17
22 de octubre de 2025, 10:39
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Capítulo 17
Edward
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Estoy empezando a aceptar el hecho de que, cuando paso los fines de semana con Bella, no duermo.
Ninguno de los dos lo hacemos.
Cada domingo vuelvo a casa hecho polvo, y, de forma malditamente poética, lo espero con ansias… para dormir en mi cama, porque al menos ahí tengo garantizado que dormiré.
Cuando Bella duerme, no pasa mucho tiempo antes de que despierte con pesadillas, o se levanta de la cama de un salto buscando quién sabe qué cosa, o se sienta de pronto agarrándose el pecho o la cabeza mientras escanea la habitación con urgencia.
Casi nunca dormimos en mi casa. No hay cerca ni barandilla que separe mi patio del puerto. Bella podría caerse fácilmente al agua y ahogarse. No puedo arriesgarme a eso.
Jake sugirió que pusiera una cerradura en la puerta, encerrándola en la habitación. Es una buena idea… si no fuera tan malditamente retorcida. Es más fácil quedarnos en su casa, y ella ha dejado de preguntarme al respecto.
La ironía es que, a pesar de que no dormimos, finalmente estoy empezando a relajarme a su lado. Está comenzando a abrirse conmigo, y aunque todavía mantiene ese muro, está empezando a dejarme entrar. Cada día que paso con ella, obtengo otra pieza del rompecabezas. Aunque a veces no venga directamente de ella.
Ya dejé de reaccionar a sus pesadillas. Presionarla antes de que esté lista la altera, y no quiero arriesgarme a que se aleje. Ahora estoy seguro de que eventualmente me lo contará todo por sí sola; solo tengo que tener más paciencia con ella.
No me sorprendió demasiado cuando me dijo que una vez pensó en suicidarse. Para ser honesto, no estoy seguro de que sería normal si no hubiera pasado por eso. Aún no estoy convencido de que haya superado esa etapa, porque todavía me mira como si le diera miedo de muerte.
Ahora la mayoría de los días hago un itinerario mental antes de verla, para evitar cualquier cosa que pueda hacerla colapsar. Generalmente, solo manejamos para ir y venir de nuestras casas y al muelle para tomar el ferry. Si vamos a algún lugar que requiere más de cinco minutos en auto, me aseguro de estar lo menos posible en la A1, y nunca cruzo el puente ni paso por el túnel.
Pero todo eso no sirve de nada, porque por mucho que intente mantenerla a salvo, hay cosas que se me escapan de las manos. No puedo protegerla de todo, y habrá cosas que tendrá que enfrentar por sí sola.
Es finales de enero y la última semana de las vacaciones de verano antes de que tenga que volver al trabajo. La firma de abogados donde trabaja Bella cerró durante unas semanas por Navidad, y cuando regresó, empecé a encontrarme con ella todos los días para almorzar.
La mayoría de las veces comemos en el parque, junto a la misma fuente donde nos reencontramos. Durante toda la hora usualmente habla sin parar, mientras yo la observo con su falda negra ajustada, su camisa blanca con cuello y esos ridículos tacones altos, intentando meter alguna palabra de vez en cuando.
Ahora que está tan relajada, me doy cuenta de que este lado completamente despreocupado de ella no es una máscara; así es como es en realidad. Eso hace más fácil detectar cuando algo la perturba, porque cuando se queda callada, se nota de inmediato.
Hoy está callada.
Sonríe ampliamente cuando me ve y me rodea el cuello con los brazos, besándome una y otra vez, pero sé de inmediato que algo no anda bien. Hay algo en sus ojos que me preocupa. Los ojos oscuros de Bella suelen ocultar mucho de su dolor; son tan profundos que es difícil leerlos, pero hoy parecen casi desbordados.
—¿Estás bien? —le pregunto suavemente, tomándola de la mano.
—Estoy bien, guapo —responde de inmediato sin mirarme. Primera alerta, porque Bella suele mirarme profundamente, como si intentara diseccionar mi alma—. Tengo las piernas inquietas. Caminemos un rato —ofrece como excusa mientras nos dirigimos al mismo café donde solemos comprar comida.
