trampas mortales escondidas entre los escombros, civiles usados como escudos humanos. Los villanos que quedaban no eran los típicos delincuentes de poca monta, sino estrategas despiadados que habían aprendido a usar el caos a su favor. — Recuerda lo que dijo el superior —dijo Koichi, ajustando las vendas alrededor de sus nudillos—. Los últimos siempre son los más peligrosos. Son los que han sobrevivido hasta ahora por alguna razón. Kaede asintió, pero su sonrisa desafiante no había desaparecido completamente. Era como si el cansancio hubiera afilado su determinación en lugar de embotar su filo. — Entonces será mejor que terminemos esto rápido. No creo que mis cuerdas vocales aguanten mucho más. El sexto y último distrito los recibió con un silencio que parecía tener peso propio. Era como caminar dentro de una fotografía en blanco y negro, donde los colores habían sido drenados por la devastación. Las calles, antes llenas de vida, ahora eran ríos secos de concreto agrietado y cristal roto. El humo se alzaba en columnas delgadas desde los edificios que aún ardían, creando un cielo artificial de ceniza y brasas. Kaede se detuvo, cerrando los ojos y aguzando el oído. Era una técnica que había desarrollado durante sus años de entrenamiento: usar el silencio como una herramienta, como una extensión de su Quirk. Podía escuchar los latidos de su propio corazón, la respiración controlada de Koichi a su lado, el crujir distante de la madera quemándose... Y algo más. — Están ahí —susurró, abriendo los ojos y señalando hacia un edificio de oficinas a medio colapsar—. Al menos tres, tal vez cuatro. Están esperándonos. Koichi siguió su mirada y notó las pequeñas señales que confirmaban la intuición de su hermana: ventanas rotas que parecían demasiado perfectas, escombros colocados de forma demasiado conveniente, sombras que se movían cuando no debían moverse. — Es una trampa —murmuró. — Obviamente —respondió Kaede, y por primera vez en horas, su sonrisa fue genuina—. Pero ¿desde cuándo eso nos ha detenido? Koichi no pudo evitar sonreír también. Era cierto. Desde niños, las trampas y los desafíos imposibles solo habían servido para encender su espíritu competitivo. Era como si el peligro fuera un idioma que habían aprendido a hablar con fluidez. — ¿El plan de siempre? —preguntó, desenrollando varios metros de vendas. — El plan de siempre —confirmó Kaede, haciendo ejercicios de calentamiento con su garganta. No necesitaban palabras para coordinarse. Habían desarrollado una sincronía que iba más allá de la comunicación verbal, un entendimiento que nacía de haber compartido el mismo espacio durante diecinueve años, de haber entrenado juntos, de haber fallado y triunfado como una sola unidad. El villano que emergió de entre los escombros era una montaña de músculos y rabia contenida. Su Quirk de impacto sísmico era evidente incluso antes de que atacara: el suelo alrededor de sus pies mostraba grietas concéntricas, como si la tierra misma temiera su presencia. Sus ojos eran pequeños y crueles, y cuando sonrió, mostró dientes amarillentos. — Vaya, vaya —gruñó, su voz resonando como el rugido de un motor diésel—. Los famosos gemelos. Esperaba algo más... impresionante. Kaede intercambió una mirada rápida con Koichi. Era una táctica psicológica clásica: intentar provocarlos para que atacaran sin pensar. Pero ellos habían aprendido a convertir la impaciencia de sus enemigos en su propia ventaja. El villano levantó ambos puños y los estrelló contra el suelo con un rugido primitivo. El impacto fue devastador: el asfalto se fracturó en un patrón de telaraña que se extendió hacia los gemelos como dedos de destrucción. El suelo bajo sus pies comenzó a ondular como el mar en una tormenta. Pero Kaede ya estaba en movimiento. Tomó una bocanada profunda de aire y gritó. No era un grito cualquiera. Era un sonido cargado de técnica y poder, una onda expansiva que cortó el aire como una hoja invisible. La onda sonora golpeó al villano justo cuando estaba recuperándose de su ataque, desestabilizando su equilibrio y haciendo que sus próximos golpes fueran erráticos. Koichi no perdió el tiempo. Sus vendas salieron disparadas como serpientes hambrientas, envolviéndose alrededor de los