11
22 de octubre de 2025, 10:39
.
Capítulo 11
Edward
.
No he tenido muchas citas en mi vida, pero esta fue, por mucho, la peor. Fue tan mala que tengo suerte de que Bella no saliera corriendo al ferry antes de que termináramos la cena.
Quería explicarle todo, pero entre más hablaba, más preguntas quería hacer, y eso solo me hacía quedar como un completo idiota.
No es que no pueda dejar que las mujeres me toquen, es solo que… ¿Qué demonios estoy diciendo? Soy un maldito desastre, y como estoy tan enganchado con Bella, todo se vuelve mil veces peor.
Durante la semana entre la boda de su jefe y esta noche, hablamos por teléfono todas las noches. Bella está un poco loca y habla más que cualquier persona que haya conocido. Al mismo tiempo, es muy dulce, y pensé que… Bueno, no sé qué demonios pensé, solo que lo arruiné antes de que pudiera convertirse en algo.
Después de la cena y durante la película, se mantuvo deliberadamente alejada de mí. Ya no hubo más «amor» ni bromas sobre nuestras infancias de mierda. Se volvió callada y perdida en sus pensamientos, y considerando lo habladora que es, eso solo lo hacía más evidente y más incómodo. Tampoco era difícil imaginar qué pasaba por su mente. Estaba contando los segundos para que terminara esta cita espantosa.
*V*
Viajamos en el ferry de regreso a Neutral Bay y luego a su casa en silencio, y para cuando estaciono frente a su casa, estoy frustrado y molesto conmigo mismo.
—Mira, Bella —digo abruptamente, girándome hacia ella. Me está mirando, su expresión... mierda. No sé qué está pensando—. Lo siento.
—Dios, Edward, ya no más disculpas —insiste, girándose para encararme—. Como tengo que preguntar primero, ¿vas a dar tú el primer paso o lo doy yo?
—¿Lo siento?
Ella pone los ojos en blanco a propósito.
—Para ser tan guapo, de verdad que eres un despistado.
—¿El primer paso...? —repito. ¿Qué quiere hacer?
—Cristo... ¿quieres besarme o no?
—Oh. Eh, sí, sí quiero.
—Entonces, ¿quién va a dar el primer paso? ¿Tú o yo?
—Yo.
—Tá bien... —Inclina la cabeza, claramente esperando.
Solo la miro durante demasiado tiempo, viendo cómo alza una ceja con cada segundo que pasa sin que me mueva. Reaccionando al fin, me inclino hacia ella. Mis manos se vuelven de agua y tengo una erección monumental, pero entonces me quedo completamente paralizado.
—Mierda... —murmuro, bajando la mirada al piso.
—¿Por qué puedes besarme en la mejilla sin problema, pero no en los labios? —pregunta, casi seria.
—Besar mejillas no es personal —respondo.
—Puedo besarte yo, si quieres. De verdad, no me importa —ofrece.
—Eh... está bien.
Se inclina un poco más, pero se detiene otra vez.
—¿Seguro?
—Seguro. Solo hazlo, por Dios —estoy frustrado y me siento como un imbécil enorme.
—Eres todo un romántico, Edward —bromea otra vez.
—Mierda... lo siento.
—Ay, Dios.
A pesar de mí mismo, sonrío. Ella es buena para aliviar la tensión, y se lo agradezco muchísimo.
—Perdón por pedir perdón —murmuro, con los ojos clavados en sus labios. Son llenos y carnosos. Quiero tenerlos sobre los míos. Quiero tenerlos por todas partes.
Ella suelta una risa entrecortada.
—Dios, eres tan adorable que me está matando.
—Creo que eso es algo que yo debería decirte a ti. —Quiero decirle que es hermosa, porque lo es, pero no entiendo cómo ella puede decir lo que piensa con tanta facilidad.
—¿Estás postergando esto? —Alza una ceja.
—¿Cómo voy a estar postergando si tú vas a dar el primer paso?
—Entonces deja de hablar. Bien. No quiero que me des un cabezazo ni nada, así que ¿lo hago rápido o lento?
—Tú... dijiste que dejara de hablar.
—Entonces lento. Un parpadeo para sí, dos para no.
—Yo... —río incómodo—. No estoy parpadeando.
—Entonces dilo con palabras, guapo —dice, y no sé si estoy desesperándola o solo se está burlando de mí.
