8
22 de octubre de 2025, 10:39
.
Capítulo 8
Bella
.
Edward me observa durante un largo momento, como si temiera que estoy tratando de engañarlo con algo, pero antes de que pueda abrir la boca para responder, empieza a llover.
—Mierda... —murmura, extendiendo la palma de la mano y mirando con disgusto hacia el cielo.
—Súbete —le ofrezco rápidamente. Estoy sentada en el asiento del copiloto, y la única alternativa para él es el lado del conductor.
Sigue analizándome, obviamente todavía sin estar del todo seguro de si debe tomarme la palabra, y, por el amor de Dios, ¿acaso piensa que voy a aprovecharme de él?
—Te estás mojando, ¿no? —le digo, inclinando la cabeza. Honestamente, no recuerdo que fuera tan inseguro en la secundaria. La mayoría del tiempo parecía oscilar entre frustrado y engreído.
Me lanza una especie de sonrisa tímida y torcida, y trota a medias hacia el otro lado del auto. Después de abrir la puerta y echar el asiento hacia atrás, saca su celular del bolsillo trasero y se sube.
—Ya no usas gafas. —Observa una vez que se ha acomodado a mi lado.
—No. Me hice cirugía láser.
Me mira a los ojos por un momento, como buscando evidencia de dicha cirugía. Finalmente asiente, lo que da paso a un silencio incómodo.
—Oye, lo siento por lo de Rose antes. Siempre ha sido una perra. —Rompe la tensión creciente mientras su expresión se ensombrece un poco.
Me encojo de hombros. —No te preocupes. Las Rosalie Hale del mundo no me afectan. ¿Desde hace cuánto está con tu hermano?
Él suelta una risita. —No lo está, pero le gustaría. Se va a llevar una buena sorpresa cuando descubra cómo vivimos Emmett y yo.
Vaya, eso fue una declaración con doble fondo, y yo caigo en la trampa.
—¿Y cómo viven Emmett y tú?
Hace una pausa y prácticamente se frena en seco, como si de repente se diera cuenta de que ha dicho demasiado.
—De forma no convencional —es todo lo que suelta, con una leve sonrisa dibujándose en los labios.
—Ya veo... —No estoy segura de qué más decir al respecto, y claramente no quiere dar más detalles, así que cambio de tema—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
—¿Por qué me invitaste a salir en la secundaria?
Me lanza una mirada curiosa, pareciendo casi tan confundido como divertido.
—Porque me gustabas —responde con tanta naturalidad que me hace dudar.
—¿Qué? —Estoy perpleja.
—¿Es tan difícil de creer? —Su diversión ha tomado protagonismo, y empieza a irritarme un poco.
—Sí, la verdad que sí.
—¿Por qué?
—¿En serio me lo preguntas? —Este tipo está sacando mi lado más cínico.
Se ríe abiertamente esta vez.
—¿Por qué es tan difícil de creer, Bella?
Está echando mano de su maldito encanto, pero no me voy a dejar atrapar tan fácil.
—Porque podías tener a cualquiera... y, de hecho, lo hiciste.
Hace una pausa y respira muy deliberadamente.
—¿De verdad?
Otra vez me deja sin palabras, y esta vez, se me queda la boca completamente abierta.
—¿No... lo hiciste?
—Todos esos rumores sobre mí en la secundaria... El noventa y nueve por ciento eran puras tonterías —admite. Es sorprendentemente directo, pero aún no me convence.
—Entonces... ¿no embarazaste a Lauren Mallory?
—Eh... bueno, tal vez ese rumor sí era cierto —murmura, claramente incómodo con el tema.
—¿Tienes un hijo?
—¿Qué? —suelta, luciendo repentinamente horrorizado—. No… carajo, espero que no.
—Sabes que el rumor decía que la mandaron lejos para que tuviera al bebé —le cuento, y por Dios, el pobre hombre parece que va a vomitar.
Niega con la cabeza, como si intentara convencerse a sí mismo al mismo tiempo.
—Y-yo también solo escuché rumores. Nadie me dijo nada directamente.
Lo pienso por un momento.
—Bueno, conociendo a Lauren Mallory, si estaba embarazada, no hay garantía de que fuera tuyo.
—Cierto. —Sonríe, y parece casi agradecido, pero yo sigo sin tragármela.
—Si los rumores no eran ciertos, ¿por qué demonios salías con alguien como ella? Sabías qué clase de persona era, ¿cierto?
Él abre la boca para responder, pero la vuelve a cerrar, luciendo inseguro.
—Porque era joven e inexperto, y me enteré de que le gustaba —admite finalmente, encogiéndose de hombros.
—Entonces, ¿nada de orgías sexuales con Jessica Stanley y el resto del «GPEC»? —Arqueo una ceja con gesto inquisitivo.
Frunce el ceño. —¿GPE…? Oh, por Dios… No. Nada de orgías sexuales.
—Bueno, Cristo, esto es desconcertante. Me estás haciendo cuestionar toda mi realidad en la secundaria —digo en tono ligero.
Él resopla por la nariz y gira la vista hacia el parabrisas, mirando la carretera frente a nosotros.
