ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
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14

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Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Capítulo 14 Bella . Nada me descompone más que los hospitales y los sedantes, y esas dos cosas combinadas son garantía de que me convierta en todo lo que detesto: pegajosa y neurótica. Por supuesto, Edward, tan guapo y dulce como es, solo me miró con esa mirada súper intensa que a veces se vuelve tierna, y me prometió todo lo que le pedí. Cristo, este hombre. Sigo esperando el defecto oculto. Aparte de todos sus problemas no resueltos con mamá, es demasiado bueno para mí. Voy a lastimarlo, y ya me odio por eso. Lo que realmente debería hacer es alejarme ahora antes de que esto llegue demasiado lejos, pero ya me tiene atrapada y me doy cuenta de que no voy a irme. No quiero hacerlo. De hecho, cada día me siento más cómoda con él. También me di cuenta de que contarle algunas de mis cosas, aunque fuera apenas un poco, no hizo que el mundo se viniera abajo. Empiezo a pensar que tal vez podría abrirme más con él. Tal vez estaré bien. Tal vez él sea justo lo que necesito para sacarme de esta pesadilla recurrente. Todavía no me ha llevado a su casa. Le da vergüenza, lo que solo puede significar que es probablemente la casa más jodidamente grande del puerto. Este tipo es, definitivamente, una rareza. Decidí aprovechar la culpa que sentía después del incidente del túnel y lo convencí de que me llevara. No está muy contento con la idea, pero no me costó mucho hacerlo ceder. En las últimas semanas ha pasado los fines de semana en mi casa. Confesó que le gusta mi casa; me dijo que le parece acogedora. «Acogedora» no es precisamente un adjetivo que se use como cumplido en el North Shore, queridos, pero para Edward sí lo es. Sin duda hay una historia detrás de eso, y no es difícil imaginar cuál. Probablemente creció en un hogar frío en todo el sentido de la palabra. Ya no lo molesto con preguntas sobre su pasado, y considerando que yo no soy ni la mitad de receptiva que él para compartir mis demonios, me hace sentir una perra. No quiero aprovecharme de su dulzura, ni de su disposición a intercambiar su dolor por sexo. Además, ninguno de los dos está listo todavía para enfrentar el infierno que es la Saga de Isabella Swan. Le estoy haciendo un favor. Tenemos otro fin de semana lleno de planes. El viernes en la noche veremos películas con Jake y su nueva aventura en casa de él, el sábado es la fiesta navideña de mi oficina, y el domingo almuerzo en los Jardines Botánicos -de nuevo. Nada de túneles esta vez; vamos a tomar el ferry. Sí, no tengo ninguna intención de repetir ese desastre. *V* —Hola —Edward me saluda en cuanto abro la puerta. Una sonrisa ridículamente hermosa se extiende con naturalidad en su rostro, y su voz es tan grave y áspera como siempre. —Bueno, hola, amor —respondo, rodeándole el cuello con los brazos y poniéndome de puntitas para besarlo. Todavía se tensa a veces, pero usualmente solo si soy demasiado espontánea. Como ahora. —Entonces… ¿quieres dormir en tu casa esta noche? —pregunta cuando me separo de él. Tiene este gesto adorable de llevarse la mano a la nuca como excusa para romper el contacto visual conmigo. Cristo, a veces parece un niño. —Dios, ni siquiera hemos llegado a tu casa todavía y ya quieres sacarme de ahí —lo molesto. —Es que… es que la nueva novia de Jake probablemente se quede a dormir, y las paredes son delgadas. —Frunce el ceño como para enfatizarlo, mientras sus ojos me suplican prácticamente. —Ok, no digas más —resoplo, tomándole el brazo con ambas manos—. Pero, ¿cuándo me va a tocar dormir en tu cama? —No es que me moleste tener su aroma amaderado y con notas de Aramis por toda la mía, ni nada de eso. —La próxima vez que Jake no esté el fin de semana. Lo prometo —dice, pasando su brazo por mis hombros—. ¿Tienes tu inhalador? Últimamente