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–Buenos días. –dijo Yamato a Taichi al verlo removerse para despertar, que por lo visto se quedó dormido en el vestíbulo abrazado a unos cojines. Yamato ya estaba arreglado, pero antes de irse, sacó una bandeja con café. –¿He dormido aquí? –preguntó todavía adormilado. –En realidad yo también. Sora me despertó hace un rato. –dijo el rubio sirviéndole café a Taichi. –¿Dónde está? –Salió con Ken. –Ah. Les toca el intercambio esta semana. –dijo Taichi recordando. –Has dicho el nombre de una mujer mientras dormías. –le dijo Yamato. –¿Ah sí? Bueno, seguro que nombré a Mimí. –No. Dijiste Michiko. –¿Quién es esa? –preguntó Taichi. ¿Por qué mencionaría a alguien a quien no conoce? –¿Algún tipo de evasión, quizás? –dijo Yamato como hipótesis. –Te toca con Mimí esta semana, ¿verdad? –Sí. Ahora que lo dices, he quedado con ella. –dijo él levantándose para marcharse. –Ken no era la persona que le gusta. –le dijo Taichi. –En ese caso, supongo que soy yo. –dijo Yamato. –También está Jou. –dijo Taichi teniéndolo en cuenta. –¿Te decantas por ese lado? Creo que hay bastantes posibilidades de que sea yo. –dijo Yamato. –No. –A lo mejor hoy puede que me confiese su amor. –dijo Yamato con una sonrisa traviesa para hacer rabiar a Taichi. –Si pasa eso, ¿qué harás? –preguntó Taichi. –¿Qué quieres que haga? Sinceramente, creo que es mejor que la dejes por ahora. –¿Qué quieres decir? –Estabas llamando a Michiko en sueños. Es porque te duele cuando piensas en Mimí. –dijo Yamato marchándose hacia el ascensor y se puso a esperarlo. –¿Por qué no lo dejas y empiezas algo nuevo? Rompe de una vez y sigue adelante. –¡¿Empezar qué?! –pregunto Taichi. Yamato ya estaba en el ascensor porque cuando lo llamó estaba más cerca de la última planta. –¡¿Y yo qué sé?! –contestó Yamato antes de que se cerrara la puerta. –¿Dejar a Mimí? Mientras Yamato bajaba en el ascensor, se percató de que en su teléfono móvil tenía el colgante de los “Persis”. –¿Qué es esto? –se preguntó, sin tener ni idea de dónde habían salido esa especie de testículos, uno de ellos con gafas.***
–Estaba totalmente convencida de que era una novia. –le dijo Sora a Ken mientras daban un paseo por un parque. –¿Podrías mantenerlo en secreto con Yamato? Podría sentirse incómodo con ello. –le pidió Ken. –Lo sé. Por mí no hay problema saber que no estás interesado en las mujeres. –le dijo Sora. –¿Cómo? –Bueno, me rechazaste tan rápido y tan fácilmente que me dolió un poco. –dijo ella sentándose en un banco, seguida de Ken. –Mi primer amor perdido. Bueno, el segundo, para ser exactos. La primera persona que me gustó fue en primaria y me dijo enfadado que no le vacilara. –¿Estaba enfadado? –Sí. No era un niño muy popular, así que debió de pensar que estaba jugando con sus sentimientos. Pero desde entonces me volví muy tímida. No puedo empezar nada por mí misma. Si no tengo a una persona que esté a mi lado, no me siento lo bastante segura. No es que tenga un gran ego. Al final, sólo soy tímida. –explicó Sora. –Entiendo.***
–No sabía que corrías. –le dijo Yamato sacando fotos a una Mimí que corría al trote en ropa deportiva mientras él la seguía con la dificultad de tener que ir enfocándola con la cámara de fotos por la pasarela peatonal por la que cruzaban. –¿Sabes? No soy como Taichi. No puedo hacer deportes técnicos como en los que se usa pelota. –¿Por eso corres? –Sí. Me encantaría participar en el maratón de Honolulu algún día. –dijo Mimí. Mientras pasaban por la puerta de un taller de bicicletas, Jou, vestido de incógnito con una gorra y una gabardina los vio pasar. Yamato ignoraba que con la ayuda de Taichi, le habían puesto un colgante en el móvil para localizarlo en su ronda de citas con Mimí. Tan sólo tuvo que esperar a que Yamato se durmiera en el vestíbulo. Aquel colgante no sólo le permitía localizarlos, sino también escuchar qué hablaban. Con todo el dinero que manejaba Jou, podía pagar los sistemas de espionaje más sofisticados. Tras activar el sistema de escuchas que tenía Yamato en el colgante de su móvil, Jou comenzó a escuchar lo que decían mientras que se dirigían a un parque. –¿La persona que me gusta? –escuchó Jou que decía Mimí. Mientras, él cogió una bicicleta y los siguió. –Sí, por lo visto no es Ken. –dijo Yamato. –Pues sólo nos quedan dos. –dijo Mimí intrigante. –En realidad creo que no me hace falta preguntar. –dijo Yamato. –Qué modesto. –dijo Mimí riéndose. –¿Y qué quieres? Mi contrincante es Jou. –dijo Yamato. –Lo que dices es horrible. –dijo Mimí en tono de broma. Mientras tanto, Jou iba tan concentrado en lo que decían que no se percató de que se dirigía hacia un poste de luz. El choque fue inevitable. Jou, sus gafas y su inseparable maletín con dinero, la mayoría falso, cayeron al suelo. –¡Ahh! ¿Eh? ¿Y mis gafas? –Jou se puso a palpar por el suelo hasta dar con ellas.***
