ID de la obra: 1303

Linea Blanca

Slash
NC-17
Finalizada
0
Tamaño:
228 páginas, 129.285 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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Capítulo 18

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La puerta de la habitación se abrió con un suave chirrido que parecía demasiado fuerte en el silencio del hospital. El sonido flotó en el aire como una nota discordante, interrumpiendo la quietud que había envuelto la habitación durante las últimas horas. Un haz de luz blanca del pasillo se filtró a través de la abertura, creando una franja luminosa que se extendió hasta alcanzar las camas donde dormían los gemelos. Hizashi apareció primero en el marco de la puerta, su silueta familiar recortada contra la luz del corredor. Normalmente habría irrumpido con su energía característica, con esa vitalidad que parecía nunca agotarse, pero esta vez sus movimientos fueron diferentes. Sus pasos fueron más medidos, más cuidadosos, como si temiera que incluso el sonido de sus zapatos contra la cerámica pudiera romper algo frágil y precioso que habitaba en esa habitación. Aizawa le siguió, materialializándose desde las sombras del pasillo. Su expresión mantenía esa seriedad característica que había perfeccionado a lo largo de años como héroe profesional y profesor, pero había algo diferente en sus ojos. La tensión que había estado cargando en los hombros durante las últimas veinte horas se había suavizado ligeramente, reemplazada por algo que solo podía describirse como alivio profundo y contenido. Sus ojos recorrieron cada rincón de la habitación con la metodicidad de un veterano, evaluando automáticamente los equipos médicos, las lecturas en los monitores, las condiciones generales del espacio. Era un hábito inconsciente, esa necesidad de asegurar la seguridad del entorno antes de permitirse relajar la guardia. Solo cuando estuvo satisfecho con su inspección inicial, permitió que su mirada se posara finalmente en las camas donde descansaban sus hijos. El cuarto estaba sumergido en una quietud casi sagrada, rota únicamente por el suave pitido rítmico de las máquinas médicas y el sonido calmado, profundo, de la respiración sincronizada de los gemelos. Era el tipo de silencio que viene después de la tormenta, cuando el mundo finalmente se permite exhalar después de contener la respiración durante demasiado tiempo. Ambos jóvenes estaban profundamente dormidos, sus cuerpos rendidos al descanso que tanto necesitaban. Las mantas estaban arrugadas y torcidas alrededor de ellos, evidencia silenciosa de que habían luchado incluso contra el sueño antes de finalmente sucumbir al agotamiento. Era como si sus cuerpos hubieran colapsado al mismo tiempo, vencidos por el peso acumulado de dieciocho horas de combate continuo. Kaede estaba acostada de lado, en una posición que parecía casi defensiva. Tenía un brazo colgando fuera de la cama, los dedos ligeramente curvados como si aún estuviera lista para formar puños si fuera necesario. Su respiración era ligeramente irregular, interrumpida ocasionalmente por pequeños sonidos que sugerían que incluso en sueños, su garganta aún se estaba recuperando del esfuerzo extremo de su Quirk vocal. Koichi estaba acostado boca arriba, pero su postura no sugería relajación completa. Su frente estaba fruncida incluso en el sueño, como si su mente siguiera procesando los eventos del día, analizando cada decisión, cada movimiento táctico, cada momento en que las cosas podrían haber salido terriblemente mal. De vez en cuando, un pequeño ronquido se escapaba de sus labios ligeramente entreabiertos, un sonido que sus padres conocían bien y que siempre había sido una señal inequívoca de que estaban verdaderamente agotados. Hizashi no pudo contener la sonrisa que se extendió por su rostro como el amanecer. Era una de esas sonrisas grandes e irreprimibles que le iluminaban completamente las facciones, transformando su expresión de preocupación paternal a ternura pura. — Solo roncan así cuando están completamente agotados... —susurró con una voz tan suave que apenas era audible, cargada de una mezcla de alivio, amor y una pizca de diversión paternal. Aizawa asintió lentamente, cruzándose de brazos en una postura que era simultáneamente protectora y contemplativa. Aunque su rostro mantuvo esa expresión neutra que había perfeccionado a lo largo de los años, en sus ojos se podía leer claramente el alivio que había estado conteniendo desde que recibieron la primera llamada sobre la misión. Era