me lo pregunta todo el tiempo. Incluso lleva uno metido en el bolsillo delantero. —Sí, tengo mi inhalador, señor Estresado —digo mientras lo jalo para salir y me doy vuelta para cerrar con llave. Ya van dos meses y Edward todavía me abre la puerta del auto. Es el actual poseedor del récord, aunque el hombre es tan neurótico que muchas veces se inclina sobre mí para abrocharme el cinturón antes de que yo tenga oportunidad. Es difícil saber si lo hace porque es dulce de forma ridícula o porque vive ansioso por mí. Esta vez no me abrocha el cinturón. Lo que sí hace es deshacer un nudo en la correa antes de volver a girarse, meter la llave en el encendido y poner el motor en marcha. Cristo. Las casas frente al mar usualmente no me llaman mucho la atención desde la calle. Son más bien fachadas de garajes y muros imponentes que apenas insinúan el enorme espacio que se abre detrás, hacia la vista del puerto. La de Edward no es la excepción. Hay un garaje para tres autos y una entrada principal con un acabado en color beige. Todo se ve bastante discreto. Entramos a la casa desde el acceso interno al garaje. Da a un vestíbulo que lleva a un pasillo conectado con la cocina, el comedor y la sala de estar. Mi primera impresión es que es muy moderna. Las paredes son blancas y hay obras de arte carísimas decorando muros y rincones. En su mayoría, los pisos son de mármol, aunque alcanzo a ver un par de habitaciones con pisos de madera. Es muy fresca y espaciosa, pero lo que no es, es acogedora. —No he cambiado nada desde que murió mi abuelo —murmura Edward mientras me guía más adentro. En otras palabras, no refleja su personalidad, pero eso ya se notaba desde el principio. Desde el área de comedor y sala hay otra sala de estar que se abre hacia una terraza con vista a la piscina de concreto y, por supuesto, una vista ridículamente despejada al océano. —¿Parcial? —lo miro con una ceja arqueada, escéptica—. Creo recordar que esa fue la palabra que usaste para describir la vista de tu casa. «Vista parcial del puerto». ¿En serio? Su expresión se vuelve avergonzada y sonríe para sí mismo, con timidez. —Sí… perdón… Se rasca la nuca otra vez, y yo le agarro un puñado de la entrepierna, lo que lo hace dar un salto violento. —¡Bella, por el amor de Dios! —exclama, la voz tensa mientras me aparta la mano—. Vas a tener que dejar de hacer eso. Me vas a lesionar. —Bueno, tú vas a tener que dejar de romper mis reglas —lo molesto. ¿Dónde está tu compañero de cuarto? —Probablemente abajo —responde, y soltándome la mano, camina hacia un intercomunicador en la pared. Presiona un botón—. ¿Estás en casa, Jake? —dice al micrófono, pero solo se escucha estática—. Supongo que todavía no. —Se encoge de hombros y se vuelve hacia mí. —Perfecto, entonces puedes mostrarme tu cuarto —le tiendo la mano, pero en lugar de tomarla, me pasa el brazo por los hombros y me dirige de nuevo por el pasillo. Pasamos un comedor formal, y luego llegamos a un pasillo pequeño. La primera puerta a la izquierda es su habitación. Casi con desgano, la abre y entramos. Es amplia, un poco desordenada y huele exactamente a él. Su cama es tamaño king, sin cabecera. Está sin tender, y soltándome de él, me subo encima. Es ridículamente mullida, y al tomar una de sus almohadas, entierro la cara en ella. Okay, necesito su cuerpo caliente y desnudo contra el mío, en esta cama, ya mismo. Me pongo de rodillas y me doy vuelta para mirarlo, haciéndole una seña con el dedo. Él sonríe para sí mismo, pero se acerca igual, y en cuanto está a mi alcance, lo agarro del cuello de la camisa y lo jalo hacia mí. Cae encima, apoyándose con las manos, mientras yo deslizo las mías por su cuello y mandíbula para acercarlo más. —Ya que me vas a llevar de regreso esta noche, me debes una revolcada aquí —murmuro, presionando mis labios entreabiertos contra los suyos. Solo gime suavemente dentro de mi boca y no se queja cuando le quito la camisa. Edward tiene