ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
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Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Capítulo 16 Bella . Edward quiere hacerme preguntas. Se le nota en los ojos. Quiere preguntar por qué soy solo una secretaria. Quiere preguntar por las cicatrices de cirugía en mi cuerpo. Quiere preguntar qué me pasó después de despertar y darme cuenta de que toda mi familia estaba muerta, pero no lo hace. No me pregunta ni una maldita cosa. Solo se frustra conmigo cuando tengo pesadillas o ataques de pánico nocturnos. A veces me confunde, y no estoy del todo segura de qué quiere de mí. Lo que sí sé es que sus demonios se manifiestan como inseguridades bastante notorias. Quiere que le suelte toda mi mierda, que le muestre todas mis debilidades, y luego que le diga que lo amo para que podamos dejar eso atrás. Lo sé con certeza, aunque él no lo admita, pero no puedo hacer eso. Al menos, no todavía. Tal vez nunca. No lo sé... Mi terapeuta está molesto conmigo. —¿No habíamos quedado en que no estabas lista para una relación seria, Bella? —me dijo en la última sesión, como si fuera mi maldito padre decepcionado por mis notas. Él estuvo de acuerdo, yo simplemente le seguí la corriente, y luego... la vida simplemente pasó. La vida no me preguntó si estaba bien con que un chico ridículamente guapo y dañado del pasado regresara a mi vida, del mismo modo que no me preguntó si estaba bien con matar a toda mi maldita familia. Si hay algo que sé, es que la vida te lanza mierda estés lista o no, y así fue como Edward volvió a la mía. De forma inesperada y completamente de la nada. Quiere que lleve a Edward a mi próxima cita, pero eso no va a pasar. Edward no necesita conocer ese lado mío, no ahora. No todavía. No quiero espantar al pobre chico. No, definitivamente no quiero asustarlo, y él es del tipo que se asusta fácil. Además, no estamos listos para algo tan serio en este momento. Si lo estuviéramos, Edward ya me habría hecho todas esas preguntas que claramente le rondan la cabeza, pero no lo ha hecho. Y yo, en respuesta, no le pregunto por sus demonios, y él no ofrece nada más como explicación para su necesidad obsesiva de disculparse conmigo. Y yo no le explico por qué ya no duermo. Estamos en punto muerto. Edward teme agitar las aguas, y yo temo perderlo. Temo eso más que a cualquier otra cosa ahora. Carajo, ¿por qué tuvo que hacer que me enamorara de él? Nunca debí ir al maldito apartamento de Leah Clearwater. Cada instinto en mi interior me estaba advirtiendo en contra, y fui por una sola razón. Por la forma en que Edward me había mirado en el parque, con el ceño fruncido sobre esos ojos... y así, me atrapó. Menos mal que mi madre está muerta. Jamás habría aprobado a Edward, por más roto que esté. Su apellido por sí solo borraría todo lo que lo diferencia de los ricachones de nuestro círculo social. No importaría que Edward sea una completa anomalía; es el nieto de Carlisle Cullen. No hace falta más explicación. Mi madre no lo aprobaría, y mi terapeuta definitivamente tampoco lo hace, aunque al menos ya no se refiere a mí como una «vampira emocional». Isabella Dwyer: TEPT agudo, emocionalmente desconectada, suicida. Intentos de suicidio: 1. Terapia cognitivo-conductual muestra pocos signos de mejoría. Leí eso una vez en mi expediente cuando empecé a verlo. Tenía veintitrés años y acababa de escapar del infierno que era mi abuela, además de recuperar la memoria. ¿Qué carajos esperaba ese hombre? Nadie me dijo que cuando recuperara la memoria reemplazaría los últimos tres años de mi vida; como si los años que había perdido fueran mis recuerdos más recientes. Nadie me advirtió. Fue como perder a mi familia otra vez. Llorarlos otra vez. Por supuesto que apagué