Capítulo 19
16 de octubre de 2025, 10:58
Los ojos de Koichi se abrieron al sentir la suave vibración del celular en su pecho. Tomó el celular con sus dedos, aún entumecidos por el cansancio que se había acumulado durante días de misiones consecutivas, tantearon la superficie lisa del teléfono. El nombre en la pantalla hizo que su corazón diera un pequeño salto: Touma. La respuesta había llegado más rápido de lo que esperaba, una línea breve que contenía todo el calor que necesitaba: "Me alegra que estés bien. Y sí."
Una sonrisa pequeña pero genuina se dibujó en sus labios. No tuvo tiempo de saborearla completamente cuando el celular volvió a cobrar vida entre sus manos, esta vez con la insistencia de una llamada entrante. El corazón de Koichi se aceleró de manera involuntaria. No esperaba esto. Se incorporó ligeramente contra la almohada, cuidando de no hacer ruido para no despertar a Kaede, que yacía en la cama contigua sumida en un sueño profundo que la tranquilidad de sus facciones delataba.
Deslizó el dedo por la pantalla con una mezcla de ansiedad y expectación, llevándose el dispositivo a la oreja con un cuidado casi reverente.
— Touma... —murmuró, y su voz salió cargada de un alivio tan profundo que no intentó disimular. Era como si pronunciar ese nombre fuera un conjuro capaz de alejar todo el peso de los días anteriores.
La respuesta del otro lado de la línea fue como una caricia. La voz de Touma sonaba cercana, íntima, como si no hubiera kilómetros de distancia entre ellos, como si estuviera allí mismo, sentado en el borde de su cama, observándolo con esa mirada que siempre lograba tranquilizarlo.
— Koichi —dijo Touma, y fue suficiente. En la manera en que pronunció su nombre había una calidez que se extendió por todo su cuerpo como una manta invisible.
El joven cerró los ojos y respiró profundo, dejando que el aire llenara sus pulmones mientras toda la tensión que había mantenido contenida durante la misión se disolvía como sal en agua. Había algo mágico en el tono bajo y cálido de Touma, en esa cadencia particular que tenía cuando se dirigía a él, que le recordaba que estaba a salvo, que había alguien en el mundo que se preocupaba genuinamente por su bienestar.
La conversación comenzó de manera sencilla, con esos susurros cautelosos que se intercambian en la oscuridad. Koichi mantenía el volumen bajo, consciente de la respiración tranquila y relajada de Kaede en la cama vecina, cuidando de no romper la paz de su descanso.
— ¿Cómo estás? —fue la primera pregunta de Touma, formulada con esa preocupación genuina que siempre conseguía desarmar las defensas de Koichi.
El muchacho le contó que se encontraba bien, aunque cansado, que por primera vez en días podía relajarse completamente sin la constante expectativa de que un puñetazo lo tomara por sorpresa en cualquier momento de distracción. Las palabras fluyeron con naturalidad, como si hubieran estado esperando ser liberadas. Pero no pudo evitar darle la vuelta a la conversación, hambriento de detalles sobre la vida de Touma, necesitando confirmar que él también estaba bien, que también había regresado sano y salvo de su propia misión.
— ¿Ya comiste? —preguntó, y en su tono se mezclaban la curiosidad y un instinto protector que ni él mismo terminaba de comprender completamente.
Touma rió apenas, una risa suave que vibró a través de la línea como una caricia audible.
— Sí, hace un rato. Nada tan bueno como lo que solías cocinar tú —respondió, y Koichi pudo imaginar perfectamente la sonrisa que acompañaba esas palabras.
Koichi rodó los ojos, aunque no pudo evitar que su sonrisa se ampliara. Era típico de Touma encontrar maneras de hacerle cumplidos incluso en las conversaciones más casuales.
— Y tú, ¿cómo te fue en tu misión? —insistió, con esa sed de información que lo caracterizaba cuando se trataba de las personas que le importaban.
Touma respondió con la calma que lo caracterizaba, relatándole que todo había salido según lo planeado, que no había habido bajas en su equipo, que los demás miembros estaban de buen humor al regresar. Se notaba en su voz que estaba genuinamente contento con los resultados, pero también profundamente aliviado. Había leído los reportes de la misión de Koichi, y después de procesar todo lo que había sucedido, escuchar su voz le traía una tranquilidad que no sabía explicar con palabras.
