Luz Rosa.
22 de octubre de 2025, 7:05
Aquí Itachi le lleva a Sasuke nueve años de diferencia.
Sasuke de niño tiene 8 años de grande 15 años.
Itachi 17 años de grande 24 años.
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Recuerdo mi niñez como si hubiera sido ayer. Cierro mis ojos y me veo jugando en el patio con mi balón. Ver llegar a mi hermano, como cada tarde de la universidad, me hacía feliz. Mis padres estaban muy orgullosos de él; era un estudiante prometedor que tenía mucho que dar. No me sorprendería si hubieran pensado que yo lo celaba, pero la verdad es que él era mi ejemplo a seguir.
En la escuela, era el más popular. Las niñas al mirarme querían llamar mi atención, pero yo no tenía mente para eso. Solo quería ser el mejor estudiante para demostrarle a mis padres que también podía ser tan bueno como Itachi. Recuerdo esa tarde, se acercaba el verano y mis amigos y yo estábamos emocionados. Teníamos tantos planes, como ir al lago o ver unas películas de terror, pero ir de campamento con mi familia era lo que más me emocionaba. Desde niño, Itachi practicaba artes marciales y me enseñaba una cosa u otra, así que me prometió que en el campamento me enseñaría cosas nuevas.
Estaba en clase cuando sonó el timbre. Guardé mis cuadernos tan rápido en el bolso porque esa tarde quería llegar a mi casa a toda prisa. Mi madre me había prometido que haría hamburguesas; le gustaba consentirnos los jueves y yo podía pedir lo que quisiera para la cena. Me despedí de mis amigos y me encaminé hacia mi casa. De pronto, pasaron unas ambulancias con sus sirenas encendidas, iban hacia la misma dirección que yo. Me detuve por un momento y detrás de ellas iban dos patrullas de policías. Mis piernas empezaron a tomar el ritmo para correr. Comencé a sentir una presión en el pecho y solo le pedía a Dios que no hubiera pasado nada malo con mi familia. Doblé la esquina y corrí tan rápido que sentía que me faltaba el aire. Un escalofrío recorría mi espalda mientras más me acercaba.
Cuando llegué a mi calle, vi las ambulancias y las patrullas de policía frente a mi casa. Mis pasos se detuvieron poco a poco. Mi mente trataba de analizar lo que estaba pasando y mi corazón latía con fuerza. Los vecinos estaban alrededor observando todo. Unos se me quedaron viendo mientras pasaba, y a otros los escuché murmurar que a quienes encontraron muertos fueron a mis padres. Me negué a creerlo y me acerqué. Vi las cintas amarillas rodeando el frente de mi casa, y por la puerta salían unos paramédicos con dos camillas, lo que me negaba a creer mi corazón me lo confirmó. Ambas tenían a mis padres cubiertos con una manta blanca. Sentí que mi mente se nubló, que mi pecho se presionó aún más, sentía que no podía respirar y que mi voz no podía salir de mi garganta. Mis piernas volvieron a impulsarme. Subí la cinta amarilla para entrar y fue ahí cuando mi voz pudo salir. Llamaba a mis padres y gritaba mientras corría hacia ellos, pero los policías me detuvieron. Aunque era un niño, sacaba fuerza de donde no tenía y los policías luchaban contra mí.
Mis lágrimas corrían por mis mejillas. Solo quería que me dejaran ver a mis padres. De pronto, sentí que alguien me tomó por detrás, me cargó y puso mi rostro en su hombro. Reconocí su olor y no forcejeé más; lo abracé y le pregunté a mi hermano por mis padres. Él trató de calmarme porque sabía que yo estaba asustado. Me subió al carro y me puso el cinturón de seguridad. Me pidió que esperara allí y que confiara en él. En ese momento, sentí miedo de quedarme solo. No quería que se alejara de mí, pero él me prometió que jamás me abandonaría. Vi cómo hablaba con los policías y yo seguía sin entender.
Las ambulancias se fueron y poco a poco se alejaban de mi vista. Mi hermano volvió al auto, lo encendió y se puso en marcha. Pensé que llegaríamos al hospital, pero a donde llegamos era un lugar donde no había estado antes. Nos hicieron esperar y, mientras estábamos sentados, vi a mi hermano con sus manos en la cabeza. Nunca había visto a Itachi así. Quería hablar con él, quería preguntar por mis padres, pero verlo así me decía que lo que él sentía era mucho peor.