tobillos del villano antes de que pudiera recuperar su estabilidad. Con un tirón brutal, lo hizo tropezar, y el gigante cayó como un edificio demolido. — ¡Uno menos! —gritó Kaede, pero su celebración fue prematura. El segundo villano apareció como una bala de cañón humana. Su cuerpo estaba cubierto de placas metálicas desde el cuello hasta los pies, convirtiéndolo en una locomotora viviente. El sonido de sus pasos era como martillos golpeando yunques, y cuando embistió, el aire mismo pareció apartarse de su camino. Koichi apenas tuvo tiempo de rodar hacia un lado. Sintió el viento cortante rozar su mejilla cuando la embestida pasó a centímetros de su cabeza. El villano se estrelló contra una pared de concreto, abriéndola como si fuera papel. — ¡Kaede, ahora! —gritó Koichi, ya en movimiento. Sus vendas salieron disparadas hacia las piernas del villano metálico, pero esta vez no buscaba derribarlo. En lugar de eso, las enredó lo suficiente para frenarlo, para darle a Kaede la abertura que necesitaba. Kaede saltó sobre un montón de escombros, usando los restos de un automóvil como trampolín. En el punto más alto de su salto, tomó todo el aire que sus pulmones pudieron contener y gritó con una intensidad que hizo que las ventanas restantes de los edificios cercanos explotaran en cascadas de cristal y el cemento se agrietara. La onda sonora rebotó contra las paredes destruidas, amplificándose y creando un eco que parecía venir desde todas las direcciones a la vez. El villano metálico se tambaleó, las placas de su armadura vibrando como diapasones, su cerebro sacudiéndose dentro de su cráneo. Koichi aprovechó la desorientación. Giró su cuerpo y tensó las vendas con toda su fuerza restante, y tiró. El villano salió disparado hacia atrás, estrellándose contra los escombros con un estruendo que hizo temblar los cimientos de los edificios cercanos. El polvo se alzó como una cortina gris, haciendo que ambos tosieran y se cubrieran los ojos. Pero no podían parar. Sus instintos, afilados por horas de combate continuo, les decían que esto no había terminado. Los siguientes minutos fueron un torbellino de violencia coreografiada. Tres villanos más emergieron de las sombras como pesadillas materializándose, cada uno con habilidades únicas que convertían cada segundo en una prueba de supervivencia. Koichi se movía como si el suelo fuera su océano personal. Se deslizaba, rodaba, saltaba, convirtiendo cada evasión en el preludio de un contraataque. Sus vendas eran extensiones de su voluntad, látigos que chasqueaban en el aire para desarmar, atrapar, golpear. Cuando un villano con garras de acero intentó cortarle la cabeza, Koichi se agachó, envolvió las vendas alrededor de su muñeca y lo hizo girar como un trompo antes de estrellarlo contra una pared. Kaede, por su parte, había convertido su voz en un arma de precisión quirúrgica. Ya no eran solo gritos; eran ondas sonoras moduladas con la experiencia de años de entrenamiento. Un susurro podía desorientar, un grito agudo podía romper el equilibrio, un rugido sostenido podía derribar a múltiples enemigos a la vez. Era hermoso y terrible a la vez. Cada movimiento de uno era la señal para el otro. Cuando Kaede daba un paso atrás, Koichi sabía que debía avanzar. Cuando Koichi saltaba, Kaede sabía que era el momento de aumentar la intensidad de su ataque sonoro. Era como si fueran dos partes de la misma máquina de combate, alimentándose de la energía del otro. Un villano con la habilidad de generar ácido desde sus poros logró salpicar el brazo izquierdo de Koichi. El dolor fue inmediato e intenso, como si le hubieran clavado hierros al rojo vivo en la piel. Koichi soltó un grito ahogado pero no se detuvo. Usó su brazo bueno para lanzar una venda que se envolvió alrededor del cuello del villano, cortándole el suministro de oxígeno hasta que cayó inconsciente. Kaede recibió un golpe brutal en el abdomen de un villano cuyo Quirk le permitía endurecer sus puños como martillos. El impacto la hizo tambalearse, escupir saliva mezclada con sangre, y por un momento terrible, su voz se quebró. Pero Koichi estaba ahí, sus vendas ya en movimiento, jalándola fuera de la línea de fuego antes de que el segundo golpe pudiera conectar. — ¡Estoy