Taichi hizo pleno en su lanzamiento a los bolos. Era así cada vez que tiraba. Siempre se le había dado muy bien cualquier tipo de juego o deporte. Esa habilidad contrastaba con la de Hikari. Cuando ella lanzó la bola, ésta se desvió hacia los rieles de los costados de la pista, sin tirar ni un solo bolo. Hasta la pantalla donde salía el marcador se burlaba de ella. Pero a Hikari no le podía importar menos. Tirara todos o ninguno, su expresión seguiría siendo la misma. –¿Todavía quieres seguir? –preguntó Taichi, al ver que Hikari tenía cero puntos y se dirigía a esperar a que apareciera otra bola que pesara poco para su segunda tirada. Ella asintió con la cabeza. –Cambiando de tema, me gustaría prevenirte de algo. ¿Has oído que a Mimí le interesa alguien, verdad? –ella asintió con la cabeza mientras cogía una bola rosada. –Bueno, pues parece que es Yamato. Le pregunté qué haría al respecto. Después de todo, él ya te considera como su mascota. Ah, no, novia. –dijo él rectificando. –Estoy en contra porque es demasiado injusto y cruel contigo. Estoy de tu parte, así que, ¿no crees que la situación no es muy buena? –Hikari se giró para dirigirse a la pista para tirar. Pero él se puso delante esperando alguna respuesta. –¿No sientes nada? ¿No sientes celos o…? ¡Ah! –pero la pregunta quedó sin terminar porque Hikari dejó caer la bola en el pie de Taichi. Entonces, Taichi vio que la chica empezó a temblar. Aquello contestó su pregunta. –Supongo que sí.***
Yamato ya estaba cansado. Era difícil correr de lado y enfocando con una cámara y sin ropa deportiva. –¡No puedo seguir! –dijo Yamato viendo cómo Mimí se alejaba mientras le decía adiós con la mano. –¿Tenemos mala química? Por detrás, un ciclista con gorra y gabardina se acercaba a toda velocidad. –¿Ese es…? –se preguntó Yamato. Debía ser una alucinación, pero le había parecido ver a Jou.***
Ken y Sora fueron al mismo restaurante que solían frecuentar para merendar. Ken le puso una mano en la frente. –Veamos. Sí, parece que estás un poco caliente. –dijo Ken. –Doctor Ichijouji. ¿Es un síntoma de depresión? –preguntó Sora desganada. –No está bien hacer suposiciones como esa. La mayoría de las veces es cosa de la mente. –¿Sabes? A veces tengo esta repentina necesidad de hacer daño a alguien. –Eso es peligroso. –A lo mejor debería practicar boxeo, o algo. –¿En serio? –preguntó Ken. Entonces, un hombre más bien bajito que rondaba más o menos la edad de Sora se giró. Al hombre le pareció haber visto a alguien conocido, y así era. Allí estaba el doctor Ichijouji, su senpai. Al verlo, se acercó para saludar. –¿Eres tú, senpai? –preguntó el hombre. Tenía el pelo corto y rojo oscuro. –¡Vaya! –exclamó Ken levantándose al reconocerlo. –Hola. –saludó Sora con una inclinación con la cabeza. Él le devolvió el saludo inclinando la cabeza, cautivado por la acompañante de su senpai. –¿Te va todo bien? –preguntó Ken. –Sí. Ha pasado mucho tiempo. –¿Has vuelto? –Sí, el hospital universitario me ha reclamado. –contestó él. –¿Ah sí? –Sí. ¿Podemos quedar en otro momento? –Claro. –aceptó Ken. Entonces, el hombre se dirigió a Sora. –Perdón por la molestia. –se disculpó ante ella por haber interrumpido la merienda. –No pasa nada. –dijo ella amablemente. –Hasta luego. –se despidió el hombre. –Ya nos veremos. –dijo Ken. El hombre se marchó y Sora lo siguió con la mirada. –Es un kohai de mi universidad. –¿También es médico? –preguntó Sora con curiosidad. –Sí. El doctor Koushiro Izumi. Es un chico peculiar. Está interesado en la medicina familiar, así que se fue a Shidoku, una pequeña isla. –explicó Ken mientras veían como el kohai de Ken se marchó a la barra con su atractiva acompañante. Ken vio como lo miraba Sora hasta que desapareció de su campo de visión. –¿Debería haberte presentado? –Qué va.***
Cuando Taichi llegó a la puerta-verja de la casa de Hikari para acompañarla después de haber pasado el rato jugando a los bolos, el padre de la joven permanecía allí esperándola. –Papá. –dijo Hikari sin esperar que su padre estuviera allí cual centinela. –Vaya. –musitó Taichi. –¿Dónde estabas? –dijo el padre de Hikari con cara de pocos amigos. –Por aquí cerca. –contestó Taichi. –¿Dónde? –volvió a preguntar él abriendo la puerta metálica que separaba la calle de la propiedad para mirar fijamente a Taichi. –¿Tú no eres el de la otra vez? –Sí. –contestó Taichi. ¿Cómo iba a olvidar aquel día? Para no descubrir que era un intercambio de parejas y que esa semana le tocaba con su hija se inventaron que iba a ser el modelo para pintar de Hikari. –¿Vosotros dos…? –Sólo fuimos a jugar a los bolos. –contestó Taichi apresurado sin dejar que el hombre acabara la pregunta. –¿A los bolos? –entonces, se dirigió a Hikari preocupado. –Hikari, enséñame los dedos. ¿Te has torcido los dedos o algo? –le preguntó cogiéndole las manos. Después se volvió a dirigir a Taichi. –Escucha. Mi hija es una artista. Estos dedos son instrumentos para producir arte. ¿Y la haces ir a los bolos? –Lo siento. –se disculpó Taichi. –Lo siento. –se disculpó también Hikari. Su padre la agarró del brazo para meterla en casa. –Vuelve al atelier y dibuja. –le ordenó él arrastrándola, mientras que Taichi se quedó en la verja, ya que no podía entrar sin permiso a una propiedad privada. –Pero papá, cuando pinto me duele la cabeza. –se quejó Hikari. –Eso es por la medicación de ese matasanos. –dijo su padre. –¡No estoy tomando ninguna medicación! –exclamó ella. –¡Solo pinta!¡Pinta, pinta y sigue pintando! –le exigió su padre. –¡Disculpe! –exclamó Taichi desde la verja, consiguiendo que el padre lo se detuviera a mirarlo. –¡¿Qué?! –Si la agarra tan fuerte le hará daño en el brazo. –dijo Taichi defendiendo a su cita. El hombre, que pareció darse cuenta, la soltó. Hacía un momento se escandalizaba de que por jugar a los bolos podría perjudicar sus manos y ahora era él el que la había cogido bruscamente. Aunque la soltó, le pasó el brazo sobre los hombros y la encaminó hacia dentro.***
