ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
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7

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. Capítulo 7 Bella . Cristo… ¿Leah Clearwater? ¿Y cómo no me sorprende que esté saliendo con Jake Black? Es justo su tipo. Aunque, con una excepción obvia: no tiene dinero. Dios… hay cosas que nunca cambian. Salí con el hermano de Leah, Seth, por un par de meses el año pasado y aprendí que incluso sin plata los chicos pueden ser unos completos imbéciles. Así fue como conocí a Leah, y aunque es una persona suficientemente agradable, tiene la profundidad de un inodoro. —¡Oh, Bella! —exclama con una jerga que suena completamente ajena, antes de arrastrar a Jake y al accidentalmente-desaliñado-pero-hermoso Edward Cullen hacia mí. Es curioso, Jake y Edward se ven exactamente opuestos a como siempre imaginé que serían de adultos. Mientras Jake lleva un traje de tres piezas de Armani (o eso supongo) -el uniforme de los ricos del mundo corporativo- y luce increíblemente bien arreglado, Edward parece como si todo su guardarropa consistiera en ropa comprada en la tienda Bonds de Market Street. Tal vez ahora sea modelo de Bonds; lo cual tendría todo el sentido. Claro, tendría que usar su ropa. Aunque tal vez sin los agujeros… Me levanto del banco del parque anticipando el encuentro y me pego una sonrisa educada en la cara, justo cuando Leah me toma y me besa la mejilla. Es un gesto considerado parte de la «etiqueta social de Vaucluse» en los suburbios del este, y algo que Leah claramente ha adoptado. Cristo, la chica de verdad está subiendo de nivel en la competencia por convertirse en futura esposa trofeo versión 2018. Lástima que no tiene ni una pizca de chance de llegar siquiera cerca de la Catedral de St Mary tomada del brazo de un Black o un Cullen. —Hola —respondo cuando por fin me suelta, con los músculos de mis mejillas ya empezando a doler por la fuerza con la que mantengo la sonrisa. —¡Oh! —Se gira hacia Jake, como si se le hubiera olvidado—, este es mi novio Jacob Black —remarca descaradamente el apellido, por si acaso yo llegara a reconocerlo y quedar impresionada. Lo cual, desde luego, duda. Para ella, yo solo soy una huérfana pobre del oeste que tiene aún menos posibilidades de engancharse a un rico que ella misma—. Y este es su primo, Edward. ¿Primo? Dios, ¿ya se casaron entre ellos? Pensé que los Cullen de este mundo no se casaban antes de los treinta y tantos. Qué desperdicio de buenos años como solteros, cariño. —Hola, Bella —responde Jake, con un tono tan cálido como su sonrisa; algo que su novia-desesperada-por-ser-la-señora-Black nota al instante. Edward solo me lanza una sonrisa incómoda y se pone a mirar hacia la fuente. Cristo… ¿está comiendo McDonald's? —¿Se conocen? —Leah está, comprensiblemente, impactada y más que un poco amenazada. —Sí, fuimos al mismo colegio —explica Jake mientras los ojos de Leah casi se le salen de la cara. —¿Qué? —Está horrorizada y obviamente ofendida de que no le haya mencionado mi sangre azul mientras me acostaba con su hermano. —Solo hasta el Grado 10 —corrijo yo, lo cual pone a Jake algo incómodo antes de que él también comience a mirar a las palomas que picotean migas entre los oficinistas de Sydney. Edward vuelve a mirarme y sonríe de nuevo. Tiene la misma expresión que cuando era el capitán del colegio -y galán- de Sydney Boys Grammar. Le devuelvo una sonrisa descarada a propósito; lo cual solo intensifica su expresión. Noto que no lleva anillo de matrimonio, lo cual me deja confundida con lo del «primo». —Deberías venir el viernes por la noche —suelta Leah, como si esperara que yo tuviera poderes psíquicos. —¿El viernes por la noche…? —La miro fijamente, sin entender. —Me acabo de mudar a un apartamento en Newtown. Voy a hacer una pequeña reunión —explica. Estoy negando con la cabeza antes de que termine la frase. —Oh, no. No, está bien. Cristo, estoy segura de que no quieres que yo esté ahí. —Claro que quiero —insiste. Jake, de nuevo todo calidez y simpatía, asiente con la cabeza. Edward parece a punto de tener un aneurisma. Sigo negando con la cabeza. No se me ocurre nada que quiera hacer menos que