Por un momento que se extendió como una eternidad comprimida, ninguno de los dos habló. Solo se escuchaba el sonido suave y bajo de sus respiraciones sincronizadas y el leve zumbido electrónico de la línea telefónica.
— Me alegra escucharte, Koichi —dijo Touma finalmente, rompiendo el silencio con palabras que resonaron en el pecho del joven como una caricia directa al corazón.
El calor se expandió lentamente por todo el torso de Koichi, como si las palabras de Touma hubieran encendido un fuego que llevaba tiempo resguardado en algún rincón profundo de su ser. Se tomó varios segundos antes de atreverse a responder, sintiendo cómo los labios le temblaban ligeramente, y cuando finalmente habló, su voz salió baja, sincera, atravesada por un miedo vulnerable que no logró disimular completamente.
— A mí también me alegra... —hizo una pausa, tragó saliva con dificultad, y dejó caer la confesión como si fuese un secreto que había pesado demasiado tiempo en su pecho—. Me gustaría mucho verte.
La frase quedó suspendida en el aire de la habitación, tan vulnerable y pura que ni siquiera admitía segundas intenciones. Era el anhelo simple y directo de ver a alguien amado, de tenerlo cerca sin la distancia fría e impersonal de una llamada telefónica. Koichi ansiaba sentir el calor real de su presencia, escuchar la voz de Touma sin la mediación tecnológica, ver su rostro y confirmar con sus propios ojos que estaba realmente allí, que era real y tangible. Y Touma, al otro lado de la línea, también lo quería con la misma intensidad desesperada.
Ambos se buscaban más de lo que se permitían admitir abiertamente, más de lo que se atrevían a soñar en voz alta. Porque, aunque habían comenzado a planear tímidamente la posibilidad de "escapar" juntos, de construir algo propio lejos de las expectativas del mundo, la realidad era que aún no lo habían hecho. Mientras tanto, seguían atrapados en algo que el mundo consideraría prohibido, condenado por la moral convencional y por las circunstancias que los rodeaban. Sus sentimientos podían ser puros como la luz de la mañana, pero la sociedad los pintaría inevitablemente como un error imperdonable. Había alguien esperando en casa, y eso convertía su unión en un secreto cargado de una culpa que ninguno de los dos sabía cómo procesar.
Touma no respondió inmediatamente. En el silencio que siguió, cargado de significados no expresados, Koichi pudo imaginarlo perfectamente: sentado en su propia habitación, sonriendo con esa curva melancólica en los labios que nunca mostraba a nadie más, esa expresión reservada exclusivamente para estos momentos privados entre ellos. No necesitaba verlo para sentir la fuerza magnética de esa atracción que tiraba constantemente de su corazón hacia él, como si estuvieran conectados por hilos invisibles que ninguna distancia podía romper.
— No admiten visitas en tu agencia ahora, ¿verdad? —preguntó finalmente Touma, aunque ambos sabían perfectamente la respuesta. Era casi un ritual entre ellos, una manera de suavizar la dura realidad que compartían: ninguna agencia de héroes permitía visitas durante situaciones críticas como la actual, y menos aún con las crecientes tensiones de la guerra que se avecinaba como una tormenta en el horizonte.
Koichi negó con la cabeza en la oscuridad, aunque sabía que Touma no podía verlo.
— No... —respondió apenas, su voz quedando atrapada en la penumbra de la habitación como un suspiro ahogado.
Touma suspiró suavemente desde el otro lado, dejando escapar parte de la carga emocional que llevaba sobre los hombros.
— Entonces... cuando nuestras misiones se crucen, aunque sea por unos minutos, podremos vernos —dijo, y en sus palabras había una promesa que brilló como un destello de esperanza en la oscuridad que los rodeaba.
