Capítulo 22
16 de octubre de 2025, 10:58
El silencio que siguió a la aparición de los villanos fue como el momento previo al colapso de una montaña. No era paz, sino la ausencia violenta de sonido que precede al caos absoluto. El aire mismo parecía contenerse, espeso y cargado de electricidad, mientras las dos fuerzas se medían con la mirada.
Koichi sintió que su corazón se había detenido por completo. A su alrededor, héroes con cicatrices de batallas pasadas apretaban los puños, sus rostros endurecidos por décadas de servicio ahora contraídos en muecas de reconocimiento. Algunos de esos villanos tenían nombres grabados a fuego en la memoria colectiva heroica. Otros eran fantasmas que creían enterrados para siempre con nombres muertos grabados en su legado.
En el bando opuesto, miradas sedientas de venganza se clavaban como dagas en objetivos específicos. Una mujer de cabello plateado fijó sus ojos rojos como brasas en un héroe de mediana edad que llevaba una cicatriz desde la sien hasta la mandíbula. El hombre tragó saliva, su mano instintivamente tocando la marca que ella le había dejado años atrás. Entre los villanos más jóvenes, algunos temblaban imperceptiblemente; otros mostraban esa sonrisa enloquecida de quienes no tienen nada que perder.
Kūgirō permanecía suspendido sobre el campo de batalla como una deidad observando el tablero de ajedrez antes del movimiento final. Su presencia irradiaba una calma antinatural que contrastaba brutalmente con la tensión que electrizaba el aire. Sus ojos, fríos e inescrutables, recorrieron lentamente ambos bandos, como si estuviera catalogando cada rostro para un archivo personal.
Cuando finalmente habló, su voz cortó el silencio como una hoja afilada atravesando seda:
— Espero que disfruten la pelea.
Las palabras cayeron sobre el campo de batalla con el peso de una sentencia de muerte. No hubo gritos de guerra, no hubo últimas proclamas heroicas. Solo ese mensaje simple, directo, que contenía toda la crueldad de un dios jugando con mortales.
El portal comenzó a cerrarse con una lentitud deliberada, cada centímetro que se contraía robando luz al mundo. La neblina que había acompañado la llegada de los villanos fue succionada como humo por una chimenea invertida, llevándose consigo los últimos vestigios de la realidad anterior. Kūgirō se desvaneció con su creación, pero su presencia quedó grabada en el aire como el eco de una campana funeral.
Y entonces, como si alguien hubiera cortado el último hilo que mantenía la cordura en su lugar, el mundo estalló.
La primera explosión no vino de un poder o quirk específico, sino del choque brutal de dos fuerzas que habían estado contenidas demasiado tiempo. El asfalto se resquebrajó bajo los pies de los combatientes, creando una red de grietas que se extendió como una telaraña por toda la calle. Las farolas se tambalearon, algunas cayeron con estrépito metálico, otras parpadearon antes de morir definitivamente.
Un héroe de pelo plateado se lanzó contra un villano que había reconocido inmediatamente. Sus puños, reforzados por décadas de entrenamiento, conectaron con el rostro de su némesis en un impacto que resonó como un trueno. Pero el villano respondió con una sonrisa sangrienta, escupió un diente roto y contraatacó con una ferocidad que había estado acumulando durante años de prisión.
— ¡Veinte años esperando esto, Real Steel! —rugió el villano mientras sus puños se cubrían de una sustancia negra y viscosa—. ¡Veinte años soñando con devolverte cada golpe!
Las ventanas de los edificios cercanos explotaron en cascadas de cristal cuando sus cuerpos chocaron una y otra vez, cada intercambio de golpes más brutal que el anterior. La sangre comenzó a manchar el asfalto, pequeñas gotas que pronto se convertirían en charcos.
En otra sección del campo de batalla, una estudiante de segundo año de U.A. se encontró cara a cara con un villano que no podía tener mucho más edad que ella. Los ojos del chico estaban inyectados en sangre, su respiración era errática, y en su frente brillaba una cicatriz reciente que parecía hecha a propósito.
— ¡Tu mentor mató a mi hermana! —gritó él, lanzando proyectiles de hielo negro—. ¡Todos ustedes son iguales! ¡Monstruos disfrazados!