bien! —gritó Kaede, aunque claramente no lo estaba. Tenía una mano presionada contra su estómago y su respiración era irregular. — ¡No tienes que mentirme! —respondió Koichi, esquivando un ataque mientras la cubría—. ¡Solo sigue luchando! Era su forma de decir "te amo" y "confío en ti" al mismo tiempo. Un villano logró acercarse por detrás de Koichi, aprovechando un momento en que estaba concentrado en liberar sus vendas de otro enemigo. Su puño se estrelló contra las costillas de Koichi con un sonido seco que hizo eco en el aire. Koichi sintió como si le hubieran roto algo por dentro, pero en lugar de caer, giró y respondió con un cabezazo que dejó inconsciente a su atacante. — ¡Koichi! —gritó Kaede, pero él ya se estaba incorporando. — ¡Sigo aquí! —respondió, aunque su voz sonaba más débil. Los gemelos estaban cubiertos de polvo, sangre y sudor. Sus movimientos se habían vuelto más lentos, menos precisos, pero su determinación permanecía intacta. Era como si el dolor hubiera quemado todo lo superfluo en su interior, dejando solo la esencia de quiénes eran: dos hermanos que se negaban a rendirse. El villano final apareció cuando creían que todo había terminado. Era diferente a los demás: más pequeño, más silencioso, más inteligente. Su Quirk parecía relacionado con la manipulación de sombras, porque se movía entre las ruinas como si fuera parte de la oscuridad misma. Kaede lo vio primero, pero cuando abrió la boca para gritar, solo salió un graznido débil. Su voz, después de horas de uso intensivo, finalmente había llegado a su límite. El pánico se apoderó de ella por un segundo: sin su voz, era vulnerable, era solo una adolescente herida en medio de un campo de batalla. Koichi sintió el cambio en su hermana inmediatamente. Era como si una parte de él mismo hubiera sido cortada. Se giró para protegerla, pero sus vendas estaban enredadas en los escombros, y el villano ya estaba en movimiento. Las sombras se alargaron como dedos hambrientos, alcanzando hacia Kaede con intenciones mortales. Ella cerró los ojos, pero el impacto nunca llegó. Koichi había un esfuerzo sobre humano, su voz imitando la de su hermana resonó en un grito que anulo el Quirk del villano por unos segundos, pero que lo había aturdido. El efecto fue sutil pero devastador. Las sombras del villano perdieron su forma, dispersándose como humo. Él mismo se tambaleó, su concentración rota. Koichi aprovechó la oportunidad. Con sus últimas fuerzas, liberó sus vendas y las lanzó en un arco perfecto. Se enrollaron alrededor del villano antes de que pudiera reaccionar, y con un tirón que le costó cada fibra de músculo que le quedaba, lo elevó en el aire y luego lo estrelló contra el suelo. El silencio que siguió fue ensordecedor. Kaede intentó dar un último grito de victoria, pero lo que salió fue apenas un susurro ronco. Aun así, fue suficiente para hacer que el villano perdiera la conciencia. Koichi lo ató con las vendas que le quedaban antes de dejarse caer de rodillas. El mundo se había vuelto extrañamente silencioso. Ya no había explosiones, gritos de batalla o el estruendo de edificios colapsando. Solo el crepitar distante de los incendios y el sonido de su propia respiración agitada. Los gemelos se dejaron caer entre los escombros, sus cuerpos automáticamente buscando el apoyo del otro. Kaede se recostó contra el hombro de Koichi, y él envolvió un brazo protector alrededor de ella. Estaban cubiertos de una capa de polvo gris que los hacía parecer estatuas vivientes. El cielo nocturno, ennegrecido por el humo, parecía más estrellado de lo habitual. Las luces de la ciudad que habían protegido comenzaban a encenderse una por una, pequeñas victorias de esperanza contra la oscuridad. Koichi respiraba con dificultad, cada inhalación un recordatorio de las costillas magulladas, pero una sonrisa cansada se dibujó en su rostro manchado de tierra. — Lo logramos... —dijo en un susurro ronco que sonaba como papel arrugándose. Kaede se dejó caer completamente a su lado, riendo con una mezcla de histeria y alivio que solo viene después de sobrevivir a lo imposible. Su risa era entrecortada, casi sin sonido, pero estaba llena de una alegría pura y primitiva. — Casi me rompes los tímpanos con tanto