18
22 de octubre de 2025, 10:39
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita.
.
Capítulo 18
Bella
.
Jasper se parece tanto a mi padre que podría ser su clon. O sea, si fuera en un universo alterno donde Charles Swan, consejero de la reina, usara un moño de hombre y camisas hawaianas.
Carajo…
Me ve de inmediato, una enorme sonrisa ilumina su rostro antes de hacerme señas para que me acerque.
Acordamos encontrarnos en el Glenmore Hotel en The Rocks. Llegué tarde. Perdí el maldito ferry después de haberme quedado procrastinando una hora antes de decidir finalmente que iba a dejar de ser una cobarde y encontrarme con él.
Está sentado en la barra y, cuando me acerco, baja del banco y me arrastra hasta sus brazos.
Huele a cigarrillos y Brut 33.
—Hola, Bella. —Me da unas palmadas en la espalda, como hacen los hermanos, y tengo la impresión de que lo hace para aliviar un poco lo incómodo del momento—. Reservé una mesa en la azotea. ¿Subimos ahora o prefieres tomar algo primero? —me pregunta, llevándose la botella de Crown Lager a los labios y dando un trago.
—Subamos.
Ya había ido al Glenmore con Alice antes. La terraza tiene vista a la Ópera y al puerto, así que como te imaginarás, siempre está llena. Y esta noche no es la excepción.
Nos llevan a nuestra mesa; me siento frente a Jasper. Él pide otra cerveza, y una para mí.
—Una Corona —intercepto a la mesera antes de que se vaya y me vuelvo hacia él—. Casi me muero una vez tomando Crown Lagers.
Sonríe y apoya un codo sobre la mesa.
—Oye, eres bastante bonita. Lástima que seas mi hermana.
—¿Qué? —digo sin entender, hasta que me doy cuenta de que no va en serio—. ¿Sabes que eso tiene nombre?
—¿Ah, sí?
—Sí: incesto.
Él suelta una carcajada.
—Además, como que nos parecemos, lo cual es bastante loco.
—Un poco. ¿Tu mamá es rubia?
—Sí.
Por supuesto que sí. A mi padre siempre le gustaron las rubias. Gracias al cielo que yo no lo soy.
—La mía también lo era.
Su sonrisa vacila, y tras otro sorbo de cerveza, aparta la mirada hacia el mar.
Cara de incomodidad.
—No tienes que decirlo —me adelanto.
—¿Decir qué?
—Que lo sientes.
—Ok, no lo siento. —Intenta tomárselo a la ligera, y más o menos lo logra.
—¿Y qué te parece mi casa? —pregunto. Estoy actuando como si estuviera molesta. Después de todo, no es su culpa. Él es tan inocente en todo esto como yo.
—¿La casa? ¿En Bellevue Hill?
—Sí —de inmediato me siento mal por decirlo—. Dios, olvídalo.
Él sonríe con cierta empatía, y no hay duda de que también carga con sus propios demonios y un pasado de mierda.
—Tienes todo el derecho a estar enojada, Bella.
—Pero no sirve de nada. No va a cambiar nada. ¿Llegaste a conocerlo? —cambio de tema.
—¿Al viejo? Un par de veces. Era un maldito cascarrabias —murmura, pero la sonrisa no se borra de sus labios. Se termina el resto de su cerveza de un trago.
—Eso es quedarse corto —murmuro.
—La vendió… hace un par de años.
—¿Perdón?
—La casa en Bellevue. La vendió —aclara.
Hago una pausa, sin saber qué decir. Me sorprende.
—Oh…
—Sí, no podía costear el mantenimiento. Bella… —De repente se le nota incómodo.
—¿Sí?
—Mi vieja… ella hizo todo por dinero.
—¿El qué? —aunque ya me imagino.
—Se dejó embarazar de tu viejo a propósito.
Carajo, ¿lo está defendiendo?
—También es tu viejo.
—Como si pudiera olvidarlo —dice con una sonrisa, y sorprendentemente no parece tan afectado como pensé que estaría.
—Es lo que es —digo simplemente.
La mesera regresa y deja nuestras bebidas sobre la mesa, seguidas por dos menús.