La chica esquivó por centímetros, su corazón latiendo tan fuerte que podía oírlo sobre el rugido de la batalla. Nunca había enfrentado tanta rabia pura dirigida hacia ella. El entrenamiento en U.A. no había preparado a ninguno de ellos para la intensidad emocional de enfrentar a alguien que los odiaba de verdad.
Koichi observó todo esto en los primeros segundos del caos, su mente procesando la información a velocidad vertiginosa. Llevó una mano a su garganta, sintiendo la familiar vibración de su quirk despertando en las profundidades de su ser. Era como tener un dragón dormido en el pecho, un poder que conocía su naturaleza destructiva pero que había aprendido a controlar.
Respiró profundamente, llenando sus pulmones hasta el límite, y luego abrió la boca. Lo que salió no fue exactamente un sonido audible, sino algo más profundo, más primitivo. Era como si las cuerdas vocales fueran solo el instrumento, pero la verdadera fuente del poder viniera de algún lugar más ancestral de su ser.
El pulso invisible se extendió como ondas en un estanque, pero en lugar de agua, atravesaba la realidad misma. Koichi sintió cómo su quirk se conectaba con cada poder activo en un radio de diez metros, como tentáculos invisibles que se enredaban alrededor de las llamas, los cristales de hielo, las balas de energía, todas las manifestaciones sobrenaturales que llenaban el aire.
El efecto fue inmediato y devastador.
Una mujer que había estado disparando llamaradas púrpuras desde sus palmas de repente vio cómo el fuego se extinguía como si alguien hubiera cerrado una llave de gas. Su expresión de confianza se transformó en horror puro cuando miró sus manos inertes, gritando como si hubiera perdido sus ojos.
Un villano con brazos elásticos que había estado usando su alcance para atacar desde la distancia se encontró de repente con extremidades normales, perdió el equilibrio y cayó hacia adelante como un árbol talado, su rostro conectando brutalmente con el pavimento.
Otros tres o cuatro villanos se llevaron las manos a los oídos, como si pudieran bloquear algo que no venía exactamente por esa vía. Era más que pérdida de poder; era la sensación de que algo fundamental de su identidad había sido temporalmente arrancado de sus cuerpos.
Pero Koichi sabía que no era suficiente. Nunca era suficiente.
Su quirk tenía limitaciones crueles: el rango era limitado, la duración del efecto variaba según el tono de su voz, y lo más importante, no funcionaba igual en todos. Había algunos en los que la duración o la intensidad de la anulación podía variar ligeramente. Y los que estaban demasiado lejos simplemente no se veían afectados.
Como el grupo de cinco villanos que se acercaba desde el flanco izquierdo, completamente inmunes a su influencia.
— ¡Koichi!
La voz de Kaede lo sacó de sus cálculos tácticos justo a tiempo. Su gemela lo empujó con fuerza hacia un lado, y ambos rodaron por el suelo mientras un proyectil del tamaño de una bala silbaba por el aire donde había estado su cabeza un segundo antes. El objeto impactó contra una pared de ladrillo, atravesándola limpiamente y creando un agujero perfecto.
Koichi levantó la vista para identificar al atacante, y lo que vio le encogió el estómago.
No era más que un niño. Dieciséis años, tal vez menos. Su uniforme era una mezcla mal coordinada de ropa de calle y equipo improvisado, como si hubiera decidido convertirse en villano esa misma mañana. Pero lo que más impactó a Koichi fueron sus ojos: no había maldad pura en ellos, sino algo mucho más peligroso. Dolor. Dolor tan profundo que se había convertido en algo diferente, algo que ardía como combustible.
El chico tenía las manos temblorosas mientras formaba otro proyectil en su palma. Este era diferente al anterior: verde pálido, pulsante, con pequeñas raíces que se retorcían en su superficie como si estuviera vivo. Su respiración era irregular, entrecortada por sollozos que intentaba reprimir.
— ¡Ustedes... ustedes dejaron que muriera! —gritó, su voz quebrándose—. ¡Los héroes no llegaron a tiempo! ¡Nunca llegan a tiempo!
Disparó.