grito —murmuró Koichi, su voz llevando el cariño fraternal que había sido su constante durante toda la batalla. — Tú tampoco te quedaste atrás —respondió Kaede con lo poco de voz que le quedaba, y le dio un golpecito suave en el hombro con la poca fuerza que le quedaba. Se quedaron así durante unos minutos que se sintieron como horas, acostados en los restos de lo que una vez fue una calle, mirando un cielo que lentamente se limpiaba del humo. Sus cuerpos eran un mapa de dolor: moretones que ya comenzaban a hincharse, arañazos que cortaban líneas rojas en su piel, el dolor constante en la garganta que les recordaba que habían exigido más de sí mismos de lo que era humanamente razonable. Sabían que el descanso era temporal. En solo unas horas tendrían que volver a levantarse, volver a pelear, volver a poner sus cuerpos y sus vidas en la línea. Pasarían las próximas horas en el hospital de la agencia, conectados a sueros, bajo la observación de médicos que evaluarían si podían continuar. Sus gargantas serían examinadas, sus huesos verificados, sus espíritus medidos en escalas que solo los héroes profesionales entendían. Pero en ese momento, con la brisa nocturna enfriando su piel sudorosa y el caos finalmente disminuyendo a su alrededor, se permitieron cerrar los ojos y sonreír. Lo habían logrado. Juntos. Al principio, dejarse caer al suelo había sido casi un acto de rebeldía contra el agotamiento. Sentir el frío de las baldosas rotas presionando contra sus espaldas, permitir que sus pulmones se expandieran completamente sin la presión del combate, había sido como encontrar un oasis en el desierto. Por un momento, habían logrado engañarse a sí mismos pensando que solo necesitaban unos minutos de descanso. Pero cuando el subidón de adrenalina comenzó a desvanecerse, sus cuerpos les pasaron factura con intereses. Era como si cada músculo hubiera estado funcionando con dinero prestado, y ahora el prestamista había venido a cobrar. Kaede intentó incorporarse primero, pero sus brazos temblaron y se negaron a soportar su peso. Sus piernas se sentían como si estuvieran hechas de gelatina tibia. — ¿Puedes... moverte? —preguntó con la voz completamente ronca, cada palabra raspando su garganta como vidrio molido. Koichi intentó rodar hacia un lado para ayudarla, pero su cuerpo simplemente no respondió. Era como si su cerebro estuviera enviando las señales, pero los cables estuvieran cortados. — Ni un poco —admitió con una risa seca que terminó en una tos dolorosa—. Creo que si me quedo aquí un rato más, me voy a hacer parte del suelo. La situación debería haber sido alarmante, pero en lugar de pánico, sintieron una extraña paz. Era la primera vez en horas que no tenían que estar alertas, que no tenían que calcular el próximo movimiento o anticipar el próximo ataque. Sus cuerpos habían tomado la decisión por ellos: era hora de parar. Permanecieron tendidos, sus pechos subiendo y bajando al mismo ritmo, como si sus corazones hubieran decidido sincronizarse por puro agotamiento. Las estrellas arriba parecían moverse lentamente, aunque sabían que era solo el efecto del mareo causado por la exhaustión. — ¿Crees que papá estén viendo las noticias? —murmuró Kaede, una sonrisa débil cruzando su rostro. —Probablemente papá está calculando cuántas formas diferentes va a matarnos cuando lleguemos a casa —respondió Koichi—. Y Papá Hizashi está preparando suficiente comida para un ejército. Ambos sabían que era cierto. Sus padres, también ex-héroes profesionales, entendían el precio del heroísmo mejor que nadie. El miedo, la preocupación, el orgullo y la frustración se mezclarían en igual medida cuando los vieran regresar heridos pero victoriosos. Fue el sonido de pasos corriendo lo que finalmente rompió su tranquila rendición. Voces familiares gritando sus nombres, el sonido de botas contra escombros, órdenes médicas siendo gritadas en la distancia. — Los refuerzos llegaron —murmuró Koichi, pero ninguno de los dos hizo el menor esfuerzo por moverse. — Ya era hora —respondió Kaede, cerrando los ojos. Los compañeros de la agencia que llegaron corriendo esperaban encontrar a los gemelos en pie, tal vez heridos pero aún en posición de combate. Lo que encontraron fueron dos