—Hamburguesa con papas, gracias, hermosa —pide Jasper sin siquiera abrir el menú.
—Lo mismo —porque al carajo, probablemente voy a beber de más y voy a necesitar algo pesado en el estómago.
—La verdad, quise contactarte cuando me enteré, pero pensé que no sería el mejor momento —explica cuando la mesera se aleja.
—En pocas palabras —respondo con sequedad, encogiéndome de hombros y luego llevándome la botella de cerveza a los labios.
—¿Por qué no peleaste por ella? —pregunta con curiosidad.
—¿Pelear por qué? ¿La casa?
—¿Sí? —parece más curioso que otra cosa—. No estaba en el testamento, y como tú vivías allí…
—Tenía dieciséis y mi abuela malvada se hizo cargo de mí —es todo lo que digo.
—¿Trató de quitarte lo que te dejaron?
—Básicamente —respondo de forma cortante. Doy otro sorbo a mi cerveza y espero que mi hermano capte la indirecta y deje ese tema.
—Bueno… si sirve de consuelo, mi vieja se gastó todo lo que nos dejó a mi hermano y a mí.
Estoy a medio trago de mi cerveza cuando casi me ahogo.
—¿Hablas en serio?
—Sí. Lo primero que hizo fue sacarnos de nuestra escuela y meternos en la Sydney Boy's High.
—¿Escuela pública? Bueno, eso lo tenemos en común. —Mi abuela malvada hizo lo mismo conmigo.
—¿Sí? —Me observa un momento, y no puedo descifrar su expresión. Hay definitivamente empatía en él.
—Sí. Supongo que antes de eso, ¿mi padre pagaba tu matrícula?
Él resopla.
—Claro que sí. Mi vieja era mesera. ¿Crees que podía pagar ochenta mil al año?
Abro la boca para responder cuando suena mi teléfono. Abro la cremallera del bolso y lo saco. Es un mensaje de Edward.
—¿Estás bien?
Es todo lo que escribió, y carajo, es un amor.
—¿Quién es? ¿Tu novio? —pregunta Jasper, inclinando la cabeza mientras intenta ver la pantalla.
—Sí.
—¿Lo conozco?
—Él sí te conoce —respondo mientras escribo mi respuesta—: Estoy bien, amor.
—¿Ah, sí? —Parece sorprendido—. ¿Cómo se llama?
—Edward —contesto, llevándome la botella de Corona a los labios.
—Edward. Suena a nombre de niño rico —bromea—. No será Edward Cullen, ¿verdad?
—Eh… sí, en realidad —respondo, y no estoy segura de que me gusten los prejuicios que ya tiene sobre él.
Sus ojos se abren como platos, totalmente sorprendido.
—¿En serio? Mierda santa, el viejo estaría orgulloso.
Suelto una carcajada, porque ni de broma.
—Lo dudo mucho.
—¿Por qué? —pregunta—. El tipo nada en plata, ¿no?
—Sí —respondo, encogiéndome de hombros con fastidio—, pero no es tan simple.
—¿Ah, no? —alza una ceja con escepticismo.
—No. —No tengo la menor intención de explicarle sobre Edward—. En fin, basta de mí. Cuéntame de ti.
—No hay mucho que contar, en realidad. Ya sabes casi todo —dice, tomando otro trago de cerveza mientras su mirada se pierde otra vez sobre el puerto.
—¿Te llevas bien con tu hermano?
—No —responde, volviendo a mirarme con expresión seria—. Es un imbécil.
Lo observo un momento; habla en serio.
—Está bien —digo.
—Tiene el cerebro del viejo —explica con fastidio—. Fue a la facultad de Derecho y lo primero que hizo fue demandar a mamá por robarle su herencia.
No lo culpo, pero no se lo digo.
—¿Ella se lo gastó todo?
—Sí, pero carajo, no demandas a tu madre.
—¿Por eso vendió la casa? —Me meto donde no me llaman, y es obvio que no quiere seguir hablando del tema.
—En parte. —Está claro que no dirá más, así que cambio de tema.
—¿Te llevas bien con ella?