Después de comprar el almuerzo, paseamos por Elizabeth Street y regresamos por el parque. Bella desarma su sándwich con los dedos, apenas probándolo, cada vez más perdida en sus pensamientos, pero hay algo en su expresión que me hace pensar que también está frustrada.
—Bella… —le insisto después de cuarenta minutos y que aún no se ha abierto conmigo—. Sé que algo te está molestando.
—¿Cómo? —pregunta.
—Porque apenas me has dicho cinco palabras en todo este rato. ¿Estás enferma?
Niega con la cabeza.
—No.
Tomándola de la mano, la detengo.
—¿Tuviste un mal día?
—No realmente —murmura, y luego cambia por completo. Empieza a hablar como siempre, pero suena forzado y falso, una completa maldita farsa. O quizás me está llevando hacia lo que sea que esté dándole vueltas en la cabeza, porque un momento después, me lo suelta—. Mi hermano me contactó.
—¿Tu hermano…? —repito atónito, deteniéndome de inmediato y girándome hacia ella.
—Bueno, mi medio hermano —aclara—. Al parecer hizo algo de investigación y me rastreó por Facebook. ¿Sabes cómo se llama?
—No.
—Jasper Whitlock —usa el mismo tono que utiliza cuando me llama «guapo»—. ¿Quién demonios le pone Jasper a su hijo? Carajo, suena como el nombre de un maldito conejillo de Indias.
Abro la boca para responder, pero continúa rápidamente.
—Sé que es una cosa de mierda para decir. No es culpa suya quién es su padre, no más de lo que es culpa mía. —Tira el sándwich sin terminar a la basura, apoya la cabeza en la palma de su mano y suelta un pesado suspiro—. En fin, quiere conocerme.
Pasando un brazo sobre sus hombros, la acerco a mí, apoyando mi barbilla sobre su cabeza.
—¿Estás bien? —repito la misma pregunta estúpida, porque los dos sabemos que «bien» es lo último que está. Debería haberle preguntado si se siente más hecha mierda de lo habitual.
—Estoy bien —dice distraída, nada convincente—. ¿Sabes que tiene mi misma edad? ¡Carajo!
La giro para enfrentarla por completo y rodeo su cuerpo con ambos brazos.
—Solo no hagas nada para lo que no estés lista, ¿sí?
Apoya su frente contra mi hombro un momento, murmurando algo ininteligible antes de separarse y alzar lentamente la mirada hacia mí.
—Se parece a él, Edward —dice casi en un susurro—. Se parece a mí. ¿Sabes lo jodido que es eso?
—Jesús, Bella… —reacciono sin pensar, pero de pronto se ve perdida y vulnerable. Es una emoción que rara vez muestra, y eso realmente me preocupa—. Lo siento.
Suelta una risa corta, con un deje sarcástico.
—Yo también.
Vuelve a quedarse en silencio y, tomándola de la mano, la conduzco hacia una banca que da la espalda a la fuente y a los cientos de personas que caminan por los senderos. Reclinándose sobre mí, apoya su mano en mi pierna y se sumerge de nuevo en sus pensamientos.
—¿Vas a reunirte con él? —pregunto finalmente, besándole la sien.
—No lo he decidido —murmura, luego saca su bolso, lo pone en su regazo, lo abre y saca su celular. La observo mientras entra a Facebook, revisa los mensajes y abre el perfil de él. Sin decir una palabra, me extiende el teléfono.
Lo tomo y empiezo a ver las fotos. Y carajo, es una versión rubia de ella. Tienen la misma sonrisa, los mismos ojos, solo que los de él son azules. Me resulta familiar, y no solo por su parecido con Bella.
—Mierda… lo conozco —murmuro al reconocerlo.
—¿Lo conoces? —pregunta Bella sorprendida, mirándome.
—Sí… —respondo, devolviéndole el teléfono y frotándome la frente—. Jugó cricket para el colegio St. Aloysius.
Ella suelta un bufido amargo.
—St. Aloysius… Por supuesto.