Koichi giró su cuerpo, pero no fue suficientemente rápido. El proyectil vegetal rozó su hombro izquierdo, cortando tanto la tela de su uniforme como la piel debajo. No fue un corte profundo, pero ardía como si hubiera sido hecho con ácido. Pequeñas esporas verdes comenzaron a brotar alrededor de la herida antes de que el quirk de Koichi las neutralizara automáticamente.
El muchacho ya estaba formando un tercer disparo cuando Koichi decidió actuar. Un murmullo suave, casi imperceptible, y la bala vegetal se marchitó como una flor al final del otoño, desmoronándose en cenizas que el viento se llevó.
El efecto en el chico fue devastador. Se quedó mirando su palma vacía con una expresión de incomprensión total, como si hubiera perdido un miembro. Luego, la realidad de su situación lo golpeó como una bofetada.
— ¡No...! ¡Maldición...! —las palabras salieron entre lágrimas que ya no podía contener—. ¡Mi quirk...! ¡Es lo único que me queda de ella!
Pero incluso sin su poder, no retrocedió. Se lanzó hacia adelante con los puños cerrados, sin técnica, sin entrenamiento, solo con la desesperación de alguien que había perdido todo lo que le importaba.
Koichi no quería hacerlo. Cada fibra de su ser le gritaba que encontrara otra solución, que hablara con el chico, que de alguna manera lo convenciera de que la violencia no era el camino. Pero a su alrededor, la batalla rugía con una intensidad que no permitía conversaciones. Otros villanos se acercaban, sus compañeros héroes necesitaban ayuda, y cada segundo de indecisión costaba vidas.
Su puño conectó con la mejilla del muchacho en un golpe limpio y preciso. No fue brutal, no fue sádico, pero fue definitivo. El chico se desplomó como un muñeco de trapo, su cuerpo inconsciente antes de tocar el suelo.
Mientras caía, murmuró un nombre entre sollozos: "Mamá... Komori..."
Koichi se quedó inmóvil por un momento, mirando el cuerpo inconsciente. El chico no podía tener más de dieciséis años. En otra vida, en otro mundo, habría estado en U.A., entrenando para ser héroe como su madre. En cambio, estaba aquí, roto por una pérdida que había convertido su dolor en arma.
Komori. El nombre resonó en la mente de Koichi. Había oído ese apellido antes, en los informes de bajas. Una heroína de nivel medio que había muerto en combate seis meses atrás, tratando de proteger civiles durante un ataque villano en un distrito comercial. Había llegado la ayuda, pero demasiado tarde.
El peso de la comprensión cayó sobre Koichi como una losa. Este chico no era malvado por naturaleza. Era el hijo de una heroína caída, alguien que había crecido admirando a los héroes hasta que la realidad le enseñó que no siempre podían salvar a todos. Su dolor era genuino, su rabia justificada, y aún así...
Aún así, Koichi había tenido que noquearlo.
No había tiempo para la culpa. El campo de batalla no esperaba crisis de conciencia.
A treinta metros de distancia, un héroe intercambiaba golpes devastadores con un enemigo que claramente conocía desde hacía años. Sus puños reforzados conectaban con sonidos que parecían disparos de cañón, mientras que su oponente respondía con ataques que dejaban cráteres en el pavimento.
— ¡Todavía recuerdas cómo golpear, Lemillion! —rugió el villano mientras esquivaba por milímetros—. ¡Pero ya no tienes veinte años!
— Tampoco tú, Overhaul —respondió el héroe, jadeando—. ¡Pero sigo teniendo ganas de mandarte de vuelta a prisión!
Más allá, una estudiante de U.A. de tercer año había creado una pared de hielo masiva para proteger a sus compañeros heridos, pero un villano con poderes térmicos la estaba derritiendo sistemáticamente. El agua se acumulaba a sus pies, y pronto no tendrían donde refugiarse.
En otra sección, dos héroes profesionales luchaban espalda contra espalda contra un grupo de seis villanos, claramente superados en número pero manteniéndose firmes a través de años de experiencia trabajando juntos.
Y en el centro de todo, Koichi sintió cómo su garganta comenzaba a arder.