el tipo de alivio que solo sienten los padres cuando ven a sus hijos sanos y salvos después de enfrentar peligros que podrían haberlos perdido para siempre. Les dolía físicamente la idea de despertarlos. Verlos tan en paz, tan profundamente relajados después de lo que habían atravesado, parecía casi un sacrilegio interrumpir su descanso. Había algo profundamente hermoso en la forma en que dormían, con esa confianza absoluta que solo viene cuando uno sabe que está completamente seguro, completamente protegido. Pero la realidad práctica se impuso sobre los sentimientos paternales. Si ellos no los despertaban ahora, lo harían sus compañeros de agencia más tarde para los informes requeridos, o los médicos para los chequeos programados, y esas interrupciones serían mucho menos gentiles, mucho menos consideradas con su necesidad de transición gradual del sueño a la vigilia. Aizawa se acercó despacio a la cama de Koichi, sus movimientos deliberadamente suaves para no crear sobresaltos. Se agachó ligeramente, acercando su rostro al de su hijo, y extendió una mano que se posó con infinito cuidado sobre el hombro del joven. Sus dedos encontraron el punto exacto donde el músculo estaba menos tenso, y comenzó a sacudirlo con una suavidad que hablaba de años de experiencia despertando a estudiantes después de entrenamientos extenuantes. — Koichi —su voz fue baja, paciente, modulada con esa calidez reservada que guardaba exclusivamente para momentos como estos—. Despierta, hijo. El chico parpadeó lentamente, como si estuviera emergiendo desde las profundidades de un océano de sueño. Sus ojos se movieron sin enfocar por unos segundos, desorientados por la transición entre el mundo de los sueños y la realidad de la habitación del hospital. Pero cuando su visión finalmente se aclaró y vio el rostro familiar de su padre inclinado sobre él, una pequeña sonrisa somnolienta se dibujó en sus labios, transformando su expresión de confusión a reconocimiento cálido. — Papá... —murmuró, su voz áspera y ronca por el descanso y los efectos residuales del combate intensivo. La palabra salió como un suspiro de alivio, como si ver a su padre fuera la confirmación definitiva de que todo había salido bien, de que estaban verdaderamente seguros. Aizawa sintió cómo algo se relajaba en su pecho al escuchar esa palabra simple. Extendió una mano y le revolvió el cabello con una suavidad que pocas personas habrían creído posible viniendo de él. Sus dedos se movieron con una ternura que contrastaba completamente con la imagen pública del héroe serio e implacable que el mundo conocía. — ¿Cómo te sientes? —preguntó, su mirada atenta e intensa, evaluando cada micro-expresión, cada pequeña señal que pudiera indicar dolor oculto o malestar no reportado. Era la mirada de un padre experimentado, pero también la de un héroe veterano que sabía reconocer las señales de trauma tanto físico como emocional. — Cansado... —admitió Koichi con honestidad brutal, acompañando su confesión con una media sonrisa que sugería que, a pesar del agotamiento, estaba fundamentalmente bien—. Muy, muy cansado. El movimiento sutil y las voces suaves fueron suficientes para penetrar el sueño profundo de Kaede. Sus párpados se movieron antes de abrirse, como si su mente estuviera evaluando la seguridad de la situación antes de permitir que su cuerpo saliera completamente del estado de descanso. Cuando finalmente abrió los ojos, lo hizo gradualmente, permitiendo que su visión se adaptara a la luz suave de la habitación. Se incorporó con algo de esfuerzo, sus músculos protestando por el movimiento después de horas de inmovilidad, con Hizashi ayudándola y acomodando su almohada para que esté más cómoda. Cuando su mirada encontró a sus padres, su expresión se iluminó inmediatamente, como si una llama hubiera sido encendida detrás de sus ojos. Era la expresión pura de un hijo que ve a sus padres después de pasar por algo difícil, una mezcla de alivio, alegría y vulnerabilidad. Pero esa luz se opacó rápidamente cuando notó la mirada firme que Aizawa le dirigía. Era una mirada que conocía bien, una que había visto muchas veces durante entrenamientos cuando había empujado sus límites demasiado lejos o cuando hacía travesuras en casa que ameritaban un castigo. No era una mirada de enojo, sino de preocupación paternal. — Tú —dijo Aizawa, señalándola con un dedo que no acusaba sino que señalaba con cariño firme— ibas para cuidar que tu hermano no se sobreesforzara. Y terminaste igual o peor que él. Su tono no era duro ni