Un policía llegó y se nos acercó. Empezó a hablar con mi hermano, pero no lograba entender nada, era como si mis oídos se hubieran puesto sordos. Quizás toda esta situación hacía que mi razonamiento se perdiera. Mi hermano me tomó de la mano y llegamos a una puerta que en la parte de arriba decía morgue. Itachi me pidió que lo esperara, pero lo tomé de su camisa porque no quería sentirme solo. De nuevo, mi hermano me prometió que no me abandonaría.
El día del entierro, Itachi ya me había explicado que dos hombres armados habían entrado a la casa para robar. Mi padre era un hombre con mucho carácter, de seguro fue su error al oponerse a ellos, y les dispararon. Ese mismo día los encontraron y fueron arrestados; ahora pagan en la cárcel y espero que se pudran allí, aunque eso no devolverá sus vidas. Nos mudamos a casa de mis tíos, pero estos eran despreciables. Por ser menores de edad, tuvieron la obligación de aceptarnos en su casa. Itachi no estaba feliz de estar ahí, y yo tampoco. Quería estar en mi casa, en mi cuarto, con mis cosas.
Mi tío siempre llegaba borracho y agresivo, lo que hizo que mi hermano, por miedo a que me golpeara, dejara la universidad. Después de unos días, se vio obligado a conseguir dinero porque para mi tía empezamos a ser una molestia y nos negaba la comida. Yo iba a la escuela obligado, de verdad no quería asistir, pero mi hermano podía trabajar tranquilo sabiendo que no estaba en esa casa. Siempre que le preguntaba por su trabajo, él se negaba a hablar, y eso me tenía preocupado. Casi siempre llegaba a la casa muy golpeado y con moretones, se acostaba adolorido y eso me hacía pensar que no era cualquier trabajo.
Una tarde, llegué de la escuela y encontré a mi tío golpeando a mi tía. Nunca había presenciado eso; mis padres se amaban y siempre los veía reír. Me escabullí asustado al cuarto, si es que se le podía llamar cuarto. Cuando fui a cerrar la puerta, mi tío entró con furia, haciendo que me cayera para atrás. Me asusté tanto que pensé que me iba a matar. Me tomó por el cuello y fue a darme un golpe en la cara. Recuerdo que olía a licor. Cuando vi su puño acercarse a mi cara, Itachi lo detuvo agarrándole el brazo. Mi tío me soltó y se le fue encima. Mi hermano lo empujó haciendo que cayera al piso, se le montó encima, lo tomó por la camisa y comenzó a darle golpes en la cara, partiéndole la nariz.
De pronto, mi tía entró histérica con una botella en la mano y se la partió a Itachi en la cabeza. Fue la segunda vez que me sentí impotente. Odié ser un niño, odié no haber hecho nada por mis padres y me odiaba porque no podía hacer nada por Itachi. Me sentí débil de nuevo. Mis piernas volvieron a impulsarme y me le fui encima a mi tía, le mordí la pierna y ella me quitó con un manotazo en la cara. Mi hermano la empujó, me tomó por el brazo y salimos de esa casa corriendo. Nunca más volvimos.
Por suerte, teníamos el carro, porque en él pasamos la noche. Recuerdo que le pedí a Itachi que fuéramos al hospital para que le vieran la herida de la cabeza, pero él se negó. Por alguna razón, noté que evitaba esos sitios y a la ley, y no entendía por qué.
Quedamos solo nosotros dos, sin padres, dejamos los estudios y no teníamos casa. Después de la muerte de mis padres, Itachi había recibido una carta del banco donde explicaba que ellos tenían una gran deuda y el banco tomó la casa como embargo. El rostro de mi hermano estaba pálido, sus ojeras se notaban más, se veía cansado y preocupado, lo que me hacía evitar hablar mucho con él para no decir algo que lo angustiara más.
