ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
En progreso
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

13

Ajustes de texto
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Capítulo 13 Edward . —¿Qué carajos te pasó? —exclama Jake en cuanto cruzo la puerta—. Jesús, ¿eso es vómito? —Bella se enfermó —es todo lo que digo, dejando su bolso sobre la mesa del comedor mientras me dirijo a la lavandería, desabotonándome la camisa en el camino. —¿Estaba borracha? —pregunta. —¿Borracha? —Le echo una mirada por encima del hombro, incrédulo—. ¿Quién más que tú estaría borracho a esta hora? —Me quito la camisa de un tirón y la dejo sobre la encimera, luego me desabrocho el cinturón. —Eh, está bien. —Me sigue—. ¿Qué pasó? Te ves… hecho mierda. —Sí, bueno, ver a tu novia intentar tirarse de un auto en movimiento te deja así —respondo con sarcasmo, pateando mis zapatos para poder quitarme los jeans. —Mierda, ¿qué demonios pasó? —Esta vez lo dice en serio. —¡No tengo ni puta idea! —espeté, frustrado. Estoy más alterado que frustrado, porque sé que ya no puedo seguir negando que algo anda realmente mal con Bella—. Quedamos atrapados en el tráfico justo antes del túnel del puerto, y de pronto ella empieza a perder la cabeza e intenta saltar del auto. Casi me estrello contra un taxi al tratar de detenerla. —¿Tuviste que frenar de golpe? —Sí —le digo, mientras dejo los jeans en la lavadora y echo también la camisa. —Mierda, amigo. ¿Olvidaste que un choque en cadena fue lo que mató a su familia? Me detengo y paso la mano con fuerza por el cabello, porque sí, lo olvidé. —Puta mierda. —¿Y cómo terminó vomitando? Me dirijo a mi cuarto para ducharme. El vómito traspasó mi ropa y está sobre mi piel. —Tuvo un ataque de asma y no podía respirar. —Y tenía esa mirada de pánico en sus ojos…—. Mira, no puedo quedarme a hablar. Ni siquiera sé si ella está bien. —¿Y tú estás bien? —pregunta—. ¿Quieres que te acompañe? —No, estoy bien. —Entro al baño y cierro la puerta de un portazo. No estoy bien. Quince minutos después, ya con ropa limpia, entro a la cocina y me topo de nuevo con Jake. —¿Dónde están mis llaves? —pregunto, mirando a mi alrededor. Mis ojos se posan en el bolso de Bella sobre la mesa, con todo el contenido desparramado. —Revisa en la lavandería —sugiere, mientras agarro el bolso y empiezo a meter las cosas de vuelta. Es entonces cuando noto un frasco blanco pequeño, lo agarro y lo giro entre mis dedos para leer la etiqueta. Prozac. Mierda. —Vamos, yo manejo —anuncia Jake, levantando mis llaves. Niego con la cabeza, pero me agarra de la camisa y me empuja antes de que pueda resistirme. —Estoy metido hasta el cuello —murmuro mientras da reversa en la entrada. —¿Con Bella? ¿Por qué? —pregunta Jake sin apartar la vista del camino. —Porque… ¡no lo sé, mierda! Siento como si estuviéramos al borde de un precipicio o algo así, y todo está a punto de irse a la mierda. —Probablemente lo estás sobrepensando —dice con un resoplido—. Como siempre. —No quiere hablar conmigo, me mantiene afuera de todo deliberadamente. —¿Cuánto llevan juntos? —pregunta mientras toma la A1 para cruzar el puente. Me detengo un momento a pensarlo. —¿Desde cuándo se cuenta? Él pone los ojos en blanco. —Desde que se acostaron, por supuesto. —Ah… seis semanas. Frunce el ceño mientras hace el cálculo mental, y de pronto se gira hacia mí con los ojos bien abiertos. —¿Ustedes dos? Maaaaadre mía… Suspiro. —No seas idiota, Jake. —Lo dice el mismo tipo que antes saltaba del susto si una chica respiraba cerca de él —se burla—. Estoy orgulloso de ti, amigo. Tendré que preguntarle a Bella cuál es su secreto. —Es muy, muy persuasiva, ese es su secreto —respondo con una sonrisa resignada. —¿La chica de la biblioteca? ¿En serio? Cristo… uno cree que conoce a alguien… —Pero ella no está bien, Jake. Eso es lo que trato de decirte. Le gusta convencerme de que sí lo está, pero no, y tiene todas estas reglas para evitar que yo siquiera mencione el tema. —¿Qué reglas? —Nada de compasión, o me agarra el pene. Se echa a reír. —Sabía que por algo siempre me había agradado