regañón, pero estaba definitivamente cargado de preocupación genuina. Era el tono de un padre que había visto los reportes médicos, que sabía exactamente cuánto habían arriesgado, cuán cerca habían estado de empujar sus Quirks más allá de los límites seguros. Era la voz de alguien que amaba demasiado como para no señalar cuando las decisiones peligrosas habían sido tomadas por las razones correctas. Kaede bajó la cabeza, no en vergüenza sino en reconocimiento. Sabía que su padre tenía razón, sabía que había tomado riesgos que técnicamente debería haber evitado. Pero también sabía que, dadas las mismas circunstancias, tomaría exactamente las mismas decisiones otra vez. — No podía dejarlo pelear solo... —respondió en voz baja, pero su tono llevaba una convicción silenciosa. No estaba pidiendo disculpas por sus acciones, sino explicando la inevitabilidad de sus elecciones. Aizawa estudió su expresión por un momento largo, leyendo las capas de determinación y lealtad fraternal que motivaron cada decisión que había tomado durante la misión. Después de un momento que se sintió como una eternidad, suspiró profundamente y se acercó a ella. Posó una mano cálida sobre su cabello, peinándoselo hacia atrás con un gesto que era simultáneamente paternal y protector. — Lo sé —dijo con una voz considerablemente más suave, cargada de comprensión y aceptación—. Pero necesito que te cuides también. Ambos son mi responsabilidad, y no puedo protegerlos si no se protegen a sí mismos. Era una confesión vulnerable, una admisión de que incluso los héroes experimentados sienten miedo cuando las personas que aman están en peligro. Koichi, que había estado observando el intercambio entre su padre y su hermana, no pudo resistir la oportunidad de aligerar el momento. A pesar del cansancio que pesaba en sus huesos, una sonrisa traviesa cruzó su rostro, y se las arregló para reír bajito. El sonido terminó en una pequeña tos por el esfuerzo, pero su espíritu juguetón era indomable. — Te lo dije —dijo, señalándose a sí mismo con un gesto exageradamente dramático—, no puedes seguir el ritmo de este Yamada. La broma era típica de él: usar el humor para difuminar la tensión, para recordarles a todos que, a pesar de los peligros que habían enfrentado, seguían siendo los mismos jóvenes de siempre. Era su forma de decir que estaban bien, que su espíritu no había sido quebrado por la experiencia. Kaede le lanzó una mirada que mezclaba exasperación cariñosa con diversión genuina. Era la expresión clásica de una hermana que había escuchado esa broma particular demasiadas veces, pero que secretamente la encontraba reconfortante. Era una señal de normalidad, una prueba de que la experiencia traumática no había cambiado fundamentalmente quién era su hermano. En medio de las bromas de Koichi y la atmósfera gradualmente relajada de la habitación, Hizashi decidió que era el momento perfecto para intervenir con algo que había estado planeando desde que recibieron la llamada de que sus hijos estaban seguros. Se acercó a las camas con una sonrisa que era parte conspiración paternal, parte amor puro. En cada mano sostenía un bento cuidadosamente envuelto, cada uno etiquetado discretamente con el nombre correspondiente. Con un gesto que combinaba ceremonia y cariño paternal, se los entregó a cada uno de sus hijos, sus ojos brillando con la satisfacción de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo. — Después de una misión tan intensa —dijo con esa calidez característica que convertía incluso las declaraciones más simples en expresiones de amor—, lo mínimo que pueden hacer es reponer energías con una buena comida casera. Koichi no perdió tiempo en ceremonias. Sus dedos trabajaron rápidamente para retirar la tapa de su contenedor, y cuando lo logró, sus ojos se iluminaron con un brillo que era genuinamente infantil. Era como si todo el cansancio acumulado de las últimas horas se desvaneciera instantáneamente, reemplazado por un entusiasmo puro y sin complicaciones. Dentro del bento le esperaba un Tonkatsu¹ perfectamente dorado, el empanizado crujiente brillando ligeramente bajo la luz suave de la habitación. La carne estaba cortada en porciones precisas, acompañada por arroz esponjoso y vegetales que habían sido preparados exactamente como sabía que le gustaban. Era su comida favorita, preparada con el cuidado y la atención al detalle que solo un padre podía proporcionar. Kaede abrió su contenedor con más calma, pero cuando vio el contenido, no pudo evitar que una sonrisa genuina y radiante