Él tenía sus manos y su frente en el volante cuando de pronto desvió su mirada hacia mí y me sonrió. Fue una sonrisa muy cálida, jamás la olvidaría. Encendió el auto y llegamos a un barrio de mal aspecto. Nunca pensé que Itachi conociera un lugar así. Llegamos a una casa que no tenía buena pinta, él bajó del auto y desde mi asiento vi cómo tocó la puerta sobresaltado. Un hombre alto con el cabello largo salió. Alcancé a escuchar a mi hermano llamarlo Madara, pero solo eso. Mi hermano hablaba muy rápido y el tipo no quería escucharlo. Vi cómo mi hermano me señaló, lo que hizo que ese hombre me volteara a ver. Él negó con la cabeza y mi hermano lo tomó por la camisa furioso, algo le reclamaba. Mordí mi labio inferior para aguantar mis ganas de llorar y bajé la mirada. De nuevo, odié ser un niño.
Subí la mirada y vi cómo ese hombre lo estaba calmando poniendo sus manos en los hombros de Itachi. Él regresó al auto y cerró la puerta con fuerza. Me dijo que todo iba a estar bien y yo asentí con la cabeza. Fuimos a un automercado y compramos algo de comida. Me compró mis dulces favoritos para subirme el ánimo y así fue; aunque fue muy poco, ese momento la pasamos bien. Llenó el tanque de gasolina y noté, cuando guardó su cartera, que no le quedaba mucho dinero.
Estando en el auto, mientras manejaba, me contó que nos íbamos a quedar en su trabajo, que el hombre con quién habló le dio permiso. Llegamos y nos estacionamos frente a un bar que estaba en mal estado. Nos bajamos del auto y entramos por la parte de atrás, pero antes de eso Itachi me dijo que pasara lo que pasara, no tuviera miedo. Dentro de ese lugar había un cuadrilátero de mal aspecto que lo cubría una reja. Mi hermano saludó a un tipo que lo estaba esperando. Parecía un hombre tranquilo y sabio. Habló con mi hermano y volteó a verme. Itachi me tomó de la mano y me llevó a un cuarto donde me explicó que ese hombre se llamaba Jiraiya, que solo en él podía confiar y pedirle ayuda, que lo único que lo tenía allí eran las apuestas. Me dio un toque en la frente y sonrió de nuevo.
Llegó la noche y fue en ese momento donde supe cómo Itachi ganaba dinero. Era una porquería de lugar, pero después de siete años ya me había acostumbrado. Las peleas cada vez se hacían más interesantes con los nuevos peleadores que llegaban y las apuestas aumentaban más. Aunque estas peleas eran ilegales, mi hermano y yo siempre encontrábamos la manera de librarnos de la policía cuando allanaban el lugar, policías que no estaban con Madara. El viejo Jiraiya era todo un personaje, para Itachi y para mí se convirtió en un padre, pero el puto viejo perdía el razonamiento cuando se trataba de apuestas y de mujeres. Nos apoyábamos entre los tres. Mi hermano era uno de los mejores peleadores y hacía que Jiraiya y él ganaran mucho dinero. Estaba en el ojo de uno de esos tipos que sacaban los talentos de esos agujeros para llevarlos a las mayores. Yo tenía tiempo entrenando, pero no participaba en ninguna pelea. Itachi me lo prohibía, lo que me parecía estúpido viniendo de su parte. Por suerte, el viejo estaba ahí para controlarnos porque Itachi y yo comenzábamos a pelearnos. Empecé a salir con una mujer llamada Karin. Mi hermano me pidió muchas veces que me alejara de ella porque solo me traería problemas, pero nunca le hice caso. De hecho, nuestras peleas eran porque empecé a ignorarlo y a vivir mi vida a mi manera. Fue el más grande y maldito error.
Me enteré de que Karin se revolcaba con Madara, el dueño de ese lugar. Ella era una de sus mujeres y una de sus favoritas. Me pregunté si mi hermano y el viejo lo sabían y, de ser así, por qué no me dijeron nada. No puedo negar que me sentí traicionado por ella. Por un momento pensé que lo nuestro era serio, pero no solo me engañó, estaba asustado de que Madara se enterara. Estaba haciendo unas compras en el mercado que Itachi me había pedido. Salí de ahí y subí al auto. Tenía identificación falsa para poder manejar.