Suelta una risa cargada de sarcasmo.
—No mucho.
—Lo siento —digo sinceramente.
Él sonríe y se encoge de hombros a la vez, pero esta vez su expresión me empieza a tocar el corazón.
—Ya hice las paces con eso, pero básicamente solo éramos su boleto de comida.
—Pudo ser peor —comento con ligereza—. El viejo pudo haber estado casado con tu madre en vez de con la mía.
Se ríe, claramente de acuerdo.
—Sí, nos salvamos de esa.
—Supongo que fue decente de su parte hacerse cargo de ti y de tu hermano.
Él suelta un bufido amargo.
—Por favor, eso fue dinero para callarla. Mi vieja lo chantajeó desde el principio.
—Pero saliste en el testamento —le recuerdo.
Él vuelve a resoplar.
—Y de qué me sirvió.
—Dios, ¿te quedó algo al final?
—Algo. Lo suficiente para montar mi negocio, así que supongo que no debería quejarme. ¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿Por qué decidiste seguir los pasos del viejo?
Lo miro sin entender.
—¿Por qué crees que lo hice?
—Trabajas en ese bufete, ¿no?
—Sí… soy asistente…
Me observa un momento, y aunque ya debería estar acostumbrada, no lo estoy.
—Pero ¿no eres súper lista? O sea, mamá siempre se enojaba porque cada vez que veía al viejo, él no paraba de presumir de ti. Que fuiste la mejor alumna de tu año y todo eso.
—¿Qué…? —apenas logro hablar. ¿Mi papá presumía de mí? ¿Desde cuándo?
—¿No lo sabías?
—Claro que no —suelto, cortante—. Casi ni me miraba.
—Sí, no parecía del tipo que se sincerara con ese tipo de cosas —dice con voz suave, y me lanza una sonrisa compasiva.
Termino mi cerveza y la dejo con fuerza sobre la mesa.
—Pídeme otra.
No puedo seguir esta conversación sobria.
Llama a la mesera y pide una tercera para él.
—¿Quién crece en un hogar normal hoy en día, de todos modos, eh? —dice cuando llega nuestra comida—. Con razón todo el mundo está hecho mierda. Nos venden la mentira de la familia feliz, pero la mayoría crece en la miseria.
—Es cierto —murmuro, esbozando media sonrisa mientras mojo una papa frita en la salsita de tomate y me la meto a la boca.
—¿Desde cuándo sales con el capitán de cricket de Sydney Grammar?
—Desde octubre.
—¿Es tan bueno en la cama como decían? —Se ríe, y yo pongo los ojos en blanco.
—Eso no es asunto tuyo. —Pero carajo, ¿qué tanto se difundieron esos rumores sobre Edward?
Él se ríe y le da una mordida a su hamburguesa.
—Pero en serio —dice tras tragarse un enorme bocado—. Conociendo al viejo, ¿por qué saldrías con alguien como Edward Cullen?
Cruzo los brazos sobre la mesa, suspiro con fuerza y trato de no dejarme ganar por la irritación.
—Porque es lo opuesto a mi padre, por eso.
—Mentira —responde, incrédulo.
Me encojo de hombros, decidiendo no molestarme por sus suposiciones. Después de todo, yo también pensaba lo mismo sobre Edward.
—Bueno… ¿y tú? ¿Tienes novia?
—No, pero eso me recuerda…
Levanto las cejas, metiéndome otra papa con salsa en la boca.
—¿Conoces a Alice Brandon?
—Sí —admito—. ¿Por qué?
—¿Crees que podrías presentarnos?
—¿Cómo la conoces? —pregunto de inmediato, con suspicacia.
—La he visto por ahí, y luego supe que trabaja en el mismo edificio que tú.
—¿Y por qué no le hablas tú directamente?
—Porque está fuera de mi alcance —responde, sin rodeos—. Anda, ¿por tu único hermano vivo? —intenta darme lástima.
—¡Eso fue un golpe bajo! —Aunque en realidad no estoy enojada.
Él sonríe, y hay que admitir que es adorable… en un estilo torpe y raro.