—Pero no me crees.
—Hmm… no. El jurado sigue deliberando.
Su sonrisa no desaparece, pero es evidente que lo estoy incomodando.
—Este auto está bonito —murmura, colocando las manos sobre el volante.
¿Bonito? Es un Nissan.
—Bueno, no es un Aston Martin, querido —imito a Rosalie.
Él ríe, y parte de esa incomodidad se disipa de su rostro al volver a mirarme.
—Nunca te gustó toda esa mierda, ¿verdad?
Inclino la cabeza y lo pienso un momento. —Era todo lo que conocía.
—¿Era? —Su voz se suaviza, y ahí vuelve esa incomodidad, aunque claro, está aludiendo a mi familia muerta, a la que más o menos prometí explicarle.
¿Por qué? Cristo, si lo supiera. Tal vez porque cuando recuperé la memoria, su malditamente hermoso rostro fue una de las primeras imágenes que pasaron por mi mente. Y ahí se quedó desde entonces.
—Sí, era. Mira, estoy segura de que la triste historia de mi familia fue tema de conversación en el Darlo Country Club más de una vez, y que ya sabes todos los detalles jugosos. —Me comporto como una resentida, y no es como si fuera culpa suya que mi padre fuera un bastardo mujeriego. Especialmente ahora que espera que crea que él no lo es.
Y de pronto, parece que quiere escapar otra vez, como si tuviera que recoger una 'orden de almuerzo'.
Es extraño cómo ciertas cosas se te quedan grabadas del colegio.
—No puedo decir que alguna vez haya estado dentro del Darlo Country Club —murmura, y esta vez está claramente avergonzado, pero no sé si por mí o por él mismo.
Suspiro y me obligo a mostrar un mínimo de humildad.
—Entonces, ya sabes a qué me dedico. ¿Tú a qué te dedicas?
—Profesor de secundaria —responde con tanta naturalidad que solo puedo mirarlo, probablemente igual que Rosalie me miró a mí antes, preguntándome si se está burlando o si habla en serio.
—¿Profesor? —repito, incrédula. Lleva un reloj Franck Muller y es empleado público. Eso solo puede significar una cosa: lo desheredaron.
—Profesor —me repite, pero una sonrisa empieza a asomarse en sus labios otra vez—. ¿Recuerdas que dije que Emmett y yo vivimos de forma poco convencional?
—Dios, ¿te borraron del testamento? —le pregunto sin rodeos, y sus ojos se abren de par en par.
Suelta un sonido, mezcla de diversión y sorpresa.
—Eres muy directa.
—Me lo han dicho. En fin, ¿qué hace un niño rico como tú trabajando como profesor?
Vuelve a mirar por la ventana, esta vez la del conductor, hasta que solo puedo ver la parte trasera de su cabeza.
Mierda, lo ofendí.
Carraspea suavemente.
—Porque mi abuelo no quería que Emmett y yo termináramos como él.
—Cristo, lo siento. Estoy de pésimo humor —intento explicar con un suspiro corto. Él gira de nuevo para mirarme mientras esa sonrisa vuelve a aparecer, poco a poco. Sonríe mucho, noto, probablemente porque sabe que se ve aún más condenadamente guapo cuando lo hace. Su sonrisa es cálida, contagiosa, y lo hace parecer casi infantil.
—¿Siempre estás de pésimo humor después de un ataque de asma?
—Usualmente. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque dijiste exactamente lo mismo cuando te llevé a la enfermería en la secundaria. ¿Recuerdas?
—No —respondo, confundida. ¿Él recuerda estupideces que le dije hace diez años? Tal vez he juzgado mal a este tipo todo este tiempo.
Espero por Dios que no, porque… sí… eso sería todo un infierno que no quiero tener que reevaluar.
—¿No? —Parece sorprendido.
—No… —¿Será tan importante para él que lo recuerde?, me pregunto.
—Perdiste tus recuerdos… —concluye, como si se lo recordara a sí mismo. Espero que no esté tratando de recordármelo a mí.
—Al final los recuperé —afirmo.
Sus cejas se elevan.
—¿Los recuperaste?
—Sí, pero tomó tiempo.
—¿Cuántos… cuántos años tenías? —Su voz se tensa, mientras esa incomodidad empieza a marcarle la frente. Conozco esa expresión demasiado bien.
Al menos fue rápido y no sufrieron, querida.
Sí, fue rápido, seguro. Como si eso fuera algún tipo de consuelo.
—Fue justo antes de venir a Sydney. Me dio neumonía. Lo cual, como podrás imaginar, no es raro en mí y me hospitalizaron con una fiebre altísima. Supongo que la fiebre activó mis recuerdos, porque cuando desperté, lo recordaba todo.
Él solo me mira, esa incomodidad creciendo hasta que no la puedo soportar más.
—Está bien —digo. Es increíble cómo una puede haber pasado por el infierno, y aun así ser quien intenta que los demás se sientan cómodos con eso.
—Por supuesto que no está bien —su tono es demasiado serio, y de verdad empieza a frustrarme.