mis emociones y proyecté las de los demás sobre mí. ¿Cómo más podría sobrevivir a lo que tuve que enfrentar dos veces? Okay, sí, intenté lanzarme del puente de Anzac, pero eso fue hace tres años, y jamás volveré a hacer algo así. Puedo afirmarlo con absoluta certeza. Mi terapeuta no está convencido. Cree que cualquier tipo de trauma me empujará de nuevo al borde. También piensa que abrirme con Edward dejará entrar toda la otra mierda. Al perro negro, como lo llamo yo, pero no ha sido así. Amo a Edward. Se lo he dicho varias veces, y él me lo dice todo el maldito tiempo, especialmente durante el sexo. Carajo, juro que ese hombre está a un paso de derretirse en cualquier momento. La cuestión es que lo dejé entrar y he aceptado lo que siento por él, y sigo aquí; no estoy parada sobre el puente de Anzac en medio de una tormenta. Aunque hay ciertas amenazas a mi estabilidad. Sería ingenua si pensara que no las hay, pero simplemente me niego a pensar en ellas; a darles validez. Ayuda tener encima a un cuerpo pesado, delgado y de un metro noventa, diciéndome las cursilerías más dulces e increíbles. Edward se rompe completamente durante el sexo. Deja salir todo lo que se le acumula en esa cabeza suya tan atractiva. A veces necesita el sexo más que yo, y a veces siento que ni siquiera logro hacerle mella a todos sus traumas acumulados. Pero está bien, porque casi está al nivel de lo que se esperaría de un chico normal de veintiocho años, y ha desarrollado un talento increíble. Mientras su mente se desborda, la mía se apaga, y eso es una maldita bendición. Él necesita desahogarse y yo necesito protección, y él es un maestro en eso. Cómo logra hacerme eso, es un completo misterio, pero carajo... Dios te envía a las personas que necesitas. Eso me lo dijo Alice una vez. Es de esas personas que cambian de religión como de ropa interior. Ahora anda metida en el misticismo, y por lo general le sigo la corriente, tomándome casi todo lo que dice con pinzas, pero esa frase siempre se me quedó. Me resonó, porque Edward fue exactamente lo que necesitaba. Lo que todavía necesito. Pero me doy cuenta de que tengo que prepararlo. Algún día voy a tener que contarle toda la verdad brutal de mi historia. No quiero soltarle todo de golpe, así que he estado desensibilizándolo; dándole pequeñas pistas. Lo primero que le digo es que muchas veces quise matarme después de que mi familia murió. Es primero de enero, y pasamos Año Nuevo en casa de Edward. Solo estábamos él, yo, Jake, Nessie, Emmett y Rose. Todo salió bien, incluso con Rose siendo tan estirada y odiosa como siempre. Todos nos emborrachamos y vimos los fuegos artificiales desde la piscina. Edward se emborrachó más de lo que lo había visto nunca. Cuando bebe, se le ponen las mejillas rojas, los ojos vidriosos, y todas esas inseguridades que carga se deshacen por completo. Se puso bastante brusco conmigo en la tina. Por supuesto, se disculpó, y yo tuve que fingir que no me costaba respirar durante casi todo el rato. Supe entonces que, si algo le pasaba, probablemente me mataría. Y eso incluye que me deje. Me dormí en sus brazos, escuchándolo roncar mientras casi me ahogaba de ansiedad. Desperté contra él, pero esta vez estábamos en su patio trasero, a donde aparentemente corrí dormida. Me persiguió y me atrapó en sus brazos. En el proceso, eso me sacó del trance y recuperé la claridad al ver sus ojos abiertos como platos, llenos de miedo. Se negó a volver a dormir, así que nos acostamos en un sillón junto a la piscina y vimos salir el sol. Y hablamos, y le conté lo suicida que había sido. Lo dejó en shock, y me hizo muchas preguntas. Preguntas que respondí con la verdad. No le conté que en realidad lo había intentado, y que me salvó un camionero que saltó de su tráiler y me