—Sí.
Ella suelta un suspiro profundo.
—Bien, ¿listo?
Asiento, pero Jesús, estoy tan tenso que ya hasta me duele.
Acorta la distancia entre nosotros, y su mano me toca primero. Desliza los dedos por mi mejilla justo antes de que sus labios rocen los míos. Su boca está entreabierta, y siento el calor de su aliento, pero no se mueve, y apenas pasan tres segundos cuando se aparta.
Mierda. Ha pasado tanto tiempo, y con ella, no fue ni cerca de suficiente.
—Ahora, ¿ves que no fue tan difícil?
—Bella... soy un imbécil.
—No lo eres. ¿Disfuncional? Sí. ¿Imbécil? No.
—¿Y qué tengo para ser disfuncional? —murmuro con amargura—. Digo, comparado contigo... —Pero cuando la miro, las palabras se me mueren en los labios.
Sus ojos se abren y parece que está a punto de enfadarse.
—¡Nada de romper mis reglas!
—Yo... lo siento.
—Está bien. Acabo de inventar otra.
—¿Otra?
—Si me dices «lo siento», te voy a agarrar. En donde menos te lo esperes.
La miro en silencio por un segundo, preguntándome si habla en serio o solo me está tomando el pelo.
—Cristo. ¿Quieres pasar a tomar un café?
Abro la boca para decir que sí, pero la cierro otra vez. De verdad quiero, pero ahora mismo lo que necesito es una ducha fría, no café.
—Claro —digo al fin, con la voz tensa.
Ella exhala, y no sé si está aliviada o frustrada. No podría culparla por ninguna de las dos.
—Entonces vamos.
Camina hacia la puerta, y la sigo, cerrando mi auto con seguro.
Cuando llega al umbral, se enciende la luz del porche, y desde dentro empieza a ladrar su perro.
—Oppa, mami llegó —anuncia mientras rebusca en su bolso las llaves. Después de sacarlas a duras penas, abre la puerta y yo la sigo hacia adentro.
Su casa no parece tener más de una habitación, y es antigua; al menos de principios del siglo XX, pero ha sido renovada respetando la arquitectura original. Se abre a un pasillo, y a la derecha está la sala, con una chimenea y una ventana tipo mirador. Junto a la sala hay lo que supongo que era un comedor formal, pero ella lo usa como estudio; hay un escritorio con un portátil y millones de libros apilados por todas partes. El pasillo conduce a una cocina amplia con zona de comedor, y frente a la sala solo puedo asumir que están el dormitorio y el baño.
Después de encender varias luces, saluda a su perro, y el pequeño caniche marrón se vuelve loco por ella. Me huele con cautela, y al decidir que no le agrado, empieza a gruñir.
—Ay, ¿en serio, Oppa? —le habla como si fuera humano—. No le hagas caso, Edward. Es un quejica total —dice por encima del hombro mientras se dirige a la cocina; yo la sigo.
—Todavía te gusta leer —comento al pasar junto a su estudio. Su casa tiene un desorden como organizado. Está desordenada, pero limpia, de una forma disfuncional encantadora; exactamente como ella me describió a mí.
—Dios, sí —responde con pasión en la voz—. Es una gran forma de escapar cuando tienes una vida de mierda.
Suspiro por lo bajo. Aunque apenas pienso en mi madre, y mucho menos hablo de ella, Bella hace muchas referencias veladas a lo que le pasó. Y es tan completamente despreocupada al respecto que sigo convencido de que es una fachada.
—He leído tal vez seis libros en toda mi vida —confieso mientras bajo el pequeño escalón hacia la cocina detrás de ella—. Todos obligatorios para la clase de Inglés.
Ella se ríe suavemente y va hacia el mesón, donde enciende la tetera.
—Toma asiento —me indica con un gesto hacia la mesa del comedor.
Me siento en la silla más cercana a ella.
—Oye… Bella… —murmuro, porque todavía se siente todo incómodo. Al menos para mí.
Ella se da vuelta, levantando las cejas.
—Siento mucho lo incómodo que hice que se pusieran las cosas esta noche.
—¿De verdad vas a disculparte otra vez, a pesar de mi advertencia? —me toma el pelo de nuevo, y hay que reconocerlo, es muy buena para aligerar la situación.