una vena que le corre justo por el centro de la frente. Suele sobresalir, especialmente durante el sexo, y muchas veces puedo predecir cuánto va a durar según cuánto se marca. Cuando parece que va a reventar, él también. Aunque, el hecho de que su cuerpo entero se tense justo antes es otra señal clara, y me encanta estar aprendiendo estas pequeñas cosas sobre él. Que se vuelva cada vez más familiar para mí; como un libro favorito. Por supuesto, todavía me pide perdón tanto como siempre, y usualmente tengo que decirle que pare. Se ha vuelto parte de nuestro juego sucio, y suele sonar así: —Mierda… ¡Lo siento, Bella! —¿Quieres dejar de disculparte de una vez? —Está bien. Perdón… ¿te hice daño? —¡Cristo, Edward! O algo por el estilo. Solo que esta noche, Edward añade algo nuevo. Mientras su cuerpo increíblemente duro y tensionado se funde una y otra vez con el mío, su voz -y todas esas disculpas suyas- se ahogan en su respiración agitada. Cierro los ojos y él deja caer su rostro sobre el mío. Me pierdo en la sensación de sus músculos contra los míos, en su nariz y su boca deslizándose sobre mi cara, hasta que elevo la cabeza para encontrarme con sus labios sin necesidad de abrir los ojos. Para ser novato, Edward es, por mucho, el mejor sexo que he tenido, y lo que le falta en experiencia lo compensa con emoción. Tiene una intensidad que se transmite en todo lo que hace: desde la forma en que me mira hasta hacerme gritar su nombre a los cielos. Aunque usualmente no lo hago, y eso que puedo ser bastante ruidosa. Con Edward, lo interiorizo, porque mientras me absorbe por completo, me vuelvo más receptiva a él; a su cuerpo, su corazón, su voz... Era inevitable, y sería una idiota si dijera que no lo esperaba, pero aun así logró tomarme por sorpresa. Literalmente me sacó el aire del cuerpo. El momento en que Edward llega al clímax, exhala con fuerza. Usualmente susurra algo para sí mismo. «Maldición" es lo más común, o me dice que lo siente. Todavía no sé por qué, pero lo tiene tan arraigado que ya empecé a ignorarlo, aunque probablemente no debería. Debería sacarle esa costumbre. Edward no tiene nada de qué disculparse, y me cuesta creer que alguna vez lo haya tenido. Sin embargo, esta noche, cuando su aliento sale de él y me envuelve, me dice que me ama. No estoy segura de si siquiera se dio cuenta. Lo murmuró casi como si no me lo estuviera diciendo directamente… aunque dijo mi nombre. —Te amo, Bella —dijo, y por un momento no lo registré. Solo murmuré una especie de suspiro satisfecho contra su cuerpo caliente y agitado, devolviéndole los besos cuando él plantó los suyos sobre mí una y otra vez, torpes, Y ahí fue cuando me di cuenta. Conmigo todo es a destiempo. Creo que es una especie de mecanismo de defensa aprendido, derivado de un profundo instinto de supervivencia. Sea lo que sea, un segundo después abrí los ojos de golpe y aspiré aire con fuerza. Y, por supuesto, Edward se disculpó por eso. Aunque rara vez tengo que fingir un orgasmo, he aprendido a fingir te amos. En el pasado se volvió una necesidad, después de darme cuenta de que decir «gracias» o «qué lindo» no bastaba. Aprendí a fingirlo bastante bien, sin una pizca de culpa, y mientras abro la boca para hacer lo mismo con Edward, me detengo de inmediato. No puedo mentirle. Simplemente no puedo, y aunque no estoy del todo segura de este asunto del amor todavía, sí sé que Edward significa algo para mí. Aún no tengo claro qué, pero es suficiente como para no faltarle el respeto con una respuesta fingida o insincera. —Mierda, lo siento, Bella —se disculpa otra vez, apartándose para poder ver toda mi expresión esta vez. Esa vena le vuelve a marcar la frente, y esos ojos intensos suyos... Cristo, no sé qué hacer con él. Una parte de mí quiere protegerlo como si fuera su madre, y eso no puede ser sano. Deslizo mis manos por su cuello hasta la nuca y acerco su rostro al mío. —No lo sientas —le digo en voz baja, aunque la