jaló de vuelta por encima de la baranda. Es casi poético, en realidad. Un camionero mató a toda mi familia, y otro evitó que me matara yo. —Carajo, Bella —dijo Edward, más para sí mismo que para mí, mientras clavaba esos ojos verdes en los míos—. Si alguna vez vuelves a sentirte así, ¿me lo dirías? Asentí con la cabeza. —¡Prométemelo! —frunció el ceño y esta vez sus ojos mostraban lo mucho que lo había asustado mi confesión. —Lo prometo —le aseguré con seriedad, porque siempre me dice que no hablo en serio—, pero ya no soy así. Fue solo una etapa oscura que tuve que superar. Apretándome entre sus brazos, me atrajo completamente contra su pecho y enterró la cara en mi cabello. No dijo nada durante un buen rato, y pensé que eso era todo. No lo fue. —¿Cuándo fue la última vez que tuviste ese tipo de pensamientos? —No estaba convencido, pero no lo culpaba. No es tan simple. —Hace tres años. Se echó hacia atrás, ladeando la cabeza para verme la cara, como si intentara descubrir alguna mentira en mis ojos. —¿Me lo prometes, Bella? ¿Me lo dirás? —Carajo, estaba volviendo a ser ese niñito otra vez. El que saca mi lado maternal. —Lo prometo —insistí, pero necesitaba salir de ese tema. Sí, necesitaba abrirme más con él, pero tal vez me estaba adelantando—. ¿Quieres ir por unas hamburguesas o algo? —¿Tienes hambre? —Necesito comer algo grasoso, y tú también. —Está bien —murmuró. Incorporándonos, apoyó los labios en el costado de mi cuello y exhaló profundamente. Su aliento me envolvió, todavía con olor a cerveza y pasta de dientes de la noche anterior. Luego, poniéndose de pie, se agachó y me levantó en brazos. Edward hace muchas cosas ridículamente románticas, pero esta no fue una de ellas. Yo estaba sin top y él me cubría para evitar que su hermano, o Jake, me vieran medio desnuda. Jake y Nessie habían logrado llegar al cuarto de Jake, pero Emmett y Rose se habían quedado dormidos en la sala de la planta baja. Teníamos que pasar por ahí para subir las escaleras. *V* —¿Recuerdas cuando me contaste que Rose intentó hacerse tu amiga en la secundaria? —pregunta Edward mientras se pone la misma ropa de la noche anterior. —Claro —respondo, alzando una ceja con curiosidad. —Averigüé por qué —dice, girándose hacia mí con una sonrisa ladeada. —¿Ah, sí? —digo, inmediatamente intrigada. —Te lo cuento en el camino. —Emmett sabía que me gustabas —explica Edward mientras esperamos en la fila del autoservicio de McDonald's—. Se lo contó a Rose, porque Rose pensaba que yo era gay. —Bufa, casi con amargura, recordándome una vez más que, debajo de todas sus inseguridades, sigue siendo hombre y con mucho orgullo. —¿Qué? —Estoy igual de sorprendida. ¿Edward, gay? Ni en un millón de años. —Lo sé —murmura—. El caso es que a Rose le gustaba Emmett, incluso en esa época. Así que asumió que tú y yo terminaríamos juntos, y quiso posicionarse para ganar puntos con mi hermano. —Ah… —Todo tiene sentido ahora, y si algo no se puede decir de Rose es que sea tonta. Es más astuta que un zorro—. ¿Y crees que pasará algo entre ellos? Porque la cosa no pinta muy clara. —Emmett todavía no tiene ni idea —dice, volviéndose a mirarme con obvia diversión. —Bueno, ¿y qué pasa con Jake y Ness? —Esa sí que es una incógnita. —Lo que pasa es que él sabe que ella es demasiado para él, y eso ya es un logro tratándose de Jake. —¿Crees que va a sentar cabeza? —Si logra que ella pase la aprobación de su viejo —responde después de recibir nuestro pedido y pasármelo. —Eso sí que es triste —murmuro, inhalando el aroma del tocino recién hecho y los hash browns. Sin poder resistirme, saco mi McMuffin de huevo con tocino y lo desenvuelvo—. ¿Y tú? ¿Habrías logrado que yo pasara el filtro de tu abuelo? —pregunto después de tragarme medio sándwich de un solo bocado. Edward se