La promesa cayó entre ellos como luz en medio de la noche. Ambos se sonrojaron en el silencio de sus respectivas habitaciones, apenas un suspiro casi inaudible revelando la emoción que mantenían cuidadosamente contenida. Koichi apretó el celular contra su oreja, como si así pudiera acercarse físicamente más a Touma, como si la distancia pudiera reducirse mediante la pura fuerza de su deseo.
— Esperaré ese momento con anhelo —susurró finalmente, y en sus palabras había un temblor que era esperanza y desesperación entrelazadas, una mezcla compleja de emociones que no sabía cómo manejar.
Touma cerró los ojos en su propia habitación, como si así pudiera guardar esa voz en algún rincón seguro de su memoria para resistir los días inciertos que estaban por venir.
Koichi quería seguir hablando eternamente, aferrado a la calidez consoladora de aquella voz que lo sostenía en medio del agotamiento físico y emocional. Tenía aún mil cosas por decir, mil preguntas por hacer, mil maneras de prolongar esa conexión preciosa. Pero el chirrido metálico de la puerta abriéndose lo sobresaltó como un rayo. Se enderezó instintivamente en la cama, como si hubiera sido descubierto cometiendo algún crimen secreto, como si su conversación privada fuera algo de lo que debía avergonzarse.
Un médico entró con pasos firmes y profesionales, llevando una carpeta de reportes médicos bajo el brazo. Se disculpó en voz baja por haberlo asustado y explicó que estaba allí para realizar el último examen médico antes de que los regresaran al servicio activo en el campo. Su tono era amable pero eficiente, el de alguien acostumbrado a estas rutinas en el hospital de héroes.
Koichi asintió con resignación, tragándose el impulso desesperado de pedirle al médico unos minutos más, solo unos pocos minutos más para terminar su conversación. Miró la pantalla del teléfono antes de tener que cortar: cuarenta y tres minutos. Se le escapó una pequeña risa incrédula, casi silenciosa. El tiempo literalmente volaba cuando se trataba de hablar con Touma, como si las horas se comprimieran y expandieran según sus propias reglas misteriosas.
— Hablamos pronto —susurró hacia el teléfono, con un dejo de urgencia que no pudo disimular y que escondía mal su deseo profundo de prolongar aquella conexión vital. Y al cortar la llamada, un vacío inmediato lo rodeó como una ola fría, como si la habitación hubiera perdido instantáneamente parte de su calor y toda su calidez.
La puerta se abrió nuevamente y esta vez entró una médica, acompañando al primer doctor. Su presencia y las voces profesionales despertaron a Kaede, que se removió entre las sábanas hospitalarias con un gesto adormilado y confuso, parpadeando contra la luz de la habitación. En cuestión de segundos, la intimidad cálida de la habitación quedó completamente desplazada por la fría rutina clínica y eficiente.
Cada profesional médico se ocupó metódicamente de uno de los gemelos, separándolos en un protocolo silencioso pero bien establecido. Koichi extendió el brazo derecho obedientemente, soportando con una calma que había aprendido a cultivar las diversas revisiones: termómetro bajo la lengua, tensiómetro alrededor del brazo, estetoscopio frío contra el pecho. Mientras tanto, a su lado, Kaede respondía entre bostezos mal disimulados a las preguntas rutinarias de la doctora sobre su estado general, nivel de dolor y cualquier molestia específica.
Los médicos revisaron sistemáticamente sus reflejos con pequeños martillos de goma, tomaron el pulso en diferentes puntos, evaluaron el estado general de sus quirks mediante pequeñas pruebas de funcionamiento. Hubo miradas que se cruzaron entre los profesionales, anotaciones rápidas y precisas en las hojas de historial clínico, y finalmente llegó la confirmación que ambos gemelos esperaban con una mezcla de alivio y resignación: aún había hematomas repartidos por sus cuerpos como un mapa de colores, recordatorios oscuros y dolorosos de la misión anterior. Dolor persistente y rigidez muscular que definitivamente serían desventajas en combate futuro, aunque aparentemente no lo suficiente como para mantenerlos fuera de servicio por más tiempo.
