20
22 de octubre de 2025, 10:39
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita.
.
Capítulo 20
Bella
.
Edward me hace su primera pregunta: cómo era mi abuela, y no soy idiota. Sé que solo pregunta porque Jasper le metió ideas en la cabeza.
Este hombre mío, denso, adorable y condenadamente guapo. No sé qué demonios se supone que debo hacer con él. Amarlo es fácil, pero me deja vulnerable. Mi maldito terapeuta tiene razón: no puedes elegir qué emociones dejas entrar cuando le abres el corazón a alguien.
Edward es un recordatorio constante de una decisión que tomé hace diez años y que determinó el rumbo de mi vida. La he estado ignorando, o al menos lo he intentado, pero sigue ahí, en el fondo de mi mente; susurrándome sin cesar. Sobre todo, ocurre en las primeras horas de la mañana, cuando los pensamientos oscuros tienden a colarse en tu cabeza.
Cristo, ojalá pudiera dormir.
Supongo que voy a tener que enfrentarme a eso en algún momento. No estoy segura de cómo, ni de cuál será el resultado.
A pesar de todo eso, mi guapo y yo seguimos adelante. Algunos días son una mierda y otros realmente creo que ya superé todo ese desastre. Pero lo que le dije fue en serio: no quiero que se vaya a ningún lado.
Maldito Jasper. Tiene suerte de que no le pateara su flaco trasero por lo que le dijo a Edward. Apareció en mi casa más tarde esa noche y pensé que Edward lo iba a matar.
Fue condenadamente excitante ver a Edward tan enojado -aunque me estuviera gritando a mí. Fue un cambio refrescante verlo siendo algo distinto a «señor Disculpas». Me gustó verlo pelear, porque es tan pasivo que a veces me preocupa.
Esperaba deshacerme de Jasper y meter a Edward en la cama para un poco de sexo con rabia, pero en cuanto Jasper se fue, Edward volvió a disculparse y a echarse la culpa. Le grité. Le dije que « que tuviera huevos, por una vez», y después me sentí como una completa perra.
Siempre me dije que el hombre con el que me casaría sería lo opuesto a mi padre, y aquí está, con todo su metro noventa. Entonces, ¿de qué me quejo? Conseguí lo que quería. Supongo que no estaba preparada para lo mucho que alguien tan distinto a mi padre iba a desarmar mi corazón.
Charles Swan tapió mi corazón, y Edward Cullen lo ha resquebrajado, y ahí está el problema.
Aunque tienen algo en común, mi padre y Edward: una mirada tan intimidante que te deja paralizada. La de mi padre, oscura e intimidante, insinuaba su corazón cruel y frío, pero la de Edward es testimonio de la profundidad del suyo... y de su dolor.
Estoy tan enamorada de él que me aterra. ¿Y si le pasa algo? ¿Cómo sobreviviría?
Le pedí perdón a Edward por llamarlo sin carácter. Él me pidió perdón a mí. Le dije que, si seguía disculpándose, mi mano se convertiría en dientes y lo mordería en un lugar muy sensible. Una pequeña sonrisa se asomó a sus labios y sus ojos se oscurecieron. Tuvimos sexo, él se disculpó, cumplí mi promesa y casi lo lanzo fuera de la cama, pero logré sacarle a Jasper de la cabeza.
O eso creía.
Una semana después me hace esa pregunta.
Estamos en su casa jugando strip poker en la sala, con el puerto oscurecido por la noche de fondo. Fue idea mía. Jake se llevó a Nessie por el fin de semana, así que tenemos la casa para nosotros.
Hay ciertas ventajas en que oculte sus pensamientos tras esos ojos de acero. Tiene buen rostro de póker. Yo estoy en sostén y bragas; él solo se ha quitado los zapatos y las medias.
—Apuesto mis jeans por tu sostén y tus bragas —dice con picardía, sonriendo detrás de su mano de cartas.
—Trato hecho —acepto, bastante segura.
—¿Qué tienes? —Y él también lo está, el muy condenado.