Había estado usando su quirk constantemente desde el inicio de la batalla, lanzando pulsos de anulación cada pocos segundos. Su poder no era infinito; como todos los quirks, tenía un costo físico. En su caso, era su voz. Cada uso erosionaba un poco más sus cuerdas vocales, cada murmullo de anulación le arrancaba un pedazo de su capacidad para hablar.
Ya podía saborear la sangre en su boca, un hilo metálico que se filtraba entre sus dientes. Pero no podía parar. No podía darse el lujo de parar, no cuando su voz podía salvar al menos uno.
Un rugido desgarró la noche desde arriba.
Koichi levantó la vista y vio una figura que descendía como un meteoro: una villana con alas que brillaban con un filo metálico. No eran alas naturales; habían sido modificadas quirúrgicamente, cada "pluma" era en realidad una hoja afilada que podía separarse y ser lanzada como proyectil.
Su objetivo era claro: una heroína que estaba ayudando a un estudiante herido. La mujer llevaba un traje apenas le cubría su intimidad, su quirk de invisibilidad parcialmente activado hacía que su figura parpadeara como un fantasma.
— ¡Hagakure-sensei! —el grito vino de una estudiante que reconoció el peligro un segundo antes que todos los demás.
La villana alada se lanzó en picada, sus alas-cuchillas extendidas como las garras de un ave de presa. Hagakure levantó la vista justo a tiempo para ver la muerte aproximándose, pero estaba en una posición imposible: no podía moverse sin dejar desprotegido al estudiante herido que tenía en brazos.
La decisión fue instantánea. En lugar de esquivar, se curvó sobre el cuerpo del chico, usando su propio torso como escudo.
Las cuchillas atravesaron su espalda con un sonido húmedo y terrible.
— ¡HAGAKURE-SENSEI!
La estudiante que había gritado la advertencia se lanzó hacia adelante, pero era demasiado tarde. La heroína invisible cayó de rodillas, la sangre chorreando por su piel, ahora completamente visible por la gravedad de sus heridas.
La villana alada se preparaba para un segundo ataque, sus cuchillas goteando sangre, cuando un rayo eléctrico la atravesó de lado a lado.
Kaminari apareció corriendo desde la izquierda, una de sus manos aún crepitando con electricidad residual. Su rostro estaba contraído en una mueca de furia que pocas veces había mostrado.
Pero la villana no estaba muerta. Las cuchillas incrustadas en su cuerpo habían actuado como conductores, distribuyendo la electricidad de manera no fatal. Se incorporó lentamente, sonriendo a pesar de sus heridas.
— Qué tierno... El amiguito protegiendo a la héroe muerta —se rió, escupiendo sangre—. ¿Sabes cuántos héroes he matado? ¿Sabes cuántos como tú han intentado vengarse?
La respuesta de Kaminari fue otra descarga eléctrica, más potente que la anterior.
Mientras tanto, en otra parte del campo de batalla, un estudiante de primer año temblaba detrás de una barrera improvisada, sus manos apenas capaces de mantener la estructura sólida. Frente a él, un villano masivo con la apariencia de estar hecho de roca viva se acercaba lentamente, cada paso haciendo temblar el suelo.
— Vamos, niñito —gruñó el coloso—. No prolongues lo inevitable. Tu campo no puede detenerme para siempre.
El estudiante, Fluxy según decía su nombre heroico temporal, sabía que tenía razón. Su campo se estaba parpadeando bajo los golpes constantes, y no tenía la experiencia o la potencia para mantenerla mucho más tiempo.
Detrás de él, su compañero de clase yacía inconsciente, con una pierna obviamente fracturada y sangre corriendo por su frente.
— No... no puedo... —murmuró el chico, sintiendo cómo su quirk se debilitaba por el pánico.
El villano de roca levantó ambos puños como martillos.
La barrera explotó en mil fragmentos.
El estudiante cerró los ojos, esperando el impacto final.
En cambio, oyó un sonido que conocía bien: la voz de Koichi lanzando uno de sus pulsos de anulación.
El villano de roca se tambaleó, confundido, cuando su quirk fue temporalmente suprimido. Su cuerpo, que había estado reforzado por su transformación pétrea, de repente se sintió extrañamente liviano y vulnerable.
Koichi apareció corriendo desde un costado, con Kaede siguiéndolo de cerca. Su hermana gemela tenía cortes en ambos brazos y una mancha de sangre en su uniforme, pero sus ojos ardían con determinación.
