ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
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3

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. Capítulo 3 Edward . —¿Hermano, sigues en la biblioteca? —preguntó Jake desde atrás, haciéndome pegar un susto del demonio. —¡Mierda, baja la voz! —le solté, intentando mantener la mía al mínimo. La bibliotecaria era como la Gestapo: te echaba por estornudar muy fuerte, y no quería que Isabella supiera que yo estaba en los alrededores. Me asomé por encima de su hombro en dirección a donde ella estaba sentada, comiendo tranquilamente su almuerzo, para asegurarme de que no nos hubiera oído. Jake siguió mi mirada y soltó una risotada. —¿Todavía suspiras por esa chica? —Se detuvo un segundo—. Hey, está bastante buena. —No jodas, ¿y ahora te callas? ¿Quieres que nos echen o qué? Él sonrió con sorna. —Bueno, ¿y qué estás esperando? Anda y háblale. —Estoy esperando el momento… —murmuré, encogiéndome de hombros, deseando que se largara de una vez. —¿Esperando qué? —preguntó, apoyándose contra el borde del escritorio con los brazos cruzados—. ¿Que se atragante con su sándwich? —¿Te puedes quitar de en medio, por favor? —le gruñí, agarrándolo del blazer y empujándolo a un lado. —Cristo, pareces una nena —se burló, aunque igual se movió al lado contrario. Lo ignoré, con los ojos clavados en Isabella hasta que finalmente se levantó y desapareció en el cuarto de almacenamiento. Entonces, antes de poder arrepentirme, me levanté del cubículo y me dirigí al frente de la biblioteca, con Jake pegado a mí. Me detuve a unos metros de la puerta del almacén, entre dos estanterías, y esperé. Jake suspiró y me dio un codazo. —Esta es tu oportunidad. Métete ahí con ella y cierra la puerta. —Sí, claro, como si eso me fuera a servir de algo —solté con sarcasmo, dándole un codazo—. ¿Te puedes ir de una maldita vez? —Ni loco. Quiero verlo con mis propios ojos. Resoplando, me subí la manga del blazer para mirar la hora. Durante los siguientes minutos alterné entre mirar el reloj y vigilar la puerta del almacén. Las bisagras estaban oxidadas, y cada vez que se movía, soltaba un chillido agudo. —¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó Jake, ya impaciente, alzando otra vez la voz. —¡Por el amor de Dios, cállate! —le espeté en un susurro furioso, a punto de perder los estribos. Si me echaban por su culpa, lo mataba. Jake puso los ojos en blanco, y en el siguiente segundo, me agarró por los hombros e intentó empujarme hacia adelante. —Deja de ser tan marica. —¡Jake, qué carajo! ¡Suéltame ya! —Me sacudí, entrando en pánico y sin poder mantener la voz baja. —Ni hablar. Si no hago algo, tú nunca lo vas a hacer. ¡Los dos lo sabemos! Me giré hacia él, intenté -y fallé- zafarme, cuando el chirrido de la puerta abriéndose detrás de mí llamó de inmediato mi atención. El carrito de libros ya estaba a medio salir por la entrada, y ella estaba justo detrás. —No estoy bromeando, Jake. ¡Lárgate ya! —le advertí, desesperado. Y él lo sabía. Solo resopló… y siguió empujándome, mientras yo forcejeaba. Justo cuando Isabella salió de detrás de la puerta, a menos de dos metros, el imbécil me empujó directo hacia ella. Me lanzó de lleno contra el carrito, lo tiré al suelo y la arrastré conmigo mientras sus lentes salían volando. —¡JACOB BLACK, PRESÉNTESE EN LA OFICINA DEL DIRECTOR DE INMEDIATO! —retumbó la voz furiosa de la bibliotecaria desde algún punto detrás de mí, justo cuando logré sujetar a Isabella. Actué por puro instinto, pero no fue suficiente para que ninguno de los dos se mantuviera en pie. Caí torpemente sobre el hombro, con ella encima de mí; mis manos agarrándola de los brazos, mientras las de ella se aferraban a mi blazer. Por un instante, solo me miró, sin pestañear, la boca entreabierta, y luego se apartó de golpe de mis brazos. —Y-yo… mierda… lo siento mucho. ¡Déjame ayudarte! —solté, tartamudeando, con