Bella. ¿Y qué es lo que quieres sacar a relucir, entonces? ¿Lo que le pasó? —Sí. No sé… —Eh, amigo, ¿por qué querrías revolver todo eso? —Porque se me está yendo de las manos, y no tengo ni puta idea de cómo ayudarla —respondo, pasándome la mano por el pelo con frustración. —Es demasiado pronto para todo ese drama. Probablemente solo quiere disfrutar de tenerte en la cama antes de ponerse profunda y existencial. No la presiones, y deja de ser tan jodidamente intenso con todo. Lo miro un momento, y lo pienso. Es bastante irónico que esté recibiendo consejos de pareja de Jake, pero supongo que tiene un punto. —Sí, puede ser —murmuro. —Tampoco puedes esperar que esté completamente bien. Lo que le pasó destrozaría a cualquiera. —Lo sé —asiento—. ¿Sabías que no tiene televisor? —¿No? —Me da la impresión de que prefiere mantenerse aislada de toda la mierda que sale en las noticias. —No la culpo —dice, frenando ante el tráfico y volviéndose hacia mí—. ¿Qué te pasa? ¿Estás tratando de sabotear esto? —No. —¿Seguro? —¿Por qué querría sabotearlo? —le espeto, molesto de que siquiera lo sugiera—. Ya la amo, pero es difícil cuando tiene una muralla enorme a su alrededor. —Dale tiempo —sugiere—. Tal vez no quiere cargar algo tan bueno con todo su equipaje. —Lo sé, pero, mierda… —Tenías que saber que la chica de la biblioteca venía con mucho equipaje. —¿Puedes dejar de llamarla así? —le digo con fastidio—. Es una persona completamente distinta a como era en la secundaria. —¿Sí? ¿En qué sentido? Me detengo a pensar en cómo era Bella antes. La chica que se pasaba todos los días en la biblioteca, la que me miraba como si creyera que iba a echarle algo en su gaseosa. —¿Te acuerdas que antes apenas podías sacarle una palabra? —Sí. —Ahora habla tanto que apenas respira —digo, sonriendo para mí mismo—. Y en la cama es muchísimo mejor que yo. —Amigo, hasta mi pez dorado es mejor en la cama que tú. ¿Cómo logró llevarte a la cama en la primera cita? ¿Te drogó? —Se ríe con malicia. —Muy gracioso, imbécil, y no me llevó a la cama. Solo… me ayudó a relajarme. —Eso no debe haber sido fácil —dice con tono burlón—. ¿Te la mamó? Pone una ceja en alto mientras me mira. Pongo los ojos en blanco. —No exactamente. —¿Qué? ¿No me digas que te masturbó durante la película? Cristo… siempre son las que menos te esperas. —No durante la película. Y, de todos modos, eso no es asunto tuyo —respondo, mientras él estalla en carcajadas. —Claro, claro. Solo deja de pensar tanto y disfrútalo, carajo. Ya habrá tiempo para llorar sobre el pasado con ella. —Sí… Aun así, algo no está bien. ¿Por qué demonios es secretaria? ¿Recuerdas lo inteligente que era? Con sus notas debería ser abogada, o algo así. —No sé —dice, activando el direccional para girar hacia el estacionamiento del Hospital St. Vincent—. Solo espera a que decida contarte, y deja de hacerte un lío por cada cosa que hace. Abro la boca para responder, pero la cierro. Respiro hondo, resignado, y lo suelto con pesadez. —Probablemente tienes razón —murmuro. Pero por más que quisiera creerlo, no estoy convencido, porque las alarmas llevan sonando desde hace mucho. Esa actitud de «me importa un carajo» de Bella está empezando a desmoronarse, y empiezo a pensar que no solo no está bien, sino que apenas se está sosteniendo. Aunque no lo admita, aunque se niegue a hablar de ello, cada día hay más señales. Y cada día me preocupan más. Lo que pasó hoy en el túnel del puerto no fue la primera señal, pero sí la más fuerte hasta ahora. No solo me asustó como nunca, sino que me di cuenta de que, cuando está vulnerable, su máscara desaparece por completo. *V* —Isabella Swan... Dwyer, perdón. Isabella Dwyer —me corrijo ante la enfermera en el mostrador de Triaje. Busca la información de Bella en la computadora frente a ella antes de hacerme pasar al área de urgencias. —Está justo adentro. Le agradezco rápidamente y me giro para dirigirme a las puertas dobles de Emergencias, cuando Jake me agarra del hombro. —Oye, creo que me quedaré por aquí un rato —ofrece. Es aprensivo, y seguro vomitaría o se desmayaría ante la primera gota de