— ¡Fluxy! ¡Muévete! —gritó Koichi, preparando otro pulso.
Pero el estudiante estaba paralizado por el shock y la adrenalina. No respondió.
Kaede no esperó. Se lanzó hacia adelante, agarró tanto al chico como a su compañero herido, y los arrastró fuera del alcance del villano justo cuando el efecto del quirk de Koichi se desvanecía.
El coloso de roca rugió de frustración, sus poderes regresando en una oleada de furia renovada. Pero ahora tenía nuevos objetivos: los gemelos que habían arruinado su diversión.
— ¡Ustedes dos! —bramó—. ¡Van a pagar por esa interferencia!
Koichi y Kaede se colocaron espalda contra espalda, una formación que habían practicado miles de veces desde la infancia. No necesitaban mirarse para coordinarse; cada uno sabía exactamente dónde estaba el otro, cómo se movería, cuándo actuaría.
— ¿Lista? —murmuró Koichi.
— Siempre —respondió Kaede.
El villano cargó hacia ellos como un tren descarrilado.
Koichi lanzó otro pulso de anulación justo en el momento preciso, neutralizando la transformación pétrea del enemigo en plena carga. Kaede aprovechó ese instante de vulnerabilidad para lanzar un grito sónico concentrado, una frecuencia específicamente calibrada para desorientar el oído interno.
El villano se desplomó, no herido de gravedad pero completamente incapacitado por el vértigo.
Pero no tuvieron tiempo para celebrar. Otros enemigos se acercaban desde múltiples direcciones, y Koichi podía sentir que su voz estaba llegando al límite. Cada pulso de anulación ahora venía acompañado de una punzada de dolor que se extendía desde su garganta hasta su pecho.
Más sangre goteó desde la comisura de su boca.
Kaede lo notó inmediatamente.
— Koichi, tienes que parar. Te estás lastimando.
— No puedo parar —respondió él con voz ronca—. Mira a tu alrededor.
Tenía razón. El campo de batalla era un apocalipsis en miniatura. Los héroes veteranos luchaban con la desesperación de quienes sabían que esta podría ser su última batalla. Los estudiantes se movían en grupos, tratando de protegerse mutuamente pero claramente superados por la experiencia y crueldad de sus oponentes.
En una esquina, tres villanos habían rodeado a un héroe solitario que sangraba de múltiples heridas pero seguía luchando. En otra, una estudiante de apoyo trataba desesperadamente de reparar el equipo dañado de sus compañeros mientras las explosiones rugían a su alrededor.
Y en el centro de todo, el caos crecía como un organismo vivo.
Fue entonces cuando apareció el villano de brazos múltiples.
Era una aberración de la naturaleza, con extremidades que brotaban de su torso en lugares imposibles. Algunos brazos eran normalmente humanos, otros habían sido modificados con garras, cuchillas, o simplemente habían crecido hasta alcanzar tamaños monstruosos. Se movía como una araña gigante, usando todos sus apéndices para impulsarse a velocidades inhumanas.
Su primer objetivo fue Kaede.
Uno de sus brazos más largos se extendió como un látigo, conectando con el costado de la chica con la fuerza de un martillo neumático. El impacto la lanzó por el aire como una muñeca de trapo, su cuerpo girando descontroladamente hasta estrellarse contra un auto abandonado.
El vehículo se dobló por la mitad bajo el impacto, sus ventanas explotando en una lluvia de cristales que cortaron la piel expuesta de Kaede. Quedó tendida sobre el metal retorcido, jadeando, con sangre corriendo por su frente y manchando su uniforme.
— ¡KAEDE!
El grito de Koichi fue más que una expresión de alarma; fue un rugido primal que salió desde lo más profundo de su ser. Su quirk respondió automáticamente, lanzando un pulso de anulación tan potente que hizo que varios villanos en un radio amplio se vieran afectados.
Pero el monstruo de brazos múltiples apenas se vio afectado. Sus extremidades adicionales no eran producto de un quirk tradicional de emisión o transformación, sino de modificaciones corporales permanentes. La anulación de Koichi no podía deshacer lo que ya era parte de su anatomía básica.