Mimí corría en la pista de atletismo. Ajena a todo, en la parte alta de la grada, Jou, ataviado con su gabardina, su gorra y unos prismáticos, seguía vigilando a Mimí. Tras haber dado unas cuantas vueltas, la castaña se dirigió hacia el césped que hacía las veces de campo de fútbol o de rugby y se puso a mirar el anaranjado atardecer. –Es precioso. –dijo Mimí viendo cómo el sol comenzaba a esconderse detrás de la grada. Era una imagen que le transmitía mucha paz. –Precioso. –dijo Jou desde la grada. Tras haber contemplado el ocaso durante unos minutos, y antes de que se hiciera de noche, Mimí fue a su casa a ducharse y después se dirigió al apartamento de Yamato, seguido de Jou. Como había estado un buen rato espiándoles, sabía que esos dos habían quedado para cenar en casa del rubio. Una vez que Mimí entró en el apartamento de Yamato, Jou subió y entró en el apartamento de Taichi. Allí, desde la cama, compartiendo los auriculares que estaban enganchados al teléfono inteligente de Jou, podrían escuchar todo lo que se hablara allí. –Están cocinando felizmente. –dijo Jou tras darle volumen al dispositivo para poder enterarse bien de todo. –Ya lo sé. –dijo Taichi molesto por la obviedad que había dicho Jou. –Lo siento. –se disculpó Jou. –Me gusta estar en la cocina con un hombre. –dijo Mimí. –Yo sólo me comería su comida diciendo lo delicioso que está todo. –comentó Taichi. –¿Nunca has cocinado con ella? –preguntó Jou. –Yo lavaba los platos. –contestó él. –¿Sólo los lavabas? –¡¿Y qué querías que hiciera?!¡¿Hacerlos girar en el aire?! –preguntó Taichi con ironía mientras hacía el gesto de los discos chinos. –Sí, está bien. –dijo Yamato desde su cocina respondiendo al comentario de Mimí e ignorando de que estaban siendo espiados. –Toma, pruébalo. –¿Qué están tomando? –preguntó Taichi. –Un guiso. –contestó Jou. –Idiota, es un beso indirecto. Lo es si coges el plato y haces esto –dijo Taichi como si tuviera un platito para probar la comida llevándosela a la boca para después acercársela a Jou. –¿Por qué tienes que ser tan quisquilloso? –preguntó Jou. –¡Delicioso! –escucharon exclamar a Mimí tras haber probado lo que estaban cocinando. –Oye. –dijo Yamato enfocando a Mimí con su teléfono mientras ella removía el contenido de la cazuela. –¿Sí? –Continuando con lo del otro día. –dijo Yamato. –¿El otro día? –preguntó Mimí. Justo cuando lo miró, Yamato le sacó la foto. –Sí, sobre la persona que te interesa. –Por fin, lo que estábamos esperando. –dijo Jou mientras Taichi se levantó de golpe cuando por fin iban hablar sobre lo que realmente le interesaba. –Calla, hablas muy alto. –dijo Taichi. –Me sorprende que estés tan intrigado por eso. –dijo Mimí. –¿De verdad? –preguntó Yamato. –Bueno, no tienes mucho interés en mí, ¿verdad? –preguntó Mimí. –Eso no es verdad. Tengo mucho. –dijo Yamato. –No seas tonta, Mimí. Le diría esas cosas a cualquiera. Es un mujeriego. –dijo Taichi como si Mimí lo escuchara. –Es el enemigo de todos los hombres sinceros. –dijo Jou levantándose también y secundando lo que decía Taichi. –Si te dijera que eres tú, ¿estarías conmigo? –preguntó Mimí. –Claro, aunque tendría que enfrentarme a la oposición de Taichi. –respondió Yamato. –Me armaría hasta con unos nunchakos para luchar con él. –dijo Taichi enfadándose. –No tengo pensado contárselo a nadie. –dijo Mimí. –Después de todo, todos sois amigos de Taichi. –Estamos en apuros. –dijo Yamato. –Pero vamos más allá de este “Love Shuffle”. Así que, dime quién es. –Vale, te contaré el secreto. –dijo Mimí accediendo. –Por favor, no lo digas. –pidió Taichi. –¿Lo apago? –preguntó Jou. –No, quiero oírlo. –En realidad, Taichi quería saberlo, pero no quería confirmar que no fuera él mismo la persona que le estaba interesando a Mimí. –Subiré el volumen. –dijo Jou. –Esto me pone tan nervioso. –¿Por qué iba a ponerte nervioso a ti? –Ni yo misma me lo creo. –dijo Mimí mientras removía la cena con la mirada perdida. –¿No? –dijo Yamato volviendo a enfocarla con su móvil poniéndolo en horizontal. –De repente, sin darme cuenta… –Ah, esto se pone en medio de la foto. –dijo Yamato quitando el extraño colgante que no sabía cómo había llegado allí. Con el tirón, el colgante había ido a parar a un cuenco con agua. Sin saberlo, le había quitado la posibilidad a Jou y Taichi de seguir espiándolos. –¿Qué? –preguntó Taichi al escuchar la interferencia. –¿Se ha roto? –preguntó Jou sin entender por qué de repente se había cortado la comunicación mientras pulsaba botones de su dispositivo para intentar restablecer la escucha. Al ver que era imposible y de que se habían quedado a punto de saber quién le estaba interesando a Mimí, se quedaron con cara de pánfilos, parecida a la de los monigotes del colgante-espía de móvil. –Los “Persis”. –dijeron compungidos, intuyendo lo que le había pasado.***
Taichi trabajaba en su ahora oficina. Su reciente ascenso le daba derecho a tener su propio despacho, pero a pesar de todo, no podía concentrarse. Se le vino a la cabeza la mañana en la que Yamato le sugirió empezar algo nuevo mientras esperaba el ascensor. Un rato después, Taichi cogió su móvil y el teléfono de su despacho para hablar a la vez con Yamato y Ken. No podía evitar preocuparse por Hikari y el trato que le dio su padre. –Creo que su padre se pasa. –dijo Taichi. –¿Conociste a la madre de Hikari? –preguntó Yamato a Ken desde su estudio. Una modelo esperaba en ropa interior en un sofá que había puesto en el plató. Él estaba en la parte del ordenador con su móvil y con el teléfono inalámbrico del estudio. –Por lo visto desapareció después de que ella naciera. –contestó Ken desde su consulta, también con un teléfono en cada oreja para mantener la conversación con Yamato y Taichi. –¿Conoció a otro hombre? Eso es horrible. –dijo Taichi. –Así que él está obsesionado con su hija porque es lo único que