ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
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10

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. Capítulo 10 Bella . Llega veinte minutos antes. Estoy a mitad de arreglarme el cabello cuando Oppa empieza a alborotarse anunciando su llegada. Después de apartar a mi perro loco, abro la puerta y me detengo un segundo, esperando que mi expresión no sea tan vacía como sospecho. ¡Cristo! ¿Puede este tipo ser aún más guapo? Parece algún tipo de injusticia si se tiene en cuenta la cantidad de tipos fachosos que hay en el mundo. Siempre pensé que Edward en el último año del cole tenía un color de cabello muy lindo, como miel de Manuka oscura, y esos ojos que a veces eran azules y a veces verdes, dependiendo de la nubosidad. Sabía que era guapo, pero en ese entonces había varios chicos guapos. Como que todos se mezclaban entre sí. Pero ni yo puedo negar el nivel de atractivo sexual que tiene ahora. Estoy segura de que debe ser algún tipo de broma cruel. —Hola —digo, enmascarando mi intimidación con una sonrisa y poniéndome de puntillas para corresponder a su saludo. —Hola, Bella —responde con esa voz suave como whisky, antes de que sus labios se posen suavemente en mi mejilla. Y huele igual de condenadamente atractivo. Una cosa que no se le puede criticar a los chicos ricos es que adoran su colonia, y Edward no parece ser la excepción. Si tuviera que adivinar, diría que lleva Aramis. —Hueles agradable... como amaderado —comento con ligereza, mientras lo tomo del borde de su camisa con cuello para hacerlo entrar a la casa. Él se ve repentinamente horrorizado. —¿P-perdón? Lo miro por unos segundos preguntándome qué lo tiene tan nervioso cuando caigo en cuenta. —Tu colonia, querido —lo molesto, y él esboza una sonrisa y se relaja un poco. —Ah, sí... —murmura, y empiezo a sospechar que este tipo tiene muchas capas. Ojos intensos y torpeza apenas rascan la superficie. Oppa empieza a ladrar, asomando la cabeza desde la cocina, porque aunque claramente le tiene miedo a Edward, sé que en el fondo quiere impresionarlo con sus habilidades de perro guardián. Como la mayoría de los perros pequeños, se cree un Pitbull. —¡Oppa! ¡Basta! —piso fuerte, y él se aleja cabizbajo. —No le hagas caso. Es un completo cobarde. —Oppa... —repite Edward, ladeando la cabeza como si intentara descifrar el nombre de mi perro. —Significa "hermano mayor" en coreano —aclaro. —Cristo, lo sé —respondo a su ceja levantada—. No fue una gran idea. Siempre tengo que explicarlo. ¿Crees que ya sea muy tarde para cambiarlo? Él se ríe, dejando escapar el aire por la nariz como si fuera a soltar una carcajada, pero se contuviera en el último segundo. —¿Por qué le pusiste un nombre coreano? —pregunta. —Tomé coreano en la secundaria, ¿recuerdas? —Eh... no... —Parece dudar en admitirlo. —Claro que no —digo, agitando la mano, sintiéndome una idiota por esperar que lo recordara, antes de jalarlo más hacia dentro de la casa. Está empezando a tensarse otra vez—. Dame unos minutos más, ¿sí? —No hay problema —responde, con la voz más baja mientras se mete las manos en los bolsillos delanteros de sus jeans. Me tiemblan las manos, lo cual es ridículo. Nunca tuve esta reacción con él cuando era chica. Supongo que diez años sin mi padre me han dejado vulnerable frente al sexo opuesto. Era más fácil mantener la distancia cuando podía compararlos tan fácilmente con mi viejo. Un solo rasgo parecido a él bastaba para que perdiera el interés, y Edward tenía varios. O al menos, eso creía. Cuando salgo del baño otra vez, con un peinado apenas aceptable, Edward está en el mismo lugar donde lo dejé—en el pasillo—evidentemente examinando el lugar. —¿Te gusta mi casa? —le pregunto, tomándolo desprevenido, al punto