adolescentes completamente agotados, tendidos entre los escombros como muñecos rotos, pero con sonrisas de satisfacción que hablaban de una misión cumplida. — ¿Están vivos? —gritó uno de los héroes mientras se acercaba corriendo. — Muy vivos —respondió Koichi sin abrir los ojos—. Solo muy, muy cansados. — Y adoloridos —añadió Kaede—. No olvides adoloridos. Tuvieron que ser prácticamente cargados hasta el punto de encuentro donde las ambulancias esperaban. Sus piernas funcionaban lo suficiente para dar algunos pasos tambaleantes, pero era evidente que caminar distancias largas estaba fuera de cuestión. Los paramédicos, acostumbrados a tratar héroes heridos, trabajaron con eficiencia profesional. Evaluaciones rápidas, constantes vitales, revisiones preliminares para descartar lesiones que pudieran poner en peligro la vida. El veredicto fue alentador: magullados, exhaustos, pero estables. El viaje en ambulancia fue un caos controlado. Con tantos héroes heridos y tan pocos vehículos disponibles, tuvieron que compartir espacio con otros compañeros en camillas. El interior de la ambulancia era una sinfonía de gemidos, conversaciones médicas y el pitido constante de los monitores. Pero incluso en medio del caos, la adrenalina seguía corriendo por sus venas como un río subterráneo. Era imposible apagarla completamente después de tantas horas de combate intenso. — Si papá nos viera ahora, nos mataría —dijo Kaede con media sonrisa, mientras un paramédico le ajustaba una máscara de oxígeno sobre la nariz y la boca. — Probablemente te regañaría a ti primero —respondió Koichi desde su asiento, ganándose un codazo suave en el brazo de parte de Kaede—. Yo soy el favorito. Los médicos en la ambulancia, que habían escuchado historias sobre la sincronía casi sobrenatural de los gemelos en combate, que habían visto los reportes de su efectividad escalofriante en el campo de batalla, no pudieron evitar sonreír con ternura. Era evidente para cualquiera que los mirara: por muy impresionantes que fueran como héroes profesionales, al final del día no eran más que dos hermanos adolescentes, riéndose y molestándose mutuamente mientras el mundo alrededor seguía ardiendo. Era un recordatorio de por qué hacían lo que hacían, de lo que estaban protegiendo. Cuando llegaron a la agencia, fueron separados para recibir atención médica individual. Era protocolo estándar: evaluaciones independientes para asegurar que ningún detalle se perdiera en la familiaridad fraternal. Koichi fue llevado a una sala que parecía más un laboratorio que una habitación de hospital. Las paredes blancas reflejaban una luz fría y clínica que hacía que todo pareciera demasiado limpio en contraste con el caos del que acababan de salir. El aire acondicionado zumbaba constantemente, creando una temperatura que lo hizo estremecer después de horas bajo el calor del combate. El doctor que lo examinó era un hombre mayor con manos sorprendentemente suaves y un Quirk que le permitía detectar el estado del cuerpo interno, muy útil para detectar lesiones internas mediante el tacto. Sus dedos recorrieron las costillas de Koichi como un pianista tocando una melodía dolorosa. — Tienes un moretón impresionante aquí —comentó, presionando suavemente un área en el costado derecho que hizo que Koichi siseara de dolor—. Es tan grande y oscuro que parece una sombra permanente. Pero no hay fracturas, lo cual es un milagro considerando la intensidad del combate que describieron los reportes. Koichi asintió, aunque su expresión era más de fastidio que de preocupación. El dolor era constante, un recordatorio pulsante con cada respiración, pero había aprendido a diferenciarlo del tipo de dolor que indicaba daño real versus el tipo que simplemente requería tiempo. — ¿Puedo seguir peleando si es necesario? —preguntó, y la pregunta reveló todo lo que necesitaba saber sobre su carácter. El doctor lo miró con una mezcla de admiración y preocupación paternal. — Podrías, pero no deberías. Vas a estar adolorido por varios días. El músculo necesita tiempo para repararse, y si lo fuerzas demasiado pronto, podrías convertir una lesión menor en algo mucho más serio. Koichi asintió, pero ambos sabían que si fuera necesario, estaría de pie y luchando