le queda. –intuyó Yamato. –Debe de sentirse abrumado entre el amor y el odio. –dijo Ken. –Le recordará a su mujer. –¿Pero no la deja tener amigos? –preguntó Taichi. –Ella tampoco parece muy interesada en tener ninguno. –dijo Yamato sonriendo. –Hoy en día, y con su edad, ni siquiera puede tener un móvil. –dijo el doctor. –El amor está prohibido. –dijo Taichi. –¿La razón por la que quiere morir es su padre? –preguntó Yamato. –Eso creo. –dijo Taichi. –Al menos me dio esa impresión. –¿No tiene nada que ver con Tánatos? –preguntó Yamato. –Parece tan común. Me aburre. –No digas algo así. –le riñó Taichi. –En cualquier caso, ¿no creéis que es triste que quiera morir tan joven? –Yo no me preocuparía. ¿No lo ves? Todavía está viva. –dijo Yamato. –Hasta su cumpleaños. –puntualizó Ken. –Me lo prometió. –No lo hará. Ya te conté lo que pasó el otro día cuando comió pasta en mi casa. –dijo Yamato con seguridad. –¿Cuándo es su cumpleaños? –preguntó Taichi. –La semana que viene. –dijo Ken tras consultar su expediente. –Ya os he dicho que estará bien. –dijo Yamato restándole importancia. –¿Cómo puedes estar tan seguro? –preguntó Taichi. –No lo sé, ¿pero qué podemos hacer? –dijo Yamato. –Sin embargo, ¿no creéis que últimamente está más contenta? –preguntó Ken. –¿Cómo lo voy a saber? Su expresión nunca cambia. –dijo Yamato. –Supongo que es por Yamato. –dijo Taichi. –Yo también lo creo. –dijo Ken. –Va, parad. No me echéis a mí toda la responsabilidad. –dijo Yamato, como si en vez de mérito fuese algo malo que la castaña estuviera más feliz. –Si realmente pasa, ¿no estarías triste? –preguntó Taichi hablando hipotéticamente. –Pero, ¿qué dices? –Lo entiendo de Ken, pero ¿por qué estás tan preocupado por Hikari de repente? –preguntó Yamato a Taichi. –No es de repente. –dijo Taichi. –Ya entiendo. Quieres proteger a Mimí de mí empujando a Hikari a estar conmigo. –dijo Yamato. –No me subestimes. Eso no tiene nada que ver. –dijo Taichi. –He dado en el clavo, ¿no? –dijo Yamato sin creer a Taichi. –Esto no me gusta. Te lo dije la otra noche, ¿recuerdas? Hikari es sólo una mascota. –¿No te importa si la mascota muere? –preguntó Ken. –Ken. –dijo Yamato en tono de “cómo me preguntas esto”. –Eres un monstruo. –dijo Taichi sorprendido por la frialdad de Yamato. –Un dueño irresponsable que abandona a su mascota porque ya no la puede cuidar. –Tengamos esta conversación esta noche. –sugirió Ken. –Hasta luego. Una vez que Ken colgó, se dirigió hacia el sofá donde estaba Hikari, para colocarse detrás de él, apoyándose en el respaldo justo detrás de la joven. –Taichi es muy buena persona. Sincero y fácil de manipular. –dijo Ken con una sonrisa de medio lado. –Yamato dice cosas frías, pero me pregunto qué es lo que piensa de verdad. Hikari giró su cabeza para mirar a Ken, sonriendo también de medio lado.***
–Prepararé algo de té. –le dijo Sora a Mimí cuando llegaron al apartamento de la pelirroja después de haber arrasado con unas cuantas tiendas de la ciudad. –Vale. Has comprado un montón. –dijo Mimí mientras Sora se disponía a preparar el té. –Creo que es una buena manera de relajarse. –dijo Sora. –¿Tantas cosas tienes en la cabeza? –A veces mi biorritmo se desestabiliza y siento algo oscuro dentro de mí. –explicó Sora. –¿A ti no te pasa? A mí me dan ganas de gritar con todas mis fuerzas. –Mimí sólo se rió. –Perdona por hacerte venir conmigo. –No hay problema. –dijo Mimí sentándose a la mesa. –En realidad, tengo algo que contarte. Después de organizar todo este desastre, es un poco duro decir esto, pero…, estoy pensando en volver con Taichi. –¿Qué? –preguntó Sora sorprendida. No se esperaba aquel giro en Mimí, especialmente después de haber revelado a todos que estaba interesada en otra persona de los intercambios. –Estaba corriendo el otro día y vi el atardecer. Un atardecer muy hermoso, tranquilo, cálido y de un brillante anaranjado. –explicó Mimí. –¿Y? –preguntó Sora sin entender que tenía que ver la posibilidad de que Mimí considerara volver con Taichi con el atardecer. –Me di cuenta de que tal vez fui un poco infantil. –¿Por qué?¿No lo habías pensado mucho la primera vez cuando rompiste el compromiso? –preguntó Sora sentándose a la mesa mientras esperaba que el agua para el té se calentase. –Sí. –¿Y? –dijo Sora animándola a continuar. –Creo que me he calmado. –dijo Mimí. –Creo que Ken, Yamato y Jou son maravillosos. Y entonces pensé que Taichi era el único que brillaba con luz propia. Y me calmé. –Si vuelves con Taichi, ¿os vais a casar como lo teníais planeado? –preguntó Sora. –Sí. –aquella respuesta dejó a Sora helada. Sintió como una punzada en el corazón. El sonido de la tetera avisando de que el agua ya estaba lo suficientemente caliente la sacó de su ensoñación. Sora se levantó para terminar de preparar el té. –A lo mejor te sientes así porque crees que Yamato te rechazaría, a pesar de que haces que suene bonito con todo eso del atardecer. –No es eso. –negó Mimí mientras Sora vertía el agua en las tazas. –La persona que te interesa no te hace caso, por eso abandonas y quieres volver con tu pareja original. –dijo Sora buscándole una explicación diferente a la que le había dado Mimí. –No es así. –insistió Mimí. –Perdona. –dijo Sora dándose cuenta de que quizás estaba siendo un poco dura con Mimí. De repente se le vino un gran dolor de cabeza–¿Sabes? Ahora mismo soy una bruja pesimista. –No, está bien. –dijo Mimí restándole importancia. –No puedo culparte de que pienses eso. Al fin y al cabo, he estado arrastrando a Taichi mucho tiempo. –No te preocupes. Estoy segura de que ahora Taichi podrá dormir tranquilo y muy feliz. –tras decir eso, Sora cerró los ojos para ver si se le calmaba el dolor de cabeza, entonces se desplomó en el suelo, cayendo también la bandeja con las tazas de té. –¡Sora!¡¿Estás bien?! –dijo Mimí acudiendo en su ayuda tras ver cómo cayó al suelo. –Lo siento. Sólo ha sido un mareo. –dijo Sora volviendo un poco en sí. –¿Quieres que vayamos al hospital? –preguntó Mimí. –No, no te preocupes. Me sentiré mejor cuando descanse un poco. Gracias. –dijo Sora levantándose.***