las orejas ardiéndome, mientras me incorporaba de rodillas torpemente para ayudarla a recoger los libros que ahora estaban desparramados por todo el piso. Tenía la cara encendida, pero no podía decir si era por enojo o por vergüenza. Apostaría por ambos, y no levantó la vista para mirarme en ningún momento. Durante el siguiente minuto la ayudé a apilar los libros en silencio absoluto. Fue incómodo como el demonio, y cuando terminamos, ella me echó un vistazo, aunque no llegó a mirarme a los ojos. —¿Estás… bien? —pregunté al cabo de un momento, al verla tan incómoda frente a mí. —¿Sabes… dónde quedaron mis lentes? —preguntó en voz baja. —Ah, mierda… claro. Espera, déjame buscarlos —miré rápidamente alrededor y los vi casi al instante, asomándose debajo del mostrador principal de la biblioteca. Me agaché, los recogí y se los entregué en cuanto extendió la mano. —Perdón de verdad —me disculpé de nuevo mientras se colocaba los lentes sobre la nariz. Era la vez que más cerca había estado de ella, y no me había dado cuenta de lo bajita que era. O de lo bien que olía. Levantó la cabeza y me miró directamente esta vez, cuando algo -presumiblemente yo- le hizo sobresaltarse. Se notó de inmediato. Dio un respingo al verme frente a ella, y no fue una reacción positiva. Nunca me había pasado algo así, y no era precisamente un novato en cómo reaccionaban las chicas conmigo. Normalmente se me lanzaban encima, no se encogían como si yo fuera a morderlas… y, de pronto, no supe cuál de las dos reacciones era peor. Sí, odiaba que me tocaran, pero esto… —Está bien —murmuró, evitando el contacto visual de inmediato y fijando la vista en mi pecho. En mi placa de capitán escolar, me di cuenta enseguida. —Soy Edward, por cierto —decidí presentarme, extendiendo la mano a pesar de que evidentemente acababa de leer mi nombre y sabía perfectamente quién era. Sus ojos volvieron fugazmente a los míos y casi sonrió. —Bella —respondió, con un leve cambio de tono en su voz mientras ponía su mano en la mía por un segundo. ¿Bella? ¡Mierda! Llevaba tres años diciéndolo mal. —No creo que nos hayamos conocido antes —dije. Fue lo único que se me ocurrió. —No lo creo —respondió, suavizando un poco la voz, aunque con un tono cínico, como si me estuviera despachando. Pero yo no me desanimé. Después de tres años, me negaba a cagarla. —¿En qué grado estás? —pregunté, fingiendo ignorancia. —En décimo —respondió con desinterés, colocando ambas manos sobre el mango del carrito y empezando a empujarlo. Mierda, se estaba yendo. —¿N-necesitas ayuda? —solté, sonando mucho más desesperado de lo que pretendía. Se detuvo y se volvió para mirarme. —¿Quieres ayudar? —arqueó una ceja con escepticismo—. ¿No tienes práctica de críquet o algo así? Me estaba… condescendiendo. —Hoy no —respondí, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón y encogiéndome de hombros, fingiendo que no lo había notado. Su mirada se posó completamente en mí por un momento, sin duda evaluándome con atención para ver si le estaba mintiendo, antes de ceder. —Entonces, está bien. Durante los siguientes veinte minutos la ayudé a organizar los libros en orden alfabético y se los pasaba para que los colocara en los estantes. Algunas veces intervine para ponerlos en la parte de arriba, donde ella no alcanzaba, pero eso no alivió en lo más mínimo la tensión entre nosotros. No sabía si era tímida o si simplemente yo la incomodaba. No me dijo ni una sola palabra, y yo fui demasiado cobarde para decir algo más. Fue realmente jodido. Claramente no quería que estuviera cerca, y, con ironía, lo único en lo que podía pensar era en salir corriendo de ahí. Sonó el timbre que marcaba el fin del almuerzo, y suspiré por dentro con alivio. —Gracias por tu ayuda —dijo con ligereza, mientras seguía colocando libros sin mirarme. —No hay problema —murmuré, girando en seco y saliendo del cuarto. —¡Idiota de mierda! —me insulté en voz baja