mía tiembla—. Es solo que… Edward… yo… no sé cómo responder, todavía. —Fui tan honesta como nunca antes con un hombre, y solo eso ya me da un poco de paz. Él asiente, sus labios vuelven a tocar los míos una vez más, y luego se posan en mi frente. —Está bien. Lo siento, Bella. Simplemente se me escapó. —Cristo, tú y tus disculpas —respondo, solo levemente exasperada, pero agradecida de tener una excusa para cambiar de tema—. ¿Podemos inventar una nueva palabra? —¿Qué palabra? —pregunta, su voz volviéndose más ligera. Abro la boca para responder, pero entonces se escucha un golpe fuerte en la puerta de su cuarto. —¡Oye, estás ahí, amigo? —grita Jake desde el otro lado. —Sí —responde Edward, sin alterarse como si temiera que Jake entrara de golpe, y eso me relaja. —¿Vas a salir? —¡En un momento! —replica Edward, con un tono algo irritado. —Está bien, tranquilo —añade Jake, mientras su voz se aleja por el pasillo. Edward exhala con impaciencia, soltando un leve gruñido al hacerlo. —Okay, supongo que debemos salir a conocer a su maldita conquista de la semana —murmura. —¿Su qué? —pregunto, divertida de inmediato. —No sé cómo se llama; aún no la conozco —explica, soltando una risa sarcástica—. Igual se va a ir la próxima semana. —Se aparta de encima de mí con desgano y desaparece en el baño contiguo, del que vuelve con un par diferente de boxer de la marca Bonds. —¿Qué hay allá? —pregunto con curiosidad, asomándome a su baño. —Eh… mi vestidor —responde con timidez, mientras se sube los pantalones. —¿Luzco presentable? —le pregunto después de vestirme de nuevo. Ya empiezo a sospechar que lo he herido. Edward tiene dos personalidades: callado y melancólico, o relajado y simpático. Después del sexo siempre está relajado, como un poco borracho de intimidad, así que es bastante evidente cuando algo lo saca de su eje, y ahora mismo evita mirarme. Me echa un vistazo y sonríe; es esa misma sonrisa ridículamente luminosa de siempre, pero sigue habiendo algo que no está del todo bien en él. —Estás hermosa —responde, completamente contrario a mi pregunta, pero empiezo a sentirme intranquila por él. Después de peinarme en su enorme baño -y contemplar lo que sería tener sexo en ese gigantesco jacuzzi ovalado-, Edward toma mi mano y me lleva fuera de la habitación. Conozco a Nessie, la última conquista de Jake, y es bastante agradable. No es pretenciosa en lo absoluto, y tampoco hay rastro de un acento bogan mal disimulado. Conociendo el historial de Jake con las mujeres, siento la necesidad de advertirle, pero entonces Jake la mira como si le salieran corazones por los ojos. Me giro para mirar a Edward; él atrapa mi mirada y rueda los ojos a propósito, con una leve sonrisa. Cristo, todavía no está bien. Mientras Jake y Edward preparan palomitas o lo que sea que estén haciendo en la cocina, Nessie y yo somos enviadas a la sala del fondo para conocernos. Ella es enfermera en el hospital St Vincent. Jake la conoció cuando me internaron tras el desastre del túnel del puerto, y de pronto me siento cómplice de que haya terminado con él. De hecho, me siento cómplice de todo. Cinco minutos después, los chicos regresan con palomitas y cervezas. Edward me da una Pepsi Max, luego me rodea la cintura y me jala a su lado en el gigantesco sofá modular. Después de revisar su planificador de Foxtel, decidimos ver la película de Han Solo y, tras bajar las luces, los cuatro nos acomodamos para verla. Me acurruco contra Edward, tomo su mano y entrelazo mis dedos con los suyos. Él me acomoda enseguida y pasa su brazo por mis hombros, pero estoy convencida de que está afectado. Finalmente estira su largo cuerpo, apoya sus pies descalzos en el posapié otomano y comparte las palomitas conmigo, pero yo no puedo concentrarme. Toda mi atención está en él, en este hombre hermoso que, por alguna razón, siente cosas tan intensas por mí. Apoyo la barbilla en su hombro, suelto su mano y paso los dedos por su pecho. Él se