sin importar el dolor. Era la naturaleza de ser un héroe: el cuerpo era una herramienta, y las herramientas a veces tenían que usarse incluso cuando estaban dañadas. Los enfermeros que se acercaron después tenían Quirks de curación que Koichi había experimentado antes durante el entrenamiento, pero nunca después de un combate tan intenso. Cuando colocaron las manos sobre sus costillas y hombros, la sensación fue inmediata e intensa. Era como si un río de agua tibia corriera por debajo de su piel, llevándose el dolor y la tensión a medida que avanzaba. Sus músculos se relajaron involuntariamente, y un mareo ligero lo obligó a cerrar los ojos y quedarse completamente quieto. — Es normal —explicó uno de los enfermeros, notando su desorientación—. Tu cuerpo está liberando toda la tensión que ha estado acumulando durante horas. Es como soltar la cuerda después de estar tirando de ella todo el día. — También trata de no hablar mucho por el resto de la noche —añadió el otro—. Tu garganta está inflamada por el esfuerzo, y aunque no usaste tu voz como arma directa como tu hermana, has estado gritando órdenes y coordinándote durante horas. — Lo intentaré... —respondió Koichi en un susurro, sonriendo apenas. Ambos sabían que era una promesa difícil de cumplir. Él y Kaede tendían a procesar sus experiencias hablando, especialmente después de misiones intensas. Mientras tanto, en otra habitación similar, Kaede recibía un tratamiento más especializado. Su Quirk vocal había sido usado de maneras que desafiaban los límites humanos normales, y los efectos en su sistema respiratorio y en su garganta requerían atención experta. La doctora que la atendía era una mujer joven con un Quirk que le permitía visualizar el daño en los tejidos blandos. Cuando examinó la garganta de Kaede, su expresión se volvió seria. — Has estado empujando tu Quirk más allá de sus límites seguros —dijo, no como un regaño sino como una observación clínica—. Tus cuerdas vocales están inflamadas, y tienes pequeñas lesiones por el esfuerzo. Nada permanente, pero necesitas descanso vocal absoluto por al menos 24 horas. Kaede, que siempre había sido más extrovertida que su hermano, hizo una mueca de disgusto ante la idea de no poder hablar. Incluso ahora, con la voz completamente ronca, no había dejado de intentar conversar con los enfermeros y médicos. — ¿Y si hay una emergencia? —preguntó con lo poco de voz que le quedaba. — Si hay una emergencia real, tu cuerpo encontrará la forma de responder. Pero si fuerzas tu voz ahora para conversaciones normales, podrías causar daño permanente. Y creeme, no quieres ser una heroína muda de por vida a los diecinueve años. El punto era válido, y Kaede asintió a regañadientes. Había visto a héroes profesionales cuyas carreras habían terminado prematuramente por forzar sus Quirks más allá de los límites seguros. Era una línea delgada entre la determinación heroica y la estupidez autoderstructiva. Los enfermeros que trabajaron con ella tenían Quirks especializados en curación y regeneración. Era una sensación extraña: podía sentir cómo su garganta se enfriaba desde adentro, como si estuviera bebiendo agua helada en cámara lenta. El alivio fue inmediato, aunque parcial. — Esto ayudará con la inflamación y acelerará la curación natural —explicó uno de ellos—. Pero el descanso vocal sigue siendo esencial. Piensa en ello como rehabilitación: estás entrenando a tu cuerpo para recuperarse más fuerte. Al final, como habían esperado, terminaron en una habitación compartida. Era una tradición no oficial pero comprensible: aunque la agencia tenía reglas estrictas sobre las visitas durante la recuperación médica, todos sabían que separar a los gemelos después de una misión tan intensa sería contraproducente. Además, sus padres vendrían eventualmente, y era más eficiente tenerlos en el mismo lugar. La habitación tenía dos camas separadas por unos metros, pero en el momento en que las puertas se cerraron, ambos supieron que la distancia era irrelevante. Habían pasado las últimas dieciocho horas como una sola unidad de combate, y sus cuerpos aún resonaban con esa sincronía. Koichi se dejó caer en su cama como un saco de arena, sintiendo cómo el colchón se amoldaba a su cuerpo