ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
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5

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. Capítulo 5 Edward . Salió en todas las noticias de las seis: el famoso abogado de Sydney, Charles Swan, su esposa y dos de sus tres hijos, muertos. La foto de Bella apareció en todos los periódicos durante semanas; la única sobreviviente que despertaría huérfana. Si es que despertaba. Los médicos del RPA no estaban seguros de que fuera a lograrlo; tenía lesiones internas extensas, además de múltiples huesos rotos. La pusieron en coma inducido, y al parecer, luego no pudieron sacarla de él. Después llegaron los escándalos. El padre de Bella tenía una amante y otros dos hijos. Ella impugnó el testamento y se quedó con la mayor parte de su patrimonio. Incluso se mudó con sus hijos a la casa de Belleview Hill de Bella mientras ella seguía en coma. La madre de Bella, esencialmente, había entrado al matrimonio sin un centavo. No tenía nada para dejarle a su hija. Estaba destrozado, y estaba tan consumido por todo eso que arruiné por completo mis exámenes. Mi abuelo, usando su influencia, movió algunos hilos para que la Universidad de Sydney pasara por alto mis resultados del HSC y me ofrecieran un examen de admisión. De alguna forma, logré pasarlo y fui aceptado para hacer una doble titulación en Educación en Salud y Educación Física. Abue me sobornó, ofreciéndome un Audi si hacía una maestría en lugar de una licenciatura. Eso significaba compactar un curso de enseñanza de cuatro años en dos, pero en ese momento no quería distracciones. Jake vendría a la Universidad de Sydney conmigo. Obtuvo un 81 en su ATAR y fue aceptado para una maestría en Negocios. Su padre también movió varios hilos, pero a diferencia de Emmett y de mí, Jake no tenía permitido tomar decisiones sobre su propia vida. Un curso de negocios era obligatorio para él, y después de graduarse, su padre lo colocaría en un puesto inicial dentro del negocio familiar. Si Jake se negaba, lo desheredarían y le cortarían todo. Sorprendentemente, se lo tomó con calma y lo aceptó todo, pero lo habían preparado desde que nació para hacerse cargo del negocio de su padre. Era todo lo que conocía. Emmett consiguió un oficio técnico en carpintería; algo que Abue también organizó para él. Diez años atrás, habría sido un escándalo que los únicos nietos de Carlisle Cullen eligieran trabajos manuales en lugar de seguir carreras universitarias tradicionales, pero Abue nunca fue el mismo después de que murió nuestra abuela y sus prioridades dieron un giro de ciento ochenta grados. Y aunque oficialmente se había retirado, su influencia aún era bastante fuerte; nadie se atrevería a criticarlo, ni a nosotros por los caminos que decidimos tomar. Bella despertó del coma dos meses después con amnesia. No recordaba nada del accidente; de hecho, no recordaba nada de los últimos tres años. Al menos, eso fue lo que nos dijo Abue. Jake, Emmett y yo intentamos ir a verla un par de veces, pero su abuela salió de la nada y se hizo cargo de ella. Rechazó a todos los visitantes, y ni siquiera mi abuelo pudo cambiar eso. Le dieron de alta del hospital el febrero siguiente. Su abuela se la llevó a vivir con ella a Adelaida, y eso fue lo último que supe de Bella Swan. Unas semanas después, Jake y yo comenzamos la universidad, y no tuve tiempo de seguir pensando en la chica de la que me enamoré en la secundaria. Intenté encontrarla, al menos para comunicarme con ella, pero parecía haber desaparecido de la faz de la tierra. No pude encontrar ninguna evidencia de que Isabella Swan hubiera existido. No estaba en Facebook, ni en Instagram, ni en Twitter, nada, y todas las búsquedas en Google terminaban con el accidente de su familia. Era como si hubiera muerto con ellos, y por un tiempo fue más fácil decirme a mí mismo que así había sido. Jake y yo nos graduamos dos años después, y mientras él fue enviado a trabajar de inmediato, yo me tomé un año libre. Abue estuvo de acuerdo, siempre y cuando no fueran más de doce meses. Me fui a Queensland y pasé la mayor parte de mis días acostado en las playas de Gold Coast y surfeando. Allí conocí gente común; el tipo de personas cuya primera pregunta no era cuánto ganaban mi padre o mi abuelo al año, ni en qué suburbio vivía. Solo era un chico tomándose un año