Esbozo una pequeña sonrisa.
—Te pusiste muy callada. Sentí que… que la había cagado.
—Solo te estaba dando algo de espacio —dice simplemente, con un encogimiento de hombros, y luego se vuelve de nuevo. Abre la puerta de la nevera y saca un cartón de leche—. ¿Sabes qué pienso, Edward? —pregunta detrás de la puerta, y reaparece con la leche en la mano.
—¿Qué?
—Creo que solo necesitas desensibilizarte —responde, y hay mucho más detrás de esa frase de lo que deja ver.
Sonrío para mí mismo y desvío la mirada. Lleva la honestidad a un nuevo nivel.—Probablemente.
—Dios, la semana pasada en mi auto no estabas ni de cerca tan tenso. De hecho, fuiste bastante encantador —dice mientras se estira en puntas de pie para abrir un gabinete sobre la estufa y sacar dos tazas.
—La semana pasada no estábamos en una cita —admito en voz baja. Ella es tan honesta que siento que yo también tengo que serlo, sin importar cuán idiota quede.
—¿Eso fue lo que te asustó tanto? —se vuelve hacia mí y arquea una ceja de nuevo, antes de abrir la despensa.
—Eh… sí, supongo. Hace mucho tiempo que no salgo en una.
—Bueno, en el futuro solo imagina que estamos escondiéndonos de Leah Clearwater —sugiere con ligereza, con el café y el azúcar en la mano.
Sonrío de oreja a oreja y casi me río.
—Está bien entonces.
—Ahora dime, ¿cómo tomas tu latte, amor?
—Con leche, una cucharada de azúcar.
Después de servir el café, revuelve ambas tazas ruidosamente y lanza la cuchara al fregadero. Luego, levantando ambas tazas, pasa junto a mí y vuelve al pasillo de entrada.
—Sígueme.
Me levanto de la silla, con el maldito pantalón a punto de estallar, y la sigo hacia la sala.
Coloca las dos tazas sobre la mesa de centro, se sienta en el sofá y recoge las piernas debajo de sí.
—Vamos, guapo —palmotea el asiento junto a ella, pero su actitud general es casual, y nada más. Aunque, la verdad, no estoy seguro. Es difícil descifrarla, y eso me pone nervioso.
Me aclaro la garganta suavemente, me siento a su lado y me inclino para tomar la taza que dejó más cerca de mí.
Ella me observa por un momento, con la cabeza levemente ladeada.
—¿Tengo permiso para tocarte? Cristo, ¿vamos a necesitar un contrato como en esa película de bondage, Cincuenta Sombras de Grey?
—¿Qué película? —pregunto, confundido.
—¿Nunca has oído hablar de ella?
—Eh… no. ¿Debería?
—Supongo que es más una novela para amas de casa solitarias que para chicos jóvenes y atractivos —se encoge de hombros—. Dame tu mano.
—¿Qué? ¿Por qué?
Pone los ojos en blanco.
—Cristo, Edward, ¿quieres que te desensibilice o no?
Trago saliva con dificultad, todo mi cuerpo se tensa de inmediato.
—¿Cómo… planeas hacer eso?
—¿Cómo te gustaría que lo hiciera?
—Jesús, Bella.
—Okay, señor Tensión, esto me está volviendo loca. Dame la mano. —Sin esperar respuesta, toma la taza de mis manos y la vuelve a dejar en la mesa. Luego, de regreso, toma mi mano izquierda entre las suyas.
Pasa los pulgares por encima, la gira y la vuelve a girar, y luego traza con la punta de sus dedos las líneas de mi palma.
—¿Esto no te pone nervioso?
—No. —Me aclaro la garganta otra vez, contradiciéndome por completo mientras ella sonríe apenas.
—Eres un pésimo mentiroso, ¿lo sabías?
—¿Cuántos años tienes, Bella? —pregunto, sin idea de por qué.
Ella me lanza una mirada rara.
—Cristo, ¿perdí la memoria o fuiste tú?
Jesús. Esta indiferencia suya ante lo que le pasó es algo realmente jodido.
—¿Ya olvidaste mis reglas? —dice, no del todo en serio—. Y piensa bien antes de disculparte.
—Okay —cedo con una pequeña sonrisa, pero ella está tan tranquila que es difícil no contagiarse. Y eso, en realidad, es bastante sexy.