vuelve hacia mí, con una mano en el volante y la otra sujetando su café. Frunce el ceño, como si mi pregunta fuera lo más absurdo que ha oído. —A alguien como Rose jamás habría podido presentársela, pero tú… a ti sí, sin problema. Me deja sin palabras. —¿Qué? ¿Carlisle Cullen? No puede ser. —A mi abuelo le habrías encantado. —Toma un sorbo de café, aún sonriendo detrás del vaso de cartón. —Por supuesto que sí, querido —digo con fingida suficiencia—. Y cualquiera que prefiera a cualquier otra mujer del planeta antes que a Rosalie Hale, ya tiene mi admiración. Me lanza una mirada de reojo, riendo sin sonido, como suele hacerlo. —¿Quieres volver a tu casa? —Depende. —¿De qué…? —De si me cuentas más sobre tu abuelo —respondo enigmáticamente, porque sé que Carlisle tuvo un papel crucial en la recuperación de Edward tras lo de su madre; solo que nunca me he atrevido a preguntarle al respecto. Al principio, sabía que si le preguntaba algo tan personal, tendría que dar algo a cambio. Y cuando me contó su historia después de nuestra primera cita, entendí lo mal que había sido su infancia. No estaba segura de poder soportar saber más tan pronto. No quería enterarme de algo que me acercara aún más a él, y después, lo evitaba porque temía descubrir cuán profunda era su herida. Empecé a temer su dolor más que el mío. Pero ahora, el deseo de conocerlo mejor supera cualquier otra cosa. Ya no soy una vampira emocional. Quiero acercarme a Edward porque lo amo, no porque necesite sus emociones para sentir. Además, dejarlo entrar, aunque fuera solo un poco, me quitó un enorme peso de encima… y quiero poder hacer lo mismo por él. Mi vecina cuidó a Oppa por Año Nuevo, y después de recogerlo y darle de comer, Edward y yo nos damos una ducha. Luego nos acurrucamos en el sofá, pero de pronto Edward parece dudar. —Bella, te voy a contar todo sobre mi abuelo, pero... no quieres saber más sobre mi madre, ¿cierto? —Sus ojos suplican esta vez, y carajo, este tipo a veces me mata. —Solo cuéntame lo que te haga sentir cómodo —respondo con suavidad, apartando un mechón húmedo de su frente y presionando mis dedos sobre su vena. —Está bien. —Sonríe para sí mismo, y tras tomar aire con decisión, baja la mirada al suelo—. Bueno… él no siempre fue como lo conocimos Emmett y yo. Antes era un adicto al trabajo y un cabrón de hielo. Asiento, con la boca entreabierta. Me sorprende, aunque no debería. Mis padres hablaban a menudo de Carlisle Cullen y lo duro que era. —Mi abuela era todo lo contrario —continúa, hasta que finalmente vuelve a mirarme—. Fuera del trabajo, ella era lo único que realmente amaba. Supongo que también quería a mi madre, a su manera, pero la dejó a cargo de mi abuela, y ella la consentía demasiado. Mi mamá tenía veintiún años cuando conoció a mi papá. Él era plomero, de Penrith... —Su tono se vuelve irónico y levanta deliberadamente una ceja hacia mí. —Uy... —digo, entendiéndolo al instante. —Sí. —Suelta una risa amarga. —Aparentemente, mi madre estaba enamorada de él, pero me cuesta creer que esa bruja haya amado a alguien más que a sí misma —murmura, con el gesto sombrío por un instante—. Creyó que podía lograr que Abue lo aceptara. No lo logró. Él se enteró y le dijo que, si no terminaba con él, la desheredaría. Por supuesto, ella lo dejó de inmediato, porque lo único que ama más que a sí misma es al dinero. —Hace una pausa, acariciando distraídamente mi pierna desnuda. Tomo su mano y la llevo a mi mejilla. —¿Estaba embarazada, cierto? —pregunto con delicadeza. —Sí —responde, volviendo a mirarme—. Ella quería abortar, pero Abue se lo prohibió, así que nos tuvo. —Se aclara la garganta—. Mi abuela nos visitaba un par de veces al mes. Siempre nos traía juguetes y helado… ese tipo de cosas. Emmett y yo esperábamos sus visitas