Miyako y Jou estaban solos en un restaurante. Jou había reservado ese día para ellos exclusivamente. –¿Qué pensaste de nosotros? Sobre nuestra visión sobre la evolución del hombre y la mujer. –le preguntó Miyako a su intercambio de la semana. Evidentemente, hablaba de su peculiar matrimonio. –No tengo una opinión en particular. –dijo Jou. –Pero me suena de haber visto a tu marido en alguna parte. Tengo varias empresas, así que me llegan muchas peticiones de apoyo de diferentes sitios. –Ya. –dijo Miyako intuyendo por dónde iban los tiros. –He escuchado un rumor. ¿Es cierto que tu marido participará en las próximas elecciones nacionales heredando la circunscripción de tu padre, el señor Inoue? –preguntó Jou. Miyako se le quedó mirando.***
Yamato miraba a un cachorrito de Shiba Inu a través del escaparate de una calle. Era de color blanco. Al pasar con el coche y ver la tienda no pudo evitar pararse para mirarlo. El perrito lo miró juguetón y moviéndole el rabo contento. Parecía que le caía bien. –No me mires con esos ojos. Eres mono pero no puedo cuidar de ti. –le dijo al perrito como si estuviera hablando con la mismísima Hikari. Cuando se dirigía a su coche, que tenía aparcado allí mismo, vio salir del garaje de un hotel que estaba frente a la tienda un coche oscuro. No podía dar crédito a lo que vio. El coche lo conducía el marido de Miyako y en el asiento del copiloto había una mujer joven que definitivamente no era su esposa. –¿Qué es esto? –se preguntó él. –Tiene una amante más joven.***
–Mi marido era el secretario de mi padre. –le explicó Miyako a Jou. –Cuando mi padre se jubiló, él le sucedió. –Yo creía, y bueno, el resto también lo cree, que estabas controlada por él. –dijo Jou. –Pero es totalmente al contrario. –Exacto. Hará cualquier cosa que le pida. Lo que quiere decir que pareces darte cuenta de mis verdaderos motivos. –dijo Miyako, al ver que Jou ya sabía la verdad de su matrimonio. Pero la situación parecía divertirle. –Qué situación más inesperada. Y, ¿qué vas a hacer?¿Vas a interponerte en mi camino? –No. –dijo Jou.***
–¿Qué? –preguntó Taichi sin creer lo que oía. –¿Qué quiere decir “según lo previsto”? –Sólo si estás de acuerdo. –le dijo Mimí. Tras haberse marchado de casa de Sora, Mimí había citado a Taichi en el lugar en el que a veces iban a merendar y le había contado que estaba considerando volver con él y casarse. –Por supuesto. –dijo él. No se esperaba aquel cambio de idea de Mimí. –Pero, ¿por qué tan de repente? –He madurado un poco. –Bueno, si te casas conmigo, realmente no me importa lo que pase. –¿No te importa? –No, lo siento. Lo que quiero decir es que siempre he estado dispuesto y feliz a casarme contigo. –aclaró Taichi al ver que había malinterpretado sus palabras. –Te he causado mucho estrés por mis caprichos. –reconoció Mimí. –Lo siento mucho. También quería darte las gracias por no rendirte conmigo y no haberme mandado a paseo. –Nunca te habría mandado a paseo. –dijo él. –Porque soy un… –¿Sí? –Es que es tan de repente. –dijo Taichi al que le estaba costando asumir lo que le había dicho Mimí. –Lo entiendo. Estás preocupado por si vuelvo a cambiar de opinión, ¿verdad? –Sí, quizás sea eso. –No tienes que preocuparte más. –Vale. ¿Y la persona que te interesaba? –preguntó Taichi acordándose de aquello, y que por eso quiso seguir participando en el “Love Shuffle”. –Está bien. –¿Qué quieres decir? –No podía decidirme en ese momento, así que pensé en darte un poco más de tiempo. –dijo Mimí, aclarando así quién era la persona misteriosa por la que estaba interesada. –¿Sólo estabas haciendo tiempo? –preguntó Taichi, al darse cuenta de que lo de esa persona era mentira. –Exacto. –¿Me estás queriendo decir que el objetivo final es recuperar el tiempo perdido? –preguntó él para terminar de cerciorarse. –Sí. –dijo ella sonriéndole mientras asentía con la cabeza. –Vaya. –dijo Taichi sorprendido por la estrategia al tiempo que le sonreía. Tras haber aclarado las cosas, Taichi se marchó a casa. Cuando salió del ascensor vio a Sora vestida con su chándal, y sentada a la mesa baja en el vestíbulo. –Hola. –dijo Sora. –¿Estás sola? –preguntó él. –Sí. Nadie ha llegado a casa aún. –dijo ella tras beber un poco de vino. –¿Estás bien? –preguntó Taichi sentándose, al ver que su vecina no parecía tener muy buena cara. –Mimí me ha dicho que te desmayaste. –Me mareé un poco, eso es todo. –dijo ella restándole importancia. –Come espinacas. Seguro que es falta de hierro. –dijo él mientras se quitaba la corbata. –Piensas mucho en los demás. Me gusta esa parte de ti. –le dijo ella poniendo una mano en su hombro y mirándolo sonriéndole a la cara. –Sora, ¿estás borracha? –Cuando estoy sola no tengo medida. –dijo ella cogiendo la botella de vino y sirviéndole a Taichi. Parecía que se había bebido algo más de la mitad de la botella ella sola. –¿Has estado con Mimí hasta ahora? –Sí. –¿Y te dijo que siguierais con los planes originales de boda? –preguntó Sora. –Sí, supongo. –dijo él. Cuando dijo eso con tan poco entusiasmo, Sora lo miró extrañada. –¿Qué es lo que supones? –preguntó ella dándole un calbote. –Estás feliz, ¿no? Era lo que tú querías. –Sí, lo estoy. Pero no parece real. –dijo él. –Deberíamos brindar. –Claro. –¡Kanpai! –dijeron a coro mientras chocaban las dos copas. –Felicidades. –dijo Sora. –Gracias. –Una ocasión así se merece brindar con champán. Voy a traerlo de casa. –dijo Sora levantándose. Mientras tanto, Ken y Yamato subían en el ascensor. –Hace bastante frío esta noche. –comentó Ken. –¿Te gustaría que te calentase? –preguntó Yamato pasándole un mano por el hombro. –Venga ya. –Era coña. –dijo Yamato.***