magullado. Cada músculo parecía suspirar de alivio al finalmente poder relajarse completamente. Sus vendas habían sido removidas y reemplazadas por vendajes médicos limpios, y sus manos se veían extrañamente desnudas sin ellas. Kaede se acostó más lentamente, todavía sintiendo los efectos del tratamiento vocal. Su garganta ya no le dolía constantemente, pero podía sentir la fragilidad que quedaba, como un recordatorio de que había empujado su Quirk hasta sus límites absolutos. — ¿Cómo te sientes? —murmuró Koichi, su voz apenas audible en la habitación silenciosa. Kaede le mostró un pulgar hacia arriba, sonriendo pero respetando las órdenes médicas de descanso vocal. Era extraño verla tan silenciosa; normalmente sería ella quien estaría haciendo preguntas, contando anécdotas del día, procesando la experiencia en voz alta. La luz de la habitación se había atenuado automáticamente, creando un ambiente que invitaba al descanso. Por las ventanas podían ver las luces de la ciudad que habían protegido, pequeños puntos de luz que representaban vidas que continuarían existiendo gracias a su sacrificio. — Los reportes van a ser interesantes —comentó Koichi, más para llenar el silencio que por una necesidad real de conversar—. Seis distritos en un día. Creo que es un récord para héroes nuevos. Kaede asintió, pero su expresión se había vuelto pensativa. Levantó la mano e hizo gestos, una forma de comunicación que habían desarrollado durante años de entrenamientos silenciosos y en caso de encontrar civiles sordomudos. "¿Crees que lo hicimos bien?" Era una pregunta más profunda de lo que parecía en la superficie. No se trataba de la efectividad táctica o del éxito de la misión. Era sobre las decisiones que habían tomado bajo presión, sobre los riesgos que habían aceptado, sobre si habían sido verdaderamente heroicos o simplemente afortunados. Koichi pensó durante un momento largo antes de responder. — Salvamos vidas —dijo finalmente—. Todo lo demás son detalles. Era una respuesta simple, pero capturaba algo esencial sobre su filosofía como héroes. Habían aprendido de sus padres que el heroísmo no se medía en gloria o reconocimiento, sino en el impacto real en las vidas de las personas. Cada civil evacuado, cada villano detenido antes de que pudiera hacer más daño, cada distrito liberado: esas eran las métricas que realmente importaban. Mientras conversaban en susurros y gestos, el agotamiento real comenzó a asentarse en sus huesos. No era solo el cansancio físico, aunque ese era considerable. Era el agotamiento emocional y mental que venía después de mantener la concentración y la adrenalina a niveles máximos durante tanto tiempo. Koichi sintió cómo sus párpados se volvían pesados. Su cuerpo había comenzado el proceso de reparación, y eso requería toda la energía que le quedaba. Los analgésicos que le habían administrado también comenzaban a hacer efecto, creando una sensación de flotar que hacía que el dolor pareciera venir de muy lejos. — ¿Crees que nuestros papás ya saben? —murmuró, su voz cada vez más débil. Kaede hizo un gesto que claramente significaba "obviamente", seguido de otro que sugería que probablemente ya estaban en camino. Sus padres tenían una red de contactos en el mundo heroico que les permitía estar informados sobre las actividades de sus hijos en tiempo real, especialmente durante misiones de alto riesgo como esta. La idea debería haber sido tranquilizadora, pero también añadía una capa de presión emocional que ninguno de los dos había tenido tiempo de procesar durante el combate. Sus padres habían sido héroes profesionales de élite en su tiempo, y aunque habían elegido retirarse para formar una familia, nunca habían perdido la mentalidad heroica. Verían los logros de sus hijos con orgullo, pero también con la perspectiva de veteranos que sabían exactamente cuán cerca de la muerte habían estado. — Papá va a querer revisar cada decisión táctica que tomamos —susurró Koichi con una sonrisa cansada—. Y Papá Hizashi va a querer alimentarnos hasta que no podamos movernos. Kaede asintió, pero su sonrisa era igualmente cariñosa. A pesar de las expectativas altas y la preocupación constante, sabían que sus padres los apoyaban incondicionalmente. Era un