transformara completamente su expresión. Dentro encontró un Torikatsu² preparado con la misma meticulosidad, el pollo dorado y perfectamente cocido, acompañado por los complementos que sabía que ella prefería. Era un detalle que podría haber pasado desapercibido para cualquier observador casual, pero que en ese momento resonó con un significado profundo. A simple vista, ambas comidas eran casi idénticas: katsu empanizado, arroz, vegetales. Pero las diferencias sutiles revelaban algo hermoso sobre cómo sus padres los veían y los entendían como individuos únicos. Como sus personalidades, las comidas eran similares en la superficie pero distintas en su esencia. Uno era de cerdo, el otro de pollo. Uno tenía especias ligeramente diferentes, el otro tenía una preparación sutilmente distinta. Era un reconocimiento silencioso de que, aunque eran gemelos, aunque compartían un vínculo profundo e inquebrantable, seguían siendo dos personas con gustos, preferencias y necesidades individuales. — Sabías exactamente lo que queríamos —dijo Kaede, su voz cargada de una mezcla de orgullo filial y gratitud profunda. — Por supuesto —respondió Hizashi, guiñándoles un ojo con esa confianza paternal que venía de años de observar, memorizar y amar cada detalle de las vidas de sus hijos—. Soy su padre. Los conozco mejor de lo que ustedes mismos se conocen. Ambos jóvenes se incorporaron tanto como su comodidad y las limitaciones médicas lo permitían, y comenzaron a comer con un entusiasmo que era hermoso de presenciar. La escena tenía algo profundamente entrañable y reconfortante: dos héroes jóvenes que solo horas atrás se habían enfrentado a villanos peligrosos en combate mortal, ahora devorando comida casera con la simplicidad y el abandono de niños felices. Comían rápido pero no por ansiedad, sino por hambre genuina y por el placer puro de saborear algo familiar y amoroso después de un día que había estado lleno de incertidumbre y peligro. No había etiqueta formal ni preocupación por las apariencias; era solo el acto básico y fundamental de nutrir sus cuerpos mientras sus espíritus se nutrián de la presencia y el cuidado de sus padres. Cada bocado parecía devolverles un poco más de su energía natural, un poco más de esa vitalidad juvenil que había sido temporalmente eclipsada por el agotamiento. Los colores regresaron gradualmente a sus mejillas, y sus movimientos se volvieron menos lentos, menos cuidadosos. Aizawa y Hizashi los observaron en un silencio que estaba cargado de emociones complejas y profundas. Era esa clase de silencio contemplativo que solo tienen los padres cuando ven a sus hijos seguros después de un día que fácilmente podría haber terminado en tragedia. Habían visto las transmisiones en vivo cuando estaban disponibles, habían leído los reportes oficiales preliminares, habían hablado con los coordinadores de la misión. Sabían exactamente a qué se habían enfrentado sus hijos. Conocían los riesgos que habían tomado, las decisiones imposibles que habían tenido que tomar, los momentos en que todo podría haberse desmoronado. El orgullo y la preocupación se mezclaban en sus pechos como corrientes encontradas, creando una emoción compleja que era simultáneamente dolorosa y hermosa. Pero por ahora, en este momento perfecto, lo importante era simple y fundamental: sus hijos estaban vivos, estaban enteros, estaban sonriendo mientras comían comida casera en camas de hospital. Era más de lo que se habían atrevido a esperar cuando comenzaron el día con reportes de una crisis de múltiples distritos. Cuando terminaron de comer, Kaede se dejó caer de nuevo sobre su cama con un suspiro largo y satisfecho que parecía liberar toda la tensión restante de su cuerpo. Era el suspiro de alguien que finalmente se permite estar completamente relajado, completamente seguro. — Creo que podría dormir tres días seguidos —murmuró, su voz cargada de un cansancio que era más contenido que urgente. Era el tipo de cansancio que viene después de un trabajo bien hecho, después de haber dado todo lo que uno tenía que dar. Aizawa se acercó a su cama, y sus movimientos fueron deliberadamente lentos y cuidadosos. Se inclinó sobre ella para acomodar la manta, asegurándose de que estuviera cómoda y abrigada. Sus manos trabajaron con la precisión de alguien que había realizado este ritual muchas veces antes, durante enfermedades infantiles, después de pesadillas, en noches cuando el mundo había parecido demasiado grande y aterrador. — Duerme lo que puedas —dijo en un tono tan calmado y