—Color —anuncio triunfante, colocando mis cinco corazones sobre la mesa de centro.
Él se detiene y me observa por un momento, y con la sonrisa ensanchándose, revela su mano.
—Full house, preciosa. Ahora quítatelo todo.
—¡Cristo! —exclamo mientras él se ríe.
—Bueno, estoy esperando… —Levanta una ceja, instándome a continuar.
—¿Estás haciendo trampa? —pregunto mientras intento desabrocharme el sostén.
—Deja de hacer tiempo.
—No lo hago —protesto de mala gana, y cuando por fin me quito el sostén, se lo lanzo.
Lo atrapa y sigue riendo.
—Y lo otro.
Bufando para mis adentros, me pongo de pie y bajo lentamente mis bragas, observando con una pequeña sonrisa cómo su expresión se suaviza y sus ojos se oscurecen.
Me siento de nuevo en el piso, junto a la mesa de centro. Es finales de marzo y no está tan cálido como antes; mis pezones se endurecen como piedra. Tomo las cartas, las barajo y las reparto entre nosotros. Edward las toma primero, con su rostro de póker intacto, y luego las tomo yo, luchando por no dejar que se me escape una sonrisa.
Tengo cuatro reinas.
Él descarta dos cartas; yo descarto una. Como estoy completamente desnuda y no tengo más ropa que quitarme, Edward tiene que apostar por el lugar donde tendremos sexo. O lo que quiere que le haga.
—En la ducha —dice.
Suelto una risita.
—Aburrido. Todas tus prendas.
—¿De una vez? —Alza una ceja.
—De una vez.
—¿Segura? Es una gran apuesta —dice, tan engreído como yo.
—Segura.
—Está bien —murmura, con su sonrisa ensanchándose mientras sus ojos se clavan en mis senos—, pero si gano, tienes que usar esos tacones tuyos.
—¿En la ducha? —pregunto con escepticismo—. ¿Vas a comprarme más?
—Te compraré lo que quieras.
—Dios, eres tan pervertido, Edward —me burlo, porque es más manso que un conejo.
—Bueno, ¿qué tienes? —pregunta.
Revelo lentamente mis cartas sobre la mesa.
—Nada mal… —comenta, conteniendo la risa.
—Quítatelo todo —le ordeno.
—Espera un segundo —coloca sus cartas sobre la mesa y mi sonrisa se borra al instante.
Cuatro reyes.
—¡Oh, por el amor de Dios! —exclamo con incredulidad—. ¡Estás haciendo trampa!
—¿Cómo podría haber hecho trampa? ¡Tú repartiste! —protesta, mientras la sonrisa vuelve a su rostro.
Cristo, es hermoso. Aún más cuando está confiado.
Tacones en la ducha no es mala idea. No tengo que agotarme tanto estirándome para alcanzar su altura, ni agotar a Edward mientras me sostiene para que no se lesione.
Él engancha mi pierna a su cadera, la otra mano apoyada en la pared junto a mi cabeza, cuidando no empujarme con demasiada fuerza. A veces juro que este hombre cree que estoy hecha de vidrio, y sigue siendo tan torpe. Sea que lo sepa o no, eso hace que sea más brusco de lo que sería normalmente. Así que no voy a decírselo.
A pesar de sus músculos duros como piedra empujando dentro de mí una y otra vez, hay algo que decir sobre el agua caliente corriendo entre dos cuerpos y dentro de tu boca. Y sobre el rostro empapado de Edward deslizándose sobre el mío. O su cabello, oscuro como el castaño al mojarse bajo la ducha. Su cabello en el que pierdo los dedos, aferrándome a él para mantenerlo anclado a mí.
Y sin duda hay algo que decir sobre un hombre ridículamente guapo declarando su amor eterno, mientras se disculpa al mismo tiempo con una voz entrecortada, casi primitiva, que empieza a fallarle.
La voz de Edward ya es suave de por sí, pero si la tiñes de deseo... podría cerrar los ojos y escucharla para siempre.