—Bella…
—Durante todo el tiempo que estuvo casado con mi madre, se la pasó acostándose con otras. Carajo, ¿cuántos hermanos más tendré por ahí? —estalla de pronto. Está furiosa, y un segundo después se levanta de golpe del banco—. Tengo que volver al trabajo.
Me pongo de pie de inmediato y la tomo de la mano.
—Ey.
—¿Qué? —pregunta sin ánimo, echándome una mirada por encima del hombro.
—Te acompaño.
Su expresión se suaviza un poco y sonríe, aunque hay una tormenta gestándose detrás de esos ojos.
—Está bien.
Bella trabaja para unos abogados penalistas en Elizabeth Street, casi frente al colegio Sydney Grammar, al otro lado de Hyde Park. Se detiene a unos metros de la entrada y se gira hacia mí.
Le tomo las manos y la acerco.
—¿Quieres que me quede contigo esta noche? —ofrezco.
Consigue esbozar una pequeña sonrisa y niega con la cabeza.
—No. Solo te voy a desvelar.
Dando un paso más hacia ella, apoyo los labios contra su frente y dejo que el aroma de su champú me inunde.
—No me importa.
—Estoy bien —intenta convencerme, incluso mientras se acurruca contra mi pecho.
—Está bien, paso esta tarde y buscamos algo de cenar —le digo, tomándola por los hombros y apartándola un poco para poder verla. Inmediatamente niega con la cabeza e intenta objetar, pero la interrumpo—. Cállate. Voy a ir.
Sonríe, soltando el aire por la nariz mientras se relaja visiblemente. Cediendo, asiente.
—De acuerdo. —Se pone de puntillas y me da un beso breve—. Hasta luego, guapo.
Colgándose el bolso al hombro, se da la vuelta y entra al edificio sin mirar atrás.
*V*
Poco después de las seis de la tarde llego a su casa. Abre la puerta para recibirme y me lanza una sonrisa cálida.
—Hola.
—Hola. —Me inclino para besarle la mejilla, pero ella coloca su palma en el costado de mi rostro y en su lugar, posa sus labios sobre los míos—. Pasa.
Se ve mucho más tranquila que antes, pero supongo que ya superó el shock inicial.
—¿Qué te apetece comer? —le pregunto, agachándome para rascarle la cabeza a Oppa, que viene corriendo desde la cocina.
—No me importa, lo que sea —responde con simpleza, y dándose la vuelta, desaparece por la puerta que está a la izquierda del vestíbulo—. Voy a darme una ducha —me grita desde ahí.
La sigo. Está frente al lavamanos del baño, en pleno proceso de quitarse la camisa. Al notar que estoy en la puerta, se gira hacia mí con una sonrisa astuta.
—¿Quieres acompañarme?
—Tal vez después —murmuro, sabiendo que si me meto a la ducha con ella, esta noche no comeremos ni dormiremos, pero aun así, mis ojos bajan a sus pechos cubiertos por un sostén de encaje negro y definitivamente lo considero—. ¿Comida china?
—Claro.
Estoy fuera por unos cuarenta y cinco minutos, y cuando regreso, la casa está en silencio. Sin televisión, suele estarlo. Me doy cuenta rápidamente de que Bella no está en la sala ni en la cocina. Dejo la bolsa de comida sobre la mesa del comedor y me dirijo a su habitación.
—¿Bella? —la llamo en voz baja, asomando la cabeza dentro del cuarto.
Está acostada en su cama, acurrucada de lado con la espalda hacia mí.
Oppa está al pie de la cama, y mientras me acerco a él, levanta la cabeza y me observa con curiosidad. Dejo que lama mis dedos mientras me muevo hacia el costado de la cama y la miro. Bella está profundamente dormida.
Está completamente fuera de este mundo, su cuerpo relajado, su respiración subiendo y bajando profundamente por la nariz.
Una sonrisa se dibuja en mis labios casi sin darme cuenta. Es bueno verla dormir, y dormir en paz, y decido no despertarla. Me inclino y presiono mis labios suavemente contra su sien.
Su piel está cálida, murmura algo suave y se mueve un poco, pero no se despierta.
Luego regreso a la cocina, tomo la comida de la mesa, abro la puerta del refrigerador de un tirón y la meto adentro.