La criatura se giró hacia él con una sonrisa que mostraba dientes limados en puntas.
— Ah, el que quita poderes. He oído hablar de ti —gruñó con voz áspera—. Veamos qué tan efectivo eres cuando no puedes hablar.
Tres de sus brazos se lanzaron simultáneamente hacia la garganta de Koichi.
El joven héroe logró esquivar dos, pero el tercero lo agarró por el cuello y lo levantó del suelo. Los dedos del villano comenzaron a apretar, cortando el flujo de aire.
Koichi trató de murmurar una anulación, pero sin aire no podía generar el sonido necesario. Su quirk requería vocalización, incluso mínima, y con la garganta comprimida era imposible.
Las manchas negras comenzaron a aparecer en los bordes de su visión.
Pero entonces, un sonido cortó el aire como un cuchillo invisible.
Era Kaede.
A pesar de sus heridas, a pesar del dolor que claramente la atravesaba como cuchillas, se había incorporado sobre los restos del auto destrozado. Su boca estaba abierta, y de ella salía un grito que desgarro hasta lo más profundo, uno de pura desesperación que se sentía hasta los huesos.
La onda sónica impactó contra el brazo que sostenía a Koichi con la precisión de un bisturí. No fue una explosión indiscriminada de sonido, sino algo mucho más controlado y letal. La frecuencia específica que había elegido resonó contra la carne y el brazo del villano explotó en una fuente de sangre y fragmentos de hueso.
El monstruo soltó un rugido de dolor y furia, liberando a Koichi, quien cayó al suelo jadeando y tosiendo. Pero todavía tenía otros seis brazos, y ahora estaba verdaderamente enfurecido.
— ¡Pequeña perra! ¡Te voy a arrancar la lengua!
Cargó hacia Kaede con todos sus apéndices restantes extendidos como lanzas.
Koichi se incorporó como pudo, ignorando el dolor en su garganta magullada, y respiró profundamente. Esta vez, su murmullo fue diferente. No era el pulso suave y controlado que había estado usando hasta ahora. Era algo más crudo, más desesperado, más poderoso.
El sonido se propagó como una explosión invisible, alcanzando no solo al villano de brazos múltiples, sino a todos los combatientes en un radio de veinticinco metros. Fue como si hubiera apagado un interruptor maestro: quirks de manipulación se extinguieron, barreras de energía colapsaron, transformaciones se revirtieron, poderes de vuelo fallaron mandando a sus usuarios al suelo.
El efecto en Koichi fue inmediato y devastador. Su garganta se desgarró internamente, llenando su boca de sangre. Cayó sobre una rodilla, tosiendo líquido rojo, pero había funcionado. El villano de brazos múltiples se tambaleó, temporalmente, no por la anulación, si no por la fuerza del sonido que penetró en sus oidos.
Kaede aprovechó la oportunidad. A pesar de sus propias heridas, se lanzó hacia adelante y conectó un puñetazo directamente en el pecho del monstruo. El impacto combinado del golpe físico y la vibración interna fue suficiente para mandarlo al suelo, inconsciente.
Los gemelos quedaron jadeando, uno frente al otro, conectados por hilos de sangre y determinación.
— ¿Puedes seguir? —preguntó Kaede, limpiándose la sangre de su frente.
— Tengo que seguir —respondió Koichi con un hilo de voz.
Pero el respiro duró menos de diez segundos.
Dos nuevos villanos aparecieron desde direcciones opuestas, claramente coordinando su ataque. Uno de ellos estaba cubierto de pies a cabeza por llamas que no parecían quemarlo, sino formar parte de su ser. Su piel había tomado un color rojizo, y pequeñas llamas danzaban constantemente alrededor de sus extremidades. El otro llevaba lo que parecía una armadura improvisada hecha completamente de cemento que se había adherido a su cuerpo, convirtiéndolo en una especie de golem urbano.
— Divide y vencerás —murmuró el villano de fuego con una voz que crepitaba como leña seca.
— Exactamente lo que pensaba —respondió su compañero, su voz sonando hueca desde dentro de su armadura de cemento.
Actuaron con precisión militar. El hombre de fuego lanzó una oleada de llamas directamente hacia Koichi, obligándolo a retroceder y cubrirse el rostro con el brazo. El calor era tan intenso que podía sentir cómo se le chamuscaban las cejas.