Después, me sostiene contra la pared de azulejos, su pecho subiendo y bajando contra el mío. Su cuerpo comienza a relajarse mientras apoya su rostro contra el mío. Lo beso. Tomo sus labios húmedos, flexibles, absurdamente atractivos con los míos varias veces, antes de pasar a su frente. La vena que le recorre el centro sobresale alarmantemente, y puedo sentir lo rápido de su pulso contra mi piel.
—Bella… —susurra, mientras intenta recuperar el aliento. Su voz suena adorablemente ronca, y puedo oír la sonrisa en ella.
Hago un leve murmullo como respuesta.
—Hoy fue el Día de Gala y estoy hecho polvo. Tienes que dejarme dormir un rato.
Es viernes. Se refiere a que los viernes tenemos sexo tres veces, y después de cinco meses este pobre y apuesto hombre aún no se ha acostumbrado.
—Está bien —murmuro, dándole un último beso, antes de que me ayude a salir de la ducha. Estoy resbalándome por todas partes con esos malditos tacones.
Usando a Edward para sostenerme, levanto un pie y me quito un zapato, luego el otro. Edward envuelve una toalla gigante alrededor de los dos, me levanta del suelo y me lleva a la cama.
Me enredo contra su cuerpo húmedo mientras él me rodea con un brazo y entierra su nariz en mi cabello.
—¿Bella? —murmura, sonando a punto de quedarse dormido.
—¿Hmm…? —le contesto, pasando los dedos por el vello suave de su pecho.
—¿Cómo era tu abuela?
Me detengo, tratando de evitar que mi cuerpo se tense instintivamente ante la pregunta.
—Como mi padre —es la forma en que decido responder, porque no hay nada más preciso.
—¿Fue horrible contigo? —insiste, su tono bajando como si supiera que está pisando terreno delicado.
—¿Qué te dijo Jasper? —pregunto, repasando en mi mente la conversación que tuve con mi medio hermano semanas atrás. ¿Qué le dije sobre mi abuela? Estaba segura de que no fue mucho, si es que algo.
—Nada —murmura, y Cristo, es un pésimo mentiroso.
Me incorporo sobre su pecho y lo miro a los ojos.
—¿En serio? —digo con escepticismo, porque sé que está mintiendo y él sabe que lo sé.
—Bella…
—¿Qué? ¿Crees que puedo contarle cosas a él y no a ti? —Me doy cuenta de que me estoy poniendo a la defensiva, lo que solo me hace ver culpable.
—No dije eso —suspira—. No pongas palabras en mi boca.
—Entonces no me mientas —le replico.
Él respira hondo y suelta el aire con medio gemido, empezando a sonar frustrado.
—Me estás jodiendo la cabeza.
—Le conté a Jasper algunos detalles vagos, pero nada más. Estaba siendo un imbécil contigo —explico, sintiendo cómo la molestia empieza a subir en mí también.
Solo es mi hermano, ¿por qué carajo sintió la necesidad de entrar en una maldita competencia de egos con Edward?
—Me dijo que tu abuela te robó todo el dinero —cede Edward finalmente, confesando tras la pausa más larga del mundo.
—¡¿Qué?! —espeté—. Nunca le dije eso. Para nada. ¡Carajo!
—Lo siento.
—¡Edward! —lo reprendo a propósito, pero estoy a punto de perder la paciencia con él.
—Bella… —se incorpora a medias contra la pared—, ¿por qué no te abres conmigo? Preferiría escucharlo de ti.
—A ver, uno: jamás le dije que mi abuela me robó el dinero, y dos: ¡no quiero hablar de esa mierda! —estallo, sintiendo cómo la emoción se acumula sin pausa en mi garganta—. ¿De qué carajos me serviría, eh? ¿Quieres contarme tú todas las mierdas abusivas que te hizo tu madre?
—Ey —su voz se suaviza de inmediato, tratando de calmarme—. Tranquila, nena. Solo… pensé que tal vez me ayudaría a entenderte mejor, eso es todo.