Bella tiene un pequeño bloc con bolígrafo imantado pegado a la puerta del refrigerador, y sacando el bolígrafo del clip, le escribo una nota rápida:
Duerme bien, amor. Te veo mañana.
Después de rellenar el plato de Oppa con croquetas, vuelvo a casa; pasando por KFC en el camino.
No tengo noticias de ella el resto de la noche, y al día siguiente, cuando nos encontramos de nuevo para almorzar, prácticamente se lanza a mis brazos.
—Carajo, eres adorable —murmura contra mis labios después de besarme repetidamente, probablemente demasiado para los trabajadores del centro de Sídney, pero así es Bella. Si alguna vez le importó lo que la gente pensara de ella, no estoy seguro, pero ahora seguro que no.
—Tú también lo eres —respondo, sonriendo ampliamente para mí mismo mientras la dejo de nuevo sobre sus pies.
—Vi tu nota —añade, tomando mi mano—. ¿Por qué me dejaste toda la comida?
—No sé. No quería molestarte.
—Eres un tonto.
Mi sonrisa se ensancha.
—¿Dormiste bien?
—Sí. Creo que dormí demasiado. Me siento medio borracha, en realidad.
Nos dirigimos automáticamente al mismo café, pedimos el almuerzo y luego caminamos hacia la Fuente Archibald.
—Decidí que voy a conocer a Jasper —dice Bella, después de pasar diez minutos hablando sin parar sobre unos compañeros de trabajo que se están acostando en su oficina sin ni siquiera tomar aire.
Estoy por darle una mordida a mi rollo de carne cuando me detengo y la miro.
—¿Sí...?
No estoy tan seguro al respecto.
Se encoge de hombros con aire casual.
—Sí.
—¿Cuándo? —pregunto, con los ojos fijos en su rostro mientras busco alguna señal que me diga lo contrario. No encuentro nada, pero claro, ella es una experta en ocultar sus emociones.
—Viernes en la noche. Quiere que nos veamos en un pub. —Se gira hacia mí, sus ojos atrapando los míos—. ¿Qué...?
—¿Quieres que vaya contigo? —No estoy del todo confiado, y ella lo capta al instante.
—Dios, no. ¿Por qué? Ya va a ser lo suficientemente incómodo.
Aparto la mirada de la suya y vuelvo a mirar al frente, dándole una gran mordida a mi rollo.
—Llámame cuando estés lista para irte. Yo paso por ti.
Ella tiene la costumbre de beber de más, y realmente no me gusta la idea de que ande tambaleándose por la ciudad borracha.
Pero... mierda... Eso significa cruzar el puente manejando.
—Te llamo cuando llegue a Milson's Point. —Ya va dos pasos adelante, como casi siempre.
—Está bien —murmuro.
—Carajo, Edward, sigue siendo técnicamente mi hermano —suelta, clavando sus ojos inquisitivos en mí una vez más.
Suelto una risa seca. ¿Cree que estoy celoso? A veces me pregunto qué demonios piensa de mí.
—Eso no es lo que me preocupa.
—¿Entonces qué te preocupa, señor Serio? —me provoca, haciendo que la sonrisa vuelva de inmediato a mi rostro, aunque intento resistirme.
Abro la boca para responder, pero la cierro de nuevo.
—Si te lo digo, estaré rompiendo tus reglas, y realmente no quiero que me agarres el paquete en público.
Se ríe, arqueando una ceja con duda, y me toma del mentón.
—Te preocupas demasiado, guapo —luego me besa con suavidad—. Pero en serio, hace diez años que sé de él. No es como si fuera algo salido de la nada.
—Cierto. ¿Y el otro?
Inclina la cabeza, confundida.
—¿El otro... ah, te refieres a mi otro hermano?
—Sí.
—Trabaja en Hong Kong. Al parecer lleva allá unos años —explica.
Asiento con la cabeza, murmurando con la boca llena de almuerzo.
—¿Adivina a qué se dedica Jasper? —pregunta con tono ligero mientras me da un codazo.
—¿A qué?
—Es DJ. —Rompe en carcajadas—. Carajo, el viejo debe estarse revolcando en su tumba.