Koichi apretó los dientes con fuerza cuando el doctor presionó directamente sobre una de las marcas más oscuras en sus costillas, pero no emitió ni el más mínimo sonido de queja. Su entrenamiento le había enseñado a soportar el dolor en silencio. Kaede, en cambio, gruñó audiblemente por lo bajo cuando la doctora examinó un golpe particularmente feo en su abdomen del lado izquierdo, lo que arrancó una breve sonrisa involuntaria de los labios de su hermano gemelo. Esa pequeña complicidad entre ellos, esa diferencia en sus maneras de expresar el malestar, era un respiro familiar en medio de toda la tensión acumulada.
Cuando terminaron sus exámenes respectivos, los médicos se retiraron de la habitación dejando tras de sí una serie de instrucciones claras, concisas y no negociables: Primero, debían tomar un baño caliente prolongado para relajar la musculatura tensa y limpiar adecuadamente las heridas superficiales que aún no habían sanado completamente. Segundo, debían vestirse con sus trajes de héroe, que habían sido lavados profesionalmente, reparados y revisados por el departamento de mantenimiento de equipos. Tercero, tendrían que comer algo sustancioso para recuperar la energía necesaria para las misiones venideras. Este paso, reconocieron mentalmente ambos hermanos, podían omitirlo sin problema, pues todavía tenían en el estómago la comida casera que su padre les había traído esa tarde con tanto cuidado y amor paternal. Y finalmente, tendrían que esperar pacientemente en la oficina general a ser notificados oficialmente de su siguiente asignación de misión.
La puerta se cerró con un click suave, devolviendo a la habitación una calma forzada que ninguno de los dos se tragó completamente. Koichi dejó escapar un largo suspiro que contenía todo su cansancio acumulado, sintiendo cómo la promesa dulce del descanso se desmoronaba paso a paso, piedra por piedra, reemplazada inevitablemente por la inminencia pesada del deber profesional.
Los gemelos se miraron en silencio durante varios segundos, compartiendo esa pausa cargada de comprensión mutua en la que ninguno necesitaba palabras para entender exactamente lo que sentía el otro. Bastó un parpadeo sincronizado antes de que ambos explotaran simultáneamente en quejas bajas y dramáticas: Kaede, con voz arrastrada por el sueño residual, protestaba que aún tenía muchísimo sueño y que su cama nunca había estado tan cómoda, mientras Koichi se llevó una mano protectora a las costillas adoloridas, quejándose del dolor punzante que todavía lo acompañaba como una sombra física.
El dramatismo se apoderó de ellos como siempre lo hacía en estos momentos, una reacción casi automática que los ayudaba a procesar el estrés. Exageraron sus expresiones faciales hasta límites casi cómicos, haciendo muecas de sufrimiento que habrían sido dignas de una obra de teatro, hasta que terminaron abrazados en el espacio entre las dos camas, dándose consuelo mutuo en medio de quejidos fingidos y suspiros teatrales. A pesar de las heridas reales y el dolor genuino, el contacto físico era un recordatorio reconfortante de que seguían juntos en esto, de que aún podían permitirse estos momentos de ligereza y humor compartido.
Koichi se separó primero del abrazo, sujetando a Kaede firmemente de los hombros con ambas manos. La miró directamente a los ojos con una mezcla compleja de tristeza genuina y ternura fraternal que desarmaba completamente la seriedad aparente del momento.
— No te bañes tan fuerte —dijo, pronunciando con cariño esa broma tan característica suya, tan habitual entre ellos que se había convertido en una especie de mantra protector—, puedes desintegrarte.
Kaede asintió solemnemente, llevando una mano al rostro mientras fingía un sollozo exagerado; su labio inferior temblaba en un puchero ridículamente dramático que habría convencido a cualquier actor de teatro.
— Tú tampoco te bañes mucho —respondió siguiendo el juego—, o el clima será horrible en el campo de batalla.
Se sostuvieron la mirada unos segundos más, manteniendo la farsa seria, hasta que la tensión artificial se quebró como cristal y ambos estallaron en risas espontáneas que llenaron la habitación con un sonido que hacía tiempo que no se escuchaba en esas paredes. Era un momento pequeño, íntimo, una chispa brillante de ligereza juvenil antes de volver inevitablemente al peso aplastante del deber adulto.