sabático después de la universidad. Una de las personas que conocí allí fue a Kate. Tenía 26 años, era licenciada en Psicología de la Universidad de Monash, y fue ella quien me convenció de que el trauma de mi infancia con mi madre me había dejado con un miedo irracional a las mujeres. Fueron un par de meses interesantes. Permití que se metiera en mi cabeza por un tiempo, incluso me convenció de acostarme con ella, pero al final, todo fue demasiado y demasiado pronto. Cuanto más cerca físicamente estaba Kate de mí, más ansiedad sentía, hasta que inevitablemente se activaban mis instintos de huida. Al final, no podía ni tolerar que me tocara con una uña sin venirme abajo. —Llámame cuando te deshagas de tus demonios, guapo —fue lo último que me dijo al despedirla en el aeropuerto de Gold Coast cuando regresaba a Melbourne. Mis demonios... Jake y Emmett se reunieron conmigo un par de semanas después de Navidad, antes de que los tres volviéramos juntos a Sydney. Mi año sabático había terminado y la vida estaba por comenzar. Mi abuelo me consiguió un puesto como entrenador de críquet en Scots College, un internado solo para varones, lo cual era enorme para alguien de veintiún años, a solo un año de haber salido de la universidad. Solo duré un año. Aparte de que el colegio quedaba en la misma calle de la antigua casa de Bella -ahora ocupada por la amante de su padre- en Bellevue Hill, ya estaba harto del elitismo asqueroso que venía con los ricachones de Sydney. Renuncié y me fui por completo a la otra punta. Me postulé, sin ninguna influencia del Abue, y fui aceptado como profesor de Educación Física en Killara High School, en el Upper North Shore. Y aunque aún se considera una zona de clase alta, es un poco más aterrizada que los esnobs del este. Emmett y yo seguimos viviendo con Abue en su casa de Neutral Bay, frente al puerto, donde habíamos vivido desde que teníamos diez años y él obtuvo la custodia de nosotros al quitársela a nuestra madre. Pero después de que Emmett terminó su aprendizaje, se mudó solo. Yo me quedé con Abue, y cuando tenía veintidós, y después de que él comenzara a preocuparse por mi falta de amigas, me envió al psicólogo. Me diagnosticaron ginofobia; una condición que se agravaba cada vez más con los años. Sobre todo, cuando las chicas de mi edad se convertían en mujeres. Sabía que se había vuelto un problema cuando estuve en Queensland. Permití que Lauren Mallory me sedujera a los diecisiete mucho más fácilmente que Kate, cuatro años después. Podía considerar a Lauren y al resto de las putas como niñas todavía, y por tanto inofensivas. Pero Kate era una mujer, y eso era una historia completamente diferente. Pasé cuatro años, y miles de dólares, rotando entre mi psicólogo y un psicoterapeuta para superar este defecto en mi personalidad, cortesía de mi madre, y tenía veintiséis cuando tuve mi primera relación real. Se llamaba Tanya. Jake me presentó con ella. Era amiga de la chica con la que él estaba en la cama en ese momento. Era un año mayor y mucho más experimentada que yo. Le dejé tomar el control, en lugar de sobrepensarlo todo, e incluso logré relajarme... tanto como era posible para mí, claro. Duramos un poco menos de un año, cuando descubrí que, aunque podía tolerar -e incluso disfrutar a veces- la intimidad física sin caer en una ansiedad total, en realidad no me gustaba tanto. Era rubia, Bella era morena, y ese era el problema. Bella. Era un fantasma de mi pasado que se negaba a desvanecerse con el tiempo. Jake sugirió que contratara a un detective privado para encontrarla. La verdad, yo había pensado lo mismo muchas veces, pero sabía que, si me involucraba más con ella, incluso solo con su recuerdo, me quedaría atrapado en el pasado. Quería avanzar; ya había perdido demasiado tiempo por culpa de mi madre, y realmente no quería perder más por un enamoramiento de secundaria. Porque eso era todo. Un año después, mi abuelo murió. Fue otro ataque al corazón y esta vez no pudieron reanimarlo. Tenía setenta y tres. Me destrozó; fue el único padre que Emmett y yo tuvimos. Nos reconstruyó, emocional y físicamente, después de que nuestra madre nos causara un daño casi irreparable, y me inculcó un verdadero sentido de autoestima. Algo que no tenía cuando llegamos a vivir con él. Todo se dividió a la mitad entre Emmett y yo. Yo recibí la casa. Odio vivir ahí