—Tengo veintiséis —responde, inclinándose un poco más hacia mí con mi mano aún atrapada entre las suyas—. Ahora dime si te estoy incomodando.
—No me estás incomodando —respondo, aunque mi voz ya empieza a fallarme.
—De verdad eres demasiado condenadamente guapo para estar tan inseguro de ti mismo. —Suelta una de sus manos y pasa las yemas de sus dedos por mi mandíbula.
—Eso es porque tú eres demasiado condenadamente directa —le respondo, intentando imitarla para distraerme, pero sigo tenso como una cuerda.
—No soy directa, soy honesta. Hay una diferencia. Cristo, hueles tan bien.
—Eh… tú también. —Todo mi cuerpo está tenso y en tensión, y estoy a dos malditos segundos de venirme en los pantalones.
Ella se ríe por lo bajo y se acerca aún más.
—¿Qué te hizo tu madre? —Su voz se vuelve casi un susurro, y está tan cerca que su aliento me roza la cara.
—Me… me arruinó —respondo, bajando la voz como ella.
Niega levemente con la cabeza y coloca su dedo índice en mis labios. Después de un momento lo retira y me besa. Es solo un momento antes de apartarse, posar su mano en mi muslo y recostarse por completo contra mí.
—Dime qué te hizo, Edward —repite con la voz algo temblorosa—. Y no quiero que sientas que tienes que compararlo con lo que me pasó a mí.
Niego con la cabeza. No quiero que deje de hacer lo que está haciendo, pero definitivamente esto no es algo que pueda contar.—Bella…
Me besa otra vez, solo que esta vez es más largo y profundo, aunque también es evidente que está siendo cuidadosa conmigo.
—Solo necesitas reemplazarlo con otro recuerdo —murmura contra mi oído antes de volver a tomar mis labios con los suyos.
Cierro los ojos, concentrándome únicamente en su boca, en su cercanía y en el calor de su cuerpo. —Mi… mi… madre…
—Sigue —dice, colocando las manos en mi rostro y luego llevándolas a mi cabello, mientras sus labios se deslizan por mi mandíbula, por mi cuello…
Estoy empezando a temblar, y no tengo ni idea de por qué exactamente. —Ella… hizo que… hizo que… Emmett…
Deslizando su palma lentamente por mi cuello y sobre mis hombros, agarra un puñado de mi camisa y me acerca más a ella. Y esta vez, cuando me besa, no estoy seguro de que vaya a terminar, pero, Jesús, no quiero que termine.
Mientras se aprieta más contra mí, giro el cuerpo para enfrentarla por completo e inclinarme hacia ella, pero es incómodo. Ella es mucho más pequeña que yo, y empiezo a sentir un tirón en el cuello.
La rodeo con los brazos y la atraigo hacia mí, y en el siguiente momento, ella se acomoda sobre mis piernas; con las suyas rodeando las mías.
—Dime, Edward… —me incita, con los labios rozando los míos antes de abrirlos y fundirse con ellos de nuevo, llevándome consigo.
—Ella… hizo que Emmett… me golpeara con un bate de críquet. —Las palabras brotan de mis labios, y empiezo a sentir que estoy perdiendo la cabeza. Pero antes de poder reaccionar o detenerme, su boca vuelve a cubrir la mía, haciendo que olvide al instante lo que acabo de confesarle; haciéndome perderme aún más en ella.
Mi piel arde, y no sé si ella lo nota o no, pero está moviéndose contra mí. Me cuesta mantener el control, pero al mismo tiempo no quiero hacerlo, y cada segundo que pasa con su peso sobre mí y su boca contra la mía, me estoy deshaciendo.
—No pares. Sigue. —Está forcejeando con mi cinturón, pero apenas soy consciente de ello. No sé qué demonios está pasando, solo sé que ya no quiero que esto termine.
—T-Tuve cinco… costillas rotas… Me obligó a decirle al médico que me caí del techo. Jesús… Te deseo, Bella. —Mi respiración empieza a entrecortarse. No sé qué está ocurriendo, pero ella me está quebrando como si fuera un huevo crudo.
—Lo sé —responde, prácticamente respirando sobre mis labios entreabiertos. Tiene mi pantalón desabrochado y su mano se desliza dentro de mi ropa interior—. Y puedes tener todo de mí, te lo prometo. —Y antes de que apenas pueda procesarlo, envuelve completamente mi erección con su mano.