lujo que muchos jóvenes héroes no tenían: una red de seguridad emocional que les permitía tomar riesgos sabiendo que siempre habría un lugar seguro al que regresar. El sueño llegó gradualmente, como una marea que subía lentamente. No fue el colapso inmediato que habían experimentado después de la batalla, sino algo más gentil y reparador. Sus cuerpos finalmente habían aceptado que estaban seguros, que podían bajar la guardia completamente. Koichi fue el primero en sucumbir. Su respiración se volvió profunda y regular, y su cuerpo se relajó completamente por primera vez en más de veinte horas. Incluso dormido, una pequeña sonrisa permanecía en su rostro, como si sus sueños estuvieran llenos de la satisfacción del deber cumplido. Kaede lo observó por unos minutos, estudiando las facciones relajadas de su hermano gemelo. Podía ver las pequeñas cicatrices nuevas, los moretones que ya comenzaban a cambiar de color, las señales físicas de lo que habían atravesado juntos. Pero también podía ver la paz que solo venía después de saber que habían dado todo lo que tenían. Cuando finalmente cerró sus propios ojos, su último pensamiento consciente fue una mezcla de gratitud y anticipación. Gratitud por haber sobrevivido, por haber tenido a Koichi a su lado, por haber podido marcar una diferencia real. Y anticipación porque sabía que esto era solo el comienzo. Habían probado que podían manejar misiones de alto nivel, y eso significaba que se les confiarían responsabilidades aún mayores en el futuro. Por unas horas preciosas, el peso del mundo dejó de estar sobre sus hombros. En la seguridad de la habitación del hospital, rodeados por el zumbido suave de equipos médicos y la luz tenue de los monitores, los gemelos finalmente pudieron descansar. Sus sueños estuvieron llenos de ecos de la batalla: el sonido de edificios colapsando, el grito de órdenes tácticas, la sensación de vendas desenrollándose y ondas sonoras cortando el aire. Pero incluso en sus sueños, estaban juntos, moviéndose en perfecta sincronía, cuidándose las espaldas mutuamente. El monitor cardíaco junto a la cama de Koichi mostró cómo su ritmo cardíaco se sincronizó gradualmente con el de su hermana, como si incluso sus cuerpos inconscientes buscaran esa armonía que había sido su fortaleza durante toda la batalla. Afuera, la ciudad que habían salvado continuaba con su vida nocturna. Las luces parpadeaban en ventanas de apartamentos donde familias cenaban juntas, en oficinas donde trabajadores nocturnos mantenían los servicios esenciales funcionando, en hospitales donde otros médicos atendían a otras víctimas del ataque villano. Era un recordatorio silencioso de por qué habían elegido el camino del heroísmo: no por la gloria o el reconocimiento, sino por esos momentos de normalidad que su sacrificio había preservado. Cada luz en cada ventana representaba una vida que continuaría, una historia que podría seguir siendo contada, gracias a dos adolescentes que habían decidido que algunas cosas valían la pena defender sin importar el costo personal. Cuando el sol comenzó a filtrarse por las ventanas de la habitación del hospital, encontró a dos jóvenes héroes durmiendo profundamente, sus cuerpos finalmente reparándose del trauma del día anterior. Las enfermeras que entraron para los chequeos matutinos de rutina se movieron con cuidado especial, reconociendo que estos pacientes habían ganado el derecho a cada minuto de descanso que pudieran obtener. En unas horas, despertarían a un mundo que había cambiado ligeramente debido a sus acciones. Habría reportes que escribir, declaraciones que dar, y probablemente nuevas misiones que aceptar. Pero por ahora, en la quietud dorada del amanecer, eran simplemente Kaede y Koichi: dos hermanos que habían enfrentado lo imposible y habían emergido más fuertes. Su historia como héroes profesionales apenas comenzaba, pero ya habían establecido algo que los definiría por el resto de sus carreras: que juntos eran imparables, y que ningún desafío era demasiado grande cuando tenían uno al otro. El último distrito había sido conquistado. La ciudad estaba segura. Y dos nuevas estrellas habían nacido en el firmamento heroico.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)