Sora tardaba más de lo normal. Estaba sentada en el suelo con el sofá de respaldo abrazada a la botella de champán. Mientras Sora iba a por el champán, Taichi se sentó en el poyo con su copa de vino mientras canturreaba de forma melancólica una canción infantil llamada “El tango del gato negro”, de Osamu Minerahua. –El tango del gato negro, tango, tango. Mi novia es un gato negro. El tango del gato negro, tango, tango. Es tan caprichosa como los ojos de un gato. La la la. –¡Miau! –terminaron Yamato y Ken, que llegaban en ese momento. –Hola. –saludó Taichi.***
–Bienvenida. –dijo el portero del exclusivo restaurante a Sora mientras le abría la puerta. Era un local tan exclusivo que hasta tenían portero en la puerta. Sora iba elegantemente vestida y con un recogido en el pelo. Nunca solía vestir tan elegante. –Bienvenida, cogeré su abrigo. –le dijo una de las trabajadoras. –Por aquí, por favor. –le dijo un educado camarero vestido con traje y corbata. –Perdona por hacerte esperar. –le dijo Sora a Koushiro cuando llegó hasta la barra, donde lo esperaba el médico amigo de Ken. –Tengo que darle las gracias a Ken. –dijo Koushiro levantándose para recibirla adecuadamente. –Pensé que la mujer con la que estabas el otro día era tu novia. –confesó Sora. –Seguro que ya te habrás enterado, pero era mi hermana. –dijo Koushiro. –Tienes una hermana muy guapa. –¿Tú crees? Siempre se mete conmigo. –Seguro que sois muy monos. –No lo sé. –Bueno, empecemos por el principio. Soy Sora Takenouchi. –dijo Sora presentándose adecuadamente, ya que habían quedado por la mediación de Ken. –Koushiro Izumi.***
–¿Taichi se puso contento? –preguntó Yamato a Mimí. En su nueva cita volvieron a la pista de atletismo. Yamato iba con su cámara fotográfica mientras ella iba ataviada con su ropa deportiva. Caminaron hasta sentarse en el césped del centro. En el césped, cerca de ellos, Jou iba vestido como uno de los empleados de las instalaciones, con gorra y mascarilla como si estuviera cuidando el césped recogiendo porquería y ramitas. Aunque ya no podía espiarlos con los teléfonos, Jou sabía que era un lugar que a Mimí le gustaba visitar, por eso acudió allí para continuar espiándolos. –En realidad tuvo una reacción un poco rara. –dijo Mimí. –Como si pensara que le voy a dejar otra vez. –No es sencillo ser feliz sin más. –dijo Yamato. –Lo entiendo. –Cuesta oír lo que dicen. –se dijo Jou. Disimuladamente fue acercándose hacia ellos agachado como si estuviera recogiendo cosas del césped y echándolas a la cesta que llevaba. –Pero, ¿sabes? Creo que tardaré en recuperarme. Creo que la persona que te interesaba era Jou. –dijo Yamato. El mismo Jou, al escuchar eso se sorprendió. Jamás había pensado que lo considerarían un rival a tener en cuenta. –¿Sorprendido? –preguntó Mimí a Yamato. –Sí. –se dijo Jou, tapándose la boca para que no lo oyeran.***
En su cita semanal, Hikari volvía a dibujar a Taichi posando desnudo para evitar que el padre de la joven, que rondaba por la casa, sospechara. Taichi posaba como los modelos clásicos de la Antigua Grecia mientras sostenía con el brazo en alto el panda que ganó para ella mientras lo miraba orgulloso.***
–Taichi es el típico que en primaria saltaría el plinto delante de todos como ejemplo de la clase. –dijo Mimí. –Todas las niñas se enamorarían de él y dirían lo molón que es. Sin embargo, Jou es del tipo que ni siquiera podría hacer una voltereta. De aquellos que después de clase practicaría todo el tiempo. –Y de repente ese chico te resulta interesante. –intuyó Yamato, mientras Jou seguía escuchando la conversación mientras disimulaba estar purgando el césped. –Creo que es química. Cuando compites por un chico, al principio te sientes bien porque piensas que vas a ser la elegida. Pero tienes que esforzarte mucho y al final empiezas a cansarte. –explicó Mimí. –¿Jou no te cansa? –Le animaría a seguir. –dijo Mimí. –Le diría “tú puedes, un poco más”. –Desde arriba se ve más claro, ¿no? –No. Hay muchas cosas que no se me dan bien, así que lo miro desde otras perspectivas. –dijo Mimí. –Animándoos mutuamente, sosteniéndose el uno al otro por el camino ¿no? –No es el palpitar que tengo con Taichi. No siento que haya conexión. Pero siento una pequeña punzada en mi corazón. Es tan mono. –dijo Mimí.***