En mi cabeza no dejaba de pensar lo de Karin y durante el camino me sentía angustiado. Sentí un escalofrío pasar por mi espalda y la sensación que tenía me transportaba al pasado. Había llegado al bar y cuando me estacioné escuché dos disparos. Me sobresalté, sabía que esos disparos venían de adentro. Cuando fui a bajar del auto, vi salir dos hombres de Madara corriendo. Me agaché un poco y no me vieron. De nuevo sentí una presión en mi pecho, supuse que estaba pálido porque me sentía frío. Bajé nervioso y me encaminé hacia la puerta de atrás. No sé cuánto tiempo me tomó en llegar, pero el camino se me hizo largo. Cuando entré, encontré al viejo Jiraiya con mi hermano en sus brazos, haciéndole presión en su pecho. El viejo me hablaba, pero no alcanzaba a entender sus palabras. Vi una nota en el piso que, sin recogerla, alcancé a leer lo que decía: "Para que no te metas con las zorras de otros". Me acerqué a ellos y mi hermano tenía la boca ensangrentada, sus ojos fijos, sin brillo y sin transparencia. Su sangre brotaba de su pecho, corriendo hasta el suelo, su piel estaba pálida. Me incliné y tomé a mi hermano. Jamás había llorado como lo hice por él. Ni con la muerte de mis padres solté el llanto tan desgarrador que resonaba en todo el maldito lugar. Maldije a Madara, maldije a Karin y me maldije a mí mismo.
Mi hermano acababa de pagar con su vida por meterme con una mujer de la que tanto me pidió que me alejara. Sentí hasta lo más profundo de mi ser que su muerte fue la muerte más desgraciada e injusta. No la merecía, él debió tener una vida feliz, una familia, ser ese estudiante prometedor que era. No merecías morir así, hermano. Me perdí tanto en mis desgarradores gritos que no escuché a la policía llegar, los amigos de Madara que los unía el lazo de la corrupción. El viejo me separó de mi hermano y me ayudó a salir de ahí, él sabía lo que me harían. Para ganar tiempo, él se entregó. Corrí como un cobarde, dejando atrás a Jiraiya mientras lo arrestaban y el cuerpo de mi hermano tirado en el piso.
Cuando salí a la calle, me escondí en una esquina y vi cómo sacaban al viejo arrestado. Él pudo verme y con su mirada me decía que huyera. Lo metieron en la patrulla y luego vi cómo sacaron a mi hermano sin vida. Lo trataron como si no valiera nada. Sin cómo reclamar su cuerpo, sin cómo pedir ayuda, sabía que me estaban esperando para entregarme a Madara. Fue la última vez que vi a mi hermano. No pude despedirme de él y no iba a poder enterrarlo. Jamás en mi vida me perdonaré por su muerte. Vi cerca un callejón y me encaminé hasta allá. Tenía la vista nublada y el pecho presionado. Me lancé al piso y lloré como un niño. Por primera vez, no me odié por ser un niño como cuando mis padres murieron, no me odié por ser débil como cuando no pude defender a Itachi de mis tíos. Me odié por no haberlo escuchado, por nunca haberle agradecido por todo lo que hizo por mí, me odiaba por su muerte.
Me quedé acostado en el piso, la noche llegó y ahí la pasé. El olor de la basura, lo sucio que estaba el piso y la sangre secándose en mi ropa pasaban desapercibidos. El frío de la noche no me afectaba. La imagen de Itachi, con los ojos abiertos y la sangre brotando de su pecho, se repetía una y otra vez en mi mente. Sin darme cuenta, después de tanto llorar me quedé dormido. Cuando desperté, ya era de día. Me levanté lentamente y mis piernas tambaleaban, caminé agarrado de la pared, me sentía débil, me sentía mareado. Estaba seguro de que mi vida se iría a la mierda, ya no tenía sentido vivir. Estaba solo, perdí a las dos últimas personas que me quedaban, porque el viejo también era importante para mí.
Pensaría en acabar con Madara, pero sentía tanta culpa que estaba dispuesto a acabar conmigo, con mi vida. Cuando estuve a punto de salir del callejón, vi cómo la luz del sol reflejó el color de unas hebras de cabello que iluminaron mi oscura y gris vida en un tono rosa, una luz rosa que me hizo sentir feliz cuando la vi a ella pasar frente a mí.