tranquilizador que casi funcionaba como un arrullo—. En una hora vendrán a revisarlos de nuevo para los chequeos programados. Koichi, que ya estaba medio recostado y sintiéndose reconfortado por la comida y la presencia de sus padres, dejó escapar una risa baja que llevaba ecos de su humor characteristic. — Nos van a sacar de la cama a la fuerza para los procedimientos médicos, ¿verdad? —preguntó, aunque su tono sugería que la perspectiva no lo perturbaba particularmente. — Si hace falta, sí —respondió Aizawa, pero había una sombra de sonrisa que suavizó las palabras, sugiriendo que entendía que el proceso era necesario pero no particularmente placentero. Se quedaron así por varios minutos preciosos, sumergidos en un silencio tan cómodo y natural que casi podía escucharse la sincronización gradual de las respiraciones de cada persona en la habitación. Era un silencio que hablaba de familiaridad profunda, de amor incondicional, de la paz que viene cuando las personas que más importan están juntas y seguras. Ambos padres se turnaron para acercarse a cada hijo, asegurándose de que ninguno se sintiera desatendido o menos amado que el otro. Era un pequeño ritual familiar que habían desarrollado a lo largo de los años: esos momentos de conexión individual que reafirmaban los vínculos únicos que tenían con cada uno de sus hijos. Hizashi se acercó primero a Koichi, sentándose cuidadosamente en el borde de la cama y extendiendo una mano para acariciar suavemente su cabello. Sus dedos se movieron con esa ternura particular que había perfeccionado durante años de cuidados paternales, encontrando automáticamente los patrones de caricias que sabía que su hijo encontraba más reconfortantes. — Estuviste increíble ayer —murmuró, su voz cargada de orgullo genuino—. Pero también me asustaste mucho. Era la confesión honesta de un padre que había tenido que equilibrar su orgullo por los logros de su hijo con el miedo natural que viene de saber cuán cerca había estado el peligro. Luego se movió hacia Kaede, repitiendo el ritual con variaciones sutiles que reconocían su personalidad diferente. Con ella, sus caricias fueron ligeramente más suaves, sus palabras un poco más protectoras, no porque fuera más frágil, sino porque entendía que procesaba las experiencias emocionales de manera ligeramente diferente que su hermano. Era su forma de despedirse de la tensión acumulada durante la misión, su método para hacer la transición del modo "padres preocupados" al modo "padres orgullosos", su manera de ofrecer a sus hijos un momento de paz absoluta antes de que el mundo exterior volviera a hacer demandas sobre ellos. Kaede fue la primera en sucumbir completamente al sueño renovado. Sus pestañas cayeron lentamente, como cortinas cerrándose sobre un escenario donde la obra había llegado a un final satisfactorio. Su respiración se profundizó gradualmente hasta volverse totalmente regular y tranquila, y su cuerpo se relajó completamente en una forma que solo es posible cuando uno se siente absolutamente seguro. Hizashi la observó dormir por unos momentos, memorizando la imagen de su hija en paz después de un día que había testado cada aspecto de su entrenamiento y su carácter. Después, con movimientos que eran casi ceremoniales en su cuidado, la acomodó mejor en la cama, ajustando la almohada bajo su cabeza y cubriendo su cuerpo con la manta hasta los hombros. Intercambió una mirada silenciosa pero cargada de significado con Aizawa. Era una comunicación paternal que no necesitaba palabras: una mezcla de alivio, orgullo, agotamiento emocional, y amor profundo que solo los padres que han pasado por experiencias similares pueden entender completamente. Koichi, en cambio, se mantenía despierto, aunque era evidente que estaba luchando contra su propio cansancio. Sus ojos se cerraban ocasionalmente por períodos de varios segundos antes de abrirse de nuevo, como si algo dentro de él no lo dejara relajarse del todo. Aizawa fue el último en acercarse a Koichi, y lo hizo con una solemnidad que sugería que entendía la importancia del momento. Se inclinó cuidadosamente sobre la cama, sus movimientos deliberados y respetuosos. Una de sus manos se extendió para apartar un mechón rebelde de cabello de la frente de su hijo, y sus dedos se demoraron allí por un momento, rozando su piel con una suavidad que contrastaba dramáticamente con el semblante serio que el mundo exterior conocía. Era un gesto que llevaba años de historia: el mismo movimiento que había hecho cuando Koichi era pequeño y tenía