–¿Sabes? Voy a casarme con Mimí como estaba previsto al principio. –le contó Taichi a Hikari mientras se vestía después de haber estado posando para ella. –Han pasado muchas cosas, pero tengo a la vista un final feliz. Pero aunque no hace mucho que nos conocemos, el pensar que estás en una situación desafortunada, hay una parte de mí que no puede ser completamente feliz. En realidad, cuando me enteré de que tu cumpleaños es la semana que viene, sentí que la cuenta atrás había empezado. Ni siquiera puedo pensar en los detalles que regalaremos en la boda. Tengo bonitos recuerdos contigo. Mira. Como este panda roto. –dijo Taichi cogiendo el panda. Al verlo, Hikari sonrió un poco. –No puedo ser feliz conociendo la infelicidad de otros. Incluso aunque esté comiendo algo delicioso, si hay alguien cerca de mí que se está muriendo, no querría comer. Se lo dije a Yamato. Le pregunté por qué no se queda contigo al menos hasta tu cumpleaños. Le dije que era el único que podía hacerlo si le gustas. Pero, a veces es tan frío. Entonces, Hikari se llevó un dedo a la boca indicándole a Taichi que se callara. Por la esquina apareció su padre. –¿Quién es ese Yamato? –preguntó el padre de Hikari. Por lo visto había estado escuchando más de la cuenta. –¿Esa es la razón por la que no quieres pintar? ¡Es eso!¡¿Verdad?! –Me haces daño, papá. –dijo Hikari cuando su padre la agarró de los brazos. –¡Pare! –intentó detenerlo Taichi. –¿A quién le importan los cuadros? –¡¿Estás ridiculizando el arte?! –preguntó indignado. –Aunque el arte no exista, la gente no morirá. –dijo Taichi enfrentando al padre de Hikari. –Pero si no hay amor, sí. –¿Qué sabrá un modelo de segunda? –No soy modelo. –¿Entonces qué eres? –¡Soy un supermodelo!***
Yamato volvió a parar con su coche a las puertas de la tienda de animales para mirar al cachorrito, aunque esta vez no se bajó. Le recordaba mucho a Hikari, a pesar de que el perrito era mucho más expresivo que la joven. No podía hacerse cargo de ninguna de las dos mascotas, como él las consideraba. Así que, volvió a ponerse en marcha, dejando atrás el perrito.***
–¿Qué me pasa? –se preguntó Sora ensimismada mientras comía con Koushiro. Se había embobado en las copas. –¿Perdón? –dijo Koushiro. –Eres un médico guapetón. –dijo Sora. –Sólo me viste un instante con un conocido pero estabas seguro de que sería fácil convencerme para quedar aquí. –Lo cierto es que no creí que vinieras. –admitió Koushiro. –En realidad, la mujer vino tímidamente. Ambos se pondrían la máscara de la dulzura ante el otro. Tan amables que dan náuseas. Una vez que tienes relaciones te quitas la máscara. Cuando te aburres, le dices que vuestras prioridades son diferentes. Y fin. Si tienes un hijo, te casas y te dices a ti mismo que tienes que aguantar, pero todavía quieres enamorarte de nuevo. A menos que las mujeres estén enamoradas todo el tiempo, no estarán guapas. Por un lado, deben ser felices. Pero por el otro, están constantemente perdiendo algo. Lo siento. –dijo Sora cuando empezaron a escapársele las lágrimas y por haberle soltado aquel discurso a un recién conocido.***
–Su hija ha estado asistiendo a la consulta del doctor Ichijouji, así que sabe que está sufriendo. Se ha cortado las venas muchas veces y todavía la fuerza a pintar aún cuando ella le dice que no quiere. ¿A qué viene tanto pintar, pintar y más pintar? –continuaba diciéndole Taichi al padre de Hikari. –Un artista tiene que sacrificar muchas cosas. –dijo él. –¿Intenta matar a su hija? Si se suicida como Van Gogh, su obra valdrá mucho más, ¿es esa su estrategia? –le recriminó Taichi sin haber soltado el panda en todo el tiempo. –Sólo nosotros dos entendemos la situación familiar. ¿No es cierto, Hikari? –preguntó su padre mientras intentó acercarse de nuevo a ella, pero Taichi lo frenó. –¡No vale la pena como padre! –le recriminó el castaño. –Un padre que quiere matar a su propia hija es peor que cualquier extraño. Hikari, deberías irte de esta casa. Deberías abandonar un sitio como este y… –No tengo ningún sitio al que ir. –lo interrumpió Hikari. –Pero… –¿Ahora lo entiendes? Quien debería irse eres tú. –dijo el padre de Hikari mostrándole su teléfono. –O te denuncio por allanamiento de morada. –A la policía no. Voy a casarme pronto. –dijo Taichi apurado. Entonces, Yamato apareció en el atelier. –Yamato. –Me estabais esperando, ¿no? –dijo Yamato con las manos en los bolsillos de los pantalones. –Dijiste que no vendrías. –dijo Taichi. –Soy caprichoso. –Como el tango del gato negro. –dijo Taichi aliviado de tener refuerzos. –¿Eres el que está tentando a mi hija? –preguntó el padre de Hikari. –Os denunciaré a los dos a la policía. –¡Por favor, no llame a la policía! –le pidió Taichi apurado. –Hikari. Sí tienes un lugar al que ir. Ven. –le dijo Yamato tendiéndole la mano. –Ja, mi hija no es tan estúpida. –dijo el padre de la joven con una sonrisa prepotente. Pero la sonrisa se le borró en seguida al ver cómo su hija se dirigió hacia el rubio y este le pasaba su brazo por los hombros, indicándole que con él estaría a salvo. –Pero, Hikari. ¿De verdad te vas? –ella miró a Yamato, después volvió a mirar a su padre y asintió. –En ese caso… El hombre cogió unos lápices afilados que había un bote. Al verlo, Taichi intentó detenerlo. –¡No se precipite! –le pidió Taichi. Pero Taichi lo malentendió todo, al verlo coger también una libreta. –Llévate la libreta de bocetos. –dijo el hombre extendiéndole la libreta y los lápices. –¿Qué? –se preguntó Taichi, que se pensaba que iba a atacar a Yamato con los lápices. Hikari los aceptó. –¿Nos vamos? –Yamato y Hikari se marcharon de allí. El padre de Hikari se sentó derrotado en un sofá que había en el taller. –¿Hikari está enamorada de él? –le preguntó el padre a Taichi. –Eso creo. –Entiendo. –¿No cree que es el momento de dejarla ir? –le preguntó Taichi. –Entiendo que no pueda perdonar a su madre por desaparecer, pero… –¿Qué estás diciendo? Mi mujer murió cuando dio a luz a Hikari. –dijo el hombre levantándose de nuevo. –Era enfermiza y no pudo recuperarse tras el parto. –¿No le abandonó por otro hombre? –preguntó Taichi. Ken les había dicho otra cosa. –No seas idiota. Estábamos profundamente enamorados. –dijo el hombre, parándose frente al