—Arma una cita a ciegas y salimos los cuatro: tú, tu millonetas y nosotros.
Le lanzo una mirada escéptica.
—No si sigues llamándolo «millonetas».
—Bueno, tú y Hugh Hefner, entonces.
—Oh, por Dios.
Él se ríe con la boca llena.
—Estoy bromeando.
—Lo pensaré.
—¿Crees que le gustaré?
—No estoy segura de que le encante el pelo recogido en un moño —le confieso, sincera.
—¿No? ¿Está mal?
—¿Te das cuenta de que es la versión moderna del mullet, verdad?
—¿No…? —responde, escéptico—. Eso es pasarse. —Y llevándose la mano a la nuca, se quita la liga del cabello. Le cae hasta justo por encima de los hombros—. ¿Mejor?
Suelto una carcajada.
—¿Qué tipo de eventos haces?
—Fiestas, cumpleaños de veintiuno, bodas, bailes escolares a veces. También trabajo en algunos clubes. Casi siempre tengo los fines de semana copados.
—Parece que te está yendo bien —reconozco.
—Sí… —se encoge de hombros a medias—. ¿Y entonces? ¿Me vas a ayudar con Alice o no?
Suelto una risa entre dientes—. Carajo, ya dije que lo pensaría.
—¿Y si te doy un incentivo? —pregunta, arqueando una ceja con picardía.
—¿A qué te refieres?
De pie, se mete la mano en el bolsillo delantero y saca una pequeña bolsita de terciopelo azul marino.
—Lo he tenido desde hace algunos años. Estaba esperando conocerte para devolvértelo —explica, abriéndola y dejando caer el contenido en su palma.
Extiende la mano para que vea, y en cuanto lo hago, una punzada de shock me atraviesa. El aliento se me atasca en la garganta.
Es el collar de zafiros y diamantes de mi madre.
—¿De-dónde sacaste eso? —pregunto, tartamudeando, a punto de perder la voz.
Mi madre nunca fue amante de las joyas. Usaba su anillo de bodas, el de compromiso, una pulsera dorada con dijes… y este collar. El que Jasper tiene en la mano. Fue el primer regalo que mi padre le dio, y era importante para ella.
—Mi mamá se vio obligada a vender sus cosas para pagarle a mi hermano —dice rápido, claramente incómodo por mi reacción—. Pero esto… yo sabía que era de tu madre. Mi vieja se puso como loca cuando se enteró que yo lo tenía.
—La convenció de que lo perdió —suelto, y la emoción acumulada me deja con la garganta cerrada—. Le hizo creer que fue culpa de ella.
Todavía recuerdo la expresión de mi madre cuando se dio cuenta de que ya no lo tenía. Recuerdo lo mal que se sintió. Y cómo mi padre la hizo pensar que estaba loca. ¡Maldito abusador! Y todo para dárselo a su amante…
—Oh, Dios… Mierda. Lo siento mucho, Bella —dice Jasper, ansioso, lleno de remordimiento. Rápidamente mete el collar de nuevo en la bolsa y me lo entrega.
Se lo arrebato de la mano, me pongo de pie de golpe y casi tiro la silla al suelo—. Tengo que irme —digo, colgándome el bolso al hombro.
—Bella…
—No. Tengo que irme —repito, sacudiendo la cabeza.
Me abro paso entre la multitud del restaurante en la azotea, bajando las escaleras a trompicones mientras marco el número de Edward.
—¡Edward! —grito apenas contesta, y rompo en llanto.
—¡Bella! ¡Jesús! ¿Dónde estás? —estalla él, alarmado.
—¿Puedes venir por mí, por favor? —suplico, con la voz entrecortada.
—Claro que sí. ¿Dónde estás, nena?
—En The Rocks… el h-hotel Glenmore —titubeo, y el pecho ya me está empezando a apretar.
—¡Bella! —Jasper aparece de repente a mi lado y me pasa un brazo por los hombros.
Me sobresalto y doy un grito, apartándome bruscamente—. ¡Jasper, carajo! ¡No… no puedo ahora!