Resoplo, pero estoy más frustrada conmigo misma que con él.
—Tenemos todo el tiempo del mundo… ¡maldita sea!
—Está bien… —dice él, apretando sus brazos alrededor de mí y acunándome bajo su barbilla—. Olvida que lo mencioné.
Pero no puedo.
—¿Alguna vez te preguntaste cómo pude pagar mi casa? —me aparto bruscamente de su pecho y lo acuso—. ¿Fuiste de los que pensaste también que me acosté con mi jefe para conseguirla?
—¡Ey! —su tono sube, y no sé si se siente herido por lo que dije o si está ofendido—. ¿Cómo…? ¿Jake te dijo eso?
—No, fue Ness.
—Mierda… —murmura, con amargura—. No debió abrir la maldita boca.
—¿Eso es lo que realmente pensaste? —mi voz baja a un susurro, porque no puedo soportar la idea.
—¡Claro que no! —insiste, pero yo no estoy tan segura.
—Mi abuela me robó la mitad de mi herencia, y lo que me quedó alcanzó para pagar la casa. Y jamás me acosté con mi jefe. ¡Cristo!
—Bella —dice, alzando la mano para acariciar mi mejilla—, te juro que nunca creí eso de ti.
Está hablando en serio, y su voz ruega que le crea.
Aprieto los labios en un intento débil por contener las lágrimas que se están acumulando en mi garganta, antes de apartar los ojos de los suyos. Últimamente lloro todo el maldito tiempo, especialmente frente a Edward. Ya no puedo evitarlo.
—¿Me crees? —pregunta, deslizando su pulgar por mi pómulo.
—Sí —admito en un murmullo.
—¿Me lo prometes?
Exhalando, me permito relajarme contra él, apoyando mi frente con la suya.
—Te lo prometo, pero ni una mentira piadosa más para protegerme, ¿okey?
—Trato hecho. —Su sonrisa reaparece y se le nota el alivio.
—Bésame —murmuro.
Y lo hace. Levantando la cabeza de la pared, junta sus labios con los míos varias veces.
—Bien, ahora dame un par de horas, ¿sí? —Se estira de nuevo sobre el colchón, me atrae hacia su calor corporal y cierra los ojos.
Lo arrullo hasta que se duerme, pasando mis dedos por su cabello y su frente.
—Edward…
Toma una bocanada de aire adormilado y la suelta en un murmullo ininteligible.
—Te amo —susurro.
—Amor… yo también… —responde medio dormido, apenas coherente—. Lo… siento… nena…
Una risa se me escapa de golpe, algo que reprimo enseguida por la nariz, aunque las lágrimas me saltan a los ojos. Me estiro para besarle la frente aún húmeda, antes de acurrucarme otra vez contra su pecho.
Me doy cuenta de que tengo que dejar de enojarme con él por disculparse. Tengo que dejar de hacérselo notar y de volverlo consciente de eso. No es justo con él, especialmente cuando es el primero en ignorar cualquier defecto de mi personalidad que haya sido causado por mi pasado.
Él me ha aceptado así, con todas mis cicatrices, y ha dejado de presionarme para que se las muestre. Se merece la misma consideración de mi parte.
Estoy cansada, y soltando el aire de mis pulmones, me separo cuidadosamente de él y apoyo la cabeza en su almohada de repuesto. De inmediato, él se da vuelta y me envuelve, acurrucándose contra mi espalda. Cierro los ojos y me duermo con la sensación de su aliento cálido acariciando la nuca.
Vuelvo a despertar no mucho después, incorporándome de golpe en la cama, empapada en sudor y con el pecho subiendo y bajando con fuerza.
He tenido un sueño particularmente horrible, con el sonido y el olor de metal retorciéndose… y de sangre, mucha sangre cubriendo los cuerpos destrozados de mis hermanos. De mi madre.
—Mi… mi b-bolso —balbuceo, jadeando, y mientras una mano se aferra a mi pecho, la otra se posa sobre mi cabeza en un intento inútil por protegerme.