pesadillas, cuando estaba enfermo con fiebre, cuando había tenido días particularmente difíciles en la escuela. Era un gesto que trascendía las palabras y comunicaba amor paternal en su forma más pura. — Estoy orgulloso de ti —susurró, su voz grave manteniendo esa calidad tranquila que a Koichi siempre le había resultado infinitamente reconfortante. No eran solo palabras; eran una bendición, una afirmación, un reconocimiento de todo lo que su hijo había logrado y superado. Aquellas palabras simples golpearon a Koichi con una fuerza inesperada, creando un nudo emocional en su garganta que no se podía disolver ni tragando saliva. Era el tipo de reconocimiento que había estado buscando sin darse cuenta, la validación que necesitaba escuchar después de un día en que había tomado decisiones que podrían haber tenido consecuencias devastadoras. Asintió en silencio, incapaz de confiar en su voz para articular una respuesta apropiada, pero una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Era una sonrisa que contenía gratitud, alivio, amor filial, y algo más profundo: la comprensión de que, sin importar cuán lejos lo llevara su carrera heroica, siempre tendría este refugio, esta fuente de amor incondicional a la cual regresar. A veces, solo eso bastaba para recordarle por qué hacía todo lo que hacía, por qué había elegido el camino del heroísmo, por qué cada riesgo y cada sacrificio valían la pena. Una vez que la puerta se cerró suavemente tras sus padres, con un sonido que parecía sellar la habitación en una burbuja de tranquilidad, el espacio quedó envuelto en una quietud que tenía peso y textura propia. Era una quietud diferente a la que había existido antes de la llegada de sus padres: más completa, más tranquila, cargada con la seguridad que solo viene después de haber sido reconfortado por las personas que más importan en el mundo. La habitación se sintió más grande y más íntima a la vez, como si los muros hubieran expandido para acomodar toda la emoción que había sido compartida, pero también se hubieran contraído para mantener esa calidez cerca de los corazones de quienes la necesitaban. El zumbido lejano y constante de algún aparato médico proporcionaba una banda sonora sutil a la quietud, un recordatorio de que estaban en un hospital, de que sus cuerpos aún se estaban recuperando, pero que también estaban siendo cuidados y monitoreados. Koichi suspiró profundamente y se dejó caer completamente contra la almohada, permitiendo que su cabeza encontrara la posición más cómoda posible. El cansancio le pesaba en los hombros como una manta pesada, pero su mente seguía demasiado activa para permitir que el sueño lo reclamara completamente. Era como si hubiera demasiados pensamientos compitiendo por su atención, demasiadas emociones que necesitaban ser procesadas antes de que pudiera descansar verdaderamente. Buscó su celular sobre la mesita de noche, y sus dedos se cerraron alrededor del dispositivo familiar con una sensación de anticipación nerviosa. Cuando encendió la pantalla, la luz azul iluminó su rostro en el ambiente tenuemente iluminado de la habitación, creando un pequeño halo de conectividad en la quietud del hospital. Lo primero que apareció fue una avalancha de notificaciones que habían estado acumulándose durante las horas que había estado durmiendo. La mayoría de ellas eran de Ryōsuke, una serie de mensajes que mostraban una progresión clara desde la preocupación casual hasta la ansiedad genuina. Su pecho se contrajo inmediatamente, una punzada aguda de culpa atravesándolo como una hoja fría. Ver la preocupación de Ryōsuke materializada en esa lista de mensajes lo confrontó con la realidad de lo que estaba haciendo, con el impacto que sus secretos y sus emociones divididas estaban teniendo en alguien que no merecía ser lastimado. Ryōsuke no merecía ser mantenido en la incertidumbre. No merecía tener que adivinar lo que estaba sintiendo, no merecía estar en una relación donde había secretos importantes, donde había sentimientos no correspondidos completamente. Era una persona buena, considerada, que había sido nada más que gentil y comprensiva, y la idea de que estaba siendo lastimado por la confusión emocional de Koichi era casi insoportable. Leyó cada mensaje con atención meticulosa, deteniéndose especialmente en los más recientes. Podía leer la preocupación en cada palabra cuidadosamente elegida, la ansiedad que estaba apenas disimulada detrás de intentos de sonar casual y comprensivo. Era evidente que Ryōsuke había estado luchando