pasar un viernes por la noche recorriendo el carril de los recuerdos con Edward Cullen y Jacob Black. Y con Leah Clearwater. ¿A quién engaño? Probablemente también con el imbécil de su hermano. Antes de que pueda negarme del todo, Leah ya me ha dado su dirección. —Es a las seis y media. Miro el papelito en mi mano por un momento antes de ser arrastrada nuevamente a la etiqueta de Vaucluse con ella. Luego con Jake. Y después con Edward. —Nos vemos, Bella —dice con una voz áspera, como si fuera bebedor empedernido de whisky, antes de rozarme la mejilla con la suya. Cristo, huele increíble. Se alejan juntos, hacia el otro lado de la fuente, mientras yo agarro mi cartera del banco del parque y empiezo a revolver como loca buscando mi inhalador. Estoy empezando a jadear. Qué cliché. No está. Lo dejé en el cajón de mi escritorio en la oficina, me doy cuenta rápidamente; y hacia allá me dirijo a toda prisa. No voy a ir, decido casi de inmediato. ¿Por qué lo haría? ¿Por qué elegiría socializar a propósito con dos tipos sobre los que mi madre me advirtió explícitamente? Sería casi un sacrilegio. —No voy a ir —repito con terquedad mientras estoy sentada en mi carro estacionado, mirando hacia el bloque de departamentos; uno de los cuales es de Leah—. ¡No voy a ir! —insisto, girando la llave en el encendido. El motor arranca sin problemas, pero lo apago de inmediato—. ¡Mierda! Llego tarde. Normalmente me demoro una eternidad por lo neurótica que soy al conducir, y eso que me detuve al menos media docena de veces en el camino intentando convencerme de no seguir. Cada vez me acobardé antes de continuar patéticamente mi trayecto. Cuando llegué ya eran las siete de la noche. Ahora son las siete y cuarto. —Bueno, esto apesta —murmuro frustrada mientras saco la llave del encendido y salgo de mi carro a regañadientes. Si soy honesta, no tengo idea de por qué estoy aquí. Solo puedo atribuirlo a un sentido profundamente arraigado de masoquismo. O a una curiosidad retorcida. Aunque, siendo sincera, una parte de mí quiere descifrar a Edward Cullen. Descubrir la verdadera razón por la que decidió interesarse de pronto en mí cuando estaba por graduarse. Y quizás descubrir por qué demonios me reí como una típica colegiala -esa clase de chica que siempre traté de no ser- justo después. También sé, en el fondo, que hay algo reconfortante, aunque morboso, en estar cerca de personas que alguna vez fueron parte de mi vida pasada. Algo a lo que todavía me siento atraída. Lo cual es irónicamente poético considerando que a la mayoría los detestaba. Llevo vaqueros y un cárdigan color beige. No tuve tiempo de preguntar si había código de vestimenta, pero conociendo a Leah y sus delirios, no me sorprendería si es de gala. En fin. Si lo es, tendré una buena excusa para irme. Después de encontrar el número correcto del departamento, espero afuera por cinco minutos más, rogando que mis piernas se den la vuelta y me alejen mientras escucho las voces detrás de la puerta. Finalmente, a regañadientes, toco. La puerta se abre, y antes de que pueda decir algo, Leah anuncia mi llegada con otra dosis de etiqueta al estilo Vaucluse. —Pasa. —Me hace señas para entrar. —Toma, te traje algo. —Le entrego la caja de Favourites que compré en la estación de servicio Shell tras una de mis muchas tentativas fallidas de cancelar la noche. Y vamos, si ya pensaba que yo era una bogan, ¿para qué decepcionarla? —Oh, guau... chocolates —Claramente esperaba algo más; sobre todo considerando que Jake ya reveló mi verdadera identidad—. No importa, ven y te presento a todos. Me guía por un pasillo angosto que desemboca en una sala donde cuatro personas conversan sentadas en sillones de Ikea. Dos son Jake y Edward. Los otros dos, Emmett y Rosalie Hale. Cristo. Acabo de entrar a La secundaria: La Secuela. Los cuatro se levantan para saludarme. —¿Todos conocen a Bella? —pregunta Leah mientras ellos se alinean como si fuera una fila para estrecharme la mano. Jake va primero, Edward es el tercero. Huele igual de bien, aunque esta vez está bien afeitado y cambió su sudadera Bonds por un polo azul marino Lacoste y un par de vaqueros que se ven caros. Apenas recuerdo a Emmett, mientras