que casi da un salto. —Sí, está genial —murmura mientras el rubor le sube por el cuello. —Es bastante pequeña, pero suficiente para Oppa y para mí. —Me gusta —siente la necesidad de asegurármelo—. Mi casa es demasiado grande. Bueno, eso no me sorprende. —Claro que no, querido —lo vuelvo a molestar, entrando en la cocina para agarrar mis llaves y mi inhalador antes de girarme hacia él; no me siguió—. ¿Listo para irnos? —Claro. Lo sigo hasta la puerta principal, cerrándola con llave detrás de mí. Su Audi azul medianoche está estacionado en el garaje junto a mi Nissan, que ahora parece salido de una película de Vinnie. Saca las llaves del bolsillo cuando yo le tomo la mano y lo detengo. Se tensa por segunda vez y me mira. —Déjame establecer las reglas básicas primero, ¿sí? —¿Reglas básicas? —repite con cara de desconcierto, viéndose repentinamente escéptico. —Sí, reglas. La primera, nada de lástima. Y con eso me refiero a que no sientas la necesidad de andar con pies de plomo conmigo. Está completamente bien mencionar padres y hermanos. Créeme, no me voy a desmoronar, y nada arruina más una salida que ciento cuarenta y cinco silencios incómodos en la conversación. Vuelve a sonreír, esta vez de forma encantadora y quizá un poco cargada de compasión, pero lo dejo pasar. —Está bien. ¿Cuál es la segunda? —¿La segunda qué? —La segunda regla —vuelve a verse incómodo. —Ah —caigo en cuenta—. No, solo era esa. Sonrisa incómoda en camino. Cristo... Me abre la puerta, luego se desliza al asiento del conductor pareciendo James Bond. Me lanza una mirada extraña, pero decido no analizarla, solo le sonrío. Él se sonroja, lo cual es ridículamente adorable, antes de encender el motor y salir en reversa. Por la dirección que toma, no va hacia el puente, sino hacia el muelle de Neutral Bay. —No te molesta tomar el ferry, ¿verdad? —pregunta. —Por supuesto que no —respondo. Sé lo horrible que es encontrar parqueo en la ciudad—. ¿Dónde queda tu casa exactamente? —Eh… en Kurraba Road —dice, sin soltar el volante mientras apunta en una dirección al azar, de repente avergonzado. —¿Tiene vista al puerto, querido? Eso le devuelve la sonrisa, y me doy cuenta de que así puedo tranquilizarlo cuando se pone sombrío, lo cual sospecho que ocurrirá seguido. —Parcial —responde. —Bueno, es mejor que la mía. En un buen día, apenas y se alcanza a ver el puente entre los árboles. Voy a ir a tu casa para Año Nuevo. Su sonrisa se ensancha y gira la cabeza para mirarme con esa mirada intensa. —Claro. Aparca su auto en una calle que conduce al muelle, y salimos y empezamos a caminar. Neutral Bay es ridículamente pintoresco; su arquitectura está impregnada de historia. La mayoría de las casas son estilo federación, con techos a dos aguas y ventanales salientes, y separadas de la calle por muros y puentes construidos por convictos. Edward encajaría perfectamente. Pasamos por una fila de tiendas: una cafetería, una tienda de abarrotes y una oficina de correos, antes de llegar al muelle. Edward está callado, con las manos en los bolsillos otra vez y con el aspecto de quien ya se arrepiente de haberme invitado a salir. Me gustaría decir que solo es una persona reflexiva, pero ya no puedo asegurarlo. A menos, claro, que simplemente haya madurado… pero eso no puede ser. Los chicos de su clase social tienden a volverse más insufribles con los años. Empiezo a pensar en qué tipo de trauma pudo provocar ese cambio en su personalidad. Después de todo, en la secundaria era mucho más relajado. Problemas con la madre suele ser una buena apuesta. Ser criado por niñeras tiende a convertir a personas funcionales en completos neuróticos en algún momento. Aunque él no es completamente neurótico. Solo un poco. Cuando llegamos a los torniquetes, saco mi tarjeta Opal del