cuando ya estaba fuera de su alcance auditivo. *V* —¿Cómo te fue? —preguntó Jake, alcanzándome y pasándome un brazo por los hombros mientras me dirigía al bloque de ciencias. —Como el culo —respondí con una mirada fulminante. Total, no es que me hubiera ayudado. —¿En serio? Huh —parecía sorprendido, aunque no entiendo por qué. A pesar de lo que dijera el grupo de putas, yo no era ningún galán. —Recibí el castigo por gusto, entonces —añadió. —¡Bien merecido! —repliqué. No tenía humor para él. Me sentía derrotado y de pronto convencido de que había perdido el tiempo durante tres años. —¿Y qué carajos te quejas? —me apretó la nuca con la mano; me zafé de un tirón—. Seguro la chica solo se preguntaba por qué Edward Cullen, el jodido megabombón, la estaba molestando. A pesar de que el cabrón se estaba burlando de mí, me quedé pensándolo, y solté un gruñido apenas audible. No había tomado en cuenta que mi nueva reputación, cortesía de Lauren Mallory, no era precisamente un punto a favor. Especialmente para la chica de puros dieces que pasaba todos los descansos en la biblioteca. —A la mierda mi vida… estas malditas chicas me están volviendo loco —me quejé, cada vez más frustrado—. ¿Sabes por qué saqué cero la semana pasada? Porque Jessica Stanley me mostró las tetas. ¡Ahí mismo, en la reja! Jake se echó a reír. —¡Escuché eso! Pero pensé que era puro cuento. ¿Y qué tan grandes son? —¡Muy chicas! —gruñí. —Entonces tienes que convencer a la chica de la biblioteca de que no eres el mujeriego que Jessica Stanley y su grupo de perras dicen que eres —murmuró Jake, quince minutos después, en clase de Química. Solté una risa seca. —No me digas. —Mmm… esa está difícil. —Se quedó pensándolo unos segundos antes de rendirse—. No sé, hermano. ¿Por qué no simplemente la invitas a salir? Si es tan inteligente como dices, no va a prestarle atención a esa mierda. —Sí… puede ser —murmuré, soltando el aire con derrota. Pero no contaba con eso. —Si te rindes ahora, te bajo los pantalones en medio del partido la próxima semana —me amenazó medio en broma. Sonreí para mis adentros. Era bueno que él tuviera confianza en mí, porque yo no tenía ninguna. —Sí, claro, hermano. Dejé de ir a la biblioteca. Los exámenes finales del HSC empezaban en un par de meses y no necesitaba distracciones. Mi abuelo me había prometido comprarme un auto para mi cumpleaños número dieciocho, pero solo si sacaba un ATAR superior a ochenta. Estaba difícil, pero tenía que lograrlo. No le gustaba que ni Emmett ni yo usáramos a James, su chofer, y tomar el bus era una mierda. Casi siempre tenía que pedirle el favor a Jake, y su carro apestaba a sexo. Por supuesto, el grupo de putas se ofreció a llevarme y recogerme del colegio todos los días, y a todos lados también, pero prefería el transporte público. Especialmente cuando noté que Bella también tomaba el bus con más frecuencia. Después del incidente en la biblioteca, ella volvió a su postura habitual conmigo. Si llegaba a encontrarme con su mirada -lo cual no pasaba seguido- me lanzaba una sonrisa tensa, pero por lo demás se mantenía sumida en su mundo de libros y tareas. Incluso mientras esperaba en la parada. Entonces, Emmett, al notar lo frustrado que me tenía, decidió intervenir. Una tarde, no mucho después del desastre en la biblioteca, se acercó descaradamente a ella y se sentó a su lado en la banca del paradero. Ella levantó la vista de inmediato, sorprendida, mientras yo sentía que me moría. —¿Así que me contaron que mi hermano te dejó en la lona la semana pasada? Ella lo miró varios segundos antes de responder: —Algo así… —Carajo, qué imbécil. ¿Quieres que le rompa la cara? Con las manos temblándome de la rabia por lo que estaba haciendo -dejándome como un idiota- saqué el celular del bolsillo y le escribí un mensaje: ¡Te voy a matar, pedazo de mierda!Uhm… —ella no supo qué decir, cuando la alerta del teléfono desvió su atención hacia el