que Rosalie pregunta por qué soy tan bajita. Solo la miro por un momento, preguntándome si ha estado esnifando cocaína, la droga recreativa favorita de los residentes de Rose Bay como los Hale. Dios, qué cosa tan rara de decirle a alguien después de diez años. Viendo mi obvia confusión, ella aclara: —No, o sea, ¿no era modelo tu madre? Eres bastante bajita. Qué amable de su parte mencionar a mi madre muerta apenas llego. Qué linda noche me espera. —Nací a las veintisiete semanas. Eso frenó mi crecimiento. Y me hizo asmática. —He aprendido a ser directa como regla. ¿Para qué andar con rodeos si soy huérfana y la amante de mi padre se quedó con la mayoría de mi herencia? Mejor soltar todo el paquete de una vez, ¿no? —Oh… bueno, es entendible —responde, antes de aclararse la garganta con intención y desviar la mirada. —Qué comentario tan imbécil, Rose —le suelta Emmett, llamándola por su falta de tacto, y ella parece sorprendida. —Está bien —le digo, agitando la mano. Aprendí hace mucho que el mundo no se acaba si mi historia de vida -bastante desafortunada- sale en la conversación. Edward parece incómodo, y yo quiero darme una patada por haber venido. Como si fuera a explicarme su plan de último año para burlarse de la «chica nerd de la biblioteca». Leah me acomoda en un sillón que no combina con nada. —¿Qué te tomas, Bella? —Vino —respondo, forzando la misma sonrisa apretada que usé el jueves pasado en el parque. —Entonces, Bella, ¿dónde vives? —otra vez Rosalie, y no debería haberme sorprendido. —En Crows Nest —respondo, aunque estuve a punto de decir «Mount Druitt» solo para ver la expresión de horror en su cara. Ella arquea una ceja, obviamente calculando cuánto heredé para vivir en el North Shore, antes de enmascararlo con una sonrisa falsa. —Lindo lugar. Asiento y doy un sorbo a la copa de plástico que Leah me pasa. Resoplo por lo bajo y casi me ahogo con el vino barato que hay dentro. Dios, le falta mucho por aprender. Mis ojos se cruzan con los de Edward; sonríe de forma sutil, como si supiera exactamente lo que estoy pensando. —¿A qué te dedicas, Bella? —insiste Rosalie. Cristo, ¿está aburrida? —Soy secretaria legal —le suelto, dándole justo la reacción que esperaba. Su boca se abre y me observa por tres segundos completos. Sus grandes ojos azules se clavan en los míos, y puedo ver claramente las preguntas que quiere hacerme. Se pregunta cuánto recibí del mujeriego de mi padre para elegir una carrera tan poco elegante. Una secretaria apenas está un escalón por encima del personal de servicio, después de todo. —Oh, qué… gratificante —comenta, y su sinceridad es tan auténtica como su bolso Chanel. Dios, sigue siendo una bruja. —¡Jesús, Rose! —murmura Edward, visiblemente molesto. No sé por cuál de las razones. —¿Qué? —Rosalie finge inocencia mientras toma otro trago de su vino barato y apenas logra disimular el gesto de asco. Durante la siguiente media hora, Rosalie sigue interrogándome. Me pregunta qué carro manejo, qué marca son mis pantalones y si mi Louis Vuitton es auténtico. —Era de mi madre —respondo, decidiendo agregar más incomodidad y esperando que Rosalie tenga la decencia de rendirse pronto. —Tu madre tenía buen gusto —observa Rosalie, antes de lanzarse en una extrañísima disertación sobre colecciones de carteras de edición limitada como si esperara que estuviera tan interesada como ella. Los puños de Edward empiezan a tensarse, y pone los ojos en blanco casi tanto como yo. Me lanza varias sonrisas de disculpa durante el proceso. Simplemente me encojo de hombros. He pasado suficiente tiempo cerca de gente como Rosalie como para no ofenderme demasiado. Llega la cena, cortesía de Pizza Hutt, y la paciencia de Rosalie llega a su fin. Decide que es hora de irse. Tira de Emmett hasta ponerlo de pie y anuncia que tiene una cita temprano en la peluquería. Emmett se lleva dos porciones de pizza al salir, y solo quedamos cuatro. Me toca sentarme junto a Edward en la mesa. Reparten la pizza en platos de cartón y el vino en caja se coloca al centro para que uno mismo se sirva. Estoy considerando fingir un ataque de asma cuando me doy cuenta de que ya estoy teniendo uno. Tomo el bolso de mi madre y empiezo