Al mismo tiempo, el golem de cemento cargó hacia Kaede con los puños por delante. La chica logró esquivar el primer golpe rodando hacia un lado, pero el segundo conectó con su hombro izquierdo, mandándola tambaleándose hacia atrás.
En cuestión de segundos, los gemelos fueron separados por una pared de fuego que el villano piromano había creado entre ellos.
Koichi trató de gritar el nombre de su hermana, pero solo salió un graznido ronco de su garganta dañada. A través de las llamas, podía ver sombras moviéndose, el sonido de golpes, pero no podía distinguir qué estaba pasando exactamente.
Su propio oponente no le dio tiempo para preocuparse.
— Concéntrate en mí, niño —gruñó el villano de fuego, lanzando una bola de llamas del tamaño de una pelota de fútbol.
Koichi logró esquivarla por centímetros, pero la explosión cuando impactó contra la pared detrás de él lo lanzó hacia adelante. Rodó por el suelo, sintiendo cómo el calor le quemaba la espalda a través del traje.
Trató de usar su quirk, pero descubrió algo aterrador: su voz estaba tan dañada que apenas podía producir un murmullo audible, y sin sonido, no había anulación.
El villano de fuego se acercó lentamente, disfrutando de la caza.
— ¿Qué pasa? ¿El gran anulador se quedó sin voz? —se rió—. Sin tu poder, no eres más que un niño jugando a ser héroe.
Lanzó otra bola de fuego, esta vez más lenta, como si estuviera jugando con su presa.
Koichi la esquivó rodando, pero cada movimiento le costaba más energía. Podía oír los sonidos de la batalla al otro lado de la pared de fuego: golpes sordos, el rechinar del cemento contra el asfalto, y lo que más le aterraba, los jadeos de dolor de Kaede.
Su hermana estaba luchando sola contra el golem de cemento, y él no podía hacer nada para ayudarla.
El villano de fuego preparó un ataque más grande, las llamas alrededor de su cuerpo intensificándose hasta convertirse en un infierno personal. El aire se volvió tan caliente que respirar era como tragar brasas.
— Es hora de terminar esto —murmuró, levantando ambas manos.
Koichi cerró los ojos, concentrándose en su garganta destrozada. Tenía que funcionar. No importaba el dolor, no importaba el daño permanente que pudiera causarse. Kaede lo necesitaba.
Inhaló profundamente, ignorando el sabor metálico de la sangre que llenaba su boca, y forzó a sus cuerdas vocales dañadas a producir sonido.
Lo que salió no fue su murmullo controlado de siempre. Fue un grito desgarrado, áspero, que sonaba más animal que humano. Pero funcionó.
El pulso de anulación golpeó al villano de fuego justo cuando estaba lanzando su ataque más poderoso. Las llamas que rodeaban su cuerpo se extinguieron instantáneamente, y la bola de fuego que había estado formando se dispersó como humo.
El hombre quedó completamente expuesto, su piel rojiza volviendo a un tono humano normal, jadeando por el shock de perder su poder tan abruptamente y el cambio abrupto de temperatura en su cuerpo que le dió espasmos violentos.
Koichi no desperdició la oportunidad. A pesar de que sus piernas temblaban por el agotamiento, se lanzó hacia adelante y conectó un puñetazo directo en la mandíbula del villano. No fue un golpe particularmente técnico o poderoso, pero fue suficiente para mandarlo al suelo, sin aliento.
Inmediatamente, Koichi se dirigió hacia la pared de fuego que lo separaba de Kaede. Sin el villano manteniéndola activa, las llamas comenzaron a disiparse, pero no lo suficientemente rápido.
No podía esperar.
Se lanzó a través de las llamas restantes, sintiendo cómo le quemaban la ropa y la piel expuesta. El dolor fue inmediato e intenso, pero al otro lado estaba su hermana, y eso era lo único que importaba.
Lo que vio le heló la sangre.
Kaede estaba en el suelo, con el golem de cemento de pie sobre ella. La armadura del villano estaba agrietada en varios lugares, evidencia de que ella no se había rendido sin luchar, pero era claro que estaba perdiendo. Tenía sangre corriendo por la comisura de la boca y su brazo izquierdo colgaba inmovil.