—No lo está, pero Cristo, no tienes que sentirte tan mal por eso.
—¿Quieres ir al cine o algo así? —pregunta de la nada.
—Dios, ¿qué? —Estoy segura de que mi voz suena tan vacía como sin duda está quedando mi expresión—. ¿Ahora?
—Yo… o sea… Mierda. Olvida que lo dije —empieza a frotarse la frente con las yemas de los dedos, los ojos bien cerrados. Y por favor, que alguien me diga que este hombre ridículamente guapo no está sufriendo por mí.
—Bueno, quiero ver esa película de Freddie Mercury. Supongo que puedes acompañarme. —Le lanzo una sonrisa ligera, para sacarlo de su miseria.
Él vuelve a sonreír, respira hondo y mira hacia el volante.
—Mierda… —murmura, y empiezo a sospechar que está más tenso que la mayoría de los chicos criados en el infierno que es el este interior de Sydney.
—Seguro que no será tan terrible —bromeo—. Supongo que me tomó por sorpresa. En realidad, más que la primera vez que me lo preguntaste.
—¿Por qué te sorprende? —Está curioso otra vez, y ¿qué demonios pasa con esa mirada intensa suya? Es más que un poco intimidante.
—Porque los capitanes de Sydney Grammar no invitan a salir a la Dux de décimo grado, querido —no puedo creer que tenga que explicarlo.
Esa sonrisa torcida, más para sí mismo, aparece antes de que exhale.
—Ya no voy a Sydney Grammar.
Eso es cierto, por supuesto, pero no explica por qué sigo tan enganchada con eso. Tal vez nunca fue el galán del colegio o el playboy que todos creían. Sí, claro, y tal vez mis padres se casaron por amor. Tampoco explica por qué acepté su invitación.
Cristo, mi madre se revolcaría en su tumba.
¿Cómo puede un rostro tan guapo hacer que una persona descarte tan fácil sus convicciones? ¿Es algún tipo de gen recesivo que afecta solo a las mujeres? Eso explicaría a mi madre. Y a Leah Clearwater.
Y ahora a mí.
—¿Qué pasa…? —pregunta él, preocupado, al notar que me perdí en mis pensamientos y no le respondí.
—Nada —digo, saliendo de golpe de mi ensimismamiento—. ¿Cuándo quieres ir?
—¿Cuándo estás libre?
—Tengo que ir mañana a la boda de mi jefe. Su tercera boda. Es en algún lugar lejísimos, en medio de la nada —divago, lo cual solo parece hacer que su sonrisa se ensanche más.
—Entonces… ¿la próxima semana?
—Está bien —acepto sin más, y abro mi bolso, saco el celular, lo desbloqueo y se lo tiendo—. Aquí tienes.
Esto lo sorprende y vuelve a dudar. Me pregunto si cree que estoy jugando con él.
—¿Perdón…?
—Pon tu número en mis contactos.
—Oh… eh, ¿cómo se usa esto? Yo tengo un iPhone.
Resoplo en silencio, porque es tan condenadamente guapo como para ser tan torpe.
—Nadie es perfecto, querido.
Tomo mi celular, abro mis contactos y se lo devuelvo.
—Ah, bien… —murmura. Noto que escribe con las dos manos. Es algo encantador, porque claramente no lo necesita. Sus dedos son largos y sus manos ridículamente suaves; las manos de un niño rico privilegiado.
Luego me devuelve el celular. Abro su número en los mensajes y le envío un emoji personalizado saludando. Su teléfono —que tiene entre las piernas sobre el asiento— se ilumina y vibra. Al recogerlo y abrir el mensaje, sonríe al instante.
—Es tierno —observa.
—Aquí, haré uno tuyo —le tomo la manga de la camisa y trato de acercarlo a mí cuando, literalmente, se pone rígido.
—Eh… B-Bella, ¿qué…? —balbucea con los ojos llenos otra vez de incertidumbre. Cristo, en segundos pasó de señor Mirada Intensa a señor Tartamudeo Nervioso. Aunque, si mal no recuerdo, así era en la secundaria.
—Jesús, ¿puedes relajarte? Solo voy a tomar una foto —lo jalo un poco más cerca, lo cual no es fácil considerando que su cuerpo se ha vuelto de piedra, y alzo mi celular para tomarle una foto.
La reviso y casi me río. Tiene cara de asustado, y mientras personalizo su emoji, él suelta una disculpa torpe.
—¿Por qué te disculpas? —pregunto, antes de mostrarle el resultado final en forma de GIF—. ¿Ves?
Él suelta una risa entre dientes y visiblemente se relaja. No tenía idea de que fuera tan tenso.
—No necesitas verte tan preocupado. Digo, considerando que soy tan bajita, querido —vuelvo a imitar a Rosalie, y él sonríe con desgano, aunque claramente sigue nervioso. No sé por qué.
Tal vez el capitán escolar de Sydney Grammar del 2008 tiene sus propios esqueletos de niño rico en el armario.
Bueno, no sería nada raro.
Dux: es un término usado en Australia y Nueva Zelanda para designar al estudiante con el mejor desempeño académico del año.