a revolverlo buscando mi inhalador, pero me doy cuenta, otra vez, de que no está ahí. Maldita sea. —Ya vuelvo, tengo que ir al carro a buscar algo —anuncio rápido, me pongo de pie y salgo del apartamento de Leah. No tengo idea de qué estoy haciendo aquí, pero no tengo intención de regresar. Busco en la guantera, pero mi inhalador no está. Me doy cuenta de que esto se va a poner serio. Usualmente soy muy estricta con tener inhaladores de repuesto, pero con todo lo que me estresó esta noche, bajé la guardia. No puedo huir si apenas puedo respirar, así que, sin otra opción, me siento en mi carro, cierro los ojos y me concentro en mantener la respiración controlada. No sé cuánto tiempo pasa hasta que alguien golpea la ventana del lado del pasajero. Abro los ojos y me encuentro con la mirada extrañamente perturbadora de Edward. ¿Cristo, me está siguiendo ahora? Me hace una seña para que baje la ventana. En lugar de eso, abro la puerta. —¿Estás bien, Bella? ¡Mierda! —exclama, y la sensación de déjà vu es escalofriante. No necesito explicarle lo que pasa, lo entiende de inmediato, y en cuestión de segundos se aleja hacia un Audi azul estacionado cerca. Vuelve en menos de un minuto, saca un inhalador de su caja y me lo entrega. Lo agarro con demasiada desesperación, y aspiro el Salbutamol varias veces hasta que siento que las vías respiratorias se despejan. Edward solo se queda ahí, de pie junto a la puerta de mi carro, observándome con una mirada intensa, y ni se me ocurre preguntarle por qué lleva un inhalador en su auto. —Gracias —murmuro, antes de sentir la necesidad de explicar—. Normalmente soy muy estricta con este tema, pero venir esta noche… Okay, no estoy lista para llegar tan lejos, y me detengo a tiempo. Dios, ya suena como lo que es. Tendré que explicarme, o Edward pensará que es él quien me tiene tan alterada. Que lo es. Respiro hondo y continúo, resignada: —Cristo… Lo que quiero decir es que mi vida está dividida en dos mitades: antes y después. —Pauso para ver su reacción. Asiente para que continúe, su expresión se vuelve casi dolorosa. —Es solo que… es raro para mí estar cerca de personas del «antes». Vuelve a asentir, y esta vez es él quien suelta el aire, como si no quisiera oírlo. —Lo entiendo. —No debí haber venido —concluyo. —¿Entonces por qué viniste? —pregunta, más curioso que grosero. Lo miro por un momento. —Dios, no lo sé. No lo sé. Sus ojos están llenos de compasión, me doy cuenta, y también su sonrisa. Pero la compasión es una emoción común conmigo. No me encanta. —Lo siento mucho, Bella. Por… —Decide no decirlo, y no lo culpo. Sé mejor que nadie lo mucho que arruina el ambiente. Mira sus pies un momento antes de volver a fijar sus ojos en mí—. ¿Cuánto llevas de vuelta en Sydney? —Tres años. Asiente por tercera vez mientras su frente se frunce y claramente se pierde en sus pensamientos. Murmura: —¿Qué te hizo regresar? Suelto un bufido, pero es más para mí misma y el trauma que me trajo hasta aquí, que como respuesta directa a su pregunta. Aunque él lo malinterpreta y abre la boca para disculparse, o eso supongo. Niego con la cabeza rápidamente para detenerlo. —¿Quieres la historia larga o la corta? No tengo intención de contarle ninguna. Solo quiero que se quede un rato más. ¿Por qué? Cristo sabrá… Bonds es una marca australiana popular por su ropa interior y prendas básicas como camisetas y sudaderas. En este caso, se menciona una sudadera manchada de Bonds como símbolo de ropa sencilla y cotidiana. Vaucluse – suburbio extremadamente exclusivo en la zona este de Sídney, junto al puerto. Estamos hablando de casas que superan los 20 millones de dólares australianos si están frente al agua. Favourites una caja surtida de mini chocolates tipo Snickers, Mars Bars, Cherry Ripes, etc. Bogan – persona de clase baja con modales o gustos considerados vulgares (equivalente a "naco" o "choni", pero se evita traducir literalmente para no regionalizar). Rose Bay – suburbio vecino a Vaucluse; igualmente lujoso y exclusivo. Mount Druitt – suburbio con el nivel socioeconómico más bajo de Sídney. Hay muchas personas consideradas "bogans" viviendo allí.
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