bolso y paso. Edward está justo detrás de mí. Hay varias personas esperando el ferry. La mayoría son adolescentes, y hay un grupo de chicas que claramente conocen a Edward. Empiezan a reír entre murmullos hasta que una, más valiente que las demás, llama la atención de Edward. —Hola, señor Cullen. Se pone roja como un tomate, con las pestañas aleteando como si quisiera volar, mientras yo hago lo imposible por contener la carcajada. —Hola —murmura Edward, de repente nervioso e incómodo. —Uh-oh, estás en serios problemas, señor Cullen —me acerco y le susurro al oído. Aunque una pequeña sonrisa se asoma en sus labios, se sonroja y se tensa de inmediato. Se aclara la garganta suavemente y se sienta en la banca. Me siento a su lado preguntándome si tendrá misofobia. Cinco minutos después, llega el ferry y nos lleva por el puerto hasta Circular Quay. —¿Te apetece comida italiana? —pregunta Edward después de que atravesamos la multitud de hora pico hacia George Street. Ahora que las chicas adolescentes ya no están, parece bastante más relajado. —Claro —respondo sin rodeos. Reservó en Fratelli Fresh en Bridge Street; un restaurante subterráneo con cocina abierta. Edward pide raviolis de carne, y yo fettuccine Alfredo. Aprovecho para intentar romperle la coraza, sabiendo que no puede huir a mitad de la cena. —Entonces, ¿cuál es tu historia, querido? —le pregunto, medio en broma. —¿Perdón? —responde con el tenedor lleno de ravioli suspendido en el aire. —¿Por qué estás tan tenso? —Ah… —se sonroja, y tengo la impresión de que sabe exactamente a qué me refiero—. Mierda… lo siento… —Dios… ¿por qué? —Yo… —aparta la mirada como buscando la salida de emergencia—. Simplemente… no soy bueno con este tipo de cosas. —¿Este tipo de cosas? —repito, enrollando la pasta en mi tenedor—. ¿Te refieres a cenar con chicas que conocías en la secundaria? —Cenar con chicas en general —aclara, y hay una nota aguda de frustración en su tono. Deja caer el tenedor en el plato y suelta un suspiro fuerte—. Lo siento mucho. —¿Alguien te ha dicho que te disculpas demasiado? Me observa unos segundos antes de esbozar otra de esas sonrisas suyas, reticente, y empiezo a pensar que vive en un estado permanente de frustración y ansiedad. —Lo sé. —En serio, no tienes que disculparte conmigo —intento tranquilizarlo. Esta vez su sonrisa es más introspectiva, y de verdad es adorable cuando se convierte en un manojo de inseguridades. Digo, lo hace tan bien que debería ponerme cínica, pero no me pasa. —¿Tienes misofobia? —decido preguntárselo de una vez. Él me mira, confundido, por un momento. —Yo… no sé qué es eso. —Fobia a los gérmenes. Suelta el aire, y me pregunto qué pensó que quería decir. Tal vez es mejor no averiguarlo. —No. —¿No te gusta que te toquen? —insisto, y claramente lo estoy incomodando. Probablemente no es la mejor línea de conversación para una primera cita—. Cristo… olvídalo. —No me… no me siento del todo cómodo con eso —admite finalmente, con la mirada clavada en su plato, y me siento como una verdadera bruja. —Mierda… lo siento, Edward. Él alza la mirada y se encoge un poco de hombros. Su sonrisa, esta vez, realmente empieza a tironearme del corazón. —No te preocupes. Casi por impulso, alargo la mano, olvidándome por completo de mí misma, y le tomo la suya. El pobre hombre se sobresalta en su asiento, y yo retiro la mano de inmediato. —¡Cristo, qué me pasa! Él se ríe, breve y con mucha incomodidad. —Me tomaste por sorpresa. —Es que… Edward, soy muy de tocar —Eso no salió como esperaba—. La mitad del tiempo ni siquiera me doy cuenta de que lo hago. —Está bien… —No me mira, y yo quiero tocarle la mejilla, pero obviamente no puedo—. Quizá eso puede ser otra regla básica. —¿No tocarte? Él se ríe, como si quisiera relajarse, pero estuviera