cuadro azul de angelitos. –Hikari se parece a su madre, así que usted tiene una mezcla de amor y odio, ¿verdad? –intuyó Taichi. –No le tengo ningún odio a mi hija. Es el único tesoro que me dejó mi mujer. –dijo el hombre rompiendo en llanto sin dejar de mirar la obra de su hija. –En ese caso, ¿por qué la obliga a pintar de esa manera? –Es una niña peculiar. Como dijiste, ha intentado suicidarse muchas veces. Sin embargo, desde que era pequeña estuvo completamente absorta por la pintura. Era como si olvidara que existía nada más. Por eso sólo me siento tranquilo cuando pinta. –¿Así que es eso? –dijo Taichi viendo como el hombre lloraba. –Si es así, yo también le insistiré para que pinte. –También tengo miedo. ¡Soy el que más asustado está de todos! Sólo de imaginar que mi hija podría desaparecer… No me importa si es amor verdadero o no. Si mi hija quiere vivir… –Por favor, déjelo en nuestras manos. –dijo Taichi, al ver que el hombre no podía ni continuar. –Nosotros nunca la dejaremos morir. –¿De verdad? –lo miró esperanzado. –Lo prometo. La protegeremos con el amor del “Love Shuffle”. –dijo Taichi, aunque el hombre no tenía ni idea de que era eso del “Love Shuffle”.***
Cuando Yamato y Hikari se marcharon de la casa de la joven, subieron al coche de él, pero antes de dirigirse al apartamento, pararon en el puente desde el cual la joven se lanzó una vez, teniendo que saltar Yamato detrás para sacarla. Allí se pusieron a mirar el anaranjado atardecer. Yamato se quitó su abrigo y lo puso sobre los hombros de Hikari. –¿Lo ves? No sé si podría cuidar de una mascota. –dijo él. –Yamato. –Vaya, es la primera vez que me llamas por mi nombre. –dijo él. –Pero soy mayor que tú, así que llámame Yamato-san. No puedes tomarte tantas confianzas. –Yamato-san. –No seas idiota. Sólo bromeaba. –dijo Yamato riendo. –Me gustas. –confesó ella. –No me afectan ese tipo de palabras. –Te quiero. –insistió ella. –Eso tampoco va conmigo. –dijo él visiblemente más incómodo, ya que querer era un grado superior a gustar. Entonces, se escuchó cómo el estómago de Hikari le reclamaba comida. –Tengo hambre. –dijo ella, aunque para él era más que obvio. Jamás había escuchado un estómago tan ruidoso. –Vamos a remediarlo. –dijo Yamato sin ocultar su sonrisa por el sonoro estómago. Ella le mostró una sonrisa amplia que jamás había mostrado. Él la cogió del moflete. –No sonrías así. Me palpita el corazón.***
Taichi llegó a su apartamento colgado del teléfono hablando con Jou. –Lo siento, no te lo dije antes. Ahora todo va bien. –dijo mientras abría el frigorífico para coger una lata de cerveza. –Nos casamos como estaba planeado. –Pero ¿qué pasa con la persona que le interesaba? –preguntó Jou. –Por lo visto era mentira. –dijo sentándose en el sofá y abriendo la lata. –Ya conoces las típicas reacciones de Mimí. –¿Era eso? –preguntó Jou. Lo que le decía Taichi lo estaba descolocando todavía más. Con lo que le escuchó decir a Mimí en su cita con Yamato no podía más que estar confundido. –Gracias por todo. Oye, ¿dónde estás? –le preguntó Taichi al no recibir respuesta del moreno. –Estoy practicando la voltereta.***
Hikari salió de casa de Yamato hacia el vestíbulo con un chándal del chico que le estaba varias tallas más grande. Se había ido de casa con lo puesto, así que tendría que ir un día a por sus cosas. En las manos llevaba una bandeja con comida que iba picoteando hasta llegar a la mesa baja, que se había convertido en parte del mobiliario del vestíbulo. Una vez que se arrodilló, Ken llegó por detrás y puso su cabeza junto a la de Hikari para hablarle. –Tal y como estaba planeado. Hiciste bien en venir hasta aquí. Las limitaciones de un padre no tienen nada que hacer con Tánatos. De todos modos vas a morir. ¿No es cierto, Hikari? –Hikari lo miró y asintió con la cabeza. Ken sonrió.***
Sora estaba agachada junto a la piscina, jugueteando con el agua con una mano. Seguía vestida con la ropa que había llevado al encuentro con Koushiro, pero el recogido estaba deshecho. –Estás aquí. Tal y como pensaba. –dijo Taichi entrando al recinto de la piscina y sentándose en una tumbona. –Hikari se ha venido a vivir con Yamato. En realidad es buen tío. –Qué idiotas. –dijo Sora. –¿Qué? –Es como el pollo asado. Pegándose a lo que se tiene más cerca. –dijo Sora. –No digas algo así. –¿Te acuerdas de la película de “El graduado”? –¿La de Dustin Hoffman?¿Donde se lleva a la novia del altar? –preguntó Taichi. –Aunque en ese momento fuera emocionante, ¿no crees que después cortaron? –¿A qué viene eso? Eres muy pesimista. –¡Por supuesto que sí! –le gritó Sora incorporándose. –¡No hay sueños ni esperanzas en el amor! Sólo es al principio. –¿Qué te pasa? –preguntó Taichi levantándose para ponerse frente a ella. –Últimamente estás muy rara. –¡Sois vosotros los raros! Separándoos y juntándoos de nuevo como un imán barato. Qué idiotas. ¡Mira un poco en tu interior!¡Os odio!¡Os odio a todos!¡Odio el “Love Shuffle”! Y tú eres a quien más odio en este mundo. –tras decir eso, lo cogió de los hombros y lo besó en los labios. –Lo siento. –¿Lo sientes? –preguntó él todavía sorprendido. –Hay luna llena. –dijo Sora mirando hacia las amplias ventanas del recinto. –Eso es lo que pasa. No es de extrañar que esté rara. Ya lo entiendo, hay luna llena. Ni si quiera me di cuenta. –decía Sora marchándose mientras reía, dejando a un confuso Taichi allí plantado. ¿Acaso creía en supersticiones raras? –¿Luna llena? –se preguntó Taichi. ¿Qué tenía que ver la luna llena en todo aquello? Entonces, aulló como un lobo. –¡Aaauuu! Continuará…