sangre, pero además dudo que Bella se sintiera cómoda viéndolo en ese estado. —Gracias, amigo. —Le lanzo una sonrisa agradecida y empujo las puertas. La veo de inmediato. Está recostada al final de una fila de cuatro camas, y decir que se ve asustada sería quedarme corto. Está completamente alterada. Una mascarilla de oxígeno aún le cubre medio rostro, y tiene docenas de cables conectados a su cuerpo, desapareciendo bajo la bata hospitalaria que lleva puesta, además de una vía intravenosa en el dorso de la mano, inyectándole quién sabe qué en las venas. Gira la cabeza y me ve acercarme, y en cuanto nuestros ojos se encuentran, algo en su expresión se rompe. Inmediatamente se baja la mascarilla de oxígeno y extiende ambos brazos hacia mí, y yo la abrazo. Está temblando como una hoja, pero no es por frío, y en respuesta, la envuelvo con fuerza entre mis brazos. —Lo siento tanto, Bella —susurro contra la parte superior de su cabeza. Me siento jodidamente culpable. ¿Por qué demonios no tomamos el ferry? —Cristo, ¿otra vez pidiendo perdón? —Su voz es suave, pero ahogada y congestionada. Emito un sonido que pretendía ser una risa, pero se queda corto. —Debí haberlo sabido. —¿Cómo ibas a saberlo? —pregunta, y eso es lo que hace; intenta minimizar todo. Presiono mis labios contra su frente y me aparto para mirarla. Está pálida y sus labios aún tienen un tono azulado en los bordes, pero son sus ojos los que me afectan. Están brillantes, pero al mismo tiempo, completamente desbordados. Es entonces cuando me doy cuenta de que Jake está equivocado, y que esta chica de la que me estoy enamorando rápidamente está sumida en un mundo de dolor, y yo no tengo idea de cómo ayudarla. Quiero decirle que la amo, que ya no está sola, pero no lo hago. Mi instinto me advierte que no es el momento. Ella no está lista para escucharlo, y tengo la sensación de que tampoco quiere hacerlo. Todo lo que puedo hacer es estar aquí para ella y esperar a que esté lista para dejarme entrar. Desde el principio supe que, pese a todas sus apariencias, se protege detrás de una armadura muy pesada, y que todavía no se siente lo suficientemente cómoda como para bajar la guardia conmigo. Esta es la misma chica que insiste en ayudarme a lidiar con mi mierda, pero no quiere nada remotamente similar de mi parte a cambio. Sé que, si la presiono, podría cerrarse por completo. Es un mecanismo de defensa para ella, y lo entiendo, pero también podría convertirme fácilmente en alguien prescindible. Y eso es lo último que quiero. —Bella, puedes hablar conmigo, ¿sí? —susurro, llevando mi mano a su mejilla. Sus ojos se apartan de los míos y se giran hacia otro lado. —Lo sé —responde en voz baja, pero aún no se siente cómoda. Está prácticamente rígida, y cada vez que pasa una enfermera empujando una camilla o se oye algún ruido metálico desde otra parte de urgencias, se sobresalta visiblemente—. Qu-quédatete conmigo, Edward —balbucea, y cuando vuelve a mirarme, sus ojos me suplican. Luego, como para reforzarlo, extiende las manos y se aferra con fuerza a mi camisa, casi jalándome encima de ella. —No voy a irme a ningún lado —le aseguro con suavidad, apartando un mechón húmedo de su rostro. —Cristo, te vomité encima —dice, como si recién lo recordara, con tono horrorizado. —Lo hiciste. —Sonrío; no puedo evitarlo. —Lo siento. —No te preocupes por eso —le digo mientras desenredo sus dedos de mi camisa y llevo sus nudillos a mis labios. —Claro que voy a preocuparme. ¿Cómo puedes siquiera mirarme? —Porque eres hermosa. —Dios, ¿por qué dirías eso? —Porque lo eres —insisto, y me pregunto cómo no lo nota. ¿Acaso no tiene un espejo? Tiene que saber lo jodidamente hermosa que es. —No te vayas a ningún lado. —No me voy a ir. —No estoy bromeando, Edward. Si me dejas aquí, te mato. Empiezo a pensar que la razón por la que habla tanto es porque está tratando de escapar de lo que sea que siempre tiene al acecho en su mente. —No voy a dejarte aquí. Lo prometo. —¿Dónde estamos? —En urgencias. —Me refiero a qué hospital... ¡Cristo! —En el St Vincent. —¿No en el RPA? —No en el RPA. —Bien, porque odio