demasiado tenso para lograrlo. —Puedes tocarme, solo avísame antes. —¿Siempre has sido así? —pregunto con delicadeza. Carajo, quiero abrazarlo. Y él necesita muchas cosas más también, pero eso claramente está fuera de discusión. —Eh… no. Quiero decir, siempre me incomodó un poco, pero empeoró con los años. Mucho… —murmura la última parte, casi para sí mismo. Abro la boca, pero la cierro enseguida porque no sé qué decir, y eso no me pasa muy seguido. De pronto me inunda la vergüenza por haber catalogado a este pobre hombre como algo que claramente no es, porque si apenas puede soportar que lo toquen, entonces no mentía sobre los rumores de Jessica Stanley. Dios… Esto lo cambia todo. —Lo siento, Edward —digo en voz baja, pero no puedo obligarme a mirarlo a los ojos. —¿Por qué? —pregunta, con una curiosidad genuina. —Creí lo que decían de ti. Él esboza una sonrisa ladeada, y aunque aparenta diversión, tengo la impresión de que también está molesto. —Fue hace diez años. —Igual… estuvo muy mal de mi parte. Suelta un suspiro que suena cansado y niega con la cabeza, apenas. —Está bien. En serio. Pero no está bien… y el resto de la cena es tan incómodo que resulta genuinamente desagradable. Me siento como una verdadera imbécil, y Edward parece querer desaparecer a lo Houdini. No es que pueda culparlo, ni nada. Yo también querría tirar la toalla. Después de la cena, vamos al cine Hoyts con esa tensión incómoda entre nosotros volviéndose sofocante. —Oye, escucha —rompe el silencio, con la voz sorprendentemente serena—. No es tan grave como suena, Bella. No estoy defectuoso. He… he tenido relaciones normales antes —intenta explicarse, y hay una súplica en su mirada, porque este hombre guapo de verdad quiere que le crea. Asiento; no tengo palabras. Muero por tocarlo, y es un impulso que tengo que obligarme a reprimir. —Esto es incómodo —murmura para sí. Respiro hondo y tarareo en señal de acuerdo, porque lo es—. Bella… —Se detiene a una cuadra del cine y se vuelve hacia mí. Alzo la vista para mirarlo—. Podemos dejarlo hasta aquí si quieres —me dice, con una expresión derrotada, y Cristo, cómo quisiera abrazarlo. —¿Tú quieres? Bufa otra vez; ya noté que hace eso mucho cuando está frustrado. —No. —¿Entonces qué te hace pensar que yo sí? Sonríe al instante, sus hombros se relajan apenas, y me ofrece su mano. —¿Quieres tomarme la mano? Le sonrío de vuelta, secretamente aliviada también, y tomo su mano entre la mía. Está empapada, pero lo ignoro. —Eres ridículamente adorable. —Y tú, ridículamente directa —responde él, con ese tono suavemente rasposo otra vez. Lo tomo como una buena señal de que está empezando a relajarse. Los recuerdos tienen la costumbre de golpearte en los momentos menos oportunos. Por ejemplo, justo en plena función de Bohemian Rhapsody me acuerdo de que Edward me contó que tenía una madre narcisista cuando yo tenía dieciséis. En ese entonces, lo dijo tratando de hacerme sentir mejor por mi padre imbécil, y yo prácticamente lo dejé pasar. Hasta ahora. Porque justo ahora todo encaja, por qué se pone tan nervioso con las mujeres. Incluso conmigo, y eso que ni siquiera me considero una mujer la mitad del tiempo. Edward no es el mujeriego que creí que era. Solo era un chico guapo con sus propios demonios que, por desgracia, atrajo la atención de la franquicia de chicas fáciles del colegio. Un chico guapo que dijo que yo le gustaba… y todavía no entiendo por qué. Nota de traducción: La expresión "hacer un Houdini" o "desaparecer como Houdini" (original en inglés: do a Harry) es una frase coloquial usada en Australia y Reino Unido para referirse a alguien que se marcha de forma abrupta o sin despedirse, en alusión al mago e ilusionista Harry Houdini.
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