gira, inclina la cabeza y roza mi frente con los labios. —¿Qué haces? —susurra, sonriendo. —¿Podemos hablar? —pregunto casi en un susurro. —¿Ahora? Asiento. —Ahora. —Está bien —me suelta y me toma de la mano, llevándome fuera del sofá—. Ya volvemos, amigo —le dice a Jake. —Sí, no hay problema —responde Jake, acurrucado con Nessie mientras salimos del cuarto. Edward me lleva por las escaleras, pasando varias habitaciones cerradas y otra sala, hasta una puerta corrediza de vidrio que da a la piscina. —¿Qué pasa, Bella? —pregunta, con la voz demasiado seria, y se detiene. Exhala como si se rindiera, y eso me resulta insoportable. —Edward, por Dios, no quiero hacerte daño —suelto, girándome para enfrentarlo. Su ceño se frunce, y aunque me mira por un segundo, enseguida aparta la vista. —Lo siento. —¡Dios mío! —exclamo, frustrada al instante, pero es frustración dirigida a mí misma, porque él se está disculpando por decirme lo que siente—. ¡Edward, esto ya es patológico! Se lleva la mano a la frente, frotándola con fuerza por un momento, y se gira un poco. Luego, con ambas manos en los bolsillos, me da la espalda y se queda mirando al océano. Yo solo lo observo, las sombras que la luna proyecta sobre su ridículamente hermoso rostro, mientras baja la cabeza otra vez. Algo me pasa, entonces. No sé qué es, pero siento como si el corazón se me partiera en dos. Lo herí, y me duele darme cuenta. No quiero lastimarlo. Preferiría herirme a mí misma. Verlo así de abatido me destroza. No lo soporto. —Oye —digo suavemente, sintiendo que estoy al borde del llanto. Le tomo la mano—. Ven, siéntate conmigo. No se resiste, pero nunca lo hace. Es tan jodidamente complaciente todo el maldito tiempo, que cualquiera podría aprovecharse de él. Cristo, quiero matar a su madre. En serio quiero hacerle daño a esa perra. Sin soltarle la mano, lo guío hasta la banca que da a la piscina. —Edward, cerré mi corazón… hace diez años —empiezo, negando con la cabeza mientras intento dar sentido a todo lo que estoy a punto de decirle. Él se vuelve hacia mí y me mira, con esa forma de mirarme tan profunda de siempre. Me pregunto qué es lo que ve. Me pregunto cómo puede amarme—. He… olvidado cómo se siente. Amar a alguien. Cristo, la mayoría del tiempo no sé ni qué siento, pero sé una cosa. No soporto saber que te hice daño. Me está matando. Me dan ganas de llorar. No dice nada; en cambio, alza su mano libre y la pone a un lado de mi rostro, su pulgar acariciando suavemente mi pómulo. —¿Qué es esto, Edward? ¿Qué estoy sintiendo? —le pregunto como si esperara que él tuviera la respuesta. No, como si le rogara por ella. —No puedo decírtelo, Bella —responde al fin, con voz suave, aún cargada de dolor. —Solo sé que no quiero que te vayas. Me haces sonreír, Edward. Todo el maldito tiempo. Me siento en el trabajo y pienso en ti y termino sonriendo sola como una lunática. Mi jefe cree que perdí la cabeza la mitad del tiempo. Él sonríe, y apenas percibo un cambio en él. Abre la boca para responder, pero yo continúo. —Es solo que… me desconecté de mi corazón. Ya no sé cómo traducirlo. Me está diciendo cosas y yo… estoy perdida —Cristo, parezco loca—. Sé que no tiene sentido… Él asiente como para calmarme. —Sí lo tiene… —¿Me dices cómo te sientes tú? —le pido, pensando que si puedo compararlo, tal vez entienda. Suspira de nuevo, y sospecho que lo estoy agotando. —Siempre estás en mi mente, Bella —comienza—. Pienso en ti todo el día y toda la noche, y no puedo esperar a volver a verte. Además, me pareces increíblemente jodidamente hermosa, muy graciosa, y tal vez un poquito loca —su voz se vuelve ligera, bromista, y no puedo evitar reír—. Y esa primera noche… —sonríe para sí mismo, antes de mirarme—. Eres realmente increíble, ¿lo sabías? Cristo, incluso ahora es adorable. No lo merezco, eso está claro, pero todo lo que dijo… ¿Cómo pude enamorarme de él y no darme cuenta?
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