con todo mi ser el RPA… —murmura más para sí misma, y su expresión se ensombrece al instante, mientras sus ojos se llenan otra vez de ansiedad. —Lo sé. —Porque lo sé; no necesita explicármelo. El Royal Prince Alfred fue el hospital donde despertó tras sus heridas y se dio cuenta de que era la única sobreviviente de su familia. —Lo siento, Edward —vuelve a disculparse. No lo hace seguido, y prefiero que sea así. No tiene nada de qué disculparse. —¿Por qué? —¡Por vomitarte encima! Vuelvo a sonreír y lucho contra las ganas de reírme. —Cada vez que Jake se emborracha, me vomita encima. —¿Problemas con papá? —pregunta. —Sí, algo así. —Él tiene problemas con su papá, tú tienes problemas con tu mamá, y yo tengo problemas por no tener ni mamá ni papá. —Bella... por el amor de Dios. —¿Qué? Es verdad. —Me mira como si creyera que estoy exagerando. —No es gracioso. —No dije que lo fuera. —¿Podrías no bromear con eso? —Mi voz baja, y hablo completamente en serio. Después del estrés que me hizo pasar hoy, no estoy para su humor negro ahora mismo. —Estás rompiendo mis reglas. —Estoy anulando tus reglas. —¡Así no funciona! —Ahora sí funciona. —¡Cristo! ¿Quieres que no los mencione nunca? O peor, ¿que me la pase llorando por eso todo el tiempo? —revienta, y me doy cuenta de que está molesta. A veces se pone en lo que ella llama un »estado de mierda», pero rara vez se enoja. —Yo… Mierda, lo siento, Bella. —Me siento como un imbécil, pero no sé qué demonios se supone que deba hacer para ayudarla. Especialmente cuando claramente no quiere que la ayude. —Ay, Dios. —Ya no está enojada; su enojo siempre desaparece tan rápido como aparece. Suelto el aire y esbozo una sonrisa. —Estás recuperando algo de color. —Mmm… —Tira de mi camisa—. Ven y acuéstate conmigo. —¿Qué? —pregunto, sin entender. —Eres demasiado jodidamente guapo para ser tan despistado a veces —murmura para sí misma. —No quiero que una de esas enfermeras malhumoradas me saque a patadas —le explico, justo cuando ella sonríe al instante. —Si no te acuestas conmigo, yo misma te voy a sacar. —Me toma de la mano, me acerca y se hace a un lado para darme espacio. Con cuidado de no tocar ninguno de sus cables o tubos, me acomodo junto a ella y abro el brazo para que se acurruque. Ella se acomoda contra mi costado y cierra los ojos por un momento, inhalando profundo y soltando el aire lentamente. —Ponte esto de nuevo —digo, intentando colocarle otra vez la mascarilla de oxígeno, pero ella la aparta. —Me irrita. —Cinco minutos. —No. Jesús, esta chica es terca. —Bueno, ¿por qué no intentas dormir un rato? —sugiero—. Te ves bastante agotada. —Cristo, no —insiste—. Te duermes en un hospital y nunca sabes dónde vas a despertar. —Me verás cuando despiertes —le prometo, rozando mi nariz con su frente. —Eres adorable. —Hablas de mí como si fuera Oppa —la molesto, dejando que mis labios rocen su piel sonrojada. Se ríe, y me doy cuenta de que aún le cuesta respirar bien. —¿Vas a ponerte esta maldita cosa o no? —esta vez hablo con más firmeza, y ella suspira antes de dejarme colocarle de nuevo la mascarilla sobre la nariz y la boca. —Me marea —responde con voz apagada tras la máscara. —Solo un rato… hasta que tus labios dejen de estar azules. Dura dos minutos, con suerte, antes de volver a bajársela y dejarla colgando del cuello—. Me estás sacando de quicio —murmuro, abrazándola con más fuerza, justo cuando se gira y entierra la cara contra mi pecho. —Lo siento, Edward —se disculpa de nuevo contra mi camisa, esta vez sonando más seria de lo que estoy acostumbrado a oírla. —¿Por qué lo dices? —susurro, apoyando mi barbilla en la parte superior de su cabeza. —Por asustarte. —Me asustaste, pero te perdono —respondo con suavidad. —¿Me prometes algo? —añade, con la voz temblorosa, como si estuviera a punto de llorar. Nunca la he visto llorar, y no quiero hacerlo tampoco. Verla fuera de sí por el pánico ya fue suficiente. —Lo que sea. —No me dejes. —¿Por qué habría de dejarte? —Porque… —suelta un bufido frustrado—. ¿Edward? —¿Sí? —Yo… odio estar sola.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)