entre su deseo de mostrar apoyo y su miedo de ser demasiado insistente. Su respuesta fue breve y cuidadosamente calibrada, aunque se esforzó conscientemente por inyectar calidez genuina en cada palabra. Le aseguró que no se preocupara, que había sido atendido médicamente y que estaba bien, que sus padres acababan de irse después de una visita reconfortante. Cerró el mensaje con una pregunta sobre cómo había sido el día de Ryōsuke y un recordatorio cariñoso: "por favor cuídate y come bien". Eran palabras que salían genuinamente de su corazón, porque realmente se preocupaba por Ryōsuke, de verdad quería que estuviera bien y feliz. Pero también eran palabras que llevaban el peso de la culpa, cada expresión de cariño teñida por la conciencia de que no estaba siendo completamente honesto sobre el estado de sus propios sentimientos. Después de enviar la respuesta, se quedó mirando la pantalla por un momento, sintiendo cómo la culpa se asentaba en su estómago como una piedra pesada. Era una situación imposible: lastimar a Ryōsuke siendo honesto sobre sus sentimientos confusos, o lastimarlo manteniéndolo en una relación que no tenía su corazón completo. Su dedo continuó bajando mecánicamente por la lista de chats hasta que se detuvo abruptamente. Su corazón dio un pequeño vuelco, un salto irregular que sintió físicamente en su pecho. Touma. El nombre apareció en la pantalla como una revelación, como un rayo de luz que atravesaba las nubes de culpa y confusión que habían estado nublando sus pensamientos. Solo ver esas letras familiares fue suficiente para transformar completamente su estado emocional, reemplazando la pesadez en su pecho con algo completamente diferente. El mensaje de Touma había llegado hacía unas horas, justo después de que las noticias sobre el éxito de su misión hubieran comenzado a circular. El tiempo no era casualidad; Touma siempre había tenido esa habilidad casi sobrenatural para saber exactamente cuándo hacer contacto, cuándo sus palabras serían más necesarias, más bienvenidas. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, los labios de Koichi se curvaron en una sonrisa que era completamente diferente a cualquiera que hubiera mostrado durante el resto del día. Era una sonrisa cálida, que parecía venir desde algún lugar profundo en su interior que había estado dormido hasta ese momento. Era la sonrisa de alguien que había encontrado algo que no sabía que estaba buscando. La transformación fue instantánea y total. La fatiga que había estado pesando en sus hombros se sintió súbitamente más ligera. El aire de la habitación pareció más fresco, más cargado de posibilidades. Era como si hubiera estado viendo el mundo a través de un filtro gris, y de repente ese filtro hubiera sido removido, permitiendo que los colores reales brillaran. Esta vez, cuando comenzó a escribir su respuesta, todo fue diferente. Sus dedos se movieron sobre la pantalla con una fluidez que no había sentido al responder a Ryōsuke. Las palabras fluían naturalmente, sin la cuidadosa calibración y la consideración estratégica que había caracterizado su mensaje anterior. Le contó detalles específicos de lo que había pasado durante la misión, pero no de la manera clínica y distante que podría haber usado en un reporte oficial. En cambio, compartió los momentos que realmente habían importado: la sensación de perfecta sincronía con Kaede durante los combates más intensos, la mezcla de adrenalina y miedo que había sentido cuando las apuestas eran más altas, la extraña paz que había encontrado después, cuando finalmente pudieron descansar. Intercaló pequeños chistes y observaciones personales que sabía que Touma apreciaría, esos detalles íntimos que solo se comparten con alguien que realmente entiende tu sentido del humor, tu perspectiva del mundo, los pequeños pensamientos aleatorios que cruzan por tu mente durante los momentos más intensos. Escribió sobre cómo se había sentido ver a sus padres, sobre lo reconfortante que había sido comer comida casera después de horas de combate, sobre la extraña mezcla de agotamiento y satisfacción que venía después de saber que habían hecho una diferencia real. Eran detalles que no habría compartido con nadie más, observaciones que solo salían a la superficie cuando se sentía completamente cómodo y seguro. La diferencia en el tono y el contenido era notable incluso para él mismo. Mientras escribía, se dio cuenta de que esta era la primera vez en todo el día que se sentía completamente como él mismo, sin máscaras, sin la