solo. Son más de seiscientos metros cuadrados construidos, y muy grande para una sola persona. Incluso para dos personas es demasiado, y estar solo ahí se siente casi asfixiante. Supongo que podría haberla vendido y mudarme a un lugar más pequeño, pero es la casa de mi abuelo. Nunca podría hacerlo. Unos meses después del funeral de Abue, Jake se mudó conmigo. Tomó la planta baja y yo la de arriba, y nos encontramos en el medio para ver la Liga de Rugby y el críquet los fines de semana. Jake está feliz de vivir aquí. Su padre lo puso en un salario base para que experimentara las dificultades y así aprendiera a valorar sus privilegios. Todo lo que Jake podía pagar era un apartamento de una habitación del tamaño de una caja de zapatos en Erskineville, a cinco kilómetros al sur del centro de Sydney. Además, prefería traer mujeres a la casa de Abue. Una casa con una dirección de lujo y vista al puerto era un verdadero «imán de chicas», como decía Jake. Si alguien pregunta, digo que la casa es de Jake. Es más fácil hacerles creer que el hijo de William Black la posee que explicar cómo un maestro de secundaria puede vivir frente al mar en Neutral Bay. Tampoco me gusta explicar, como nieto de Carlisle Cullen, por qué soy «solo un maestro de escuela». No es asunto de nadie. Además, eso naturalmente desvía la atención de las mujeres hacia Jake, y ambos estamos bien con eso. Técnicamente, todavía tengo ginofobia, y nunca logré sentirme completamente cómodo con las mujeres, ni con que se me lanzaran encima. Odio que Jake siempre esté trayendo mujeres desconocidas a la casa, pero ahora solo cierro las puertas que dividen las dos mitades donde vivimos y subo el volumen del televisor. Conoció a una nueva; ya perdí la cuenta de cuántas van este año. Si tuviera que adivinar, diría que es la octava, pero esta es «la indicada», según él. Sí, claro. Lo he oído tantas veces que ya ni las cuento; lleva diciendo lo mismo desde que teníamos dieciséis. Rara vez dura más de unos meses con ellas, así que no veo el sentido de conocerlas. Aun así, insiste en presentármelas. Me parece bien, siempre y cuando no lo haga en la casa. Sé lo que hace, y simplemente prefiero no ponerle rostro. Cambia tanto de mujeres que nunca es seguro asumir que la chica que conocí el jueves es la misma que grita su nombre el sábado. *V* —¿Hermano, todavía vienes hoy? —Así decide despertarme esta mañana, después de encender la luz de mi cuarto y golpear con fuerza la pared. Me despierto de golpe y, torpemente, agarro el celular solo para soltar un gruñido de irritación. Son apenas las seis de la mañana.—¡Jake, mierda! ¿Se te olvidó que estoy de vacaciones? —Ya me voy al trabajo. Solo quería asegurarme de que sigues en pie. —¿Has oído hablar del teléfono? —mascullo, sentándome al borde de la cama y pasándome las palmas por la cara. —Mi secretaria renunció —es su explicación, porque como el bastardo elitista que es, hasta hace que sus secretarias reserven todo. Incluyendo los almuerzos conmigo y Emmett. —Quizás debiste pensarlo antes de acostarte con ella. —Valió la pena —responde con una sonrisa ladina. —¿No eras tú el que siempre decía «nunca metas la polla en el trabajo»? —Bah, fue un momento de debilidad. De todos modos, tú sales a correr más temprano que esto —se justifica, cambiando de tema mientras se pasa la corbata por debajo del cuello de la camisa. —No cuando estoy de vacaciones, obviamente. —Con desgano, me pongo de pie, estiro los brazos y paso junto a él rumbo a la cocina. —Doce y media, no lo olvides —añade, siguiéndome. —Doce y media —repito, todavía medio dormido mientras enciendo la cafetera. —¡Oye! ¿Luzco bien? Lo miro por encima del hombro, sin saber a qué viene eso.—¿Para qué? —Para Leah —responde como si fuera obvio. Sonrío con sorna, soltando un leve resoplido por la nariz, antes de abrir la alacena y buscar el café.—¿Ya la conociste, o no? —Claro que sí, y ¿podrías afeitarte esta vez? La última vez llegaste hecho mierda y oliendo a borracho. Me enderezo y lo encaro.—Eso fue porque me sacaste de la cama a las tres de la mañana para celebrar que la tal no-sé-quién dio negativo en la prueba de embarazo, ¿recuerdas? —Necesitaba apoyo emocional. ¿Tienes idea del susto que tenía pensando que la había embarazado? Solo niego con la cabeza, sin creerle ni un poco, mientras revuelvo el café y lanzo la cuchara al fregadero. —Y juraste por toda Oxford Street que ibas a dejar de andar de mujeriego —le recuerdo con sarcasmo, llevándome la taza a los labios. —No estaba en mi sano juicio cuando dije eso. Así que no cuenta. Además, llevo años escuchándote hablar de la «chica de la biblioteca». Me lo debías. Apenas había dado un sorbo de café cuando casi me atraganto.