mensaje de Emmett. Sonriendo con suficiencia, él tecleó: En tus sueños, maricón, y luego volvió a girarse hacia ella. —¿Te pidió disculpas? —Ah… sí —respondió, pero su cara estaba llena de dudas. Emmett resopló. —¿Sí? Me cuesta creerlo —y me gritó—. ¡Hey Edward! Ven para acá y discúlpate con… ¿cómo era que te llamabas? —Bella. —¡Con Bella! Ella me miró entonces, y sus ojos se encontraron con los míos, pero había algo muy sospechoso en ellos. —¡Dale, apúrate! —añadió Emmett, alzando la voz para rematar, y yo estaba a cinco minutos de matarlo. —La puta madre… —murmuré entre dientes, despegándome del poste de la señal de tránsito y caminando a regañadientes hacia ella. Al pasar junto a Emmett, lo golpeé con el hombro a propósito. —Eres un verdadero imbécil, ¿lo sabías? —le solté en voz baja. Él simplemente se rio. Con un suspiro resignado, me senté junto a Bella -que a estas alturas parecía tener la piel erizada de incomodidad- y dejé caer la mochila entre mis pies. —Lo siento —me incliné apenas hacia ella sin mirarla a los ojos—. Emmett es un… imbécil. No era exactamente la palabra que quería usar. —Está bien —respondió simplemente. Esperaba que estuviera tan incómoda como en la biblioteca, pero casi sonaba tranquila. Naturalmente, justo en ese momento, Jake se detuvo con su BMW X5 en la zona del bus y bajó la ventanilla del copiloto. —¡Sube, huevón! —me gritó. Sin esperar una segunda invitación, me levanté, aliviado de nuevo, cuando Jake añadió: —Hey, tú también, chica de la biblioteca. Me congelé. —N-no, está bien —insistió ella, pero Emmett decidió meterse y empecé a sospechar que estos cabrones lo habían planeado. Regresó caminando hacia ella y le agarró la mochila. —Vamos, ¿cómo dijiste que te llamabas? —Bella. —Bueno, vamos, Bella. Te llevamos. Ella abrió la boca para seguir protestando, pero Emmett la ignoró y le tomó la mano. —¿Dónde vives? —¡Ella dijo que estaba bien, Emmett! —salté, y por impulso la tomé de la mano izquierda, frenándola. —¿Van a venir o no? —gritó Jake—. ¡Decídanse antes de que llegue el bus! Ni Emmett ni yo nos movimos, mientras Bella estaba entre nosotros como si estuviéramos a punto de secuestrarla. —¿Dónde vives, chica de la biblioteca? —preguntó Jake—. No me molesta llevarte, lo prometo. —En Bellevue Hill —respondió, sonando tan intimidada que sentí la necesidad de tranquilizarla. —Está bien, Bella. De verdad no tienes que hacerlo. —¡Por favor! La tumbaste frente a medio colegio, le debes una —intervino Emmett con una guiñada de ojo, y soltándole la mano, se fue hacia el auto—. Yo voy adelante. Nos dejó a los dos parados al borde de la calle, tomados de la mano. Solté la suya de inmediato. —Si prefieres tomar el bus… —Vivía apenas a unos kilómetros. —No me importa —pareció decidir, encogiéndose de hombros antes de dar un paso hacia el auto de Jake. Al ver que aceptaba, Jake bajó de inmediato, rodeó el auto y le abrió la puerta trasera. —Después de ti. —Gracias —murmuró ella. —¿Y tú qué haces? —le reclamé en un susurro. —Llevarla —respondió fingiendo inocencia. —Maldito cabrón —solté, medio en voz baja, mientras subía al asiento trasero detrás de ella. Después de darle su dirección, Jake la ingresó en el GPS y arrancamos. No dijo ni una palabra durante todo el trayecto, que duró apenas cinco minutos. Y cuando Jake se detuvo frente a su casa -una mansión blanca estilo Federación, casi oculta tras enormes portones de hierro y árboles- le agradeció cortésmente por el aventón, nos dio un simple «chao» a Emmett y a mí… y se bajó. Nunca más volví a verla esperando en la parada del bus. Notas de la autora: En Australia, que un chico le diga "huevón/maricón" a otro chico es parte del código entre amigos. No me pregunten por qué. ATAR = Australian Tertiary Admission Rank. Se necesita una puntuación de 70, por ejemplo, para una Licenciatura en Educación, y 99 para Medicina.
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