—¿¡Bella!? —Edward grita en el teléfono, el pánico en su voz me jala de vuelta a él—. Ya voy para allá. ¿Estás en peligro?
—No —niego con la cabeza.
—Bien, quédate donde estás. Llegaré en diez minutos. Quédate en la línea conmigo.
—Lo siento mucho, de verdad —Jasper sigue disculpándose, levantando las manos, visiblemente arrepentido—. Pensé que querrías recuperarlo.
—¡Sí… sí lo quería! —respondo—. Es solo que… —sacudo la cabeza—. Solo necesito irme a casa.
—¿¡Bella!? —la voz de Edward estalla otra vez en el teléfono.
—E-Edward… no puedo hablar. ¡Apúrate!
—Yo espero contigo —insiste Jasper, manteniendo la distancia—. Mierda, ¿estás bien? Estás respirando raro.
Mi pecho se cierra cada vez más, pero apenas lo noto. Estoy siendo arrastrada por una marea de recuerdos de mi madre. De lo infeliz que fue. De cómo la vi llorar casi todos los días de mi vida.
«Busca un hombre que te ame y te valore por quién eres, Bella. No uno que solo vea tu cara… o tu cuerpo. O tu cuenta bancaria», me repetía, después de cada pelea con mi padre.
Ese mismo hombre aparece derrapando frente al hotel, salta del carro y corre hacia mí. Su mirada se clava en la mía, y lo único que veo es su rostro condenadamente hermoso desbordado de dolor y miedo. Aún más cuando se acerca y noto lo que lleva en la mano: un inhalador.
En el siguiente segundo ya estoy en sus brazos, rodeada por su calor, mientras empuja el inhalador entre mis labios.
—¡¿Qué le hiciste?! —le grita a Jasper, y siento el rugido vibrar desde su pecho. Es casi un gruñido. Suena amenazante. Intimidante. No parece él. Para nada.
—¡Nada! —responde Jasper, desesperado.
Sacudo la cabeza, pero se siente pesada, desconectada, y la vista se me empieza a nublar por los bordes.
—No fue su culpa —susurro, sin aire suficiente para que mi voz salga fuerte.
Edward me lleva hasta su carro con los brazos firmes a mi alrededor, como si temiera que me desmayara, y me sube con cuidado.
Desde la puerta del pasajero se inclina sobre mí, me abrocha el cinturón y se queda mirándome.
—Bella, mírame.
Alzo los ojos hacia los suyos. Y Cristo… esa mirada intensa. Es tan incongruente con su ternura habitual, pero al mismo tiempo me recuerda esa profundidad suya que a veces no se nota.
Edward es un manantial que brota desde lo más hondo.
—Trata de calmarte —me pide, su voz baja y llena de preocupación. Una mano me acaricia la mejilla, y con la otra me acerca de nuevo el inhalador.
Lo tomo y lo uso yo misma, directo en mis pulmones colapsados—. Estoy bien. ¿Podemos irnos ya?
—No voy a llevarte a casa hasta estar seguro de que puedes respirar bien —responde, frunciendo el ceño. Su mirada se intensifica aún más, y sé que no vale la pena discutir con él. No tengo fuerzas para eso.
Pero no puedo quedarme aquí. No puedo estar cerca de un hermano con el que nunca crecí. Un hermano que vivió en las sombras de la vida secreta de mi padre. Esa vida secreta que rompió el espíritu de mi madre mucho antes de que su alma dejara este mundo.
—Edward… —sollozo, sintiéndome caer de nuevo en una oscuridad familiar—. Sácame de aquí. Por favor.
Nota de la traductora: En Australia, los twenty-firsts (los veintiunos) son fiestas que celebran el vigésimo primer cumpleaños, considerado un hito importante hacia la adultez plena, aunque la mayoría de edad legal sea a los 18 años. Estas celebraciones suelen ser grandes y formales.Este fragmento marca uno de los momentos más dolorosos y reveladores para Bella, donde el pasado oculto de su familia vuelve a golpearla con fuerza. La aparición del collar simboliza no solo una traición, sino también la herida emocional que dejó su padre en su madre… y en ella. Edward, una vez más, demuestra ser su refugio más firme.