con ansias, pero le teníamos un miedo terrible a Abue. Luego, cuando teníamos ocho años, ella murió. Fue un derrame, algo repentino. Fuimos al funeral y Abue no nos quitó la vista de encima. Yo ni siquiera me atrevía a levantar la cabeza, pero sentía sus ojos clavados en mí. El velorio fue en su casa y escuché cómo le gritaba a mi madre en la cocina... le decía que era su culpa, y la de sus dos bastardos, que mi abuela hubiera muerto. —Carajo, Edward... —susurro. —En fin —dice, encogiéndose de hombros, como si quisiera quitarle peso—, la siguiente vez que lo vi fue en el hospital. Yo tenía las costillas rotas. —Asiento, sintiendo cómo se me frunce el ceño mientras sigue hablando—. Era una persona completamente distinta. Me preguntó qué había pasado en realidad, pero tenía miedo de contárselo. Me dio dinero... un montón de billetes... y me dijo que no le dijera nada a mi madre. Lo siguiente que supe fue que Emmett y yo nos íbamos a vivir con él. Nos sentó y nos dijo que lamentaba cómo nos había tratado, y que nuestras vidas serían diferentes desde ese día. Fue… Dios... —Suelta una risa incrédula—. Fue muy raro al principio. No sabíamos qué pensar. Nos sacaba a cenar todas las noches, veía películas con nosotros entre semana o jugaba PlayStation, y cada fin de semana nos llevaba a algún lado. Montábamos motos, hacíamos surf, escalada, campamentos… lo que quisiéramos. En vacaciones escolares nos llevaba al extranjero. Era como si fuera un completo extraño, solo que con la cara de Abue. Hace una pausa, se inclina hacia adelante y toma una lata de Coca-Cola de la mesa. Da un gran trago. Se queda callado al menos un minuto, mirando al frente, claramente perdido en sus pensamientos. —Jesús... —murmura para sí, antes de volverse hacia mí de nuevo—. Cuando teníamos trece años, nos lo explicó. Después de que murió mi abuela, se sumergió aún más en el trabajo y el estrés lo venció. Tuvo un infarto. Al parecer, estuvo muerto por un rato antes de volver… por su cuenta. Ya habían declarado su hora de muerte. —Se aclara la garganta y se pasa los dedos por el cabello, pero esta vez esboza una pequeña sonrisa—. ¿Sabes cuando la gente dice que murió y vio el cielo? —Sí. —Abue cree que eso fue lo que le pasó. Que lo vio todo, literalmente. Dios, Jesús, ángeles, las puertas del cielo... Y también vio a mi abuela. Bella, no sé si de verdad le pasó algo real o si solo fue un viaje loco que tuvo cuando su cerebro chispeaba. Pero lo único que sé es que, cuando volvió, era otra persona. Su visión de la vida cambió por completo. —Carajo... —digo, asombrada. Una enfermera me preguntó algo parecido cuando estaba en el hospital... si había tenido una experiencia cercana a la muerte. No. Cuando desperté, fue como si hubiera dormido profundamente. No tenía idea de que habían pasado seis semanas. Edward sonríe otra vez, esta vez con auténtica diversión, antes de colocar su mano en mi mejilla y apartar un mechón de cabello detrás de mi oreja. —Renunció como CEO y puso todo su dinero en acciones. A veces iba a la oficina, pero en su mayoría estaba retirado. Cuando estábamos a mitad de nuestro último año escolar, nos dijo que no quería que trabajáramos en su empresa. Quería que encontráramos un trabajo del que estuviéramos orgullosos, que significara algo más que poder y dinero, y que nos diera tiempo para tener una familia. Dijo que, si hacíamos eso, nos apoyaría. Y por eso soy profesor, mientras que las inversiones que Abue me dejó me dan diez veces más que mi salario anual. —Guau... —susurro. Pero ahora todo tiene sentido—. Pero Edward... —¿Sí? —¿Qué pasó con tu papá? Exhalando con fuerza, se frota la frente con los dedos y responde en un murmullo lleno de reticencia: —Se suicidó.
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