necesidad de considerar cómo sus palabras podrían ser interpretadas o qué impacto podrían tener en la dinámica de una relación complicada. Y de repente, antes de que pudiera detenerse a analizarlo, había escrito algo que hizo que su corazón se acelerara con anticipación nerviosa. La carga de culpa que había estado arrastrando se sintió más ligera, reemplazada por un cosquilleo de emoción que no había sentido en semanas. Terminó el mensaje con una pregunta que, a pesar del cansancio que seguía pesando en su cuerpo, hizo que su rostro se iluminara como en los viejos tiempos: "¿Puedo llamarte?" Se quedó mirando la pantalla durante unos segundos que se sintieron como minutos, con el pulgar suspendido sobre el botón de envío. Era una pregunta simple, pero llevaba tanto peso emocional que casi podía sentir el dispositivo volviéndose más pesado en sus manos. Era más que una pregunta sobre una llamada telefónica. Era una admisión de que extrañaba la voz de Touma, que quería escuchar su risa, que necesitaba esa conexión que trascendía las palabras escritas en una pantalla. Era reconocer que, después de un día lleno de adrenalina, peligro y responsabilidad, lo que realmente quería era simplemente hablar con la persona que hacía que todo se sintiera más simple, más claro, más real. La pregunta también representaba un riesgo emocional. Era posible que Touma estuviera ocupado, que no pudiera hablar, que la llamada fuera incómoda o que no cumpliera con las expectativas que se habían construido en su imaginación. Pero por alguna razón, en ese momento, el riesgo valía completamente la pena. Solo enviar esa pregunta le provocó una sensación física: un cosquilleo en el estómago que se extendió hacia afuera como ondas en un estanque, llenando su pecho de una calidez que no había sentido en mucho tiempo. Era como si hubiera regresado a un momento en su vida cuando todo era más simple, cuando las emociones eran más directas, cuando no tenía que navegar entre culpa y confusión y las expectativas de otras personas. Dejó el celular reposando sobre su pecho, sintiendo el peso ligero del dispositivo subir y bajar con cada respiración. Cerró los ojos, pero no en un intento de dormir. En cambio, se permitió sumergirse en la anticipación, en esa mezcla deliciosa de nervios y emoción que venía con la posibilidad de conectar con alguien que realmente importaba. . . . Mientras esperaba, se dio cuenta de cuán dramático había sido el cambio en su estado emocional. Solo unos minutos antes, había estado luchando con la culpa y la confusión, sintiéndose abrumado por la complejidad de su situación con Ryōsuke y la responsabilidad de ser honesto sobre sentimientos que él mismo no entendía completamente. Pero ahora, con la simple posibilidad de hablar con Touma, se sentía como si hubiera recuperado alguna parte esencial de sí mismo que había estado perdida. Era como si hubiera estado funcionando con solo una parte de su personalidad, y de repente tuviera acceso a la versión completa de quién era realmente. No era que sus problemas hubieran desaparecido, o que la situación con Ryōsuke se hubiera resuelto mágicamente. La culpa seguía ahí, la confusión sobre lo que debería hacer continuaba nublando sus pensamientos sobre el futuro. Pero por primera vez en semanas, sentía como si tuviera la energía emocional para enfrentar esas complicaciones, como si hubiera encontrado una fuente de fortaleza que había estado buscando sin darse cuenta. Era la diferencia entre intentar llenar un vaso que tiene un agujero en el fondo, y encontrar un vaso que puede mantener realmente el agua que se vierte en él. Con Ryōsuke, sin importar cuánto esfuerzo pusiera en la relación, siempre se sentía como si algo se estuviera escapando, como si no pudiera nunca dar completamente lo que se esperaba de él. Pero la simple posibilidad de conectar con Touma lo llenaba de una forma que se sentía sostenible, pasional, real. Mientras yacía allí, esperando una respuesta que podría cambiar el curso de su noche, se permitió finalmente reconocer algo que había estado evitando conscientemente durante días: lo que sentía por Touma no era solo nostalgia por un amor perdido, o la comodidad de lo familiar en medio de cambios difíciles. Era algo más profundo, más significativo, más aterrador en su intensidad. Era el tipo de conexión que trasciende la amistad casual y se adentra en territorio que requiere coraje para navegar, honestidad para mantener, y vulnerabilidad para nutrir.
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