—¿Cuándo fue la última vez que la mencioné? —le desafío con la voz tensa. —La semana pasada. —¡Mentira! ¡La semana pasada de hace diez jodidos años! —insisto, probablemente a la defensiva, pero él me está provocando. Sabe que no he mencionado a Bella en años. Alza una ceja con aire de sabelotodo, pero no responde, y tirando de una silla del comedor, apoya el pie sobre ella para amarrarse los cordones. —¿Vas al gimnasio esta noche? —pregunta mientras se inclina para recoger el maletín que había dejado tirado bajo la mesa la noche anterior. —Sí… no sé —respondo, encogiéndome de hombros. —Ah, cierto. Olvidé que solo te gusta correr por la calle como si te faltara un tornillo. —¿Cómo si me faltara un tornillo? Nunca me he dislocado nada corriendo. —¿Aparte de los huevos, quieres decir? Pero como nunca los usas… —Tose en su puño con énfasis deliberado y se da la vuelta para irse. —Sí, muy gracioso, huevón. —¡Oye! —añade, volviendo a mirarme—. Si vienes con pinta de vago te voy a emparejar con la hermana, y hace ruidos de caballo cuando se viene. —¿Te cogiste a la hermana? —Aunque no sé por qué me sorprende—. Jesús, supongo que también te cogiste a la madre. —Una cosa a la vez. Doce y media. No llegues tarde. *V* ¿Qué demonios pasa con Jake y las cazafortunas? Podría tener a la mujer que quisiera, pero siempre termina con el mismo tipo superficial de chica. Usualmente rubia, y siempre vulgar y delirante. Siempre. Tal vez están tan desesperadas por entrar en su círculo que son fenomenales en la cama, pero yo jamás le he visto el atractivo. Ni siquiera me molesto en afeitarme. No tengo intención de esforzarme por una mujer cuyo nombre voy a olvidar la próxima semana, y Jake, poniéndome excusas, me presenta como su «primo de Campbelltown». Un maldito payaso. —Oh… hola —responde la mujer, con una voz fría y claramente poco impresionada, mientras me recorre con la mirada de arriba abajo con toda la intención, para luego volver a mirar a Jake—. ¿Dónde quieres sentarte, amor? —habla con un falso acento de clase alta que apenas oculta su origen del oeste suburbano. Esbozo una sonrisa inmediata que no me molesto en disimular frente a Jake. —Junto a la fuente —responde él, mirándome con el ceño fruncido, mientras ella lo toma del brazo y lo arrastra delante de mí. A pesar de la advertencia de Jake esta mañana, llegué tarde, pero encontrar un buen lugar para parquear en el centro es una mierda incluso en el mejor de los casos. Supongo que debí haber tomado el ferry. Llegué veinte minutos después de que empezara el almuerzo de Jake, en el café Metro St James en Hyde Park, un café interior/exterior bajo varias carpas, con una bolsa de Maccas en la mano. Solo para molestarlo. No se permite comida externa dentro del café, así que después de que Jake y su nueva mujer pidieran para llevar, nos vimos obligados a comer en otro lado. Caminando unos pasos delante de mí, Jake me lanza una mirada por encima del hombro, con las cejas en alto. Es su forma de medir mi reacción ante su nueva mujer. Sí, uso ese término muy libremente. En respuesta, levanto el pulgar y vocalizo «clase», riéndome por lo bajo cuando me lanza una mirada asesina de inmediato. En un mes estará quejándose de lo mala que era en la cama, de todos modos, así que no entiendo por qué se molesta tanto cada vez que no me deshago en halagos con su más reciente novia. Llegamos a la fuente Archibald, con forma hexagonal, y adelantándose, su mujer se sienta en el borde. Es entonces cuando Jake me agarra por la nuca y me jala hacia él. —Carajo, eres un imbécil —murmura en mi oído, antes de reemplazar su mano con su codo y dejarme en una especie de llave casi inescapable—. ¡Mierda! —exclama de pronto, soltándome, y cuando me enderezo y lo empujo para apartarlo, me giro y sigo su mirada—. Amigo… ¿esa es la chica de la biblioteca? Notas de la autora:Campbelltown es una ciudad de clase trabajadora que los superricos ven como si fuera lepra. Maccas: McDonald's.
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