Me estremezco y casi salto del sofá.
—¡Mierda! —Por reflejo, rodeo su mano con la mía, pero no sé con qué intención; seguro que no es para detenerla.
—Edward, escúchame. —Me mira directo a los ojos, completamente seria—. Quiero que me entregues todo tu dolor, yo lo sostendré por ti, pero tienes que dejarlo ir. ¿De acuerdo?
Asiento, tal vez con demasiada brusquedad, y suelto un gemido apagado, aunque al mismo tiempo, no quiero perder el control en su mano. O sobre ella.
Su boca vuelve a presionar contra la mía mientras su mano aprieta y se mueve hasta que prácticamente estoy temblando. Apoyo la cabeza contra el respaldo del sofá, cierro los ojos otra vez y lucho por contener esta montaña de deseo en la que me ha lanzado sin aviso.
Me besa como nunca me han besado antes. Sus labios se funden con los míos profunda y repetidamente, y cada vez abre la boca para recibirme. Me cuesta mantener la mente enfocada en lo que su mano está haciendo mientras trato de concentrarme en lo que hace su boca, hasta que empiezo a sentirme desconectado. Mantengo mi mano anclada sobre la suya, y ella entrelaza sus dedos con los míos hasta que, básicamente, soy yo quien me está masturbando.
En algún rincón de mi mente, soy consciente de que esto va a terminar muy desordenado. Solo he llegado al clímax dentro de una mujer antes, pero ya es demasiado tarde. Estoy más allá del punto sin retorno, y ella lo sabe perfectamente.
Empiezo a sentir cómo el calor me sube al rostro. Un calor que hace que se forme sudor sobre la superficie de mi piel, mientras la energía abrasadora que se expande desde mi centro se dispara por mis brazos y piernas. Estoy prácticamente ahogándome con eso, y es un deseo tan intenso que empieza a doler. Nunca antes he estado con una mujer que provocara este tipo de reacción física en mí.
Si alguna vez lo hubiera estado…
Aprieta su mano alrededor de mí una vez más, y es suficiente para empujarme por completo al borde. Soltando un gemido entrecortado y totalmente descompuesto contra sus labios, me rindo por completo y me dejo ir.
De repente estoy exhausto; como si acabara de correr la City to Surf. Mis manos caen sin fuerza a los lados mientras intento recuperar el aliento.
—Mierda… —es lo único que consigo articular, con el pulso latiendo en mis sienes, en la garganta… en todo el maldito cuerpo.
Sin decir una palabra, Bella pasa los dedos por mi cabello, agarra un puñado y tira de mí hacia ella. Mi rostro cae contra la curva de su cuello y vuelvo a gemir suavemente.
Siento que estoy a punto de tener un maldito derrame.
Su piel es suave, y en serio, huele muy bien. Cierro los ojos e intento despejar la mente un momento hasta que pueda volver a pensar con claridad.
—Bella… ¿qué demonios acaba de pasar? —Se aparta, y al hacerlo, mi cabeza se desploma hacia adelante y mi barbilla golpea contra mi pecho—. Jesús… —Estoy completamente incrédulo, y creo que intento reírme, pero suena como si estuviera borracho.
Ella toma mi mano entre las suyas, la levanta y la deja caer. No tengo energía ni para controlar mi propio cuerpo, y cae pesadamente sobre el cojín junto a mí.
—Por fin te relajaste. —Ríe suavemente, ahogando la risa contra mis labios al besarme de nuevo—. Cristo, amor, pensé que te iba a explotar la cabeza.
—Puede que sí… aún no estoy seguro —murmuro, sonriendo como borracho con los ojos cerrados—. ¿Dónde diablos aprendiste a hacer eso?
—Con mi terapeuta. Por quinientos dólares la hora, más le vale enseñarme a exorcizar demonios.
City to Surf: carrera anual de 14 kilómetros que se realiza en Sídney, Australia, desde el centro de la ciudad hasta Bondi Beach. Es popular y exigente, y se usa coloquialmente para expresar un cansancio extremo.
Nota de la autora: No, el terapeuta de Bella no le enseñó a hacerle una paja a alguien, sino a reemplazar recuerdos negativos con experiencias positivas.