El villano levantó su puño de cemento, preparándose para un golpe que claramente sería el último.
— Deberías haber elegido una profesión más segura, niña —gruñó.
— ¡KAEDE!
Esta vez, el grito de Koichi no fue solo una expresión de desesperación. Fue su quirk en su forma más pura y destructiva. Sin control, sin moderación, sin preocupación por su propia seguridad.
El pulso de anulación que salió de su garganta destrozada fue como una explosión sónica. No solo alcanzó al golem de cemento, sino que se extendió por todo el campo de batalla, alcanzando a docenas de combatientes.
El efecto en el villano fue inmediato: su armadura de cemento se desmoronó como arena seca, cayendo en pedazos que se desparramaron por el suelo. Quedó expuesto como un hombre común y corriente, confundido y vulnerable.
Pero el costo para Koichi fue devastador.
Su garganta finalmente cedió bajo la presión. Sintió algo desgarrarse internamente, un dolor tan intenso que le nubló la visión. Cayó de rodillas, tosiendo sangre en cantidad alarmante, pero logró mantener la conciencia el tiempo suficiente para ver a Kaede incorporarse y conectar una patada directa en la mandíbula del villano ahora indefenso.
El hombre se desplomó, inconsciente.
Kaede se arrastró hasta donde estaba Koichi, ambos jadeando, ambos heridos, pero ambos vivos.
— ¿Puedes hablar? —le preguntó con voz preocupada.
Koichi trató de responder, pero solo salió un murmullo casi inaudible. Su voz había desaparecido, posiblemente para siempre.
Kaede entendió inmediatamente. Sus ojos se llenaron de lágrimas, no por dolor físico, sino por lo que su hermano había sacrificado.
— Koichi... tu quirk...
Él negó con la cabeza suavemente y señaló a su alrededor. Todavía había batalla, todavía había gente que necesitaba ayuda. Su voz podía estar perdida, pero sus puños aún funcionaban.
Se ayudaron mutuamente a ponerse de pie, cada uno apoyándose en el otro. Kaede con su brazo posiblemente fracturado, Koichi con su garganta destrozada y quemaduras en gran parte de su cuerpo.
Pero estaban juntos. Y eso era lo que importaba.
El campo de batalla a su alrededor continuaba siendo un infierno. La guerra no había terminado, apenas habían sobrevivido a una escaramuza. Pero habían aprendido algo crucial: separados eran fuertes, pero juntos eran inquebrantables.
Koichi miró a su hermana y articuló silenciosamente las palabras que no podía pronunciar: "No me separes de ti."
Kaede sonrió a pesar del dolor, a pesar de la sangre, a pesar del caos que los rodeaba.
— Nunca —susurró—. Somos gemelos, Koichi. Nacimos juntos, luchamos juntos, y si es necesario, moriremos juntos.
En la distancia, más explosiones rugían contra la noche. La batalla continuaba, despiadada e implacable. Otros héroes luchaban sus propias guerras personales, otros estudiantes enfrentaban a pesadillas que parecían demonios en carne viva.
Pero los gemelos Yamada habían aprendido la lección más importante de todas: en un mundo que constantemente trataba de separarlos, de dividirlos, de quebrar sus lazos, su mayor fuerza no residía en sus quirks individuales.
Residía en su unión inquebrantable.
Y mientras se dirigían hacia el siguiente grupo de villanos que se acercaba, Koichi llevó una mano a su garganta. No para lamentarse por lo que había perdido, sino para recordarse que algunas cosas valían cualquier sacrificio.
Su hermana era una de ellas.
La guerra continuaba, feroz e implacable. Pero los gemelos ya no luchaban como dos individuos que casualmente habían nacido juntos.
Luchaban como una sola alma en dos cuerpos.
Y eso, en un mundo lleno de poderes sobrenaturales y villanos despiadados, era el poder más fuerte de todos.
El eco de la guerra resonaba por toda la ciudad, pero en el corazón de la batalla, dos voces se habían convertido en una sola.
Y esa voz, silenciosa pero inquebrantable, cantaba una canción de resistencia que ningún villano podría jamás silenciar.