Edward está a mi lado de inmediato; me jala hacia él.
—Ey, ey… —su voz sigue áspera por el sueño, pero está cargada de la misma ansiedad que ya he aprendido a reconocer con demasiada frecuencia—. Solo fue un sueño, nena. Solo fue un sueño.
—¡Mi b-bolso, Edward! —suelto, sacudiendo la cabeza. Me siento atrapada en ese plano turbio entre el sueño y la vigilia. El pánico que recorre mi cuerpo aún es muy real, aunque estoy plenamente consciente de que estaba soñando—. L-lo dejé en el M-McDonald's.
Edward me aprieta más contra él, el inhalador en su mano que coloca en mi boca. Lo agarro, pero no lo uso. En lugar de eso, sigo sacudiendo la cabeza con obstinación.
—Dejé m-mi b-bolso —repito, mientras mi respiración comienza a entrecortarse. Miro a mi alrededor con desesperación, sintiendo que el pánico crece, aunque no sé qué estoy buscando.
—No fue real, Bella —intenta calmarme, su voz haciéndose más firme, mientras me acaricia los brazos de arriba abajo.
—¡Sí fue real! —lloro—. Fue real. ¡Dejé mi bolso! —Una claridad comienza a asentarse en mí, una revelación cuya existencia he estado negando durante una década. Una revelación que tiene el poder de arrastrarme de nuevo a la oscuridad en la que alguna vez estuve.
—Bella, escúchame —su voz se endurece esta vez. Me sacude un poco y aprieta sus manos a ambos lados de mi rostro, obligándome a mirarlo a los ojos—. Estabas soñando. No fue real.
Las lágrimas ya habían subido quemando por mi garganta, pero no soy consciente de ellas hasta que comienzan a caer por mi rostro sin esfuerzo.
—Sí fue real, Edward. —Sollozo—. Dejé mi bolso, y m-mi papá tuvo que volver a buscarlo. Si no lo hubiera hecho, estaríamos una hora más adelante en la autopista. Fue…
Los ojos de Edward se llenan de reconocimiento, y en el instante en que comprende lo que estoy tratando de decirle, me interrumpe.
—¡Bella, basta! ¡Jesús, no puedes hacer eso! No puedes culparte.
—No… —intento apartar sus manos de mi rostro. No puedo mirarlo. Me abrí a él sin darme cuenta, y la vergüenza ahora es demasiado para soportarla.
Al soltarme, me atrae contra su pecho; su mano está tensa en la nuca mientras me mantiene cerca. Cierro los ojos, escuchando el ritmo constante de su corazón mientras las lágrimas fluyen y se derraman sobre su piel.
—Eras una niña… no tenías idea de lo que iba a pasar. Nadie lo sabe. No puedes hacerte esto —insiste. El tono de su voz es grave, pero rebota en mí como si nada—. Nena, no sigas por ese camino.
Poniendo las palmas contra su pecho, me separo de él y trato de secarme las lágrimas. Es inútil; brotan de mí como el agua que se escapa de una grieta en un pozo.
—Te mentí, Edward —admito, con el pecho sacudiéndose sin control.
Él niega lentamente con la cabeza, aunque una expresión de confusión empieza a tensarle el ceño.
—¿Cómo…?
—No tenía que ir a la final de natación de mi hermano. Mi papá… él me dijo que me quedara en casa a estudiar. Si no hubiera ido…
—¡Maldita sea, Bella! —explota, con la voz cargada de un dolor tan intenso que se refleja en sus ojos con más fuerza aún—. ¿Qué ganas con culparte, eh? ¿De verdad crees que ellos están allá arriba culpándote? ¿Crees que quieren que te tortures así?
Sacudo la cabeza otra vez, mientras las lágrimas siguen nublando mi visión y el pecho me duele.
—No sé… cómo… sentirme…
*V*
Día de Gala: evento deportivo que dura todo el día, en el que varias escuelas compiten entre sí.
Nota de la autora: Sí… ella está a punto de quebrarse.