Caminaron juntos hasta la salida de la habitación, hombro con hombro como habían hecho miles de veces desde la infancia, hasta que tuvieron que separarse físicamente en el pasillo para dirigirse a los baños que les correspondían según el protocolo del hospital de héroes.
Koichi entró en los baños compartidos masculinos, un espacio amplio y utilitario diseñado para la eficiencia más que para la comodidad. El eco metálico de sus pasos descalzos lo guió automáticamente hasta la fila de lockers de metal, donde encontró su uniforme de héroe perfectamente doblado y esperando como un soldado en formación. No se detuvo demasiado tiempo examinándolo y siguió directo hacia el área de duchas, deseando desesperadamente que el agua caliente le arrancara al menos parte de la pesadez emocional y física que sentía acumulada en cada fibra de su cuerpo.
El vapor lo envolvió como una nube tibia apenas abrió completamente la llave de agua caliente. El líquido se derramó generosamente sobre su piel pálida, arrancándole un suspiro involuntario de alivio que resonó contra las baldosas húmedas. Sintió inmediatamente cómo algunos músculos, rígidos por las tensiones acumuladas durante días de combate y estrés, cedían gradualmente poco a poco bajo el calor reconfortante, mientras que en otras zonas más lastimadas el dolor se intensificaba notablemente; los raspones frescos y los hematomas más profundos ardían bajo la temperatura elevada, recordándole vívidamente cada golpe recibido, cada impacto soportado durante la misión.
Se movió con el cuidado meticuloso de alguien que conoce íntimamente las limitaciones de su propio cuerpo, siguiendo un ritual casi mecánico pero necesario: repasando sistemáticamente cada centímetro de su anatomía con esmero clínico, evitando cuidadosamente hacer demasiada presión sobre las marcas moradas y verdosas que recorrían su torso y brazos como un mapa de batalla, y limpiando con delicadeza extrema los cortes recientes que aún no habían cerrado completamente. Dejó su cabello para el final, como siempre hacía, hundiendo los dedos entre los mechones húmedos hasta que la espuma del champú se deslizó completamente por su cuero cabelludo y después por todo su cuerpo.
Cuando finalmente cerró la llave de agua, el silencio del baño pareció aún más pesado y denso que antes. Se secó con movimientos pausados y metodicos, sin prisa pero sin perder tiempo, y se vistió inmediatamente con el uniforme limpio que lo esperaba pacientemente en el locker. La tela recién lavada y rígida contra su piel ligeramente húmeda le recordaba de manera cruel que el período de descanso había llegado oficialmente a su fin.
El cabello aún húmedo le goteaba persistentemente en la nuca, dejando pequeños regueros de agua que se deslizaban bajo el cuello del uniforme. Usó la toalla áspera hasta donde pudo llegar, aunque a regañadientes, porque lo que realmente deseaba en ese momento era un secador de pelo, algo que siempre le había parecido infinitamente más cómodo y eficiente para estos casos. Pero había aprendido hace tiempo que no era momento para caprichos personales: había desarrollado la habilidad de conformarse con lo que las circunstancias y el deber dictaban como disponible.
Salió del baño arrastrando ligeramente los pies, ajustando las botas de combate con firmeza profesional alrededor de sus tobillos. Cada paso que daba resonaba con un eco metálico contra el suelo de baldosas del pasillo, creando un compás rítmico pero implacable que lo empujaba física y mentalmente hacia adelante, hacia lo que vendría después. El pasillo largo y bien iluminado desembocaba directamente en la oficina general de coordinación, donde ya sabía que lo esperaban varios héroes profesionales más. Desde el exterior del área se escuchaba claramente el murmullo constante de voces que se cruzaban y superponían, el sonido del papel al desplegarse cuando abrían mapas tácticos sobre las mesas, y las órdenes precisas transmitiéndose eficientemente de un lado a otro del espacio. Era el corazón táctico de toda la coordinación operativa, el lugar exacto donde su próxima misión empezaría inevitablemente a tomar forma concreta y definitiva.
Koichi se detuvo un momento ante la entrada, respiró hondo llenando completamente sus pulmones con el aire reciclado del edificio, y finalmente empujó la puerta para entrar al siguiente capítulo de su historia.